A
falta de un mejor apodo, le decían La Sirena. Y todo por su encanto, su soltura
y su forma de enganchar a los hombres. Aunque a primera vista Sirena podía ser
muy guapa, y todo aquel que la mirara caía casi rendido a su belleza, guardaba
un secreto muy íntimo. Sirena era transexual, una mujer atrapada en un cuerpo
con pene y testosterona. Y a pesar de las cirugías y el uso de hormonas, tarde
o temprano todos se daban cuenta. Aterrorizados, con prejuicios más grandes que
su pito, los hombres salían corriendo, insultando y creyéndose más machos que
nunca.
El
orgullo hizo que Sirena buscase excusas y mentiras bien elaboradas para hacer
menos a la gente. Se creía la diva de todo el lugar donde iba, presumía de su
exótica belleza, de su habilidad para cantar y bailar, y hasta de actuar.
Cantaba excepcionalmente bien, y también bailaba con audacia y destreza
(siempre con enormes tacones), pero aún así, muchas cosas eran mentira. Nunca
había grabado un disco, los artistas que conocía o eran inventados o sólo había
sido de paso para la foto. Sus amigos más cercanos, otros transexuales y gente
de la comunidad gay, le aplaudían sus falsos logros. Otros más, sin embargo, no
se tragaban nada de eso.
Una
de esas personas era Joel, uno de los ex amigos de Sirena, quién le había
abandonado y se había excluido personalmente de su club de amigos por simple
modestia. Le asqueaba en gran medida que una persona que sufría de desprecios y
maltratos por sus “parejas” se pavoneara por ahí, dando alardes de cosas que él
sabía que no eran ciertas. Aunque Joel no era malo, tampoco podía decirse que
era un santo. Llevaba planeando algo para que su querida amiga volviera a la
cordura y fuera más sincera consigo misma y con la gente que la rodeaba.
Sin
pensarlo demasiado, Joel planeó bien su siguiente movimiento, esperando que ese
fuera el último. En una de sus noches de ligue por los antros de ambiente, se
encontró con un hombre, quién se hacía llamar Tek, a falta de un nombre real
que, suponía, le costaría algo más que su reputación heterosexual. Platicando
en la barra del bar, Joel ni siquiera se le insinuó: no quería acostarse con
nadie aquella noche.
-Tengo
una amiga, muy bonita, que tal vez te interese.
Tek
escuchaba atento, pero cuando Joel le dio más pistas de su amiga, desistió un
poco.
-No,
con transexuales no me acuesto. Si no vas a querer, mejor ni…
-Oh
no, no es eso. Podríamos quedar en un acuerdo. Verás… esta amiga es un tanto
crecida, ¿me entiendes? Necesita que alguien le dé una lección de humildad. Si
lo haces, bueno, si me ayudas, te daré lo que quieras. ¿Te parece?
Joel
sacó de su bolsillo un fajo de billetes y se los acercó a Tek, quién, antes de
tomarlos, vio como el otro muchacho se los volvía a esconder.
-¿Qué
hay que hacer?
Tek
se acercó a Sirena aquella noche, sin que ella se percatase de que aquel hombre
fuerte y guapo estaba en complicidad con su antiguo mejor amigo. Joel vio todo
desde lejos, hasta que los dos decidieron salir del bar. Lo que pasó fue, hasta
el momento, normal: los dos habían entrado a un motel, y tuvieron sexo hasta
que se cansaron. Sólo Tek sabía que, escondida entre uno de los muebles del
motel, había una cámara…
Hecho
el trabajo, Joel y Tek se fueron a otro motel a celebrar, con más dinero del
que le habían prometido.
Pasó
al menos una semana cuando Joel tenía todo listo para terminar su plan. Sabía que
Tek no era un cliente frecuente del bar, así que no lo vio durante los días que
había frecuentado el establecimiento, siguiendo, quizá, los pasos de Sirena. La
noche del sábado era la elegida para hacerle ver a su querida amiga su suerte.
Mientras
todos bailaban y se lucían en la pista o sobre las mesas, bebiendo y riendo,
Sirena y su grupo de falsos amigos se reían, tal vez, de sus conquistas y de
gente indeseable a sus espaldas. Mientras tanto, Joel y un empleado del bar, a
quien conocía bien (que también aborrecía a Sirena), ponían manos a la obra. El
vídeo de la escena sexual ya estaba guardado en una USB, y sólo faltó que la
conectaran al aparato de sonido y vídeo que ponía a bailar a todos en el
recinto. La música fue interrumpiéndose lentamente, hasta que apareció el
explícito vídeo en todas las pantallas. Algunos lo vieron anonadados, otros no
se dieron cuenta hasta que los gemidos de Sirena se escucharon en los
altavoces, retumbando en las paredes. Y la mayoría de ellos empezaron a reírse,
incluidos los amigos de la protagonista, la cual estaba fuera de sus casillas.
Joel
salió de la cabina de audio, con rostro serio, nada divertido. Se acercó
caminando hasta Sirena, quién al menos le sacaba media cabeza con semejantes
tacones, y se miraron fijamente.
-Tú…
maldita rata-, dijo Sirena, con las palabras atropelladas, como en un susurro.
-Si
así vas a cambiar, prefiero que todos vean lo puta que eres, amiga. Eres una
mentirosa y lo sabes. Te dejo para que aprendas la lección. ¿Ya te diste
cuenta? ¡Se están riendo de ti! ¡Escuchen el canto de la Sirena, la perra
mentirosa!
El
muchacho señaló a todos los amigos de Sirena, quienes se burlaban de ella,
apuntándole con dedos acusadores y sin dejar de ver el vídeo, que mostraba sus
senos falsos saltando sobre un hombre extasiado de placer.
Lo
que siguió a continuación fue traumático y tan rápido, que nadie se atrevió a
hacer nada, sólo ver o gritar. Sirena se quitó del pecho el broche con el que
sostenía su enorme flor de tela sobre el vestido amarillo. Parecía más bien un
cuchillo pequeño. Sin pensarlo dos veces, se abalanzó sobre Joel, quién estaba
de espaldas viendo el vídeo, y se lo clavó en la garganta, con tal fuerza que
más de la mitad del broche se hundió en la carne.
Uno
de los muchachos presentes en el bar aquella noche gritó aterrado, y muchos se
dieron vuelta para contemplar lo que había pasado. Joel se arrodilló, con el
broche encajado en su cuello, sin poder gritar ni hablar. Sirena se agachó y
arrancó el broche con la misma furia con el que lo había encajado. La sangre
empezó a manar del cuello de Joel, quién deseaba con sus últimas fuerzas tapar
la herida, pero sin éxito. El muchacho se desplomó en el charco de su propia
sangre, la cual había salpicado los pies de una de las amigas transexuales de
Sirena, quién no dejaba de gritar como loca.
-¡Muérete,
hijo de perra!-, dijo Sirena, arrodillándose sobre el cuerpo de Joel y
clavándole una y otra vez el broche en el cuello, la espalda, donde cayera.
Fue imposible quitar
a Sirena de encima del cuerpo muerto de Joel, ni siquiera cuando llegó la
policía ella parecía querer reaccionar o cooperar. Su vestido amarillo estaba
manchado de sangre, y parecía una papa frita con mucha cátsup encima. Sirena
parecía ida, como fuera de sí, pero en su cabeza estaba más consciente que
nunca: nadie, nunca más, volvería a hacerle daño otra vez…
2 comentarios:
Muy loca ella jajajajajaja
Jejeje si, es de esas locas que harían cualquier cosa para cuidar su reputación.
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