1.7
¿Por qué?
Era
la pregunta que se ahogaba en la garganta de Sara mientras permanecía junto a
Javier, quién se desangraba a cada segundo que pasaba. Irina le apuntaba con el
revólver, mirándole fijamente con una sonrisa enloquecida en su rostro.
-Tal
vez te preguntes por qué lo hice. Bueno, mira, la chica de aquella noche ni
siquiera es la primera. Tengo un largo historial de mis travesuras en otras
ciudades, y aquí necesitaba el impulso necesario. Esa motivación me la diste
tú, Sara…
La
muchacha no podía creer lo que veía, y mucho menos lo que Irina estaba
diciendo.
-¿Qué
tratas de decir?
-Conozco
tu aberrante gusto por entrar al metro y hacer que los hombres te toquen. Te he
seguido en algunas ocasiones, segura de que no me ibas a ver. Eres un caso extraordinario,
Sara. Eres una mujer que busca el placer entre la multitud y no lo escondes en
lo más mínimo. Por eso decidí cazarte, para ver como reaccionabas.
“Con
Esther sólo llamé tu atención, nada más. En realidad te quería a ti para mis
planes: tenerte temerosa, acechada. Influir en tu mente con miedo y
desesperación, y ver cómo tu deseo carnal se comportaba respecto a ello. ¿No es
genial? Espero que en este momento te sientas lo más excitada posible.
Quisieras que una mano masculina te dé el placer que necesitas. No puedes
esconderlo más…”
Las
palabras de Irina hicieron que Sara se sintiera culpable de sí misma, pero a la
vez, deseaba con toda el alma estar rodeada de gente, hombres que en sus más
lúbricos pensamientos la tuvieran a ella penetrándola por todos sus agujeros,
mientras le tocaban el clítoris o le metían dos dedos en la vulva.
-No
voy a permitir que me engañes de nuevo. Déjame salir con Javier de aquí, te lo
suplico.
Irina
soltó una fuerte carcajada que retumbó en la catedral abandonada.
-¡No
te voy a permitir que supliques, por el amor de Dios! Eres una perfecta idiota,
Sara. Por si no lo sabes, un ratón en un experimento psicológico no ruega al
hombre que le suelte o que deje de usarlo para sus oscuros fines. Tú eres mi
ratón, Sara. Si los animales ruegan que no los usemos, creo que no los
entendemos, por eso lo seguimos haciendo. Tus súplicas no significan nada para
mí. Te tengo donde quería, y mientras sigan creyendo que el asesino sigue
suelto, podré matarte para iniciar con mis propias investigaciones.
-No
le hagas caso, Sara…-, dijo Javier, con dificultad y quejándose del dolor. La
mano de Irina tembló con el revólver entre sus dedos, apuntándole a ambos por
turnos.
-¡Cállate,
cállate! Los dos no entienden nada. No lo hago por satisfacción personal, ni
por una venganza. Lo hago por el amor que le tengo a mi profesión. Voy a
graduarme con honores haciendo un trabajo monumental de tu trágica vida sexual
y de cómo acabó repentinamente gracias a un asesino que logró escapar. No hay
pruebas que me inculpen. Nada me detendrá para hacer lo que es debido. Y
ustedes dos van a morir…
Mientras
Irina amenazaba a Sara y a Javier, de la puerta al costado del atrio principal
salió Isaac, empuñando con fuerza una tabla de madera que había encontrado entre
los desechos de la remodelación de la oficina del sacerdote. Con pasos ligeros
y silenciosos se fue acercando a Irina, colocándose justo detrás de ella para
que no la viera. No podía ver bien a causa de la luz de las velas, pero tampoco
estaba ciego.
-Despídanse
de sus vidas.
Irina
no vio cómo se acercaba Isaac, pero Sara sí, aunque no dijo nada, actuando como
hasta ese momento lo estaba haciendo. Isaac levantó el pedazo de madera,
mientras sus dedos se ponían rojos por la fuerza que hacía para no soltar su
arma improvisada. Sara cerró los ojos…
El
golpe llegó. Isaac empujó a Irina hacía un costado, haciendo que el revólver se
le disparara por error, sin darle a nadie. Después con el trozo de madera, le
golpeó de lleno a Sara en la cabeza, haciéndola caer de costado sobre Javier,
quién no pudo hacer nada para impedirlo.
-Maldito…
¿Sara…?-, dijo Javier, tratando de reanimar a la muchacha. Ella no reaccionó.
Isaac
arrojó el pedazo de madera cerca de la cabeza de Sara, la cual había golpeado
el suelo, con el rostro cubierto por el pelo. Irina se levantó, con el revólver
apuntando al suelo.
-¿Qué
se supone que haces, Isaac?
El
muchacho le sonrió, tratando de aguantar las ganas de salir corriendo o de
hacer una tontería más.
-Tú
sabes lo que quiero, Irina. Eres la mejor amiga de Sara, y sabes muy bien que
la deseo desde hace mucho. No me vas a quitar la oportunidad de tenerla.
Irina
sonrió, como si reconsiderara la oferta de Isaac. Se acercó a él, y puso su
mano izquierda en su bulto, tocando su pene y acariciando sus testículos por
encima del short.
-Eres
un hombre de verdad. Bajo esta ropa hay un macho alfa. Testosterona pura.
Cualquier mujer querría estar contigo, incluso yo. Sé como miras a Sara, y sé
que la deseas más que a nadie en este mundo. ¿En verdad la quieres?
