Luces en formación vistas sobre las ciudad de Phoenix, Arizona, en Mayo de 1997. |
El
pollo se estaba asando en el sartén, y doña Remedios recordaba aquella noche
mientras ponía otra cacerola en la estufa, para hervir agua para la sopa. La
noche de las luces, la llamaron todos…
-¿…no
es así?-, dijo su amiga, la señora Isabel. Remedios no había puesto tanta
atención, mientras empezaba a poner la sopa en el agua hirviendo.
-¿Qué
dijo, doña Isabel?
-Oh
nada, nada… Hablaba de la pobre Eva, muchacha que vive en el 19. La noche de
las luces se puso muy nerviosa. ¿Será el embarazo?
Remedios
revolvía la mezcla de tomate con caldo de pollo que había molido en la
licuadora.
-Tal
vez. La pobrecita, tan joven, y tan asustada por esas cosas. Usted vio qué
cerca estaban de nosotros, ¿no? Uno podría decir que hasta se podían tocar. ¿Qué
serían?
Doña
Isabel miró a su amiga mientras preparaba su comida.
-No
lo sé, doña Reme. Las cosas así no deben cuestionarse, si nos vienen de Dios.
Tal vez era una manifestación de la Virgen, algo así. Por cierto, ¿va a ir a la
posada?
-No
lo creo. Mis hijos quieren que vayamos al cine, y pues ni modo de decirles que
no.
A
través de la pared de la cocina se escuchaba la música del vecino, un muchacho
que no tenía mucho que se había cambiado, y que casi siempre tenía un
escándalo. La música seguía tocando, desde hacía ya cuatro días.
-¿Y
dice que no ha visto al muchacho salir a trabajar?-, le había preguntado la
señora Isabel a su amiga, mientras doña Remedios dejaba que la sopa se cociera
a fuego lento.
-Pues
no. Casi siempre sale a la misma hora y regresa por la tarde haciendo su
escándalo. Tal vez esté deprimido, o solamente no quiere salir a trabajar. Uno
nunca sabe lo que pasa por la cabeza de esas personas. Van varios días que voy
por mi lavadero, cerca de su patio trasero, y huele horrible. Tal vez no limpia
su casa, pero el olor es horrible. Mire…
Ambas
mujeres salieron de la cocina, y salieron al patio trasero. Cerca del lavadero,
justo detrás de la pared que separaba ambas casas, el olor ya era insoportable.
Era como si la basura de varios días se estuviese pudriendo y fermentando al
aire libre.
-Dios,
es asqueroso. Es como si no tirara la basura. ¿Va a llamar a alguien para que
lo solucione o…?
-Tal
vez-, dijo la señora Remedios, alejándose un poco de la barda. –Es horrible que
viva así. Yo podría ir a limpiar su casa, en serio que sí, pero es un asco…
-¿Ya
le preguntó?
-Le
fui a tocar anoche, pero no me abre. O no me quiere abrir, o está que se ahoga
en alcohol. No tuve más remedio que llamar a la policía. Me dijeron que iban a
estar aquí por la tarde, así que más vale esperar.
Las
dos señoras regresaron a la casa, y sólo volvieron a salir hasta que la policía
llegó. El oficial, un hombre gordo y de cara malhumorada, llamó a la puerta del
muchacho, pero sin que este le abriera. Doña Remedios no tuvo otra opción: dejó
que el oficial pasara por encima de la pared del patio de atrás para acceder a
la casa del vecino. El hombre tomó una escalera de metal que doña Remedios le
había prestado, y con algo de torpeza saltó justo del otro lado.
Ahí
no había basura, ni nada que indicara que ese asqueroso hedor venía del patio
de atrás. Todo estaba solitario, ordenado, pero sin atender. La tierra se
acumulaba en las esquinas, y el ambiente se sentía frío. Pareciese que ahí no
vivía nadie. A través de las pequeñas ventanas de la puerta trasera, se podía
ver la luz aún encendida de la cocina, y se escuchaba la música.
-Buenas
tardes. ¿Hay alguien aquí?-, dijo el policía, tocando con su mano en la puerta,
la cual se movió unos centímetros y rechinó. El olor de la podredumbre venía de
dentro, y se intensificó cuando la puerta se abrió por completo. Las dos
mujeres, del otro lado de la pared, no decían nada, esperando poder escuchar lo
que pasaba en casa del vecino.
El
policía se internó en la casa, dando pasos pequeños, cauteloso. El olor era
insoportable. La música ahora era lenta, una balada de Roy Orbison. In
dreams, I walk with you… In dreams, I talk to you… In dreams, you’re mine…
Cruzando
la cocina estaba la sala, el único lugar de la casa iluminado. Aunque el
policía mantenía su nariz cubierta con la manga de su uniforme, el olor era
bastante insoportable. Se detuvo para ver en la sala, al final del pasillo.
Todo
estaba en orden. El muchacho aún estaba sentado en el sillón, con la cabeza de
lado, los ojos abiertos y la boca con una mueca de horror, la piel húmeda y de
un color verdoso bastante desagradable. El olor que desprendía venía desde el
estómago, como si este hubiese estallado. La música ahora se escuchaba apagada,
porque las arcadas del policía retumbaban en las paredes. Tuvo que retroceder
lo más rápido posible, antes de vomitar en la cocina. Aquello era demasiado…
La
policía tardó en llegar, y una ambulancia iba cerrando la comitiva fúnebre.
Prepararon todo para llevarse el cuerpo, y los policías hacían preguntas a los
vecinos, tanto a doña Remedios como a su amiga Isabel, y al huraño señor
Ernesto, quién vivía en la casa del otro lado. Desde el otro lado de la acera,
a dos casas de distancia, una chica vio todo. Sacaron el cuerpo del muchacho
envuelto en una bolsa de plástico negra, y lo subieron a la ambulancia del
servicio forense sin más ceremonias. Ella soltó un gemido, y sintió que el
estómago se le congelaba.
Juan Diego, ¿qué
hiciste?
A lo lejos, en la
esquina de la calle, los vecinos que ya preparaban todo para la posada de
aquella noche, miraban curiosos, pero sin decir nada. Sólo la chica solitaria,
mirando por la ventana, soltó una lágrima de dolor.
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