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miércoles, 25 de febrero de 2015

Gregomulcia: Cuento 1, Capítulo Final (+18)



1.7

¿Por qué?
Era la pregunta que se ahogaba en la garganta de Sara mientras permanecía junto a Javier, quién se desangraba a cada segundo que pasaba. Irina le apuntaba con el revólver, mirándole fijamente con una sonrisa enloquecida en su rostro.
-Tal vez te preguntes por qué lo hice. Bueno, mira, la chica de aquella noche ni siquiera es la primera. Tengo un largo historial de mis travesuras en otras ciudades, y aquí necesitaba el impulso necesario. Esa motivación me la diste tú, Sara…
La muchacha no podía creer lo que veía, y mucho menos lo que Irina estaba diciendo.
-¿Qué tratas de decir?
-Conozco tu aberrante gusto por entrar al metro y hacer que los hombres te toquen. Te he seguido en algunas ocasiones, segura de que no me ibas a ver. Eres un caso extraordinario, Sara. Eres una mujer que busca el placer entre la multitud y no lo escondes en lo más mínimo. Por eso decidí cazarte, para ver como reaccionabas.
“Con Esther sólo llamé tu atención, nada más. En realidad te quería a ti para mis planes: tenerte temerosa, acechada. Influir en tu mente con miedo y desesperación, y ver cómo tu deseo carnal se comportaba respecto a ello. ¿No es genial? Espero que en este momento te sientas lo más excitada posible. Quisieras que una mano masculina te dé el placer que necesitas. No puedes esconderlo más…”
Las palabras de Irina hicieron que Sara se sintiera culpable de sí misma, pero a la vez, deseaba con toda el alma estar rodeada de gente, hombres que en sus más lúbricos pensamientos la tuvieran a ella penetrándola por todos sus agujeros, mientras le tocaban el clítoris o le metían dos dedos en la vulva.
-No voy a permitir que me engañes de nuevo. Déjame salir con Javier de aquí, te lo suplico.
Irina soltó una fuerte carcajada que retumbó en la catedral abandonada.
-¡No te voy a permitir que supliques, por el amor de Dios! Eres una perfecta idiota, Sara. Por si no lo sabes, un ratón en un experimento psicológico no ruega al hombre que le suelte o que deje de usarlo para sus oscuros fines. Tú eres mi ratón, Sara. Si los animales ruegan que no los usemos, creo que no los entendemos, por eso lo seguimos haciendo. Tus súplicas no significan nada para mí. Te tengo donde quería, y mientras sigan creyendo que el asesino sigue suelto, podré matarte para iniciar con mis propias investigaciones.
-No le hagas caso, Sara…-, dijo Javier, con dificultad y quejándose del dolor. La mano de Irina tembló con el revólver entre sus dedos, apuntándole a ambos por turnos.
-¡Cállate, cállate! Los dos no entienden nada. No lo hago por satisfacción personal, ni por una venganza. Lo hago por el amor que le tengo a mi profesión. Voy a graduarme con honores haciendo un trabajo monumental de tu trágica vida sexual y de cómo acabó repentinamente gracias a un asesino que logró escapar. No hay pruebas que me inculpen. Nada me detendrá para hacer lo que es debido. Y ustedes dos van a morir…