Isaac
asintió, notando como su miembro crecía entre los dedos de Irina, quién no
dejaba de apretar.
-Voy
a hacerla mía por todas partes, Irina. Luego podrás hacer lo que quieras con
ella, te lo prometo.
-Eres
un amor, pero no estoy interesada…
Irina
levantó la mano con el revólver, y colocó el cañón bajo la garganta del
muchacho. Antes de que Isaac reaccionara, disparó. Los sesos del joven saltaron
por todas partes, estallando entre materia gris y sangre. El cuerpo de Isaac
cayó hacia atrás, haciendo que su cabeza perforada rebotara contra el suelo,
antes de derramarse.
Irina
tenía el rostro lleno de sangre, gotas que le escurrían desde varias partes,
haciendo de su rostro algo macabro a la luz de las velas. Ni siquiera le
interesó. Se acercó cautelosa al cuerpo de Isaac, el cual yacía con la boca
abierta en un ángulo irregular y con los ojos abiertos, casi blancos. Mientras
le pateaba una de las piernas, para cerciorarse que estaba muerto, Sara se fue
arrastrando por el suelo, con la sien sangrando y aturdida. Encontró el pedazo
de madera y se aferró a él cómo pudo.
-Sara
es mía, pedazo de mierda…
Irina
escupió en el cuerpo de Isaac, y entonces Sara se levantó. Con un fuerte
impulso de sus brazos, golpeó a Irina en una de sus piernas, haciendo que esta
soltara un alarido de dolor, y cayera de espaldas después de rodar un poco.
Levantó la pistola, pero Sara se le adelantó:
-¡No
más, perra!
Con
el pedazo de madera, golpeó la mano de Irina, haciendo que se le fracturara la
muñeca y dos dedos. Soltó la pistola, entre gritos y maldiciones.
-¡Te
voy a matar, maldita, juro que lo haré!
Sara
veía cómo Irina se retorcía de dolor en el suelo. Soltó el pedazo de madera, el
cual retumbó en el suelo y las columnas del edificio con un sonido casi hueco.
-Estás
loca, amiga… Te mereces eso y más.
Sin
embargo, en un instante de rabia contenida, Irina se levantó como pudo,
soltando un chillido terrible, y se lanzó contra Sara. Esta trató de forcejear,
aunque sabía que Irina no podía usar una mano, pero con la otra era igual de
peligrosa. Irina le jaló del cabello, y la hizo darse la vuelta, para caer de
espaldas contra el suelo, muy cerca del cadáver de Isaac. Irina le clavó las
rodillas en el pecho, y con la mano sana, le rodeó el cuello, apretándolo con
todas sus fuerzas. Sara no podía respirar, y se estaba ahogando con su garganta
obstruida. Sólo podía manotear, buscando la pistola, pero sin éxito. Irina la
miraba con aquellos ojos enloquecidos, furiosa.
-Ya
muérete, estúpida-, decía la muchacha, soltando saliva cada vez que hablaba.
De
repente, un estruendo enorme se escuchó en el lugar. El eco de un disparo. Sara
pudo respirar al fin, tosiendo un poco. El cuerpo de Irina cayó sin vida justo
a su lado, boca abajo. El disparo le había entrado justo en la nuca. Detrás de ella
estaba Javier, de pie con las pocas fuerzas que le quedaban, y con el revólver
en la mano. Después del disparo, volvió a desplomarse, esta vez cayendo de
costado.
Sara
se levantó rápidamente y corrió a su auxilio. Javier estaba muy pálido y débil.
-Te
vas a poner bien, por favor, resiste.
Javier
le sonrió, asintiendo. Ya ni siquiera le quedaban fuerzas para hablar. La tomó
de la mano, y ella también se aferró de él, como si fuera su apoyo, o el
oxígeno que necesitaba. Estaban juntos en eso, y él no la dejaría sola.
Cuando
Sara llamó a la policía y a los paramédicos con su celular, encontraron un
verdadero caos. Velas medio consumidas, un muñeco falso amarrado a una silla,
un herido de gravedad que, a pesar de todo, saldría con vida, y una muchacha
asustada, con un golpe en la cabeza, pero bien en lo que cabía.
En
el suelo había dos cadáveres. Uno de un muchacho musculoso, y el de la presunta
asesina de una alumna de la Universidad. Hasta para los peritos fue curioso
encontrarlos así: él, con una mancha de semen en su short. Y ella, con la cara
desencajada sobre su pene muerto.
Toda
una escena.
Dentro
de la ambulancia estaba Sara, sentada, junto a Javier, quién llevaba un tubo en
la boca, mientras los paramédicos controlaban la hemorragia y le administraban
tanto sangre como medicamentos. Ella le sonreía, con algunas lágrimas en los
ojos, y él, a pesar de sentirse sedado, pudo sostener sus ojos con los de ella
durante el trayecto al hospital.
En
la cabina del conductor se alcanzaba a escuchar una canción, que a la pareja le
parecía muy lejana: sonaba como un vals, una cadencia tan sensual que no podía
adecuarse a un momento así. Era el Jazz
Suite No. 2 de Dmitri Shostakovich…
Gregomulcia:
Excitación por ser
manoseado por una persona desconocida en una multitud.
2 comentarios:
Has trabajado mucho Luis. Felicitaciones. ¡Que imaginación! Aplauso y abrazo. Y por lo demás. ¡Todo va a estar bien!
Espero que todo siga igual, quiero repetir la fórmula después, pero ya veremos con qué nuevo tema. Gracias por leer y por tus comentarios.
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