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miércoles, 29 de agosto de 2012

Homicidio Mexicano: Un Thriller Nacional.


Homicidio Mexicano

Luis Zaldívar

Para los que no creen que en México podemos hacer la diferencia, aquí escribiendo yo mi relato, te demuestro que sí, amigo lector. Gracias a ti…


¿Quién es Javier Carrillo?
Médico egresado de una de las universidades más prestigiosas de Jalisco, un hombre al que la vida le ha costado demasiado, a raíz de la pérdida de su padre, se convirtió en uno de los investigadores privados con más fama a nivel nacional, si no es que el único.
Por sus manos y su mentalidad han pasado casos de verdad alucinantes, dónde los misterios contrastan siempre con la realidad en México. Más allá de los cárteles del narcotráfico y demás asociaciones, Javier ha combatido con otra realidad aún en crecimiento: Los casos misteriosos, donde el crimen se combate “a la antigua”.
Más allá de los casos resueltos, donde suena mucho el caso del asesino del Museo de Antropología en el Distrito Federal, Javier Carrillo se enfrentó últimamente a uno de los más despiadados y maravillosos asesinatos jamás perpetrados. Esta es la historia de mi colega, amigo y visionario, que descubrió un crimen sin igual, y entró en la historia del país cómo uno de los mejores detectives…

Javier Carrillo había recibido una invitación junto con el correo de la mañana, entre algunos recibos e invitaciones para tramitar tarjetas de crédito. Después de recogerlas del suelo de la oficina, dónde siempre iban a dar después de que las metían en la rendija de la puerta, se acercó de nuevo a su escritorio. Había demasiados papeles revueltos, y unas cuantas fotografías de algunos casos pasados.
-¿Quién era?-, dijo Luis, su ayudante, sentado en el otro escritorio, leyendo un libro de esoterismo. El muchacho había estudiado filosofía, pero a Javier le hacía falta alguien que lo acompañara a estudiar los casos, a tomar fotografías y notas de las pistas tomadas.
-Nadie, el correo. No había visto que había una invitación, no sé si sea tuya, la verdad, ¿te invitaron y no me avisaste?-, dijo Javier, sonriendo de manera divertida, agitando el sobre de la fiesta.
Luis lo miró de reojo, por encima del libro, bajando sus piernas del escritorio. Luis no había sido invitado a fiestas desde hacía años que se había mudado a la Ciudad de México, y ahora que trabajaba a lado de su mejor amigo, era menor la posibilidad.
-Lo dudo amigo. Todas mis amigas están ocupadas, y no creo, tal vez sea para ti, eres demasiado solicitado desde ese día del Museo, con el asesino azteca, pero de todas maneras, deberías de revisarla.
Javier asintió, mirando de nuevo el sobre. Hasta Luis dejó el libro sobre el escritorio, y se acercó a la silla de su compañero. El sobre fue abierto, y dentro, sacó una carta adornada con ribetes, de color blanco, rojo y verde.
-“Se le invita cordialmente a la fiesta patria de la familia Gomezcaña, que se celebrará en…“ Es una fiesta del 15 de septiembre, eso se oye genial…-, exclamó Luis desde atrás de su amigo.
-Ya lo sé, estoy leyendo, muchas gracias metiche. Es de Azahena…
-¿De quién?
-De Azahena, una amiga desde hace años. Me sorprende que me haya invitado, desde que empecé con todo este trabajo me desatendí de ella, y no supe nada en varios años.
Javier se quedó pensando, mientras leía la fecha de la fiesta, el 15 de septiembre a las 10 p.m. Cuando iba a volver a meter el sobre, pensando todavía en su amiga y la invitación después de tantos años, Luis lo detuvo con un toque en el hombro.
-¿Ya te diste cuenta que metiste la invitación sin leerla toda? Te faltó un pedazo…
Javier la sacó de nuevo, y desdobló lo que le faltaba. Cuando lo leyó, se quedó sorprendido.
-¿Disfraz indispensable? Bueno, no lo sé…
-Ay Javier, por favor, ya sé que quieres ir a la fiesta, es tu amiga, tienes que verla, si es que de verdad te invitó. Además, ¿qué difícil puede ser encontrar un buen disfraz de fiesta mexicana? Puedes ir de Pancho Villa, ¿no?
Javier lo volvió a mirar con esa mirada divertida pero muy severa.
-No seas tarado. Pancho Villa no medía casi 2 metros, y no estaba tan gordo cómo yo. La verdad, creo que sería el único disfraz que tengo, al menos que vaya de norteño, con las botas que tengo y el sombrero.
-Ahí está, amigo. Te verías presentable. ¡Que te diviertas!-, dijo Luis, caminando hacía la cocina de la oficina, para prepararse su café de siempre, con el que empezaba la mañana.
-Ah no, eso si que no canijo. Me vas a acompañar, y vas a comprarte tu disfraz, y me vale lo que digas, tienes que venir y conocerla. De nada sirve que me hayas ayudado varias veces antes, y que tampoco te conozcan, ¿está bien?
Luis se quedó ahí, de pie, entre la puerta de la cocina, asintiendo.
-Está bien jefecito. Mañana vamos a comprar los disfraces, si quieres. De todas maneras, falta una semana, y la dirección no es muy lejos del Distrito Federal. Está bien.
Pero Luis no quería ir, y puso cara de enojado al hacerse el café. Javier sólo alcanzó a soltar unas carcajadas.

Javier y yo nos fuimos a comprar los disfraces al otro día. Él obviamente escogió el que le recomendé, y yo me conseguí uno de emperador azteca, con todo y el penacho de plumas.
Cuando pasó la semana, y sin ningún otro caso que atender, nos preparamos para la fiesta. El 15 de septiembre siempre era un caos en la ciudad, ya que siempre había gente dispuesta a hacerte perder el tiempo. Desfiles por aquí, fiestas por allá, gente que salía apresurada a las tiendas a comprar algo para sus celebraciones, borrachos de mediodía. La ciudad era un caos, pero al menos no teníamos que salir demasiado de ella.
Cuando llegamos a la dirección requerida, nos encontramos con poca afluencia. La casa era grande, no lo podíamos negar, con dos pisos, un hermoso jardín adornado con motivos patrios, plantas, flores, y algunos coches aparcados ya en el estacionamiento.
Lo que íbamos a encontrar allá adentro sería excepcional…

