Supuesto objeto volador grabado en Turquía, donde se alcanza a apreciar una "extraña silueta humanoide" en la parte superior del artefacto (2008) |
Doña
Mercedes preparaba la comida en la cocina cuando, por la ventana que daba
directamente a la avenida, vio caminar a Sonia, despacio, como si estuviera
cansada, o perdida. No la saludó, pero la miró con preocupación. La pobre
muchacha tenía un embarazo muy avanzado, y caminaba como si el peso de su
barriga le hiciera freno.
Decidió
no hacer caso de aquello cuando a muchacha desapareció de su vista a través de
la ventana, y siguió preparando ese rico arroz que le habían chuleado la noche
pasada, cuando los vecinos se acercaron a comer después de la letanía. Aquella
noche, ella volvería a preparar el arroz, y Doña Isabel y Doña Remedios le iban
a ayudar con otros platillos.
La
cacerola de arroz permanecía quieta en la estufa, mientras revisaba que el
chicharrón en salsa verde ya estuviera listo, hirviendo en otra cacerola más
apartada. Con una cuchara y ayuda de su mano, Doña Mercedes probó la salsa del
chicharrón y un poco de carne. Estaba delicioso: no tan salado, y bastante
picoso.
Después,
levantó la cacerola del arroz, cuidando de que el vapor no le quemara la cara.
Miró dentro: aquel cereal anaranjado, esponjoso, aderezado con zanahorias y
papas, olía muy rico. También lo degustó, y estuvo mejor de lo que ella creía.
Todos iban a amar su comida.
Cuando
le puso la tapa de nuevo a la cacerola, sintió algo en la piel que la asustó.
Era como un escalofrío, y la piel se le puso chinita. Era la misma sensación
que uno podía apreciar cuando se daba toques con un enchufe. Doña Mercedes
pensó que tal vez era el frío, un poco de viento que se hubiese colado por la
puerta. Pero no: hasta los oídos le zumbaban.
Decidió
averiguar de qué podía tratarse. Salió de la cocina, de aquel delicioso calor
con aroma a especias y carne asada, y entró a la sala de su casa. En medio de
los sillones encontró algo que le heló la sangre.
Una
de las luces que habían aparecido el día de la Virgen en el cielo estaba justo
en medio de la sala. Los muebles seguían en su lugar, y la entidad luminosa
parecía atravesarlos, como si aquellos se hubiesen internado en aquel globo de
luz ambarina que parpadeaba de forma débil. Era como ver un enorme globo de luz
o agua de color amarillo ahí, suspendido a pocos centímetros del suelo,
envolviendo parte de los muebles de la casa con su presencia.
Como
buena católica temerosa de Dios, Doña Mercedes se persignó, y cerró los ojos,
juntando las manos, esperando que aquello fuese sólo su imaginación, la visión
de una vieja cansada.
-Señor,
por favor ten piedad de mí. Si es uno de tus ángeles, dile que no me haga nada.
Dile que me perdone por… Por…
No
pudo terminar de hablar. De aquella esfera de luz salió aquel ángel por el que
tanto rezaba Doña Mercedes. Pero no era inmaculado, no vestía con túnica
blanca, ni llevaba el cabello suelto y rubio, mucho menos alas. Era negro,
alto, delgado, con el rostro descubierto, y los ojos negros más abominables que
jamás hubiese visto.
Aquel
ser se acercó a la mujer, dando largos pasos. Doña Mercedes estaba ahí
asustada, quieta, sin gritar. Con su larga mano, aquella cosa le agarró la
cabeza, cubriéndosela casi por completo.
-Conozco sus pecados, sus ideas, sus miedos y
sus sueños. Su Dios no es real. No me ha visto, no sabe que existo. Vaya a
comer…
La
soltó, y dando la media vuelta, volvió a internarse en la esfera de luz, la
cual se elevó, y tan rápido como un rayo, atravesó el techo sin hacer daños.
Doña
Mercedes se quedó quieta un momento, y sus ojos se pusieron en blanco. Caminó
casi de forma automática hacia la cocina, como un zombi. Tomó una cuchara, y
destapando las cacerolas aún en la estufa, se puso a comer. Tomaba cucharadas
grandes de chicharrón con salsa y se las llevaba a la boca, no importando que
estuviesen calientes, y de arroz era igual. La estufa se manchó con salsa, y el
arroz caía al suelo de repente, cuando la mujer tenía la boca llena de comida y
no podía tragar más.
Después
de que la cacerola del chicharrón se vació y la del arroz ya estaba por la
mitad, Doña Mercedes se detuvo. Aún con los ojos en blanco, el cuerpo no podía
más, y el esfuerzo de comer tanto y aquel trance hicieron que se desmayara. Su
cuerpo cayó de espaldas (afortunadamente para ella), y la cuchara rebotó en el
suelo, con un sonido metálico estridente.
Fue hasta que la
propia doña Isabel la vio por la ventana de la cocina, que alguien pudo entrar
para encontrar a Doña Mercedes, horas después, cuando ya todos los vecinos la
esperaban para la posada aquella noche.
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