1.4
Sara
no pudo dormir. Se despertaba de repente, creyendo haber sentido que a su lado
dormía alguien, aquella persona que la vigilaba, y con aquella voz metálica que
le susurraba cosas terribles al oído. Se sentía estúpida y prefirió haber
colgado en ese momento que haber tratado de averiguar de quién se trataba. Era
obvio que no lo iba a conseguir tan fácil. El misterioso individuo al otro lado
del teléfono le había dado dos opciones: Isaac era un completo patán, pero era
guapo. Y Javier era un buen ser humano, a pesar de sus defectos. Pero no creía
que alguno de ellos fuera un homicida. Se quedó dándole vueltas a ese tema en
la cabeza durante bastante tiempo, hasta que se durmió. Soñó que corría en un
callejón, y que algo la perseguía, pero no podía ver que era…
Al
otro día, se apresuró para salir de sus clases por la mañana, y se encaminó
hacia la Facultad de Medicina. Esperaría a Javier en los jardines fuera del
edificio, tal vez sentada y leyendo aquellos temas que no entendía aún. Sin
embargo, aún seguía pensando en la llamada, y en el miedo que sentía.
Sara
tuvo que esperar quince minutos hasta que pudo ver a Javier saliendo del
edificio. Este la saludó con su enorme mano a lo lejos, y ella se levantó del
césped para ir con él, con paso ligero pero constante. Al llegar hasta él, se
limitó a mirar hacia arriba (Javier en verdad era muy alto), y sonreírle.
-Hola
grandullón. ¿Listo para comer un helado?
Javier
soltó una carcajada.
-Claro.
Pero con una condición…
Ahí va, se
dijo a sí misma Sara, pensando que podría pedirle cualquier cosa. A pesar de
todo lo que había pasado la noche anterior, tenía que estar tranquila, fingir…
-Que
yo sea quién pague.
La
muchacha asintió, y agarrada del enorme brazo de su compañero, caminaron hacía
la heladería.
El
enorme muchacho disfrutaba de su helado de grosella, y ella se conformó con una
paleta de limón, porque hacía algo de calor. Platicaron de muchas cosas
sentados en una banca de un parque cercano: su vida en la universidad, sus
planes para después de sus respectivas graduaciones, la música que escuchaban y
hasta de sus animales favoritos. No faltaron los chistes y las anécdotas
tristes, y a pesar de todo, ninguno de los dos se aburrió.
-Me
habías dicho que hoy tenías un compromiso en la noche. ¿Vas a alguna fiesta?
Sara
asintió, mordiendo el último pedazo de su paleta. Pudo hablar mientras este se
deshacía sobre su lengua.
-Sí.
Un amigo, mejor dicho, un vecino del edificio donde vivo me invitó. Tal vez me
aburra pronto y me vaya temprano, la verdad no conozco a sus amigos. Aunque, a
decir verdad, no creo que vaya a ser el mejor momento del día…
Javier
casi se atraganta con el barquillo de su helado a medio comer. Trató de
disimular aquel momento bochornoso, pero hasta Sara parecía divertida, porque
compuso una leve y sencilla sonrisa en su rostro. Él también le sonrió, aunque
tardó un poco en notarse tranquilo, después de limpiarse la boca con la
servilleta.
-Eso
fue lindo, creo. Gracias, de verdad gracias por estar conmigo. Me quité un buen
peso de encima con todos los exámenes que hemos tenido.
Sara
puso su mano sobre la de él, y Javier ni siquiera intentó quitarla.
-Eres
un muchacho amable. Quería darte las gracias por todos los saludos que me has
hecho en la biblioteca. Creo que tengo que irme…
La
muchacha se levantó y se puso el morral al hombro. Se acercó a Javier, y le dio
un tierno beso en la mejilla, casi tocándole los labios.
-Nos
vemos después, grandullón. Cuídate, y gracias por la paleta.
-No…
no hay de qué.
Sara
salió caminando, tranquila y sonriente. Y en ese momento, todo lo demás se le
había olvidado.
El
viaje en metro de regreso a su departamento significó su último trayecto de ese
día, y tendría que disfrutarlo bastante. Se volvió a colar con todos los
hombres en el último vagón, y esta vez tuvo que llamar más la atención. Esta
vez, el afortunado había sido un enorme hombre que parecía trabajar en la
construcción, con su ropa de mezclilla y enormes botas de trabajo. Sin que le
vieran, el hombre metió una de sus enormes manos en el pantalón de la muchacha,
tocándole las nalgas y bajando poco a poco hasta su vulva.
La
punta de sus dedos callosos le hacía sentir maravillas, e incluso el hombre
sintió como un líquido espeso y caliente le lubricaba los dedos. En el momento
justo, cuando el hombre sintió que debía masturbarla, Sara se bajó del vagón
como pudo. Esta vez, le había dejado con ganas, pero no le importaba.
Durante
la tarde se dio tiempo para bañarse y arreglarse, y antes de las 8, fue a tocar
la puerta de Isaac. Este le recibió, vestido con un pantalón elegante, zapatos
negros y una camisa blanca que marcaba cada músculo de su cuerpo. De verdad se
veía lindo, y ella no tardó en sonrojarse.
-Vaya,
pensé que no ibas a ir. Espera, voy por las llaves.
