4.6
Durante
mi viaje de regreso a casa, me di cuenta que Vlad y yo éramos cómo arañas.
Nuestra especie estaba destinada a hacerse daño o a colaborar para conquistar
el mundo donde vivíamos. La hembra era más fuerte, aunque no precisamente sabía
eso, y el macho era insignificante, aunque inteligente y astuto. Había dos
opciones: una, el macho lograba atraer a la hembra, y fecundarla, escapando
para morir en otra parte después de la cópula. O la hembra, en sus ansias de
ponerle fin a todo, lo mata en el momento cumbre del sexo.
Para
mí, no había salida: si dejaba que Vlad se fuera con la recompensa que buscaba,
estaba condenando a la raza humana con mi progenie, engendrando monstruos
insaciables de sangre, o incluso de carne también. Si lograba ponerle fin a sus
planes, sería la única de mi especie, poniendo sobre mí la atención de más
vampiros, con quienes no siempre he congeniado bien. Al final de cuentas, mi
existencia, por más que durara, se condenaría, estuviera yo viva o muerta.
Cómo
arañas. Insignificantes para todo el mundo, pero sin lugar a dudas, atados a
nuestro destino natural.
Cuento
con un arma específica. Así como Vlad es ágil y puede leer la mente, yo puedo
ser más fuerte, y en su caso, tengo telequinesia. Ni siquiera la uso: no me
parece algo justo si puedo cazar con mis propias manos y hacer varias cosas con
la velocidad que poseo. Intenté mover una de las sillas de mi departamento,
pero no lo he logrado del todo. El maldito mueble se la pasó temblando como si
fuera una lavadora sin suficiente apoyo, y me cansé. Jamás me había cansado
como tal. Tal vez la mente es la única que no cambia cuando a uno lo
transforman en un ser inmortal. El cuerpo permanece, pero el alma y la razón
van cambiando, envejeciendo.
Por
otro lado menos favorable, Vlad tiene un encanto natural, al igual que yo y
todos los vampiros del mundo. Sirve para confundir a la víctima, a través de
las feromonas: las atrae, las convence de que somos buenos, que somos perfectos
y alcanzables. Y entre nosotros suele funcionar, en especial en los vampyr en caso de que se desee la
procreación. Es mi caso: estaba cayendo en las infames redes del encanto
vampírico de Vlad, suprimiendo mi propia habilidad para que él no pudiera leer
mi mente. No es correcto que lo diga así, pero por todos los cielos, estoy
enamorada.
Enamorada
de él, del hombre al que se supone debería destruir.
Ya
es de noche, y estoy lista. No tengo nada que ofrecer en este mundo. Todos mis
tesoros y riquezas están bien escondidos, y soy la única que sabe dónde. Mis
diarios no tienen nada escrito acerca de ello, y los más viejos están
escondidos con todo lo demás. Este es lo único que preservo. Y si alguien lo
encuentra, prefiero que crea que lo que dice es más que la fantasía de una
mujer solitaria, buscando una oportunidad de publicar algo bueno. Los vampiros
están de moda, y no los culpo.
Te
veré en el infierno algún día, Vlad Tepes. Pase lo que pase, terminarás muerto,
hijo de puta.
(Aquí
termina el diario de Erzsébet Báthory. Lo que sigue es un relato armado de
todos los rumores que se fueron dando acerca del asunto, así como varias
pruebas que se tienen, como vídeos y testigos presenciales. Sírvase, pues, de
eliminar este testimonio después de su lectura, y de disponer de todo el
material restante en el archivo confidencial.)
Elizabeth
Basare salió de su departamento alrededor de las 10 p.m. Se dirigió al edificio
donde había estado tantas veces antes, disfrutando del placer que Vlad le
proporcionaba. Llegando a la puerta principal, un guardia de seguridad humano
le restringió la entrada, ya que la planta baja estaba siendo utilizada en su
totalidad y tenían prohibido el acceso las personas no autorizadas.
Sin
embargo, eso no la detuvo. Buscó acceso por otra parte, una puerta trasera que
no tenía algún tipo de vigilancia, ya que esa parte del edificio no estaba
siendo ocupada. Al entrar, buscó las escaleras de servicio, las cuales estaban
despejadas, y se dirigió al tercer piso, entrando después a la oficina que Vlad
y sus esbirros ocupaban desde hace ya varios días después de su regreso.
Ahí
estaban los vampiros de todos los sexos, disfrutando de un bacanal de
fornicación y sangre sin límites. Vlad se había dispuesto a empalar a varios
humanos en el centro de la oficina, con sus cuerpos atravesados a la perfección
justo desde el ano hasta salir por la boca. Los que no estaban disfrutando de
las perversiones sexuales más aberrantes, lamían del suelo la sangre, y la
sacaban directamente de los cuerpos muertos.
-¿Dónde
está tu amo?-, le dijo Elizabeth a un vampiro cuando entró a la oficina,
tomándolo del cuello con una sola mano, levantándolo varios centímetros del
suelo. Este se echó a reír, atragantándose con la sangre en su boca.
-No
te lo diré, perra asquerosa…
La
mujer se enfureció, y apretando fuertemente la mano, destrozó el cuello del
vampiro, haciendo que su cuerpo cayera entre estertores, y la cabeza diera
varias vueltas hasta un grupo de concubinas que se masturbaban por turnos con
un enorme falo de plástico.
-¡TODOS
FUERA!-, bramó Elizabeth con voz potente, retumbando en las paredes de la
oficina.
Nadie
se movió ni dijo nada, mirándola fijamente, entre asustados y fascinados. Desde
el fondo de la oficina llegó el sonido inconfundible de pasos de pies desnudos,
pegajosos por la sangre regada en el suelo. Vlad salió de detrás de las
estacas, completamente desnudo y con una cabeza humana colgando de los dedos de
su mano derecha, agarrada firmemente de los cabellos. Los ojos rojos del vampyr brillaban de furia.
-Veo
que has venido a acabar con todo esto. Muy bien, te voy a dar gusto antes de
tener que matarte. Voy a obligarte, a convencerte de que es la única salida a
nuestra situación, Elizabeth.
La
mujer se quedó muy quieta, mirándole a los ojos, sin inmutarse. Trataba de
mantenerse lejos de su influjo, de su poder mental y de su encanto. No lograría
convencerla ni derrotarla.
-No
puedes hacerme esto, maldito. Suficiente tengo con vivir para siempre. Acabemos
con esto de una vez.
Vlad
rió con rostro burlón. Sus labios llenos de sangre dibujaron una macabra
sonrisa en su rostro muerto, pero más vivo que nunca.
-Muy bien. Mátenla-,
dijo el vampiro, señalando a su víctima con la cabeza cercenada en su mano,
como Perseo con la cabeza de Medusa.
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