4.2
Mismo día, por la
noche:
El
maldito seguía usando su nombre: Vlad. Pero ya no usaba los nombres seculares o
completos, como Vlad III, Vlad Tepes, o Vlad Drăculea. Si han leído con cuidado
mi historia de vida, sabrán a quién me refiero. Durante su vida humana,
acostumbraba empalar a sus prisioneros de guerra y a todo aquel que se hubiese
osado a invadir su amada Valaquia (actual sur de Rumania). Los atravesaba por
el vientre, o incluso los dejaba sentar en el palo, haciendo que entrara por el
ano y saliera, en pocas ocasiones, por la boca. Causaba terror, decían los que
sabían, porque solía almorzar en una mesa dispuesta frente a los campos de
empalamiento, disfrutando de la vista.
Los
rumores aseguran que este príncipe, el cual vivió al menos 200 años antes que
yo, empaló entre 40 y 100 mil personas. Es considerado un héroe nacional en
Rumania, y sin embargo, fui precavida para no caer en sus encantos. Investigué
más al respecto: Vlad no sólo mató, sino que extrajo la sangre de varias
decenas de miles de personas para su consumo personal. Aunque se convirtió al
catolicismo, el poder de la sangre atrajo a los Sabios del Infierno, quienes le
ofrecieron una nueva vida, a cambio de un poder inigualable. Vlad Drăculea
murió en 1476, pero la criatura que tomaría su lugar en este mundo perduró
hasta entonces.
Un
pequeño hecho inusual acaparó la atención del mundo hacía Vlad en el siglo XIX:
habiendo quedado en el olvido después de su transformación, el príncipe decidió
liberarse de las extenuantes cadenas que le ataban a su castillo. Lo que
consideraron muchos como una novela de ficción y terror, es en realidad la
documentación oficial de un hecho que fue transformado para no salir
directamente al público. “Drácula” no es más que el diario íntimo de esta
infame criatura. El hecho casi le cuesta el anonimato a Vlad, pero obtuvo los
recursos necesarios para escapar de sus cazadores, y también de manipular al
propio Stoker para construir una inefable coartada.
Sin
embargo, Vlad Tepes y yo tenemos asuntos pendientes. El hijo de puta mandó a
los Sabios del Infierno para transformarme en lo que él se había convertido.
Nosotros, los vampyr, tenemos la
capacidad de transformar a otros seres humanos en vulgares vampiros, seres que
tienen las mismas facultades que nosotros, pero que son débiles y tienden a
cometer errores más fácilmente, llevados siempre por la ignorancia o la
impetuosidad. Sin embargo, tanto Vlad como yo somos seres más perfectos,
transformados directamente del poder de la sangre misma de nuestros propios
crímenes. No necesitábamos de ella, y ahora la pedimos a gritos. Prácticamente,
lo único que podría destruirnos es alguien igual a nosotros.
Y
por eso, esta noche, lo voy a encontrar…
5 de Febrero, por la
mañana:
Usualmente
salgo de noche. La luz del día nos hace daño, pero podemos resistir, aunque eso
sería contraproducente para nuestro anonimato. A los demás vampiros los
evaporaría al instante, pero nosotros somos fuertes.
Anoche
decidí ir primero a un bar muy conocido cerca de Broadway. Quién diría que Vlad
tuvo la osadía de cruzar el océano para instalarse en una de las ciudades más
pobladas del mundo. Afortunadamente, continúa escondido, y no me imagino cómo
es que consigue la comida. Suelo ser cuidadosa: consumo vagabundos, gente
perdida, asesinos y mafiosos que se lo merezcan, e incluso enfermos terminales,
enfermos de SIDA o de cáncer. Somos como buitres: digerimos sus enfermedades,
pero las eliminamos. No nos quedamos con nada.
