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sábado, 28 de febrero de 2015

Sadomasoquismo: Cuento 4, Capítulo Final (+18)



4.7

-Ríndete Elizabeth, no podrás con todos. Estás esperando el momento, pero es inútil. Te concentras más en tus pensamientos que en tu cuerpo-, dijo Vlad, soltando la horrible cabeza cercenada, la cual dio varias vueltas antes de detenerse en la pared.
Elizabeth se vio rodeada de criaturas sedientas, manchadas de sangre y desnudas, esperando saltar sobre ella para despedazarla. Tenía que ser rápida, y más fuerte.
Ya lo eres…
Uno de los vampiros se lanzó hacía ella, pero Elizabeth fue rápida: se agachó antes de que los brazos de la criatura le tomaran por sorpresa, y con su mano derecha golpeó el costado del vampiro, el cual soltó un chillido. Fue a parar hasta la pared, dónde chocó con la cabeza, partiéndose el cuello con un potente chasquido de huesos.
-¡Puta!-, gritó una de las vampiresas, corriendo a la misma velocidad que su compañero caído. Sus pechos rebotaban con cada paso que daba, pero Elizabeth no lo notó siquiera. Trató de correr, pero dos de los esbirros de Vlad la tomaron de las piernas, haciéndole caer de bruces. La vampiresa furiosa arremetió contra Elizabeth, pero esta fue más astuta. Con una sola mano, cortó el aire y alcanzó a darle a la vampiresa en el vientre.
El cuerpo de la mujer demonio se partió a la mitad, casi exactamente por encima del ombligo, y cayó entre los demás vampiros que esperaban su turno para deshacerse de Elizabeth. La mujer logró quitarse a uno de los vampiros con una patada, y el otro parecía un molesto chicle en el zapato, que se aferraba con uñas y dientes. Con la pierna liberada, Elizabeth aplastó la cabeza de la criatura, la cual explotó y derramó su contenido podrido por todas partes.
El vampiro que se había quitado de la pierna arremetió contra ella, haciéndola caer de bruces y colgándose de su espalda como un animal salvaje. Elizabeth se dio la vuelta lo más rápido que pudo, y apretó fuerte el cuello de su atacante. Este no podía liberarse, y parecía una especie de gato queriendo escapar de la mano humana que lo maltrataba. Elizabeth se burló de él con una sonrisa de satisfacción, y le lanzó hasta una de las ventanas, la cual se quebró. La criatura cayó hasta uno de los callejones, aunque nadie pudo ver si había muerto o no.
-¿Qué esperan, miserables ratas? ¡Acaben con ella!-, gritó Vlad, apartándose de la escena de la pelea, para ver desde lejos lo que sus criaturas podían hacer.
Los vampiros no esperaron más, y se lanzaron como una jauría de perros contra una liebre casi indefensa. Elizabeth corrió hasta el centro de la oficina, donde se levantaban las estacas con cuerpos atravesados. Tomó una desde la base y la arrancó del piso de la oficina. Quitó de una patada el cuerpo, sacándolo como si fuera un pedazo de carne de una brocheta, y tomó la enorme estaca como arma. Las criaturas ni siquiera bajaron la guardia, y se lanzaron con todo lo que tenían.
Dos de ellos fueron lanzados contra las paredes y uno más también cayó a través de una ventana. Una vampiresa furiosa, con el cabello rubio lleno de sangre pegajosa se quedó clavada en la estaca, atravesada exactamente entre los dos pechos. Otro de los vampiros soltó un chillido, pero fue embestido por la estaca y el cadáver que colgaba precariamente de ella. Ambos chocaron contra una mesa abandonada en el extremo del recinto.
Solo quedaban tres vampiros y una vampiresa. Los cuatro le rodeaban desde distintas direcciones, pero si no los podía ver, Elizabeth alcanzaba a escucharlos, a través de su respiración o sus pasos sobre el suelo lleno de sangre.
El primer vampiro se lanzó contra ella, pero Elizabeth blandió la estaca como si fuera una espada, y la clavó directo en la pelvis del monstruo, el cual seguía retorciéndose. Otro vampiro hizo lo mismo, sólo que este quedó clavado en el hombro derecho. La vampiresa sufrió el mismo destino, sólo que esta fue atravesada bajo el vientre, quedando parte de su aparato reproductor fuera del cuerpo.
-No lograrás escapar de mí, zorra idiota-, dijo el último vampiro de pie, quién se lanzó para atacar a Elizabeth frente a frente. La mujer se dio cuenta que su estaca no podría con otro cuerpo, así que la arrojó al suelo y esperó la embestida de su atacante. Sintió el golpe en sus hombros y sus pies se arrastraron unos cuantos metros por el impulso del impacto. La criatura acercó su hocico de dientes afilados hasta su cabeza, pero Elizabeth buscó el punto más vulnerable. Tomó con ambas manos el cuello del vampiro y lo apretó sin compasión, mientras la criatura se retorcía. De un solo mordisco, la mujer le arrancó un gran pedazo del cuello, dejando que su cabeza cayera por sí sola hasta sus pies. Arrojó el cuerpo hasta uno de los extremos de la oficina, y luego caminó hasta donde estaba la estaca con los tres vampiros clavados.
La mujer había muerto, pero los otros dos seguían con vida. Elizabeth puso la estaca verticalmente, mirando a Vlad frente a frente, como desafiando su presencia y autoridad.
-No voy a dejar que lo hagas…
-¿El qué?
La pregunta desafiante se Vlad hizo que Elizabeth tomara de uno de los tobillos del cuerpo muerto de la vampiresa, y lo extrajera de la estaca, desparramando su contenido.
-Sé que deseas aparearte conmigo. No voy a dejar que condenes a las personas a un destino peor que la muerte.
Elizabeth tomó con cuidado el cabello del vampiro que estaba clavado del hombro, y se la arrancó de tajo, dejando su cuerpo temblar con los últimos estertores de la muerte. El otro vampiro soltó un chillido de miedo.
-No lo hago por los humanos, Elizabeth. Estamos desapareciendo. Los vampiros que mataste eran unos cuantos que apenas sobreviven en todo el mundo. Son débiles, y cuando ingieren sangre enferma pueden morir. Nosotros dos no: hemos vivido más que ellos, y estamos mejor adaptados. Tienes que aceptarlo.
Elizabeth parecía no escuchar a Vlad. Metió la punta de su bota en la boca del vampiro que quedaba vivo en la estaca, y de un solo empujón le arrancó todo lo que había arriba de la mandíbula, dejando su lengua colgando de media dentadura. Dejó caer la estaca, sin más remordimiento.
-Ya no quedan más. Faltarías tú, por supuesto.
Vlad le miró desde el otro extremo de la oficina. Podía ver sus ojos llenos de furia, y su mente: estaba dispuesta a matarlo a cualquier costo. Su instinto le hubiese indicado que huyera, pero no iba a doblegarse ante una mujer.
-Te gustaba, no puedes negarlo. Te gustaba estar conmigo, sentirte bien y disfrutar de nuestros excesos. Ahora ven, y vuelve a disfrutar como antes.

