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miércoles, 21 de marzo de 2018

#UnAñoMás: El Ciclo (Día de la Primavera) FINAL



Omar regresaba a su casa. Vivía solo, y no se preocupaba por si su familia estuviese al pendiente de sus idas y venidas. Su familia ya no estaba. Con los viajes que efectuaba, alguna vez ellos tendrían que desaparecer.
Saltar a través de las dimensiones había sido algo maravilloso las primeras veces. Poder observar las copias exactas del mundo en el que vivíamos era una aventura nueva cada día, pero conforme pasaba el tiempo, sus expectativas se iban complicando. Cada universo que visitaba era un paso atrás, un tramo cada vez más lejano para regresar a casa. De repente, su familia dejó de existir, y él se encontró solo en mundos que, sin duda se parecían al suyo en algunos instantes, pero que nunca serían del cual había partido. La curiosidad de Omar lo atrapó en un viaje sin salida, condenado a viajar a un nuevo mundo cada vez.
Y toda la culpa de ello la tenía un brujo, o al menos, un hombre que sabía cómo viajar. Cuando entró en su casa, lo vio ahí, sentado en el sofá.
-Quiero volver-, dijo furioso el muchacho, azotando la puerta tras de sí.
El hombre, vestido todo de negro y con las manos entrelazadas sobre su regazo, negó despacio con la cabeza.
-No. Tuviste tu oportunidad de regresar cuando sabías el camino. Ahora todo se convirtió en un proceso sin fin, un círculo eterno de visitar mundos en donde nunca perteneciste. Te dije que la curiosidad te iba a estancar en esto, y no me hiciste caso. Es tu deber pasar cada día en un nuevo mundo, viendo las maravillas que cada uno tiene que ofrecerte. ¿Qué viste en este?
Omar no dijo nada por un rato, hasta que el enojo se le pasó, y pudo hablar.
-Una mujer cayó desde el castillo de Chapultepec. Vio un fantasma o algo así…
-No, no es eso. En este mundo, las almas de los que fallecieron de forma violenta se manifiestan en forma de sombras. Tal vez ella no lo sabía, pero casi todos conviven con esas sombras a menudo. Lo saben, lo enseñan en las escuelas. Dime que más has visto, tengo la curiosidad.
Omar no pudo más que sentarse en otro sillón, lo más apartado posible de aquel hombre.
-He visto cosas horribles. Hombres que se convierten en asesinos sin que ellos lo sepan. Uno mató a una chica mientras la grababa, y su “yo” del pasado lo veía todo.
-Döppelganger, si. Continúa.
-Había monstruos que se escondían con forma humana y que mataban sin piedad a sus víctimas, disfrazados de muchachos comunes y corrientes. Espectros que se aparecían en los parques para cazar niños y adultos en las noches. Hombres muy fuertes que podían destruir un edificio a golpes. Pero también había cosas hermosas…
El mago se acomodó en el sillón, al ver que la mirada del muchacho cambiaba.
-¿Eras muy bellas?
-Sí. Un hombre que podía ver el futuro trataba de salvar a sus hijos adoptivos. Una madre que le arrebató con valentía a su hijo de las manos de una bruja. Amores que se reencontraban más allá de la muerte y los sueños. Un detective muy hábil que le hacía frente a un monstruo y a la muerte misma. Un abuelo y su nieto jugando y siendo felices. Y un sueño aterrador de extraterrestres que se disolvía con el nacimiento de un bebé. No todo era malo.
El mago se levantó. Caminó hacia la ventana, y sonrió.
-No todo es malo. En todos los mundos hay maldad, pero también hay cosas buenas que envidiarles. Todos eso sueños, esos deseos. He visto cosas más allá de lo que viste tú: aquel monstruo que devoraba gente disfrazado de un chico inocente salvó a su mundo sacrificándose. El bebé que nació de un sueño apocalíptico ahora es un hombre de bien. Y el muchacho que vio su futuro homicida se convirtió en un gran cineasta.
El hombre se acercó al muchacho, quién aún estaba sentado, y lo miraba con ojos curiosos.
-Si quieres regresar al lugar al que perteneces, tienes que hacer algo por mí antes. Así como hay cosas buenas y malas, en el lugar del que vengo pasaron cosas malas, cosas que me afectaron, y que era necesario arreglar. Mis poderes no pueden solucionar nada, pero por eso te encontré, y te di la oportunidad de ver las cosas más maravillosas. Sirenas y extraterrestres o seres sin sexualidad no son lo único maravilloso. Aún más, la vida es importante también…
El hombre alargó su mano blanca y huesuda hacía Omar, que no se movía.
-¿Qué tengo que hacer?
-Acompáñame. Te llevaré al final de tu viaje. No tendrás que ver un mundo nuevo nunca más, sólo el tuyo, al cual perteneces. Ayúdame y volverás a tu hogar, con tu familia. Lo prometo.
Omar dudó un momento, y aunque estaba en ello por culpa de su curiosidad, tal vez ese mismo espíritu de aventura lo salvaría esta vez. Asintió y le dio la mano al hombre, y aunque apenas estaba a punto de levantarse de su asiento, sintió como una fuerza extraña lo jalaba hacía arriba. Ambos estaban viajando a través del espacio y quizá también del tiempo. Omar se sentía mareado, y el hombre parecía estar a kilómetros de distancia, aunque su mano le apretaba fuertemente.
Al cabo de unos minutos de volar en el vacío, llegaron a un sitio desolado. Era un paraje natural, durante una noche algo calurosa. Estaban rodeados de plantas secas y cerca se erguía un árbol, que mostraba su frondosidad. A lo lejos se podía ver una casa, con dos ventanas iluminadas.
-Aquí es dónde yo vivía antes de dedicarme a la magia. Un lugar en donde se me permite observar pero jamás actuar. Es un castigo por desafiar las leyes naturales y tratar de cambiar el destino de alguien a quien yo amaba.
Omar trató de entender lo que escuchaba. Aquel hombre había sido alguna vez como él, un muchacho lleno de curiosidad que había perdido a alguien. Por intentar recuperar a esa persona con la magia, algo ocurrió, y se quedó como él, atrapado en un bucle interminable.
-¿Cómo puedo ayudarte entonces? Tú mismo no pudiste cambiar nada, ni siquiera con el poder que posees. ¿Qué te hace pensar que yo cambiaré algo?
