Por
fin había ocurrido: después de muchos intentos, una importante publicación
mensual había decidido publicar uno de los relatos cortos de Isela, una joven
escritora que había hecho fama a través de otras publicaciones menos conocidas,
y de las cuales ni siquiera estaba orgullosa.
Aquella
mañana, la conferencia de prensa daba mucho de qué hablar, no por el texto de
la muchacha, el cual era impecable, sino por su actitud. Nadie había dicho
nada, ya que estaban ahí precisamente para conocer todos los detalles de
aquella nueva criatura caída en las garras de las publicaciones; pero era una
necesidad morbosa, esa de saber todo acerca de alguien. Por supuesto, Isela se
comportaba como ella misma era casi siempre: era arrogante, y contestaba con
total suficiencia y confianza de como quién cree saberlo todo.
-Tu
relato trata acerca de la muerte y el miedo que causa estar de repente en la
oscuridad de la nada. ¿Te basaste en la propia experiencia o sólo en lo que
podías aprender del tema?-, dijo una muchacha de lentes de pasta y cabello
azul. Los organizadores habían decidido que esa sería la última pregunta.
Isela
le miró con rostro despectivo, pero se decidió a contestar.
-Más
bien encontré una nueva inspiración: me imaginé a todos los demás, a los
hombres y a las mujeres, sumidos en la oscuridad. Y a mí también, pero
viéndolos a todos, desde arriba. Así considero la muerte: la escasez de
conocimiento de todos…
Todos
murmuraban, y nadie más se atrevió a decir nada, mientras el moderador de
aquella conferencia daba por terminada la sesión. Todos aplaudieron, más que
por emoción, por mero “respeto”. Sin embargo, había alguien que ni hablaba ni
aplaudía: la chica del cabello azul seguía mirando a Isela mientras se movía y
sonreía, contestando en privado a la gente que tenía la audacia de acercársele.
Después
de que el auditorio se hubiese vaciado de gente, Isela recordó haber olvidado
uno de los ejemplares de la revista donde salía su artículo en la mesa.
Regresó, dejando a los moderadores y organizadores del evento esperándola en el
vestíbulo del edificio.
Entrando
de nuevo en el auditorio, encontró sobre la mesa la revista, y se acercó a
grandes pasos para tomarla. Sin embargo, a sus espaldas escuchó el fuerte golpe
de la puerta al cerrarse, y el eco rebotando en las paredes.
Isela
volteó para ver quién había entrado detrás de ella. Malditos conserjes… Pero no había nadie. Tal vez hubiese sido el
viento, o ella misma sin darse cuenta. El lugar estaba en calma, a media luz,
con todas las sillas plegadas sobre la pared… excepto una, al fondo, todavía
colocada, y casi escondida en la penumbra.
La
muchacha se dio cuenta que había alguien ahí, sentado todavía, revisando algo
en su celular, ya que se veía parte de un rostro iluminado por la pantalla.
Bajó del estrado, con la revista entre las manos, y se acercó.
-¿Se
te perdió algo?-, le dijo a aquella persona, quién ni se inmutó.
Pasaron
unos segundos hasta que la figura de la chica de cabello azul se levantara de
la silla y caminara hasta donde pudiese verse su rostro. Tenía el celular en la
mano y los lentes brillaban con el reflejo de los focos.
-A
ti sí, me imagino. No pude comprar la revista, aunque tuve oportunidad de leer
el cuento en la página de internet. Eres muy buena…
Isela
le miró con sarcasmo.
-Eso
es obvio. La gente no comprende lo que uno hace por ellos. Parece que tengo que
pensar por todos los demás cuando escribo. Las personas son ignorantes,
querida, eso deberías saberlo bien. No todos tenemos el gusto de saber más que
los demás.
-Eso
lo entiendo. ¿Pero no crees que eres demasiado dura con la gente? Digo, ellos
te leen, y tú les pagas mal. Deberías de ser un poco más… ¿cómo es? ¡Ah, sí!
Humilde…
Eso
fue lo que hizo enojar a Isela, no tanto por lo que la chica de cabello azul
había dicho, sino por cómo se lo había dicho: como si ella misma fuera una de
esas personas ignorantes que tanto odiaba.
