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miércoles, 14 de febrero de 2018

#UnAñoMás: Una Película de Amor (Día de San Valentín y Miércoles de Ceniza)



-¿Quieres ver algo interesante?
Iván salió de su ensimismamiento, y Sergio, su mejor amigo, le picaba las costillas. Miró una vez más la orilla del pequeño lago donde se encontraban, y luego a su amigo, extrañado.
-¿Qué?
Sergio se carcajeó. Miró a su amigo: era un enorme chico, de pecho amplio y músculos bien marcados, pero con el rostro de un niño, ojos verdes y cabello alborotado.
-Ya sé que no estás poniendo atención. Te decía que si querías ver algo… Bueno, digamos que te gustaría verlo.
Iván puso más atención.
-¿Qué es?
-Son unos vídeos. Me los hizo llegar un conocido. Una caja enorme con un montón de vídeos VHS viejos. Películas piratas, vídeos familiares, cosas de ese tipo que estuvo juntando durante un tiempo pero que no ha podido ver. Si te gusta todo ese tipo de cosas, podrías usar el material que encuentres interesante para los cortometrajes.
Iván era director aficionado, grabando algunos cortometrajes en ocasiones y escribiendo nuevas historias y guiones que esperaba algún día realizar de manera más profesional. Se quedó un momento pensativo.
-Podría usarlos. Tengo ganas de grabar algo más experimental, que tenga varias escenas. Si quieres paso por ellas al rato y me pongo a revisarlas…
Se levantaron del césped, mirando al lago, y caminando por la orilla, siguieron platicando de otras cosas. Iván quedó con Sergio para ir a su casa por los vídeos a las 7, y cómo vivían cerca, no habría problema de regresar con la caja cargando hasta la casa.
A la hora acordada, ya de noche y con algo de frío, Iván se despidió de su amigo, mientras iba regreso a casa con la enorme caja de cartón. Dentro traqueteaban los vídeos, un sonido plástico que parecía el de piedras rodando dentro.
Cuando llegó a su casa, y después de meter la caja a su recámara con algo de  dificultad, Iván revisó su contenido.
Dentro había una maraña de vídeos VHS, algunos de colores, pero la mayoría de color negro. Algunos llevaban una etiqueta blanca con el título que indicaba su contenido.
-A ver…
Metió la mano entre los vídeos, e iba sacando cada una de las cintas para revisar el título.
-“Graduación de Isaac”, “Pesadilla en Navidad”, “Vacaciones”. Qué raros están…
Iván sacaba uno a uno los vídeos de la caja, y aunque tenía preparada ya la videocasetera y la televisión, no se animaba a poner ninguno. Todos parecían cosas cotidianas o aburridas, películas que no podría usar. Hasta que sus dedos tomaron un vídeo del fondo, uno de color rojo.
En la superficie no tenía nada, y parecía un poco deteriorado, con los restos de la etiqueta vieja arrancada, como si alguien hubiese usado una cinta original para grabar algo encima. Estaba maltratada, pero sólo en la superficie, como si alguien le hubiese pasado una lima.
Iván la miró más detenidamente. Levantó la pequeña tapa que recubre la cinta, y no vio nada extraño. Todo estaba en orden, a excepción, claro, del polvo que se había acumulado dentro, pero nada más.
-Ok, serás la primera…
Metió el video en la videocasetera y apretó el botón de PLAY. La pantalla parpadeó un poco, y al instante apareció una pantalla negra, un par de rayas blancas de interferencia y el sonido hueco que precede a las imágenes de los antiguos videos VHS.
La primera imagen del vídeo apareció. Una calle larga, solitaria, por la tarde, tal vez en otoño, ya que había un montón de hojas secas en el suelo y el cielo lucía un color gris acerado. Quien llevaba la cámara caminaba despacio, y sus zapatos aplastaban las hojas, que se rompían con crujidos sonoros bajo sus pies. El viento movía las ramas de los árboles, y unos pájaros salieron volando. De repente, de la siguiente esquina, salió una chica. Parecía desorientada, e Iván pensó que tal vez todo eso estaba actuado, ya que el que grababa se acercó a ella, y la chica no pareció sorprenderse.
-Hola. ¿Te perdiste?-, dijo el de la cámara. Iván ya presentía que era un hombre, y sólo lo confirmó con aquella voz, una voz de hombre maduro.
La chica miró directamente a la cámara primero, volteando un tanto asustada, y luego al rostro del muchacho. Todo estaba muy actuado, pero ella seguía “desconcertada” por aquel desconocido con una cámara en la calle.
-No, no pasa nada, solo que buscaba la entrada al parque. Tengo que ver a alguien del otro lado del lago-, dijo la muchacha. Iván identificó aquel lugar: era una de las calles que rodeaban el parque del lago, el lugar donde él y Sergio siempre frecuentaban para platicar. Efectivamente, la entrada al lago era del otro lado, al menos a unos 500 metros de ahí.
-Oh, ya veo. Si quieres puedo acompañarte y de…
La película se cortaba, y se podía ver la escena de otra película debajo: una película animada, de animales del bosque, que aunque Iván podía ver bien, era difícil identificar. Luego, la película volvió, y esta vez, ambos ya iban caminando por la calle, dando la vuelta a la valla que separaba el parque de la calle.
