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domingo, 24 de diciembre de 2017

#UnAñoMás: Luces de Navidad [PARTE X] (Última Posada y Nochebuena)

Die Glocke (La Campana, en alemán), un supuesto proyecto nazi de una nave que fusionaba tecnología humana y extraterrestre para ser usada tanto en armamento, como en viajes espacio-temporales.


Era ya un poco tarde cuando Isidro se despertó. Aún tenía puesto el casco, pero estaba aturdido y adolorido. El costado derecho dolía tanto como una puñalada entre las costillas, y una de sus piernas le escocía horrores. Apenas si pudo levantarse, y quitarse el casco. Sudaba demasiado, y pudo observar con más claridad aquella escena.
La calle estaba llena de cuerpos. La gente de la calle yacía en el asfalto, sin moverse. Reconoció a doña Isabel, y a doña Remedios. Ahí estaba también Vanessa, y todos los demás. Niños, adultos, todos parecían haber muerto ahí.
A lo lejos, la sirena de los bomberos se dejaba escuchar, y un frenar de coche y el choque posterior hicieron que Isidro volteara. Un auto se había estampado contra un poste, del lado opuesto de la calle al de la avenida. Al mirar hacía allá, sus ojos rápidamente miraron a todas direcciones en la colonia. Algunas casas ardían, el humo se levantaba por todas partes. Había coches abandonados a medio camino, y algunos gritos aislados se escuchaban por doquier.
Un pequeño ruido llamó su atención. Alguien tocaba por la ventana. Era Sonia, su vecina embarazada. Le miraba con premura, y tocaba de nuevo, llamándole. Como pudo, Isidro se puso en camino, cojeando un poco y agarrándose la costilla rota con un brazo. Sonia le abrió la puerta y salió para ayudarle a caminar el último tramo.
-¿Qué está pasando?-, le preguntó él.
Ella negó con la cabeza.
-Estaba viendo las noticias, pero no dicen mucho. La gente sale corriendo de sus casas, y el ejército ha salido a la calle. Hay luces por todas partes, pero a mediodía no se ven sobre el cielo. No sé qué…
En ese instante, un estruendo asoló la calle, e hizo que Sonia gritara, agachándose y cubriéndose la cabeza. Isidro no lo pensó dos veces: se asomó por la ventana, que estaba rota.
El humo de una casa que había estallado por completo no le dejaba ver, pero ahí afuera ya había gente. Al menos una docena de soldados con trajes rojos, botas negras y armas largas entre los brazos, caminaban lentamente entre los cuerpos de la gente que aún yacían en el asfalto. Uno de los soldados se agachó, y revisó a una de las mujeres de la calle.
-Todos están muertos. Busquen sobrevivientes. Sáquenlos de las casas y pónganlos en lugares seguros…
Los soldados se dispersaron, buscando a personas que aún estuvieran vivas, aunque no se dirigieron directamente a la casa de Sonia. Isidro se dio la media vuelta para percatarse de que la chica ya estaba en el suelo, resoplando, muy pálida y preocupada.
-¿Estás herida? Dime…
Se acercó a ella como pudo, y se dio cuenta que aquello no era nada comparado con una herida: Sonia estaba a punto de tener a su bebé. Las sombras dentro de la casa se hacían más notorias, por el humo y la hora. Estaba a punto de anochecer.
-Tengo que llevarte con ellos. No puedes tener al bebé aquí o…
-¡Ayúdame, ayúdame, sácalo tú! Sé que puedes, ya me está doliendo mucho…
-No puedo, no sé cómo. Ellos te llevarán a un lugar seguro, vamos…
Trató de ayudarla a levantarse, pero el dolor de las contracciones era peor, y no pudo evitar gritar. Sonia se debatía entre el miedo, y el dolor, y sus gritos atrajeron a los solados, quienes empujaron la puerta a patadas hasta que estuvieron dentro.
Isidro los vio. Eran hombres comunes y corrientes, a excepción de sus uniformes, de un color rojo intenso bastante lustroso. Sobre el pecho se podía ver un símbolo que al muchacho le dio un escalofrío. Era una esvástica negra, sobre un círculo blanco.
-¿Quiénes son ustedes?-, preguntó el muchacho, aterrado.
-No importa, los vamos a sacar de aquí. ¿Qué le pasa?
-Va a tener a su bebé. Tienen que sacarla por favor…
Otra explosión, pero esta vez, la fachada de la casa había estallado. Uno de los soldados saltó en pedazos, mientras que el otro se abalanzó contra Sonia. Mientras los restos de la casa caían por todas partes, e Isidro trataba de arrastrarse entre piedras y yeso, el soldado agarraba a Sonia por la cintura, y la llevaba hasta el otro extremo.
Afuera, todo era un caos. Los soldados disparaban a las luces, una ambarina y la otra de un azul eléctrico muy intenso, las cuales parecían lanzar sus propios pedazos de luz y materia a los soldados. Alrededor de las luces algo más volaba: era una especie de nave, una campana gigante de metal que zumbaba, y que disparaba a las luces sin éxito. Aquella extraña campana voladora también lucía la esvástica en su superficie, como si hubiese sido tallada en el metal.
Isidro alcanzó a observar al soldado, quién se había puesto de frente a Sonia, y mantenía sus piernas abiertas para recibir al bebé. Ella gritaba, y de su frente escurría sangre.
-¡Ya viene, puja, no grites, empuja…!
La muchacha trataba de empujar, mientras afuera, los disparos se hicieron más intensos. Uno de los soldados gritó algo incomprensible, y las luces empezaron una danza aún más rápida, y el mundo alrededor se iluminó en blanco. Lo último que pudo ver Isidro fue el rostro de Sonia, mientras gritaba, y el bebé que acaba de salir de su cuerpo empezaba a llorar.

sábado, 23 de diciembre de 2017

#UnAñoMás: Luces de Navidad [PARTE IX] (Octava Posada)

Extraño objeto llamado "El Caballero Negro", fotografiado en la órbita de nuestro planeta, y que muchos aseguran es una especie de satélite artificial de origen extraterrestre.


