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jueves, 21 de diciembre de 2017

#UnAñoMás: Luces de Navidad [PARTE VII] (Sexta Posada)

Supuesto objeto volador grabado en Turquía, donde se alcanza a apreciar una "extraña silueta humanoide" en la parte superior del artefacto (2008)


Doña Mercedes preparaba la comida en la cocina cuando, por la ventana que daba directamente a la avenida, vio caminar a Sonia, despacio, como si estuviera cansada, o perdida. No la saludó, pero la miró con preocupación. La pobre muchacha tenía un embarazo muy avanzado, y caminaba como si el peso de su barriga le hiciera freno.
Decidió no hacer caso de aquello cuando a muchacha desapareció de su vista a través de la ventana, y siguió preparando ese rico arroz que le habían chuleado la noche pasada, cuando los vecinos se acercaron a comer después de la letanía. Aquella noche, ella volvería a preparar el arroz, y Doña Isabel y Doña Remedios le iban a ayudar con otros platillos.
La cacerola de arroz permanecía quieta en la estufa, mientras revisaba que el chicharrón en salsa verde ya estuviera listo, hirviendo en otra cacerola más apartada. Con una cuchara y ayuda de su mano, Doña Mercedes probó la salsa del chicharrón y un poco de carne. Estaba delicioso: no tan salado, y bastante picoso.
Después, levantó la cacerola del arroz, cuidando de que el vapor no le quemara la cara. Miró dentro: aquel cereal anaranjado, esponjoso, aderezado con zanahorias y papas, olía muy rico. También lo degustó, y estuvo mejor de lo que ella creía. Todos iban a amar su comida.
Cuando le puso la tapa de nuevo a la cacerola, sintió algo en la piel que la asustó. Era como un escalofrío, y la piel se le puso chinita. Era la misma sensación que uno podía apreciar cuando se daba toques con un enchufe. Doña Mercedes pensó que tal vez era el frío, un poco de viento que se hubiese colado por la puerta. Pero no: hasta los oídos le zumbaban.
Decidió averiguar de qué podía tratarse. Salió de la cocina, de aquel delicioso calor con aroma a especias y carne asada, y entró a la sala de su casa. En medio de los sillones encontró algo que le heló la sangre.
Una de las luces que habían aparecido el día de la Virgen en el cielo estaba justo en medio de la sala. Los muebles seguían en su lugar, y la entidad luminosa parecía atravesarlos, como si aquellos se hubiesen internado en aquel globo de luz ambarina que parpadeaba de forma débil. Era como ver un enorme globo de luz o agua de color amarillo ahí, suspendido a pocos centímetros del suelo, envolviendo parte de los muebles de la casa con su presencia.
Como buena católica temerosa de Dios, Doña Mercedes se persignó, y cerró los ojos, juntando las manos, esperando que aquello fuese sólo su imaginación, la visión de una vieja cansada.
-Señor, por favor ten piedad de mí. Si es uno de tus ángeles, dile que no me haga nada. Dile que me perdone por… Por…
No pudo terminar de hablar. De aquella esfera de luz salió aquel ángel por el que tanto rezaba Doña Mercedes. Pero no era inmaculado, no vestía con túnica blanca, ni llevaba el cabello suelto y rubio, mucho menos alas. Era negro, alto, delgado, con el rostro descubierto, y los ojos negros más abominables que jamás hubiese visto.
Aquel ser se acercó a la mujer, dando largos pasos. Doña Mercedes estaba ahí asustada, quieta, sin gritar. Con su larga mano, aquella cosa le agarró la cabeza, cubriéndosela casi por completo.
-Conozco sus pecados, sus ideas, sus miedos y sus sueños. Su Dios no es real. No me ha visto, no sabe que existo. Vaya a comer…
La soltó, y dando la media vuelta, volvió a internarse en la esfera de luz, la cual se elevó, y tan rápido como un rayo, atravesó el techo sin hacer daños.
Doña Mercedes se quedó quieta un momento, y sus ojos se pusieron en blanco. Caminó casi de forma automática hacia la cocina, como un zombi. Tomó una cuchara, y destapando las cacerolas aún en la estufa, se puso a comer. Tomaba cucharadas grandes de chicharrón con salsa y se las llevaba a la boca, no importando que estuviesen calientes, y de arroz era igual. La estufa se manchó con salsa, y el arroz caía al suelo de repente, cuando la mujer tenía la boca llena de comida y no podía tragar más.
Después de que la cacerola del chicharrón se vació y la del arroz ya estaba por la mitad, Doña Mercedes se detuvo. Aún con los ojos en blanco, el cuerpo no podía más, y el esfuerzo de comer tanto y aquel trance hicieron que se desmayara. Su cuerpo cayó de espaldas (afortunadamente para ella), y la cuchara rebotó en el suelo, con un sonido metálico estridente.
Fue hasta que la propia doña Isabel la vio por la ventana de la cocina, que alguien pudo entrar para encontrar a Doña Mercedes, horas después, cuando ya todos los vecinos la esperaban para la posada aquella noche.

