3.3
Dos
días después del desagradable incidente con el sueño de Thomas Abernathy, su
pelea con Marco y aquel incendio en la casa de los Álvarez, Melinda decidió
despejar un poco su cabeza saliendo de compras. De todas maneras, en casa ya
escaseaban algunas cosas de comida, y no quería quedarse más tiempo encerrada
en lo que su marido regresaba de trabajar. Tomó el auto y se encaminó hasta el
centro del pueblo más cercano, un lugar pintoresco y con poca gente. No los
conocía a todos, pero se llevaba bien con los dependientes de las tiendas,
quienes siempre la atendían con cortesía y con una enorme sonrisa.
Entró
a la tienda de abarrotes, y solamente cargó con unas cuantas botellas de aceite
para cocina, latas de atún y cereal azucarado. Llevó la pequeña canastilla de
metal hasta la caja registradora, donde Miguel, el dependiente, la atendió como
siempre.
-Hola,
Melinda, espero estés bien.
-Gracias,
Miguel. He estado algo cansada, pero es normal. Tal vez sea un poco de
insomnio, pero ya se me pasará-, dijo Melinda, con una sonrisa final muy
encantadora. No notó la erección de Miguel detrás del mostrador.
-¿Sólo
llevas esto?
-Sí,
es algo de lo que hace falta.
Miguel
marcó en la computadora los artículos que Melinda llevaba consigo, y ella pagó
con un billete. Después de que le diera su cambio, ambos se despidieron con
gratitudes y enormes sonrisas, mientras ella salía de la tienda.
Al
cruzar la puerta, sin embargo, no se dio cuenta que alguien venía caminando por
la banqueta, con algo de prisa y sin fijarse. Chocó con ella, y le hizo tirar
la bolsa de las compras al suelo.
-¡Vaya,
Dios, que torpe soy! Disculpe, no lo vi pasar y…
Melinda
ni siquiera se encargó de agacharse para levantar sus cosas. Junto a ella
estaba un hombre muy alto. Llevaba una gabardina negra y debajo un pantalón del
mismo color y tela, además de una camisa blanca y corbata de color azul rey.
Tenía un cuerpo enorme, como de jugador de americano, y su rostro era ancho, de
facciones masculinas y ojos cafés muy penetrantes. Su cabello era corto, pero
le colgaba en flequillos muy alborotados.
-¿Usted
es la señora Melinda?-, dijo aquel hombre, con una voz seria y muy grave.
-¿Qué
desea?
Ella
no podía despegar su mirada de aquel enorme sujeto, que la miraba como un león
mira a su presa antes de abalanzarse sobre ella. Podía oler su colonia, y hasta
sentir el calor de su enorme pecho, que subía y bajaba cada vez que respirara,
como si el oxígeno a su alrededor no le fuera suficiente.
-Aquella
noche, su sueño…
Melinda
se sintió acosada de repente, como si hubiera salido a la calle completamente
desnuda.
-¿Pero
quién le dijo eso? Santo cielo, usted me…
El
enorme hombretón le tocó el hombro, como para tranquilizarla, aunque ella
sintió un enorme peso sobre su cuerpo.
-Sólo
quiero decirle que regrese a casa, coja sus cosas, y se vayan de aquí cuanto
antes. El trato ya fue hecho, y Abernathy no tardará en regresar por usted…
Dicho
esto, el hombre misterioso se alejó, entrando por un callejón detrás del bar.
Melinda
se apresuró a recoger las compras del suelo, pero no dejaba de temblar, e hizo
que una de las latas de atún rodara hasta la mitad del asfalto. Estaba entrando
en pánico, y a media calle sería un error terrible. Se apresuró a levantar la
lata, fijándose que no pasaran un auto, y salió corriendo de ahí, directamente
hacía el auto.
Usualmente,
usando bien el auto y sin encontrar tráfico en la carretera, Melinda tardaba
diez minutos en regresar a casa desde el centro. Esta vez, tardó media hora.
Había errado el camino al menos dos veces, entrando a solares abandonados e
incluso a una granja. No podía dejar de pensar en lo que estaba pasando: su
sueño con Thomas, aquel tiempo perdido en quién sabe dónde, el incendio, el
hombre misterioso afuera de la tienda… Todo era para volverse loca. Intentó
controlarse, dejar de temblar un poco y respirar. Manejó de regreso a casa como
si nada pasara, y cuando vio el techo de la vivienda se sintió más tranquila.
Tendría que contarle a Marco lo que aquel hombre le había dicho, y estaba
segura que le creería.
Regrese a casa, cojan
sus cosas y salgan de ahí cuanto antes…
Bajó
del auto, y tomó la bolsa de plástico con la comida. Respiró hondo, y un aire
con olor a tierra y plantas le llegó desde lejos. Se sentía bien, sin nada que
preocuparse. Saldrían de ahí, al menos durante un tiempo, y todo volvería a la
normalidad…
Al
entrar a casa, sin embargo, Melinda se llevó una sorpresa demasiado intensa.
Frente a ella ya estaba Marco, hincado en una de sus rodillas, hablando con una
pequeña niña, de cabello negro y preciosos ojos azules, como los de él. Cuando
ambos vieron a Melinda entrar a casa, la niña se emocionó demasiado, abriendo
sus preciosos ojos y corriendo para abrazarla.
-¡Mami,
llegaste! ¿Qué me compraste? ¿Miguel te dio dulces para mí?
El trato ya fue hecho…
Melinda
se quedó petrificada, con la mirada perdida y asustada. Ellos no tenían hijos,
y a pesar de todo, la niña le había llamado mami.
Soltó la bolsa de la despensa, y de nuevo, todo se desperdigó sobre el
suelo. La misma lata de atún salió rodando, esta vez, hasta los pies de Marco.
-Mi
amor, ¿te sientes bien?-, dijo él, tratando de animar a su esposa, quién estaba
pálida y demasiado asustada para hacer algo.
Sin
embargo, reaccionó: tomó a la niña de los hombros y la arrojó al suelo,
tirándola de espaldas. La pequeña soltó un aullido de dolor, y empezó a llorar.
-¡¿Qué
putas madres te sucede…?!-, exclamó Marco, corriendo para auxiliar a su pequeña
hija.
-¡Déjenme,
déjenme en paz…!-, gritó Melinda, con poco aire y con la fuerza que aún le
quedaba en su cuerpo. Dio la vuelta y salió corriendo, subiendo al auto sin
pensar en nada más que escapar de ahí.
Abernathy no tardará en
regresar por usted…
Por usted…
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