Music

Mostrando las entradas con la etiqueta sangre. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta sangre. Mostrar todas las entradas

miércoles, 21 de marzo de 2018

#UnAñoMás: El Ciclo (Día de la Primavera) FINAL



Omar regresaba a su casa. Vivía solo, y no se preocupaba por si su familia estuviese al pendiente de sus idas y venidas. Su familia ya no estaba. Con los viajes que efectuaba, alguna vez ellos tendrían que desaparecer.
Saltar a través de las dimensiones había sido algo maravilloso las primeras veces. Poder observar las copias exactas del mundo en el que vivíamos era una aventura nueva cada día, pero conforme pasaba el tiempo, sus expectativas se iban complicando. Cada universo que visitaba era un paso atrás, un tramo cada vez más lejano para regresar a casa. De repente, su familia dejó de existir, y él se encontró solo en mundos que, sin duda se parecían al suyo en algunos instantes, pero que nunca serían del cual había partido. La curiosidad de Omar lo atrapó en un viaje sin salida, condenado a viajar a un nuevo mundo cada vez.
Y toda la culpa de ello la tenía un brujo, o al menos, un hombre que sabía cómo viajar. Cuando entró en su casa, lo vio ahí, sentado en el sofá.
-Quiero volver-, dijo furioso el muchacho, azotando la puerta tras de sí.
El hombre, vestido todo de negro y con las manos entrelazadas sobre su regazo, negó despacio con la cabeza.
-No. Tuviste tu oportunidad de regresar cuando sabías el camino. Ahora todo se convirtió en un proceso sin fin, un círculo eterno de visitar mundos en donde nunca perteneciste. Te dije que la curiosidad te iba a estancar en esto, y no me hiciste caso. Es tu deber pasar cada día en un nuevo mundo, viendo las maravillas que cada uno tiene que ofrecerte. ¿Qué viste en este?
Omar no dijo nada por un rato, hasta que el enojo se le pasó, y pudo hablar.
-Una mujer cayó desde el castillo de Chapultepec. Vio un fantasma o algo así…
-No, no es eso. En este mundo, las almas de los que fallecieron de forma violenta se manifiestan en forma de sombras. Tal vez ella no lo sabía, pero casi todos conviven con esas sombras a menudo. Lo saben, lo enseñan en las escuelas. Dime que más has visto, tengo la curiosidad.
Omar no pudo más que sentarse en otro sillón, lo más apartado posible de aquel hombre.
-He visto cosas horribles. Hombres que se convierten en asesinos sin que ellos lo sepan. Uno mató a una chica mientras la grababa, y su “yo” del pasado lo veía todo.
-Döppelganger, si. Continúa.
-Había monstruos que se escondían con forma humana y que mataban sin piedad a sus víctimas, disfrazados de muchachos comunes y corrientes. Espectros que se aparecían en los parques para cazar niños y adultos en las noches. Hombres muy fuertes que podían destruir un edificio a golpes. Pero también había cosas hermosas…
El mago se acomodó en el sillón, al ver que la mirada del muchacho cambiaba.
-¿Eras muy bellas?
-Sí. Un hombre que podía ver el futuro trataba de salvar a sus hijos adoptivos. Una madre que le arrebató con valentía a su hijo de las manos de una bruja. Amores que se reencontraban más allá de la muerte y los sueños. Un detective muy hábil que le hacía frente a un monstruo y a la muerte misma. Un abuelo y su nieto jugando y siendo felices. Y un sueño aterrador de extraterrestres que se disolvía con el nacimiento de un bebé. No todo era malo.
El mago se levantó. Caminó hacia la ventana, y sonrió.
-No todo es malo. En todos los mundos hay maldad, pero también hay cosas buenas que envidiarles. Todos eso sueños, esos deseos. He visto cosas más allá de lo que viste tú: aquel monstruo que devoraba gente disfrazado de un chico inocente salvó a su mundo sacrificándose. El bebé que nació de un sueño apocalíptico ahora es un hombre de bien. Y el muchacho que vio su futuro homicida se convirtió en un gran cineasta.
El hombre se acercó al muchacho, quién aún estaba sentado, y lo miraba con ojos curiosos.
-Si quieres regresar al lugar al que perteneces, tienes que hacer algo por mí antes. Así como hay cosas buenas y malas, en el lugar del que vengo pasaron cosas malas, cosas que me afectaron, y que era necesario arreglar. Mis poderes no pueden solucionar nada, pero por eso te encontré, y te di la oportunidad de ver las cosas más maravillosas. Sirenas y extraterrestres o seres sin sexualidad no son lo único maravilloso. Aún más, la vida es importante también…
El hombre alargó su mano blanca y huesuda hacía Omar, que no se movía.
-¿Qué tengo que hacer?
-Acompáñame. Te llevaré al final de tu viaje. No tendrás que ver un mundo nuevo nunca más, sólo el tuyo, al cual perteneces. Ayúdame y volverás a tu hogar, con tu familia. Lo prometo.
Omar dudó un momento, y aunque estaba en ello por culpa de su curiosidad, tal vez ese mismo espíritu de aventura lo salvaría esta vez. Asintió y le dio la mano al hombre, y aunque apenas estaba a punto de levantarse de su asiento, sintió como una fuerza extraña lo jalaba hacía arriba. Ambos estaban viajando a través del espacio y quizá también del tiempo. Omar se sentía mareado, y el hombre parecía estar a kilómetros de distancia, aunque su mano le apretaba fuertemente.
Al cabo de unos minutos de volar en el vacío, llegaron a un sitio desolado. Era un paraje natural, durante una noche algo calurosa. Estaban rodeados de plantas secas y cerca se erguía un árbol, que mostraba su frondosidad. A lo lejos se podía ver una casa, con dos ventanas iluminadas.
-Aquí es dónde yo vivía antes de dedicarme a la magia. Un lugar en donde se me permite observar pero jamás actuar. Es un castigo por desafiar las leyes naturales y tratar de cambiar el destino de alguien a quien yo amaba.
Omar trató de entender lo que escuchaba. Aquel hombre había sido alguna vez como él, un muchacho lleno de curiosidad que había perdido a alguien. Por intentar recuperar a esa persona con la magia, algo ocurrió, y se quedó como él, atrapado en un bucle interminable.
