2.3
Travis
se fue temprano a trabajar, y como era sábado, su muchacho se despertó hasta
tarde. Tallándose los ojos, Shawn vio que ya era de día. Además, el estómago
empezó a gruñirle. La noche anterior lo había dejado cansado y también
hambriento. Volteó a ver el lugar donde dormía su papá, y como era de
esperarse, no estaba.
Se
desperezó, y se puso sólo sus bóxers, los cuales estaban colgando precariamente
de la silla del pequeño escritorio de la recámara. Ni siquiera se preocupó por
tender la cama. Bajó las escaleras descalzo, y caminó tranquilamente hasta la
cocina. Si alguien hubiese visto en ese momento a Shawn, hubiera creído que era
simplemente un niño muy crecido: era alto y delgado, pero con cuerpo fornido,
con brazos largos y musculosos, y piernas atléticas y ligeras. Su cabello rubio
estaba despeinado, y eso le daba aspecto de ser un rebelde total: un rebelde
muy guapo, como muchas chicas de la escuela consideraban.
Aunque
si ellas supieran…
Shawn
abrió el refrigerador, sintiendo inmediatamente el frío en aquellas partes de
su piel que no estaban cubiertas por ropa. Había algo de jamón y queso
amarillo, además de unos cuantos tomates y pepinillos.
-Ok…
Un sándwich será.
Sacó
todos los ingredientes, y en una de las gavetas de la cocina encontró la bolsa
del pan. Puso todo sobre la mesita del comedor, y empezó a prepararse su
sándwich. Dentro de la casa se sentía fresco, a pesar de que en Febrero el
clima en aquel lugar era un poco más cálido. Sintió como los poros de sus
brazos se levantaban, como siempre que una corriente fría le pasaba por encima.
No le dio importancia: tenía más hambre que nada.
Después
de dejar su sándwich preparado en un plato, Shawn volvió al refrigerador por un
poco de jugo, sirviéndose en un vaso. Esta vez, fue como si el frío del
electrodoméstico le hubiera recorrido la espalda. Se quedó paralizado: estaba
completamente seguro de que había alguien detrás de él.
Se
dio la vuelta rápidamente, pero no había nadie. Había sido tan real aquella
sensación, de que alguien estaba de pie, justo detrás de él, observándole…
-Maldita
sea, debo dejar de dormirme tarde-, se dijo a sí mismo, cerrando el
refrigerador y llevando hasta la mesa su vaso con jugo. Se sentó en una de las
sillas y empezó a comer.
Saboreó
cada mordida de su sándwich, disfrutando cada sabor por separado. Después,
bebió de su jugo, sintiendo el frío y liso tacto del vidrio del vaso en sus
labios. Primero un bocado seco, luego un sorbo fresco y ácido.
Ni
siquiera notó cuando una de las sillas desocupadas del comedor se movió apenas
unos centímetros, como si alguien la hubiera arrastrado.
Después
de su desayuno, Shawn se levantó para limpiar los trastes. Abrió el grifo del
lavabo, y empezó con la faena. El agua estaba tibia, y el jabón líquido le daba
una consistencia como de gel. Puso los trastes limpios en la tarja para
escurrir, y cerró de nuevo la llave del agua. La salida del agua se quedó
goteando, como el latido líquido de un corazón de metal.
Shawn…
Ahora
estaba seguro. Alguien había susurrado su nombre. Se asomó por la ventana de la
cocina, la cual daba directamente a la del vecino, pero la otra estaba cerrada.
Tampoco había nadie en el jardín. Volteó hacía el comedor, al pasillo de las
escaleras, hacía la entrada a la estancia. No había nadie.
-¿Quién
está ahí?-, preguntó el muchacho, nervioso y con la voz quebrada.
El
sonido dentro de la casa se hizo más y más grande, como el aire que ocupa el
espacio vacío de un globo desinflado. Y así, poco a poco se fue inflando, como
si nada existiera a su alrededor. Shawn alcanzaba sólo a escuchar el sonido de
su corazón desbocado dentro de su pecho.
Y
estalló. El enorme refrigerador avanzó varios metros hacia adelante, jalándose
del cable y desconectándose con una fuerza impresionante. El aparato chirriaba
al contacto con el suelo, y parecía como si hubiera cobrado vida propia. De
repente, al detenerse, se inclinó hacia delante, y las puertas se abrieron.
Todo el contenido cayó al suelo antes de que el mismo refrigerador cayera sobre
ellos. Un bote de helado se atoró contra el aparato y el suelo, y la tapa
estalló, salpicando el suelo y la pared de la cocina.
-¡Maldita
sea!-, exclamó el muchacho antes de retroceder unos pasos. Se resbaló y cayó
sentado en el suelo de la cocina. Sus ojos estaban bien abiertos y su rostro se
veía más pálido que de costumbre.
Se
quedó mirando el refrigerador, que parecía haber caído en batalla, de bruces y
abandonado ahí, a medio camino de la cocina. Junto a la mancha del helado, se
empezó a dibujar el charco de jugo y otra mancha de algo que parecía salsa de
tomate. Si Shawn hubiera cerrado los ojos como un cobarde, no hubiera visto lo
que estaba apareciendo en el suelo.
Alguien invisible
dejaba sus huellas sobre el linóleo de la cocina. Aquel que había susurrado su
nombre se alejaba lentamente de ahí.
2 comentarios:
Luis Muy bien. Me alegro de haber entrado a tu mundo plagado de intrigas. Abrazo.
Muchas gracias, te invito a que leas los de los días pasados. Las historias se extenderán durante todo el mes. Saludos y muchas gracias por comentar.
Publicar un comentario