martes, 19 de diciembre de 2017

#UnAñoMás: Luces de Navidad [PARTE V] (Cuarta Posada)

Los reflectores apuntan hacia extraños objetos luminosos en el cielo, en el evento conocido como "Batalla en Los Angeles" (1942)


Sonia estaba embarazada. En la clínica le habían dicho que sería niño, aunque a ella no le importaba. Era algo maravilloso. Podía sentir sus pataditas, todo su cuerpo acomodándose ya hacia abajo, como esperando el día para salir, y cuando ella tenía hambre, aquella personita también se alborotaba, y a veces lastimaba, pero a ella le daba risa. Era un gracioso bebé, que estaba emocionado cuando ella también.
Aquella tarde, sin embargo, el bebé no se movió demasiado, porque Sonia había visto algo a través de la ventana por la que casi siempre veía. Juan, su marido, un bueno para nada, le había tocado un glúteo a la vecina, Vanessa, en plena calle, mientras ellos creían que nadie los veía.
El descarado venía de camino a casa, cruzando la banqueta, y ella, sin tardar, se sentó en su mecedora. Cuando Juan entró a la casa, ella fingió estar leyendo una revista.
-Ya llegué-, dijo Juan, cerrando la puerta tras de sí. Ni siquiera se acercó a su esposa, y a Sonia no le importaba.
-¿Vas a comer algo?-, le preguntó ella, sin apartar la vista de su lectura falsa.
-No tengo hambre. ¿Tú?
Sonia tardó un momento en contestar. Apretó fuerte el borde de la revista, y hasta pensó que las hojas le harían daño. Estaba dándose valor.
-Tampoco tengo hambre. Sólo pensé que la nalga de esa puta no había sido suficiente comida…
Sonia sintió el tirón de cabello, cuando Juan la alcanzó con una mano. Le dolía, y el bebé se retorcía en el vientre con furia y miedo.
-¿Qué viste, eh? ¡Te estoy hablando, pendeja! ¿Qué chingados viste?
-¡Le estabas agarrando la cola a esa puta! ¡Es una menor de edad! Si doña Remedios se entera de lo que le haces a su hija… Eres un degenerado, ¡un maldito cerdo!
Juan jaló más fuerte a Sonia, haciendo que esta cayera al suelo, mientras la mecedora se balanceaba con fuerza. Aunque ella cayó de rodillas, no pudo evitar tirar con las manos una cajita que usaba para costuras. Los hilos, las agujas, y unas tijeras cayeron alrededor de sus manos, que se apoyaban bien fuertes para no lastimar al bebé.
-¡Suéltame, Juan, por favor! ¡El bebé!
-¡Me vale madres, eres una estúpida! Si me acuesto con ella es porque es una mujer que sí me complace, aunque sea una chamaca tonta. Pero me gusta cómo se mueve, y no es una inútil como tú… ¡Levántate!
Juan le soltó el cabello, y aunque ella se aguantaba las lágrimas, fue imposible dejar de ser fuerte. Le corrían las enormes gotas por las mejillas, y tardó un momento en ponerse de pie. Él ya estaba de espaldas, mirando hacía la pared contraria a la puerta. La mecedora aún se movía de atrás hacía delante. Sonia tenía las tijeras entre las manos, y le dolían las rodillas, pero no se quejaba.
-Además, no puedes hacer nada. Con esa panza, ¿qué vas a sacar de todo esto?
-Esto…
Con las fuerzas que le quedaban en la mano, y empuñando fuertemente las tijeras, Sonia le clavó la punta de estas a Juan en el hombro. El dolor le recorrió el cuerpo y le hizo soltar un alarido de terror horrible, que hasta ella le hizo retroceder. Aún con las tijeras entre los dedos, Sonia se acercó más a su marido, y cuando este volteó para confrontarla, lleno de ira y con el rostro rojo y furioso, ella volvió a clavar las tijeras.
Esta vez no falló, y la punta del instrumento metálico fue a dar contra el ojo. La sangre salpicó, y aunque Juan gritó un poco, el impacto había sido mortal. Las tijeras se hundieron más en su cavidad, y se alojaron en el cerebro. Murió casi al instante, pero tardó en caer. Sonia tuvo que dejar las tijeras en el ojo de su marido, y cuando el cuerpo quedó inmóvil en el suelo, le miró con desprecio. El bebé se movía despacio, como anticipando la felicidad de su madre, y la mezcla de toda esa dicha con el miedo de tener el cadáver de su esposo en el suelo.
-No pienso compartirte con nadie más, estúpido. Ahora el problema es… ¿qué voy a hacer contigo?