-¿Y te gusta grabar todo lo que haces o cómo?-, decía la chica, tratando de hablar y respirar al mismo tiempo. Sonaba como cansada.
-A veces… Es algo que tengo que hacer, un favor para alguien. Tal vez te gustaría salir en alguno de mis cortos alguna vez. La persona para quien los hago me ha pedido que haga algo nuevo y pues... ¿Te gustaría salir?
-Por supuesto, se escucha interesante. Sólo que ahora no puedo, debo llegar a tiempo…
Los jadeos del muchacho se escuchaban en la cámara, mientras esta apuntaba directamente al frente, a la calle aún vacía y cada vez más fría.
-Sí, no te preocupes, yo… Yo podría llamarte para después. Si quieres déjame tu número y…
Otra vez se cortó la película, y esta vez, en vez de animales de caricatura, apareció una pantalla negra, con un letrero muy básico, hecho con letras verdes parecidas a las de un cronómetro: MIÉRCOLES DE CENIZA (SAN VALENTÍN).
Iván recordaban aquello: hace un año, el día de San Valentín y Miércoles de Ceniza coincidieron en la misma fecha, y fue algo que desató varios chistes y memes en las redes sociales. Después de que el letrero flotara en la pantalla durante un minuto, la imagen regresó.
Esta vez, Iván tuvo que enfocar bien su mirada, ya que el cuarto era oscuro, y la pantalla no se veía tan bien como la vez anterior. Tal vez el aficionado no se había dado cuenta que su cámara vieja no podría grabar nada nítidamente en aquella profunda oscuridad. De repente, la oscuridad se transformó en luz: primero el resquicio de una puerta entreabierta, y luego todo un cuarto iluminado por una lámpara en el techo.
El cuarto estaba completamente pintado de un color arena muy tenue, casi blanco, y en medio del cuarto había una mesa, en la cual se había adaptado una especie de colchoneta. Sobre la mesa ya esperaba una chica sentada mirando a la puerta. Era la chica del anterior segmento, pero esta vez estaba desnuda, con el pecho descubierto y el cabello cayendo detrás de su nuca. Miraba lascivamente al hombre de la cámara, y cuando este se acercó, no dejó de grabar. Ella le sonrió.
-Te ves mejor sin ropa. Tienes un cuerpo perfecto. Ven y acaríciame, y suelta eso…
La voz de la chica era suave, como un susurro. El hombre de la cámara definitivamente debía ser alguien bastante apuesto, y a soltar eso se refería obviamente a la cámara. La imagen se movió un poco, mientras el hombre se acercaba a la muchacha, y esta, dejando ver su cuerpo completo, empezaba a acariciar el cuerpo de su acompañante. Parecía que ambos se besaban, pero él no soltó la cámara en ningún momento. Hubo mucho movimiento, donde la cámara no enfocaba en ningún lugar en específico, e incluso, se escuchó un golpe.
De nuevo, la imagen se estabilizó, e Iván tuvo que enfocar bien su mirada después del jaleo. De nuevo la chica, desnuda, completamente acostada en aquel colchón improvisado, y encima de ella el hombre, quien la grababa desde arriba. Fue cuando algo pasó, y hasta Iván palideció, cuando la mano de aquel sujeto se cerró alrededor del cuello de la muchacha, quién parecía bastante asustada. Todo pasó tan rápido: aunque la chica manoteaba para soltarse, la mano del hombre fue aún más letal, y le rompió el cuello con una fuerza que parecía sobrenatural. En aquel brazo aparecía dibujado un enorme tatuaje de colores difuminados sobre la piel blanca y llena de cicatrices de aquel hombre.
La mano desapareció, y volvió a salir a cuadro, con un cuchillo. Empuñó el arma y le abrió la garganta a la muchacha de extremo a extremo, y luego comenzó a apuñalarla en el pecho, mientras la sangre salpicaba su cuerpo y el lente de la cámara. Después, todo fue silencio, y el hombre empezó a jadear.
La cámara iba dando la vuelta, mientras Iván observaba, asustado y absorto. Se tocó el brazo derecho, dónde tenía su tatuaje de colores difuminados. La cámara enfocó el rostro del hombre de la cámara, y fue cuando el chico soltó un grito ahogado: era él, un Iván más avejentado, con una enorme cicatriz en su antaño rostro de niño, que cruzaba de arriba abajo, mirándole con un ojo verde y otro ciego de color blanco lechoso. Estaba salpicado de sangre y en su frente aparecía dibujada una cruz negra, hecha de ceniza. El vídeo parecía distorsionarse, mostrando rayas blancas a intervalos, y combinándose con la vieja cinta de animación debajo.
-No dejes que nadie la vea. No te conviertas en esto, no sigas grabando, no sigas…-, decía el Iván de la grabación. Fue cuando la imagen se apagó, y la videocasetera se abrió de repente, sacando el vídeo de su interior.
El muchacho ni siquiera reaccionó: se quedó ahí, sentado, mirando a la pantalla, angustiado y desesperado por saber más. Después se asomó dentro de la caja de los vídeos restantes, esperando que algo, tal vez una mano poderosa le arrancara la garganta desde dentro.
Pero no pasó nada: sólo se escuchaba algo dentro, como una respiración, y el crujir de un vídeo que esperaba a ser visto. Iván se abalanzó en la caja y rebuscó desesperado. Ahí estaba: otro cartucho, uno negro e igual de maltratado que el anterior. Este sí tenía etiqueta: CHAPULTEPEC. Lo puso en el aparato y apretó el botón de PLAY, esperando a una nueva sorpresa en la pantalla.