Isidro era el hijo único de Doña Mercedes. Aunque no vivía a menudo en casa, ya que se la pasaba de viaje en viaje gracias a su trabajo, aquella vez acudió con prontitud a ver a su madre, quién convalecía en el hospital, aunque ya mejoraba. El padre de Isidro había muerto hacía unos años, por lo que era el único sustento y consuelo para su madre, a quién quería mucho.
Había pasado casi todo el día anterior con ella en el hospital, y aquella tarde se disponía a regresar a casa para descansar un poco. Al siguiente día sería Nochebuena, y con su madre ya mejor, sería mejor tener la casa un poco arreglada para su llegada. Ambos pasarían la Navidad juntos, y quería que al menos fuera algo bonito.
Regresando en su motocicleta color rojo que alguna vez se “autoregalara” en su cumpleaños, Isidro transitaba hacia la avenida que pasaba justo a un lado de su casa, y de la calle dónde a esa hora ya tendrían todo preparado para la posada de aquella noche. A pesar de traer una enorme chamarra para el frío invernal, y el caso bien puesto en la cabeza, sintió aquel escalofrío que sólo puede sentirse cuando ha tocado por error un cable eléctrico.
Su mirada pasó del camino hacia arriba, cuando un par de luces, una ambarina y la otra roja, pasaron por encima de la motocicleta, cruzando a gran velocidad las curvas de la avenida, y haciendo que los matorrales a ambos lados del camino se mecieran. Isidro no se detuvo: siguió avanzando, cada vez más aprisa, hasta que pudo ver las primeras luces de las casas. La motocicleta dio una vuelta hacia la izquierda en cuanto el muchacho vio su casa, adornada con aquellas luces de navidad.
Pero ni las pequeñitas luces se comparaban con aquellas dos que danzaban por encima de la calle, dando vueltas en zigzag, dibujando infinitos en el aire, o simplemente yendo de arriba abajo, en arcos casi hipnóticos. Una roja, como una manzana luminosa bastante suculenta, y la otra amarilla como el oro. Isidro detuvo la moto a la orilla de la calle, cerca de su casa, mientras se quitaba el casco. Aquello era maravilloso, y a la vez aterrador.
Aunque él no había visto las luces antes, su madre le había contado acerca de ellas cuando aparecieron sobre la calle el día de la misa de la Virgen. Pensaba que eran cuentos de aquella mujer a la que tanto quería, pero aún así la escuchaba con paciencia. Ahora, al ver aquel espectáculo aterrador en el cielo, creía y temía. Aunque, para su desgracia, tardó en darse cuenta de que algo iba mal.
La calle estaba en completo silencio, a excepción de la música repetitiva de las luces que adornaban su casa. La comida de la posada estaba ahí. Olía a huevos cocidos, a frijoles refritos, a salchichas con chile y tomate. Pero no se escuchaba música, ni la letanía de la posada, o la canción de la piñata. Isidro miró bajo las luces, que seguían con su danza lenta y repetitiva, sin hacer ruido alguno. Bajo las luces estaban los vecinos de la calle. Mujeres, hombres y niños, ahí de pie, contemplando desde abajo las luces, con los rostros iluminados de rojo y amarillo, con los ojos y la boca bien abiertos.
De repente, las luces se detuvieron, y empezaron a parpadear, haciendo que los rostros de los vecinos se difuminaran en la oscuridad. Cuando todos bajaron la mirada, Isidro sintió aún más miedo que el que sentía. Todos los presentes tenían los ojos de un negro intenso, y sus expresiones eran de seriedad, de indiferencia.
Las luces dejaron de parpadear, y brillaron de un blanco intenso, tanto que parecía que todas las casas, arbustos y objetos de la calle fueran tan sólo siluetas negras dibujadas sobre un fondo blanco. Los vecinos empezaron a caminar directamente hacia él, y el primer reflejo del muchacho fue ponerse el casco, y subir de nuevo a la motocicleta. Sólo alcanzó a hacer lo primero, antes de que todas las personas de la calle se le abalanzaran, gritando y golpeándolo con todas sus fuerzas. No sólo sintió manos y pies golpeando su cuerpo, sino también piedras, unas cucharas y hasta el palo de la piñata, el cual afortunadamente le dio primero en el casco, y luego entre el pecho, rompiéndole una costilla.
Isidro se arrastró por el suelo, mientras la gente lo rodeaba para golpearlo, y alcanzó a ver a través de la mirilla del casco ya quebrado a Sonia, quién a través de la ventana de su casa alejada de la muchedumbre, miraba al muchacho tratando de salir de ahí. Ella no decía nada: sólo miraba, imperturbable. Después, ella cerró la cortina de su ventana, e Isidro, adolorido y casi a punto de desfallecer, avanzó unos cuantos metros sobre el asfalto, antes de desmayarse. Las luces volvieron a ser rojas y ambarinas, a danzar lentamente, y cuando por fin se apagaron, desapareciendo del cielo nocturno, los vecinos de la calle cayeron igual desmayados. Las luces del alumbrado público se apagaron cuando los focos estallaron uno por uno, y todo quedó a oscuras.

La única luz que alumbraba aquella calle solitaria era la de los foquitos navideños, y el único sonido era el de la música monótona de “Villancico de las Campanas”.

viernes, 22 de diciembre de 2017

#UnAñoMás: Luces de Navidad [PARTE VIII] (Séptima Posada)

Extraños símbolos que pudieron ser vistos sobre la superficie de un OVNI en el famoso avistamiento en Rendlesham Forest, Reino Unido (1980)