El hombre miró con seriedad al muchacho.
-Viniste conmigo, eso es algo que nunca había pasado. Sólo yo podía venir aquí, como un castigo hacia mi insolencia. Ver una y otra vez lo que pasó y arrepentirme para nunca ser perdonado. Contigo aquí cambiaremos el curso de lo que sucedió. Tú no deberías existir en este mundo, y acabas de cambiar para siempre las cosas con tu presencia. Vamos…
El hombre empezó a caminar directo hacia la casa, rodeando algunas plantas secas en su paso. Omar tuvo que brincar sobre un hormiguero escondido entre dos enredaderas. Un paso más, y hubiese metido el pie en donde no.
-La persona a la que vamos a ver…
El hombre suspiró, sin que el muchacho lo notase siquiera.
-Era una muchacha hermosa. Amable, tierna, muy lista. En el pueblo todos la querían, y muchos muchachos como yo la pretendían, aunque yo nunca me acerqué a ella. Fue en esta noche cuando todo sucedió: ella tenía en su recámara un adorno, algo que pretendía llevar al día siguiente en una ceremonia que en este mundo es muy común cada año. Sin embargo, su suerte cambió cuando aquel adorno se incendió con una vela que cayó por accidente. La luz que vez en la ventana es de esa vela, ya que la energía eléctrica en su casa se ha ido. Fue algo terrible…
La cara del hombre se ensombreció, a pesar de que la noche era oscura y profunda. Omar tenía calor, pero aún así seguía caminando, escuchando las palabras de aquel hombre consumido por el dolor.
-Puedo apagar la vela si así lo desea…
-No servirá de nada. La vela y aquel adorno son elementos importantes. Si uno falta, el otro terminará el trabajo que ambos no pudieron cumplir en el destino de aquella joven. Ambos tienen que ser destruidos. La magia lo puede todo, excepto cambiar el destino de alguien, y eso lo aprendí de la peor manera posible. Mis poderes no pueden salvarla, pero tu curiosidad lo hará. Y como recompensa te devolveré a tu mundo, sano y salvo: una promesa que la magia cumplirá. Ve a su recámara, trae esos dos objetos y te ayudaré a destruirlos. No podré regresar aquí, pero al menos sabré que ella está bien, y es feliz.
Llegaron hasta la casa, dónde la luz de la vela aún titilaba intensamente, como una estrella más en aquel oscuro cielo de primavera.
-Déjeme dentro de la recámara, ayúdeme a subir…
-No puedo. La magia no funcionará para ayudarte. Usa tu propia magia, la que tienes en tu interior. Toma…
El hombre estiró la mano, y con un corte invisible, hizo que su palma sangrara. La cálida sangre roja escurrió en la palma del muchacho, quién primero se aterró, pero al contacto con la sangre su cara era de asco.
-¿Está loco o qué?
-Una promesa de sangre. Haces esto, y te ayudaré a volver. No hay nada más sagrado…
Omar asintió, y cerró el puño, guardando para sí la sangre que aún manchaba su mano. La casa era enorme, y estaba rodeada por una reja que al muchacho no le fue difícil de sortear. Con sus amigos ya trepaba árboles desde muy pequeño, así que una cerca así de pequeña era relativamente fácil. Aunque la casa fuese muy grande, solamente estaba levantada en una sola planta, por lo que sería fácil entrar por la ventana.
Se acercó tanto como pudo, y aunque la luz de la vela apenas iluminaba su rostro, podía ver por dentro. Aquella era una imagen muy bella y tranquila: una recámara cualquiera, con una cama solitaria en un rincón, y más allá, la vela sobre una mesita, sobre la cual también descansaba el adorno del que hablaba aquel hombre. Era una especie de abanico, algo hermoso que alguien con mucha habilidad haría con sus propias manos. Estaba hecho con papel o palmas secas, y era algo que Omar nunca había visto en su mundo. Tenía que entrar por él sigilosamente.
Empujó la ventana, y esta, para su sorpresa, se abrió despacio, chirriando un poco. El aire cálido de afuera se coló hacia la recámara. Ahí dentro era más fresco. Y no hacía calor. Puso sus pies descalzos en el interior de la recámara, y sintió el frio suelo en su piel.
Omar sentía curiosidad: cómo era la muchacha, qué la hacía tan especial para que todos los que la vieran cayeran a sus pies. Se acercó a la cama, y la miró: era bellísima. Su piel blanca y trémula a la luz de la vela, su cabello negro, suelto, y aquellos ojos que, imaginó, eran como dos gemas preciosas cuando estaba despierta.
Quería tocarla, poder despertarla para ver su mirada, y mientras más se acercaba, en su corazón nació un vacío, un espacio que se fue haciendo más y más grande. Algo le faltaba, y era ella: una muchacha hermosa y su belleza que, a pesar de la oscuridad, resplandecía desde el interior.
Sin querer, su pie tropezó con el borde de una alfombra que se encontraba bajo la cama, y sus manos toparon con la mesa, la cual se tambaleó, dejando caer la vela sobre aquel hermoso abanico de palma. La llama no tardó en encenderse, y el fuego empezó a quemar también la alfombra. Poco a poco, el fuego empezó a crecer, y a iluminar el lugar.
La muchacha se removió entre las sábanas, pero no se despertó. Omar no sabía que hacer: el calor se volvía insoportable, y el fuego se interponía entre él y la cama de la muchacha.
-¡Despierta, despierta…!-, gritó el muchacho, tratando de despertar a la muchacha, quién sólo se revolvió aún más en la cama, sin darse cuenta que, en pocos segundos, las llamas devorarían sus sábanas, consumiéndola también a ella.
No lo pensó más: armándose de valor, Omar saltó entre las llamas, aunque los pies descalzos no soportaran el calor intenso del fuego. Fue su grito de dolor el que hizo que la muchacha, por fin, se despertara, y también gritara.
El fuego creció, y empezó a consumir también las sábanas. El muchacho alcanzó a subirse a la cama antes de quemarse más, y agarró a la muchacha de ambos brazos.
-¿Quién eres? ¿Qué está pasando?-, gritó la muchacha, histérica y aterrada. El fuego le quemaba un poco la cara. Omar la jaló, y ella tuvo que levantarse encima de la cama para alejarse lo más que pudiese del fuego. Instintivamente, ella se abrazó a su salvador.