sábado, 6 de enero de 2018

#UnAñoMás: Luces de Navidad [FINAL] (Día de Reyes)



Cómo no tenía a dónde ir, Sonia dio vueltas por la tarde en un taxi, aquel día en el que había abandonado a Juan Diego, y junto al bebé, decidió quedarse al final en la casa de su vecino, sin que nadie viera que ella estaba ahí.
Isidro vivía con su madre en la esquina de la calle, cerca de la avenida que delimitaba aquel pueblo. Alguna vez, Sonia y él habían tenido algo que ver, y muy a pesar del destino, aún se hablaban bien. Aquella vez, sin embargo, necesitaba de su ayuda, y tanto Isidro como su madre no se negaron a dársela. La dejaron quedarse, y cuidaban bien al bebé, que ni con extraños parecía portarse mal.
-Gracias por todo lo que has hecho, conmigo y con el bebé. No sé cómo pagarte todo esto. Nos dejas dormir aquí, y la comida…
Isidro negó con la cabeza. Tenía cargando al pequeño Arturo en sus brazos, mientras el bebé se entretenía mordiendo un pequeño juguete de goma especial para eso. Había sido su regalo de Reyes, un pequeño detalle que Isidro le había dado, junto con un enorme paquete de pañales, cortesía de doña Mercedes, quién estaba encantada con el bebé.
-No tienes que agradecer nada. No tenían a donde ir, ¿cómo los iba a dejar en la calle o que se durmieran en cualquier hotel? No: esta es tú casa y el bebé y tú son bienvenidos.
Un momento de silencio incómodo antes de que él volviese a tomar la palabra.
-¿Qué vas a hacer con Juan Diego? ¿Vas a regresar?
La que negó con la cabeza esta vez fue Sonia.
-No: puede quedarse con aquel… Ya sabes de quién hablo. No pienso regresar, ni dejar que se salga con la suya, Isidro. Mi niño no va a vivir en un lugar así, no por ahora. Que entienda Arturo primero por qué lo hice, y luego podrá verlo. Mientras, prefiero cuidar yo sola de mi hijo. Puedo trabajar aquí en tu casa, o en alguna otra parte, pero a Arturo no le va a faltar nada y...
Aunque traía al bebé entre brazos, Isidro le dio un beso a Sandra, sujetando bien a Arturo, quién ni siquiera se inmutó. Ella sintió los labios de él contra los suyos. En secreto, lo buscaba, pero no se animaba a decirlo. Ni siquiera hablando sola, Sonia podría admitir que sentía algo por aquel muchacho. Pero ahora, solos ahí, junto a su bebé, podía sentirse más segura, y amada de alguna manera.
-Gracias por eso-, dijo Isidro. Ella se empezó a reír, sonrojada.
-La que debería dar gracias soy yo. ¿Por qué agradeces?
-Por estar aquí.
Ahora fue Sonia quién abrazó a Isidro, aplastando por poco a Arturito entre ambos. Así se quedaron los dos un buen rato, mientras la tarde se convertía en noche.
Afuera hacía frío, no tanto como hace días. La calle estaba solitaria, pues los niños ya estaban dentro, jugando con sus juguetes o disfrutando de sus celulares nuevos. La casa de Juan Diego lucía apagada, abandonada. Y en la pared de afuera, sólo podía verse la silueta de un hombre. Juan tomó de nuevo el aerosol de la pintura, y dejó una nueva letra plasmada en la pared. YO MATÉ A JUAN DIEGO. VANESSA. Sonrió, y mientras guardaba el aerosol en su mochila, entre su ropa limpia y el diario dónde escribía cada cosa, cada crimen, sonrió. La culpa no sería suya. Dejaría aquel pueblo, para moverse, para olvidar que alguna vez había matado, a la luz de una serie de navidad en un árbol hermoso y frondoso.