22 de Diciembre.
Diario:
Las cosas en la calle están muy raras. Un muerto, dos desaparecidos, y una mujer en el hospital por congestión de alimentos… Tratando de definir todo este asunto, ha sido una de las épocas navideñas más raras que he vivido.
Sin embargo, dentro de todo cabe destacar que hay esperanza. Sonia, la vecina de enfrente, va a tener un bebé, y eso significa mucho. Pero no se compara al hecho de que, desde el 12 de Diciembre, se vieron luces en toda la colonia, y en especial, en nuestra calle.
¿Qué significa todo esto? Me he puesto a investigar, y no encontré absolutamente nada fehaciente. Todo apunta a que una flotilla de OVNIs se ha dejado observar desde entonces, y que rondan la calle de forma arbitraria. Tal vez las dos desapariciones (Juan, esposo de Sonia, y nuestro amigo el borracho Silvestre) y la caída de Doña Mercedes en el hospital tengan algo que ver.
Tanto pensar en ese asunto me ha dado algo en qué pensar. Las luces misteriosas aparecen de repente, pero nadie las ve venir desde arriba. Todos los “expertos” opinan que son entidades extraterrestres, naves muy avanzadas que transportarían a sus tripulantes desde otras galaxias a velocidades impensables. Pero, si nadie ha visto como llegan, ¿no es raro pensar que son en realidad extraterrestres? Tal vez haya dos explicaciones posibles.
Son entidades de otra dimensión, la cual atraviesan para llegar a la nuestra. Siempre están ahí, viendo, pero no siempre se dejan ver.
O simplemente son una especie aún desconocida para la humanidad, animales que siempre han existido en nuestro mundo, pero que están hechos de otra materia, de alguna sustancia luminosa.
No es de extrañar que mi mente divague en cualquier tontería. Pero así soy, una persona inteligente, capaz de hacer cualquier cosa.
Por ello he tratado de seguirle la pista a las luces, y si lo compruebo físicamente, a los tripulantes de estas extrañas naves luminosas. Tal vez esta capacidad tan especial en mi ha hecho que nadie se haya dado cuenta aún que Juan desapareció de una manera tan repentina, que estoy seguro de que Sonia tuvo algo que ver. Si lo echó de casa, no tiene nada de especial. Pero si lo asesinó, bueno, ahí será interesante ver lo que pasará después.
Que conste una sola cosa mientras escribo estas líneas. Afuera ya anocheció, y los vecinos están cantando la letanía. Huele a ponche y a buñuelos. Hace frío, y mis manos están algo entumidas. No quiero saber que va a pasar cuando alguien lea el mensaje que dejé en la pared.
No quiero saber lo que va a pasar cuando alguien se entere que yo maté a Juan Diego, y que volveré a hacerlo, si se interponen entre mis planes…

jueves, 21 de diciembre de 2017

#UnAñoMás: Luces de Navidad [PARTE VII] (Sexta Posada)

Supuesto objeto volador grabado en Turquía, donde se alcanza a apreciar una "extraña silueta humanoide" en la parte superior del artefacto (2008)


Doña Mercedes preparaba la comida en la cocina cuando, por la ventana que daba directamente a la avenida, vio caminar a Sonia, despacio, como si estuviera cansada, o perdida. No la saludó, pero la miró con preocupación. La pobre muchacha tenía un embarazo muy avanzado, y caminaba como si el peso de su barriga le hiciera freno.
Decidió no hacer caso de aquello cuando a muchacha desapareció de su vista a través de la ventana, y siguió preparando ese rico arroz que le habían chuleado la noche pasada, cuando los vecinos se acercaron a comer después de la letanía. Aquella noche, ella volvería a preparar el arroz, y Doña Isabel y Doña Remedios le iban a ayudar con otros platillos.
La cacerola de arroz permanecía quieta en la estufa, mientras revisaba que el chicharrón en salsa verde ya estuviera listo, hirviendo en otra cacerola más apartada. Con una cuchara y ayuda de su mano, Doña Mercedes probó la salsa del chicharrón y un poco de carne. Estaba delicioso: no tan salado, y bastante picoso.
Después, levantó la cacerola del arroz, cuidando de que el vapor no le quemara la cara. Miró dentro: aquel cereal anaranjado, esponjoso, aderezado con zanahorias y papas, olía muy rico. También lo degustó, y estuvo mejor de lo que ella creía. Todos iban a amar su comida.
Cuando le puso la tapa de nuevo a la cacerola, sintió algo en la piel que la asustó. Era como un escalofrío, y la piel se le puso chinita. Era la misma sensación que uno podía apreciar cuando se daba toques con un enchufe. Doña Mercedes pensó que tal vez era el frío, un poco de viento que se hubiese colado por la puerta. Pero no: hasta los oídos le zumbaban.
Decidió averiguar de qué podía tratarse. Salió de la cocina, de aquel delicioso calor con aroma a especias y carne asada, y entró a la sala de su casa. En medio de los sillones encontró algo que le heló la sangre.
Una de las luces que habían aparecido el día de la Virgen en el cielo estaba justo en medio de la sala. Los muebles seguían en su lugar, y la entidad luminosa parecía atravesarlos, como si aquellos se hubiesen internado en aquel globo de luz ambarina que parpadeaba de forma débil. Era como ver un enorme globo de luz o agua de color amarillo ahí, suspendido a pocos centímetros del suelo, envolviendo parte de los muebles de la casa con su presencia.
Como buena católica temerosa de Dios, Doña Mercedes se persignó, y cerró los ojos, juntando las manos, esperando que aquello fuese sólo su imaginación, la visión de una vieja cansada.
-Señor, por favor ten piedad de mí. Si es uno de tus ángeles, dile que no me haga nada. Dile que me perdone por… Por…
No pudo terminar de hablar. De aquella esfera de luz salió aquel ángel por el que tanto rezaba Doña Mercedes. Pero no era inmaculado, no vestía con túnica blanca, ni llevaba el cabello suelto y rubio, mucho menos alas. Era negro, alto, delgado, con el rostro descubierto, y los ojos negros más abominables que jamás hubiese visto.
Aquel ser se acercó a la mujer, dando largos pasos. Doña Mercedes estaba ahí asustada, quieta, sin gritar. Con su larga mano, aquella cosa le agarró la cabeza, cubriéndosela casi por completo.
-Conozco sus pecados, sus ideas, sus miedos y sus sueños. Su Dios no es real. No me ha visto, no sabe que existo. Vaya a comer…
La soltó, y dando la media vuelta, volvió a internarse en la esfera de luz, la cual se elevó, y tan rápido como un rayo, atravesó el techo sin hacer daños.
Doña Mercedes se quedó quieta un momento, y sus ojos se pusieron en blanco. Caminó casi de forma automática hacia la cocina, como un zombi. Tomó una cuchara, y destapando las cacerolas aún en la estufa, se puso a comer. Tomaba cucharadas grandes de chicharrón con salsa y se las llevaba a la boca, no importando que estuviesen calientes, y de arroz era igual. La estufa se manchó con salsa, y el arroz caía al suelo de repente, cuando la mujer tenía la boca llena de comida y no podía tragar más.
Después de que la cacerola del chicharrón se vació y la del arroz ya estaba por la mitad, Doña Mercedes se detuvo. Aún con los ojos en blanco, el cuerpo no podía más, y el esfuerzo de comer tanto y aquel trance hicieron que se desmayara. Su cuerpo cayó de espaldas (afortunadamente para ella), y la cuchara rebotó en el suelo, con un sonido metálico estridente.
Fue hasta que la propia doña Isabel la vio por la ventana de la cocina, que alguien pudo entrar para encontrar a Doña Mercedes, horas después, cuando ya todos los vecinos la esperaban para la posada aquella noche.

