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lunes, 9 de febrero de 2015

Gregomulcia: Cuento 1, Capítulo 3 (+18)



1.3

Satisfecha y sin remordimientos, Sara salió de su departamento. Mientras cerraba con llave, escuchó que la puerta a su izquierda se abría. De ahí salió su vecino, un muchacho de la universidad llamado Isaac. A Sara le gustaba, aunque no podía admitirlo, al menos no abiertamente. Era alto y fornido, de cabello castaño cortado al estilo militar. Aquel cuerpo lo había conseguido con deporte diario, ya que pertenecía al equipo de rugby de la universidad.
Ambos se miraron mientras cerraban sus respectivas puertas, y se sonrieron, él mostrando más los dientes que ella.
-Hola Isaac. ¿Vas al entrenamiento?
El muchacho se le acercó, caminando pesadamente hacía ella. Al menos le llevaba una cabeza de estatura, pero Sara no se sentía intimidada. Tal vez estaba sonrojada, pero él parecía no notarlo.
-No, hoy no me toca. Estaba pensando, bueno, si tú quieres… Mañana iré a una fiesta, con los chicos y otras amigas al centro, y quería saber si deseas venir conmigo…
Sara se atragantó un poco con la saliva, pero supo disimularlo. El guapo y musculoso Isaac, que ella creía inalcanzable, le estaba proponiendo salir a una fiesta. No sabía que decir, pero era necesario, para no causarle a él una mala imagen.
-Lo pensaré, Isaac. Si no tengo mucha tarea, puede que asista. Nos iríamos juntos de aquí, ¿verdad?
Él asintió.
-Claro, o si gustas, podría decirte donde vernos y de ahí partir, como estés más cómoda.
Ella le sonrió.
-No te preocupes, me gustaría que nos fuéramos desde aquí. Podríamos regresar juntos o al menos me aprendería mejor el camino.
Ambos caminaron hacía las escaleras, aunque ella empezó a bajar más aprisa. Isaac se quedó al pie del escalón superior, viéndola bajar tan encantadoramente.
-¿Eso es un sí?-, le gritó cuando ella estaba a punto de desparecer detrás de los escalones de más abajo.
-¡Lo pensaré!
Isaac se quedó ahí, mirando hacía las escaleras, como esperando que ella regresara para confirmarle cualquier cosa. La había escuchado gimiendo en su departamento, pegando bien la oreja en la pared. Le sorprendía lo que una muchacha como Sara podía hacer si gemía de esa manera. No sólo le atraía su forma de ser, su inteligencia y su actitud. Podía verle los pechos y las nalgas sin siquiera hacerse notar, y en eso era un experto. Se tocó el bulto que formaba su pene erecto contra la tela del pants deportivo, y pensó que tal vez, si nadie más le pudiera ver, se masturbaría ahí mismo, dejando una pequeña sorpresa para su amada para cuando regresara.
Si supieras, Sara, lo mucho que te deseo…