En
el bar, ligué a un par de muchachos, que, según ellos, venían de Sao Paulo para
divertirse en unas intensas vacaciones. Mi aspecto al morir había sido
terrible, pero con el paso de los años, había recuperado la belleza de mi
juventud, por lo que parecía más atractiva para ellos. Tomamos, bailamos, nos
acariciamos. Logré convencerlos de llevarlos a un sitio más íntimo, y aunque a
la mitad de Central Park no es algo recomendable, logré llevarlos hasta ahí.
-¿Qué
quieres que hagamos contigo, nena?-, me dijo uno de ellos, moreno, alto y
musculoso. Le sonreí como una tonta, y a pesar de ello, me correspondió. Ya los
tenía. Tuve que golpearlos para mantenerlos a raya, no tanto para no
asesinarlos. Los quería vivos, como un regalo. El lugar dónde reside Vlad está
cerca de Central Park, así que no me iba a costar trabajo llevarlos sin que los
viera nadie. Soy rápida, y fuerte, podía con ambos.
El
escondite de Vlad era un pequeño edificio de oficinas, todo especialmente
destinado para él y sus pocos vampiros sirvientes. Tuve tiempo suficiente para
desnudar a mis dos muchachos, y les até cuerdas de cuero en los cuellos,
obligándolos a andar a gatas como si fueran caballos, o peor aún, perros. Así
los obligué a entrar, como si estuviera de caza con mis hermosos sabuesos.
En
la recepción estaba un policía. Aunque sabía que era una fachada: su olor a
vampiro lo delataba. Me vio con semejante cena servida caminando frente a mí, y
me sonrió.
-¿A
quién viene a ver?-, dijo el vampiro, con tono seco, pero sin perder la
sonrisa.
-Al
príncipe Vlad. Espero me reciba como lo merezco. Traigo la comida para él, no
puede rechazar una invitación así…
-¿Quién
le busca?-, dijo el vampiro, tragando saliva, visiblemente nervioso. Me había
olido, y definitivamente sabía que no estaba de broma.
-No
tiene importancia. Dime donde encontrarlo, podré llegar hasta él.
El
vampiro asintió, y se quedó un momento en shock, antes de volver a hablar. Sus
ojos rojos ya no se veían tan amenazantes.
-En
el tercer piso, la oficina 2.
-Gracias.
Volví
a jalar de las cuerdas de cuero para que mis sabuesos caminaran una vez más,
esta vez hacía las escaleras. Tuve que obligarlos a subir a gatas, con las
rodillas tan expuestas al suelo que empezaron a dejar un rastro de sangre en
los escalones. Yo pude contenerme, ya que hace dos días que comí, pero el
portero del edificio, llamado a su instinto salvaje, lamió el suelo por donde
caminábamos, hasta que logré alejarlo con un potente bufido.
Subimos
hasta el tercer piso, donde sólo había dos enormes oficinas. Di la vuelta en el
pasillo hacía la derecha, entrando en la puerta marcada con un número 2 de
color negro.
Ahí
dentro era una verdadera orgía de animales. Había al menos diez vampiros
inferiores de ambos sexos sobre el suelo, acariciándose o incluso mordiéndose
entre sí, sin hacerse daño. Alrededor de ellos paseaban muchachitas, la mayoría
de ellas menores de edad, con las manos atadas a la espalda. Muchas de ellas ya
tenían heridas de mordidas en la piel, como si hubieran sido usadas de copas
ambulantes de sangre. Si algún vampiro apetecía un sorbo, las detenían con
fuerza y les atestaban una mordida, sacando poca sangre, para no acabárselas
tan pronto.
Todos
ellos se detuvieron en cuanto me vieron entrar. Era como una jauría de leones,
cuando el macho se acerca a sus consortes, estas retroceden, se alejan sin
presentar batalla. Así, estos consortes del príncipe Vlad se arrastraban hacía
las paredes, rugiendo algunos, otros sorprendidos, oliendo a la persona que
acababa de entrar.