Javier y Luis bajaron casi al mismo tiempo del auto. Daban ya las 9:45, y la oscuridad los envolvía, a pesar de que la casa de la anfitriona lucía demasiado adornada y alumbrada. Javier vestía con demasiado porte el disfraz de revolucionario, con un bigote falso, un sombrero muy amplio, y unas botas militares bien lustradas, luciendo su gran altura.
Luis, en cambio, tuvo problemas para bajar, ya que el penacho de plumas de pavo real y águila se le atoraba en donde fuera, la capa de tela blanca arrastraba demasiado en la banqueta, y el frío se le colaba, por que sólo llevaba huaraches y un extraño taparrabos de manta.
-Te ves estupendo pequeño amigo, te dije que al menos vinieras de Miguel Hidalgo, no sé. Te ves demasiado ridículo…
-Cállate Javier. No por que mi idea del disfraz de Villa te haya quedado a la perfección te burles del mío. Represento a lo más mexicano que existe, a los mexicas…
-Aha, ya veo… De todas maneras, los mexicas eran grandotes, fuertes, muy rudos, daban miedo. Y tú pareces pollo pelado con frío, acéptalo, no te queda…
Javier se rió a carcajadas, casi doblándose del dolor, y ni siquiera sintió cuando Luis le soltó un golpe con la palma de la mano en la cabeza, el cual le dolió mucho.
-Eres un tonto. Está bien, ya no digas nada de mi disfraz. ¿Es la casa de tu amiga? Es enorme, no se compara en nada a mi departamento, rayos…
-Sí, esta es la casa de Azahena. La obtuvo con mucho esfuerzo, también por que tiene 4 niños, y a todos les tenía que dar un hogar. De todas maneras, vinimos a una fiesta, así que deja de indagar en todo, ¿te parece? Al menos hasta que acabe la fiesta, ya luego podrás hacer lo que sea.
-Perfecto Javier, no era mi intención preguntar, vaya… De todas maneras, me toca manejar, no quiero tomar ni una sola cerveza, ya sabes cómo me pone eso.
Caminaron dejando atrás el auto, hasta llegar a la reja de la casa. Dentro, se escuchaban risas, música regional, y el choque de unos cuantos vasos. Esperaron un poco después de que Javier tocó al timbre.
Una mujer, sencilla, de mediana altura, y piel morena, salió a recibir a los invitados. Iba ataviada con un disfraz de Josefa Ortiz, con el vestido largo, los guantes hasta los codos, un abanico colgando de la muñeca derecha, y con un peinado alto, con un tocado de tiara muy bonito.
-Buenas noches… ¿Javier? ¡Javier Carrillo, sí viniste!-, dijo la mujer, poniendo cara de sorpresa, con una mirada que detonaba felicidad.
-No podía perderme la fiesta de mi mejor amiga, y espero no te moleste haber traído visitas…
Cuando Azahena abrió la puerta, ambos se abrazaron, cómo si hacía siglos que no se vieran. Los dos sonrieron, mirándose frente a frente, y soltaron una carcajada de nervios.
-Ay Javier, hace años que no sabía nada de ti, adelante, pasen por favor, están en su casa. ¿Y quién es tu invitado?-, dijo Azahena, haciendo pasar a sus invitados a través del umbral.
-Es Luis Zaldívar, es quién me ha apoyado en algunos casos atrás. No podía dejarlo amarrado hoy cuidando la casa, así que me lo traje.
-Eres un torpe. Mucho gusto señora Azahena, disculpe al discreto de mi colega Javier, ya no sabe qué decir, y eso que no ha tomado ni una sola copa. ¿Pasamos?
Después de estar viendo un poco el jardín, las plantas y los adornos, Azahena los invitó a pasar. Era una casa preciosa, tanto por fuera como por dentro, ya que la sala era enorme, y parecían caber demasiadas personas. La música mexicana sonaba un poco alto, pero lo suficiente para que se escucharan las conversaciones.
Lo que notó Javier es que no había mucha gente ahí. Sabía que Azahena tenía cuatro hijos, pero sólo pudo distinguir el rostro de 2 de ellos, ya que los más pequeños se habían ido de vacaciones con la abuela. Había más gente, otras 7 personas más, pero ninguno que él conociera.
-Mira Javier, te presento a Pablo, es mi hijo mayor. Cumplió 25 este año, y él es Carlos, tiene 23. Fernando y Samael no están, se los llevó mi mamá de vacaciones, y pues espero que regresen completos.
Los dos muchachos, altos y bien parecidos, saludaron primero a Javier, y luego a Luis. Iban los dos vestidos de indígenas, con los trajes típicos de manta, bordados, y con unos machetes falsos.
-Mamá siempre nos habló de usted, señor Carrillo. Supimos lo del incidente en el museo hace meses, y nos interesaba que viniera, más a mi hermano Pablo, es un completo obsesivo de usted…
-No manches, Carlos, no es cierto, admiro al señor, pero no me obsesiona, no digas tonterías. De todas maneras, siempre he dicho que es genial que usted se atreva a resolver misterios así, no sólo homicidios y esas cosas. Está genial que haya venido a la fiesta…
-¿Y tus hermanos? Faltan dos, ¿no?-, dijo Luis, inquisitivamente al muchacho. Javier no lo reprimió, pero le lanzó una mirada algo extraña.
-Sí señor Luis, son dos, pero no están, Fernando cumplió 15, deberían verlo, es un gran atleta, y Samael acaba de cumplir 11, es un muchachito muy inteligente. Pero bueno, ellos se pierden de la fiesta, ¿verdad?--, dijo Carlos, aferrando bien su vaso de cerveza, y riéndose junto con su hermano.
Después de haber charlado un poco con los hijos de Azahena, ella fue presentándolos a los invitados, uno por uno. Estaba el señor Aristóteles Grana, un prestigioso contador público, junto a su esposa, la señora Irma Familiar de Grana, excelente pintora de ocasión. Después, conocieron a Mario Rodríguez, un afamado ciclista del equipo olímpico que había tenido la suerte de conocer a Azahena hace algunos años. Martina Baleares, bailarina consumada de casi 40 años, experta en el tema del ballet clásico. Un par de hermanos, Roberto y Juan Flores, gemelos, amigos de Azahena en el trabajo, y por último Liliana Suárez, la dueña del restaurante “La Fonda Internacional”, y quién se había propuesto para traer la comida que iban a degustar esa noche. Y con todos ellos, estaba el encargado de la limpieza en casa, un señor canoso de unos 50 años llamado Pedro que servía las botanas, las copas, y también se divertía platicando con ciertos invitados.
-Muy bien, escúchenme todos. Quisiera por favor, que brindemos, ya que está a punto de ser medianoche, y hay que festejar el día de la independencia cómo se debe…
Ya habían pasado muchos minutos de plática y de diversión entre todos, e incluso Luis se había tomado algunas cervezas. Todos se pusieron de pie alrededor de la mesa, dónde sólo quedaban los platos vacíos, y algunos vasos medio llenos. Javier se dio cuenta que incluso el señor Pedro se acercaba a la mesa, junto con Azahena, para disfrutar del brindis. Todos levantaron sus vasos, y justo cuando dieron las 12, se apagaron las luces…
-¡No es justo!-, dijo alguien a través de la oscuridad, que de seguro tendría que ser Pablo. Unos vasos cayeron al suelo, y se escucharon exclamaciones.
-¿Azahena, están bien?-, dijo Javier, tratando de tantear el espacio a través de la oscuridad, pero sólo hizo que se le cayera el penacho a Luis.
-Sí, aquí estoy, no sé dónde pero…
Entonces, cómo si fuera posible algo peor que eso, se escuchó un disparo, un quejido, y alguien que se desplomaba. Liliana y la señora Irma gritaron, y cómo estaban casi juntas, se abrazaron. El señor Aristóteles se tropezó con una de las sillas, y fue a tirar unos cuantos platos sucios al suelo.
-¡Tranquilos todos! Voy a revisar la caja de la luz-, dijo Carlos, tratando de mantener el orden en la casa. Se escucharon sus pasos alejarse hacía el patio.
-¿Se escuchó un disparo? ¿Qué diablos pasó?-, susurró Luis, acercándose a Javier, para que nadie lo escuchara.
-No lo sé, pero mantén los ojos muy abiertos, no quiero que pase nada más…
Después de dos minutos que parecieron eternos, la luz regresó. Todos parecían aturdidos, completamente. Y entonces, sin darse cuenta, encontraron el cuerpo del señor Pedro en el suelo, con un disparo en el corazón, sobre un enorme charco de sangre. Azahena gritó, y se fue a refugiar a los brazos de Javier. Luis se quedó pasmado, con Pablo y Carlos a un lado, mirándose. Aristóteles abrazaba a su esposa, Mario trató de agarrar fuerte a Liliana para que no se desmayara de la impresión, los hermanos gemelos trataban de tranquilizar a la señora bailarina, aunque sin mucho éxito. Alguien había cometido un asesinato.
-¿Quién lo hizo?-, dijo Luis, mirando el cuerpo del señor Pedro sobre el suelo, y el charco de sangre que se hacía cada vez más grande. Todos miraron a Azahena, cómo buscando una explicación del por qué alguien había cometido un homicidio en su propia casa.
-No pudieron resistirse, ¿verdad? ¡Les dije que ninguna bromita! Pablo, Carlos, explíquense por favor.
-No hicimos nada mamá.
-No mataría a alguien, lo sabes, no es broma, el señor Pedro nunca se prestaba para eso, no es cierto…-, dijo Carlos, nervioso.
-No fueron ellos Azahena. Todos son sospechosos, pero hasta saber quién fue, ellos ni siquiera lo hicieron. Alguien de aquí tenía suficientes motivos para hacerlo, de lo contrario, jamás lo hubiera hecho. Tenemos que hablar, con todos-, dijo Javier, cuando todas las miradas se posaban en él. Menos Luis, quien ya estaba más cerca del cadáver, examinando lo que veía, y asintiendo con la cabeza.
-Entendido, jefecito…

Después del disparo fatal que terminó con la vida de don Pedro, decidimos ponernos a preguntar, cómo siempre lo hacíamos. Estos casos eran clásicos, incluso muchos libros se daban a la tarea de inventar historias para entretener al público. No era de sorprenderse que Javier hubiera querido que leyéramos todo ese material para basarnos en el trabajo real.
Preparamos una habitación para los interrogatorios, así mientras una persona entraba para hacerle preguntas, las otras esperaban en la sala. Así, empezamos a armar el caso del Asesino de la Independencia, nombre que se me ocurrió de repente. Para ser sinceros, después del nombre, Javier era el que quería cometer homicidio…

1.- Azahena Gomezcaña Sánchez: LA ANFITRIONA.
“El señor Pedro era cómo de la familia, nunca lo traté mal, nunca hubo problemas con él. Tenía todo lo que necesitaba aquí, un lugar dónde vivir, comida, horas de diversión. No tendría yo motivos para matarlo, lo juro…”

2.- Pablo Gomezcaña: EL HIJO MAYOR.

“El señor Pedro vivía aquí desde hace mucho, no había problemas, al menos que nosotros nos portáramos mal, nos acusaba con mi mamá, pero hasta ahí. Creo que el único rencor que le guardo haya sido que se quedara con una de las recámaras que me gustaba más. Nunca le vi haciendo nada sospechoso…”

3.- Carlos Gomezcaña: EL SEGUNDO HIJO.

“Nunca me llevé bien con el señor. Siempre que llegaba tarde le decía a mi madre, o cada vez que hacía alguna fiesta. ¿Pero de eso a matarlo? No, nunca lo hubiera pensado en serio. Los amigos de mi mamá lo conocían mejor que nosotros, ya que venían más a la casa, y él siempre los atendía como reyes. Alguien de allá afuera tuvo la culpa, lo sé…”

4.- Aristóteles Grana: EL CONTADOR.

“¿Piensa que fui yo? Sinceramente, señor Carrillo, admito que es bueno para las pistas, pero no sé hasta qué punto sospechando de alguien. Mi esposa y yo vinimos siempre a la casa de Azahena, y el señor era un pan de Dios, si se le puede llamar así. Aunque nunca soporté que viera de más a mi esposa, pero sabía controlarme…”

5.- Irma Familiar de Grana: LA ESPOSA.