-¿Cómo puedo ayudarte entonces? Tú mismo no pudiste cambiar nada, ni siquiera con el poder que posees. ¿Qué te hace pensar que yo cambiaré algo?
El hombre miró con seriedad al muchacho.
-Viniste conmigo, eso es algo que nunca había pasado. Sólo yo podía venir aquí, como un castigo hacia mi insolencia. Ver una y otra vez lo que pasó y arrepentirme para nunca ser perdonado. Contigo aquí cambiaremos el curso de lo que sucedió. Tú no deberías existir en este mundo, y acabas de cambiar para siempre las cosas con tu presencia. Vamos…
El hombre empezó a caminar directo hacia la casa, rodeando algunas plantas secas en su paso. Omar tuvo que brincar sobre un hormiguero escondido entre dos enredaderas. Un paso más, y hubiese metido el pie en donde no.
-La persona a la que vamos a ver…
El hombre suspiró, sin que el muchacho lo notase siquiera.
-Era una muchacha hermosa. Amable, tierna, muy lista. En el pueblo todos la querían, y muchos muchachos como yo la pretendían, aunque yo nunca me acerqué a ella. Fue en esta noche cuando todo sucedió: ella tenía en su recámara un adorno, algo que pretendía llevar al día siguiente en una ceremonia que en este mundo es muy común cada año. Sin embargo, su suerte cambió cuando aquel adorno se incendió con una vela que cayó por accidente. La luz que vez en la ventana es de esa vela, ya que la energía eléctrica en su casa se ha ido. Fue algo terrible…
La cara del hombre se ensombreció, a pesar de que la noche era oscura y profunda. Omar tenía calor, pero aún así seguía caminando, escuchando las palabras de aquel hombre consumido por el dolor.
-Puedo apagar la vela si así lo desea…
-No servirá de nada. La vela y aquel adorno son elementos importantes. Si uno falta, el otro terminará el trabajo que ambos no pudieron cumplir en el destino de aquella joven. Ambos tienen que ser destruidos. La magia lo puede todo, excepto cambiar el destino de alguien, y eso lo aprendí de la peor manera posible. Mis poderes no pueden salvarla, pero tu curiosidad lo hará. Y como recompensa te devolveré a tu mundo, sano y salvo: una promesa que la magia cumplirá. Ve a su recámara, trae esos dos objetos y te ayudaré a destruirlos. No podré regresar aquí, pero al menos sabré que ella está bien, y es feliz.
Llegaron hasta la casa, dónde la luz de la vela aún titilaba intensamente, como una estrella más en aquel oscuro cielo de primavera.
-Déjeme dentro de la recámara, ayúdeme a subir…
-No puedo. La magia no funcionará para ayudarte. Usa tu propia magia, la que tienes en tu interior. Toma…
El hombre estiró la mano, y con un corte invisible, hizo que su palma sangrara. La cálida sangre roja escurrió en la palma del muchacho, quién primero se aterró, pero al contacto con la sangre su cara era de asco.
-¿Está loco o qué?
-Una promesa de sangre. Haces esto, y te ayudaré a volver. No hay nada más sagrado…
Omar asintió, y cerró el puño, guardando para sí la sangre que aún manchaba su mano. La casa era enorme, y estaba rodeada por una reja que al muchacho no le fue difícil de sortear. Con sus amigos ya trepaba árboles desde muy pequeño, así que una cerca así de pequeña era relativamente fácil. Aunque la casa fuese muy grande, solamente estaba levantada en una sola planta, por lo que sería fácil entrar por la ventana.
Se acercó tanto como pudo, y aunque la luz de la vela apenas iluminaba su rostro, podía ver por dentro. Aquella era una imagen muy bella y tranquila: una recámara cualquiera, con una cama solitaria en un rincón, y más allá, la vela sobre una mesita, sobre la cual también descansaba el adorno del que hablaba aquel hombre. Era una especie de abanico, algo hermoso que alguien con mucha habilidad haría con sus propias manos. Estaba hecho con papel o palmas secas, y era algo que Omar nunca había visto en su mundo. Tenía que entrar por él sigilosamente.
Empujó la ventana, y esta, para su sorpresa, se abrió despacio, chirriando un poco. El aire cálido de afuera se coló hacia la recámara. Ahí dentro era más fresco. Y no hacía calor. Puso sus pies descalzos en el interior de la recámara, y sintió el frio suelo en su piel.
Omar sentía curiosidad: cómo era la muchacha, qué la hacía tan especial para que todos los que la vieran cayeran a sus pies. Se acercó a la cama, y la miró: era bellísima. Su piel blanca y trémula a la luz de la vela, su cabello negro, suelto, y aquellos ojos que, imaginó, eran como dos gemas preciosas cuando estaba despierta.
Quería tocarla, poder despertarla para ver su mirada, y mientras más se acercaba, en su corazón nació un vacío, un espacio que se fue haciendo más y más grande. Algo le faltaba, y era ella: una muchacha hermosa y su belleza que, a pesar de la oscuridad, resplandecía desde el interior.
Sin querer, su pie tropezó con el borde de una alfombra que se encontraba bajo la cama, y sus manos toparon con la mesa, la cual se tambaleó, dejando caer la vela sobre aquel hermoso abanico de palma. La llama no tardó en encenderse, y el fuego empezó a quemar también la alfombra. Poco a poco, el fuego empezó a crecer, y a iluminar el lugar.
La muchacha se removió entre las sábanas, pero no se despertó. Omar no sabía que hacer: el calor se volvía insoportable, y el fuego se interponía entre él y la cama de la muchacha.
-¡Despierta, despierta…!-, gritó el muchacho, tratando de despertar a la muchacha, quién sólo se revolvió aún más en la cama, sin darse cuenta que, en pocos segundos, las llamas devorarían sus sábanas, consumiéndola también a ella.
No lo pensó más: armándose de valor, Omar saltó entre las llamas, aunque los pies descalzos no soportaran el calor intenso del fuego. Fue su grito de dolor el que hizo que la muchacha, por fin, se despertara, y también gritara.
El fuego creció, y empezó a consumir también las sábanas. El muchacho alcanzó a subirse a la cama antes de quemarse más, y agarró a la muchacha de ambos brazos.
-¿Quién eres? ¿Qué está pasando?-, gritó la muchacha, histérica y aterrada. El fuego le quemaba un poco la cara. Omar la jaló, y ella tuvo que levantarse encima de la cama para alejarse lo más que pudiese del fuego. Instintivamente, ella se abrazó a su salvador.
