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miércoles, 11 de febrero de 2015

Alorgasmia: Cuento 3, Capítulo 3 (+18)



3.3
       
Dos días después del desagradable incidente con el sueño de Thomas Abernathy, su pelea con Marco y aquel incendio en la casa de los Álvarez, Melinda decidió despejar un poco su cabeza saliendo de compras. De todas maneras, en casa ya escaseaban algunas cosas de comida, y no quería quedarse más tiempo encerrada en lo que su marido regresaba de trabajar. Tomó el auto y se encaminó hasta el centro del pueblo más cercano, un lugar pintoresco y con poca gente. No los conocía a todos, pero se llevaba bien con los dependientes de las tiendas, quienes siempre la atendían con cortesía y con una enorme sonrisa.
Entró a la tienda de abarrotes, y solamente cargó con unas cuantas botellas de aceite para cocina, latas de atún y cereal azucarado. Llevó la pequeña canastilla de metal hasta la caja registradora, donde Miguel, el dependiente, la atendió como siempre.
-Hola, Melinda, espero estés bien.
-Gracias, Miguel. He estado algo cansada, pero es normal. Tal vez sea un poco de insomnio, pero ya se me pasará-, dijo Melinda, con una sonrisa final muy encantadora. No notó la erección de Miguel detrás del mostrador.
-¿Sólo llevas esto?
-Sí, es algo de lo que hace falta.
Miguel marcó en la computadora los artículos que Melinda llevaba consigo, y ella pagó con un billete. Después de que le diera su cambio, ambos se despidieron con gratitudes y enormes sonrisas, mientras ella salía de la tienda.
Al cruzar la puerta, sin embargo, no se dio cuenta que alguien venía caminando por la banqueta, con algo de prisa y sin fijarse. Chocó con ella, y le hizo tirar la bolsa de las compras al suelo.
-¡Vaya, Dios, que torpe soy! Disculpe, no lo vi pasar y…
Melinda ni siquiera se encargó de agacharse para levantar sus cosas. Junto a ella estaba un hombre muy alto. Llevaba una gabardina negra y debajo un pantalón del mismo color y tela, además de una camisa blanca y corbata de color azul rey. Tenía un cuerpo enorme, como de jugador de americano, y su rostro era ancho, de facciones masculinas y ojos cafés muy penetrantes. Su cabello era corto, pero le colgaba en flequillos muy alborotados.
-¿Usted es la señora Melinda?-, dijo aquel hombre, con una voz seria y muy grave.
-¿Qué desea?
Ella no podía despegar su mirada de aquel enorme sujeto, que la miraba como un león mira a su presa antes de abalanzarse sobre ella. Podía oler su colonia, y hasta sentir el calor de su enorme pecho, que subía y bajaba cada vez que respirara, como si el oxígeno a su alrededor no le fuera suficiente.
-Aquella noche, su sueño…
Melinda se sintió acosada de repente, como si hubiera salido a la calle completamente desnuda.
-¿Pero quién le dijo eso? Santo cielo, usted me…
El enorme hombretón le tocó el hombro, como para tranquilizarla, aunque ella sintió un enorme peso sobre su cuerpo.
-Sólo quiero decirle que regrese a casa, coja sus cosas, y se vayan de aquí cuanto antes. El trato ya fue hecho, y Abernathy no tardará en regresar por usted…
Dicho esto, el hombre misterioso se alejó, entrando por un callejón detrás del bar.
Melinda se apresuró a recoger las compras del suelo, pero no dejaba de temblar, e hizo que una de las latas de atún rodara hasta la mitad del asfalto. Estaba entrando en pánico, y a media calle sería un error terrible. Se apresuró a levantar la lata, fijándose que no pasaran un auto, y salió corriendo de ahí, directamente hacía el auto.

Usualmente, usando bien el auto y sin encontrar tráfico en la carretera, Melinda tardaba diez minutos en regresar a casa desde el centro. Esta vez, tardó media hora. Había errado el camino al menos dos veces, entrando a solares abandonados e incluso a una granja. No podía dejar de pensar en lo que estaba pasando: su sueño con Thomas, aquel tiempo perdido en quién sabe dónde, el incendio, el hombre misterioso afuera de la tienda… Todo era para volverse loca. Intentó controlarse, dejar de temblar un poco y respirar. Manejó de regreso a casa como si nada pasara, y cuando vio el techo de la vivienda se sintió más tranquila. Tendría que contarle a Marco lo que aquel hombre le había dicho, y estaba segura que le creería.
Regrese a casa, cojan sus cosas y salgan de ahí cuanto antes…
Bajó del auto, y tomó la bolsa de plástico con la comida. Respiró hondo, y un aire con olor a tierra y plantas le llegó desde lejos. Se sentía bien, sin nada que preocuparse. Saldrían de ahí, al menos durante un tiempo, y todo volvería a la normalidad…
Al entrar a casa, sin embargo, Melinda se llevó una sorpresa demasiado intensa. Frente a ella ya estaba Marco, hincado en una de sus rodillas, hablando con una pequeña niña, de cabello negro y preciosos ojos azules, como los de él. Cuando ambos vieron a Melinda entrar a casa, la niña se emocionó demasiado, abriendo sus preciosos ojos y corriendo para abrazarla.
-¡Mami, llegaste! ¿Qué me compraste? ¿Miguel te dio dulces para mí?
El trato ya fue hecho…
Melinda se quedó petrificada, con la mirada perdida y asustada. Ellos no tenían hijos, y a pesar de todo, la niña le había llamado mami. Soltó la bolsa de la despensa, y de nuevo, todo se desperdigó sobre el suelo. La misma lata de atún salió rodando, esta vez, hasta los pies de Marco.
-Mi amor, ¿te sientes bien?-, dijo él, tratando de animar a su esposa, quién estaba pálida y demasiado asustada para hacer algo.
Sin embargo, reaccionó: tomó a la niña de los hombros y la arrojó al suelo, tirándola de espaldas. La pequeña soltó un aullido de dolor, y empezó a llorar.
-¡¿Qué putas madres te sucede…?!-, exclamó Marco, corriendo para auxiliar a su pequeña hija.
-¡Déjenme, déjenme en paz…!-, gritó Melinda, con poco aire y con la fuerza que aún le quedaba en su cuerpo. Dio la vuelta y salió corriendo, subiendo al auto sin pensar en nada más que escapar de ahí.
Abernathy no tardará en regresar por usted…
Por usted…

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