miércoles, 20 de diciembre de 2017

#UnAñoMás: Luces de Navidad [PARTE VI] (Quinta Posada)

Representación artística del encuentro con un supuesto ser extraterrestre en el pueblo de Varginha, Brasil (1996)


-S-sí, lo haré…
Silvestre miraba a Sonia, y de nuevo al suelo de la cocina, dónde ella tenía el cuerpo de Juan. Lo había arrastrado hasta ahí con dificultad, y aunque empezaba a oler mal después de un día muerto, tenía que apresurarse. Silvestre era la única opción: un borracho que podía ser muy manipulable, y que además, se creyera sus mentiras.
-Cuando tuvo el accidente no lo podía creer. Fue muy repentino, y no pude hacer nada. Sólo queda sacarlo de aquí, sin que nadie se entere. Si me ayudas bien, te daré dinero, y puedes gastarlo en unas cervezas o lo que quieras, ¿te parece?
Silvestre asintió.
-Pero… ¿Usted no mató al otro, a Juan Diego?
Sonia frunció el entrecejo.
-No, no… Tampoco maté a mi marido, ya te dije que fue un accidente. Sólo necesito sacarlo de aquí, y en mi coche sería la mejor opción. Sólo necesito que me ayudes a sacarlo, y yo haré lo demás. Te lo agradeceré siempre, y más porque sé que sabes guardar secretos. Por favor…
La súplica de Sonia era muy convincente, y Silvestre no dejaba de asentir.
-No se preocupe, bella damita, yo le ayudo en lo que sea, y no diré nada. Por usted, por Juan Diego, y por el amigo de las luces…
-¿Amigo de las luces?-, preguntó Sonia, bastante desconcertada. Ella también había visto las luces aquel día, después de la misa.
-Uno que a veces veo por aquí. Es algo raro, no habla mucho. Espero presentárselo algún día. Bueno… ¿cómo le vamos a hacer?
Ella le contó todo a detalle: mientras hicieran la letanía de la posada, cuando nadie se diera cuenta, subirían el cuerpo de Juan al coche, y ella misma se iría manejando para poder “arreglar ese asunto”. Lo que Silvestre no sabía era que la muchacha tiraría el cuerpo con todo y el auto en algún barranco. Eso la haría menos sospechosa.
-Pero nadie puede vernos, nadie. ¿Está claro? Ni siquiera tu amigo ese el de las luces…
Silvestre asentía sin decir palabra.
Pasaron las horas, y cuando la letanía de la posada estaba en casa de doña Mercedes, la más apartada de la casa de Sonia, junto a Silvestre puso manos a la obra. Cómo pudieron, entre los dos levantaron el cuerpo, envuelto en una cortina de color azul oscuro, mientras la gente, lejos de ahí, cantaba pidiendo posada, y entonando alabanzas a los santos. Ella trataba de cargar con el muerto, pero su abdomen se lo impedía un poco. Al fin, el cuerpo quedó dentro del coche, en el asiento trasero. Con mucho cuidado, Sonia cerró la puerta del coche y luego se metió en el asiento del conductor. La puerta de al lado también se abrió, y Silvestre se subió.
-¿Pero qué haces? Ya te dije que me encargaría yo sola de esto.
Silvestre le sonrió.
-No me voy hasta que me des el dinero. Después, te dejaré en paz y no lo contaré a nadie. Iré contigo a solucionar tus problemas, muchacha…
Sonia frunció el ceño.
-Está bien, está bien…
El auto salió de la calle, en dirección contraria a donde estaba la gente de la posada, y Sonia aceleró para perderse en una avenida que daba hacía los parajes vacíos que rodeaban el pueblo. Afuera, el viento soplaba y el frío calaba como cuchillos en la piel. Los matorrales secos se movían y crujían, y ni siquiera había aves en el cielo. Después de un largo rato sin decir nada, Silvestre habló.
-Mi amigo de las luces sabe…
El auto frenó repentinamente, y Sonia casi se golpea la cabeza con el volante.
-¿Pero qué dices? ¡Te pedí que no le dijeras a nadie!
Silvestre negó, sonriendo.
-No le dije. Él sabía. Dijo que te vio matando a tu esposo. Y también vio quién había matado al pobrecito de Juan Diego. Dijo que vendría con nosotros y que nos encontraría pronto…
Las palabras del borracho hicieron que Sonia sintiera miles de escalofríos recorriendo su espalda. Era el miedo a ser descubierta, al hecho de que su crimen no había pasado desapercibido.
-Por eso quiero más dinero. Así no diré que tú lo mataste-, dijo el borracho, guardando silencio y extendiendo la mano hacía la muchacha. Esta no se inmutó.
-Tu amigo y tú pueden irse al carajo, borracho de mierda…
-Eso díselo tú misma. Ya llegó…
Silvestre señaló hacía afuera, justo frente al coche, arriba. En el cielo oscuro, estaban las luces que ella y muchos otros habían visto aquel día. Sonia se quedó pasmada, se quitó el cinturón de seguridad, y abriendo con cuidado la puerta, salió del coche, impactada. La luz era potente, pero se mantenía quieta en el cielo, pasando de un color ambarino a uno verde bastante fluorescente. No hacía ruido.
Silvestre también se salió del coche, pero caminó en dirección a Sonia, rodeando el auto. La tomó del brazo, y aunque forcejeaba para soltarse, le hacía daño.
-¡Dame el dinero, tonta, o le voy a decir a todos que eres una asesina!
-¡Ya suéltame, estúpido borracho!
Aunque el forcejeo seguía, la luz no se inmutó. Seguía ahí, en el cielo, cada vez más cerca del auto.
-O me das el dinero, o te voy a…
Fue en ese momento cuando unas largas manos negras jalaron a Silvestre hacía atrás, una desde el vientre, y otra apretando su rostro. Empezó a gritar desesperadamente, pero aquel ser ya lo jalaba en dirección hacia la luz, y aunque pataleaba, se lo estaba llevando. Sonia retrocedió, y cayó de espaldas en el borde de la carretera, entre un arbusto seco.
Otro de esos seres iba caminando directamente hacía ella. Estaba enfundado en ese traje negro parecido a una malla, y sólo podía ver su rostro inexpresivo y grandes ojos. Cuando estuvo frente a ella, una de sus manos se estiró, y le acarició el vientre con aquellos enormes dedos.
-¿Qué me vas a hacer?-, preguntó ella, aterrada, casi sin aliento.
La voz de aquel ser era como un zumbido eléctrico, agudo y rasposo, pero ella pudo entenderlo todo:
-Tú serás la madre de todos nosotros. Danos al niño cuando salga, y todos se salvarán. Yo te vi matando a tu esposo, y vi quién mató al muchacho solitario y acongojado. Vete a casa, y no volverás a pensar en nosotros…
La luz empezó a parpadear, y se llevó consigo a los seres y a Silvestre, quién gritaba con todas sus fuerzas. El auto de Sonia, incluyendo el cadáver de su esposo, se fue arrastrando por el asfalto, y justo cuando aquella fuerza invisible lo tenía bajo la luz, se elevó en un chirrido, desapareciendo junto con un destello que hizo todo blanco un segundo, antes de sumirlo todo en la oscuridad.