“Creo… creo que fue algo terrible… No puedo dejar de pensar en eso, señor Carrillo, y usted lo sabe. Don Pedro era un buen samaritano, siempre estaba al pendiente de esta casa, de Azahena y de sus hijos. Tenía un poco de rencor a mi marido, y no sé por qué razón. Ya no quiero decir nada, de verdad…”

6.- Mario Rodríguez: EL ATLETA.

“Nunca trabé conversación con el señor. Creo que era algo amargo cuando nos recibía en casa, en especial a mí. Todos dicen que es un alma del señor, pero un día me derramó la bebida, según él ‘sin querer’. Miré su cara ese día, con una sonrisa malvada. Creo que le caía mal, o algo le hice, pero no lo recuerdo, y obviamente no lo hice. Yo no disparé.”

7.- Martina Baleares: LA BAILARINA.

“Todos son culpables, ¿por qué habría de molestarme en hablar con usted? Sería incapaz de matar a sangre fría a un hombre tan honorable cómo él. Bueno, tan honorable cómo muchos dicen, no lo era. Tenía un secretito, que sólo yo pude descubrirle. Pero no es el caso, nunca ha sido tan relevante eso, al menos que a Azahena le enoje que yo lo cuente. Ella no quiere darse cuenta de lo que él hacía, pero no soy nadie para decirle que lo divulgue…”

8.- Roberto Flores: EL GEMELO NÚMERO 1.

“A mi hermano y a mi nunca nos trató mal. Don Pedro era una excelente persona, un ejemplo a seguir. Una vez Azahena nos dejó a solas con él en el jardín, y nos pusimos a platicar. A mi hermano le encantaba ese señor, lo admito, es un gran ser humano, pero jamás, NUNCA, nos hizo nada malo. Habíamos acordado incluso un día salir a Garibaldi, sólo para celebrar, y nunca se cumplirá. Lo siento por ese gran hombre…”

9.- Juan Flores: EL GEMELO NÚMERO 2.

“Don Pedro era bueno, sí, pero eso no le quitaba lo cobarde y a veces lo pusilánime. Un día se asomó a la calle, cuando estacioné mi auto. Salí con una ex novia que siempre traía cuando Roberto no quería venir. Y el mugroso viejo se le quedó viendo, sólo por que Marcia tenía un escote del tamaño de una sandía. Sí me molesté, pero pensé que era normal de una persona tan solitaria como él. Si tenía malas intenciones, de verdad se merecía que le pasara eso…”

10.- Liliana Suárez: LA COCINERA.

“No soy cocinera, estudié de chef, en una escuela particular muy famosa en el país. He ido a hacer exposiciones de comida mexicana a eventos internacionales, en Japón, Francia, Italia, Estados Unidos, Egipto. Conozco a mucha gente, pero ninguna persona era cómo Don Pedro, siempre feliz, siempre tan atento, ayudándome en la cocina, con todas esas atenciones… Creo que, si yo lo hubiera matado, me hubiera arrepentido…”


lunes, 20 de agosto de 2012

IRBU

Este es un nuevo proyecto, y espero les guste. Algunos ya lo leyeron por partes, y otros hasta ahora se enterarán. No creí poder inspirar miedo, aunque eso quería. Pero ahora sólo puedo decirles, que sí se inquietarán, y algunas partes les parecerán molestas, pero así es esto. Para mí, es una nueva forma de escribir, y es algo con lo que empiezo a innovar mis relatos, de ahora en adelante. Es mi regreso triunfal al blog, y a todos ustedes, que ya no sabían si esperar o abandonarme, gracias, y no volveré a defraudarlos. Los dejo con IRBU...


IRBU

LUIS ZALDIVAR




















Para Zaldívar, madre y hermano, mi consuelo, y mi futuro.
Para los Carrillo, hermano y hermana, él que lo ha aguantado todo, de principio a fin; ella, que me ha enseñado a ser fuerte.
Para Pantoja, la mejor confidente de secretos en este mundo.
Para Gil Marcial, todo concuerda en nuestras vidas.
Para Edith, amiga, graciosa, extremadamente inteligente.
Para Chávez, por compartir tan anhelado sueño.
Para Aros, por ser mi primer fan oficial.
Para Gomezcaña, temple de acero, ruda y crítica.
Para Cruz y Ruiz, una odontóloga y otro maestro, que sin quererlo, me enseñaron a amar y respetar.
Para Graillet, mi tocayo, mi mentor, filósofo y lo demás que quiera ser.
Para Enka, que le pone sabor a los remakes de mis no nacidas historias.
Para Cienfuegos, ya sé que así te apellidas, y cuya mentalidad inspira un poco esto.
Y para todos los demás que no mencioné… Gracias.








IR-BU, dialecto sumerio, también conocido como ER-BU: (IR o ER: Lamentaciones, sufrimientos; BU: Luz, energía). Se dice de la entidad no etérea, capaz de provocar grandes tragedias y de traer la maldad al mundo. La llamada Energía de las Lamentaciones, el terror del ser humano desde que se tuvo conciencia propia. Siempre acompañada de un episodio breve de buenaventura y escenas cotidianas, antes del golpe de maldad pura.

IRBU, en su naturaleza más allá de toda conciencia humana, y como todo ser vivo de otra dimensión, su esencia se divide en ciertas partes o niveles. Sin uno, no existen los demás, y sin todos los demás, no hay ser. IRBU se manifiesta de manera distinta en otros mundos, donde la capacidad de existir es más o menos compleja a la suya.

Y en nuestro mundo, IRBU comienza así…











Único Capítulo
Fuente de muerte y vida.

Buscamos convivir dentro de nosotros mismos, nunca más con la gente ajena. Tal vez eso es lo que nos haya hecho ser vulnerables, y a la vez orgullosos. Siempre digo lo que pienso, eso es obvio, pero cuando lo escribo, siempre veo que es solo para mí. Creo que aprendí a ser egoísta, pero también sé hasta donde no serlo, por que no me quiero quedar sola. ¿Es una facultad de los humanos siempre hacerse daño? Tal vez, pero si no aprendemos uno del otro, jamás nos entenderemos, y entonces sí, el orgullo va a ganar…
Vivian seguía escribiendo en su diario, como cada noche lo hacía desde hace ya varios años. Le encantaba gastar hojas para platicar consigo misma, y era una actividad sumamente emocionante. La fecha de su hoja empezaba el día 23 de Agosto, el año, 2012. Tenía su lap top, sí, pero le encantaba hacerlo a la manera antigua, a pluma y papel, dónde sus sentimientos podrían expresarse mejor. Miró el reloj en la cómoda, y aunque ya daban la 1:45 a.m., no le importó quedarse un poco más.
Siento que las cosas que he dicho son más para bien que para causarle daño a las personas, aunque ellas nunca entenderán el perfecto valor de una sonrisa, o de una carta escrita al amor de tu vida. Todo se ha vuelto demasiado estúpido para comentarlo, y tan mecánico para entenderlo de una manera más interior. En la escuela, todas se tratan por zorras y perras, pero nunca se han dado cuenta del extenso valor que todas tenemos, sólo por el simple hecho de ser mujeres. Y los muchachos nos ven cómo objetos de su deseo sexual, cómo unas perdidas que daríamos el cuerpo un momento, y al otro, nos avientan, nos olvidan, y nos denigran. ¡También podemos sentir, mal nacidos!
Todo su diario estaba pulcramente escrito en una caligrafía perfecta, en una letra cursiva hermosa que no daba pie a la imaginación más insensata. Vivian utilizaba una hermosa pluma con tinta púrpura, que resaltaba en las hojas amarillentas de la libreta nueva que había conseguido. Las hojas eran de papel reciclado, con ese olor tan característico a humedad. Tomó de nuevo la pluma, después de masajearse un poco los dedos, y volvió a escribir.
Tuve ayer una extraña visión. No sé si llamarla así, pero me cuesta trabajo tener que explicarlo mejor. No fue un sueño, más bien, fue cómo si me pusiera a imaginar cosas, extraviada en mi propia cabeza, en la clase de la señorita Tweed. Era cómo un ojo, en el techo, una mancha de humedad que se extendía, abarcando un gran espacio. Pero con esa forma, con ese ojo mirándome cada vez que parpadeaba. No se movía, pero parecía que buscaba algo, tanto afuera cómo adentro. Lo sentía dentro de mi pecho, dentro de mi cabeza, incluso buscando a través de mis intestinos, por todas partes sentía su presencia. Obviamente me asusté, pero cuando entorné mejor los ojos, ya no había nada, ni un rastro de aquél agujero de muerte…
Ella temblaba con aquel recuerdo cada vez que volvía a visualizarlo. Era un horror cómo nunca nadie lo imaginó, y si era fruto de su imaginación, era una traición de su cerebro, de su mentalidad tan abierta. Miró el dorso de su mano, y ahí estaba otra vez, aquella mancha dibujándose poco a poco, buscando con aquella pupila, con ese iris color óxido, dentro de su alma. No quiso soltar la pluma púrpura, pero el terror que la invadía era indescriptible, una sucesión de emociones difíciles, de mundos que pasaban a través de sus ojos.
Esa Cosa ha traspasado mundos, y me ha llevado a través de su mirada por las diferentes formas de expresarse. De todas maneras, sigue causándome miedo, es una energía que sobrepasa a todo lo que conocemos. Según ella, o él, la verdad no sé que es, ha viajado a través de mundos, de dimensiones que están más allá de todo lo que vemos diario. Es una especie de ser vivo, que se alimenta, crece, se reproduce, y también muere, pero primero tiene que cumplir una misión en cada mundo que visita. En nuestro mundo, la misión comienza ahora…
La muchacha no podía creer lo que estaba pasando. La mano que empezaba a tomar un color óxido, y que manaba con un olor demasiado asqueroso, cómo el de un animal putrefacto. Miró como su mano, a través de sus recuerdos y pensamientos, marcaba la pauta de las letras púrpura que se iban dibujando en la hoja amarillenta. Le dolía la mano, y sentía otra vez esa extraña sensación de cómo se le iba metiendo en la piel, buscando y buscando sin cesar, mirando arriba y abajo, y sentía cómo la piel se le desprendía del músculo.
La mano seguía escribiendo:
Más allá de los planetas de este Sistema Solar, donde sólo uno de ellos tiene vida, hay más por descubrir. Manadas de Galopantes Estelares cruzando las nubes de gas en Orión, viejas y hermosas Manta Rayas de Luz cruzando cinturones de asteroides. Y unos ojos nublados cómo los míos, grises cómo el mercurio líquido, observando la minúscula partícula de cada uno de ellos. Los de mi raza se han acostumbrado, han visitado el mundo de los humanos una y otra vez, buscando las cosas que necesitan, difundiendo la palabra del miedo, de la muerte y del odio, de lo que alimenta al universo. He venido a despertar sus más grandes miedos, y luego, me iré, por que ya he empezado a reproducirme…
Vivian no podía soltar la pluma, y con cada línea escrita, más le dolía. Sentía como sí se la fueran a arrancar, cómo si estuviera siendo derretida en ácido, un dolor muy fuerte. Eran la 1:45 a.m., y si trataba de gritar, tal vez la escucharían. Pero no tenía voz, y de su garganta manaba un líquido espeso, cómo el semen, blanco, de un sabor demasiado amargo, parecido al del vómito. Sentía que se ahogaba en su propio vómito fecundo, cómo si de adentro ya manara también el pene causante de esa horrible eyaculación, que ahora se tornaba en un líquido más negro que cualquier sustancia, más que el petróleo.
Y mañana, cuando esto termine, cuando no despiertes, y encuentren tu cadáver, ya me habré llevado tu piel, tu mano con la que ayudaste a traerme a este mundo, mi querida Vivian. Eres la luz que me ha sacado del pozo, eres el destello de luz entre tanta oscuridad… Me encanta, me persigue       me seduce      tu eres   thu erressss, y llloo sabbvesss……………….
ER
                                                 ER
                                         ER
                                                                                                                        ER
                            ER
               ER                                  IR
                                                               IR
                                                          IR
                                                                            IR BU BU BU BU BU BU...
AHORA ME PERTENECES...