-No te preocupes, te voy a sacar de aquí.
Con las fuerzas suficientes, e incluso pensaba que aún más, Omar cargó a la muchacha, como quién carga a su mujer después de recién casados, y con más arrojo que antes, brincó por encima del fuego. Aunque las llamas le quemaban las plantas de los pies y más arriba, el miedo y su propio valor no le impidieron seguir corriendo. La ventana estaba abierta, y con todas sus fuerzas, soltó a la muchacha, quién salió despedida hacia afuera, cayendo en el césped que crecía verde bajo su ventana. Omar tropezó, y el fuego se acercaba cada vez más a él, pero se levantó, cojeando un poco, y salió por la ventana lo más rápido que pudo. La muchacha ya no estaba ahí: había corrido, rodeando la casa, mientras gritos de hombres y mujeres salían por todas partes.
El muchacho salió corriendo lo más rápido que pudo, e incluso cuando volvió a saltar la reja, su pie quemado, el izquierdo, le dolía bastante. El hombre, al pendiente de todo lo que pasaba, había visto el humo saliendo de la ventana de la muchacha, y estaba alerta. Al ver al muchacho acercarse, cojeando y respirando como un animal herido, lo jaló hasta quedar bajo las hojas del árbol solitario. Sacó de entre sus ropas un frasco con un ungüento color café, que olía amargo y dulce a la vez. Se lo untó en el pie quemado, y aunque primero ardía, Omar sintió como se le refrescaba la piel.
-¿Dónde está? ¿Dónde está ella?-, preguntó el hombre, tratando de guardar la calma.
Omar tardó un momento en responderle. El hombre pudo ver su rostro a la luz de la Luna: estaba cansado, y su rostro estaba lleno de hollín del incendio.
-Ella… corrió. Está a salvo, no le pasó nada…
El hombre miraba a Omar con ojos bañados por las lágrimas, y asintió, nervioso aún.
-Impediste lo que parecía inevitable. Hiciste lo mejor, y salvaste la vida de aquella mujer. Cuando murió, no hice más que estudiar lo que ahora sé, me enajené con una fuerza tan poderosa que, al final, terminó conmigo, encerrándome en un universo aparte para siempre. Sólo quiero verla feliz, vivir más, y podré morir tranquilo algún día con aquel sentimiento de culpa ya desvanecido.
Omar ya estaba más tranquilo, escuchando a aquel hombre. Después de un rato, se animó a hablar.
-Ella es hermosa. Es una muchacha preciosa. Tenía miedo, y aunque sus ojos eran como las piedras más bellas de este mundo o de cualquiera, vi en ella el miedo a la muerte. Ahora sé por qué estudiaste tanto para salvarla. De dónde vengo no le tememos a la muerte, y aprendemos a vivir con ella. Pero ella no merecía eso, creo que por eso la salvé…
Ambos se quedaron mudos, y el hombre solamente asentía.
-Vamos a casa. Prometí llevarte sano y salvo, y casi pierdes un pie. Aún así, tu corazón valiente late más que nunca. Y el de ella también. Un último viaje te hará bien…
Aunque aún le escocía la quemadura, Omar sintió de nuevo el inevitable tirón a través de la oscuridad. Iba a casa, por fin…
Llegaron, y aún era de día. Se encontraban entre flores, hermosas flores de color naranja que olían muy bien. Estaban a la orilla de un inmenso lago, uno tan grande que la mayoría pensaría que era la orilla misma del mar. A lo lejos, el hombre y el muchacho contemplaron la ciudad que se levantaba en medio del lago: enormes edificios que tocaban la punta de las nubes, y en el centro de todo aquel ajetreo se podía ver un enorme templo, una pirámide desde dónde la música de una caracola ceremonial anunciaba la llegada de un nuevo día.
-Tienes suerte de estar vivo, y de vivir en este mundo. Un mundo que no fue conquistado. Ve a casa, y procura vivir como tú quieras-, dijo el hombre, apoyando su mano en el hombro de Omar, quién ahora era el que lloraba por volver al hogar. Sintió las hierbas entre los dedos de los pies, y la brisa de aquel lago salado.
-Gracias. También tú cuídate. Puedes venir a este mundo cuando quieras. Y te enseñaré algo muy hermoso cuando…
Omar se iba alejando del hombre, cuando, inesperadamente, algo salió del agua. No era algo que el hombre esperaba, pero sí algo que ya había visto antes en aquellos lugares. Era una especie de arácnido enorme, del tamaño de dos hombres, el cual saltó desde el fondo del lago, hincando sus enormes patas en el lodo, y chirriando por una boca babeante. Múltiples ojos se enfocaron en Omar, quién no tuvo oportunidad de quitarse a tiempo, justo cuando las enormes patas delanteras de aquella cosa se clavaban en su cuerpo, atravesando su pecho y su vientre, en un estallido de dolor y sangre que lo mató al instante.
El hombre se quedó quieto, de pie en la orilla de aquel lago, con la sangre del muchacho en el rostro, y los ojos desenfocados, justo para ver como la criatura regresaba al agua, jalando a su presa hacia el fondo del lago. Si tan sólo lo hubiese salvado…
Una promesa de magia que se rompe, puede cambiar todo lo que se ha hecho antes…
Omar ya estaba muerto, pero recordó que, si no hubiese sido por él, su amada estaría muerta también. El destino no podía cambiarse, ahora estaba seguro. Se concentró, y en su mente la volvió a ver. Aquel hermoso rostro, su piel blanca, su cabello castaño, y los ojos más hermosos de cualquier mundo…
Llévame hasta ella, llévame hasta ella por favor. No dejes que muera…
Su mente lo llevó hasta el lugar que él pedía. Reconoció el lugar: la plaza del pueblo, en un día caluroso de domingo. El domingo de Ramos después de aquella primavera dónde Leonora moriría.
La buscó incesantemente, pero la gente se agolpaba en la plaza, tratando de entrar a la iglesia.
-¡Leonora, Leonora!-, gritaba, impaciente. Empujaba a la gente, y trataba de caminar entre la multitud.
Inesperadamente, fue cuando la vio, caminando directamente por el camino que llevaba al quiosco del pueblo. Llevaba un hermoso vestido blanco, un rebozo rosa, y entre sus manos, aquel adorno de palma. No: no era el mismo que se había quemado. Este era más bonito, más verde. Algo nuevo.