Sara
tuvo que esperar en el pasillo a que Isaac volviera a salir. Llevaba un hermoso
vestido negro, que le llegaba hasta la mitad de las rodillas, además de
zapatillas de tacón alto y una especie de suéter que sólo le tapaba los
hombros. Su acompañante salió del departamento, y después de meter sus llaves
en el bolsillo, ambos caminaron hacía el estacionamiento del edificio, donde él
tenía su coche aparcado, un deportivo de color blanco. Sara pensó que Isaac
actuaría de otra manera frente a ella, pero le sorprendió ver que incluso le
abría la puerta del auto, antes de que él se subiera.
Todo
un caballero…
Isaac
le llevó a un antro, lleno de luces, mesas por doquier y una enorme pista de
baile en el centro. Le presentó a dos de sus amigos del equipo de futbol,
quienes iban acompañados de sus novias, rubias exuberantes que bebían demasiado
y sonreían a cada cosa que se les decía. Era claro que Sara no se sentía cómoda
ahí, como si fuera una extraña. Ni siquiera por una de las amigas que una de
las rubias había llevado, una joven extranjera de cabello negro que se presentó
como Elizabeth Basare, un poco reservada, pero interesante.
Todos
se dispusieron para salir a bailar a la pista. Se había puesto interesante,
porque uno de los amigotes de Isaac bailaba con su novia y con Elizabeth al
mismo tiempo, y las muchachas, ya fuera por la bebida o por otra cosa, parecían
disfrutarlo bastante. Sara sólo podía observar, pero no decía nada: Isaac
bailaba también muy cerca de ella, y varias personas empezaron a rodearlos.
-¿Te
gusta?-, exclamó el muchacho.
-¡¿Qué?!-,
gritó ella más fuerte; no podía escuchar nada y estaba sintiéndose algo
mareada.
-¿TE
GUSTA LA MÚSICA?
-¡UN
POCO!
De
repente, un muchacho borracho que pasaba por ahí golpeó a Sara de costado,
haciendo que esta también se desorientara y se mezclara entre otro grupo de
chicos y chicas a los que no conocía. Nadie parecía hacerle caso, y ella había
dejado de bailar. El lugar estaba oscuro, y las luces estroboscópicas no le
ayudaban en nada. Sentía los cuerpos de otras personas a su lado, y ella
trataba de mirar hacia arriba o a los lados por si lograba dar de nuevo con
Isaac. Gritó su nombre, pero nada funcionó.
Llegó
hasta uno de los extremos de la pista, donde estaba una pared gris y lisa.
Trató de buscar un escalón o algo donde poder ver mejor, pero no había nada.
Alcanzó a ver a Elizabeth bailando con la novia del amigo de Isaac. Su novio no
estaba por ninguna parte, y el baile, erótico al extremo, incluía un apasionado
beso en el cuello. Después, ambas se volvieron a perder de vista. Sara pensó
que tal vez estaba cerca de Isaac si caminaba hacía ahí.
Sin
embargo, algo la detuvo. Sintió un fuerte golpe en medio de los pechos, que la
hizo golpearse en la pared con toda la espalda. Quiso gritar, pero sintió unas
manos enguantadas cerrándose alrededor de su garganta.
Frente
a Sara estaba una persona, enfundada en un atuendo negro y con máscara de color
rojo. Parecía que la mirara con aquellos ojos negros sin expresión, y sabía que
debajo de aquel rostro falso se encontraba el asesino. Volvió a pensar en
aquello que la mortificaba durante la noche pasada: ¿Isaac o Javier? ¿Quién de
los dos se escondía bajo aquella apariencia?
-Su…
suéltam… suéltame…-, decía Sara, tratando de no tragarse su lengua, e
intentando respirar una vez más.
El
asesino acercó su rostro a la oreja de la muchacha, lastimándola cuando intentó
darle vuelta para que ella pudiera escucharla mejor. Era la misma voz metálica
y fría, y a pesar de susurrar, en aquel escándalo alcanzó a escucharle bien una
sola palabra:
-Sophista…
Dejó
libre la mano derecha para sacar, de entre su ropa oscura, una enorme daga.
Esta resplandeció con las luces de la música, y la levantó justo por encima de
la cabeza de Sara, quien tenía los ojos muy abiertos y la piel cada vez más
azulada. Necesitaba respirar, si no para salvar su vida, al menos para gritar
antes de morir.
Con
un último intento, Sara levantó una de sus manos, golpeando al asesino en el
vientre, y haciendo que éste soltara la daga. Sin pensarlo, la muchacha corrió
de nuevo hacía la gente, perdiéndose lo mejor que pudo entre la multitud, a
quién de nuevo le importaba poco lo que ella hiciera. Cuando llegó al centro de
la pista, se detuvo para buscar la salida.
De
repente, sintió que alguien la jalaba del brazo, y gritó con todas sus fuerzas.
Isaac la sacudió un poco, viendo que Sara estaba histérica y no podía
controlarse.
-¡TRANQUILA,
VAMOS! ¿QUÉ PASA…?
Sara
dejó de gritar, pero miró a Isaac a los ojos. Estaba confundida, y las lágrimas
se le agolparon en los ojos como si quisieran inundar su mirada. El asesino
estaba ahí, y tal vez, frente a ella en ese momento. Se soltó como pudo de la
mano fuerte de Isaac y le gritó:
-¡ALÉJATE
DE MI, MALDITO…!
Pero no pudo acabar
la frase, porque en ese instante, la muchacha echó a correr. Sin pensarlo
demasiado, vio la salida y salió disparada hacía ahí, llorando de miedo. Tenía
que esconderse…
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