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domingo, 22 de febrero de 2015

Patrilagnia: Cuento 2, Capítulo 6 (+18)



2.6

Fue cómo en un suspiro o un parpadeo. Travis había visto la silla moverse, sin nadie quién lo hiciera, y en un momento después, un instante casi invisible, ahí estaba, sentado en la misma silla, mirándole.
Era tal como le había dicho Shawn: un albino delgado, de ojos rosas, con una túnica blanca envolviendo parte de su cuerpo, descalzo y con un par de enormes alas que, en ese momento, parecían mecerse por un viento sobrenatural, con hermosas plumas que brillaban con cada movimiento. Tenía cuatro dedos en cada extremidad, y en la mano derecha sostenía un arco, recargado de manera horizontal sobre su rodilla. En la mano izquierda, sus dedos se cerraban alrededor de una flecha de metal plomizo.
-Lamento aparecer en estas circunstancias, Travis Ileman. Pero es necesario. Siéntate por favor.
Con un ademán de su mano derecha, dejando un momento el arco en su pierna, hizo que otra de las sillas del comedor viajara directo hasta donde estaba Travis. Chocó contra su pierna. La tomó, y se sentó, con una pierna a cada lado, y las manos sobre el respaldo, como si montara un caballo de madera.
-¿Quién o qué eres?-, dijo Travis, mirando a su incómodo invitado a los ojos. Este ni siquiera se inmutó: los humanos no le causaban temor.
-Todos saben quién soy. Eres la primera persona que me lo pregunta. Creo que es obvio, cuando me ves por primera vez.
-Pero no deberías hacer esto. Mi hijo casi muere.
La criatura sonrió. Su rostro, a pesar de su palidez y de aquellos voraces ojos, era hermoso, en cualquier pose y demostrando cualquier emoción.
-Hay una cosa que debes aprender. No sólo me dedico a viajar por el mundo, buscando el amor verdadero y dándole a cada quién su flecha de oro y bronce. No todos se la merecen. Para eso existe esta belleza-, dijo, mientras le mostraba a Travis la flecha de plomo, haciéndola girar entre sus dedos.
-Yo amo a mi hijo. Pensé que iba a morir, lo llevé hasta el hospital, y haría cualquier cosa por protegerlo.
El rostro de la criatura ahora era de pura burla.
-No, Travis Ileman. No te confundas: el muchacho podrá ser tu hijo pero no lo amas. Eres su padre, y el amor que sientes por él en ese sentido es algo natural, algo con lo que no puedo lidiar. Este “amor”, como le llamas tú, es algo enfermizo. A ambos los atrae el morbo y la lujuria antes que el amor verdadero. Lo que están haciendo es una aberración a todas las leyes que yo mismo me he dignado en concebir a través de miles de años…
La voz de la criatura era dulce, pero cuando se enojaba parecía la de un hombre resentido, con la voz de haber fumado tantos años, que ahora estuviese pagando las consecuencias de su vicio.
-¿Por eso intentaste matar a mi hijo?
Travis quería llorar, pero la fuerza no lo dejaba. Estaba enfrentando con todo lo que tenía a aquel ser, que ahora se burlaba de su condición. Era como si sintiera lo que pasaba por su cabeza y por su corazón.
-Soy hijo de la Guerra y del Amor. Pienso a veces con rectitud, y otras veces me dejo llevar por la pasión inflamada que vive en mi corazón. Actúo bien, o actúo mal, y eso no me importa. Ese tal Cervantes hizo un poema para mí:

Yo soy el dios poderoso
En el aire y en la tierra
Y en el ancho mar undoso
Y en cuanto el abismo encierra
En su báratro espantoso.
Nunca conocí qué es miedo;
Todo cuanto quiero puedo,
Aunque quiera lo imposible,
Y en todo lo que es posible
Mando, quito, pongo y vedo.