No lo sabía, pero tal vez se mudaría a un nuevo lugar. A la playa, a Veracruz, a dónde fuera. No vio que arriba suyo parpadeaba, muy a lo lejos, una luz ambarina entre las nubes de invierno.

viernes, 22 de diciembre de 2017

#UnAñoMás: Luces de Navidad [PARTE VIII] (Séptima Posada)

Extraños símbolos que pudieron ser vistos sobre la superficie de un OVNI en el famoso avistamiento en Rendlesham Forest, Reino Unido (1980)


22 de Diciembre.
Diario:
Las cosas en la calle están muy raras. Un muerto, dos desaparecidos, y una mujer en el hospital por congestión de alimentos… Tratando de definir todo este asunto, ha sido una de las épocas navideñas más raras que he vivido.
Sin embargo, dentro de todo cabe destacar que hay esperanza. Sonia, la vecina de enfrente, va a tener un bebé, y eso significa mucho. Pero no se compara al hecho de que, desde el 12 de Diciembre, se vieron luces en toda la colonia, y en especial, en nuestra calle.
¿Qué significa todo esto? Me he puesto a investigar, y no encontré absolutamente nada fehaciente. Todo apunta a que una flotilla de OVNIs se ha dejado observar desde entonces, y que rondan la calle de forma arbitraria. Tal vez las dos desapariciones (Juan, esposo de Sonia, y nuestro amigo el borracho Silvestre) y la caída de Doña Mercedes en el hospital tengan algo que ver.
Tanto pensar en ese asunto me ha dado algo en qué pensar. Las luces misteriosas aparecen de repente, pero nadie las ve venir desde arriba. Todos los “expertos” opinan que son entidades extraterrestres, naves muy avanzadas que transportarían a sus tripulantes desde otras galaxias a velocidades impensables. Pero, si nadie ha visto como llegan, ¿no es raro pensar que son en realidad extraterrestres? Tal vez haya dos explicaciones posibles.
Son entidades de otra dimensión, la cual atraviesan para llegar a la nuestra. Siempre están ahí, viendo, pero no siempre se dejan ver.
O simplemente son una especie aún desconocida para la humanidad, animales que siempre han existido en nuestro mundo, pero que están hechos de otra materia, de alguna sustancia luminosa.
No es de extrañar que mi mente divague en cualquier tontería. Pero así soy, una persona inteligente, capaz de hacer cualquier cosa.
Por ello he tratado de seguirle la pista a las luces, y si lo compruebo físicamente, a los tripulantes de estas extrañas naves luminosas. Tal vez esta capacidad tan especial en mi ha hecho que nadie se haya dado cuenta aún que Juan desapareció de una manera tan repentina, que estoy seguro de que Sonia tuvo algo que ver. Si lo echó de casa, no tiene nada de especial. Pero si lo asesinó, bueno, ahí será interesante ver lo que pasará después.
Que conste una sola cosa mientras escribo estas líneas. Afuera ya anocheció, y los vecinos están cantando la letanía. Huele a ponche y a buñuelos. Hace frío, y mis manos están algo entumidas. No quiero saber que va a pasar cuando alguien lea el mensaje que dejé en la pared.
No quiero saber lo que va a pasar cuando alguien se entere que yo maté a Juan Diego, y que volveré a hacerlo, si se interponen entre mis planes…

martes, 19 de diciembre de 2017

#UnAñoMás: Luces de Navidad [PARTE V] (Cuarta Posada)

Los reflectores apuntan hacia extraños objetos luminosos en el cielo, en el evento conocido como "Batalla en Los Angeles" (1942)


Sonia estaba embarazada. En la clínica le habían dicho que sería niño, aunque a ella no le importaba. Era algo maravilloso. Podía sentir sus pataditas, todo su cuerpo acomodándose ya hacia abajo, como esperando el día para salir, y cuando ella tenía hambre, aquella personita también se alborotaba, y a veces lastimaba, pero a ella le daba risa. Era un gracioso bebé, que estaba emocionado cuando ella también.
Aquella tarde, sin embargo, el bebé no se movió demasiado, porque Sonia había visto algo a través de la ventana por la que casi siempre veía. Juan, su marido, un bueno para nada, le había tocado un glúteo a la vecina, Vanessa, en plena calle, mientras ellos creían que nadie los veía.
El descarado venía de camino a casa, cruzando la banqueta, y ella, sin tardar, se sentó en su mecedora. Cuando Juan entró a la casa, ella fingió estar leyendo una revista.
-Ya llegué-, dijo Juan, cerrando la puerta tras de sí. Ni siquiera se acercó a su esposa, y a Sonia no le importaba.
-¿Vas a comer algo?-, le preguntó ella, sin apartar la vista de su lectura falsa.
-No tengo hambre. ¿Tú?
Sonia tardó un momento en contestar. Apretó fuerte el borde de la revista, y hasta pensó que las hojas le harían daño. Estaba dándose valor.
-Tampoco tengo hambre. Sólo pensé que la nalga de esa puta no había sido suficiente comida…
Sonia sintió el tirón de cabello, cuando Juan la alcanzó con una mano. Le dolía, y el bebé se retorcía en el vientre con furia y miedo.
-¿Qué viste, eh? ¡Te estoy hablando, pendeja! ¿Qué chingados viste?
-¡Le estabas agarrando la cola a esa puta! ¡Es una menor de edad! Si doña Remedios se entera de lo que le haces a su hija… Eres un degenerado, ¡un maldito cerdo!
Juan jaló más fuerte a Sonia, haciendo que esta cayera al suelo, mientras la mecedora se balanceaba con fuerza. Aunque ella cayó de rodillas, no pudo evitar tirar con las manos una cajita que usaba para costuras. Los hilos, las agujas, y unas tijeras cayeron alrededor de sus manos, que se apoyaban bien fuertes para no lastimar al bebé.
-¡Suéltame, Juan, por favor! ¡El bebé!
-¡Me vale madres, eres una estúpida! Si me acuesto con ella es porque es una mujer que sí me complace, aunque sea una chamaca tonta. Pero me gusta cómo se mueve, y no es una inútil como tú… ¡Levántate!
Juan le soltó el cabello, y aunque ella se aguantaba las lágrimas, fue imposible dejar de ser fuerte. Le corrían las enormes gotas por las mejillas, y tardó un momento en ponerse de pie. Él ya estaba de espaldas, mirando hacía la pared contraria a la puerta. La mecedora aún se movía de atrás hacía delante. Sonia tenía las tijeras entre las manos, y le dolían las rodillas, pero no se quejaba.
-Además, no puedes hacer nada. Con esa panza, ¿qué vas a sacar de todo esto?
-Esto…
Con las fuerzas que le quedaban en la mano, y empuñando fuertemente las tijeras, Sonia le clavó la punta de estas a Juan en el hombro. El dolor le recorrió el cuerpo y le hizo soltar un alarido de terror horrible, que hasta ella le hizo retroceder. Aún con las tijeras entre los dedos, Sonia se acercó más a su marido, y cuando este volteó para confrontarla, lleno de ira y con el rostro rojo y furioso, ella volvió a clavar las tijeras.
Esta vez no falló, y la punta del instrumento metálico fue a dar contra el ojo. La sangre salpicó, y aunque Juan gritó un poco, el impacto había sido mortal. Las tijeras se hundieron más en su cavidad, y se alojaron en el cerebro. Murió casi al instante, pero tardó en caer. Sonia tuvo que dejar las tijeras en el ojo de su marido, y cuando el cuerpo quedó inmóvil en el suelo, le miró con desprecio. El bebé se movía despacio, como anticipando la felicidad de su madre, y la mezcla de toda esa dicha con el miedo de tener el cadáver de su esposo en el suelo.
-No pienso compartirte con nadie más, estúpido. Ahora el problema es… ¿qué voy a hacer contigo?