-… lo entiendes, ¿verdad?-, dijo Marcus Maccino, el jefe de la mafia en aquella calle. No había pasado ni media hora desde que habían encontrado a Ben, el muchacho tonto que les debía dinero, a él y a su banda.
Detrás de ellos, una radio sintonizaba una estación de música de los años 40. Un par de muchachas, con faldas de crinolina, pasaron corriendo, sin siquiera pararse a mirar. Los mafiosos, vestidos a lo dandy, con bonitos trajes de color malva y azul, perfectamente planchados, con sombreros de ala ancha, muy bien ataviados. El único que no traía sombrero era Marcus.
Ben los miraba, asustado, mientras se encaramaba más a la pared enladrillada del callejón donde lo habían encontrado. Ben era un muchacho menudo, sin nada más aparente que su cobardía. Le había pedido un favor a Marcus, y ahora tenía que pagárselo, y aunque ya le había dado una parte del dinero acordado, no iba a ser suficiente.
-No sabía… No me acordaba que ya era el día para pagarte, lo siento Marcus, pero es qué…
-¿Más tiempo, pequeño Ben? Lo siento mucho, pero ya te hemos dado demasiadas oportunidades, no veo por qué darte más tiempo, ya no. ¿Tienes con qué pagarme?-, dijo Marcus, sacando una navaja de su bolsillo. Se veía que era antigua, o que le habían dado demasiado uso rudo, y Ben no quería averiguar con quienes había sido.
-No tengo mucho, sólo lo suficiente. Sé que te debo 500 todavía, y traigo 300, si los aceptas ahora, puedo… puedo apresurarme y conseguir lo demás antes de hoy. Por favor.
Las súplicas de Ben hacían que los otros muchachos se rieran, y ya estaban acostumbrados a ver rogar a la gente, justo antes de empezar a golpear. Pero Marcus no se rió, sólo lo miraba, fijamente, cómo cuando se mira a una presa antes de disparar.
-Son tiempos difíciles, Ben. Tú y yo lo sabemos, los dos necesitamos comer, sobrevivir después de esa jodida guerra mundial, y de la maldita depresión que nos arrastró. Te voy a proponer algo, querido amigo…-, dijo Marcus, componiendo una sonrisa cautivadora. Ben se peinó un poco el cabello, mientras el mafioso le pasaba un brazo por encima de los hombros. Los muchachos de Marcus se quedaron estupefactos, pero al final de cuentas, no dijeron nada. El jefe tendría sus razones.
-¿De qué se trata?-, dijo Ben, con un nudo en la garganta, del tamaño de su puño.
-No te alteres, buen amigo. Dame los 300 que dices traer, los aceptaré con gusto. Te espero esta tarde, en el muelle Plymouth, ya sabes, donde venden los mariscos, a las 4 p.m., sin falta, y ahí estaré esperándote para recibirte los otros 200, y tu deuda será saldada para siempre, ¿está claro?, dijo el mafioso, de nuevo componiendo esa terrible pero convincente sonrisa.
-Muy bien, Marcus. A las 4 p.m., sin falta, tal vez llegue antes que tú…
-¡Perfecto, buen Ben! Te veremos allá, y ya sabes, lo que pasaría si no los trajeras, o si no te presentaras…
Ben asintió, nervioso, y con una mano sudorosa, sacó el dinero prometido del bolsillo, y se lo entregó a Marcus, quién se lo dio a Cheff, el que más estaba cerca de él, cuando la ocasión lo ameritaba. Ben, desanimado, vio al grupo de gángsteres alejarse del callejón, bromeando y diciendo estupideces antes de subir al auto.
Ben estaba perdido, pero no del todo. Al menos tenía amigos, en la oficina de correos, en los restaurantes que frecuentaba, y las muy quisquillosas amigas de su hermana Lisbeth. Pudo conseguirlos a tiempo, ya que sólo le quedaba media hora para llegar al puerto Plymouth.
Tomó el tranvía hacía la zona costera, y bajó apresuradamente hacía el puerto. Los vendedores de mariscos estaban demasiado ocupados en sus trabajos diarios como para ponerle atención a un muchacho apresurado. Ben miró su reloj, y se dio cuenta que faltaban 15 minutos para la hora acordada. Se sentó en una de las rocas, sin importarle que sus zapatos se ensuciaran de arena, y empezó a silbar, esperando, ya menos nervioso.
A las 4:10, llegaron los mafiosos, en el auto de Marcus, aunque todos sabían que él no manejaba, pero era muy celoso de lo que pudiera pasarle a su precioso automóvil. Se estacionaron del otro lado de una caseta de recibo de mercancía, ocultando la mitad del auto detrás.
Ben se levantó, alisándose el pantalón arrugado, y tratando de no verse muy nervioso. Sólo bajaron Marcus y dos de sus amigos. Faltaba Cheff, su mano derecha, y eso sí era sumamente raro.
-¡Pequeño Ben! Sabía qué vendrías, lo sabía. Digo, tendrías que haber venido, ¿verdad? Si no, hubiera sido terrible. De todas maneras, te tengo una sorpresa, y quiero que la tomes como el seguro de que me vas a pagar…
Marcus se acercó, caminando, con un aire de complicidad fraterna, cómo si fuese el hermano de Ben, y hace mucho que no lo veía. Se dieron la mano, Ben algo nervioso por extenderla, y esperó a que el mafioso le dijera algo, pero no fue así. Permaneció de pie, mirándolo, con las manos en la espalda. Ben también se quedó ahí, de pie, sin decir ni hacer nada, a excepción de mirar de repente a Marcus, su nariz aguileña, sus pómulos, esos ojos con el iris completamente gris…
-¿Quién eres?-, dijo Ben, haciendo cara de asustado. Esos ojos grises, la misma mirada penetrante, pero tranquilizadora, una mirada que hipnotizaba, que hacía que todo cambiara…
-¿Disculpa?-, dijo Marcus, componiendo una mueca de burla.
-¿Quién eres tú?-, dijo Ben, asustado. Le volvían a sudar las manos, y ahora sentía que algo le atravesaba la columna vertebral, un intenso escalofrío que le levantó los vellos de la nuca.
-No digas tonterías Ben, ¿estás ebrio? Bueno, en todo caso, ya es hora… ¡Cheff, trae la sorpresa de nuestro amigo Ben! Ya verás, te va a encantar.
Después de la orden de Marcus, se escuchó la puerta del coche, y Cheff llegó acompañado de una muchacha, que caminaba despacio, tratando de no tropezar con alguna piedra, o de que sus tacones no se metieran demasiado en la arena.
Ben la reconoció al instante, y otra vez, se llenó su cabeza de miedo, de desesperación. Era su hermana Lisbeth.
-¿Qué hiciste Benjamín?-, dijo Lisbeth, dolida, mientras Cheff le apretaba fuerte las muñecas, para que no escapara.
-Lis, escúchame, todo va a estar bien…
Pero una bofetada le calló la boca. Marcus se había lanzado sobre él, para que no dijera nada. Era sólo para asegurarse de su silencio.
-¡No abras la boca, pequeño Ben! Mira, trajimos a la preciosa Lisbeth para asegurarnos de que pagues lo convenido, eso es todo. Si pagas, los dejamos en paz a los dos, y confiamos en que tendremos a un par de amigos para siempre. Pero si no, algo podría pasarle a esta preciosura…-. Marcus se acercó a Lisbeth, quién no pudo apartar el rostro, cuando los dedos del mafioso le acariciaron una mejilla con el dorso.
Ben empezó a sentir coraje, un enojo cómo nunca antes. Tenía clara una cosa, algo que siempre había sabido, pero que jamás se había atrevido a cuestionar. Ya sé quién eres…
La mano de Marcus, la que había usado para acariciar a Lisbeth, salió disparada a la arena, cercenada de un golpe. Ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar, y el mafioso, con ojos de miedo y rabia, se miraba el muñón que tenía en la muñeca, sangrando y palideciendo. Cheff soltó a Lisbeth, quién cayó de bruces en la arena. Los otros dos muchachos sacaron sus pistolas, unas Magnum muy bien cuidadas y lustradas. Ni siquiera Cheff, que se veía tan rudo, pudo contener una expresión de terror en sus ojos.
Ya no era Ben. La furia lo había transformado en una entidad que sólo parecía sacada de las pesadillas de algún loco o de un ebrio sin oficio ni beneficio. De su vientre, abierto cómo una boca circular con dientes puntiagudos, salían unos tentáculos ambarinos, con apariencia brillante, con miles de pelos en la superficie. Los tentáculos se estiraban, cambiaban de sitio rápidamente, se hacían más delgados, pero siempre que se movían, siseaban, como un grupo de serpientes furiosas, hambrientas de carne. Lisbeth levantó el rostro, mirando en lo que se había convertido su hermano.
-¿Ben…?
-No pasa nada Lissy, no pasa nada. Tengo qué hacer algo, tengo que darles su merecido. Ya sé quién es Marcus. Es mi reflejo en este mundo…
Ben siguió caminando, hacía donde estaban los tres mafiosos. La gente de los puestos de mariscos parecía no darse cuenta de nada, ni de la sangre sobre la arena, ni de aquella criatura que se iba a cenar a los muchachos.
Los tentáculos, siseando más y más fuerte, se encajaron uno en cada uno de los estómagos de los mafiosos. Cheff pudo aguantar más el dolor y el golpe, y con ambas manos, trató de quitarse el tentáculo de adentro, a pesar de que tenía una fuerza tremenda. Sus manos comenzaron a derretirse, a deshacerse, y a quedar sólo en huesos sin ninguna movilidad. Los tres muchachos se quejaban, hacían ruidos extraños, cómo si algo se les hubiera atorado en la garganta, y entonces, estallaron, en cientos de pedazos de carne, huesos, sangre y vísceras que volaron en todas direcciones, incluso en el agua de la playa, que empezaba ya a levantarse, como la marea.
Lisbeth se levantó, sin importarle que sus zapatillas se le salieron de los pies, ni siquiera que estaba empapada de la sangre que manaba de la mano de Marcus, quién empezó a gritar como poseso, por el dolor, y por las extrañas protuberancias de color ámbar que le nacían del muñón.
-Ben, no… ¿Qué es esto…?-, dijo Lisbeth, llorosa, tratando de contener la respiración, y de no lanzarse corriendo, gritando como loca.
-Ve a casa, arréglate, y prepárate, hermana. Esta noche, vamos a ir a cenar, vamos, vete antes de que comience la tormenta.
Lisbeth asintió, sin decir nada, y caminó alejándose del muelle, tratando de ordenar sus pensamientos. Él va a regresar, Ben es fuerte. Sea lo que sea que tenga, o que le haya pasado, Ben regresará, no seas tonta, no voltees…
Pero miró atrás, justo cuando Ben, con esas cosas colgando, levantaba a Marcus, clavándole dos en los ojos, y otro en la boca, succionando poco a poco su interior. Lisbeth no quiso volver a mirar a su hermano, y cuando dio vuelta, las gotas