Mientras andaba por el camino hacía el quiosco, sintió que alguien rozaba la mano con la que agarraba el rebozo. Volteó a su izquierda y se dio cuenta que era un monje, alguien vestido de negro, con la capucha echada sobre la cabeza. Tal vez era alguno de los monjes que ayudaban al sacerdote del pueblo en los días de la Cuaresma.
-Ay, lo siento…-, dijo Leonora con voz trémula, tratando de disculparse.
El monje se detuvo, e hizo que ella también lo hiciera. Aquel extraño sujetó a la chica del brazo, haciendo que soltara su ramo de palma, y clavó un cuchillo entre los pechos de Leonora, que ni siquiera alcanzó a soltar un grito. El dolor le aprisionaba el pecho, y la sangre le corría por la herida, manchando su inmaculado vestido. El hombre que la atacaba no tenía rostro, escondido en la penumbra de la capucha, mientras su sonrisa se delineaba entre las sombras.
Sacó el arma del pecho de la chica, y soltándola, la muchacha cayó de espaldas, empujando a varias personas, que se apartaron primero confundidas, y luego gritando. Algunas de las mujeres gritaron aterrorizadas, corriendo y tropezándose con los puestos de la comida. Leonora yacía en el suelo, con una enorme mancha de sangre empapando su pecho, las manos caídas a los costados, y entre las piernas, la palma que llevaba en la mano. Nadie vio como el monje se alejaba entre los árboles, buscando cómo escabullirse entre la multitud para llegar a salvo a su guarida.