Sonia, impactada y aterrada, temblando y sin poder respirar bien, se desmayó.

martes, 19 de diciembre de 2017

#UnAñoMás: Luces de Navidad [PARTE V] (Cuarta Posada)

Los reflectores apuntan hacia extraños objetos luminosos en el cielo, en el evento conocido como "Batalla en Los Angeles" (1942)


Sonia estaba embarazada. En la clínica le habían dicho que sería niño, aunque a ella no le importaba. Era algo maravilloso. Podía sentir sus pataditas, todo su cuerpo acomodándose ya hacia abajo, como esperando el día para salir, y cuando ella tenía hambre, aquella personita también se alborotaba, y a veces lastimaba, pero a ella le daba risa. Era un gracioso bebé, que estaba emocionado cuando ella también.
Aquella tarde, sin embargo, el bebé no se movió demasiado, porque Sonia había visto algo a través de la ventana por la que casi siempre veía. Juan, su marido, un bueno para nada, le había tocado un glúteo a la vecina, Vanessa, en plena calle, mientras ellos creían que nadie los veía.
El descarado venía de camino a casa, cruzando la banqueta, y ella, sin tardar, se sentó en su mecedora. Cuando Juan entró a la casa, ella fingió estar leyendo una revista.
-Ya llegué-, dijo Juan, cerrando la puerta tras de sí. Ni siquiera se acercó a su esposa, y a Sonia no le importaba.
-¿Vas a comer algo?-, le preguntó ella, sin apartar la vista de su lectura falsa.
-No tengo hambre. ¿Tú?
Sonia tardó un momento en contestar. Apretó fuerte el borde de la revista, y hasta pensó que las hojas le harían daño. Estaba dándose valor.
-Tampoco tengo hambre. Sólo pensé que la nalga de esa puta no había sido suficiente comida…
Sonia sintió el tirón de cabello, cuando Juan la alcanzó con una mano. Le dolía, y el bebé se retorcía en el vientre con furia y miedo.
-¿Qué viste, eh? ¡Te estoy hablando, pendeja! ¿Qué chingados viste?
-¡Le estabas agarrando la cola a esa puta! ¡Es una menor de edad! Si doña Remedios se entera de lo que le haces a su hija… Eres un degenerado, ¡un maldito cerdo!
Juan jaló más fuerte a Sonia, haciendo que esta cayera al suelo, mientras la mecedora se balanceaba con fuerza. Aunque ella cayó de rodillas, no pudo evitar tirar con las manos una cajita que usaba para costuras. Los hilos, las agujas, y unas tijeras cayeron alrededor de sus manos, que se apoyaban bien fuertes para no lastimar al bebé.
-¡Suéltame, Juan, por favor! ¡El bebé!
-¡Me vale madres, eres una estúpida! Si me acuesto con ella es porque es una mujer que sí me complace, aunque sea una chamaca tonta. Pero me gusta cómo se mueve, y no es una inútil como tú… ¡Levántate!
Juan le soltó el cabello, y aunque ella se aguantaba las lágrimas, fue imposible dejar de ser fuerte. Le corrían las enormes gotas por las mejillas, y tardó un momento en ponerse de pie. Él ya estaba de espaldas, mirando hacía la pared contraria a la puerta. La mecedora aún se movía de atrás hacía delante. Sonia tenía las tijeras entre las manos, y le dolían las rodillas, pero no se quejaba.
-Además, no puedes hacer nada. Con esa panza, ¿qué vas a sacar de todo esto?
-Esto…
Con las fuerzas que le quedaban en la mano, y empuñando fuertemente las tijeras, Sonia le clavó la punta de estas a Juan en el hombro. El dolor le recorrió el cuerpo y le hizo soltar un alarido de terror horrible, que hasta ella le hizo retroceder. Aún con las tijeras entre los dedos, Sonia se acercó más a su marido, y cuando este volteó para confrontarla, lleno de ira y con el rostro rojo y furioso, ella volvió a clavar las tijeras.
Esta vez no falló, y la punta del instrumento metálico fue a dar contra el ojo. La sangre salpicó, y aunque Juan gritó un poco, el impacto había sido mortal. Las tijeras se hundieron más en su cavidad, y se alojaron en el cerebro. Murió casi al instante, pero tardó en caer. Sonia tuvo que dejar las tijeras en el ojo de su marido, y cuando el cuerpo quedó inmóvil en el suelo, le miró con desprecio. El bebé se movía despacio, como anticipando la felicidad de su madre, y la mezcla de toda esa dicha con el miedo de tener el cadáver de su esposo en el suelo.
-No pienso compartirte con nadie más, estúpido. Ahora el problema es… ¿qué voy a hacer contigo?