Le soltó una patada en la pierna, y se sentó de nuevo en la mecedora, sonriendo y acariciando su vientre.

lunes, 18 de diciembre de 2017

#UnAñoMás: Luces de Navidad [PARTE IV] (Tercera Posada)

Estela de luz cruzando por encima del volcán Popocatépetl, México, durante una de sus etapas de actividad volcánica intensa (2000)


La posada de la noche siguiente fue tan normal como las otras dos. La muerte tan repentina de Juan Diego se había esfumado, cómo si no hubiese pasado. Los niños estaban rompiendo la piñata, entre cantos y risas, y los adultos disfrutaban una vez más de la comida y la bebida.
Silvestre era un caso aparte. Alguna vez había tenido el respeto de los vecinos, pero ahora vivía casi en la miseria. Conservaba la casa por milagro, pero parecía vivir en la inmundicia, como un vagabundo más bajo el amparo de la calle. Su vida transcurría entre la sobriedad y los efectos del alcohol y las drogas, y aquella noche no era la excepción.
Estaba sentado en la banqueta, apartado de la gente, mirando como los niños trataban de darle a la piñata con el palo, con una enorme cerveza entre los dedos, y el pensamiento cada vez más apagado. Era como disfrutar de algo que a simple vista debía ser bastante aburrido, pero para Silvestre, era entretenimiento del bueno.
-Ja ja, esos chamacos son la onda… ¡Venga, venga a verlos!
Silvestre movía la mano que no estaba ocupada con la cerveza, como haciéndole señas a alguien que estaba entre los arbustos de la casa que tenía atrás de sí. Ahí se dibujaba la silueta de una persona, un hombre que estaba escondido entre las sombras, y que apenas si las luces navideñas le alumbraban. Estaba ahí, de pie, sin decir nada, sin moverse, mirando hacía el grupo de niños.
Silvestre miró al extraño, a quién consideraba su amigo, y volvió a moverle la mano, para que se acercara.
-Anda, ven y siéntate conmigo, vamos a tomarnos una cerveza, y a ver a los niños partir esa cosa… Anda, siéntate, ven acá…
Silvestre se levantó como pudo, pero en su torpeza tiró sin querer la cerveza, rompiendo la botella en el borde de la banqueta. El amigo salió corriendo entre los arbustos, perdiéndose en la noche, y el borracho se encaminó para alcanzarlo.
-No te vayas, si apenas es bien temprano y vamos a… Vamos a beber, ven acá…-, dijo Silvestre, tambaleándose mientras caminaba y eructando a ratos. Tras los arbustos no había más que oscuridad, y al fondo, una pared blanca. Y en una de las esquinas de la pared, había alguien de cuclillas.
Su amigo estaba escondido, asustado porque Silvestre había tirado la botella al suelo. Temblaba, y trataba de esconderse aún más en la oscuridad.
-Vamos, vamos, no tengas miedo, compadrito… Te invito la bebida, ya sabes que sí. ¿Quieres venir? No tengas miedo…
Cuando Silvestre se acercó a su amigo misterioso, este se levantó, como un animal asustado. Era largo, muy alto, con la piel cetrina, lisa, y vestido con algo que parecía hecho de malla color negro, que le cubría casi todo el cuerpo, excepto el rostro. Aquel rostro era alargado, con una boca recta, como una línea dibujada arriba del mentón, y sus enormes ojos negros, que ocupaban más de la mitad de la cara. Aquella cosa se acercó a Silvestre, y con una mano enorme y dedos larguísimos, intentó tomar al borracho de uno de los brazos. El hombre, asustado, dio un paso atrás, pero se tropezó, golpeándose la cabeza en el suelo, y con el pasto ensuciando su cabello.
-¡No me hagas daño por favor, no me lleves!
Aquella cosa estiró la mano, pero sin tocarlo. Una luz iluminó aquel espacio cubierto de maleza y la pared se hizo blanca, con un intenso brillo que cegó a Silvestre, sin darle tiempo siquiera a poner la mano en sus ojos para cubrirse.
Fue un segundo, antes de que el borracho pudiese abrir bien los ojos. Todo estaba oscuro de nuevo, hacía frío, y aquel ser ya no estaba. La luz lo había cegado por un momento, y tras levantarse del pasto, caminó hasta la pared, mareado, aturdido. Tardó un momento en darse cuenta de que la mano que le sostenía en la pared estaba encima de un mensaje, una serie de palabras pintadas en los ladrillos, con letras mayúsculas, en negro. Silvestre tardó en leer el mensaje, y se petrificó.