-No te preocupes, te voy a sacar de aquí.
Con las fuerzas suficientes, e incluso pensaba que aún más, Omar cargó a la muchacha, como quién carga a su mujer después de recién casados, y con más arrojo que antes, brincó por encima del fuego. Aunque las llamas le quemaban las plantas de los pies y más arriba, el miedo y su propio valor no le impidieron seguir corriendo. La ventana estaba abierta, y con todas sus fuerzas, soltó a la muchacha, quién salió despedida hacia afuera, cayendo en el césped que crecía verde bajo su ventana. Omar tropezó, y el fuego se acercaba cada vez más a él, pero se levantó, cojeando un poco, y salió por la ventana lo más rápido que pudo. La muchacha ya no estaba ahí: había corrido, rodeando la casa, mientras gritos de hombres y mujeres salían por todas partes.
El muchacho salió corriendo lo más rápido que pudo, e incluso cuando volvió a saltar la reja, su pie quemado, el izquierdo, le dolía bastante. El hombre, al pendiente de todo lo que pasaba, había visto el humo saliendo de la ventana de la muchacha, y estaba alerta. Al ver al muchacho acercarse, cojeando y respirando como un animal herido, lo jaló hasta quedar bajo las hojas del árbol solitario. Sacó de entre sus ropas un frasco con un ungüento color café, que olía amargo y dulce a la vez. Se lo untó en el pie quemado, y aunque primero ardía, Omar sintió como se le refrescaba la piel.
-¿Dónde está? ¿Dónde está ella?-, preguntó el hombre, tratando de guardar la calma.
Omar tardó un momento en responderle. El hombre pudo ver su rostro a la luz de la Luna: estaba cansado, y su rostro estaba lleno de hollín del incendio.
-Ella… corrió. Está a salvo, no le pasó nada…
El hombre miraba a Omar con ojos bañados por las lágrimas, y asintió, nervioso aún.
-Impediste lo que parecía inevitable. Hiciste lo mejor, y salvaste la vida de aquella mujer. Cuando murió, no hice más que estudiar lo que ahora sé, me enajené con una fuerza tan poderosa que, al final, terminó conmigo, encerrándome en un universo aparte para siempre. Sólo quiero verla feliz, vivir más, y podré morir tranquilo algún día con aquel sentimiento de culpa ya desvanecido.
Omar ya estaba más tranquilo, escuchando a aquel hombre. Después de un rato, se animó a hablar.
-Ella es hermosa. Es una muchacha preciosa. Tenía miedo, y aunque sus ojos eran como las piedras más bellas de este mundo o de cualquiera, vi en ella el miedo a la muerte. Ahora sé por qué estudiaste tanto para salvarla. De dónde vengo no le tememos a la muerte, y aprendemos a vivir con ella. Pero ella no merecía eso, creo que por eso la salvé…
Ambos se quedaron mudos, y el hombre solamente asentía.
-Vamos a casa. Prometí llevarte sano y salvo, y casi pierdes un pie. Aún así, tu corazón valiente late más que nunca. Y el de ella también. Un último viaje te hará bien…
Aunque aún le escocía la quemadura, Omar sintió de nuevo el inevitable tirón a través de la oscuridad. Iba a casa, por fin…
Llegaron, y aún era de día. Se encontraban entre flores, hermosas flores de color naranja que olían muy bien. Estaban a la orilla de un inmenso lago, uno tan grande que la mayoría pensaría que era la orilla misma del mar. A lo lejos, el hombre y el muchacho contemplaron la ciudad que se levantaba en medio del lago: enormes edificios que tocaban la punta de las nubes, y en el centro de todo aquel ajetreo se podía ver un enorme templo, una pirámide desde dónde la música de una caracola ceremonial anunciaba la llegada de un nuevo día.
-Tienes suerte de estar vivo, y de vivir en este mundo. Un mundo que no fue conquistado. Ve a casa, y procura vivir como tú quieras-, dijo el hombre, apoyando su mano en el hombro de Omar, quién ahora era el que lloraba por volver al hogar. Sintió las hierbas entre los dedos de los pies, y la brisa de aquel lago salado.
-Gracias. También tú cuídate. Puedes venir a este mundo cuando quieras. Y te enseñaré algo muy hermoso cuando…
Omar se iba alejando del hombre, cuando, inesperadamente, algo salió del agua. No era algo que el hombre esperaba, pero sí algo que ya había visto antes en aquellos lugares. Era una especie de arácnido enorme, del tamaño de dos hombres, el cual saltó desde el fondo del lago, hincando sus enormes patas en el lodo, y chirriando por una boca babeante. Múltiples ojos se enfocaron en Omar, quién no tuvo oportunidad de quitarse a tiempo, justo cuando las enormes patas delanteras de aquella cosa se clavaban en su cuerpo, atravesando su pecho y su vientre, en un estallido de dolor y sangre que lo mató al instante.
El hombre se quedó quieto, de pie en la orilla de aquel lago, con la sangre del muchacho en el rostro, y los ojos desenfocados, justo para ver como la criatura regresaba al agua, jalando a su presa hacia el fondo del lago. Si tan sólo lo hubiese salvado…
Una promesa de magia que se rompe, puede cambiar todo lo que se ha hecho antes…
Omar ya estaba muerto, pero recordó que, si no hubiese sido por él, su amada estaría muerta también. El destino no podía cambiarse, ahora estaba seguro. Se concentró, y en su mente la volvió a ver. Aquel hermoso rostro, su piel blanca, su cabello castaño, y los ojos más hermosos de cualquier mundo…
Llévame hasta ella, llévame hasta ella por favor. No dejes que muera…
Su mente lo llevó hasta el lugar que él pedía. Reconoció el lugar: la plaza del pueblo, en un día caluroso de domingo. El domingo de Ramos después de aquella primavera dónde Leonora moriría.
La buscó incesantemente, pero la gente se agolpaba en la plaza, tratando de entrar a la iglesia.
-¡Leonora, Leonora!-, gritaba, impaciente. Empujaba a la gente, y trataba de caminar entre la multitud.
Inesperadamente, fue cuando la vio, caminando directamente por el camino que llevaba al quiosco del pueblo. Llevaba un hermoso vestido blanco, un rebozo rosa, y entre sus manos, aquel adorno de palma. No: no era el mismo que se había quemado. Este era más bonito, más verde. Algo nuevo.