El hombre pudo verlo todo. Aquel monje le había arrebatado la vida a Leonora, y reaccionó demasiado tarde. Con el poder que aún le quedaba, hizo que el misterioso encapuchado se tropezara, pero aún así se levantó, y se escondió entre la muchedumbre, y luego, entre los árboles.
La gente estaba gritando, cuando por fin descubrieron el horror: la mujer a la que había amado yacía en el suelo, cubierta de sangre, con su hermosa palma de Domingo de Ramos en el pecho herido.
Fue en aquel instante de desazón que, aunque la sintiera fluir en sus venas hasta el día de su muerte, aquel hombre pudo darse cuenta que la magia lo había abandonado para siempre…



“Aprendí que no se puede dar marcha atrás, que la esencia de la vida es ir hacia adelante. La vida, en realidad, es una calle de sentido único.”
Agatha Christie.


Luis Zaldivar, 02 de Enero de 2017 - 16 de Marzo de 2018.
Los dioses quieran nos podamos ver un año más.

miércoles, 14 de febrero de 2018

#UnAñoMás: Una Película de Amor (Día de San Valentín y Miércoles de Ceniza)



-¿Quieres ver algo interesante?
Iván salió de su ensimismamiento, y Sergio, su mejor amigo, le picaba las costillas. Miró una vez más la orilla del pequeño lago donde se encontraban, y luego a su amigo, extrañado.
-¿Qué?
Sergio se carcajeó. Miró a su amigo: era un enorme chico, de pecho amplio y músculos bien marcados, pero con el rostro de un niño, ojos verdes y cabello alborotado.
-Ya sé que no estás poniendo atención. Te decía que si querías ver algo… Bueno, digamos que te gustaría verlo.
Iván puso más atención.
-¿Qué es?
-Son unos vídeos. Me los hizo llegar un conocido. Una caja enorme con un montón de vídeos VHS viejos. Películas piratas, vídeos familiares, cosas de ese tipo que estuvo juntando durante un tiempo pero que no ha podido ver. Si te gusta todo ese tipo de cosas, podrías usar el material que encuentres interesante para los cortometrajes.
Iván era director aficionado, grabando algunos cortometrajes en ocasiones y escribiendo nuevas historias y guiones que esperaba algún día realizar de manera más profesional. Se quedó un momento pensativo.
-Podría usarlos. Tengo ganas de grabar algo más experimental, que tenga varias escenas. Si quieres paso por ellas al rato y me pongo a revisarlas…
Se levantaron del césped, mirando al lago, y caminando por la orilla, siguieron platicando de otras cosas. Iván quedó con Sergio para ir a su casa por los vídeos a las 7, y cómo vivían cerca, no habría problema de regresar con la caja cargando hasta la casa.
A la hora acordada, ya de noche y con algo de frío, Iván se despidió de su amigo, mientras iba regreso a casa con la enorme caja de cartón. Dentro traqueteaban los vídeos, un sonido plástico que parecía el de piedras rodando dentro.
Cuando llegó a su casa, y después de meter la caja a su recámara con algo de  dificultad, Iván revisó su contenido.
Dentro había una maraña de vídeos VHS, algunos de colores, pero la mayoría de color negro. Algunos llevaban una etiqueta blanca con el título que indicaba su contenido.
-A ver…
Metió la mano entre los vídeos, e iba sacando cada una de las cintas para revisar el título.
-“Graduación de Isaac”, “Pesadilla en Navidad”, “Vacaciones”. Qué raros están…
Iván sacaba uno a uno los vídeos de la caja, y aunque tenía preparada ya la videocasetera y la televisión, no se animaba a poner ninguno. Todos parecían cosas cotidianas o aburridas, películas que no podría usar. Hasta que sus dedos tomaron un vídeo del fondo, uno de color rojo.
En la superficie no tenía nada, y parecía un poco deteriorado, con los restos de la etiqueta vieja arrancada, como si alguien hubiese usado una cinta original para grabar algo encima. Estaba maltratada, pero sólo en la superficie, como si alguien le hubiese pasado una lima.
Iván la miró más detenidamente. Levantó la pequeña tapa que recubre la cinta, y no vio nada extraño. Todo estaba en orden, a excepción, claro, del polvo que se había acumulado dentro, pero nada más.
-Ok, serás la primera…
Metió el video en la videocasetera y apretó el botón de PLAY. La pantalla parpadeó un poco, y al instante apareció una pantalla negra, un par de rayas blancas de interferencia y el sonido hueco que precede a las imágenes de los antiguos videos VHS.
La primera imagen del vídeo apareció. Una calle larga, solitaria, por la tarde, tal vez en otoño, ya que había un montón de hojas secas en el suelo y el cielo lucía un color gris acerado. Quien llevaba la cámara caminaba despacio, y sus zapatos aplastaban las hojas, que se rompían con crujidos sonoros bajo sus pies. El viento movía las ramas de los árboles, y unos pájaros salieron volando. De repente, de la siguiente esquina, salió una chica. Parecía desorientada, e Iván pensó que tal vez todo eso estaba actuado, ya que el que grababa se acercó a ella, y la chica no pareció sorprenderse.
-Hola. ¿Te perdiste?-, dijo el de la cámara. Iván ya presentía que era un hombre, y sólo lo confirmó con aquella voz, una voz de hombre maduro.
La chica miró directamente a la cámara primero, volteando un tanto asustada, y luego al rostro del muchacho. Todo estaba muy actuado, pero ella seguía “desconcertada” por aquel desconocido con una cámara en la calle.
-No, no pasa nada, solo que buscaba la entrada al parque. Tengo que ver a alguien del otro lado del lago-, dijo la muchacha. Iván identificó aquel lugar: era una de las calles que rodeaban el parque del lago, el lugar donde él y Sergio siempre frecuentaban para platicar. Efectivamente, la entrada al lago era del otro lado, al menos a unos 500 metros de ahí.
-Oh, ya veo. Si quieres puedo acompañarte y de…
La película se cortaba, y se podía ver la escena de otra película debajo: una película animada, de animales del bosque, que aunque Iván podía ver bien, era difícil identificar. Luego, la película volvió, y esta vez, ambos ya iban caminando por la calle, dando la vuelta a la valla que separaba el parque de la calle.
-¿Y te gusta grabar todo lo que haces o cómo?-, decía la chica, tratando de hablar y respirar al mismo tiempo. Sonaba como cansada.
-A veces… Es algo que tengo que hacer, un favor para alguien. Tal vez te gustaría salir en alguno de mis cortos alguna vez. La persona para quien los hago me ha pedido que haga algo nuevo y pues... ¿Te gustaría salir?
-Por supuesto, se escucha interesante. Sólo que ahora no puedo, debo llegar a tiempo…
Los jadeos del muchacho se escuchaban en la cámara, mientras esta apuntaba directamente al frente, a la calle aún vacía y cada vez más fría.
-Sí, no te preocupes, yo… Yo podría llamarte para después. Si quieres déjame tu número y…
Otra vez se cortó la película, y esta vez, en vez de animales de caricatura, apareció una pantalla negra, con un letrero muy básico, hecho con letras verdes parecidas a las de un cronómetro: MIÉRCOLES DE CENIZA (SAN VALENTÍN).
Iván recordaban aquello: hace un año, el día de San Valentín y Miércoles de Ceniza coincidieron en la misma fecha, y fue algo que desató varios chistes y memes en las redes sociales. Después de que el letrero flotara en la pantalla durante un minuto, la imagen regresó.
Esta vez, Iván tuvo que enfocar bien su mirada, ya que el cuarto era oscuro, y la pantalla no se veía tan bien como la vez anterior. Tal vez el aficionado no se había dado cuenta que su cámara vieja no podría grabar nada nítidamente en aquella profunda oscuridad. De repente, la oscuridad se transformó en luz: primero el resquicio de una puerta entreabierta, y luego todo un cuarto iluminado por una lámpara en el techo.
El cuarto estaba completamente pintado de un color arena muy tenue, casi blanco, y en medio del cuarto había una mesa, en la cual se había adaptado una especie de colchoneta. Sobre la mesa ya esperaba una chica sentada mirando a la puerta. Era la chica del anterior segmento, pero esta vez estaba desnuda, con el pecho descubierto y el cabello cayendo detrás de su nuca. Miraba lascivamente al hombre de la cámara, y cuando este se acercó, no dejó de grabar. Ella le sonrió.
-Te ves mejor sin ropa. Tienes un cuerpo perfecto. Ven y acaríciame, y suelta eso…
La voz de la chica era suave, como un susurro. El hombre de la cámara definitivamente debía ser alguien bastante apuesto, y a soltar eso se refería obviamente a la cámara. La imagen se movió un poco, mientras el hombre se acercaba a la muchacha, y esta, dejando ver su cuerpo completo, empezaba a acariciar el cuerpo de su acompañante. Parecía que ambos se besaban, pero él no soltó la cámara en ningún momento. Hubo mucho movimiento, donde la cámara no enfocaba en ningún lugar en específico, e incluso, se escuchó un golpe.
De nuevo, la imagen se estabilizó, e Iván tuvo que enfocar bien su mirada después del jaleo. De nuevo la chica, desnuda, completamente acostada en aquel colchón improvisado, y encima de ella el hombre, quien la grababa desde arriba. Fue cuando algo pasó, y hasta Iván palideció, cuando la mano de aquel sujeto se cerró alrededor del cuello de la muchacha, quién parecía bastante asustada. Todo pasó tan rápido: aunque la chica manoteaba para soltarse, la mano del hombre fue aún más letal, y le rompió el cuello con una fuerza que parecía sobrenatural. En aquel brazo aparecía dibujado un enorme tatuaje de colores difuminados sobre la piel blanca y llena de cicatrices de aquel hombre.
La mano desapareció, y volvió a salir a cuadro, con un cuchillo. Empuñó el arma y le abrió la garganta a la muchacha de extremo a extremo, y luego comenzó a apuñalarla en el pecho, mientras la sangre salpicaba su cuerpo y el lente de la cámara. Después, todo fue silencio, y el hombre empezó a jadear.
La cámara iba dando la vuelta, mientras Iván observaba, asustado y absorto. Se tocó el brazo derecho, dónde tenía su tatuaje de colores difuminados. La cámara enfocó el rostro del hombre de la cámara, y fue cuando el chico soltó un grito ahogado: era él, un Iván más avejentado, con una enorme cicatriz en su antaño rostro de niño, que cruzaba de arriba abajo, mirándole con un ojo verde y otro ciego de color blanco lechoso. Estaba salpicado de sangre y en su frente aparecía dibujada una cruz negra, hecha de ceniza. El vídeo parecía distorsionarse, mostrando rayas blancas a intervalos, y combinándose con la vieja cinta de animación debajo.
-No dejes que nadie la vea. No te conviertas en esto, no sigas grabando, no sigas…-, decía el Iván de la grabación. Fue cuando la imagen se apagó, y la videocasetera se abrió de repente, sacando el vídeo de su interior.
El muchacho ni siquiera reaccionó: se quedó ahí, sentado, mirando a la pantalla, angustiado y desesperado por saber más. Después se asomó dentro de la caja de los vídeos restantes, esperando que algo, tal vez una mano poderosa le arrancara la garganta desde dentro.
Pero no pasó nada: sólo se escuchaba algo dentro, como una respiración, y el crujir de un vídeo que esperaba a ser visto. Iván se abalanzó en la caja y rebuscó desesperado. Ahí estaba: otro cartucho, uno negro e igual de maltratado que el anterior. Este sí tenía etiqueta: CHAPULTEPEC. Lo puso en el aparato y apretó el botón de PLAY, esperando a una nueva sorpresa en la pantalla.