…de la regadera enjuagaron su largo y sedoso cabello. Sakura sabía que un buen baño era la clave para verse bonita, y más por que su marido, Yoshi, la esperaba afuera, para ir a cenar. Ella le tenía una sorpresa excelente, una que ni siquiera él podría imaginar, y mientras tocaba su vientre envuelto en espuma jabonosa, sonrió, y se alegró de ello.
Yoshi es un gran hombre, pensó ella, y apuesto a que lo será más cuando reciba la noticia. ¡Oh, Sakura! Te has encontrado a un hombre perfecto, con quién puedes formar una perfecta familia, justo cómo siempre lo deseaste.
Mientras sus pensamientos viajaban más rápido que la luz, ella soltó una risa divertida. El agua de la regadera, tibia cómo le gustaba, le caía perfectamente entre las curvas de su cuerpo desnudo, mientras el jabón le bajaba hasta los pies. Sintió su cabello húmedo y largo recorrerle la espalda, como una cascada de un negro lacio y brillante.
Cuándo terminó de bañarse, salió con cuidado al suelo del baño, pisando el tapete amarillo para no resbalar. Desnuda, cubriéndose los pechos con un brazo, se miró de perfil en el espejo, empañado por el agua tibia. No se veía demasiado, casi imperceptible. Y aún así, se sintió feliz, componiendo una sonrisa perfecta.
Cuando salió del baño, envuelta en la toalla, Yoshi ya estaba ahí, en la cama, mirándola como siempre, con ojos de amor, de respeto, de cariño hacía la que había decidido ser su esposa para siempre. La miró, de arriba abajo, con todo su esplendor, con su cabello mojado y suelto, y le dedicó una sonrisa. Ella se sonrojó, y se acercó a él, para tenderle las manos.
-Yoshi, tengo qué decirte algo. Es algo importante, pero no sé cómo lo tomes. No sé si…
Yoshi besó las manos de su esposa. Sakura lo miró, con una dulzura, cómo nunca antes.
-No seas tonta, Sakura, lo que tengas que decirme, hazlo, sabré entender. Vamos, hazlo.
Ella dudó un momento, pero, sintiéndose más segura, se tocó el vientre con la mano izquierda, y sonrió, con una carcajada nerviosa, y los ojos llenos de lágrimas.
-Vamos a ser papás Yoshi, estoy embarazada...
Su esposo no podía decir nada, sólo expresar una sonrisa, pero Sakura lo entendía. Era el momento más feliz de sus tres años de casados, una emoción que jamás nadie podría comparar.
Después de 6 meses de absoluta felicidad y algarabía, Yoshi y Sakura disfrutaban demasiado del embarazo, viendo crecer el vientre de ella como una hermosa flor, que se abriría en cualquier momento, y en cualquier circunstancia. Ella se había limitado a su chequeo constante, con ultrasonidos semanales para ver si el feto estaba bien, y si nada podía causarle daño. Aunque el ginecólogo había insistido a la pareja conocer al bebé más a fondo y saber qué sexo tenía, ambos se negaron, especialmente Sakura. Y lo hicieron de manera educada, ya que para ellos, tendría que ser una excelente sorpresa lo del bebé.
Un día, regresando a casa del médico, Sakura se sentía un poco cansada, se sentó en el colchón, mientras Yoshi, hacendoso como siempre, le ofrecía un vaso de agua. Ella se veía un poco pálida, pero sólo era la sensación de cansancio que le causaba cualquier viaje. Sentía moverse al bebé mientras ella tomaba el agua, que con ese toque frío dentro de su vientre, la hizo estremecerse. Sakura se acostó un poco, y Yoshi la miró ahí, con su vientre fuera de la blusa, y con esa sonrisa que caracterizaba a la mujer que daría la vida a su primer hijo.
-¿Ya te sientes mejor, preciosa?-, dijo Yoshi, seguro de haber cumplido bien. Sus pies descalzos jugueteaban con el suelo, y aunque era costumbre de Japón quitarse los zapatos antes de entrar a la casa, a él no le importaba lo tradicional, sólo lo hacía por sentirse cómodo, sin algo que le apretase tanto los pies.
-Mucho mejor, cariño. ¿Lo viste nadar? Es una hermosura, está demasiado pequeño, no sé... A veces me da miedo tenerlo dentro, y que algo le vaya a pasar.
-No digas eso Sakura. Ya verás que ese bebé estará más que bien, además tu eres una mujer fuerte, y podrás llegar a buen fin. ¿Qué crees que sea?
Sakura se quedó pensando, pasando ambas manos por su vientre. Sentía el cuerpo en miniatura de otro ser humano, una persona tan parecida a las demás, con las mismas oportunidades que cualquiera. Su cabeza, entre las pequeñas extremidades. Los dedos con membranas, jugueteando a despegarse entre sí. La columna vertebral, entre la delgada piel, carente de color alguno. Ella lo sentía así, lo imaginaba de todas las formas posibles.
-Sea lo que sea Yoshi, estaremos ahí para cuidarlo, para quererlo y para procurar su felicidad. Pero, si en verdad quieres saber mi opinión, bueno, será una hermosa niña...
Ambos se rieron.
Una semana después, Yoshi llamó de la oficina con buenas noticias. Esa noche iría a cenar un empresario, amigo de la familia de él. Su nombre era Irashima Bukei, un importante hombre de negocios que quería hacer una oferta con la compañía donde Yoshi trabajaba. Sakura estaba nerviosa, y creyó que ella sola no podría terminar una cena en tan poco tiempo. Yoshi le indicó que hiciera lo que pudiera, qué el saldría temprano para ayudarle.
Y así, Sakura empezó a cocinar el pescado, arroz y demás vegetales que consiguió en las tiendas cercanas. Yoshi siempre tenía algo qué presumir de su esposa, y era que Sakura cocinaba excelente. Tenía un sazón muy particular, y casi nunca le fallaban las cantidades necesarias para que cualquier platillo saliera exquisito. Después de 1 hora sin dejar de preparar algunos alimentos, ya no podía más, pero al menos ya había llegado Yoshi. Mientras él terminaba de algunos platillos (preguntándole siempre los pasos a su mujer), ella se recostaba un poco en el sofá de la sala, mirando alternadamente sus pies y a su bebé, que nadaba dentro de su capullo, seguro y sin nada que lo turbara.
A las 8 p.m., sonó el timbre de la entrada, anunciando a la tan esperada visita. Yoshi fue a abrir, mientras Sakura, vestida muy elegante, con falda larga y un vistoso cuello de tortuga, esperaba de pie, con las manos en el vientre. Cuándo la puerta se abrió, los dos se quedaron un poco anonadados, pero no dijeron nada, a excepción de los saludos de cortesía, y las reverencias necesarias.
Sakura siempre imaginó a los hombres importantes de una manera en particular, muy altos, apuestos, de modales muy duros, pero siempre amables, de acuerdo a su categoría. Pero Irashima Bukei era algo diferente. Era más bajito, incluso que ella, y parecía un adolescente, a excepción por el traje que vestía, y su apariencia de haber envejecido muchísimo en tan poco tiempo. Sus arrugas marcaban mucho su rostro, y parecían más bien extrañas y leves cicatrices de garras. Sus ojos eran de un color amarillento, fijos, siempre abiertos, y casi nunca parpadeaba. su extraña sonrisa lo hacía ver más tenebroso, cómo si siempre tuviera algo qué planear.
-Señor Bukei, adelante por favor, le presento a mi esposa, Sakura-, dijo Yoshi, mientras esperaba a que el señor Bukei se quitara los zapatos en la entrada. Se acercó con un paso leve, y le dedicó una reverencia muy formal a Sakura. Eso era raro, ya que, ella siendo la anfitriona, tendría que haberlo hecho mejor que él.
-El gusto de conocerle es mío, señor Bukei-, dijo ella, sin inmutarse de aquella mirada, y de esa sonrisa.
-No se preocupe, linda niña. ¡Estupendo Yoshi, estupendo! Tu mujer se ve hermosa encinta, deberías apreciarlo. Y déjame que te lo diga, y espero no sonar tan pretencioso, pero qué rico huele. ¡Puedo oler la cena tan cerca...!
Ambos rieron con ese comentario, mientras Yoshi hacía pasar al señor Bukei al comedor. Sakura se quedó ahí, tratando de ponerse seria un momento. Había algo en el tal Irashima Bukei que la tenía confundida, que la hacía sentir algo temerosa. Pero no le importó demasiado, y decidió empezar a servir la cena.
Después de una hora de amena comida y charla con sake caliente, Yoshi se levantó para recoger la mesa, y lavar los trastes. A Sakura eso la llenó de temor, de un temor mal infundado hacía el señor Bukei. Habían pasado hablando un buen rato cómo para temer algo de ese noble hombre, excepto de su apariencia.
-Me ha dicho Yoshi que prefieres que tu hermoso bebé sea niña, ¿no es así Sakura?-, dijo el hombre, relamiéndose un poco con la comida, y tocándose los dedos de una mano de manera ansiosa, cómo si no estuviera lo suficientemente satisfecho.
Tal vez fuma, pero no quiere hacerlo por ti, tonta, se dijo Sakura. No hay nada qué temer.
-Así es señor Bukei, no tengo demasiado gusto de saber qué es, eso es lo que menos importa, mientras crezca bien y sano, cómo debe ser...
-Precisamente niña, precisamente eso era lo que decía yo. Mi esposa siempre se preocupó por el sexo de nuestros hijos, y al final eso la consumió... De todas formas, no quiero perturbarla con mis historias, no viene al caso viendo lo feliz que está usted. Pero ahora, necesito hacerle una pregunta más...
Sakura asintió, con una sonrisa algo forzada, pero sincera. El señor Bukei se acercó, la miró fijamente, y abriendo un poco más su boca, dijo:
-Watashi ni anata no akanbō o ataeru yō ni shitaidesu ka? Watashi wa totemo kūfuku no motte iru, shitte iru...
-¿Disculpe?-, dijo Sakura, algo nerviosa, temiendo no haber entendido bien. Pero el señor Bukei había hablado en un japonés perfecto. Algo pasaba.
-Watashi wa hijō ni kūfuku de, utsukushī shōjo o motte imasu. Watashi ni anata no akanbō o atae, watashitachiha, sore o tabetai...-, dijo de nuevo Irashima Bukei, con esa sonrisa de oreja a oreja, con esos ojos amarillos, y con su voz de niño, de un niño que gritaba desde un pozo.
-Discúlpeme señor Bukei, no le entiendo muy bien, ha de ser el cansancio, pero...
-Oh, por favor, señorita. No me diga que no entendió nada. Es que ahora usted me escucha con mi verdadera voz, con mi verdadero dialecto. No entiende el japonés, pero sí me entiende a mí. Si le digo quién soy, no me creerá, pero ahora quiero algo más...
El señor Bukei se subió a la mesa, cómo si de un gato ágil se tratara, pero no apoyado en sus rodillas, sino en manos y pies, con una pose forzada e inclinada hacía la muchacha. Ella se aterró, se agarró de la silla cómo si esta fuera a salir despedida. El señor Bukei se había transformado, con esos enormes ojos de gato, sólo con un pequeño punto negro que la miraba, desesperado. Su boca, abierta hasta las orejas, con esos dientes puntiagudos, que sacaban baba a chorros. Y sus ganas de más...
-¿Qué quiere de mi, señor Bukei?                                            
-Tengo mucha hambre... Watashi wa anata no akachan o taberu yō ni naru!
¡VOY A COMERME A TU BEBÉ! Eso sí lo entendí...
Pero no había reaccionado a tiempo. El señor Bukei, el gato que devoraba niños no nacidos, se lanzó sobre ella, la tiró de espaldas, y aunque ella trataba de quitárselo con las manos, y las patadas desesperadas, su fuerza no cedía. Sus garras arañaban su ropa, y cuando el cuello de tortuga cedió, Irashima Bukei le arrancó un pedazo de cuello con una mordida certera. Ella ya no gritaba, sentía dolor, pero sus ojos se perdieron en la penumbra, en la sensación de vaciarse por dentro.
-Yo-Yoshi...-, dijo Sakura, entre borbotones de sangre que manaba de su boca.
-No te escucha, niña mía. Ahora está perdido en el tiempo. ¿Sabes?, me han ayudado a manejar el tiempo, el espacio, para llegar a ti. Tengo mucha hambre...
El gato Bukei se bajó hasta el vientre, que temblaba con una fuerza increíble. Sacó la lengua, filosa, de plata pura, y con un movimiento extraño de ese largo apéndice, cortó el vientre, cómo cuando se corta una manzana. El líquido y la sangre salieron, cómo si de una fuente se tratara, una fuente de vida, que manaba con la muerte.
A Irashima Bukei se le abrieron los ojos. Con sus largos dedos, sacó al feto del vientre, mientras a Sakura se le iba la vida, de sus ojos, y de su cuerpo. Los temblores cesaron, y el feto se retorcía, dando sus últimas señales de vida. Era rosado, como una especie de mono sin pelo, con las venas demasiado transparentes, los huesos frágiles, y los dedos aún pegados. Miró el enorme gato el sexo, y no había nada más que un agujero sin forma.
-Eres precioso... Muy precioso. Tan deliciosa comida he venido a saborear dentro de este planeta, tan rico he de probar la carne y la sangre, que me he acostumbrado, y otros millones de años habitaré aquí, hasta que la muerte se los lleve a todos… ¡A TODOS!
Y sin más, le metió la lengua de plata por la boca, mientras que su enorme boca, repleta de dientes, se encajaba con la cabeza del feto, fusionándose. Y así, con el feto colgando de su boca, arrastrando el cordón umbilical sangrante, y reptando, Irashima Bukei se alejó de ahí, dando saltos intrépidos, hacía la ventana, de vuelta a la calle...