Le soltó una patada en la pierna, y se sentó de nuevo en la mecedora, sonriendo y acariciando su vientre.

domingo, 17 de diciembre de 2017

#UnAñoMás: Luces de Navidad [PARTE III] (Segunda Posada)

OVNI captado sobrevolando el Aeropuerto de Miami (2016)


Los vecinos ya se habían apartado con la letanía, tocando a la puerta de las casas que iban a representar las paradas para pedir posada. Las luces y la comida no estaban tan lejos, pero en aquel recóndito espacio, Juan y Vanessa estaban rompiendo las reglas, y su noche de paz y amor había llegado antes.
Él estaba contra ella, y ella aguantaba su peso contra la pared del pequeño jardín de la señora Mercedes, una vecina que vivía al final de la calle, y dónde se dejaba la comida para la posada. Por ahí no pasaba nadie, y nadie podía ver que Vanessa ya tenía los calzones abajo, y Juan intentaba penetrarla.
Ella podía ver por encima del hombro de su amante, pero su miedo era infundado. Ahí no había nadie. Justo donde acababa la calle, comenzaba una avenida larga, perpendicular, y del otro lado de la avenida, donde apenas pasaban dos o tres coches cada cinco minutos, había un baldío, un lugar lleno de plantas enormes y con tierra que a veces se levantaba en remolinos.
-No te pongas nerviosa, chiquita, nadie nos va a ver… Déjate querer-, dijo Juan, mientras sus manos apretaban sin disimulo los pechos de la muchacha. Vanessa le agarraba las nalgas a su compañero, para no dejarlo ir, y menos cuando estuviese dentro. Le dolió, pero aguantó.
-¡Nos van a ver, ya te dije!-, dijo Vanessa, tratando de aguantar los gemidos.
-Que no, tú disfruta… Nunca tenemos tiempo. Tu mamá te vigila siempre y yo me tengo que aguantar…
La madre de Vanessa, doña Remedios, casi nunca la dejaba salir. Y cuando conoció a Juan, un hombre un tanto mayor que ella, algo encendió dentro de sí, algo que no podía ignorar. Trataba siempre de estar lejos de su madre, y verlo a escondidas. No quería que nadie supiese que entre ella y Juan había algo.
-Pero, pero…
Aunque ella trataba de decir algo, el placer la mantenía casi sedada. Sus manos se cerraron en las anchas espaldas de su amante, y le rasguñaron a través de la camisa. Él trataba de hacerlo más rápido, aunque ella estuviese un poco tensa.
En el momento cumbre, Vanesa miró de nuevo por encima del hombro de Juan. Del otro lado de la avenida, entre las plantas del baldío, había una persona, un hombre alto que la miraba entre la maleza, mientras sus pies levantaban la tierra. El hombre levantó la mano, y señaló justo hasta donde estaban ellos, y una luz brillante les apuntó.
Vanessa soltó un grito, y se levantó las bragas lo más rápido que pudo. Juan, asustado también, empezó a vestirse también, mientras se daba la vuelta para ver quién les estaba espiando. Solamente vio cuando un auto pasaba por allí, con las luces altas encendidas, lo que hizo que sus siluetas se reflejaran en la pared de la casa de doña Mercedes cuando el auto avanzó, para perderse al final de la avenida.
-¡Alguien nos estaba viendo del otro lado, entre las plantas!
Juan, ya con el pantalón en su lugar, y un dolor de testículos horrible, avanzó un poco antes de llegar a la orilla de la avenida. Miró a través de la oscuridad, con la poca luz de las luces navideñas de su vecina. Ahí no había nadie, sólo un montón de tierra ensuciando el asfalto y las plantas, que se mecían con el viento del invierno. Vanessa sintió miedo y se cubrió con el suéter, que había dejado abandonado en el pasto.
-Ahí no hay nadie. No seas tonta. Todas son iguales, están locas…
Juan se fue caminando de ahí, murmurando y maldiciendo, mientras Vanessa se quedó agazapada en la pared, tratando de no morir de frío, acomodándose la falda y mirando hacía el otro lado de la avenida. Ahí había visto a alguien, no estaba loca…

sábado, 16 de diciembre de 2017

#UnAñoMás: Luces de Navidad [PARTE II] (Primera Posada)

Luces en formación vistas sobre las ciudad de Phoenix, Arizona, en Mayo de 1997.


