1.2
-¿Me
estás escuchando?-, dijo Irina con tono insistente.
Pero
Sara no le había escuchado. Estaba perdida en mirar por la ventana de la
cafetería, pensando, en aquello…
-Sara,
¿te sientes bien?
La
muchacha reaccionó de repente. Sus pensamientos se desvanecieron, mientras
volvía a ponerle atención a Irina, quién se veía preocupada. Era como si su
amiga se hubiera perdido durante bastante tiempo en algo que ella no podía
entender.
-Lo
siento, Irina, perdona… Estaba pensando en… la próxima clase.
Irina
abrió la boca, y sólo pudo soltar un “ah” de sorpresa.
-Bueno,
te decía. Ayer mataron a una chica en las escaleras de camino a la facultad.
¿Supiste algo?
A
Sara casi se le cae el bocado que estaba a punto de llevarse a la boca. Irina
era aficionada a los chismes, pero esta vez parecía ir en serio.
-¿Pero
cómo…?
-No
sé todos los detalles, pero al parecer fue durante la noche, y la encontraron
hasta la madrugada. La degollaron o algo así, fue terrible.
-Oh
cielos, eso es terrible. ¿Quién era la chica?
Irina
levantó los hombros.
-Ni
idea. Al parecer estudiaba aquí, pero no la conocía: se llamaba Esther. Pobre
chica, en serio te lo digo: los muchachos de por aquí parecen algo locos, pero
no creo que ninguno de ellos fuera capaz de matarla, y menos de esa manera.
Sara
masticó su bocado de albóndigas con salsa de tomate, tratando de entender lo
que su amiga le estaba diciendo. ¿Un homicida en la escuela? Si es así, era
algo nuevo, porque nunca se había escuchado de algún crimen parecido en el
campus. Siempre se trataba de robos menores o de agresiones de alumnos idiotas
contra los alumnos menos populares. En todo caso, matar nunca había sido el
plan de alguno de los alumnos.
-Habrá
que empezarnos a cuidar, ¿no es cierto?-, dijo Sara.
-Puede
que sí, puede que no. Tal vez el maldito la mató porque ella no quiso follar
con él en los jardines, o yo que sé… Oye, ¿vas a tener clase en cinco minutos?
Sara
negó.
-No,
la próxima que tengo es a las 12, así que me da tiempo de ir al departamento
por algunas cosas que necesito, y regresar.
-¡Vaya,
sí que tienes suerte! Yo tengo que irme, mi profesor de Psicoanálisis va a
matarme si llego otra vez tarde.
Irina
se levantó y tomó sus cosas de encima de la mesa de plástico. Miró de nuevo a
su amiga, y ambas sonrieron.
-Cuídate
mucho, Irina.
-Eres
muy buena, Sara, pero sé arreglármelas bien. Si el asesino de chicas quiere
tomarme, bueno, podré hacerle frente…
Ambas
soltaron una carcajada, mientras Irina se iba caminando a la salida de la
cafetería. Sara se quedó de nuevo sola, mirando por la ventana. Su mente ahora
vagaba entre sus tres principales problemas: las clases, el asesino, y lo que
estaba a punto de hacer camino a su departamento.
No
debía perder más tiempo. Se levantó, recogió la basura de Irina y la suya, y
salió casi trotando de ahí.
Sara
era una hermosa muchacha, de cabello castaño oscuro y largo, el cual siempre
llevaba agarrado de una coleta. Su figura alta y esbelta era siempre admirada
por los muchachos en la Universidad, aunque ella prefería otros gustos. Entre
ellos, viajar en metro.
Aunque
era corta la distancia desde la Universidad hasta el centro de la ciudad, ella
disfrutaba viajar en el colectivo más bullicioso del lugar. Le llamaba la
atención ver a las personas, tratar de adivinar el sentido de sus vidas, a qué
se dedicaban, que oscuros secretos guardaban. Y cuando se daba tiempo,
especialmente en las horas pico, se atrevía a viajar en el último vagón del
metro, esperando encontrar suerte.
A
veces no le importaba viajar de pie, rodeada de personas desconocidas, en su
mayoría hombres. Había visto de todo: hombres frotando sus miembros erectos
contra los traseros de mujeres y hombres por igual, masturbaciones exprés, e
incluso sexo oral. Todo en el último vagón, uno de los más concurridos y
también de los menos vigilados por los policías en los andenes.
La
idea de viajar ahí era excitante, el motor que movía muchas veces la vida de
Sara. Esta vez, se subió, internándose entre el montón de gente que viajaba
hacía el centro, y se agarró fuertemente de uno de los tubos que atravesaban de
arriba abajo el vagón. Esperó atentamente, observando a los hombres que la
rodeaban. Un hombre maduro de traje de oficina; otro más joven, universitario,
con uniforme deportivo; otro más sin distinción, más bien como un hombre de
familia. Fue este al que ella eligió, porque no ofrecía el aspecto tan clásico
como el de los otros dos.
Ella
misma se le iba acercando, pegando su trasero poco a poco a él. Nadie más
parecía ver esto: era como si no les interesara, o ya estuvieran demasiado
acostumbrados a ello que ni siquiera lo veían como algo malo. Sin embargo, para
Sara, era algo más que extraño que una mujer buscara el placer de una manera
tan similar.
El
hombre, sintiendo la presión sobre sus muslos, trató de disimular un poco, pero
no podía ignorar que las nalgas de una chica de la universidad estuvieran tan a
su alcance. Tal vez, como pasaba por la mente de Sara, el hombre pediría
mentalmente perdón a Dios por tan infame acto, pero no le importaría si Dios no
podía ver por debajo del subterráneo. Tomó a Sara por las caderas, y la acercó
más a él. Ella sintió el miembro del hombre restregándose detrás de ella, y
cerró un poco los ojos, sintiendo un placer que ni ella misma podía explicarse.
De
repente, la mano derecha de aquel hombre le soltó la cintura, y la sintió bajar
por detrás de su muslo. Estaba totalmente perdida, que cuando los dedos de
aquel hombre empezaron a tocarle la vulva por encima del leggin, ella soltó un
pequeño gemido, inaudible para los demás, excepto para ella. El placer era tal,
que no se dio cuenta que el tren había llegado a su destino. Se sorprendió
tanto que salió casi corriendo y empujando del vagón, sin darse por enterada
que aquel hombre había dejado una enorme mancha de semen en su ropa interior…
Sara
caminó apresuradamente desde la salida del metro hasta el departamento, que
quedaba a una cuadra de ahí. Subió las escaleras del edificio, sin poner
atención a los detalles. Abrió la puerta con las manos temblorosas, y cerró
tras de ella con un portazo. Las cosas se le cayeron al suelo de camino a su
recámara, y casi tropieza con uno de los taburetes que se encontraban en la
estancia. Cruzó el pasillo, y se metió en la habitación, dejando la puerta
medio abierta. Ya sobre su cama, tendida boca arriba, con las persianas
abiertas, Sara empezó a tocarse, primero por encima del leggin, y luego se lo
quitó, junto con las pantaletas. Su dedo tocó piel suave, y casi grita de
placer. Aquel viaje había sido maravilloso. Por primera vez, había sentido algo
así, algo tan poderoso y delicioso. Tan sólo la idea de hacer el viaje de
vuelta a la Universidad la hizo gemir, tan fuerte que incluso el vecino podría
haberla escuchado.
Y sin embargo, el
vecino había escuchado todo…
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