YO MATÉ A JUAN DIEGO.

domingo, 17 de diciembre de 2017

#UnAñoMás: Luces de Navidad [PARTE III] (Segunda Posada)

OVNI captado sobrevolando el Aeropuerto de Miami (2016)


Los vecinos ya se habían apartado con la letanía, tocando a la puerta de las casas que iban a representar las paradas para pedir posada. Las luces y la comida no estaban tan lejos, pero en aquel recóndito espacio, Juan y Vanessa estaban rompiendo las reglas, y su noche de paz y amor había llegado antes.
Él estaba contra ella, y ella aguantaba su peso contra la pared del pequeño jardín de la señora Mercedes, una vecina que vivía al final de la calle, y dónde se dejaba la comida para la posada. Por ahí no pasaba nadie, y nadie podía ver que Vanessa ya tenía los calzones abajo, y Juan intentaba penetrarla.
Ella podía ver por encima del hombro de su amante, pero su miedo era infundado. Ahí no había nadie. Justo donde acababa la calle, comenzaba una avenida larga, perpendicular, y del otro lado de la avenida, donde apenas pasaban dos o tres coches cada cinco minutos, había un baldío, un lugar lleno de plantas enormes y con tierra que a veces se levantaba en remolinos.
-No te pongas nerviosa, chiquita, nadie nos va a ver… Déjate querer-, dijo Juan, mientras sus manos apretaban sin disimulo los pechos de la muchacha. Vanessa le agarraba las nalgas a su compañero, para no dejarlo ir, y menos cuando estuviese dentro. Le dolió, pero aguantó.
-¡Nos van a ver, ya te dije!-, dijo Vanessa, tratando de aguantar los gemidos.
-Que no, tú disfruta… Nunca tenemos tiempo. Tu mamá te vigila siempre y yo me tengo que aguantar…
La madre de Vanessa, doña Remedios, casi nunca la dejaba salir. Y cuando conoció a Juan, un hombre un tanto mayor que ella, algo encendió dentro de sí, algo que no podía ignorar. Trataba siempre de estar lejos de su madre, y verlo a escondidas. No quería que nadie supiese que entre ella y Juan había algo.
-Pero, pero…
Aunque ella trataba de decir algo, el placer la mantenía casi sedada. Sus manos se cerraron en las anchas espaldas de su amante, y le rasguñaron a través de la camisa. Él trataba de hacerlo más rápido, aunque ella estuviese un poco tensa.
En el momento cumbre, Vanesa miró de nuevo por encima del hombro de Juan. Del otro lado de la avenida, entre las plantas del baldío, había una persona, un hombre alto que la miraba entre la maleza, mientras sus pies levantaban la tierra. El hombre levantó la mano, y señaló justo hasta donde estaban ellos, y una luz brillante les apuntó.
Vanessa soltó un grito, y se levantó las bragas lo más rápido que pudo. Juan, asustado también, empezó a vestirse también, mientras se daba la vuelta para ver quién les estaba espiando. Solamente vio cuando un auto pasaba por allí, con las luces altas encendidas, lo que hizo que sus siluetas se reflejaran en la pared de la casa de doña Mercedes cuando el auto avanzó, para perderse al final de la avenida.
-¡Alguien nos estaba viendo del otro lado, entre las plantas!
Juan, ya con el pantalón en su lugar, y un dolor de testículos horrible, avanzó un poco antes de llegar a la orilla de la avenida. Miró a través de la oscuridad, con la poca luz de las luces navideñas de su vecina. Ahí no había nadie, sólo un montón de tierra ensuciando el asfalto y las plantas, que se mecían con el viento del invierno. Vanessa sintió miedo y se cubrió con el suéter, que había dejado abandonado en el pasto.
-Ahí no hay nadie. No seas tonta. Todas son iguales, están locas…
Juan se fue caminando de ahí, murmurando y maldiciendo, mientras Vanessa se quedó agazapada en la pared, tratando de no morir de frío, acomodándose la falda y mirando hacía el otro lado de la avenida. Ahí había visto a alguien, no estaba loca…