Mientras Irina amenazaba a Sara y a Javier, de la puerta al costado del atrio principal salió Isaac, empuñando con fuerza una tabla de madera que había encontrado entre los desechos de la remodelación de la oficina del sacerdote. Con pasos ligeros y silenciosos se fue acercando a Irina, colocándose justo detrás de ella para que no la viera. No podía ver bien a causa de la luz de las velas, pero tampoco estaba ciego.
-Despídanse de sus vidas.
Irina no vio cómo se acercaba Isaac, pero Sara sí, aunque no dijo nada, actuando como hasta ese momento lo estaba haciendo. Isaac levantó el pedazo de madera, mientras sus dedos se ponían rojos por la fuerza que hacía para no soltar su arma improvisada. Sara cerró los ojos…
El golpe llegó. Isaac empujó a Irina hacía un costado, haciendo que el revólver se le disparara por error, sin darle a nadie. Después con el trozo de madera, le golpeó de lleno a Sara en la cabeza, haciéndola caer de costado sobre Javier, quién no pudo hacer nada para impedirlo.
-Maldito… ¿Sara…?-, dijo Javier, tratando de reanimar a la muchacha. Ella no reaccionó.
Isaac arrojó el pedazo de madera cerca de la cabeza de Sara, la cual había golpeado el suelo, con el rostro cubierto por el pelo. Irina se levantó, con el revólver apuntando al suelo.
-¿Qué se supone que haces, Isaac?
El muchacho le sonrió, tratando de aguantar las ganas de salir corriendo o de hacer una tontería más.
-Tú sabes lo que quiero, Irina. Eres la mejor amiga de Sara, y sabes muy bien que la deseo desde hace mucho. No me vas a quitar la oportunidad de tenerla.
Irina sonrió, como si reconsiderara la oferta de Isaac. Se acercó a él, y puso su mano izquierda en su bulto, tocando su pene y acariciando sus testículos por encima del short.
-Eres un hombre de verdad. Bajo esta ropa hay un macho alfa. Testosterona pura. Cualquier mujer querría estar contigo, incluso yo. Sé como miras a Sara, y sé que la deseas más que a nadie en este mundo. ¿En verdad la quieres?
Isaac asintió, notando como su miembro crecía entre los dedos de Irina, quién no dejaba de apretar.
-Voy a hacerla mía por todas partes, Irina. Luego podrás hacer lo que quieras con ella, te lo prometo.
-Eres un amor, pero no estoy interesada…
Irina levantó la mano con el revólver, y colocó el cañón bajo la garganta del muchacho. Antes de que Isaac reaccionara, disparó. Los sesos del joven saltaron por todas partes, estallando entre materia gris y sangre. El cuerpo de Isaac cayó hacia atrás, haciendo que su cabeza perforada rebotara contra el suelo, antes de derramarse.
Irina tenía el rostro lleno de sangre, gotas que le escurrían desde varias partes, haciendo de su rostro algo macabro a la luz de las velas. Ni siquiera le interesó. Se acercó cautelosa al cuerpo de Isaac, el cual yacía con la boca abierta en un ángulo irregular y con los ojos abiertos, casi blancos. Mientras le pateaba una de las piernas, para cerciorarse que estaba muerto, Sara se fue arrastrando por el suelo, con la sien sangrando y aturdida. Encontró el pedazo de madera y se aferró a él cómo pudo.
-Sara es mía, pedazo de mierda…
Irina escupió en el cuerpo de Isaac, y entonces Sara se levantó. Con un fuerte impulso de sus brazos, golpeó a Irina en una de sus piernas, haciendo que esta soltara un alarido de dolor, y cayera de espaldas después de rodar un poco. Levantó la pistola, pero Sara se le adelantó:
-¡No más, perra!
Con el pedazo de madera, golpeó la mano de Irina, haciendo que se le fracturara la muñeca y dos dedos. Soltó la pistola, entre gritos y maldiciones.
-¡Te voy a matar, maldita, juro que lo haré!
Sara veía cómo Irina se retorcía de dolor en el suelo. Soltó el pedazo de madera, el cual retumbó en el suelo y las columnas del edificio con un sonido casi hueco.
-Estás loca, amiga… Te mereces eso y más.
Sin embargo, en un instante de rabia contenida, Irina se levantó como pudo, soltando un chillido terrible, y se lanzó contra Sara. Esta trató de forcejear, aunque sabía que Irina no podía usar una mano, pero con la otra era igual de peligrosa. Irina le jaló del cabello, y la hizo darse la vuelta, para caer de espaldas contra el suelo, muy cerca del cadáver de Isaac. Irina le clavó las rodillas en el pecho, y con la mano sana, le rodeó el cuello, apretándolo con todas sus fuerzas. Sara no podía respirar, y se estaba ahogando con su garganta obstruida. Sólo podía manotear, buscando la pistola, pero sin éxito. Irina la miraba con aquellos ojos enloquecidos, furiosa.
-Ya muérete, estúpida-, decía la muchacha, soltando saliva cada vez que hablaba.
De repente, un estruendo enorme se escuchó en el lugar. El eco de un disparo. Sara pudo respirar al fin, tosiendo un poco. El cuerpo de Irina cayó sin vida justo a su lado, boca abajo. El disparo le había entrado justo en la nuca. Detrás de ella estaba Javier, de pie con las pocas fuerzas que le quedaban, y con el revólver en la mano. Después del disparo, volvió a desplomarse, esta vez cayendo de costado.
Sara se levantó rápidamente y corrió a su auxilio. Javier estaba muy pálido y débil.
-Te vas a poner bien, por favor, resiste.
Javier le sonrió, asintiendo. Ya ni siquiera le quedaban fuerzas para hablar. La tomó de la mano, y ella también se aferró de él, como si fuera su apoyo, o el oxígeno que necesitaba. Estaban juntos en eso, y él no la dejaría sola.

Cuando Sara llamó a la policía y a los paramédicos con su celular, encontraron un verdadero caos. Velas medio consumidas, un muñeco falso amarrado a una silla, un herido de gravedad que, a pesar de todo, saldría con vida, y una muchacha asustada, con un golpe en la cabeza, pero bien en lo que cabía.
En el suelo había dos cadáveres. Uno de un muchacho musculoso, y el de la presunta asesina de una alumna de la Universidad. Hasta para los peritos fue curioso encontrarlos así: él, con una mancha de semen en su short. Y ella, con la cara desencajada sobre su pene muerto.
Toda una escena.

