Music

lunes, 23 de febrero de 2015

Alorgasmia: Cuento 3, Capítulo 6 (+18)



3.6

Lynda Ileman podía fingir muy bien que su vida estaba yendo de maravilla. Su esposo era abogado en una importante firma. Su hijo era un muchacho popular, guapo e inteligente. Sin embargo, los rumores llegaban rápido.
Una empleada del edificio dónde su esposo trabajaba era también una de sus mejores amigas. Prácticamente, la empleada vivía en la misma calle, y Lynda la visitaba con frecuencia para platicar de los últimos chismes de la oficina. Sin embargo, un martes particularmente soleado, su amiga le contó algo que a Lynda le hizo sentir que su vida se había terminado.
Su esposo y su hijo mantenían una relación homosexual incestuosa. Los había visto de lejos, la noche pasada mientras ella bajaba por las escaleras justo hasta el tercer piso. Cerca de la puerta de los baños, vio como ambos se tomaban de las manos, acercándose poco a poco, y se daban un beso apasionado.
Lynda confiaba totalmente en las palabras de su amiga. Tanto así, que planeó bien su siguiente paso. Fingiría demencia, siguiéndole el juego a ambos sin que ellos se dieran cuenta de nada, como si en realidad aquello no estuviera pasando. Contactó a un abogado a las afueras de la ciudad, dando un nombre falso para así continuar con el proceso. Si su esposo e hijo estaban en un asunto de tal magnitud, Lynda no dudaría en acabar con sus perversiones, y de paso, tener la mayor parte del capital de su marido para ella sola.
Habló con su esposo, diciéndole que pasaría una semana fuera de casa, porque iría a visitar a sus padres. Había sido una mentira efectiva, aunque ella sabía que a él le convenía: pasaría siete días a solas con su hijo, haciendo quién sabe qué cosas. Lynda se mantuvo incólume, pensando en el dinero más allá de todo lo demás. No dejaría que ningún otro evento negativo le arruinara su futura felicidad, y la ruina de aquellos dos que habían pretendido ser su familia.
Cuando Lynda partió de casa, ni siquiera se dirigió al aeropuerto para ir con sus padres. Tomó un taxi, el cual la dejó en la estación de autobuses, viajando a un pueblo en específico, donde ella y el abogado planearían mejor su siguiente movimiento, apartados de todo y con total discreción. Para ella, el abogado sería un paso más para convertirse en una mujer libre y rica. Para él, ella era sólo Melinda, una mujer despechada.