lunes, 25 de mayo de 2015

V: Creepypasta.

La estación nuclear de Chernóbil y la ciudad de Pripiat a los alrededores de la misma tuvieron que ser abandonadas con premura después del accidente nuclear el 26 de Abril de 1986. Uno de los reactores explotó, liberando gran cantidad de radiación, lo que obligó al personal y al gobierno de la Unión Soviética a desalojar el área, con sus casi 116 mil habitantes y con daños ambientales en trece países de Europa Central y Oriental. La causa oficial del desastre obedeció a un fallo en el reactor 4 en el momento de un ensayo para probar la máxima capacidad del reactor en caso de un posible desastre. Lamentablemente, este hecho terminó siendo una terrible realidad que, hasta la fecha, sigue presentando secuelas, como enfermedades y contaminación en el medio ambiente del lugar.
Todo el acceso a la planta y al poblado circundante es limitado, casi prohibido. El reactor fue sellado con un sarcófago para evitar fugas masivas de material radioactivo, y oficialmente la planta cerró operaciones en el año 2000.
Sin embargo, las causas oficiales del incidente fueron investigadas por el periodista soviético Iván Korsakov, quién trabajaba como agente de la CIA para investigar más de cerca la actividad nuclear de su propio país. Intuyendo que pruebas de este tipo en reactores nucleares eran tan complejas que casi no se efectuaban, empezó a indagar meses después de ocurrido el incidente. Era obvio que el gobierno soviético no le dejaría ingresar a las facilidades de la planta nuclear, y mucho menos revisar los asuntos y papeleo de lo ocurrido. Sin embargo, investigando con algunos de los trabajadores sobrevivientes de aquel fatídico día, encontró uno de ellos (figurando como “Anónimo” en las conversaciones posteriores) que se atrevió a hablar de lo que había pasado.
Anónimo daba cuenta de un experimento soviético de alto secretismo llamado AZATHOTH, en honor a la criatura espacial que había descrito Lovecraft en varios de sus cuentos y relatos. Durante las expediciones posteriores al incidente natural conocido como Evento Tunguska en 1908 en Siberia, se había encontrado una de las posibles causas de tal explosión. Lo habían guardado celosamente para así poder hacer experimentos secretos, sin embargo, con el inicio de la era nuclear, la Unión Soviética pensó en usar esta nueva fuerza para sacar más información de “lo que habían encontrado ahí”.
Durante la prueba final en 1986, los trabajadores de la planta, aquellos elegidos para la “prueba”, observaron por fin el secreto más grande que su gobierno tenía entre manos. Anónimo lo describía como una persona, aunque su apariencia era más alargada, un humanoide alto y de piel color crema que se tambaleaba mientras los científicos lo llevaban hasta el reactor. Detrás de la comitiva, otros dos científicos llevaban envuelto un objeto similar a una lanza con extrañas letras grabadas en su cromada superficie. El extraño aparato estaba conectado a una serie de sondas especiales, que fueron a su vez conectadas a la fuente central del reactor.