Al
fondo del recinto estaba una figura aparentemente solitaria. El hombre vestía
de traje Armani negro, y tenía los pantalones a la mitad de las nalgas. Delante
de él, pero tapada por su espalda y esbelta figura, estaba una muchachita
puesta a cuatro patas sobre una mesa pequeña. Era obvio que Vlad estaba ocupado
con su propia fuente de alimento, aunque le apetecía disfrutarla antes de otra
manera, “marcar su territorio”.
-Gusto
en verte de nuevo, Erzsébet-, me contestó el descarado, sin dejar de darle
embestidas a su presa.
-Ni
siquiera me has visto. Sigues siendo el mismo hipócrita que me ofreció su ayuda
durante mis primeros años de transformada…
Vlad
se detuvo de repente, dejando a la muchachita sobre la mesa, como si ya no la
necesitara. Se metió el miembro en los pantalones, y se dio la vuelta para
recibirme. Era el mismo monstruo: cabello negro, largo y sedoso hasta los
hombros, los ojos que brillaban entre cafés y rojos, nariz aguileña y un
pequeño bigote bien recortado, con las patillas hasta las mejillas.
Evidentemente se veía tan joven como recordaba, a pesar de, prácticamente,
tener casi 200 años más que yo. A pesar de ello, era más bajo de estatura: los
machos en nuestra infame especie son pequeños, pero ágiles y rápidos.
-Vaya,
vaya… Eres la misma Erzsébet que recuerdo, bella, radiante, y salvaje-, dijo
mientras se me acercaba. Hasta donde estaba podía oler su podrido aroma que
salía de su boca, el aroma de la muerte, de sangre putrefacta.
-También
te ves igual, eso no me afecta, te lo aseguro.
Vlad
sonrió, mostrándome sus dientes blancos y las puntas de aquellos pequeños
colmillos que se clavaban sin querer en sus labios.
Estaba
tan nerviosa por ver a Vlad, que ni siquiera me había percatado de la música al
fondo: una hermosa balada antigua, al estilo griego o de aquellos bacanales
romanos de los que había leído alguna vez. Era como estar en un mundo muy
aparte, donde un incienso invisible flotaba entre todos los presentes. Vlad
miró los obsequios que le había traído: ambos muchachos seguían de rodillas,
sin poder levantar la cabeza a causa del dolor en sus cuerpos. Estaban atados
irremediablemente al peor de los destinos.
-¿A
qué viniste?-, me preguntó Vlad, sin dejar de mirarme a los ojos. Se acercó a
uno de los muchachos, y le acarició el cabello empapado en sangre, como si se
tratara de un animal manso.
-Vengo
a dejarte estos regalos. Y quisiera volver a hablar contigo otra noche, si es
posible…
Él
soltó una carcajada corta, pero incisiva.
-Lo
lamento, Erzsébet…
-Prefiero
Elizabeth, si no te importa.
-Como
quieras, Elizabeth, pero casi no tengo tiempo. Mi vida entre las personas allá
afuera tiene un sentido, uno más del tipo económico,
y no quiero descuidar mi capital.
Ahora
yo fui la que solté la carcajada.
-¡Por
favor! Eres extraoficialmente el hombre más rico de este mundo, no debería
preocuparte tu dinero.
Vlad
parecía divertirse. Me hizo un ademán para que le entregara las correas, como
si fuera él el verdadero dueño de los sabuesos, y cedí.
-Está
bien, condesa. Te permitiré venir una vez más, el 6 de Febrero. Quiero
mostrarte ciertas cosas que, como bien dices, no tengo la menor intención para
estar preocupado por ellas. Y en cuanto a nuestra especie, son asuntos que te
conciernen en gran medida. Vete…
Me
sentía enojada. No pensé que en la primera noche fuera a ser rechazada. Tenía
planes para acercarme más a Vlad desde el principio, y él parecía tener siempre
un paso delante de mis planes. Un pie al frente, y el otro sobre mi cabeza.
Me
alejé de la oficina, cerrando la puerta tras de mí. Alcancé a escuchar cómo
Vlad le gritaba a sus esbirros algo en rumano: Cina este servită!
Luego, empezaron los
gritos…
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