La muchacha decidió regresar a la universidad de nuevo en metro, esta vez tomando asiento. Se le había pasado el deseo de sentir el cuerpo de otra persona tan cerca de ella, y además, tenía que llegar mejor concentrada a las próximas clases. Aquel día acabaría tarde, y para cuando saliera de clases, ya sería de noche. Tenía que estar lista para todas las tareas que se presentaran.
Al final de la última clase, Sara se despidió de Irina y se quedó aún una hora más, la última en la que la biblioteca podía dar servicio. Aunque no se podía sacar algún libro en esa última hora, podían consultar cualquier material y quedarse a estudiar, cosa que estaba haciendo la muchacha. Junto a ella, en la misma mesa pero apartado, estaba un chico que Sara conocía bien. Se llamaba Javier. Si Isaac era el muchacho más atlético y guapo que Sara había visto alguna vez en su vida, Javier era todo lo contrario. Era muy alto, casi los 2 metros, de cuerpo grande y con exceso de peso. Siempre vestía ropa holgada y, aunque no era muy guapo, lo compensaba siendo simpático e inteligente. Sara estudiaba Psicología y Javier estaba en su último año de Medicina. Sin embargo, siempre coincidían, y se saludaban cortésmente, aunque nunca habían tenido la oportunidad de hablar.
Esta vez, aunque él parecía muy atento en sus estudios, con un enorme libro de anatomía abierto en un extremo de la mesa y otro de microbiología del otro, ella se levantó, y se sentó en la silla más cerca de él.
-Hola. Disculpa que te interrumpa, pero quería hablar contigo…
Javier levantó la cabeza, con una mirada desconcertada y la boca medio abierta. Conocía a Sara, incluso se habían presentado, pero jamás había hablado con ella: por temor o por pensar que ella jamás le correspondería.
-Oh, no te preocupes. Estaba concentrado en algo de anatomía, pero es fácil, nada de gran ciencia…
Los dos soltaron una pequeña carcajada, más por costumbre que por guardar silencio: eran los únicos en la sala de lectura.
-Me preguntaba si, bueno, no sé cómo decir esto… Se ve que eres un muchacho muy listo y buena persona. ¿Quieres ir algún día a comer algo o a caminar o algo así? No siempre se conocen personas tan agradables como tú, en serio.
A  Javier casi se le caen los lentes de la impresión. Movió torpemente la mano, y el enorme libro de anatomía cayó al suelo, haciendo un sonido parecido al de una explosión. Nadie pareció quejarse, así que no lo levantó inmediatamente.
-Bueno, ah, yo… Tengo algunas cosas que hacer, pero está bien. Sólo dime cuando y…
-Mañana, temprano: es que por la noche tengo otro compromiso.
Sara se sorprendió diciéndole, sin querer, que “sí” a la propuesta de Isaac para asistir a la fiesta.
-Claro. Mañana después del mediodía, acabando mi examen. Podríamos vernos aquí en la biblioteca si gustas.
Ella sonrió, sonrojándose un poco, pero sin notarlo.
-Cuenta conmigo, Javier. Bueno, me tengo que ir, buena suerte mañana en tu examen.
Mientras la muchacha recogía sus cosas y las metía en el morral, Javier se agachó un poco para recoger el libro. Aunque le costó un poco de trabajo por su enorme estómago, alcanzó a ver las piernas de Sara, y parte de sus redondos glúteos. Sintió como su pene se endurecía, pero ni siquiera hizo lo mínimo para ocultarlo. Alcanzó a levantarse en el momento justo que Sara se despedía de él agitando su mano, y él le contestó con sus enormes dedos, y sonriéndole sinceramente.

Sara caminó de prisa por la encrucijada de las escaleras en el campus. Los árboles no se movían, y las luces del alumbrado nocturno reflejaban las sombras de varios alumnos que iban de camino a sus respectivas casas o departamentos. A través de los murmullos y pláticas de varios de ellos, la muchacha alcanzó a escuchar una canción que procedía de las bocinas en los postes. Era de Cyndi Lauper o Madonna, no estaba muy segura.
En ese instante, sonó su celular dentro del morral. Sara se asustó, y tratando de buscar el aparato entre sus cosas, éste salió disparado hacía el suelo.
-Maldita sea…
Se agachó para tomarlo y contestar rápido. Ni siquiera vio el número de dónde le estaban marcando.
-¿Diga?
Una voz metálica y desagradable contestó desde el otro lado. No sabía si se trataba de un hombre o de una mujer, pero aquella voz hizo que Sara sintiera escalofríos que le recorrieron la espalda como una descarga eléctrica.
-He estado vigilándote muy de cerca, Sara. Sé a lo que te dedicas, lo que haces… ¿Sabes quién soy?
Sara no colgó. Se limitó a ver a su alrededor, esperando ver a alguien conocido que estuviera bromeando con ella. Los pocos que pasaban por ahí no le ponían atención.
-No sé quién eres, pero esto no es divertido…
-Claro que lo es. Maté a una mujer en el mismo lugar donde estás parada ahora. Eso no quiere decir que no lo haría otra vez. Y eres la candidata perfecta para eso. ¿Te gustaría morir? O mejor aún: ¿te gustaría que te manoseara como te gusta?
Al escuchar esto, Sara sintió algo extraño, como excitación combinada con miedo y ganas de salir corriendo. De verdad, ese alguien sabía lo que hacía.
-¿Dónde estás?
El homicida no contestó de inmediato. Se limitó a reír quedamente, como quién saborea tan deliciosamente el momento.
-Te veré muy pronto, Sara. Sólo quiero que pienses en algo antes de ir a casa: puedo ser cualquier persona. Pero sólo uno se esconde detrás de la máscara: ¿el noble e inteligente Javier, o el guapo y fornido Isaac? Pronto lo sabrás…
De repente, el asesino cortó la llamada, y Sara se quedó de pie, en medio de aquel sitio, con los ojos abiertos y escuchando los tonos de llamada terminada en vano. Su mano empezó a temblar, y volvió a tirar el teléfono al suelo. Ni siquiera se había dado cuenta que el aparato había caído en una enorme mancha de color marrón oscuro.

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