Mientras andaba por el camino hacía el quiosco, sintió que alguien rozaba la mano con la que agarraba el rebozo. Volteó a su izquierda y se dio cuenta que era un monje, alguien vestido de negro, con la capucha echada sobre la cabeza. Tal vez era alguno de los monjes que ayudaban al sacerdote del pueblo en los días de la Cuaresma.
-Ay, lo siento…-, dijo Leonora con voz trémula, tratando de disculparse.
El monje se detuvo, e hizo que ella también lo hiciera. Aquel extraño sujetó a la chica del brazo, haciendo que soltara su ramo de palma, y clavó un cuchillo entre los pechos de Leonora, que ni siquiera alcanzó a soltar un grito. El dolor le aprisionaba el pecho, y la sangre le corría por la herida, manchando su inmaculado vestido. El hombre que la atacaba no tenía rostro, escondido en la penumbra de la capucha, mientras su sonrisa se delineaba entre las sombras.
Sacó el arma del pecho de la chica, y soltándola, la muchacha cayó de espaldas, empujando a varias personas, que se apartaron primero confundidas, y luego gritando. Algunas de las mujeres gritaron aterrorizadas, corriendo y tropezándose con los puestos de la comida. Leonora yacía en el suelo, con una enorme mancha de sangre empapando su pecho, las manos caídas a los costados, y entre las piernas, la palma que llevaba en la mano. Nadie vio como el monje se alejaba entre los árboles, buscando cómo escabullirse entre la multitud para llegar a salvo a su guarida.

El hombre pudo verlo todo. Aquel monje le había arrebatado la vida a Leonora, y reaccionó demasiado tarde. Con el poder que aún le quedaba, hizo que el misterioso encapuchado se tropezara, pero aún así se levantó, y se escondió entre la muchedumbre, y luego, entre los árboles.
La gente estaba gritando, cuando por fin descubrieron el horror: la mujer a la que había amado yacía en el suelo, cubierta de sangre, con su hermosa palma de Domingo de Ramos en el pecho herido.
Fue en aquel instante de desazón que, aunque la sintiera fluir en sus venas hasta el día de su muerte, aquel hombre pudo darse cuenta que la magia lo había abandonado para siempre…



“Aprendí que no se puede dar marcha atrás, que la esencia de la vida es ir hacia adelante. La vida, en realidad, es una calle de sentido único.”
Agatha Christie.