sábado, 6 de enero de 2018

#UnAñoMás: Luces de Navidad [FINAL] (Día de Reyes)



Cómo no tenía a dónde ir, Sonia dio vueltas por la tarde en un taxi, aquel día en el que había abandonado a Juan Diego, y junto al bebé, decidió quedarse al final en la casa de su vecino, sin que nadie viera que ella estaba ahí.
Isidro vivía con su madre en la esquina de la calle, cerca de la avenida que delimitaba aquel pueblo. Alguna vez, Sonia y él habían tenido algo que ver, y muy a pesar del destino, aún se hablaban bien. Aquella vez, sin embargo, necesitaba de su ayuda, y tanto Isidro como su madre no se negaron a dársela. La dejaron quedarse, y cuidaban bien al bebé, que ni con extraños parecía portarse mal.
-Gracias por todo lo que has hecho, conmigo y con el bebé. No sé cómo pagarte todo esto. Nos dejas dormir aquí, y la comida…
Isidro negó con la cabeza. Tenía cargando al pequeño Arturo en sus brazos, mientras el bebé se entretenía mordiendo un pequeño juguete de goma especial para eso. Había sido su regalo de Reyes, un pequeño detalle que Isidro le había dado, junto con un enorme paquete de pañales, cortesía de doña Mercedes, quién estaba encantada con el bebé.
-No tienes que agradecer nada. No tenían a donde ir, ¿cómo los iba a dejar en la calle o que se durmieran en cualquier hotel? No: esta es tú casa y el bebé y tú son bienvenidos.
Un momento de silencio incómodo antes de que él volviese a tomar la palabra.
-¿Qué vas a hacer con Juan Diego? ¿Vas a regresar?
La que negó con la cabeza esta vez fue Sonia.
-No: puede quedarse con aquel… Ya sabes de quién hablo. No pienso regresar, ni dejar que se salga con la suya, Isidro. Mi niño no va a vivir en un lugar así, no por ahora. Que entienda Arturo primero por qué lo hice, y luego podrá verlo. Mientras, prefiero cuidar yo sola de mi hijo. Puedo trabajar aquí en tu casa, o en alguna otra parte, pero a Arturo no le va a faltar nada y...
Aunque traía al bebé entre brazos, Isidro le dio un beso a Sandra, sujetando bien a Arturo, quién ni siquiera se inmutó. Ella sintió los labios de él contra los suyos. En secreto, lo buscaba, pero no se animaba a decirlo. Ni siquiera hablando sola, Sonia podría admitir que sentía algo por aquel muchacho. Pero ahora, solos ahí, junto a su bebé, podía sentirse más segura, y amada de alguna manera.
-Gracias por eso-, dijo Isidro. Ella se empezó a reír, sonrojada.
-La que debería dar gracias soy yo. ¿Por qué agradeces?
-Por estar aquí.
Ahora fue Sonia quién abrazó a Isidro, aplastando por poco a Arturito entre ambos. Así se quedaron los dos un buen rato, mientras la tarde se convertía en noche.
Afuera hacía frío, no tanto como hace días. La calle estaba solitaria, pues los niños ya estaban dentro, jugando con sus juguetes o disfrutando de sus celulares nuevos. La casa de Juan Diego lucía apagada, abandonada. Y en la pared de afuera, sólo podía verse la silueta de un hombre. Juan tomó de nuevo el aerosol de la pintura, y dejó una nueva letra plasmada en la pared. YO MATÉ A JUAN DIEGO. VANESSA. Sonrió, y mientras guardaba el aerosol en su mochila, entre su ropa limpia y el diario dónde escribía cada cosa, cada crimen, sonrió. La culpa no sería suya. Dejaría aquel pueblo, para moverse, para olvidar que alguna vez había matado, a la luz de una serie de navidad en un árbol hermoso y frondoso.

No lo sabía, pero tal vez se mudaría a un nuevo lugar. A la playa, a Veracruz, a dónde fuera. No vio que arriba suyo parpadeaba, muy a lo lejos, una luz ambarina entre las nubes de invierno.

domingo, 31 de diciembre de 2017

#UnAñoMás: Luces de Navidad [PARTE XIII] (Año Nuevo)



Hace mucho que Juan y Sonia no se veían. Desde que ella había preferido la compañía de Juan Pablo, se había mantenido apartado de la relación. Y, aún así, desde lejos planeaba regresar con ella.
Juan sabía que ella tenía un hijo, pero eso no parecía importarle demasiado. Aquella mañana, mientras aún yacía recostado en la cama, pensaba en la situación. A su lado, descansaba Vanessa, la hija de una de las vecinas de Sonia, con quién empezaba a salir (a pesar de las diferencias de edad), y quién le ayudaba, sin querer, a planear su regreso. Obviamente no le decía lo que pensaba, pero mientras la muchacha quedara satisfecha, nadie decía nada.
-Puedo adivinar lo que piensas, y tendrías que pagarme por eso…
Vanessa estaba despierta también, y Juan, ensimismado, ni lo había notado. Se removió un poco, y ella se apresuró a abrazarlo.
-En nada.
Vanessa frunció el ceño.
-No te creo. Algo no te dejó dormir. Parece como si aún pensaras en ella…
El énfasis de aquella última palabra fue lo que hizo que Juan reaccionara. La miró, con unos ojos vacíos y duros.
-No es verdad.
Ella se sonrió. Juan pudo ver, en los bordes de las sábanas, su piel tersa y limpia.
-El hecho de que ya no vivas cerca de nosotros no significa que no sigas pensando en ella. Si aún la deseas, sabes que puedo ayudarte. Me has dado suficiente como para no darte lo que quieres tú también. Déjame demostrarte que puedo hacerlo bien, sea lo que sea que vayas a hacer.
Claro que él no confiaba en ella, pero Vanessa tenía muchas ganas de demostrar sus talentos.
-Puede que me ayudes en algo. Algo nuevo. Vamos a cambiar la vida de esos dos de una vez por todas. Dime una cosa… ¿A ti te gusta Juan Diego?
Vanesa lo analizó un momento.
-No mucho. No es alguien que me atraiga tanto como tú. Tú eres fuerte, bastante viril, un hombre en toda la extensión de la palabra. ¿Ya te dije que Sonia se encontró a Juan Pablo en su propia casa con otro hombre?
Juan casi salta de la cama. Miró a su amante, sin dar crédito a lo que escuchaba.
-Con más razón. Maldito maricón resultó… Algo habrá que hacer al respecto. Si ella cree que pueda librarse de él, y yo pueda convencerla de dejarlo, será mejor para ella librarse de él. Y luego tú podrías ayudarme con él, mínimo a sentirse aún más culpable. ¿Qué podríamos hacer al respecto?
Vanessa se levantó de la cama, dejando ver, entre la penumbra de aquel cuarto de hotel por la mañana, una silueta hermosa. Era su cuerpo desnudo casi como la piel de una manzana roja, limpia y fresca. Sacó de su bolso un frasco. Un líquido transparente brillaba dentro del pequeño frasco, el cual tenía impreso una etiqueta en la superficie: VENENO.
-Siempre vengo preparada.
Juan sonrió.
-Deja esa cosa, y ven a la cama. Mañana va a cambiar nuestra vida…

