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domingo, 24 de diciembre de 2017

#UnAñoMás: Luces de Navidad [PARTE X] (Última Posada y Nochebuena)

Die Glocke (La Campana, en alemán), un supuesto proyecto nazi de una nave que fusionaba tecnología humana y extraterrestre para ser usada tanto en armamento, como en viajes espacio-temporales.


Era ya un poco tarde cuando Isidro se despertó. Aún tenía puesto el casco, pero estaba aturdido y adolorido. El costado derecho dolía tanto como una puñalada entre las costillas, y una de sus piernas le escocía horrores. Apenas si pudo levantarse, y quitarse el casco. Sudaba demasiado, y pudo observar con más claridad aquella escena.
La calle estaba llena de cuerpos. La gente de la calle yacía en el asfalto, sin moverse. Reconoció a doña Isabel, y a doña Remedios. Ahí estaba también Vanessa, y todos los demás. Niños, adultos, todos parecían haber muerto ahí.
A lo lejos, la sirena de los bomberos se dejaba escuchar, y un frenar de coche y el choque posterior hicieron que Isidro volteara. Un auto se había estampado contra un poste, del lado opuesto de la calle al de la avenida. Al mirar hacía allá, sus ojos rápidamente miraron a todas direcciones en la colonia. Algunas casas ardían, el humo se levantaba por todas partes. Había coches abandonados a medio camino, y algunos gritos aislados se escuchaban por doquier.
Un pequeño ruido llamó su atención. Alguien tocaba por la ventana. Era Sonia, su vecina embarazada. Le miraba con premura, y tocaba de nuevo, llamándole. Como pudo, Isidro se puso en camino, cojeando un poco y agarrándose la costilla rota con un brazo. Sonia le abrió la puerta y salió para ayudarle a caminar el último tramo.
-¿Qué está pasando?-, le preguntó él.
Ella negó con la cabeza.
-Estaba viendo las noticias, pero no dicen mucho. La gente sale corriendo de sus casas, y el ejército ha salido a la calle. Hay luces por todas partes, pero a mediodía no se ven sobre el cielo. No sé qué…
En ese instante, un estruendo asoló la calle, e hizo que Sonia gritara, agachándose y cubriéndose la cabeza. Isidro no lo pensó dos veces: se asomó por la ventana, que estaba rota.
El humo de una casa que había estallado por completo no le dejaba ver, pero ahí afuera ya había gente. Al menos una docena de soldados con trajes rojos, botas negras y armas largas entre los brazos, caminaban lentamente entre los cuerpos de la gente que aún yacían en el asfalto. Uno de los soldados se agachó, y revisó a una de las mujeres de la calle.
-Todos están muertos. Busquen sobrevivientes. Sáquenlos de las casas y pónganlos en lugares seguros…
Los soldados se dispersaron, buscando a personas que aún estuvieran vivas, aunque no se dirigieron directamente a la casa de Sonia. Isidro se dio la media vuelta para percatarse de que la chica ya estaba en el suelo, resoplando, muy pálida y preocupada.
-¿Estás herida? Dime…
Se acercó a ella como pudo, y se dio cuenta que aquello no era nada comparado con una herida: Sonia estaba a punto de tener a su bebé. Las sombras dentro de la casa se hacían más notorias, por el humo y la hora. Estaba a punto de anochecer.
-Tengo que llevarte con ellos. No puedes tener al bebé aquí o…
-¡Ayúdame, ayúdame, sácalo tú! Sé que puedes, ya me está doliendo mucho…
-No puedo, no sé cómo. Ellos te llevarán a un lugar seguro, vamos…
Trató de ayudarla a levantarse, pero el dolor de las contracciones era peor, y no pudo evitar gritar. Sonia se debatía entre el miedo, y el dolor, y sus gritos atrajeron a los solados, quienes empujaron la puerta a patadas hasta que estuvieron dentro.
Isidro los vio. Eran hombres comunes y corrientes, a excepción de sus uniformes, de un color rojo intenso bastante lustroso. Sobre el pecho se podía ver un símbolo que al muchacho le dio un escalofrío. Era una esvástica negra, sobre un círculo blanco.
-¿Quiénes son ustedes?-, preguntó el muchacho, aterrado.
-No importa, los vamos a sacar de aquí. ¿Qué le pasa?
-Va a tener a su bebé. Tienen que sacarla por favor…
Otra explosión, pero esta vez, la fachada de la casa había estallado. Uno de los soldados saltó en pedazos, mientras que el otro se abalanzó contra Sonia. Mientras los restos de la casa caían por todas partes, e Isidro trataba de arrastrarse entre piedras y yeso, el soldado agarraba a Sonia por la cintura, y la llevaba hasta el otro extremo.
Afuera, todo era un caos. Los soldados disparaban a las luces, una ambarina y la otra de un azul eléctrico muy intenso, las cuales parecían lanzar sus propios pedazos de luz y materia a los soldados. Alrededor de las luces algo más volaba: era una especie de nave, una campana gigante de metal que zumbaba, y que disparaba a las luces sin éxito. Aquella extraña campana voladora también lucía la esvástica en su superficie, como si hubiese sido tallada en el metal.
Isidro alcanzó a observar al soldado, quién se había puesto de frente a Sonia, y mantenía sus piernas abiertas para recibir al bebé. Ella gritaba, y de su frente escurría sangre.
-¡Ya viene, puja, no grites, empuja…!
La muchacha trataba de empujar, mientras afuera, los disparos se hicieron más intensos. Uno de los soldados gritó algo incomprensible, y las luces empezaron una danza aún más rápida, y el mundo alrededor se iluminó en blanco. Lo último que pudo ver Isidro fue el rostro de Sonia, mientras gritaba, y el bebé que acaba de salir de su cuerpo empezaba a llorar.

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