Le soltó una patada en la pierna, y se sentó de nuevo en la mecedora, sonriendo y acariciando su vientre.

martes, 4 de julio de 2017

#UnAñoMás: Fuegos Artificiales (Independencia de los Estados Unidos - Celebración Invitada)



El lugar era una casa abandonada, con un jardín descuidado, y un árbol cerca de la ventana tapiada con madera. En la pared del patio colgaba un foco, que iluminaba el patio con una luz trémula, potente. Una rata salió corriendo de entre el pasto crecido, y las polillas volaban entre la luz. En la banca bajo el árbol estaba sentado un muchacho, de espaldas anchas y rostro infantil, con lentes, barba y mirada perdida.
M. White se acercó caminando desde el otro lado de la calle. Aún vestía de blanco, pero ahora su cabello estaba suelto, después de la pequeña pelea con la mujer del museo. Se acercó a la banca, y se quedó de pie frente al muchacho de rostro soñador. Este le miró, aún sentado.
-Un lugar bastante tranquilo, diría yo. Se ve muy abandonado, lo sé, pero es relajante. Nadie podría decir que estuvimos aquí, y mucho menos que nuestras pláticas se llevaron a cabo. El Lobby está agradecido por lo que haces, White, y aún así…
El acento del muchacho era de un inglés perfecto, algo que M. White apreciaba. Le miró con suspicacia.
-No están satisfechos. Los enemigos del Lobby son muchos, y más aquellos que son un potencial peligro. ¿Tienes idea de lo mucho que me costó encontrar a esa mujer? La muy perra estuvo a punto de levantarse y de arrancar mi cabello.
-Pero al menos sabes dónde está nuestro objetivo. Roger Wingates, ese maldito. Me lo cogía, ¿sabes? Le gustaba ser pasivo, al muy asqueroso. Y aún lo oculta. Peor: ha expresado su homofobia matando gente inocente. En resumidas cuentas, me debe mucho y se lo voy a hacer pagar. Te han dado una nueva misión…
M. White puso los ojos en blanco, suspirando.
-¿Y otra vez se supone que iré yo? Me costó bastante encontrar a la mujer aquí en México. Texas es un poco más grande que la capital, créeme. No lo encontraré pronto y…
El muchacho de los lentes se levantó y le dio una bofetada a M. White.
-El Lobby tiene dinero suficiente para mandarte al fin del mundo y hacerte regresar con vida. ¿No crees que ellos tengan el mismo poder para mandarte a Texas y traer la cabeza de ese hijo de puta?
M. White sonrió, con la mejilla roja y adolorida.
-Eres un cabrón, pero te voy a creer. Saldré lo antes posible y…
-La única condición que pusieron es que vaya contigo.
El muchacho sonrió, mientras M. White no podía aún caer en la cuenta.
-No, ni lo sueñes. Serás una carga y... no puedo arriesgarme.
-¡Oh, vamos! Me permitieron cumplir un pequeño capricho de niño pequeño. Hasta que no le meta un maldito fierro caliente en el culo a Wingates no dormiré tranquilo.
M. White, al borde del desquicio, se dio la vuelta, con furia en sus ojos, mientras el muchacho la seguía, satisfecho.
Con el dinero del Lobby, ambos llegaron a Texas al día siguiente. Allan, el compañero de M. White, pensó que todo aquello era imposible. Sin duda, buscar a alguien en específico en el estado más grande del país sería una locura.
-Tienes que aprender a buscar. Cada señal, cada rumor. Todo eso te lleva a la persona indicada. Ustedes, que siempre están sentados tras los escritorios o las mesas de los bares nunca aprenden.
-Por eso te traje. Eres como un lobo buscando presas…
La sonrisa tonta de Allan y la mirada seca y gélida de M. White parecían chocar.
-Te traje yo para que cumplieras un capricho solamente. Así que mantente cerca, y no digas nada hasta que hayamos encontrado lo que vinimos a buscar.
-Venganza-, dijo el muchacho con voz trémula.
-Sí, como digas…
Visitaron bares, caminaron entre gente extraña por las noches, interrogando, escuchando. Y por lo que M. White llegaba a escuchar, El tal Roger Wingates no era un alma de Dios. Era un descarriado, hombre con vicios caros, que sólo podía conseguirle la supremacía blanca que ya reinaba del otro lado del Muro.
-Escuché que estaba planeando una fiesta bastante selecta por aquí-, le dijo un hombre a M. White cuando llegaron a El Paso. –Nada de maricones, ni negros, ni esos bastardos que llenan de mierda al país.
Allan observaba al hombre, un desharrapado de barba larga e hirsuta, rubio, con una chamarra de mezclilla adornada con parches de esvásticas y la bandera de los Confederados en la espalda, cubriéndole los hombros.
-No se olviden de mencionarle a su amigo Ralph-, dijo el desconocido cuando los dos se alejaron de ahí.
-Hijo de puta-, escupió M. White, asegurándose que nadie le escuchaba.
-Bueno, al menos sabemos que hará una fiesta. Al parecer no es muy discreto que digamos…
-Pero no sabemos nada más aparte de eso. Es un lugar bastante grande, por si no te habías dado cuenta.
-Al parecer, no te diste cuenta de algo. Nadie organiza una fiesta así por estas fechas. Dos días más y será 4 de Julio. ¿Qué mejor para el bastardo de Wingates que celebrar la supremacía blanca el Día de la Independencia? Con todos sus vicios favoritos… Será como decirle al mundo “miren, soy un americano modelo…”
M. White pensó que su compañero tendría razón: era 2 de Julio. Aún quedaban dos días, y era bastante sospechoso. Una enorme fiesta para una celebración tan importante…
-Muy bien. No eres tan idiota después de todo. Ahora dime, ¿cuál es el siguiente paso? ¿A quién debemos acudir?
Allan estuvo pensando un momento, mientras recorrían las casi vacías calles de El Paso aquella noche.
-Si conozco bien a ese pervertido, trae a sus espaldas a sus dos favoritos, un par de gemelos ucranianos que le satisfacen sus más horribles placeres. Los he visto y también me tocó acostarme con uno un día, aunque bueno ese no es el punto…-, dijo Allan, al ver la mirada de hielo de M. White puesta en él.
-Ok. ¿Y qué propones?
Ahora Allan le miró con un tanto de desprecio.
-Buscar, como tú dices. No debe ser complicado encontrar a un par de ucranianos idénticos en una ciudad como esta. Además, yo los conozco mejor…
M. White se ruborizó, pero siguieron caminando.
Al día siguiente, en una cantina, dieron con el premio mayor: era uno de los hermanos ucranianos. M. White se dio cuenta sólo mirarlo por qué Allan estaba tan encantado. El muchacho era rubio, enorme, al menos de 1.90 de estatura, con penetrantes ojos azules y rostro de niño confundido.
El ucraniano ni siquiera se dio cuenta cuando aquella enigmática mujer, vestida de un blanco impecable y el cabello suelto hacía los pechos se sentó a su lado.
-Pareces aburrido-, dijo la muchacha, con voz suave, mientras el ucraniano la veía, y le sonreía, con aquel rostro infantil y el poder de sus ojos azules.
-No. Sólo que no me gusta tanto el ambiente de estos lugares-, dijo el muchacho, con un acento bastante marcado, en especial en la letra “R”.
-Ya veo. No eres de por aquí. ¿Cómo te llamas?