-¿Y
tú que sabes de humildad? ¿Sabes qué sería lo único que me haría cambiar de
opinión frente a la gente? La muerte: estar en peligro mortal, enferma de
cáncer, algo así. Saber que pronto se va a acabar mi tiempo en este asqueroso
mundo de mierda. Eso sería lo único que me haría cambiar de opinión…
Isela
se dio la vuelta, dándole la espalda a la chica de cabello azul, sin importarle
si esta le contestaba o si se iba detrás de ella, humillada. Lo segundo sería
preferible…
Sin
embargo, lo que escuchó a sus espaldas era algo en lo que no había pensado. Tal
vez la chica del cabello azul se había intimidado tanto, que estaba tan
nerviosa como para vomitar. Porque ese era el sonido, de arcadas, de alguien
que quiere volver el estómago.
-¡Por
favor, no seas ridícula…!
Isela,
al darse la vuelta para burlarse de la muchacha, no la vio. Sin embargo, sobre
el suelo alfombrado del auditorio, había vómito, algo de color oscuro, casi
negro, con cosas verdes flotando encima.
Olía
asqueroso, como a petróleo y cabello quemado. Isela ni siquiera se acercó más,
no hacía falta: el olor subía, casi se podía ver, como volutas de vapor. Sin
embargo, la chica no estaba. O había salido corriendo, o se estaba escondiendo.
-Si
necesitas ayuda, iré por ella. No tienes que ser tan melodramática, y deja de
esconderte, por el amor de Dios…
La
muchacha se acercó a la gran ventana del auditorio, la cual daba hacía un
terreno baldío, a cuatro pisos más abajo. La abrió con cuidado para poder
ventilar aquel asqueroso aroma.
De
repente, escuchó unos pasos amortiguados detrás de ella, como de alguien que
corre. Pensó rápido, y se dio la vuelta, haciendo que su espalda quedara contra
el filo de la ventana. Medio cuerpo quedó por arriba, con el aire refrescando
su espalda. Hacía ella corría la muchacha del cabello azul, pero ya no era como
la recordaba, ni siquiera con la luz a media intensidad: su cabello y su
apariencia seguía siendo la misma, pero ya no traía lentes. En su rostro se
dibujaban arrugas, como su sus mejillas tuviesen agallas de pescado, que subían
y bajaban con la respiración. En vez de ojos, había dos pequeñas rendijas
negras, sin nada más, como una nariz deforme y demasiado sumida en el cráneo, y
la boca era una rajada recta, de lado a lado, roja, sin dientes, sin expresión.
Aquella
cosa se acercó tanto como podía a Isela, quién había puesto a tiempo las manos
para apartarla, apretando sus pechos con sus manos pálidas.
-¡No,
déjame, vete!-, decía Isela, con miedo en su voz y tratando, con todas sus
fuerzas de apartarse de la cosa esa, dejar espacio entre ellas y correr, lo más
que podía. La revista se le había caído de las manos, y había caído en el
vómito.
La
cosa movió los brazos rápidamente, y apartó las manos de Isela de encima. Se
acercó y puso su horrenda cara de pescado deforme frente a la de ella. Emanaba
un olor desagradable: como a salmuera con un animal muerto dentro.
-Te voy a enseñar a ser humilde, pedazo de
mierda-, croó aquella cosa, con la boca medio abierta, pero sin moverla.
Isela
soltó un grito al escuchar aquella cosa como salida de una alcantarilla, pero
la criatura fue más rápida. Abrió la enorme boca, respirando por aquellas
asquerosas branquias, y le tapó la boca a la muchacha, ahogando su grito en su
propia garganta.
Después,
empezó a comer, mientras Isela seguía consciente. El dolor era inimaginable:
era como si una sierra estuviera dentro de la boca de aquella criatura,
desgarrado su piel y su carne, mientras los restos salían por las agallas, como
si fuese una trituradora o podadora.
Cuando
la criatura acabó con Isela, lo único que quedaba era un cráneo blanco, limpio,
sobre los hombros de la chica muerta. Dejó que el cuerpo cayera en la alfombra,
y tomó el cráneo, arrojándolo por la ventana, hacia el terreno baldío, más
abajo. El cráneo no se rompió: rebotó en la tierra y entre las plantas, marcado
por la muerte, y la desgracia que traía dentro.
La Muerte, aquella
mañana, había reclamado a su primera víctima…
2 comentarios:
Muy buena Luis, pero me cuesta imaginarme a la cosa-muerte-chica, ¿tienes alguna imagen de donde te hayas inspirado?, muy chida la relación de las muertes!
Pues si encuentro una foto te la paso a tu perfil en FB, pero en realidad me inspiré en diferentes elementos que se me hicieron bien en combinar.
Publicar un comentario