Lo que vino después Anónimo lo explicaba tal como lo entendía, ya que no fue testigo presencial. Mientras él y sus compañeros manipulaban el reactor hasta su máxima capacidad, Anónimo le explicó a Korsakov que tal vez pusieron a la criatura frente al objeto que le habían quitado desde su llegada, porque “no era de este mundo, ni de ningún otro conocido”. Tal vez necesitaban la energía suficiente para encender algo en ese objeto, y sólo con el reactor hasta su máxima capacidad pudo ser posible. No sabe si atacaron a la criatura con aquel objeto, o si simplemente le pidieron que les enseñaran cómo usarlo. La energía contenida en aquel objeto era suficiente para causar todo lo que a continuación sucedió.
La explosión mató a dos de los compañeros de Anónimo aquella noche, aunque todo el personal científico que acompañaba a la criatura y al objeto se esfumó. Sin embargo, entre el caos y la destrucción, Anónimo le confió algo muy extraño a Korsakov, algo que el periodista capturó en sus sesiones de vídeo y de audio.
“Corrí hasta la salida de la planta nuclear, seguro de que ya estaba contaminado y que moriría, si no pronto, con una lenta agonía. Y detrás de nosotros también corría aquella cosa, con su cuerpo tan frágil, sus movimientos ágiles y su cabeza enorme, desproporcionada. Emanaba un resplandor terrible. Y de alguna parte de su rostro se había dibujado una boca, una mueca con dientes afilados que gritaba en constante desesperación y emitía palabras que nadie fue capaz de entender y menos de procesar en algún idioma o voz. Dio la vuelta en un pasillo, y desapareció para siempre de nuestras vidas.”
Nadie más daba cuenta de alguna presencia extraña en las afueras de Chernóbil o Pripiat aquella noche, y los que vieron aquel evento fueron silenciados con amenazas, aunque solo Anónimo, quién ya no tenía nada que perder, fue más valiente al contar todo. Se sabe que Iván Korsakov alcanzó a transcribir mucho del testimonio de su fiel confidente en papeles que escondió con el gobierno estadounidense, antes de que los soviéticos dieran al fin con él. Su desaparición sigue siendo un misterio.
Las pruebas más recientes afirman que el cierre definitivo de la central nuclear en Chernóbil sólo ha sido un pretexto para usarla más a menudo, con nuevo personal, y obviamente, nuevas credenciales. Aquellos que han sido lo suficientemente audaces de infiltrarse entre la seguridad del edificio han declarado haber visto las letras NWO en varios lugares, en documentos e incluso en banderas que adornan los pasillos del lugar. Una fuente anónima, a través de un cable en Internet, sugiere que la búsqueda de la criatura de 1986 sigue vigente, a través de códigos secretos transmitidos en una señal de radio muy difusa y extraña que nadie más ha podido descifrar. 
Sin embargo, con la caída del meteorito el Cheliábinsk en 2013, los científicos encontraron algo que pensaron perdido después de casi 30 años. Dentro había otra criatura similar a la de Chernóbil. Sin embargo, no había objeto. Aunque el objeto de aquellos años se había quedado abandonado en las entrañas del reactor, pudo ser rescatado. Afirma la misma fuente anónima del cable en Internet que la criatura ya no es igual a cómo llegó hace dos años, y que incluso su tamaño podría ser ahora un problema para contenerla más tiempo. ¿Qué pretenden hacer con semejante cosa encerrada ahí? ¿Y quiénes son las mentes detrás de todo esto?


 
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