-Vladimir. ¿Y tú?
-Esthela-, dijo M. White. Obviamente mentía.
Vladimir le sonrió con un tonito pícaro. Ya lo tenía. La chica miró alrededor, como apenada, mientras le daba la señal a Allan con una sola mirada. Este salió del bar.
-Si quieres, puedes venir conmigo. Sé dónde podremos divertirnos mejor-, dijo la misteriosa chica, mientras ponía su mano en la del ucraniano. A pesar del leve calor de la noche en El Paso, la piel de Vladimir se sentía fría.
-Muy bien. Pero no podremos tardar tanto…
La chica sonrió.
-No te preocupes. Prometo regresarte a casa sano y salvo…
Ambos salieron del bar, y ella lo iba guiando, a través de la calle primero, y luego por un callejón. El ucraniano era alto, y ella tan delgada, que hacían una verdadera pareja dispareja. Después de un rato caminando en aquel estrecho lugar, él la tomó con sus enormes manos, la puso contra la pared, y la besó hasta cansarse. Ella le correspondió, acariciándole su enorme bulto a través del pantalón de mezclilla. Él también hizo lo mismo, pasando sus enormes manos frías por las nalgas, y luego por el frente…
Vladimir abrió los ojos, confundido. Ella sonrió.
-No te conté todo. Un pequeñito detalle…
El muchacho ucraniano sintió que alguien lo golpeaba en la cabeza. Allan estaba detrás de él, levantando un pedazo enorme de madera. El ucraniano cayó al suelo, mientras la sangre le brotaba de la cabeza.
-¿Dónde va a ser la fiesta?-, dijo Allan, levantando el tronco un poco más arriba. Vladimir no hablaba, mientras M. White lo miraba desde arriba, seria.
-No sé de qué están hablando…
Ahora fue ella quién soltó una patada en la entrepierna al ucraniano, quién aulló de dolor.
-No mientas. Dinos dónde va a ser la fiesta, y te irá mejor. No tiene por qué ser así.
El ucraniano los miró, y asintió.
-La finca se llama Beso del Diablo. Como a 5 kilómetros saliendo de la ciudad… ¿A quién buscan?
M. White sacó algo de su bolsillo.
-A nadie.
La bala atravesó directamente en la frente del ucraniano, y la sangre manchó las paredes del callejón.
-Dijiste que no le iba a pasar nada-, dijo Allan, mirando al cadáver.
-Lo siento, mentí. Dijo que se llamaba Vladimir…
-Ah, es él. Yo me cogí al otro… Hiciste bien, entonces. Vamos por los demás, ¿te parece?
Tuvieron que esperar un día más. El siguiente día, 4 de Julio, todo fue más tranquilo. M. White preparó todo lo necesario. No podrían entrar cómo invitados, y obviamente, a esas alturas, ya habrían notado que uno de los invitados faltaba. Lo harían a su modo…
-¿Entrar por atrás? Bueno, sí que estás loca.
-Si tienes una forma mejor de hacer las cosas, te escucho. Estarán bastante ocupados, por lo que puedo suponer, así que no se darán cuenta. Solamente harás lo que yo te diga, y no tendremos problemas. ¿Ya tienes tu traje?
Allan sonrió, sacando del clóset del hotel un extravagante traje de color azul claro que brillaba intensamente.
-¿Verdad que está divino?
M. White arqueó una ceja.
-Si ese es tu concepto de “no ser descubiertos”, prefiero que nos maten a ambos en cuanto entremos.
La noche los cubrió cuando aún faltaban 500 metros para llegar a Beso del Diablo, un lugar maravilloso, repleto de plantas desérticas, una enorme alberca y un diseño bastante moderno. M. White dejó el coche en un camino de terracería lo bastante cerca como para llegar caminando. Ella había escogido un traje negro, bastante discreto, en comparación con el azul chillante de su compañero, quién tiritaba de frío.
-Vamos a caminar a partir de aquí. No me arriesgaré a que nos vean pasar con el coche. Vas a ensuciar tu traje tan divino, querido…
Allan la miró, nervioso.
-Tendré lo que vine a buscar al final. Si me ensucio, no me importa. Arena, sangre, da igual…
-Entonces, andando.
Caminaron entre matorrales, esquivando las madrigueras de los conejos, y llenándose los zapatos de arena, que formaba pequeñas volutas y espirales en el aire con cada paso que daban.
Al llegar a la finca, se dieron cuenta de algo extraordinario. La pared que rodeaba el lugar era bastante baja, al menos de dos metros de altura. Aunque no había forma de ver lo que pasaba del otro lado, se escuchaban risas y música.
-Vamos a tener que saltar. No es una altura realmente grande, pero si nos están esperando…
Allan tomó la palabra.
-Si nos hubiesen esperado, ya estaríamos muertos. No veo que alguien vigile. No hay cámaras en las paredes, no hay nada.
El muchacho tenía razón.
-Resultó ser bastante inteligente. No voy a arriesgarme a pasar por la puerta así que…
Con una habilidad sorprendente, M. White saltó hacia el borde de la pared, sosteniéndose con ambas manos. Trepó y se quedó sentada en el borde, mirando a su compañero.
-Busca la entrada y espera. Que no te vean, si es que hay gente esperando. Yo te abriré.
Allan asintió, y se dio la vuelta, mientras su compañera desaparecía detrás de la pared.
Después de unos cuantos metros, dando la vuelta a la pared, Allan encontró la entrada, un hermoso cancel de hierro forjado, con enormes cabezas de caballo y el rostro de un diablo a la mitad de las puertas abatibles, que lo miraban con furia y maldad.
No había nadie cerca, y desde ahí se podía ver la finca, después de una inmensa oscuridad. La puerta se abrió y M. White estaba detrás de ella.
-Bonita puerta. Ahora veamos si el infierno se desata.
Allan sonrió a través de la oscuridad. Ambos caminaron, hombro con hombro, por un camino de piedras de río, hasta que la finca quedó mucho más cerca. Las luces ya dejaban ver el hermoso decorado del lugar, y la pintura blanca y roja que coloreaba el lugar. Por uno de los ventanales se veían difusas sombras y gente que pasaba. La música había bajado de intensidad, y las voces ahora se dejaban escuchar mejor.
M. White fue la que se adelantó. Tomó el pomo de la puerta de la finca, y caminó lentamente. Allan abrió la otra parte de la puerta, de madera, roja por completo, sólo para ver aquello dentro.
Había muy poca gente, todas reunidas en tres grupos diferentes. Por un lado, un hombre con dos mujeres desnudas. Mientras a una la penetraba, la otra esperaba su turno, masturbándose. En otro rincón de la estancia, otro hombre, visiblemente más grande de edad, estaba penetrando a una muchachita, tal vez mucho más joven que las otras mujeres. Y más allá, en el centro, había algo aún más extraño.
Era Roger Wingates, quién le dedicaba todas sus energías a una mujer, quién gemía de placer sobre una alfombra. Pero justo detrás de él, había un hombre, el otro de los enormes ucranianos, entregándole toda la energía a su señor.
Con el afán de interrumpir, M. White empezó a aplaudir. Una de las chicas desnudas soltó un grito, y la pequeña que estaba bajo el viejo se soltó, y corrió hacia la puerta, sin acercarse tanto a los recién llegados.
-Qué bonita escena. Un tercio de depravados…