El pollo se estaba asando en el sartén, y doña Remedios recordaba aquella noche mientras ponía otra cacerola en la estufa, para hervir agua para la sopa. La noche de las luces, la llamaron todos…
-¿…no es así?-, dijo su amiga, la señora Isabel. Remedios no había puesto tanta atención, mientras empezaba a poner la sopa en el agua hirviendo.
-¿Qué dijo, doña Isabel?
-Oh nada, nada… Hablaba de la pobre Eva, muchacha que vive en el 19. La noche de las luces se puso muy nerviosa. ¿Será el embarazo?
Remedios revolvía la mezcla de tomate con caldo de pollo que había molido en la licuadora.
-Tal vez. La pobrecita, tan joven, y tan asustada por esas cosas. Usted vio qué cerca estaban de nosotros, ¿no? Uno podría decir que hasta se podían tocar. ¿Qué serían?
Doña Isabel miró a su amiga mientras preparaba su comida.
-No lo sé, doña Reme. Las cosas así no deben cuestionarse, si nos vienen de Dios. Tal vez era una manifestación de la Virgen, algo así. Por cierto, ¿va a ir a la posada?
-No lo creo. Mis hijos quieren que vayamos al cine, y pues ni modo de decirles que no.
A través de la pared de la cocina se escuchaba la música del vecino, un muchacho que no tenía mucho que se había cambiado, y que casi siempre tenía un escándalo. La música seguía tocando, desde hacía ya cuatro días.
-¿Y dice que no ha visto al muchacho salir a trabajar?-, le había preguntado la señora Isabel a su amiga, mientras doña Remedios dejaba que la sopa se cociera a fuego lento.
-Pues no. Casi siempre sale a la misma hora y regresa por la tarde haciendo su escándalo. Tal vez esté deprimido, o solamente no quiere salir a trabajar. Uno nunca sabe lo que pasa por la cabeza de esas personas. Van varios días que voy por mi lavadero, cerca de su patio trasero, y huele horrible. Tal vez no limpia su casa, pero el olor es horrible. Mire…
Ambas mujeres salieron de la cocina, y salieron al patio trasero. Cerca del lavadero, justo detrás de la pared que separaba ambas casas, el olor ya era insoportable. Era como si la basura de varios días se estuviese pudriendo y fermentando al aire libre.
-Dios, es asqueroso. Es como si no tirara la basura. ¿Va a llamar a alguien para que lo solucione o…?
-Tal vez-, dijo la señora Remedios, alejándose un poco de la barda. –Es horrible que viva así. Yo podría ir a limpiar su casa, en serio que sí, pero es un asco…
-¿Ya le preguntó?
-Le fui a tocar anoche, pero no me abre. O no me quiere abrir, o está que se ahoga en alcohol. No tuve más remedio que llamar a la policía. Me dijeron que iban a estar aquí por la tarde, así que más vale esperar.
Las dos señoras regresaron a la casa, y sólo volvieron a salir hasta que la policía llegó. El oficial, un hombre gordo y de cara malhumorada, llamó a la puerta del muchacho, pero sin que este le abriera. Doña Remedios no tuvo otra opción: dejó que el oficial pasara por encima de la pared del patio de atrás para acceder a la casa del vecino. El hombre tomó una escalera de metal que doña Remedios le había prestado, y con algo de torpeza saltó justo del otro lado.
Ahí no había basura, ni nada que indicara que ese asqueroso hedor venía del patio de atrás. Todo estaba solitario, ordenado, pero sin atender. La tierra se acumulaba en las esquinas, y el ambiente se sentía frío. Pareciese que ahí no vivía nadie. A través de las pequeñas ventanas de la puerta trasera, se podía ver la luz aún encendida de la cocina, y se escuchaba la música.
-Buenas tardes. ¿Hay alguien aquí?-, dijo el policía, tocando con su mano en la puerta, la cual se movió unos centímetros y rechinó. El olor de la podredumbre venía de dentro, y se intensificó cuando la puerta se abrió por completo. Las dos mujeres, del otro lado de la pared, no decían nada, esperando poder escuchar lo que pasaba en casa del vecino.
El policía se internó en la casa, dando pasos pequeños, cauteloso. El olor era insoportable. La música ahora era lenta, una balada de Roy Orbison. In dreams, I walk with you… In dreams, I talk to you… In dreams, you’re mine…
Cruzando la cocina estaba la sala, el único lugar de la casa iluminado. Aunque el policía mantenía su nariz cubierta con la manga de su uniforme, el olor era bastante insoportable. Se detuvo para ver en la sala, al final del pasillo.
Todo estaba en orden. El muchacho aún estaba sentado en el sillón, con la cabeza de lado, los ojos abiertos y la boca con una mueca de horror, la piel húmeda y de un color verdoso bastante desagradable. El olor que desprendía venía desde el estómago, como si este hubiese estallado. La música ahora se escuchaba apagada, porque las arcadas del policía retumbaban en las paredes. Tuvo que retroceder lo más rápido posible, antes de vomitar en la cocina. Aquello era demasiado…
La policía tardó en llegar, y una ambulancia iba cerrando la comitiva fúnebre. Prepararon todo para llevarse el cuerpo, y los policías hacían preguntas a los vecinos, tanto a doña Remedios como a su amiga Isabel, y al huraño señor Ernesto, quién vivía en la casa del otro lado. Desde el otro lado de la acera, a dos casas de distancia, una chica vio todo. Sacaron el cuerpo del muchacho envuelto en una bolsa de plástico negra, y lo subieron a la ambulancia del servicio forense sin más ceremonias. Ella soltó un gemido, y sintió que el estómago se le congelaba.
Juan Diego, ¿qué hiciste?
A lo lejos, en la esquina de la calle, los vecinos que ya preparaban todo para la posada de aquella noche, miraban curiosos, pero sin decir nada. Sólo la chica solitaria, mirando por la ventana, soltó una lágrima de dolor.

viernes, 27 de febrero de 2015

Alorgasmia: Cuento 3, Capítulo Final (+18)



