Tercera Parte
Alorgasmia:
Besos ajenos…
3.1
Estaban
haciendo el amor como nunca antes. En la habitación sonaba Del Shannon, en el
viejo tocadiscos que los padres de ella le habían heredado. La canción era Runaway, con su estilo de rock and roll,
aunque fuera de los 60’s.
Él
boca arriba, con las manos en sus caderas. Ella, sobre él como si montara en un
enorme caballo, cabalgando sin cesar sobre su pelvis. Lo sentía profundamente,
mientras sus enormes senos subían y bajaban al compás del vaivén. Él también
cooperaba, subiendo y bajando su cuerpo, haciendo rechinar el colchón y las
juntas de la cama de madera. La música no era para callar los gemidos: era un
simple gusto y hasta podría decirse que una costumbre a la hora del sexo. Y es
que la casa de Marco y Melinda estaba en uno de aquellos hermosos parajes
naturales del país, rodeado de pequeños pedazos de bosque y varias hectáreas de
sembradíos, en su mayoría maíz.
Cansada
de no soportar ya su peso, Melinda se dio la libertad de poner sus manos en los
pectorales de Marco. Su marido hacía mucho ejercicio, por lo que ella podía
sentir sus enormes y bien torneados músculos entre sus dedos, bajo las yemas.
Tenía ansias de rasguñarle la piel, de estrujar su cuerpo, de hacerlo trizas. Y
es que estaba sintiendo un placer sin igual, y era algo indescriptible para
ella.
-¿Te
gusta esto? ¿Verdad que te encanta?-, decía Marco, entre jadeos y quejidos.
Ella no podía hablar, simplemente cerró los ojos y gimió una vez más, fuerte y
claro, sin que nadie pudiera escucharla. No tenían hijos, y habían cuidado que
aquello no les preocupara por el momento. Si podían disfrutar a menudo de
semejantes faenas sexuales, ninguno se quejaría.
-Más
rápido, Thomas, más rápido…
Marco
le imprimió más energía a sus embestidas, sin darse cuenta de aquel pequeño
detalle. No hasta que se dio cuenta.
Melinda
no había cometido un error: le había dicho Thomas. Y no fuera que lo engañara:
Thomas Abernathy era el actor preferido de Melinda, un hombre rubio y de ojos
verdes que salía en varias de las películas románticas que solían ver en la
televisión los sábados a la medianoche.
Él
se sintió ofendido, y casi al instante dejó de moverse. Con sus manos apretó
fuerte las muñecas de su mujer, y la apartó con un fuerte jalón hacía el otro
lado de la cama. Ella se separó de él y por su expresión en el rostro había
sido doloroso. Desnuda y cansada, Melinda tomó la sábana y se cubrió el cuerpo,
todo excepto la cabeza y un seno, el derecho. Marco se incorporó y se levantó
de la cama, dándole la espalda, con aquellas firmes nalgas que tenía apuntándole
hacía ella.
-¿Qué
te pasa? No puedes dejarme así-, le reclamó ella, con un rostro dolido y
confundido. Parecía en verdad no haber caído en la cuenta de su error, pero él
esperaba hacerle entender. Así sin vestirse, caminó hacia la puerta, y volteó a
verla a los ojos. Su pene se había quedado fláccido.
-Pídeselo
a tu amado Thomas, a ver si viene a cogerte de una vez…
Después,
salió hecho una furia, cerrando la puerta jalándola fuertemente. En el
tocadiscos ya sonaba “La Hiedra Venenosa” de Johnny Laboriel. Melinda se quedó
ahí, sentada en la cama, con un seno al aire, y totalmente confundida.
Aquella
noche durmió sola, así desnuda. Ni siquiera se había puesto sus pantaletas y la
blusa con las que acostumbraba dormir. Estaba tapada sólo con la sábana, porque
hacía bastante calor. Y afuera llovía, con unos cuantos rayos dibujando
caprichosas formas en la ventana.
La
música del tocadiscos también había cesado… aunque no por siempre. Exactamente
a medianoche, las canciones volvieron a escucharse. Era “Blue Velvet” de Bobby
Vinton. Melinda se retorció un poco, incómoda por el calor y por el sonido.
Pensó que tal vez Marco había vuelto para dormir con ella, y que
accidentalmente había puesto el tocadiscos a funcionar.
-Apaga
eso, Marco, por favor…-, dijo Melinda, levantando un poco la cabeza para ver
hacía el tocador.
Sus
ojos la engañaban: la ventana estaba abierta, y la lluvia se colaba por el
alféizar y empapaba las cortinas. Y enfrente del tocador, estaba la figura
musculosa y definida de Thomas Abernathy. Melinda sintió algo en el fondo de su
vientre, y soltó un pequeño gemido. Alrededor de Thomas, se dibujaban sombras
caprichosas, como si no hubiera venido solo.
-Melinda,
esta noche serás mía…
La
mujer cerró los puños apretando con fuerza la sábana. Sintió como la seda de la
misma le recorría las piernas, y de repente, un calor le recorrió todo el
cuerpo.
-Thomas, oh Thomas,
hazme tuya. Házmelo ahora…
3 comentarios:
Te voy a ser sincera Luis, no me latió este relato, siento que le falta algo...
Hay que ser pacientes hermosa, aún queda un poco. No son como los de Octubre, que acababan sin más y seguía otro, y te quedabas con ganas de saber qué pasaba. Aquí habrá una conclusión satisfactoria, ya lo verás...
Aaah, tienen continuación?, no entendí la dinámica
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