4.7
-Ríndete
Elizabeth, no podrás con todos. Estás esperando el momento, pero es inútil. Te
concentras más en tus pensamientos que en tu cuerpo-, dijo Vlad, soltando la
horrible cabeza cercenada, la cual dio varias vueltas antes de detenerse en la
pared.
Elizabeth
se vio rodeada de criaturas sedientas, manchadas de sangre y desnudas,
esperando saltar sobre ella para despedazarla. Tenía que ser rápida, y más
fuerte.
Ya lo eres…
Uno
de los vampiros se lanzó hacía ella, pero Elizabeth fue rápida: se agachó antes
de que los brazos de la criatura le tomaran por sorpresa, y con su mano derecha
golpeó el costado del vampiro, el cual soltó un chillido. Fue a parar hasta la
pared, dónde chocó con la cabeza, partiéndose el cuello con un potente
chasquido de huesos.
-¡Puta!-,
gritó una de las vampiresas, corriendo a la misma velocidad que su compañero
caído. Sus pechos rebotaban con cada paso que daba, pero Elizabeth no lo notó
siquiera. Trató de correr, pero dos de los esbirros de Vlad la tomaron de las
piernas, haciéndole caer de bruces. La vampiresa furiosa arremetió contra
Elizabeth, pero esta fue más astuta. Con una sola mano, cortó el aire y alcanzó
a darle a la vampiresa en el vientre.
El
cuerpo de la mujer demonio se partió a la mitad, casi exactamente por encima
del ombligo, y cayó entre los demás vampiros que esperaban su turno para
deshacerse de Elizabeth. La mujer logró quitarse a uno de los vampiros con una
patada, y el otro parecía un molesto chicle en el zapato, que se aferraba con
uñas y dientes. Con la pierna liberada, Elizabeth aplastó la cabeza de la
criatura, la cual explotó y derramó su contenido podrido por todas partes.
El
vampiro que se había quitado de la pierna arremetió contra ella, haciéndola
caer de bruces y colgándose de su espalda como un animal salvaje. Elizabeth se
dio la vuelta lo más rápido que pudo, y apretó fuerte el cuello de su atacante.
Este no podía liberarse, y parecía una especie de gato queriendo escapar de la
mano humana que lo maltrataba. Elizabeth se burló de él con una sonrisa de
satisfacción, y le lanzó hasta una de las ventanas, la cual se quebró. La
criatura cayó hasta uno de los callejones, aunque nadie pudo ver si había
muerto o no.
-¿Qué
esperan, miserables ratas? ¡Acaben con ella!-, gritó Vlad, apartándose de la
escena de la pelea, para ver desde lejos lo que sus criaturas podían hacer.
Los
vampiros no esperaron más, y se lanzaron como una jauría de perros contra una
liebre casi indefensa. Elizabeth corrió hasta el centro de la oficina, donde se
levantaban las estacas con cuerpos atravesados. Tomó una desde la base y la
arrancó del piso de la oficina. Quitó de una patada el cuerpo, sacándolo como
si fuera un pedazo de carne de una brocheta, y tomó la enorme estaca como arma.
Las criaturas ni siquiera bajaron la guardia, y se lanzaron con todo lo que
tenían.
Dos
de ellos fueron lanzados contra las paredes y uno más también cayó a través de
una ventana. Una vampiresa furiosa, con el cabello rubio lleno de sangre
pegajosa se quedó clavada en la estaca, atravesada exactamente entre los dos
pechos. Otro de los vampiros soltó un chillido, pero fue embestido por la
estaca y el cadáver que colgaba precariamente de ella. Ambos chocaron contra
una mesa abandonada en el extremo del recinto.
Solo
quedaban tres vampiros y una vampiresa. Los cuatro le rodeaban desde distintas
direcciones, pero si no los podía ver, Elizabeth alcanzaba a escucharlos, a
través de su respiración o sus pasos sobre el suelo lleno de sangre.
El
primer vampiro se lanzó contra ella, pero Elizabeth blandió la estaca como si
fuera una espada, y la clavó directo en la pelvis del monstruo, el cual seguía
retorciéndose. Otro vampiro hizo lo mismo, sólo que este quedó clavado en el
hombro derecho. La vampiresa sufrió el mismo destino, sólo que esta fue atravesada
bajo el vientre, quedando parte de su aparato reproductor fuera del cuerpo.
