Había
sido como un largo sueño, del que no quisiera despertarse jamás. Había estado
en todas las posiciones posibles, y en todas ellas, Thomas Abernathy la había
hecho su mujer. Sentía sus manos recorrer cada centímetro de su piel, su lengua
acariciarle como su fuera la extraña yema de un nuevo dedo, y todo su cuerpo
encima de ella, o ella encima de aquellos enormes músculos de piel blanca que
la hacían estallar en orgasmos indescriptibles.
Y
a pesar de todo, parecía haber sido un sueño. Una alucinación mental que había
hecho que su vagina gozara de placer como nunca antes. Y eso no la hacía sentir
sucia, ni en deuda con Marco. Melinda había sentido por primera vez la
verdadera capacidad de un hombre al hacerle el amor, y no había sido su esposo…
Se
encontraba recostada sobre la cama, y ya había salido el sol. Bostezó y se
enderezó, recargando su espalda sobre la cabecera de madera. A través de la
ventana se veía el día más claro y soleado que jamás hubiera imaginado, a pesar
de que ella pensaba que eran las 9 o 10 de la mañana.
Miró
el despertador en la mesita de noche: eran más de las 12. De repente, como si
hubiera sido impulsada por un resorte invisible, Melinda se levantó de la cama,
cogió las prendas de ropa que aún se encontraban en el suelo de la recámara, y
descalza, salió de la recámara. Bajó rápidamente las escaleras que la llevaban
hasta la sala, pero estaba vacía. No había nadie tampoco en el comedor, ni en
la cocina. Tal vez, Marco se hubiese enojado con ella tanto que había decidido
no regresar en un largo tiempo.
O
peor: les había visto a ella y a Thomas Abernathy haciendo el amor, y jamás
regresaría. Melinda estaba sufriendo una de sus conocidas jaquecas, que sólo le
daban cuando se sentía nerviosa o presionada. Caminó hacia la puerta principal,
pero la chapa ya empezaba a moverse y a girar. Ella se quedó ahí, de pie, sin
moverse. Un intruso en casa sería lo último que necesitaba…
No
era un desconocido: se trataba de Marco, quién se le quedó mirando extrañado,
como si no la conociera.
-¿Dónde
estabas?-, dijo ella con voz tranquila y preocupada.
-No,
espera… ¿Tú dónde diablos estabas?-, le contestó él, aún más confundido que
antes.
-P-pero…
estaba dormida, ¿no me viste?
Marco
cerró la puerta y se acercó hacía ella, tomándola entre sus brazos. Se
fundieron en un largo abrazo, y cuando se soltaron, él volvió a hablar, con una
voz téctrica y muy callada, como un susurro.
-Anoche
bajé a ver la televisión y se me pasó el enojo mucho después. Cuando subí, sólo
encontré la cama sin tender, tu ropa en el piso, la ventana abierta y el
tocadiscos encendido. Me asomé para ver si estabas en el tejado, pero no te
encontré, y decidí salir a buscarte. Regresaba cada tanto para ver si no habías
regresado tú primero, pero no volviste…
Melinda
no estaba entendiendo nada. Parecía como si hubiera amanecido en otro lugar,
menos en su hogar, o que Marco no fuera quién decía ser.
-Estuve
todo el tiempo dormida. Me desperté hace apenas diez minutos, creo. Estaba
soñando con… contigo, hacíamos el amor, aunque todo estaba oscuro, pero podía
verte. No duró mucho al final, y por eso me desperté. Espera…
Estaba
recordando algo nuevo: una luz roja, como hecha de fuego, y unos gritos. Se lo
contó, y Marco se llevó la mano a la boca.
-¿Qué
sucede?-, dijo Melinda, al ver que su marido palidecía de repente.
-Ven,
mira…
La
llevó de la mano hasta la cocina, dónde él tenía la laptop cargando desde uno
de los enchufes de la pared. La abrió y empezó a buscar en las noticias del
día, cerca de dónde ellos vivían. Encontró la página que necesitaba, y Melinda
vio que el enlace era de color morado, por lo que él ya lo había visitado
antes.
-Mira…
Ella
se acercó a la pantalla, para leer el encabezado:
-“Muere
pareja en extraño accidente...” ¿Qué diablos significa esto?
Pero
Melinda no necesito que Marco le dijera nada en absoluto. Al mirar la foto de
la noticia, se dio cuenta de lo que estaba pasando. Esa casa se encontraba a
unas cinco hectáreas de la suya. Era una residencia vieja, de color blanco rodeada
de varios campos de maíz ya crecido. Sólo que, en donde debía estar la puerta,
había un enorme agujero quemado que llegaba hasta el techo, y siguiendo la
trayectoria, como si algo hubiera impactado ahí, varios metros de sembradío
había sido chamuscado, reducido a un montón de cenizas negras que recorrían el
campo en una perfecta línea recta.
-No
puede ser. Es la casa de la pareja de ancianos, los Álvarez…
Melina
quería echarse a llorar. Se frotó suavemente las sienes, sin dejar de ver la
noticia. Marco estaba detrás de ella, y aunque ya había leído la noticia y
recordaba los detalles, volvió a echarle un ojo.
-La
recámara de ellos estaba justo como la de nosotros, arriba de la entrada
principal. Los forenses dicen que tal vez ni siquiera se dieron cuenta cuando
aquella cosa golpeó la casa. Recorrieron los sembradíos quemados, pero no hay
huellas de que haya sido originado con una máquina, o que haya salido de la
tierra. Solo saben que se detuvo en cuanto tocó la casa, quemándolos junto con
ella…
Melinda
empezó a relacionar los detalles de su sueño con la noticia de la muerte de los
Álvarez, quienes eran los vecinos más cercanos que la pareja tenía. Fuego en su
cabeza y fuego en la casa. Y los gritos…
-¡Dios
mío, Marco, los gritos!-, dijo ella, derrumbándose al fin y echándose a sus
brazos, acongojada y llorando como una niña pequeña.
-Ven,
tienes que comer algo, vamos…
La
llevó caminando pesadamente hasta una de las sillas del comedor. Le ayudó a
sentarse y le sirvió jugo del empaque de cartón. Melinda tomó el vaso de vidrio
con ambas manos, y bebió casi la mitad de un solo sorbo.
-No
sé qué pasó anoche, Melinda. No sé dónde estabas, ni lo que haya pasado en casa
de los Álvarez. Pero estaré cerca y no te pasará nada, ¿está bien?-, dijo
Marco, mientras abrazaba por los hombros a su esposa. Ella le contestó
asintiendo con la cabeza, sin pronunciar ni una sola palabra. Sentía las
lágrimas correr por sus mejillas, y sabía que debía tener los ojos enrojecidos,
pero no le importaba.
Tenía que averiguar
lo que había pasado, de alguna forma u otra…
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