Luis Zaldivar, 02 de Enero de 2017 - 16 de Marzo de 2018.
Los dioses quieran nos podamos ver un año más.

miércoles, 14 de febrero de 2018

#UnAñoMás: Una Película de Amor (Día de San Valentín y Miércoles de Ceniza)



-¿Quieres ver algo interesante?
Iván salió de su ensimismamiento, y Sergio, su mejor amigo, le picaba las costillas. Miró una vez más la orilla del pequeño lago donde se encontraban, y luego a su amigo, extrañado.
-¿Qué?
Sergio se carcajeó. Miró a su amigo: era un enorme chico, de pecho amplio y músculos bien marcados, pero con el rostro de un niño, ojos verdes y cabello alborotado.
-Ya sé que no estás poniendo atención. Te decía que si querías ver algo… Bueno, digamos que te gustaría verlo.
Iván puso más atención.
-¿Qué es?
-Son unos vídeos. Me los hizo llegar un conocido. Una caja enorme con un montón de vídeos VHS viejos. Películas piratas, vídeos familiares, cosas de ese tipo que estuvo juntando durante un tiempo pero que no ha podido ver. Si te gusta todo ese tipo de cosas, podrías usar el material que encuentres interesante para los cortometrajes.
Iván era director aficionado, grabando algunos cortometrajes en ocasiones y escribiendo nuevas historias y guiones que esperaba algún día realizar de manera más profesional. Se quedó un momento pensativo.
-Podría usarlos. Tengo ganas de grabar algo más experimental, que tenga varias escenas. Si quieres paso por ellas al rato y me pongo a revisarlas…
Se levantaron del césped, mirando al lago, y caminando por la orilla, siguieron platicando de otras cosas. Iván quedó con Sergio para ir a su casa por los vídeos a las 7, y cómo vivían cerca, no habría problema de regresar con la caja cargando hasta la casa.
A la hora acordada, ya de noche y con algo de frío, Iván se despidió de su amigo, mientras iba regreso a casa con la enorme caja de cartón. Dentro traqueteaban los vídeos, un sonido plástico que parecía el de piedras rodando dentro.
Cuando llegó a su casa, y después de meter la caja a su recámara con algo de  dificultad, Iván revisó su contenido.
Dentro había una maraña de vídeos VHS, algunos de colores, pero la mayoría de color negro. Algunos llevaban una etiqueta blanca con el título que indicaba su contenido.
-A ver…
Metió la mano entre los vídeos, e iba sacando cada una de las cintas para revisar el título.
-“Graduación de Isaac”, “Pesadilla en Navidad”, “Vacaciones”. Qué raros están…
Iván sacaba uno a uno los vídeos de la caja, y aunque tenía preparada ya la videocasetera y la televisión, no se animaba a poner ninguno. Todos parecían cosas cotidianas o aburridas, películas que no podría usar. Hasta que sus dedos tomaron un vídeo del fondo, uno de color rojo.
En la superficie no tenía nada, y parecía un poco deteriorado, con los restos de la etiqueta vieja arrancada, como si alguien hubiese usado una cinta original para grabar algo encima. Estaba maltratada, pero sólo en la superficie, como si alguien le hubiese pasado una lima.
Iván la miró más detenidamente. Levantó la pequeña tapa que recubre la cinta, y no vio nada extraño. Todo estaba en orden, a excepción, claro, del polvo que se había acumulado dentro, pero nada más.
-Ok, serás la primera…
Metió el video en la videocasetera y apretó el botón de PLAY. La pantalla parpadeó un poco, y al instante apareció una pantalla negra, un par de rayas blancas de interferencia y el sonido hueco que precede a las imágenes de los antiguos videos VHS.
La primera imagen del vídeo apareció. Una calle larga, solitaria, por la tarde, tal vez en otoño, ya que había un montón de hojas secas en el suelo y el cielo lucía un color gris acerado. Quien llevaba la cámara caminaba despacio, y sus zapatos aplastaban las hojas, que se rompían con crujidos sonoros bajo sus pies. El viento movía las ramas de los árboles, y unos pájaros salieron volando. De repente, de la siguiente esquina, salió una chica. Parecía desorientada, e Iván pensó que tal vez todo eso estaba actuado, ya que el que grababa se acercó a ella, y la chica no pareció sorprenderse.
-Hola. ¿Te perdiste?-, dijo el de la cámara. Iván ya presentía que era un hombre, y sólo lo confirmó con aquella voz, una voz de hombre maduro.
La chica miró directamente a la cámara primero, volteando un tanto asustada, y luego al rostro del muchacho. Todo estaba muy actuado, pero ella seguía “desconcertada” por aquel desconocido con una cámara en la calle.
-No, no pasa nada, solo que buscaba la entrada al parque. Tengo que ver a alguien del otro lado del lago-, dijo la muchacha. Iván identificó aquel lugar: era una de las calles que rodeaban el parque del lago, el lugar donde él y Sergio siempre frecuentaban para platicar. Efectivamente, la entrada al lago era del otro lado, al menos a unos 500 metros de ahí.
-Oh, ya veo. Si quieres puedo acompañarte y de…
La película se cortaba, y se podía ver la escena de otra película debajo: una película animada, de animales del bosque, que aunque Iván podía ver bien, era difícil identificar. Luego, la película volvió, y esta vez, ambos ya iban caminando por la calle, dando la vuelta a la valla que separaba el parque de la calle.
-¿Y te gusta grabar todo lo que haces o cómo?-, decía la chica, tratando de hablar y respirar al mismo tiempo. Sonaba como cansada.
-A veces… Es algo que tengo que hacer, un favor para alguien. Tal vez te gustaría salir en alguno de mis cortos alguna vez. La persona para quien los hago me ha pedido que haga algo nuevo y pues... ¿Te gustaría salir?
-Por supuesto, se escucha interesante. Sólo que ahora no puedo, debo llegar a tiempo…
Los jadeos del muchacho se escuchaban en la cámara, mientras esta apuntaba directamente al frente, a la calle aún vacía y cada vez más fría.
-Sí, no te preocupes, yo… Yo podría llamarte para después. Si quieres déjame tu número y…
Otra vez se cortó la película, y esta vez, en vez de animales de caricatura, apareció una pantalla negra, con un letrero muy básico, hecho con letras verdes parecidas a las de un cronómetro: MIÉRCOLES DE CENIZA (SAN VALENTÍN).
Iván recordaban aquello: hace un año, el día de San Valentín y Miércoles de Ceniza coincidieron en la misma fecha, y fue algo que desató varios chistes y memes en las redes sociales. Después de que el letrero flotara en la pantalla durante un minuto, la imagen regresó.
Esta vez, Iván tuvo que enfocar bien su mirada, ya que el cuarto era oscuro, y la pantalla no se veía tan bien como la vez anterior. Tal vez el aficionado no se había dado cuenta que su cámara vieja no podría grabar nada nítidamente en aquella profunda oscuridad. De repente, la oscuridad se transformó en luz: primero el resquicio de una puerta entreabierta, y luego todo un cuarto iluminado por una lámpara en el techo.
El cuarto estaba completamente pintado de un color arena muy tenue, casi blanco, y en medio del cuarto había una mesa, en la cual se había adaptado una especie de colchoneta. Sobre la mesa ya esperaba una chica sentada mirando a la puerta. Era la chica del anterior segmento, pero esta vez estaba desnuda, con el pecho descubierto y el cabello cayendo detrás de su nuca. Miraba lascivamente al hombre de la cámara, y cuando este se acercó, no dejó de grabar. Ella le sonrió.
-Te ves mejor sin ropa. Tienes un cuerpo perfecto. Ven y acaríciame, y suelta eso…
La voz de la chica era suave, como un susurro. El hombre de la cámara definitivamente debía ser alguien bastante apuesto, y a soltar eso se refería obviamente a la cámara. La imagen se movió un poco, mientras el hombre se acercaba a la muchacha, y esta, dejando ver su cuerpo completo, empezaba a acariciar el cuerpo de su acompañante. Parecía que ambos se besaban, pero él no soltó la cámara en ningún momento. Hubo mucho movimiento, donde la cámara no enfocaba en ningún lugar en específico, e incluso, se escuchó un golpe.
De nuevo, la imagen se estabilizó, e Iván tuvo que enfocar bien su mirada después del jaleo. De nuevo la chica, desnuda, completamente acostada en aquel colchón improvisado, y encima de ella el hombre, quien la grababa desde arriba. Fue cuando algo pasó, y hasta Iván palideció, cuando la mano de aquel sujeto se cerró alrededor del cuello de la muchacha, quién parecía bastante asustada. Todo pasó tan rápido: aunque la chica manoteaba para soltarse, la mano del hombre fue aún más letal, y le rompió el cuello con una fuerza que parecía sobrenatural. En aquel brazo aparecía dibujado un enorme tatuaje de colores difuminados sobre la piel blanca y llena de cicatrices de aquel hombre.
La mano desapareció, y volvió a salir a cuadro, con un cuchillo. Empuñó el arma y le abrió la garganta a la muchacha de extremo a extremo, y luego comenzó a apuñalarla en el pecho, mientras la sangre salpicaba su cuerpo y el lente de la cámara. Después, todo fue silencio, y el hombre empezó a jadear.
La cámara iba dando la vuelta, mientras Iván observaba, asustado y absorto. Se tocó el brazo derecho, dónde tenía su tatuaje de colores difuminados. La cámara enfocó el rostro del hombre de la cámara, y fue cuando el chico soltó un grito ahogado: era él, un Iván más avejentado, con una enorme cicatriz en su antaño rostro de niño, que cruzaba de arriba abajo, mirándole con un ojo verde y otro ciego de color blanco lechoso. Estaba salpicado de sangre y en su frente aparecía dibujada una cruz negra, hecha de ceniza. El vídeo parecía distorsionarse, mostrando rayas blancas a intervalos, y combinándose con la vieja cinta de animación debajo.
-No dejes que nadie la vea. No te conviertas en esto, no sigas grabando, no sigas…-, decía el Iván de la grabación. Fue cuando la imagen se apagó, y la videocasetera se abrió de repente, sacando el vídeo de su interior.
El muchacho ni siquiera reaccionó: se quedó ahí, sentado, mirando a la pantalla, angustiado y desesperado por saber más. Después se asomó dentro de la caja de los vídeos restantes, esperando que algo, tal vez una mano poderosa le arrancara la garganta desde dentro.
Pero no pasó nada: sólo se escuchaba algo dentro, como una respiración, y el crujir de un vídeo que esperaba a ser visto. Iván se abalanzó en la caja y rebuscó desesperado. Ahí estaba: otro cartucho, uno negro e igual de maltratado que el anterior. Este sí tenía etiqueta: CHAPULTEPEC. Lo puso en el aparato y apretó el botón de PLAY, esperando a una nueva sorpresa en la pantalla.