Lynda Ileman era Melinda. Y Melinda era Lynda. Pero Melinda recordó al instante lo que la había llevado hasta ese punto. Thomas Abernathy. Aquella aberrante necesidad de sexo y de placer le había llevado a recordar su antigua vida, y estaba ahí, frente a un hombre que no era quién decía ser.
Melinda vestía elegantemente, como un ama de casa rica y sin preocupaciones. Detrás del escritorio ya no había criaturas, sino un hombre muy bien vestido, con el cabello peinado para atrás muy relamido. Le reconoció al instante: era Marco, su abogado.
-Está de acuerdo que lo que su esposo y su hijo hacen está contra las leyes, y está penado al extremo. Señora Ileman, vamos a hundirlos, si eso es lo que en verdad desea.
-Marco…
-¿Dígame, señora Ileman?
Marco parecía extrañado, y Melinda asustada.
-¿Dónde estamos?
El abogado soltó una risita. Su clienta, o de verdad estaba muy confundida, o era tonta.
-Señora Ileman, estamos en el hotel donde acordamos.
-No entiendes, ¿verdad? Marco, tenemos que salir de aquí.
Melinda se levantó de la silla que ocupaba en aquella lujosa habitación de un hotel en un pueblo remoto. Marco la miró preocupado. Si su clienta entraba en un ataque de histeria, le sería complicado salir de esa. Todo se estaba haciendo con la más absoluta discreción, y lo último que deseaba era una loca más en su archivo.
-No la entiendo, señora Ileman. Tenemos que…
-No, no tenemos nada, Marco. Entiéndeme, por favor. Alguien nos está siguiendo, están jugando con nuestras mentes. Eres mi esposo, ¿ya no lo recuerdas?
-Creo que se confunde. Usted es Melinda Ileman y yo…
-¡Basta, por favor! Vámonos y puedo explicarte. No estamos seguros aquí.
Llena de coraje, Melinda agarró la silla y la arrojó al suelo con violencia, haciendo que Marco pegara un brinco en su propio asiento.
-Tranquilícese por favor. Sé que todo este asunto la pone de nervios, pero es necesario mantener la cabeza fría. Conozco a alguien que puede ayudarnos, y le traje para poder continuar con el proceso. Está en una de las habitaciones de abajo, voy por él.
El abogado se levantó, alisándose su traje, y salió de la habitación, caminando tranquilamente. Melinda se sentó en su silla, sintiendo el calor que su trasero había dejado antes de que ella le sustituyera. Estaba cansada: parecía como si la hubiesen obligado a correr durante días, hasta el punto de no saber dónde estaba ni lo que estaba haciendo. Y a pesar de eso, sentía la horrible necesidad de meterse algo en la vagina, antes que nada pasara.
Escuchó cuando la puerta de la habitación volvió a abrirse. Esta vez, Marco venía escoltado por dos personas, si es que ese término les quedaba. Eran las mismas criaturas de la habitación, aquellas que hablaban en un idioma que nadie más había comprendido jamás. Sus delgados cuerpos casi descarnados, con piel pálida, sus enormes cabezas y sus ojos alargados, negros como la misma profundidad del espacio. Melinda se levantó al instante, y tomó de la mesa la lámpara de noche, blandiéndola como una espada.
Marco llevaba en las manos una especie de caja o algún aparato cubierto con una tela de color azul oscuro. La criatura a su derecha se acerco a la mujer, y al intentar agarrarla con aquellos dedos alargados y casi muertos, Melinda le propinó un golpe con la base de la lámpara en la enorme cabeza. Un trozo de piel se cayó de la criatura, como si esta estuviera hecha de vidrio. En su interior moraba una cosa más horrible, indescriptible, algo que reptaba y movía sus partes viscosas dentro de su cuerpo provisional.
-¿Qué quieren de mí? ¡Déjenme en paz!
Marco habló por las criaturas, que sólo parecían murmurar consigo mismas.
-Vamos Melinda, mi amor. Sabías que todo esto iba a llegar algún día. El trato fue hecho, y ganamos. Tenemos tu cuerpo, y tu mente. Mira…
Con una mano, la criatura a la izquierda quitó la tela de encima de aquella caja. Tenía las paredes transparentes, como de plástico reforzado. Y dentro, encerrado, había un ser, con la forma de un bebé, pero viscoso, de un color gris apagado. Sus ojos negros miraban enloquecidamente a todas partes, buscando algo con qué alimentarse. Su boca, repleta de miles de dientes afilados, babeaba y mordía la caja sin éxito. Melinda gritó aterrada, con las uñas de sus manos encajadas en las mejillas. El terror más indescriptible de su vida hecho realidad.
Había sido violada por seres del espacio, tomando la forma de un hombre guapo, y dominando su mente, hasta que al final logró concebir aquella cosa. Melinda, Lynda, como sea que se llamara, había dado a luz a un monstruo, el cual le apuntaba con su lengua mordaz y afilada como una cuchilla, buscando carne y sangre para alimentarse.

0 comentarios:

Publicar un comentario

 
Licencia Creative Commons
Homicidio Mexicano por Luis Zaldivar se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 3.0 Unported.
Basada en una obra en http://letritayletrota1989.blogspot.mx/2012/09/homicidio-mexicano-luis-zaldivar-para.html.
Permisos que vayan más allá de lo cubierto por esta licencia pueden encontrarse en http://letritayletrota1989.blogspot.mx/2012/09/homicidio-mexicano-luis-zaldivar-para.html.