martes, 12 de diciembre de 2017

#UnAñoMás: Luces de Navidad [PARTE I] (Día de la Virgen de Guadalupe)

Imagen de uno de los objetos luminosos fotografiados durante la oleada OVNI en Bélgica de 1989-1990.


Los niños gritaban mientras corrían por la calle. La imagen de la Virgen de Guadalupe ya estaba adornada con escarcha, esferas y pequeñas luces de colores. Hacía frío, y la tarde se convertía en noche rápidamente, por lo que las luces de la Virgen lucían tan bonitas y relucientes.
Juan Diego iba caminando por ahí, mientras los vecinos ayudaban a sacar y acomodar sillas alrededor del nicho de la Virgen para la misa que se celebraría en media hora. Acababa de salir del trabajo, y estaba cansado. Ni siquiera se fijó cuando un pequeño niño se le atravesó y estuvo a punto de tirarlo.
Llegó a casa, abrió la puerta y la cerró tras de sí. Las risas de los niños sonaban como lejanas, pero el frío no se iba. Vivía solo en aquella pequeña casa, y el silencio y la oscuridad reinaban en todo el lugar. Los pocos muebles que tenían crujían por el frío. Iba a prepararse un buen café, a escuchar música y a no dejar que nada lo molestara aquella noche.
Había pasado casi una hora, y aunque los niños ya no gritaban, se escuchaba la letanía del sacerdote que los vecinos habían traído para la misa. A pesar de la música, Juan Diego escuchaba lo que el sacerdote decía, pero no prestaba atención. La taza con café que sostenía entre sus manos le calentaba la garganta, y la música lo relajaba un poco más. Aunque la casa era fría, eso no le preocupaba.
Lo había pensado detenidamente durante semanas. Aquella vida, solo siempre, en esa casa fría y aburrida… No parecía una buena vida para él. Menos después de enterarse de que la mujer que quería había tomado una decisión. Aún escuchaba bien claras las palabras de ella en su mente, de hacía ya un mes, como si hubiesen pasado horas apenas. Yo voy a quedarme con él… Te quiero, pero necesito estar con él.
El café tenía un sabor raro. En la mesita de la sala descansaba un frasco, un diminuto frasco que antes contenía un polvo blanco, un veneno para rata. Tal vez dolía, pero Juan Diego no lo sentía. Había tomado un calmante, y aunque hacía frío, y su piel se erizaba, el dolor en el estómago era imperceptible. ¿Qué caso tenía estar vivo viéndola con otro? La decisión hubiese parecido algo precipitada, un sinsentido. Y sin embargo, la razón por la que lo hacía era poderosa. Aquella mujer lo había enamorado, le había entregado todo, a pesar de que estuviese comprometida. Y después, sin más, se iba con aquel que no la hacía feliz.
Su mente divagaba ya, entre la conciencia de sus pensamientos, en los recuerdos dolorosos, y en la pérdida gradual de la conciencia. Los secretos que se irían con él a la tumba cruzaban por su mente como pedazos de tela rasgada que se levantaba con el viento frío de afuera. La misa y los cantos se estaban perdiendo en la inmensidad, y sólo escuchaba ecos de la música que llenaba su casa fría y solitaria. Dos pensamientos solitarios rondaron por su cabeza.
Aquella mujer, la mujer a la que amaba con locura y desesperación, era vecina suya, una de las mujeres que estaba allá afuera, en misa.
Y…
La muerte no avisa. La música siguió tocando, aún cuando la taza de café cayó al suelo, rompiéndose. El frío no dejó de llenar cada rincón de la casa. Nadie afuera escuchó nada, ni la taza, ni el café derramándose en el piso, ni el último aliento de Juan Diego. Pero todos miraban hacia arriba. En el cielo nocturno, durante la misa de la Virgen de Guadalupe de aquella calle, los vecinos vieron las luces, volando sobre sus casas, silenciosas, sigilosas, como una advertencia…

jueves, 12 de octubre de 2017

#UnAñoMás: Destinos (Descubrimiento de América)