Dentro de la ambulancia estaba Sara, sentada, junto a Javier, quién llevaba un tubo en la boca, mientras los paramédicos controlaban la hemorragia y le administraban tanto sangre como medicamentos. Ella le sonreía, con algunas lágrimas en los ojos, y él, a pesar de sentirse sedado, pudo sostener sus ojos con los de ella durante el trayecto al hospital.
En la cabina del conductor se alcanzaba a escuchar una canción, que a la pareja le parecía muy lejana: sonaba como un vals, una cadencia tan sensual que no podía adecuarse a un momento así. Era el Jazz Suite No. 2 de Dmitri Shostakovich…



Gregomulcia:
Excitación por ser manoseado por una persona desconocida en una multitud.

sábado, 21 de febrero de 2015

Gregomulcia: Cuento 1, Capítulo 6 (+18)



1.6

Javier sacó del estante un libro de fisiología. Era una de las materias más complicadas de la carrera, pero aún así disfrutaba leyendo un poco más de lo que ya sabía. Se sentó en la misma mesa de siempre, y aunque las letras del texto le decían algo, su mente divagaba en ella: Sara le había pedido ayuda. Parecía estar en serios problemas, y aún así, no confiaba en nadie más que en él. Jamás nadie se había fijado en él, y Sara al fin había llegado a su vida. Al fin, estaba en dónde él quería…
La puerta de la biblioteca se abrió de repente, y Sara entró tropezando con una de las sillas. Javier la vio a través de sus gafas, y notó que estaba pálida, pero entera. Algo le había pasado. Se levantó y se acercó hasta ella, tomándola de las manos.
-¿Sucede algo?-, dijo el muchacho, casi en un susurro. Ella asintió, aunque no podía hablar. Se tranquilizó un poco, y respiró antes de retomar la conversación.
-Me habló al celular, tiene a Irina. Se llevó a mi amiga…
Sara rompió a llorar, abrazándose al enorme cuerpo de Javier, mientras él trataba de tranquilizarla, acariciándole el cabello.
-¿Qué más te dijo?
Sara hablaba entre sollozos, pero se le entendía perfecto.
-Está en la catedral del centro, la que está en remodelación. Quiere que vaya por ella, sola.
Javier apartó a Sara de su cálido abrazo, y la miró como si fuera un bicho raro.
-No, estás loca. No voy a dejar que vayas, y menos si vas sola. Ese maldito es capaz de hacer cualquier cosa contigo. Vamos, te acompaño. Si en verdad está ahí, trataremos de rescatar a Irina y llamar a la policía. No estás sola…
Javier la agarró de la mano derecha, y sin importarle que hubiera dejado el libro sobre la mesa, salieron juntos de la biblioteca.
Si tan sólo Sara hubiese volteado hacía atrás, se hubiese dado cuenta de un detalle que no iba bien con todo aquello.

Isaac los miraba, escondido detrás de una de las estanterías. Desde la noche pasada, se había dedicado a vigilar de cerca a Sara, porque su comportamiento se había vuelto impredecible. Estaba enojada con él por alguna razón, y aunque se imaginaba el por qué, no estaba del todo seguro.
Luego, había escuchado todo lo que le decía al gigantón. La catedral en reparación, su amiga secuestrada, el asesino. Una sonrisa se dibujó en su rostro perfecto, y sintió como los músculos del cuerpo se le tensaban de la emoción. Vamos campeón, le decía su mente. Si le ayudas y salvas a su amiga del despiadado homicida, ella te hará caso, y dejará a ese idiota gigante.
Es tuya.
Asintió para sí mismo. Ya tenía sus propios planes en mente.

Javier y Sara viajaban en metro, en un vagón prácticamente sólo para ellos. Ella estaba sentada a su lado, y él ocupaba mucho más espacio que el del asiento donde se encontraba. Aún iban agarrados de la mano, pero ella estaba recostada sobre su hombro.
-A veces vengo aquí, cuando hay más gente. Y dejo que me manoseen. No te molesta, ¿o sí?
Javier le miró con el ceño fruncido, pero sonriendo. Sara era sincera con él, como nadie más en su vida.
-¿Por qué lo haces?
-Para saber que sigo viva, y que sigo existiendo para alguien.
Javier recargó levemente su cabeza en la de ella, y le dio un beso en la frente.
-Ahora me importas a mí, y quiero que estés viva. Te prometo que vamos a acabar con ese maldito antes que le haga daño a alguien más.
Ella asintió levemente, y cerró los ojos. Estaba cansada, pero necesitaba concentrarse. Lo que vendría era mucho peor.

