Aquel
día jueves, Sonia salió de su casa con el bebé en brazos, bien cubierto con una
cobija abrigadora, para evitar que se enfermara con el frío. Saldría a comprar
algunas cosas en lo que Juan Diego se ponía a arreglar la cuna del bebé. No
quería que durmiera con ellos, ya que podían lastimarlo.
Mientras
caminaba, distraída por la acera, chocó contra un hombre. Aquel sujeto, alto,
delgado, de rostro serio, le miró un tanto extrañado, y aún así, no pudo
disimular una expresión de dolor en el rostro. Sonia, aferrada bien al bebé, se
dio cuenta: le había derramado el café sin querer en una de las manos.
-¡Oh
por Dios, lo siento, lo siento! No lo vi, oh no, cuanto lo siento… No quise…
El
muchacho se sacudió la mano y sonrió levemente.
-Ah,
no se preocupe, sólo es una quemadura leve. Yo lo arreglo…
-No,
por favor, permítame.
De
su bolso, Sonia sacó una toallita húmeda, de esas que le ayudaban a limpiar al
pequeño Arturo cuando se manchaba la boca de leche o al quitarle el pañal. La
quemadura se alivió un poco, aunque la pálida mano de aquel muchacho se tornó
rojiza.
-Eso
lo alivió un poco, señora…
-Soy
Sonia. Disculpe, soy una distraída. Llevo al bebé en brazos y venía pensando en
las compras y… Ay no, que tonta he sido.
El
muchacho volvió a sonreír.
-No
pasa nada, no se alarme. Estaré bien. En fin, tengo que ir a un lugar cerca de
aquí. Vaya con cuidado, y cuide a ese bonito bebé…
Sonia
sonrió al desconocido, antes de que él se diera la vuelta. Le perdió de vista,
y ella siguió caminando hacía el supermercado, con cuidado a cada paso.
Compró
comida y algunos pañales para el bebé, y se formó en la fila de la caja,
mientras la música navideña se dejaba escuchar en los altavoces del
supermercado. La gente ya llevaba sus cosas, y aunque iban lento, eso le
permitió disfrutar a su bebé. Arturo dormía plácidamente en sus brazos, y
aunque eso le costaba manejar las bolsas, no le importaba. Amaba a su pequeño.
Después
de subir las bolsas de mercancía en un taxi, se dirigió a casa. El viaje fue
tranquilo. Podía sentir al bebé retorciéndose entre sus brazos, ya despierto,
abriendo sus pequeños ojitos y moviendo sus manos, como buscando algo.
El
llanto de hambre de Arturo se dejó escuchar en el momento justo cuando ambos
bajaban del taxi. Ella cargó las bolsas con cuidado, mientras el auto se
alejaba.
-No
llores bebé, ya vamos a llegar. Te voy a dar tu leche, mi chiquito. Espérame un
ratito…
La
puerta se abrió inmediatamente, y eso a Sonia le extrañó. Adentro de la
estancia, hacía un calor agradable. Dejando las bolsas en la entrada, y
cerrando como pudo la puerta tras de sí, la muchacha caminó dentro de su casa.
-Ya
llegué amor. El bebé ya tiene hambre y…
Se
quedó muda, con una expresión de terror en los ojos, y muda del asombro. Sólo se
escuchaba el llanto de Arturo, pidiendo de comer. Pero ella no le escuchaba ya.
En la estancia, sobre
la alfombra, estaba Juan Diego, desnudo, besándose con aquel desconocido del
café.
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