-No
lograrás escapar de mí, zorra idiota-, dijo el último vampiro de pie, quién se
lanzó para atacar a Elizabeth frente a frente. La mujer se dio cuenta que su
estaca no podría con otro cuerpo, así que la arrojó al suelo y esperó la
embestida de su atacante. Sintió el golpe en sus hombros y sus pies se
arrastraron unos cuantos metros por el impulso del impacto. La criatura acercó
su hocico de dientes afilados hasta su cabeza, pero Elizabeth buscó el punto
más vulnerable. Tomó con ambas manos el cuello del vampiro y lo apretó sin
compasión, mientras la criatura se retorcía. De un solo mordisco, la mujer le
arrancó un gran pedazo del cuello, dejando que su cabeza cayera por sí sola hasta
sus pies. Arrojó el cuerpo hasta uno de los extremos de la oficina, y luego
caminó hasta donde estaba la estaca con los tres vampiros clavados.
La
mujer había muerto, pero los otros dos seguían con vida. Elizabeth puso la
estaca verticalmente, mirando a Vlad frente a frente, como desafiando su
presencia y autoridad.
-No
voy a dejar que lo hagas…
-¿El
qué?
La
pregunta desafiante se Vlad hizo que Elizabeth tomara de uno de los tobillos
del cuerpo muerto de la vampiresa, y lo extrajera de la estaca, desparramando
su contenido.
-Sé
que deseas aparearte conmigo. No voy a dejar que condenes a las personas a un
destino peor que la muerte.
Elizabeth
tomó con cuidado el cabello del vampiro que estaba clavado del hombro, y se la
arrancó de tajo, dejando su cuerpo temblar con los últimos estertores de la
muerte. El otro vampiro soltó un chillido de miedo.
-No
lo hago por los humanos, Elizabeth. Estamos desapareciendo. Los vampiros que
mataste eran unos cuantos que apenas sobreviven en todo el mundo. Son débiles,
y cuando ingieren sangre enferma pueden morir. Nosotros dos no: hemos vivido
más que ellos, y estamos mejor adaptados. Tienes que aceptarlo.
Elizabeth
parecía no escuchar a Vlad. Metió la punta de su bota en la boca del vampiro
que quedaba vivo en la estaca, y de un solo empujón le arrancó todo lo que
había arriba de la mandíbula, dejando su lengua colgando de media dentadura.
Dejó caer la estaca, sin más remordimiento.
-Ya
no quedan más. Faltarías tú, por supuesto.
Vlad
le miró desde el otro extremo de la oficina. Podía ver sus ojos llenos de
furia, y su mente: estaba dispuesta a matarlo a cualquier costo. Su instinto le
hubiese indicado que huyera, pero no iba a doblegarse ante una mujer.
-Te
gustaba, no puedes negarlo. Te gustaba estar conmigo, sentirte bien y disfrutar
de nuestros excesos. Ahora ven, y vuelve a disfrutar como antes.
Las
palabras le llegaban como de otra dimensión. El mundo de Elizabeth empezó a
distorsionarse. La voz de Vlad era encantadora, y no había duda de que la
estaba orillando a sentirse excitada. Sin pensarlo dos veces, la mujer empezó a
desprenderse de la ropa, hasta que quedó desnuda. Soltaba pequeños gemidos de
placer, y no podía siquiera moverse.
Vlad
se colocó al instante detrás de ella, y pasó sus dedos por su espalda,
acariciándola a todo lo largo y ancho. Ella no podía impedirlo. Estaba atada a
su poder, y se dejaría llevar hasta las últimas consecuencias.
-Eres
mía, siempre lo fuiste, para esto te hice lo que eres. Que belleza…
El
placer que sentía Vlad por Elizabeth en ese momento le hizo sentir una erección
potente. Ese único momento fue clave para que Elizabeth volviera a tomar el
control. Sabía lo que iba a pasar a continuación: el vampyr macho le daría una mordida a su hembra en la columna
vertebral, inyectado una hormona especial que la dejaría a merced de él, para
que no le atacara mientras copulaban. Sintió el aliento cálido de Vlad en su
cuello, cerca de la base del cuello, pero fue rápida. No tenía que dudar, o no
resultaría.
Vlad
se detuvo repentinamente, sintiendo que su cuerpo no le reaccionaba. Una fuerza
más allá de sus instintos le detenía. Con una mano, Elizabeth podía
controlarlo, pero sin tocarlo. Su poder había vuelto, esta vez, potenciado por
el propio poder mental de él.
-Suéltame…-,
dijo Vlad, antes de que su boca se trabara. Ella se dio la vuelta, y le miró de
frente, sin soltar el “puente” de poder entre ella y su quijada.
-Podría
matarte en este instante. Arrancarte la lengua y luego sacarte el cerebro, y
sin tocarte siquiera. Dame una buena razón para no hacerlo.
Vlad
sintió la fuerza mental de Elizabeth en su cuello, la cual le apretaba sin
hacerle mucho daño. Le quería vivo.