Llegaron quince minutos después, y no caminaron demasiado, ya que la estación salía directamente en la avenida dónde se encontraba la Catedral. Era un edificio viejo, con enormes puntas de aguja en cada uno de los extremos y varias estatuas de ángeles en la entrada. Un único y pequeño vitral circular de colores apagados les daban la bienvenida desde lo alto.
En la puerta principal, se leía el cartel: “Cerrado Por Remodelación”. Pero, a pesar del mensaje, la puerta estaba levemente entornada. Dentro, la luz de algo como una llama o una linterna bailaba entre las paredes y alumbrando muy levemente el vitral.
-Entraré yo primero…
-No, no vas a ir sola. Eso es lo que quiere. Iré detrás de ti. Trata de llamar su atención y déjame bien abierta la puerta. Entraré sin que me vea.
Sara asintió, y le regaló un beso apasionado a Javier en los labios. Este le sonrió, acariciándole la mejilla suavemente. Después, ella se dio la vuelta para entrar. La puerta crujió un poco, pero se abrió limpiamente. Ella dejó bien abierto, lo suficiente para que Javier entrara agachado, sin hacer mucho ruido.

Desde el otro lado de la calle, Isaac los veía, escondido en su auto. Había llegado antes, y vio cuando los dos salían de la estación del metro, y hablaban afuera de la puerta de la catedral. Después de que Sara desapareciera en la oscuridad del viejo edificio, salió de su deportivo, sin hacer mucho ruido. Corriendo hasta la puerta lateral de la Catedral, Isaac trataba de pensar en su siguiente paso.
Suerte, campeón.

La Catedral era un hermoso recinto por dentro, adornado con hermosos frescos en el techo y estatuas de santos alrededor de altares de madera tallada. Sin embargo, le faltaba mucho: el piso estaba derruido, esperando a que le colocaran encima varias piezas d azulejo, las cuales estaba apiladas en cajas contra la pared, al igual que las bancas. Sólo había algo en el centro: varias velas, tal vez cientos de ellas, dispuestas en círculos mal hechos, rodeando una silla. Y en la silla, sentada de espaldas hacía ellos y maniatada, estaba Irina.
Estaba tan bien amarrada que no se movía. Sara trató de hablar, pero no le salían las palabras. Sus ojos se acostumbraban a la oscuridad y a la trémula luz de las velas.
-Irina… Soy yo…
El susurro de Sara parecía hacer eco en el ambiente vacío de la catedral. Su amiga, al escuchar su voz, sólo pudo hablar, sin moverse.
-Sara, no puedo moverme. No veo, me cubrió los ojos. Sara, tengo miedo…
Sin titubear, y segura de que Javier estaba cerca de ella, pero oculto entre las columnas del edificio, Sara caminó hacía su amiga. Justo antes de llegar al primer círculo de velas, aquella figura encapuchada, con la misma máscara roja inexpresiva salió de entre las sombras de una de las capillas laterales. Se colocó con paso firme frente a Sara, separado sólo de ella por tres o cuatro metros. Sara se detuvo de repente, sintiendo cómo casi se resbalaba con el polvo que había en el suelo.
-Bienvenida a la noche final, Sara-, dijo el asesino con aquella fría voz metálica. Levantando una mano enguantada, el asesino le puso directo a Sara el cañón de un revólver en el pecho. Ella ni siquiera pudo reaccionar rápido.
-¡NO!-, gritó Javier de repente, saliendo de entre las sombras e interponiéndose entre el asesino y su víctima. El disparo retumbó entre las paredes viejas y húmedas de la catedral.
Javier cayó de espaldas, agarrándose directamente en el pecho, del cual ya salía la sangre a borbotones. Sus dedos, aunque grandes y gruesos, no podían impedir la hemorragia. Sara se arrodilló ante él, empujando con sus dos manos la herida, pero tampoco podía hacer nada. Javier estaba pálido, y a pesar de eso, le sonrió, entre quejidos de dolor.
-Te dije que no vinieras sola…
Sara no sabía qué decir. Miró a los ojos a Javier, y luego al asesino, con lágrimas en los ojos.
-¿Qué quieres de mí?-, dijo Sara con rabia y un nudo en la garganta.
-Vamos, Sara. Sabes lo que quiero de ti, ¿o acaso no eres inteligente?
No podía creerlo. Ni siquiera cuando el asesino se desprendió de la capucha y de la máscara, arrojándola hacía donde ella estaba. Sara estaba estupefacta, y a la vez, temerosa.
No puede ser.

Levantando de nuevo la mano con el revólver a punto de disparar, Irina le sonreía entre la luz de las velas.
 
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