He aquí un caso curioso: Dante, de 18 años, había nacido y crecido sabiendo que en su vida pasada había sido alguien más. Un sueño de libertad le había despertado una mañana, para descubrir que algo había, en aquellas imágenes sin sentido, de alguien que antes había ocupado su mente y su cuerpo. Fotografías de años ya olvidados: un hombre y su esposa, una feliz familia que esperaba un hijo, el momento del nacimiento y un bebé hermoso recostado en una cuna blanca, con cobijas blancas y una luz casi propia. Y la muerte del padre… El padre…
Dante había sido el padre. Después del infarto, había llegado el sueño: un alma perdida en un mundo de colores que iluminaban el cielo otoñal, buscando a la muerte entre el bosque, mientras ella le marcaba el paso de regreso al inframundo. Una petición, el renacimiento, el amor y la guerra interna. Después, su alma, depositada en un cuerpo nuevo, un bebé que crecería con recuerdos de un pasado un poco neblinoso. En plena madurez, el joven Dante estaba seguro de que su vida había sido interrumpida, y que su alma ahora era parte de un nuevo destino.
El destino se presenta ante él ahora, con la imagen hermosa de una chica de blanca piel y el cabello negro, largo y sedoso, con ojos negros casi fríos. Tan terrible y hermosa como la muerte misma. Se llama Beatriz: una muchacha que es dulzura, amabilidad y calidez eterna, al contrario de su imagen exterior, que es estoica, pero brutalmente hermosa. Y Dante se ha prendado de esta Beatriz, como el recuerdo del pasado, de aquel poeta que sucumbió ante una mujer a la que apenas conocía.
Pero Dante conoce bien a Beatriz, porque ambos van en la misma escuela. Se ven diario en las clases y platican juntos. Es una maravilla ver a dos almas jóvenes tratando de encontrarse a sí mismas, platicando y compartiendo sus vidas por completo. Por un lado, la joven Beatriz, quien apenas cabe de felicidad por haber encontrado a un chico atento y generoso. Y por otro, Dante, quién ha visto en ella algo que después de su primera muerte había olvidado: una persona considerada, bella y amable. Fue entonces cuando el amor volvió, y los estaba uniendo de una manera que ni ellos se podían imaginar.
Pasaron al menos dos años para que Dante y Beatriz se dieran cuenta que aquello no era sólo una amistad. Salían casi a diario, a veces hasta por la noche, a comer, al cine, a pasear. Incluso habían planeado acampar junto a unos cuantos amigos, aunque todavía no decidían la fecha para salir. Sin embargo, ambos con veinte años, habían experimentado cada una de las demostraciones de amor que cualquier pareja da: besos sinceros, hasta robados; caricias, abrazos, algunos juegos bruscos y hasta sensuales, hasta peleas y reconciliaciones ocasionales. Y el sexo: lo hubo, hasta tres veces, y siempre fue una maravilla: algo fuera de este mundo.
Un día, caminando por la calle, agarrados de la mano, se encontraron con una mujer que iba caminando de lado contrario. Era una mujer madura, con un cuerpo hermoso envuelto en un vestido rojo, con un chal negro envuelto encima de sus hombros. El cabello, negro veteado con canas, lo traía recogido en un chongo por detrás de la nuca. Ni siquiera se veía tan grande: el maquillaje la favorecía, y la hacía ver incluso hasta sensual.
Miró a la pareja mientras ellos caminaban, y se detuvo para sonreírles. Se agarraba el chal con la mano derecha, y con la izquierda los señalaba.
-¡Son una hermosa pareja! Mírense nada más: un apuesto muchacho y una lindísima chica, caminando por las calles de esta vieja ciudad como en los tiempos de antaño… Me alegra verlos así.
Beatriz sonreía, y Dante también, aunque por dentro él se sentía extraño. Por una parte orgulloso, de que una perfecta desconocida notara lo feliz que ambos estaban como pareja. Y por otro, tenía miedo: como si aquella mujer pudiese ver dentro de su alma.
-Es una lástima… En estos tiempos, el amor se ha vuelto tan poca cosa. Todos creen que en el mundo importa más el dinero y el prestigio. Pero ustedes perdurarán… hasta que el padre quiera.
Después de eso, la mujer se alejó, haciendo sonar fuerte sus tacones. La última mirada que le había dedicado la mujer a Dante le había dicho todo: ella sabía algo, algo de su vida pasada. Beatriz se le quedó viendo, y no fue hasta que él sintió el suave apretón de su mano entre la suya que Dante reaccionó.
-¿Te sientes bien?-, preguntó ella. Él la besó y le sonrió.
-Sí. No te preocupes. Por cierto, ¿ya me vas a decir a dónde me llevas? No te pongas tan misteriosa…
Ella soltó una carcajada.
-Vamos con mi mamá. Quiere conocerte por fin, porque la tienes en suspenso. Y bueno, si no nos apuramos, se va a hacer tarde…
Volvieron a caminar por la calle, y aunque Beatriz se veía feliz y despreocupada, Dante intentaba parecerlo. La verdad es que sentía una inquietud aberrante, como algo que no encajaba en su día, y tal vez en su vida.
Cuando llegaron a casa de la muchacha, Dante se detuvo antes de estar siquiera frente a la puerta. Beatriz le miró, y se asustó. Estaba pálido, como si se fuese a desmayar. Ella lo abrazó, sin que le diese tiempo a él de responder.
-Vamos amor, es sólo mi mamá. No te va a comer…
Ambos se soltaron a reír, tan descontroladamente, que las risas hicieron que la puerta se abriera, o algo por el estilo. En realidad, la madre de Beatriz había abierto la puerta en cuanto escuchó a los dos muchachos reírse.
-¡Vaya, pensé que se iban a tardar una eternidad más! Dejen de reírse y pasen, que ya quiero conocer a mi yerno…
Beatriz soltó a Dante y le dio la mano para conducirlo a la casa.
-Amor, te presento a mi mamá…
Mientras se reponía de la risa, Dante se limpiaba las lágrimas de los ojos, y se dirigió a la madre de Beatriz. Aquello fue tan rápido e intenso, que después de todo, nadie podía asegurar qué había pasado. Dante reconoció aquel rostro, avejentado, algo triste pero también esperanzador. La casa era diferente, porque no era la misma que recordaba en sueños. Pero sí ella, su preciosa mujer, la que antaño había amado tanto como a Beatriz. La que había dejado en el momento de su muerte, con aquel precioso bebé aún en brazos. Y Beatriz, ella…
Dante sonrió, pero no con cortesía, sino con una mueca enloquecida. Le dio la espalda a la madre de Beatriz, y salió caminando apresuradamente hacía la calle. Todo fue tan rápido, porque en cuanto el muchacho saltó al asfalto, un camión que pasaba lo embistió, y él ni siquiera se apartó, no se inmutó como para hacerse a un lado. En el suelo quedó el cuerpo, destrozado, y la sangre, que ya se filtraba por una alcantarilla…

Las gotas de sangre viajaron entre las cañerías, y cayeron justo en la frente de la mujer de rojo, quién se hallaba meditando, sentada en aquel cuarto oscuro plagado de velas, un siniestro escondite en las entrañas de la ciudad. Sintió el goteo de la sangre en su piel, y con sus dedos la limpió. La probó, como un gato que lame la leche de los dedos de su dueño. Se quedó seria, sin moverse.
-Ya se dio cuenta. Así tan débil es la condición humana ante su destino. ¿Qué va a ser de mí, que tengo que ver todo esto cuando nadie más lo ve?
La voz de la mujer retumbaba en aquella cripta oculta, cuando escuchó el caminar de las garras tras de ella. Era su amo, su señor, una criatura que se escondía bajo las vidas de todos en la ciudad, y que se mantenía, vigilando.
Tú ya lo has visto, poderosa cihuacóatl. Ahora verás como la Ciudad del Lago va a arder, y retumbará la tierra antes del anochecer…

Aquella tarde, tembló en la Ciudad de México.
 
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