...dónde corría una pequeña niña, perdida y sola, a mitad de la noche. Trataba de no jadear tanto, aunque sabía que sus atacantes la seguían. Miró hacía arriba, hacía el muro que parpadeaba. Sólo marcaba la fecha: HOY EN SEATTLE SON LAS 20:45 HRS. DEL DÍA 10 DE AGOSTO DEL 2020. Nadie iba a ayudarla.
Se encontraba en un callejón sin salida, ya que a sus costados, había un bosque repleto de árboles altos, que proyectaban tremenda oscuridad sobre la superficie de la tierra. El mundo no había cambiado demasiado, a excepción de un horror sin nombre que deambulaba las calles por la noche. La niña lo sabía, por que había vivido casi toda su vida con esas historias.
Hace al menos 5 años, alguien había soltado una extraña enfermedad en las calles de muchas ciudades de Estados Unidos. Era una extraña enfermedad que atacaba primero al sistema nervioso, y con el paso de los meses se volvía agresiva para todo el cuerpo. De día, la gente podía salir "tranquila", sin importarle lo que pasaba. Pero era en la noche, cuando las cosas se volvían nefastas. Los infectados salían y trataban de entrar a las casas, por las ventanas, y atacaban a la gente sana. Era una masacre, ya que no sólo se limitaban a matar a sus víctimas y robarles sus provisiones, sino que incluso las contagiaban, con una simple mordida, y ya estaba hecho, uno más en la lista.
El gobierno estadounidense logró erradicar la infección de las fronteras con México y Canadá, y cerrar todos los puertos navales y aeropuertos para evitar la diseminación. Era un país infecto, sin turismo, sin visitantes cómo usualmente ocurría. Poco a poco, la gente fue olvidando a la nación poderosa.
Las casas, sin embargo, siguieron sin protección hasta un año atrás del 2020. Se construyeron unas extrañas estructuras, compuestas de titanio y acero, capaces de levantarse de ranuras del suelo cada noche y cubrir la mayoría de los edificios en sus entradas principales. Los infectados salían después de que la alarma terminara, guiados por el sonido. Y aunque, poco a poco, la población infectada moría de hambre, y por el canibalismo, aún quedaban pequeños grupos, centenares de personas por ciudad, que se organizaban, aunque sin éxito. El sol era su mortal enemigo, y su apariencia no serviría jamás para reintegrarse a la sociedad. Estaban condenados.
Pero el grupo que perseguía a la niña indefensa, atrapada en la pared que mostraba hologramas de comerciales, anunciando marcas famosas, era reducido, de cinco, tres hombres y dos mujeres. Ya no vestían ropas, iban desnudos, sin pudor, sin frío ni calor. Los hologramas y las lámparas de aquel lugar servían para alumbrar perfectamente sus apariencias terroríficas. En sus múltiples salidas nocturnas, la niña los había visto, escondida entre cobijas sucias de una bodega abandonada, mirando hacía la ventana.
Sus cuerpos eran cómo los de niños, niños desnutridos, delgados, con la piel cubriéndoles sólo los huesos. Su piel era de un tono gris, algo verduzco, con ámpulas secas que les producía comezón. Sus cabezas habían crecido, pero sólo para albergar cerebros demasiado encogidos por la meningitis. Tenían capacidad para hablar y razonar, pero no podían hacerlo tan bien cómo los demás. Su rostro era distinto. Tenían ojos alargados, como almendras grandes, negros cómo la noche, su nariz se limitaba a unas ranuras, y la boca, pequeña, llena de filosos dientecillos que salían por las comisuras, babeantes.
-Y-yo no q-quería mo-molestarlos...-, dijo la niña, temblando, con su mochila entre las manos, tratando de no correr, de no perderse entre el bosque. Al final de cuentas, había más de ellos ahí dentro. Estaba perdida.
-No, no niña, no lo hiciste. Te queremos viva, queremos comerte, probar tu carne, ya no queremos tenerte cómo nosotros, no... Entiéndenos, no podemos seguir así, si ustedes nunca nos alimentan, y su carne es deliciosa, la de todos ustedes.
El monstruo macho se había acercado, hablando entre gorjeos, cómo un enfermo de alguna afección pulmonar. Sus largos brazos, más largos que sus piernas, le ofrecieron una mano de cuatro dedos, que antes había sido de cinco, pero dos se habían fusionado. La niña sacudió la cabeza. Tenía miedo, temblaba, pero aún seguía siendo valiente. A sus padres los habían devorado hacía ya 1 año, y ella tenía que vivir, por que había alguien que dependía de ella, de sus cuidados, y de lo que la gente del albergue le daba.
-No, por favor, n-no...
El monstruo se llevó un dedo a la boca, cómo pidiéndole silencio, chistándola. Los otros se reían, con tremendas risas roncas, que más bien semejaban a sierras sin mucho combustible.
-Tenemos que hacerlo, y es tu maldita culpa por no haber entrado a casa a tiempo, con papá y mamá. Ven, prometemos que será rápido...
Pero la niña, tan tierna e inocente, era demasiado inteligente, ya que pasar un año completo viviendo en la calle, aprendiendo a sobrevivir, no la habían hecho tan tonta después de todo. Ella recordaba, cada noche, el cuento que su madre, con tanto amor y cariño, le contaba. Caperucita Roja era su heroína, y ella era una nueva Caperucita, en un mundo lleno de lobos hambrientos.
-Esperen. Yo sé dónde pueden comer. He estado yendo mucho ahí, tengo un amigo que necesita la comida, y puedo darles todo lo que tengo.
-No nos engañas, muchachita del demonio, a nosotros nadie nos engaña. Los humanos nos dejaron en la miseria una vez, y no lo harán de nuevo, no señor. ¡Ven o te devoraremos lentamente chiquilla estúpida!-, gritó una de las mujeres, enojada. El hombre que parecía ser el líder se dio la vuelta, y le gruñó, con un sonido áspero y muy agudo, como el grito de una anciana.
-¡Cállate! La niña tiene comida. Se ve que la tiene, no está desnutrida, y eso que la encontramos vagando. Muy bien, que nos lleve con ella, que nos dé la comida, y luego la devoramos, así de sencillo. Por cierto, linda muchachita, ¿a quién le llevas la comida?
La niña dudó un momento, pero se dio cuenta que no importaba. A él no le gustaban las visitas, excepto las de ella, que le concedía la comida que tanto necesitaba. Y con él los llevaré, ¡sí señor!, dijo la pequeña.
-Se llama Jordy. Así le gusta que le digan. Él tiene la comida, la que nos sobra, pero es mucha, y luego, bueno, ya dijiste, nos comerás, ¿no?
El jefe de los monstruos agitó sus enormes brazos, y empezó a reírse, como anciana.
-Eso es lo que quería, sí. Ahora, llévanos con Jordy, con su comida, y luego te lo agradeceremos, cuando nos hayas servido de postre...
Caminaron más allá del muro, que proyectaba ahora un comercial de los nuevos refugios para ciudades como Nueva York, dónde la infección era masiva aún. Caminaron todos detrás de ella, cómo esperando a que la niña hiciera algo estúpido para salvarse. Pero ella seguía caminando, con la mochila en el brazo izquierdo, caminando más tranquila, segura de lo que haría. Jordy la ayudaría, nunca la había defraudado. Estaría segura hasta llegar con él.
Después de caminar unas siete cuadras, llegaron a otra de las bodegas abandonadas que acostumbraba. Estaba solitario, y abandonado, pero ella sabía que Jordy estaba ahí. Cuando entrara con esas criaturas, ya nada podría asustarla. Si iba a morir, moriría a lado de su amigo.
Entraron por la enorme puerta, oxidada, entre los escombros de papel, metales y vidrios rotos. Había unas cuantas velas, por ahí y por allá, que alumbraban con trémula atmósfera el abandonado sitio. Los monstruos caminaron, algo pegados, pero sin temer. Habían visto lugares más tenebrosos, y habían pasado peores situaciones.
-¡Jordy! He traído amigos, alguien qué quiere comer...
Nadie contestó. De repente, una corriente de aire se coló entre las paredes y las columnas de aquel lugar, sin apagar las velas. Era helado, cómo los fríos vientos del invierno, pero era verano.
-¿Eres tu, Danna? Acércate más, que no puedo verte, ni a tus amigos. ¿Son de los infectados? ¿Por fin los convenciste?
El jefe de los monstruos no entendía nada. Sus dientes castañeaban, a la espera de la comida, pero no pudo ser capaz de lo que Jordy decía. Era una voz de hombre, potente, que venía del otro lado, dónde algunas velas más alumbraban algo, cómo un enorme bulto o una sábana. El jefe de los monstruos pensó que tal vez el tal Jordy estaba herido, y sería más fácil atacarlo.
-Sí, son cinco, cómo tú pediste uno... Bueno, ¿los quieres ver o no?-, gritó Danna, con una voz dulce y feliz.
-Tengo ganas de conocerlos, de saber cómo son. Vamos amigos, acérquense...
Los cinco infectados caminaron, ansiosos, afilando sus dientes uno contra otro, babeando, con los estómagos gruñendo. Cuando estuvieron al borde de aquel círculo de velas que rodeaba el bulto, éste empezó a girar. Era enorme, cómo 5 o 10 hombres juntos, con muchas extremidades, con un par de ojos tan grandes cómo los de un enorme pez. Tenía la boca abierta, con manchas de color púrpura escurriendo, cómo si fueran dientes líquidos. Y dentro de aquella cueva putrefacta, yacían cuerpos, de gente normal, sin infección. Los monstruos, aterrados, trataron de escapar, pero eras extremidades, cientos de manos de alquitrán, los atraparon, aunque quisieron correr, los alcanzaron.
Jordy empezó a masticar, y los infectados a gritar cómo posesos. La sangre de los monstruos salpicaba a Danna en la cara, pero ella, sentada en el suelo, sólo podía sonreír. Jordy estaba buscando un alimento perfecto, un saco de huesos y de carne infectada con esa enfermedad misteriosa, ese ingrediente que necesitaba desde hacía ya miles de años. Y Danna estaba contenta, de alimentar al verdadero monstruo, al lobo de Caperucita...
-¿Ya tenías hambre Jordy?...