Allan asintió, mirándolos a todos, en especial a su antiguo amigo, Roger.
-Oh sí. Pero apuesto a que no los conoces, querida. Ahí está el senador Raymond Glover. Un fiel partidario de las leyes de segregación, y quién votó primero porque los adeptos del Islam no pudiesen entrar al país.
El hombre rodeado de las dos mujeres se levantó, tratando de cubrir sus partes íntimas.
-Más allá, el anciano y olvidado padre Alessandro Colio, enviado del Vaticano para administrar las iglesias católicas que auspicia en secreto la presidencia. Un hombre de gustos enfermos, como puedes ver.
El anciano se quedó arrodillado ahí, tratando de buscar su sotana para cubrirse.
Y ya conoces, al querido amigo de todos en el Lobby: el asesino Roger Wingates. Un querido millonario que ha visto bien por todos sus amigos, apoyando campañas racistas y homofóbicas, mientras encubren sus propios vicios a la sombra de la gente más importante del país…
Roger Wingates se acercó. Llevaba el cabello rubio alborotado, y su cuerpo, aún firme y delineado, sudaba, brillando con las luces de aquel lugar.
-Y tú, Allan, no cambias nunca. ¿Qué te dio más coraje? ¿Qué me llevara a Ilich? ¿Qué nunca correspondiera tus sentimientos? Por cierto, que traje tan ridículo…
Allan se sonrió.
-No lo luzco para ti. Si voy a tener mi propia fiesta, quiero verme elegante. Hola, Ilich-, dijo Allan, moviendo su mano como idiota para saludar al ucraniano, que lo veía con furia.
M. White también lo notó. No había nadie más cuidando aquello. Ni siquiera a un senador, quién usualmente tenía a su servicio un séquito de guardaespaldas.
-Muy bien. Ahora que están aquí, ¿qué harán? No tienen pruebas. Dos personas en un lugar apartado no tienen oportunidad de nada. ¿Qué harán?-, dijo Roger Wingates, feliz, extendiendo los brazos y burlándose de los recién llegados.
-Vinimos a ver los fuegos artificiales-, dijo M. White. Con calma, sacó de su saco una pistola. Con un solo disparo, hizo que el pecho del padre Colio estallara. Las mujeres echaron a correr, aterradas, para esconderse dónde pudieran, mientras que la chiquilla salía desnuda hacia el patio.
-¡En el nombre de los Estados Unidos, deténgase! La haré detener aunque escape, y créame que no será nada lindo lo que le haremos-, exclamó el senador Glover a la mujer.
-No me importa lo que me hagan o no. Venimos a hacer justicia, cuando ustedes no pudieron hacerla correctamente para miles más. Miren que encubrir a pedófilos y corruptos… ¿Quién sigue?
M. White levantó de nuevo el arma, y esta vez, fue la cabeza del senador la que fue empujada por el impacto de la bala. El ucraniano, Ilich, no lo pensó dos veces. Se abalanzó, con su enorme cuerpo desnudo contra la mujer, quién se lo quitó de enfrente con un certero golpe.
Ilich era un poco más rápido, la tomó de un brazo y la lanzó contra una mesa en el centro de la estancia, la cual estalló en cientos de fragmentos de cristal. Mientras ambos peleaban a golpes y patadas, Allan se acercó a la chimenea, y tomó un atizador de entre las llamas y las cenizas.
-Así que sólo quedamos tú y yo, Wingates. Mi amiga, la chica que pelea con nuestro amado Ilich, está en lo cierto. Sólo queremos retribución, justicia por todos aquellos a los que mataste, o a los que despreciaron por su religión, su color de piel, sus preferencias. Creo que ni con tu muerte se va a remediar algo, pero habré hecho lo suficiente para aliviar mi corazón…
Allan estaba cada vez más cerca de Roger, quién se alejaba, tratando de encontrar con las manos algo con qué defenderse. No había nada a la mano.
-Si dejas que Ilich la mate, a tu amiga, los tres podremos volver a como estábamos antes. Los tres felices. ¿No lo entiendes? Tu Lobby tiene una causa perdida, y lo sabes…
Allan sonrió.
-Algo aprendí de México, la letra de una canción. “Tres son muchos para el amor”, algo así decía. No me quieras comprar así…
El atizador dibujó un arco en el aire antes de estrellarse contra el costado de Wingates, quién rugió de dolor y se dobló, quedando arrodillado en la alfombra. Otro golpe, esta vez en la espalda, y ya olía a carne chamuscada. Uno más en las piernas, otro y otro más.
M. White trataba de quitarse a Ilich de encima, quién buscaba su cuello para apretarlo con semejantes manos. Con la mano que le quedaba libre, la chica tanteó el suelo, buscando la pistola. En vez de eso, tomó con la mano desnuda uno de los vidrios rotos, y lo clavó en la nuca del ucraniano. Este trató desesperadamente de quitárselo, pero el dolor era insoportable, y la sangre salía a chorros sobre la cara de la chica.
Allan golpeó una vez más a Roger, esta vez en las nalgas, lo que hizo que gritara aún más, y quedara ahí, quieto, a cuatro patas como un perro.
Cuando el ucraniano cayó, M. White se lo quitó de encima. Se levantó y caminó hasta donde estaba Allan, aún con el atizador en ambas manos. Se puso frente a Wingates, mirándolo desde arriba, y se quitó la ropa.
Allan miraba, desconcertado. Su compañera empezó a desnudarse, y él no podía creer aquello.
Era el cuerpo de alguien delgado. No tenía pechos, y bajo los pezones sólo había un par de marcas en forma de U. El sexo era de hombre, y aún lucía las cicatrices de la cirugía de reasignación.
-Yo nací siendo mujer. Y un bastardo me tomó como esclava sexual, en una maldita subasta en la Deep Web. Pero no conforme con eso, me transformó en algo horrible. Lo que soy ahora, se lo debo a un degenerado como tú y esos otros. Y aunque acabe contigo, nada se va a solucionar.
Roger Wingates la miraba desde arriba. Estaba asqueado.
-¿Me vas a convertir en algo como tú, monstruo asqueroso?
M. White negó.
-No. Pero te vamos a dar placer. ¿Allan?
El muchacho sonrió.
-Con gusto, Martha…
El atizador de nuevo se levantó entre los dedos del muchacho, y con la punta, fue entrando poco a poco entre los glúteos de Wingates, quién gritó de dolor, mientras M. White miraba…
Después de un rato disfrutando del dolor, dejaron a Roger tendido en la alfombra, boca abajo, rezumando sangre por el ano, pero vivo. La chica ni siquiera se vistió. Colocaron todo lo que encontraron en una maleta dentro de la estancia de la finca, bajo los muebles, tras los cuadros.
-Va a ser hermoso. Vamos.
Allan se detuvo.
-¿Y las mujeres?
-Compartieron el pecado con sus hombres. La única inocente era la muchachita. Deja que siga corriendo si quiere.
Abandonaron la finca, mientras M. White encendía la mecha.
Después de varios metros, los fuegos artificiales estallaron dentro de la casa, prendiendo fuego a los muebles, y haciendo que las ventanas se rompieran. Los gritos de las mujeres se escuchaban por encima de los estallidos de color azul, blanco y rojo. Allan miraba aquello con ojos llenos de alegría. Pero M. White estaba seria, sin parpadear.
-Bien, muchacho, ya tienes lo que querías. Vámonos a casa…