Travis escuchaba atento las palabras de la criatura, como si estuviese hablando con un amigo más. Sin embargo, aquel poema le había dado miedo, una sensación incómoda e indescriptible que le hizo sentir escalofríos en los vellos de la nuca.
-Cuando los seres humanos buscan con desesperación mi ayuda, la obtienen casi de inmediato. Pero yo decido qué hacer con ellos. Si su sentimiento es puro, ni siquiera sienten la flecha. Sea de Oro y Bronce o de Plomo, la flecha delimita lo que ha de pasar con su vida y con el sentido de su alma junto a la de otra persona. Cuando les toca la flecha buena, es hermoso ver a dos personas enamoradas, viviendo uno con el otro, apoyándose en los buenos y en los malos momentos. Eso me da energía.
“Sin embargo, cuando la flecha mala los toca, se ven invadidos por la desidia. Las personas no les hacen caso, los humillan y apartan. Se pelean entre sí, y no merecen volver a estar juntos de nuevo nunca. Y a pesar de todo, eso también me alimenta. Cada emoción, positiva o negativa, me da aliento para seguir con mi viaje alrededor del tiempo. No importa nada: sean hombre y mujer, hombre y hombre, dos mujeres, o personas separadas por la edad o la distancia, mi trabajo culmina, y me siento satisfecho.
“Pero cuando se atreven a romper mis reglas, todo cambia: relaciones entre más de dos personas, narcisismo, relaciones antinaturales con otras criaturas o con los muertos, o aquellos que creen que está bien abusar de niños para su satisfacción y gozo. Y ustedes, que pensaron que sería bueno demostrar lascivia a pesar de que son familia… Los seguí desde la primera vez que se encontraron, aquella noche en el baño. Y pensé que todo acabaría, que se arrepentirían.”
-Y no fue así…
Ahora el que se burlaba era Travis, y la criatura lo notó, molestándose al instante.
-No intentes jugar conmigo, Ileman. Parece que no entiendes la gravedad del asunto que me trae aquí.
-Tal vez no la quiero entender, por eso. ¿Qué importa que tenga una relación con mi hijo? Nadie me dijo que eso fuera malo. ¿Por qué debería obedecerte?
La criatura agitó las alas, como si aquellas palabras le hirieran. Las plumas dejaron de brillar con aquellos hermosos colores, y todas se vetearon de gris y negro.
-¡Ustedes dos han roto las reglas que he establecido para los humanos! No tuvieron el cuidado necesario para esconderlo de mí. Si la gente llegara a enterarse, que es lo que pasará si les dejo en paz, terminarían en la cárcel o muertos. No es una simple coincidencia social, no es algo que ustedes hayan establecido en sus leyes como algo prohibido. Lo hice yo, a través de los años. Y arreglaré lo que sea necesario para…
-¿Para qué? ¿Satisfacer tus caprichos? No sé de dónde vienes, ni de lo que eres capaz. Casi matas a mi hijo, y eso no lo voy a perdonar. Por el amor de Dios, mírame: estoy desesperado, manchado con su sangre, y asustado-, dijo Travis, levantándose de la silla para encarar a su enemigo. –Antes de bajar, le di un beso en la boca, ¿y eso qué? Lo amo como no tienes una idea.
-Basta…
-Hicimos el amor aquella noche, y pasamos los últimos cinco años escondiéndonos de las personas que nos conocen para tener sexo oral. Porque nos gusta…
-He dicho que basta.
-Puse mi semen en su cuerpo, y nos encantó.
-¡YA BASTA!
La criatura se levantó, con las alas totalmente extendidas, y con el arco, le propinó un golpe a Travis en el estómago, que hizo que se doblara y cayera de espaldas, soltando un aullido de dolor.
-Travis Ileman, sabes que no puedo dejar esto sin resolver. No puedes entender las cosas como yo las veo, y sin embargo me retas. Tú y tu hijo merecen ser castigados hasta la eternidad. Ya me estoy encargando de ello.
Pálido y con ojos de terror, Travis miraba a la criatura desde abajo, como una presa abatida y a punto de ser terminada. Aunque no se lo hubiese dicho literalmente, sabía lo que aquella cosa estaba dispuesta a hacer: iba a matar a Shawn.

El muchacho estaba acostado boca arriba, con las manos levemente levantadas. Miraba con dificultad la pantalla de su tableta. Leía la segunda mitad de aquella creepypasta que no había terminado aquel día. La chica estaba atrapada en aquella vieja iglesia, con su novio herido de bala y su mejor amiga apuntándole con una pistola. Shawn escuchó cómo se abría la puerta de la recámara, aunque no quería dejar de leer. El final era impresionante, y ni siquiera escuchó los pasos que se acercaban poco a poco a él.
-Ven, pa, quédate conmigo-, dijo el muchacho, sintiendo una leve brisa en sus manos y su rostro. Por un instante, esperó a sentir el peso de Travis cuando se sentara en el sillón a hacerle compañía, sin embargo, por encima de la pantalla, pudo ver el par de alas extendidas. Dejó caer el aparato en su vientre, y sus costillas estallaron en dolores insoportables, porque estaba temblando.
La criatura le miró, con ojos de odio, apuntándole con la flecha de plomo, directamente al corazón.

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