-Te traje un sándwich, querido. No te preocupes si ensucias la alfombra, yo limpiaré cuando termines. ¿Ya viste mi nuevo color de uñas? ¡Es alucinante!-, dijo Daniel, regocijándose de su buen trabajo con el esmalte. Robert le sonreía, con la boca llena de bocado, de aquel suculento y sabroso sándwich de mortadela y queso manchego.
-¿Te gusta?-, dijo Daniel, seguro de que había sido un éxito.
-Sí, gracias-, dijo Robert después del primer bocado. -Te quedó riquísimo. Fue una gran idea haber venido a tu casa el día de hoy, la verdad necesitaba relajarme un poco, fue un semestre demasiado pesado, y obviamente el arte es algo complicado...
Daniel estaba de acuerdo con ello, y asintió cuando mordió su sándwich, que tenía más lechuga de lo normal.
Ambos estudiaban arte en la facultad, una profesión digna de unas mentes que se movían tan rápido cómo el viento, y que cambiaban tan de repente cómo los rostros al caminar por una calle. Habían coincidido en el 4o semestre, y habían entablado cierta amistad, una relación entre amigos que había surgido a través de los gustos artísticos. Tanto Daniel cómo Robert estaban fascinados por las formas oníricas, las texturas distintas unas de otras, un collage de ideas que siempre desembocaban en el mismo proyecto, a pesar de haber sido propuestas por mentes casi distintas.
Pero no todo en la vida de estos inseparables amigos era el arte. A Robert le gustaban las películas, de todo tipo, un cinéfilo sin remedio, pero dotado de una gran memoria, tanto para recordar a un actor, cómo los más ínfimos detalles de una película en particular. Gustaba criticar, de manera dura a veces, sólo con las películas que no eran tan famosas o tan buenas. A las demás, especialmente a su colección de terror, les tenía un profundo y extraño respeto. Si alguien se atrevía a criticarlas, Robert se enfurecía en serio...
En cambio, Daniel era algo más extravagante en ese sentido. De entre sus variadas ideas, que iban desde la pintura abstracta hasta la escritura, estaba su más grande obsesión, producto de una vanidad sin límites: Más de 100 pequeñas botellas de barniz de uñas, ordenadas por color, conformaban una de las pasiones más recatadas de Daniel. Cada día, o al menos cada semana, lucía un color distinto, muchas veces de acuerdo a sus estados de ánimo. Y esa noche en específico era una muy especial.
-Mmmm... Tengo algo que mostrarte Bobby, sé que te va a gustar aunque no lo entiendas. Lo conseguí hoy, fue gratis...
Daniel se levantó, dejando el plato encima de la alfombra, y caminó hacía el tocador donde ponía con esmero su colección. De adentro de una cajita negra aterciopelada, sacó una pequeña botella, cuadrada, con las esquinas redondeadas y la tapa negra, que ocupaba casi la mitad del espacio. En la superficie de cristal, se leían unas letras blancas, en contraste con un líquido de color amarillento, una especie de dorado con capas oscuras inconfundibles:

LE VERNIS
NAIL COLOUR



531 PÉRIDOT

CHANEL

Daniel se la puso entre las manos a Robert, cuidando de que no cayera al suelo. Era pequeña, pero pesaba, o al menos esa era la sensación. Robert abrió la boca con asombro, por que ya sabía que esa marca era demasiado especial. La palpó, la examinó por todas partes, y quedó maravillado:
-¿Pero cómo...?
-No es tan impresionante querido. Ahorré demasiado para conseguirlo, por que normalmente está en 36 dólares, pero yo pude obtenerlo en 25. Créeme, hace mucho que no robo, y este tenía que ser legalmente especial. Es tan popular, que sacan ediciones especiales cuando la gente lo pide. ¿Ves?, es un color dorado demasiado exquisito, necesitas cuatro capas para llegar al nivel de opacidad perfecta. Son casi 20 minutos los que necesitas para todas las capas, aunque por la brocha y el acabado algo transparente no me gusta demasiado, pero si haces el esfuerzo es perfecto. Me recuerda tanto a...
-Da Vinci, te lo iba a decir. Es como el sfumato, no sé, tiene un color demasiado intenso. Es bellísimo.
Daniel sonrió, satisfecho de su obra y de su mayor logro en cuanto a su hobby.
-Lo sé, lo sé. Es algo maravilloso. Tal vez mañana me lo ponga, pero por lo de mientras, estará guardado, y listo para cuando sea una ocasión muy importante. Además, tenemos algo más que hacer...
Después de algunas preparaciones, el cuarto de Daniel estaba listo, y en el centro, un libro que había conseguido hacía ya una semana, en una feria de libros demasiado opulenta. Tenía cierto aire místico, y es que el vendedor le había dicho que era un libro muy especial, usado durante años desde el Siglo XIX para invocar ciertas energías que ayudaban en momentos desesperados.
El muchacho lo había hojeado en sus tiempos libres, y parecía demasiado fascinante la forma en la que la gente creía en ciertas cosas. Muchos remedios mágicos para situaciones sin remedio, y problemas imposibles. Y, al menos que no hubiera funcionado, no se hubiera escrito ese libro. Robert y él habían escogido uno especial: REMEDIO ETÉRICO PARA INVOCAR A LA ENERGÍA DE LAS LAMENTACIONES. 
-¿Energía de las lamentaciones? Suena algo terrorífico, ¿no lo crees?-, dijo Robert, dudoso.
-Dice que es esencial para aquellos problemas sin alguna razón. Robert, estoy harto de los ataques psicóticos, no tienes idea de cuanto. No he logrado superar muchas de mis cosas, no he tenido tiempo de hacerlo, y muchas veces la medicina no ayuda. Si este libro y todo lo que dice este apartado tiene razón, no es muy complejo de hacer, y lo quiero hacer. Me ayudará, lo sé, necesito tener fe...
Y eso era lo que necesitaba, solamente la fuerza de su voz, y la energía de su fe.

"Tomados de las manos, en un círculo perfecto, comience a recitar las palabras más elementales de la palabra de Aquél que se encuentra Más Allá de nuestros Delirios. En ningún momento cierre los ojos, a pesar de las visiones que se acompañen con la invocación. Son muestra del misterio, del delirio de otros que ha sido removido de sus cuerpos para siempre:

Principium mortis et vitae,
Utero et phallus quod oriuntur ad vitam et mundi,
Da ad me et fratres
Posse permanere vigilantes faciem.


Nos paenitet delicta
Et dare carnem
Cibum tibi cibum
Habitavit in nobis corpus et animum.

Conceder al menos una gran cantidad de tiempo para recitar estas palabras, al menos 100 veces sin interrupciones, y sin importar lo que se vea, nunca cerrar los ojos, que son las ventanas del alma..."

La invocación se repetía, 10 veces, 30 veces, 50 veces. Era cansado, sufrían, y veían cosas que ni siquiera el otro se atrevía a interrumpir. Cadáveres flotantes, monstruos imposibles, rostros de personas aquejadas por males indecibles e invisibles, tiempos y espacios más allá de lo esperado.
Pero ambos muchachos coincidieron en una visión. Era la de un ser vivo, hecho de una materia que jamás se había visto en este universo ni en ningún otro similar. Era alargado, con un enorme velo negro, que ondeaba hacía atrás cómo si fuera una cola, cómo si aquella criatura galopara a través del tiempo, y subiendo montañas de materia, esquivando especies cada vez que viajaba. Tenía debajo de ese abdomen largo una especie de pies, cómo brazos que se estiran para caminar en el vacío, con infinidad de dedos, y en cada dedo más brazos y más dedos. Su cabeza era de cocodrilo, abierta de par en par, con los ojos desorbitados. Y de dentro, el rostro andrógino de un ser humano, uno de ojos apacibles, de una mirada que parecía de locura, una locura de miles de millones de eras.
-¿Quién eres?-, dijo Daniel, mirando a la criatura, mientras los dientes del cocodrilo, sus enormes fauces, se abrían cada vez más, y a ese rostro invadido por la locura le salían brazos, unos enormes brazos humanos, que daban calor, y abrazaban.

Tú sabes quién soy, y estoy ahora aquí, tengo cuerpo, y vida, y tu me lo has dado, y muchos más a través de las eras, del tiempo, en este precioso lugar... ¡Dame vida, y te concederé eternidad!

-Tómala-, dijo Robert, seguro, por que ahora sí, podía cerrar los ojos...

Y sus cuerpos estallaron en infinita materia oscura, llenando el espacio de sus cuerpos y del edificio de un líquido que, con la exposición perfecta a la luz, y con el tiempo de secado perfecto, obtenía un color dorado de opacidad óptima. Y desde aquel momento, en aquel sitio, IRBU nació, comió y se reprodujo de formas que nunca podremos entender. Y viajó entre el cielo y la tierra, para continuar con la misión.

FIN


 
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