OVNI captado sobrevolando el Aeropuerto de Miami (2016) |
Los
vecinos ya se habían apartado con la letanía, tocando a la puerta de las casas
que iban a representar las paradas para pedir posada. Las luces y la comida no
estaban tan lejos, pero en aquel recóndito espacio, Juan y Vanessa estaban
rompiendo las reglas, y su noche de paz y amor había llegado antes.
Él
estaba contra ella, y ella aguantaba su peso contra la pared del pequeño jardín
de la señora Mercedes, una vecina que vivía al final de la calle, y dónde se
dejaba la comida para la posada. Por ahí no pasaba nadie, y nadie podía ver que
Vanessa ya tenía los calzones abajo, y Juan intentaba penetrarla.
Ella
podía ver por encima del hombro de su amante, pero su miedo era infundado. Ahí
no había nadie. Justo donde acababa la calle, comenzaba una avenida larga,
perpendicular, y del otro lado de la avenida, donde apenas pasaban dos o tres
coches cada cinco minutos, había un baldío, un lugar lleno de plantas enormes y
con tierra que a veces se levantaba en remolinos.
-No
te pongas nerviosa, chiquita, nadie nos va a ver… Déjate querer-, dijo Juan,
mientras sus manos apretaban sin disimulo los pechos de la muchacha. Vanessa le
agarraba las nalgas a su compañero, para no dejarlo ir, y menos cuando
estuviese dentro. Le dolió, pero aguantó.
-¡Nos
van a ver, ya te dije!-, dijo Vanessa, tratando de aguantar los gemidos.
-Que
no, tú disfruta… Nunca tenemos tiempo. Tu mamá te vigila siempre y yo me tengo
que aguantar…
La
madre de Vanessa, doña Remedios, casi nunca la dejaba salir. Y cuando conoció a
Juan, un hombre un tanto mayor que ella, algo encendió dentro de sí, algo que
no podía ignorar. Trataba siempre de estar lejos de su madre, y verlo a
escondidas. No quería que nadie supiese que entre ella y Juan había algo.
-Pero,
pero…
Aunque
ella trataba de decir algo, el placer la mantenía casi sedada. Sus manos se
cerraron en las anchas espaldas de su amante, y le rasguñaron a través de la
camisa. Él trataba de hacerlo más rápido, aunque ella estuviese un poco tensa.
En
el momento cumbre, Vanesa miró de nuevo por encima del hombro de Juan. Del otro
lado de la avenida, entre las plantas del baldío, había una persona, un hombre
alto que la miraba entre la maleza, mientras sus pies levantaban la tierra. El
hombre levantó la mano, y señaló justo hasta donde estaban ellos, y una luz
brillante les apuntó.
Vanessa
soltó un grito, y se levantó las bragas lo más rápido que pudo. Juan, asustado
también, empezó a vestirse también, mientras se daba la vuelta para ver quién
les estaba espiando. Solamente vio cuando un auto pasaba por allí, con las
luces altas encendidas, lo que hizo que sus siluetas se reflejaran en la pared
de la casa de doña Mercedes cuando el auto avanzó, para perderse al final de la
avenida.
-¡Alguien
nos estaba viendo del otro lado, entre las plantas!
Juan,
ya con el pantalón en su lugar, y un dolor de testículos horrible, avanzó un
poco antes de llegar a la orilla de la avenida. Miró a través de la oscuridad,
con la poca luz de las luces navideñas de su vecina. Ahí no había nadie, sólo
un montón de tierra ensuciando el asfalto y las plantas, que se mecían con el
viento del invierno. Vanessa sintió miedo y se cubrió con el suéter, que había
dejado abandonado en el pasto.
-Ahí
no hay nadie. No seas tonta. Todas son iguales, están locas…
Juan se fue caminando
de ahí, murmurando y maldiciendo, mientras Vanessa se quedó agazapada en la
pared, tratando de no morir de frío, acomodándose la falda y mirando hacía el
otro lado de la avenida. Ahí había visto a alguien, no estaba loca…
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