sábado, 23 de diciembre de 2017

#UnAñoMás: Luces de Navidad [PARTE IX] (Octava Posada)

Extraño objeto llamado "El Caballero Negro", fotografiado en la órbita de nuestro planeta, y que muchos aseguran es una especie de satélite artificial de origen extraterrestre.


Isidro era el hijo único de Doña Mercedes. Aunque no vivía a menudo en casa, ya que se la pasaba de viaje en viaje gracias a su trabajo, aquella vez acudió con prontitud a ver a su madre, quién convalecía en el hospital, aunque ya mejoraba. El padre de Isidro había muerto hacía unos años, por lo que era el único sustento y consuelo para su madre, a quién quería mucho.
Había pasado casi todo el día anterior con ella en el hospital, y aquella tarde se disponía a regresar a casa para descansar un poco. Al siguiente día sería Nochebuena, y con su madre ya mejor, sería mejor tener la casa un poco arreglada para su llegada. Ambos pasarían la Navidad juntos, y quería que al menos fuera algo bonito.
Regresando en su motocicleta color rojo que alguna vez se “autoregalara” en su cumpleaños, Isidro transitaba hacia la avenida que pasaba justo a un lado de su casa, y de la calle dónde a esa hora ya tendrían todo preparado para la posada de aquella noche. A pesar de traer una enorme chamarra para el frío invernal, y el caso bien puesto en la cabeza, sintió aquel escalofrío que sólo puede sentirse cuando ha tocado por error un cable eléctrico.
Su mirada pasó del camino hacia arriba, cuando un par de luces, una ambarina y la otra roja, pasaron por encima de la motocicleta, cruzando a gran velocidad las curvas de la avenida, y haciendo que los matorrales a ambos lados del camino se mecieran. Isidro no se detuvo: siguió avanzando, cada vez más aprisa, hasta que pudo ver las primeras luces de las casas. La motocicleta dio una vuelta hacia la izquierda en cuanto el muchacho vio su casa, adornada con aquellas luces de navidad.
Pero ni las pequeñitas luces se comparaban con aquellas dos que danzaban por encima de la calle, dando vueltas en zigzag, dibujando infinitos en el aire, o simplemente yendo de arriba abajo, en arcos casi hipnóticos. Una roja, como una manzana luminosa bastante suculenta, y la otra amarilla como el oro. Isidro detuvo la moto a la orilla de la calle, cerca de su casa, mientras se quitaba el casco. Aquello era maravilloso, y a la vez aterrador.
Aunque él no había visto las luces antes, su madre le había contado acerca de ellas cuando aparecieron sobre la calle el día de la misa de la Virgen. Pensaba que eran cuentos de aquella mujer a la que tanto quería, pero aún así la escuchaba con paciencia. Ahora, al ver aquel espectáculo aterrador en el cielo, creía y temía. Aunque, para su desgracia, tardó en darse cuenta de que algo iba mal.
La calle estaba en completo silencio, a excepción de la música repetitiva de las luces que adornaban su casa. La comida de la posada estaba ahí. Olía a huevos cocidos, a frijoles refritos, a salchichas con chile y tomate. Pero no se escuchaba música, ni la letanía de la posada, o la canción de la piñata. Isidro miró bajo las luces, que seguían con su danza lenta y repetitiva, sin hacer ruido alguno. Bajo las luces estaban los vecinos de la calle. Mujeres, hombres y niños, ahí de pie, contemplando desde abajo las luces, con los rostros iluminados de rojo y amarillo, con los ojos y la boca bien abiertos.
De repente, las luces se detuvieron, y empezaron a parpadear, haciendo que los rostros de los vecinos se difuminaran en la oscuridad. Cuando todos bajaron la mirada, Isidro sintió aún más miedo que el que sentía. Todos los presentes tenían los ojos de un negro intenso, y sus expresiones eran de seriedad, de indiferencia.
Las luces dejaron de parpadear, y brillaron de un blanco intenso, tanto que parecía que todas las casas, arbustos y objetos de la calle fueran tan sólo siluetas negras dibujadas sobre un fondo blanco. Los vecinos empezaron a caminar directamente hacia él, y el primer reflejo del muchacho fue ponerse el casco, y subir de nuevo a la motocicleta. Sólo alcanzó a hacer lo primero, antes de que todas las personas de la calle se le abalanzaran, gritando y golpeándolo con todas sus fuerzas. No sólo sintió manos y pies golpeando su cuerpo, sino también piedras, unas cucharas y hasta el palo de la piñata, el cual afortunadamente le dio primero en el casco, y luego entre el pecho, rompiéndole una costilla.
Isidro se arrastró por el suelo, mientras la gente lo rodeaba para golpearlo, y alcanzó a ver a través de la mirilla del casco ya quebrado a Sonia, quién a través de la ventana de su casa alejada de la muchedumbre, miraba al muchacho tratando de salir de ahí. Ella no decía nada: sólo miraba, imperturbable. Después, ella cerró la cortina de su ventana, e Isidro, adolorido y casi a punto de desfallecer, avanzó unos cuantos metros sobre el asfalto, antes de desmayarse. Las luces volvieron a ser rojas y ambarinas, a danzar lentamente, y cuando por fin se apagaron, desapareciendo del cielo nocturno, los vecinos de la calle cayeron igual desmayados. Las luces del alumbrado público se apagaron cuando los focos estallaron uno por uno, y todo quedó a oscuras.

