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martes, 3 de febrero de 2015

Alorgasmia: Besos ajenos... (Cuento 3, Capítulo 1) +18

Tercera Parte
Alorgasmia:
Besos ajenos…



3.1

Estaban haciendo el amor como nunca antes. En la habitación sonaba Del Shannon, en el viejo tocadiscos que los padres de ella le habían heredado. La canción era Runaway, con su estilo de rock and roll, aunque fuera de los 60’s.
Él boca arriba, con las manos en sus caderas. Ella, sobre él como si montara en un enorme caballo, cabalgando sin cesar sobre su pelvis. Lo sentía profundamente, mientras sus enormes senos subían y bajaban al compás del vaivén. Él también cooperaba, subiendo y bajando su cuerpo, haciendo rechinar el colchón y las juntas de la cama de madera. La música no era para callar los gemidos: era un simple gusto y hasta podría decirse que una costumbre a la hora del sexo. Y es que la casa de Marco y Melinda estaba en uno de aquellos hermosos parajes naturales del país, rodeado de pequeños pedazos de bosque y varias hectáreas de sembradíos, en su mayoría maíz.
Cansada de no soportar ya su peso, Melinda se dio la libertad de poner sus manos en los pectorales de Marco. Su marido hacía mucho ejercicio, por lo que ella podía sentir sus enormes y bien torneados músculos entre sus dedos, bajo las yemas. Tenía ansias de rasguñarle la piel, de estrujar su cuerpo, de hacerlo trizas. Y es que estaba sintiendo un placer sin igual, y era algo indescriptible para ella.
-¿Te gusta esto? ¿Verdad que te encanta?-, decía Marco, entre jadeos y quejidos. Ella no podía hablar, simplemente cerró los ojos y gimió una vez más, fuerte y claro, sin que nadie pudiera escucharla. No tenían hijos, y habían cuidado que aquello no les preocupara por el momento. Si podían disfrutar a menudo de semejantes faenas sexuales, ninguno se quejaría.
-Más rápido, Thomas, más rápido…
Marco le imprimió más energía a sus embestidas, sin darse cuenta de aquel pequeño detalle. No hasta que se dio cuenta.
Melinda no había cometido un error: le había dicho Thomas. Y no fuera que lo engañara: Thomas Abernathy era el actor preferido de Melinda, un hombre rubio y de ojos verdes que salía en varias de las películas románticas que solían ver en la televisión los sábados a la medianoche.
Él se sintió ofendido, y casi al instante dejó de moverse. Con sus manos apretó fuerte las muñecas de su mujer, y la apartó con un fuerte jalón hacía el otro lado de la cama. Ella se separó de él y por su expresión en el rostro había sido doloroso. Desnuda y cansada, Melinda tomó la sábana y se cubrió el cuerpo, todo excepto la cabeza y un seno, el derecho. Marco se incorporó y se levantó de la cama, dándole la espalda, con aquellas firmes nalgas que tenía apuntándole hacía ella.
-¿Qué te pasa? No puedes dejarme así-, le reclamó ella, con un rostro dolido y confundido. Parecía en verdad no haber caído en la cuenta de su error, pero él esperaba hacerle entender. Así sin vestirse, caminó hacia la puerta, y volteó a verla a los ojos. Su pene se había quedado fláccido.
-Pídeselo a tu amado Thomas, a ver si viene a cogerte de una vez…
Después, salió hecho una furia, cerrando la puerta jalándola fuertemente. En el tocadiscos ya sonaba “La Hiedra Venenosa” de Johnny Laboriel. Melinda se quedó ahí, sentada en la cama, con un seno al aire, y totalmente confundida.

Aquella noche durmió sola, así desnuda. Ni siquiera se había puesto sus pantaletas y la blusa con las que acostumbraba dormir. Estaba tapada sólo con la sábana, porque hacía bastante calor. Y afuera llovía, con unos cuantos rayos dibujando caprichosas formas en la ventana.
La música del tocadiscos también había cesado… aunque no por siempre. Exactamente a medianoche, las canciones volvieron a escucharse. Era “Blue Velvet” de Bobby Vinton. Melinda se retorció un poco, incómoda por el calor y por el sonido. Pensó que tal vez Marco había vuelto para dormir con ella, y que accidentalmente había puesto el tocadiscos a funcionar.
-Apaga eso, Marco, por favor…-, dijo Melinda, levantando un poco la cabeza para ver hacía el tocador.
Sus ojos la engañaban: la ventana estaba abierta, y la lluvia se colaba por el alféizar y empapaba las cortinas. Y enfrente del tocador, estaba la figura musculosa y definida de Thomas Abernathy. Melinda sintió algo en el fondo de su vientre, y soltó un pequeño gemido. Alrededor de Thomas, se dibujaban sombras caprichosas, como si no hubiera venido solo.
-Melinda, esta noche serás mía…
La mujer cerró los puños apretando con fuerza la sábana. Sintió como la seda de la misma le recorría las piernas, y de repente, un calor le recorrió todo el cuerpo.
-Thomas, oh Thomas, hazme tuya. Házmelo ahora…

3 comentarios:

Azahena dijo...

Te voy a ser sincera Luis, no me latió este relato, siento que le falta algo...

Luis Zaldivar dijo...

Hay que ser pacientes hermosa, aún queda un poco. No son como los de Octubre, que acababan sin más y seguía otro, y te quedabas con ganas de saber qué pasaba. Aquí habrá una conclusión satisfactoria, ya lo verás...

Azahena dijo...

Aaah, tienen continuación?, no entendí la dinámica

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