-Quieres
tenerme. No puedes vivir sin mí, y mi fuerza. Me amas…
Elizabeth
se acercó, sin dejar de apretar. Le miró directamente a los ojos, y le acarició
una mejilla. Él ni siquiera sonrió.
-No
te amo, Vlad. Y ya me cansé de que me llames Elizabeth. Soy Erzsébet Báthory, y
no por nada me decían la Condesa Sangrienta.
Vlad
sintió miedo de verdad esta vez. Erzsébet empleó su fuerza con ambas manos, y
pudo sentir el interior del vampyr. Vlad
se retorcía de dolor, y su cuerpo parecía expandirse, como si cuatro caballos
invisibles le jalaran en todas direcciones. Con un último estallido de fuerza, Erzsébet
destrozó a Vlad, haciendo que su vientre explotara y sus miembros saltaran por
los aires. La cabeza, con aquel rictus de dolor inexpresivo, salió rodando
hacía sus pies.
Con
el rostro manchado de sangre, Erzsébet ni siquiera vio el desastre que había
causado. Tomó su ropa, y se vistió de nuevo, entre el silencio más solemne que
escucharía aquel día.
Salió
por las escaleras de servicio, pero al llegar hasta el primer piso, algo le
impidió continuar. Toda la estancia estaba cubierta en llamas. Al parecer, todo
el piso había sufrido un incendio, y las pocas personas que aún quedaban dentro
trataban de salir corriendo por la puerta de servicio. Uno de ellos, incluso,
llevaba entre sus manos una enorme cabeza de extraterrestre falsa.
Erzsébet
los siguió, sin llamar demasiado la atención. Cuando estuvo a salvo en el frío
callejón a un lado del edificio, salió corriendo hacía el otro lado, para
rodear el recinto y salir por el otro lado de la avenida, camuflándose con la
gente que ya había llegado hasta ahí para ver el desastre. Tal vez el edificio
colapsaría, y si no, pronto encontrarían una verdadera masacre en el tercer
piso. Las llamas lamían cada vez más alto el edificio, haciendo reventar las
ventanas y emanando un calor infernal incomparable.
Erzsébet
tenía que salir de ahí. Justo del otro lado de la calle, en la esquina, salió
una chica, bonita y con un vestido muy elegante, confundida por lo que estaba
pasando, o tal vez ebria. Se acercó a ella lentamente, sin disimular que tenía
sangre en la cara.
-Disculpa,
¿podrías ayudarme? Estaba en el edificio y creo que me acabo de herir en la
cabeza-, dijo Erzsébet, con un tono muy falso, pero creíble. La chica le miró
un poco asustada, pero se acercó para revisarle la cara y la cabeza.
-Dios,
que horrible. Vamos al hospital, iba para allá, me duele una de mis piernas.
También escapé de ese lugar-, dijo la chica desconocida. Erzsébet notó un tono
de mentira en su voz, pero no dijo nada.
-¿Cómo
te llamas?-, preguntó la desconocida.
-
Erzsébet, vengo de Hungría.
La
muchacha le ofreció la mano.
-Alicia.
Vivo aquí en la ciudad. Vamos, tenemos que encontrar un taxi.
Encontraron
uno aparcado en la esquina, a dos cuadras antes de llegar a Central Park. El
conductor era un joven rastafari, de rastas y barba rala, que iba escuchando
música hippie. Sin pensarlo más, Erzsébet y Alicia se subieron.
-¿A
dónde van?-, dijo el conductor, sin siquiera mirarles en el espejo retrovisor.
-Al
hospital más cercano por favor.
El
muchacho asintió, manejando derecho por la calle atestada de autos. Avanzaba
algunos metros, pero volvía a detenerse. La música cambió a una tonada más
lenta. White Rabbit, de Jefferson
Airplane.
Erzsébet
sintió su boca seca, y escuchaba atenta lo que pasaba a su alrededor. Puso
atención en la música, y en un incesante retumbar que llegaba de algún lugar
cerca de ella. Miró a su izquierda, y le llegó, junto con ese sonido
implacable, el dulce aroma de la sangre. Alicia estaba nerviosa, lo podía oler
y escuchar, porque su sangre le llamaba.
-Perdóname-,
dijo Erzsébet, sintiéndose cada vez más ansiosa.
La
muchacha le miró, extrañada.
-No
entiendo, ¿por qué habría de perdonarte…?
Erzsébet
se relamió los labios, esperando el momento justo.
-Porque
tengo mucha hambre.
Nadie
escuchó los gritos al interior del auto. Y el tráfico no avanzaba.
Sadomasoquismo:
Conducta sexual que implica dolor físico y juegos de
dominación.