La única luz que alumbraba aquella calle solitaria era la de los foquitos navideños, y el único sonido era el de la música monótona de “Villancico de las Campanas”.

miércoles, 1 de noviembre de 2017

#UnAñoMás: Ollin Miquiztli [PARTE II] (Día de Muertos)



Aunque había sido uno de los trabajadores de limpia quién había reportado al pobre de Sebastián al día siguiente al encontrarlo pasmado sobre el suelo del callejón, nadie se imaginaría el segundo horror de la noche. El cuerpo de un vagabundo tirado en el callejón de los libros, más allá de la Casa de los Azulejos, como un presagio de que el Día de la Muerte había llegado.
El hombre había aparecido ahí, en el suelo mugriento y frío, con las extremidades extendidas sobre el suelo, y el vientre abierto en cuatro direcciones, semejando una cruz que dejaba salir sus entrañas. La sangre ya se había secado bajo de su cuerpo, formando un enorme charco de sangre. Impresa en el suelo, se hallaba una única huella de un pie largo y huesudo, un pie izquierdo que aparecía varias veces en la sangre alrededor del cuerpo.
-Si me lo preguntan, se ve bastante extraño. Aunque lo de las huellas se explica bastante bien.
El que había levantado la voz por entre el tumulto de policías, locatarios y reporteros se llamaba Jacobo Silver, corresponsal de la nota roja, y alguien que no dudaba en dar su opinión sincera y afilada.
Uno de los policías, un tal Buendía, se le quedó viendo. El hombre era de poca paciencia, así que esperó a que la gente se calmara entre todo el barullo, para preguntarle algo al cronista.
-¿Ah, sí? ¿Cuál es su explicación?
Jacobo Silver mostró los dientes con aquella sonrisa mordaz y burlona.
-El que lo mató iba descalzo. Caminando en círculos, con el pie izquierdo siempre por dentro. Si no tenía ningún motivo para hacer algo así, tal vez se esté burlando de ustedes. Pero bueno, ustedes son los profesionales, ¿no es así? Los dejaré investigar…
Todos los policías estaban serios, y sólo Buendía soltó un gruñido. Silver se alejó un poco para tomar fotos, y aunque la escena era bastante cruda y desalmada, era su deber captar el mejor lado de todo aquello. Una foto específica, y se ganaría un buen dinero. No era sorpresa: la gente en la Ciudad de México buscaba siempre la nota de Jacobo Silver en el diario Sensacional de la Mañana, un periódico de medio pelo que, a pesar de todo, tenía fama de ser “morboso pero sabroso”, como decían por ahí.
-Oficial-, dijo el reportero cuando la gente se dispersó y sólo quedaron los policías. Buendía se acercó de mala gana.
-¿Va a hacer un circo con esto?
-La verdad, no quisiera. La ciudad muestra el peor de sus rostros durante un día tan especial. El Día de Muertos inicia con uno…
-Diario hay muertos, señor Silver.
El reportero volvió a sonreír.
-Pero este es especial. Muerto en un callejón que antaño era hermoso, cerca de edificios emblemáticos, de una manera brutal, y con la coincidencia de que se hallaba tan cerca de otra escena bastante aterradora…
Buendía sabía que Silver se refería al muchacho que habían hallado a unos metros, casi muerto de frío, asustado y traumatizado.
-Tal vez ni siquiera lo vio…
-Claro, oficial. Dígame una cosa: ¿por qué el asesino se tomaría la molestia de hacer todo eso? Ya sabe, la línea de huellas alrededor del cadáver. ¿Por qué alguien se gastaría el tiempo haciendo eso?
El policía le daba la razón al reportero esta vez. Había visto cosas muy violentas, carentes de todo escrúpulo y sin humanidad en su esencia. Pero esto se le hacía raro y obsceno, y aunque se le podía ver cierto significado, no había algo que lo respaldara inmediatamente.
-No lo sé, y preferiría que no preguntara por eso. Vamos a hacer una investigación y se les darán los detalles después.
Jacobo Silver se alejó despacio.
-Gracias por la información, oficial. Ah, y por cierto, cuando le hagan la autopsia, fíjense bien. Le falta algo a su amigo-, dijo, mientras daba vuelta a la esquina del callejón, y señalaba el cadáver.
Buendía mostró los dientes, y no dejó que la burla del reportero le afectara más el día.
Entrada la tarde, Jacobo Silver salía de la pequeña oficina que ocupaba dentro de las oficinas del periódico. El tono de su teléfono le indicó que tenía una llamada. Se llevó el aparato al oído.
¿Cómo lo supo?-, dijo una voz conocida. Era el oficial Buendía, con un tono de voz que no dejaba lugar a dudas de su enojo y confusión.
-¿Acerca de qué, oficial?-, contestó el reportero, divertido y también intrigado.
-De que le faltaba el corazón al desdichado del callejón, Silver. Si esta es su forma de hacer noticias nuevas…
Silver soltó una carcajada.
-¡Es usted muy creativo, señor oficial! Pero créame cuando le digo que no hice eso. Sé que los reporteros de nota roja de antaño solían acomodar a los muertos y suicidas en poses para favorecer el dramatismo de sus fotografías y por ende, de sus notas. Pero sería incapaz de matar a alguien sólo por hacer noticia.
-¿Entonces cómo sabía usted que le faltaba el corazón?
-Hay que observar bien la situación, oficial, no basta sólo con ver lo que pasó. El cadáver tenía abierto el abdomen hasta el pecho, dónde se asomaban las costillas. En el hueco debajo de los dos pulmones, tras las costillas, siempre se asoma el corazón, o al menos una parte. En esta ocasión no se veía. Vamos, pensé que ya lo había visto…
-No juegue conmigo, Silver. ¿De qué está hablando?
Jacobo Silver adoptó una actitud más seria antes de hablar. Esto se estaba poniendo interesante.
-Véalo usted de este modo. Un asesino prácticamente invisible, a quién nadie vio, hasta donde sabemos y sólo hasta que el chico traumatizado recupere el habla. El cuerpo de un vagabundo a quién no fue difícil atraer y matar. Son hombres débiles, que por comida o drogas le harían caso a quién fuera. El cuerpo con el vientre abierto, sin corazón y con las extremidades estiradas a los cuatro horizontes. Y bajo él, la mancha de sangre con las huellas de un pie izquierdo marcadas alrededor, formando un círculo. ¿No lo ha visto?
Buendía suspiró, desesperado, antes de preguntar.
-No se vaya por las ramas, Silver. ¿De qué se trata?
-Es muy sencillo: el asesinato es un ritual, una especie de procesión de los muertos. ¿Qué mejor lugar que un sacrificio ritual que México Tenochtitlán? Aunque bueno, ya no es un lago ni existe el Templo Mayor. Tal vez el asesino vuelva a tomar una víctima más esta noche. Lo veré mañana, si es que pasa. Por ahora, tengo una cita y no quiero perdérmela por nada del mundo. ¿Quiere atrapar al asesino, oficial?
-Por supuesto, pero…
-No hay pero que valga. Los reporteros de nota roja sabemos que la gente así de enferma volverá a matar, porque la atención cuenta, y cada cuerpo que la gente vea en las calles es un punto extra. Si mañana hay un cuerpo más, yo invito el desayuno. Sanborns de la Casa de los Azulejos a primera hora. Buenas noches y cuidado con los muertos.
Cuando Silver colgó el teléfono, dos niños pasaron por la banqueta, corriendo. Uno de ellos vestido de vampiro, y el otro de un superhéroe que no alcanzó a distinguir. Los dos llevaban una canasta con forma de calabaza en la mano, en la cual ya llevaban algunos dulces.
Jacobo Silver siguió su camino, y después de algunas cuadras, llegó al Sanborns, a la hermosa Casa de los Azulejos. Tal vez la gente había olvidado que cerca de ahí habían matado a un hombre, porque el hermoso restaurante, que alguna vez fuese el patio interior de la casa, estaba lleno. El ambiente olía a chocolate y pan de muerto, y Jacobo pidió lo mismo. Sería una noche solitaria, aunque bastante mágica.
Frente a su mesa, una mujer de vestido rojo y largo cabello negro pasó corriendo. Alcanzó a mirarle, y en sus ojos pudo ver alegría, tal vez un gozo abrasador, como el fuego del rojo en su vestido. Brindó por ella con un sorbo de chocolate. Por ella y por los muertos.