miércoles, 28 de junio de 2017

#UnAñoMás: Orgullo y Perjuicios (Día Internacional del Orgullo LGBT+)



Había nacido hombre, pero se veía como chica. ¿O era al revés? Eso ya no importaba. Ahora era M. White, una persona más, con una apariencia única. Las instrucciones en el bolsillo derecho, su “arma” en el izquierdo. Era momento de trabajar.
Aquella tarde, el museo estaba casi vacío. Un antiguo convento del Virreinato transformado en un lugar de arte, historia y cultura, con la entrada gratuita los domingos y cerrado los lunes. M. White caminaba por los pasillos vacíos, con el eco de sus tacones retumbando en las viejas paredes, y aquel pantalón sastre blanco que le abultaba todo, su saco del mismo color y el cabello recogido tras la nuca. Todo le daba un aire de severidad.
Pasó cerca de ella una mujer, de cabello castaño largo, vestida pulcramente, con algunos libros y documentos sobre los brazos. M. White se había acercado a ver un retablo enorme, que mostraba a una monja de rostro serio, ojos grandes y enorme hábito de color marrón oscuro, sentada en una silla junto a una mesa, con un libro abierto sobre ella y cientos de ellos acomodados al fondo en un enorme librero.
-Hermoso cuadro de Sor Juana…
M. White volteó a ver a la mujer de los libros, y no entendió ni una palabra. La mujer se dio cuenta y, soltando una risita, repitió aquello mismo en inglés. Las visitas eran extranjeras, al parecer.
-Tengo entendido que era una poetisa excepcional…-, dijo M. White con voz de asombro, una voz suave, cantarina, pero firme.
-Era muy versada en diversos temas, y conocía a muchos autores de la época, para una mujer de aquellos tiempos. Por eso era monja: ninguna mujer sería bien vista indagando en el conocimiento humano si no era rica o religiosa.
La mujer de los libros se acercó más a su inesperada visita guiada. Le sorprendió ver a una persona tan diferente a las demás. Su apariencia le causaba admiración, pero también algo de distanciamiento.
-Aún así, se que murió enferma, arrepentida por sus obras, por su forma de ser. Escribió algo horrible de sí misma, ¿no?
La mujer de los libros asintió.
-“He sido y soy la peor que ha habido… Yo, la peor del mundo.” Firmada por ella en un libro de expiaciones. Un confesor la obligó a quemar su biblioteca personal, expiando sus pecados, sus poemas, su obra. Acercarse a Dios para salvar su alma de los pecados que había cometido como mujer y como poetisa. Una injusticia…
M. White miró a la mujer de los libros, con sorpresa en los ojos.
-Eso es horrible. Una mujer tan lista y apreciada… reducida a nada. Además era lesbiana.
La mujer de los libros soltó una carcajada que retumbó en las paredes. M. White solo pudo sorprenderse.
-Es solo un rumor. Infundados porque la mayoría de sus textos eran regalos para su amiga, la virreina y condesa de Paredes, con quién entablaba una amistad sin precedentes. Y porque en sus poemas siempre reivindicaba a la mujer como un símbolo de poder, y al amor como algo libre, que no tiene rostro. “Ser mujer, ni estar ausente, no es de amarte impedimento; pues sabes tú que las almas distancia ignoran y sexo…”
M. White miró hacia el suelo, tratando de analizar lo que la mujer le decía. Una mujer ejemplar, más allá del pensamiento de su época, con ideas que le hubiesen costado más que una larga penitencia. Todo su pensamiento era…
-Maravilloso. Una mujer digna de gente como nosotros…-, dijo M. White, recalcando la última palabra.
La mujer de los libros se sonrió.
-Pues muchas gracias. Me alegra saber que varios de nuestros visitantes ponen atención, en especial aquellos que vienen de tan lejos. La dejo disfrutando de las instalaciones, señorita. Un gusto…
M. White vio a la mujer alejarse.
-El gusto es mío.
Mientras la mujer seguía caminando entre los pasillos, con aquel montón de libros entre los brazos, M. White seguía admirando el cuadro de Sor Juana, la interesante mujer que había tomado una buena decisión en el momento menos oportuno. Los pasos de la mujer seguían escuchándose. Y M. White la siguió.
Su caminar era decidido, y entre los pasillos vacíos del museo parecía una sombra blanca, el fantasma del pasado. La mujer de los libros escuchó el retumbar de los tacones, y fue aminorando el paso. Tal vez su invitada quería más información. O simplemente estaba perdida…
-Oh, disculpe que la interrumpa. Pensé que no la podría alcanzar…
M. White ahora casi corría, tratando de no resbalar en el suelo de madera.
-No se preocupe. ¿Se le ofrece algo…?
-A decir verdad, sí.
La sonrisa de M. White puso un tanto nerviosa a la mujer de los libros, y cuando sintió la patada en el abdomen, no le cabía duda de que algo iba mal.
Los libros cayeron, dispersos en el suelo como piedras al azar en un campo. La mujer cayó de costado, agarrándose el vientre, tratando de soportar el dolor y de volver a respirar. Sintió un escalofrío, un miedo aterrador que le subía por la espina dorsal. Aquella sombra blanca se acercaba a ella, pateando los libros, haciendo que sus tacones se escucharan en el pasillo como clavos de su ataúd.
M. White, de pie ante la mujer de los libros, se agachó para verla un poco mejor. Ya no sonreía. Estaba analizando.
-¿Dónde está?
La mujer no entendía lo que le estaban preguntando. Negaba con la cabeza y trataba de balbucear, pero las palabras no salían de su boca.
-¿No sabes o no me quieres decir? Te lo voy a preguntar una vez más-, decía, mientras levantaba su dedo. -¿Dónde está?-
La mujer volvió a negar. M. White se levantó, insatisfecha. Le dio una patada en el vientre una vez más a la mujer, y luego otra, esta vez en las costillas. La otra ni siquiera gritaba. Una y otra vez, trató de aguantar las patadas, pero era inútil. Los zapatos de tacón de M. White le hacían bastante daño. La última patada que le soltó fue en la cabeza, y le abrió la frente con el tacón.
-¡No sé de lo que hablas, por favor!-, gritó la mujer, cuya sangre le escurría por la sien y le manchaba la cara de escarlata brillante.
-Eso es mentira y lo sabes. Te lo recordaré de la manera más educada que conozco.
M. White se metió la mano en el bolsillo, y sacó su “arma”. No era más que una larga cuerda enrollada sobre sí misma, pintada de colores: rojo, naranja, amarillo, verde, azul y violeta. Se la mostró de cerca a la mujer, quién a pesar de la sangre pudo verla claramente, y se sorprendió, toda pálida y sin poder moverse.
-¿Quién te dio…?
M. White compuso una sonrisa en su lindo rostro.
-Un buen amigo en común. Me pidió que te encontrara a ti, que eres la responsable de restauración del museo. También me pidió que preguntara por un tal Roger Wingates, un amante tuyo que nuestro amigo conoce pero que no encuentra, lamentablemente. Ese tal Roger Wingates y tú tuvieron algo que ver, una serie de ataques y declaraciones en contra de nosotros. Y luego, tu querido Roger se puso violento y masacró a varios de ellos en una marcha. Los arrolló y se dio a la fuga. A ti no pudieron culparte porque sólo tenías una opinión que dar. Estabas escudada tras las faldas de cierto sector del gobierno y de la iglesia.
La mujer se armó de valor, y le escupió en la cara a M. White.
-¡Tú y los tuyos son basura! ¡El Lobby es un grupo de degenerados que deben morir! Roger hizo bien, obró bien ante los ojos de Dios y de la familia. Y ustedes siguen ahí, envenenando a nuestros niños con sus mentiras. Él está en Texas. Y tú jamás lo vas a encontrar…
M. White se limpió la cara, y acto seguido, le soltó una fuerte bofetada a la mujer, la cual escupió sangre y chilló como una rata.
-Que desagradables son ustedes los creyentes. Bien. Mi amigo dijo que te dejara este regalo, y me dijo que te dijera que el Lobby no se olvida tan fácil de sus buenos amigos…
Deshizo el nudo de la cuerda, y la agarró entre sus dos manos. La mujer trató de levantarse, pero su costilla rota no le permitió moverse tan lejos. M. White se abalanzó, y rodeó el cuello de la mujer con la cuerda, apretando fuerte. La otra trató de soltar patadas, y sus uñas le agarraban el cabello a aquel fantasma blanco, pero no le hacían daño. M. White apretó más fuerte, y escuchaba las arcadas de la mujer, quién trataba de soltarse, soltando patadas al aire y a sus libros en el suelo. Apretó aún más fuerte, hasta que la cuerda se quedó marcada en el cuello de su víctima, y soltó su último aliento. Los ojos de la mujer estaban inyectados en sangre, y la lengua lucía morada.
M. White se levantó, se acomodó el traje blanco y el cabello. Miró a la mujer ahí en el suelo, con la cuerda aún alrededor del cuello, y no sintió lástima. Sacó de su otro bolsillo el teléfono, y llamó.
-¿La encontraste?-, dijo la voz de un hombre al otro lado de la bocina.
-Deberías estar orgulloso. Sufrió. Al menos me dijo lo que querías saber. Roger está en Texas. Creo que iré para…
-Espera. Tienes que venir primero conmigo. Tengo que decirte algo antes de que te vayas. Por favor…
La voz de súplica del muchacho hizo que M. White suspirara.
-Muy bien. Ahora déjame salir del museo, y te buscaré. No llames, no te muevas de ahí.

Colgó y se guardó el teléfono de nuevo en el bolsillo. Caminó despacio, vigilando los pasillos. El museo estaba vacío, sin duda. El mismo museo la ayudaba. Y al pasar por el otro pasillo directamente a la salida, M. White sonrió, cuando Sor Juana le dirigió una mirada severa. Una mirada que, para aquel fantasma blanco, decía: “Bien hecho. Ahora eres uno de nosotros…”
 
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