3.7

-¡Corte! Se queda…
Todos aplaudieron al final de la escena, incluso Alicia Grant, la actriz principal quién interpretaba a Melinda y a Lynda en esta película de misterio. Las grabaciones de “Besos Ajenos” habían comenzado apenas hacía unos dos meses, y con tan poco presupuesto, había sido una de las mejores decisiones en la carrera de Thomas Abernathy, quien fungía como director y actor ocasional en su propia opera prima.
Aquella noche se grababa una de las escenas más complejas, dónde Alicia, junto con el actor que interpretaba a Marco, estaba rodeada de criaturas del espacio, y le mostraban a su bebés, un híbrido de verdad feo que había sido generado por computadora para darle más realismo. Las pantallas verdes rodeaban a todo el elenco aquella noche, y lo hacían en una espectacular bodega del primer piso de un edificio en Nueva York, el cual había sido cerrado por el dueño para darles privacidad absoluta. Una mujer quiso entrar por la puerta principal, pero obviamente los de seguridad tenían prohibido dar acceso a personas desconocidas.
Thomas no se había aparecido, y había dejado al director adjunto, Martin Shuester, a cargo de todo. Alicia se acercó a él, mientras sus compañeros de grabación salían a refrescarse un poco al pasillo.
-¿Dónde está Thomas? Creo que no lo hice tan bien, parecía falso. Ni siquiera me la creí que esa cosa estuviera dentro de la caja.
Martin la miró extrañado y sonriendo al mismo tiempo. Sabía que Alicia era buena en lo que hacía, pero definitivamente nunca creyó que su primera oportunidad en el cine sería con una película muy rara en verdad.
-Todo va a estar bien, ya verás. Lo haces de maravilla, yo siempre me lo creo cuando Thomas me enseña las ediciones finales. Ve y descansa un poco. Haremos la escena del trato en media hora, ¿está bien?
Martin le dio un beso en la mejilla y se alejó, regañando a los maquillistas para que no maltrataran demasiado uno de los trajes de látex de las criaturas espaciales.
-¿El trato?-, se dijo a sí misma Alicia, como si de repente hubiese olvidado el guión. La escena versaba que, si Melinda hacía un trato con los extraterrestres, la dejarían ir con sus recuerdos intactos y su vida pasada. Cerró los ojos un momento, sintiéndose cansada y un poco mareada, y caminó directo hasta su camerino.
En realidad, era una oficina pequeña que habían acondicionado para que la joven actriz pudiera cambiarse y tomarse una que otra siesta. Entró en ella, y la suave iluminación ayudó para que se sintiera más tranquila. Se sentó en un pequeño sofá al otro extremo, y se dio cuenta que había dejado la puerta abierta. Se levantó para cerrarla, pero esta empezó a hacerlo por sí misma. Detrás de ella estaba Thomas, escondido y con una sonrisa amplia y muy agradable. En sus manos sostenía un pequeño ramo de rosas rojas.
-Sorpresa, mi hermosa protagonista-, dijo él, acercándose a Alicia, y entregándole el ramo. La joven actriz abrió la boca, sorprendida y halagada.
-¡Vaya, Thomas, muchas gracias! Siéntate por favor.
Mientras ella buscaba dónde poner su ramo de rosas, él se sentó en el sillón donde ella estaba a punto de descansar. Alicia encontró la jarra de la cafetera en el suelo, llena de agua, y puso las flores ahí, mientras pudiera conseguirse un florero decente. Colocó la cafetera en el tocador, junto a los productos de belleza.
-¿Te molesta?-, dijo Thomas, mientras sacaba su celular y ponía una canción. Era extraña, le daba un aire a las canciones viejas de los años 50’s, pero con un tono más moderno. La voz era de un hombre, distorsionada con la ayuda de algún sintetizador.
-¿De quién es la canción?-, preguntó Alicia. La voz del cantante le daba escalofríos.
-Se llama Bad the John Boy, de David Lynch. Inspiradora yo creo…
Y era verdad: Thomas había retomado mucho del trabajo de Lynch, como director, para hacer su propia película de misterio.
-Quisiera usarla en los créditos finales. Sólo habría que conseguir el permiso.
Alicia asintió, mirando a Thomas mientras éste ponía su celular junto a la cafetera con las flores. La música inundó el lugar, con una cadencia lenta, pero muy poco romántica. Daba miedo.
-Te extrañé en toda la grabación. Dice Martin que salió excelente, pero lo dudo.
-Fui por tus flores y a arreglar algunos asuntos antes de continuar. Prefiero no dejar nada pendiente, querida. Quería preguntarte algo, si no veo inconveniente en hacerlo.
-Para nada, Thomas. ¿Qué pasa?
El enorme actor se levantó del sillón, y se acercó poco a poco a Alicia, quién se dejó llevar por sus enormes manos cuando la acercó a él, aunque Thomas sintió algo de resistencia de su parte.
-Recuerdas que, cuando viniste a verme para lo del casting, me dijiste que harías cualquier cosa por obtener el papel. A pesar de todo, te dejé ser la protagonista, sin más que tus referencias y tu talento. ¿Aún estás dispuesta a hacer lo que sea?
Alicia percibió dos cosas de Thomas Abernathy en ese momento: su ligero aliento alcohólico cerca de su boca, y una erección enorme entre sus pantalones.
-No… no sé a qué te refieres…
Thomas acercó su boca al oído derecho de la actriz, y le susurró dulcemente:
-Recuerda quién eres, Melinda…
La voz masculina de Thomas hizo que Alicia se sintiera excitada, y sin embargo, el tener tan cerca al actor con quién compartía el set sin ningún afán profesional le hacía sentir temerosa e incómoda. Empezó a empujar a Thomas, pero este no deseaba soltarla.
-Basta, Thomas, por favor.
-No, Melinda. Sé lo que sientes cuando estamos grabando y te llamo así. Te excita sentirte como ella. Vamos, Mel, no te resistas…
-¡Thomas, basta!
Alicia empujó más fuerte a Thomas, quién la soltó de repente, dando traspiés hacía atrás. El hombre empujó son su enorme espalda la cafetera con las flores, derramando el agua hasta la toma de corriente de la oficina. Thomas sintió el agua a través de sus mocasines de piel, pero no venía sola: la potente corriente eléctrica lo hizo saltar hacía delante, cayendo al suelo retorciéndose. Alicia soltó un grito y retrocedió, subiéndose al sillón de la estancia. La luz del techo soltó un estallido, y todo el lugar se quedó en la penumbra. La chispa del foco saltó hasta dónde estaba el biombo de papel y madera que la muchacha usaba para sus cambios de vestuario, y este se incendió al instante.
El fuego continuó hasta la alfombra y el mueble de la muchacha, y con el resplandor mortal Alicia pudo ver el cuerpo de Thomas ahí en el suelo, con las venas negras surcándole el rostro y los ojos rojos, humeantes.
-Dios, lo maté…
Reaccionó antes de que el fuego alcanzara el sofá. Saltó más allá del cadáver de Thomas Abernathy, y sin tomar nada, salió corriendo de la oficina. En el pasillo no había nadie, afortunadamente para ella, por lo que caminó despacio hacía el final, dónde la esperaba una puerta solitaria. Era la puerta de servicio, la que daba a un callejón justo detrás del edificio. Estaba medio abierta, aunque recordaba que Thomas había dicho que todo debía de estar cerrado, para guardar mejor el secreto de su trabajo.
Caminó como si nada hasta la puerta, verificando que no viniera nadie, ni desde el pasillo adjunto ni desde las escaleras. Cuando abrió la puerta del todo, entró un frío aire que le hizo cerrar los ojos. Tenía la piel congelada de repente, pero no quería estar ahí dentro para cuando encontraran el cuerpo de Thomas. Ella lo había matado, y la culparían por eso. Ahora, más que nunca, Alicia estaba en problemas.

Pasaron al menos dos horas cuando el incendio se había extendido por todo el primer piso. Los bomberos habían llegado en vano, porque el fuego no podía extinguirse tan fácil. Pero Alicia no se había quedado para ver la desgracia. Había corrido hasta llegar a otro callejón, más apartado del edificio, y se había escondido entre los contenedores de basura verdes que había en casi todas partes.
Ahí no la encontraría nadie. Tampoco le achacarían el homicidio de alguien. Tal vez el cuerpo de Thomas sería irreconocible, si es que sus dientes tampoco se hubiesen salvado al desastre. Podrían creer que ella estaba muerta, y cómo él había desaparecido, sería el perfecto homicida de su estrella principal.
Sin esperar a confirmar si esto podía darse o no, Alicia se sentó sobre el frío suelo del callejón. Estaba asustada, y debía relajarse. Sintió sus dedos en el borde de su bikini, debajo de su falda. Empezó a masturbarse, creyendo poder ver a Thomas frente a frente, como si fuera él quien la penetraba.
Tenías razón, amor, se dijo a sí misma, mientras tenía un orgasmo espectacular. Soy Melinda.
Siempre he sido Melinda.



Alorgasmia:
Parafilia sexual que lleva a una persona a pensar en otra diferente con la que está compartiendo un coito.
 
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