Primera Parte
Gregomulcia:
Mi amado asesino…
1.1
La
muchacha que vemos aquí se llama Esther. Alta, de figura esbelta y cabello negro
largo, lacio y sedoso. Sus hermosos ojos azules escudriñan a través de la
oscuridad, pero parece estar completamente sola. ¿Por qué? El misterioso
muchacho que la ha invitado a salir le ha citado aquí mismo, el cruce de las
escaleras que llevan al edificio principal de la universidad. Esther no tiene
miedo, ya que el campus es uno de los lugares más seguros dónde ha estado:
incluso pasan un par de chicas caminando, con libros en las manos y las
mochilas colgando en la espalda.
Sólo
está nerviosa, eso es todo.
Haber
dado con este muchacho a través del chat de la Universidad, y sobre todo,
concretar una cita a ciegas, eran dos de las ideas más estúpidas que Esther
tenía de ella misma en ese momento. Había tenido dos novios, todos ellos
patanes que sólo querían conseguir de ella una noche de placer, y a pesar de
todo, no desistía en encontrar al chico especial algún día. Pero hacerlo de
esta manera la hacía sentir fácil e idiota, como una niña caprichosa que desea
algo tan ansiosamente que no se detiene a pensarlo siquiera.
-Disculpa,
¿tú eres Esther?-, dijo de repente una voz detrás de ella. Se escuchaba
infantil, como la de un puberto. Pero definitivamente ella sabía que había
llegado.
Cerró
los ojos, sin estremecerse ni alterarse, sonriendo sólo para sí misma. Volteó
rápidamente, pero antes de contestar con un “Sí” alegre y nervioso, se detuvo,
componiendo un rostro de confusión y miedo. Estaba segura de que alguien había
preguntado por su nombre, pero ese alguien ya no estaba ahí. Miró hacía los
costados, pero no había nadie, ni en las escaleras que subían ni en las que
bajaban a los jardines.
-¿Hola?-,
dijo ella en voz baja y trémula, como si el mismo viento fuera a contestarle.
Un sonido le hizo saltar. En uno de los postes de alumbrado, estaba empotrada
una bocina, la cual se encontraba conectada a la radio de la Universidad, donde
se transmitía música durante la noche. En esta ocasión, sonaba The Flower Duet, de Delibes. A esas
horas de la noche, y con semejante música, a Esther le dio miedo. Sentía que había
algo detrás de ella, algo que no lograba comprender. Si no había escuchado su
nombre, ¿por qué se lo había imaginado? Tal vez su imaginación le había jugado
una mala pasada, pero no estaba segura. Había sido tan real…
-Aquí-,
dijo la voz, esta vez más clara que antes, detrás de ella. La muchacha dio la
vuelta, sólo para sentir la fuerte bofetada sobre su mejilla derecha. Del
impacto, Esther cayó al suelo empedrado de las escaleras, raspándose una
rodilla y empapando de sangre sus medias. La minifalda se le levantó un poco,
dejando ver su ropa interior. Pudo incorporarse como pudo, con la mano
cubriendo su mejilla y con los ojos abiertos de miedo.
Frente
a ella estaba alguien, vestido con una sotana negra con rayas rojas alrededor
del vuelo, como una especie de carpa de circo tétrica. Sobre la cabeza se
levantaba una capucha, y en la cara llevaba una máscara, completamente pintada de rojo
carmín brillante. Las manos iban enguantadas, y una de ellas, la izquierda,
llevaba un enorme cuchillo serrado. Aquella persona disfrazada se acercó a
Esther, y aunque ella quería impedirlo a toda costa, soltando patadas con sus
zapatillas negras y dando manotazos al aire, la tomó de una muñeca, se la torció
un poco, y movió la mano que tenía el cuchillo.
Esther
sintió los cortes en su palma libre, sus brazos y en sus piernas, incluso uno
que le dejó un feo corte en la mejilla rosada por la bofetada. El cuchillo se
movió una vez más, y esta vez, se clavó en el cuello de la muchacha. Esther no
pudo gritar, y si lo logró, las voces de las sopranos de Delibes callaron su
último aliento. Se estaba ahogando con su sangre, y sentía el filo de aquella
arma rasgándole de extremo a extremo la garganta. Aquella persona era fuerte, y
no le costó trabajo cortar de tajo todo el cuello de la chica, antes de dejarla
caer boca arriba, con su propia sangre salpicándole la ropa, entrando en su
escote, manchando sus piernas descubiertas y la braga blanca.
La
miró durante un momento, mientras se le iba
la vida y se formaba un enorme charco de sangre caliente a su alrededor.
Se fue sin decir palabra, caminando rápida y silenciosamente entre los árboles
de los jardines.
Si
al menos estuviera viva en ese momento, Esther lo hubiera comprendido al
instante: esa había sido, sin duda, la situación más jodida de su vida…
3 comentarios:
Qué bonito !, me gustó amigo, es lindo empezar el mes del desamor con rojo escarlata
Woow pobre chica!! Como que tachare la cita a ciegas de mi lista de cosas que me faltan por hacer!!😲😲
Gracias por el comentario de apoyo Azahena, siempre dispuestos a hacerlo bien. Sharon, no es malo una cita a ciegas, solo hay que tener precaución. Lo demás será diversión y podrás conocer gente muy linda, te lo aseguro.
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