martes, 31 de octubre de 2017

#UnAñoMás: Ollin Miquiztli [PARTE I] (Halloween - Celebración Invitada)



Las calles de la Ciudad de México empezaban a recuperar su modo nocturno después del sismo. Muchos se habían dado a la tarea de revivir la vida noctámbula, y ahora que faltaba poco para el Día de Muertos, otra vez la cultura se adueñaba de los callejones del Centro Histórico. Muchos de ellos contaban con su leyenda: fantasmas de niños, risas macabras que salían de las paredes, monstruos y rituales, e incluso el diablo en persona, que se aparecía para cautivar a las mujeres y embaucar con promesas vacías a los hombres.
Uno de los más hermosos y emblemáticos es sin duda el callejón de la Condesa, llamado antes el Callejón de los Dolores. Está ubicado entre el Banco de México y la Casa de los Azulejos, en contraste del estilo art decó de uno y el clásico azul destellante del otro. De día es un perfecto paso peatonal, el cual sirve para admirar ambos edificios mientras se da una caminata tranquila. Pero de noche se convierte en un callejón más, una calle oscura y tal vez siniestra.
Se dice que en una ocasión, cuando todavía servía como paso para los carruajes, dos de ellos se vieron enfrentados, sin que ninguno de los dos pudiese pasar. El orgullo de ambos señores los hizo permanecer ahí durante tres días, esperando que el otro retrocediese para darle paso, hasta que la autoridad se hizo cargo de la situación. Mientras el tramo entre el Banco y la Casa de los Azulejos es breve, el otro tramo, entre el Palacio Postal y el Palacio de Minería, es más largo, e incluye en el paseo varios puestos y locales donde se pueden conseguir libros de usado a buen precio.
Sin embargo, se dice que por las noches, como en todas las callejuelas perdidas de la ciudad, un lamento triste y poderoso se deja escuchar, de una mujer que busca a sus hijos entre los muertos, y asusta a los despistados. Los aztecas conocían a un espíritu similar, al que llamaron Cihuacóatl (literalmente, “mujer serpiente”), una especie de espectro que asustaba a los hombres durante la noche y los devoraba ahogándolos en el lago. Después, el mito se complementó, con la historia de una mujer engañada que, en su desesperación, ahoga a sus hijos y se suicida. La Cihuacóatl se transformó, entonces, en la Llorona, el espíritu más conocido de México.
Aquella noche de Halloween, los niños aún no rondaban por las calles pidiendo dulces, pero los adultos, en especial los jóvenes, estaban de plácemes. Aunque no fuese una fiesta nacional, Halloween había tomado fuerza, en especial en varios eventos en el Centro Histórico, con recorridos a pie o a bicicleta, donde se mostraban las principales calles y callejones de la ciudad, y se contaban historias macabras, de venganza, dolor y miedo.
Sebastián no estaba tan convencido de todos aquellos tours nocturnos, pero no por ello dejaría de disfrutar a su modo la noche. Aunque hacía frío, su rollizo cuerpo le protegía un poco del clima. Se acomodó los lentes y siguió caminando, hasta que llegó a la esquina de la Casa de los Azulejos, y se asomó por el Callejón de la Condesa, oscuro, eterno, casi interminable.
Tomando valor, Sebastián se internó en el callejón. No había dado dos pasos cuando alguien le tocó el hombro, y le hizo gritar. Detrás de él estaba una muchacha, quién empezó a desternillarse de risa.
-El bebé gordito se asustó-, dijo la muchacha. Arely era la mejor amiga de Sebastián, aunque él creía para sí mismo que ella era una hipócrita y poca cosa. Nadie es mejor que yo, y menos esa estúpida.
-Te odio. ¿No que ya te ibas?-, dijo Sebastián, algo molesto.
-¿Y por qué querría irme? No voy a dejar que el gordito se vaya solo a su casa. ¿Qué tal si se lo come el chupacabras o se le aparece el diablo entre los callejones? Por cierto, hablando del diablo…
Sebastián sabía que Arely insistiría con eso. El muchacho que Sebastián había conocido, el cual le había robado el aliento… Y el cual había tenido que alejar, como a un perro que ya no quería a su lado.
-No voy a repetirlo. Además, es asunto olvidado. Además, creo que está bien, si siempre ignora lo que le comparto en Facebook, es obvio que no quiere saber nada de mí. ¿Vas a quedarte ahí parada o me vas a acompañar dentro del callejón?
La voz de Sebastián se había ablandado, como la de un niño tierno, y Arely se soltó a reír otra vez.
-No, olvídalo. Yo no entraré ahí a esta hora. Que tengas suerte, gordito…
La muchacha se fue caminando, dando saltitos de repente. Sebastián puso los ojos en blanco, y esperó a que la chica desapareciera en la esquina de la Casa de los Azulejos. Se había quedado solo, y frente a él, el oscuro callejón.
Hace cientos de años, aquel pasaje había servido como paso de carruajes, donde la gente importante dejaba huella con su presencia. Condesas, curas, hombres de gobierno e incluso el mismo Virrey habían cruzado aquel callejón, como un símbolo de su poder. Sin embargo, en aquella fría noche de otoño, Sebastián sólo sentía repulsión y miedo. El lugar estaba lleno de basura, con bolsas de frituras que se movían con el aire de un lado al otro, e incluso, una rata que cruzaba por ahí le hizo detenerse. En una de las paredes del Banco pudo ver una cobija abandonada, tiesa y sucia, que había pertenecido tal vez a un indigente, y que ahora descansaba ahí, a la intemperie, como la piel de un animal muerto hace años.
Fue cuando un grito, un lamento poderoso y doloroso le hizo detenerse una vez más. Era el llanto desesperado y aullante de una mujer, que clamaba un desasosiego sin igual. Sebastián se quedó petrificado, y aunque al principio el aullante clamor de la mujer le hizo sentir escalofríos, sabía que sólo podía tratarse de alguien.
-No es suficiente, ¿sabes? No asustas a nadie. Parece como si te estuvieran…
Pero lo que iba a decir se le quedó en la garganta, cuando volteó para regañar a Arely. Pero su amiga no estaba ahí. Seguía solo en el callejón, y sólo un pedazo de basura que rodaba por entre sus pies le hizo moverse de nuevo. Aquello había sido extraño. Una mujer que gritaba casi detrás de él, y que se escondiese tan rápido en un callejón sin puertas ni recovecos…
Cobarde. Era la voz de él, aquella que recordaba a veces con anhelo. No es nada, sólo alguien que te quiere asustar. Sigue caminando y no mires para atrás…
Su mente le decía cosas, y su cuerpo trataba de cumplirlas, pero el miedo era más poderoso. Se tropezó al menos dos veces y las manos le sudaban, a pesar del frío que hacía aquella noche. Otra vez, el grito de la mujer se escuchaba, pero era cada vez más lejano, como si aquella persona caminara hacia el lado contrario, desapareciendo entre las sombras de los edificios.
Pronto, el grito se convirtió en un eco lejano, que retumbaba en las paredes de la Casa de los Azulejos. El frío le recorrió la espalda a Sebastián, y el muchacho se detuvo. Temblando, se dio la vuelta poco a poco.
Ya no estaba solo. Frente a él estaba una mujer, vestida de rojo, un vestido que le cubría hasta los pies, y que arrastraba por el suelo sin preocuparle demasiado. Su cabello, negro y suelto, caía como tres largas cascadas sobre sus hombros y su espalda, y le llegaba casi por debajo de la cintura. Sus manos apuntaban al cielo, como garras que se aferraran de algo invisible, justo antes de caer al infierno. Sus ojos blancos parecían estar en trance, y su boca, abierta por completo, aullaba con un gemido que parecía lejano, como si estuviese a varios metros de ahí.
Sebastián no podía moverse. El miedo le había clavado los pies en el pavimento del callejón, y la mujer parecía no querer moverse. No podía correr, y sus brazos se habían quedado tiesos a sus costados. Fue cuando una sombra aún más grande se levantó por detrás de la mujer, que aún seguía en trance, con aquel grito apagado en el fondo de su garganta.
El muchacho sólo podía observar como una figura alta y esbelta caminaba justo por detrás de la mujer, rodeándola. Uno de sus pies estaba normal, descalzo, y el otro ni siquiera tenía pie: era un muñón abierto, de donde salía el hueso limpio y blanco. Sus brazos largos colgaban en los costados, con enormes garras en los dedos. La cabeza estaba tocada con plumas de aves, negras y marrones, ya echadas a perder y bastante gastadas. El rostro de aquel ser era extraño. Semejaba a una calavera con piel, delgada y angulosa, con los ojos abiertos como los de un loco, y los dientes afilados como los de los felinos. En la nariz, a la mitad del rostro, lucía una línea horizontal de color negro, en contraste con su piel azulada, casi muerta. Sus ojos brillaban con un destello amarillo muy peculiar.
-No, cihuacóatl. Este no merece el sacrificio. No siento la fuerza de los otros. Vamos a buscar a alguien. Tenemos poco tiempo…
La mujer se despertó del trance, y siguió con pasos firmes a aquel ser largo y cadavérico, quién caminaba renqueando hacia el final del callejón, con un paso firme en el pavimento, y otro que se escuchaba como una garra sobre la piedra. Sebastián cayó de rodillas, mientras la orina mojaba sus pantalones. El enorme monstruo desapareció en las sombras, mientras la mujer volteaba a ver al muchacho, quien yacía en el suelo, impactado y asustado, sin poder hablar siquiera.
-Nada personal, jovencito. Vete a casa…
Sin embargo, el muchacho se arrastró por el suelo, y se quedó recargado en la pared de la Casa de los Azulejos, sin mover un músculo, y sin cerrar los ojos. Al amanecer, así lo encontraron, con el miedo en sus pupilas y el frío en su piel, pero sin decir palabra alguna…
 
Licencia Creative Commons
Homicidio Mexicano por Luis Zaldivar se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 3.0 Unported.
Basada en una obra en http://letritayletrota1989.blogspot.mx/2012/09/homicidio-mexicano-luis-zaldivar-para.html.
Permisos que vayan más allá de lo cubierto por esta licencia pueden encontrarse en http://letritayletrota1989.blogspot.mx/2012/09/homicidio-mexicano-luis-zaldivar-para.html.