Die Glocke (La Campana, en alemán), un supuesto proyecto nazi de una nave que fusionaba tecnología humana y extraterrestre para ser usada tanto en armamento, como en viajes espacio-temporales. |
Era
ya un poco tarde cuando Isidro se despertó. Aún tenía puesto el casco, pero
estaba aturdido y adolorido. El costado derecho dolía tanto como una puñalada
entre las costillas, y una de sus piernas le escocía horrores. Apenas si pudo
levantarse, y quitarse el casco. Sudaba demasiado, y pudo observar con más
claridad aquella escena.
La
calle estaba llena de cuerpos. La gente de la calle yacía en el asfalto, sin
moverse. Reconoció a doña Isabel, y a doña Remedios. Ahí estaba también
Vanessa, y todos los demás. Niños, adultos, todos parecían haber muerto ahí.
A
lo lejos, la sirena de los bomberos se dejaba escuchar, y un frenar de coche y
el choque posterior hicieron que Isidro volteara. Un auto se había estampado
contra un poste, del lado opuesto de la calle al de la avenida. Al mirar hacía
allá, sus ojos rápidamente miraron a todas direcciones en la colonia. Algunas
casas ardían, el humo se levantaba por todas partes. Había coches abandonados a
medio camino, y algunos gritos aislados se escuchaban por doquier.
Un
pequeño ruido llamó su atención. Alguien tocaba por la ventana. Era Sonia, su
vecina embarazada. Le miraba con premura, y tocaba de nuevo, llamándole. Como pudo,
Isidro se puso en camino, cojeando un poco y agarrándose la costilla rota con
un brazo. Sonia le abrió la puerta y salió para ayudarle a caminar el último
tramo.
-¿Qué
está pasando?-, le preguntó él.
Ella
negó con la cabeza.
-Estaba
viendo las noticias, pero no dicen mucho. La gente sale corriendo de sus casas,
y el ejército ha salido a la calle. Hay luces por todas partes, pero a mediodía
no se ven sobre el cielo. No sé qué…
En
ese instante, un estruendo asoló la calle, e hizo que Sonia gritara,
agachándose y cubriéndose la cabeza. Isidro no lo pensó dos veces: se asomó por
la ventana, que estaba rota.
El
humo de una casa que había estallado por completo no le dejaba ver, pero ahí
afuera ya había gente. Al menos una docena de soldados con trajes rojos, botas
negras y armas largas entre los brazos, caminaban lentamente entre los cuerpos
de la gente que aún yacían en el asfalto. Uno de los soldados se agachó, y
revisó a una de las mujeres de la calle.
-Todos
están muertos. Busquen sobrevivientes. Sáquenlos de las casas y pónganlos en
lugares seguros…
Los
soldados se dispersaron, buscando a personas que aún estuvieran vivas, aunque
no se dirigieron directamente a la casa de Sonia. Isidro se dio la media vuelta
para percatarse de que la chica ya estaba en el suelo, resoplando, muy pálida y
preocupada.
-¿Estás
herida? Dime…
Se
acercó a ella como pudo, y se dio cuenta que aquello no era nada comparado con
una herida: Sonia estaba a punto de tener a su bebé. Las sombras dentro de la
casa se hacían más notorias, por el humo y la hora. Estaba a punto de
anochecer.
-Tengo
que llevarte con ellos. No puedes tener al bebé aquí o…
-¡Ayúdame,
ayúdame, sácalo tú! Sé que puedes, ya me está doliendo mucho…
-No
puedo, no sé cómo. Ellos te llevarán a un lugar seguro, vamos…
Trató
de ayudarla a levantarse, pero el dolor de las contracciones era peor, y no
pudo evitar gritar. Sonia se debatía entre el miedo, y el dolor, y sus gritos
atrajeron a los solados, quienes empujaron la puerta a patadas hasta que
estuvieron dentro.
Isidro
los vio. Eran hombres comunes y corrientes, a excepción de sus uniformes, de un
color rojo intenso bastante lustroso. Sobre el pecho se podía ver un símbolo
que al muchacho le dio un escalofrío. Era una esvástica negra, sobre un círculo
blanco.
-¿Quiénes
son ustedes?-, preguntó el muchacho, aterrado.
-No
importa, los vamos a sacar de aquí. ¿Qué le pasa?
-Va
a tener a su bebé. Tienen que sacarla por favor…
Otra
explosión, pero esta vez, la fachada de la casa había estallado. Uno de los
soldados saltó en pedazos, mientras que el otro se abalanzó contra Sonia.
Mientras los restos de la casa caían por todas partes, e Isidro trataba de
arrastrarse entre piedras y yeso, el soldado agarraba a Sonia por la cintura, y
la llevaba hasta el otro extremo.
Afuera,
todo era un caos. Los soldados disparaban a las luces, una ambarina y la otra
de un azul eléctrico muy intenso, las cuales parecían lanzar sus propios
pedazos de luz y materia a los soldados. Alrededor de las luces algo más
volaba: era una especie de nave, una campana gigante de metal que zumbaba, y
que disparaba a las luces sin éxito. Aquella extraña campana voladora también
lucía la esvástica en su superficie, como si hubiese sido tallada en el metal.
Isidro
alcanzó a observar al soldado, quién se había puesto de frente a Sonia, y
mantenía sus piernas abiertas para recibir al bebé. Ella gritaba, y de su
frente escurría sangre.
-¡Ya
viene, puja, no grites, empuja…!
La muchacha trataba
de empujar, mientras afuera, los disparos se hicieron más intensos. Uno de los
soldados gritó algo incomprensible, y las luces empezaron una danza aún más
rápida, y el mundo alrededor se iluminó en blanco. Lo último que pudo ver
Isidro fue el rostro de Sonia, mientras gritaba, y el bebé que acaba de salir
de su cuerpo empezaba a llorar.
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