Las palabras le llegaban como de otra dimensión. El mundo de Elizabeth empezó a distorsionarse. La voz de Vlad era encantadora, y no había duda de que la estaba orillando a sentirse excitada. Sin pensarlo dos veces, la mujer empezó a desprenderse de la ropa, hasta que quedó desnuda. Soltaba pequeños gemidos de placer, y no podía siquiera moverse.
Vlad se colocó al instante detrás de ella, y pasó sus dedos por su espalda, acariciándola a todo lo largo y ancho. Ella no podía impedirlo. Estaba atada a su poder, y se dejaría llevar hasta las últimas consecuencias.
-Eres mía, siempre lo fuiste, para esto te hice lo que eres. Que belleza…
El placer que sentía Vlad por Elizabeth en ese momento le hizo sentir una erección potente. Ese único momento fue clave para que Elizabeth volviera a tomar el control. Sabía lo que iba a pasar a continuación: el vampyr macho le daría una mordida a su hembra en la columna vertebral, inyectado una hormona especial que la dejaría a merced de él, para que no le atacara mientras copulaban. Sintió el aliento cálido de Vlad en su cuello, cerca de la base del cuello, pero fue rápida. No tenía que dudar, o no resultaría.

Vlad se detuvo repentinamente, sintiendo que su cuerpo no le reaccionaba. Una fuerza más allá de sus instintos le detenía. Con una mano, Elizabeth podía controlarlo, pero sin tocarlo. Su poder había vuelto, esta vez, potenciado por el propio poder mental de él.
-Suéltame…-, dijo Vlad, antes de que su boca se trabara. Ella se dio la vuelta, y le miró de frente, sin soltar el “puente” de poder entre ella y su quijada.
-Podría matarte en este instante. Arrancarte la lengua y luego sacarte el cerebro, y sin tocarte siquiera. Dame una buena razón para no hacerlo.
Vlad sintió la fuerza mental de Elizabeth en su cuello, la cual le apretaba sin hacerle mucho daño. Le quería vivo.
-Quieres tenerme. No puedes vivir sin mí, y mi fuerza. Me amas
Elizabeth se acercó, sin dejar de apretar. Le miró directamente a los ojos, y le acarició una mejilla. Él ni siquiera sonrió.
-No te amo, Vlad. Y ya me cansé de que me llames Elizabeth. Soy Erzsébet Báthory, y no por nada me decían la Condesa Sangrienta.
Vlad sintió miedo de verdad esta vez. Erzsébet empleó su fuerza con ambas manos, y pudo sentir el interior del vampyr. Vlad se retorcía de dolor, y su cuerpo parecía expandirse, como si cuatro caballos invisibles le jalaran en todas direcciones. Con un último estallido de fuerza, Erzsébet destrozó a Vlad, haciendo que su vientre explotara y sus miembros saltaran por los aires. La cabeza, con aquel rictus de dolor inexpresivo, salió rodando hacía sus pies.
Con el rostro manchado de sangre, Erzsébet ni siquiera vio el desastre que había causado. Tomó su ropa, y se vistió de nuevo, entre el silencio más solemne que escucharía aquel día.

Salió por las escaleras de servicio, pero al llegar hasta el primer piso, algo le impidió continuar. Toda la estancia estaba cubierta en llamas. Al parecer, todo el piso había sufrido un incendio, y las pocas personas que aún quedaban dentro trataban de salir corriendo por la puerta de servicio. Uno de ellos, incluso, llevaba entre sus manos una enorme cabeza de extraterrestre falsa.
Erzsébet los siguió, sin llamar demasiado la atención. Cuando estuvo a salvo en el frío callejón a un lado del edificio, salió corriendo hacía el otro lado, para rodear el recinto y salir por el otro lado de la avenida, camuflándose con la gente que ya había llegado hasta ahí para ver el desastre. Tal vez el edificio colapsaría, y si no, pronto encontrarían una verdadera masacre en el tercer piso. Las llamas lamían cada vez más alto el edificio, haciendo reventar las ventanas y emanando un calor infernal incomparable.
Erzsébet tenía que salir de ahí. Justo del otro lado de la calle, en la esquina, salió una chica, bonita y con un vestido muy elegante, confundida por lo que estaba pasando, o tal vez ebria. Se acercó a ella lentamente, sin disimular que tenía sangre en la cara.
-Disculpa, ¿podrías ayudarme? Estaba en el edificio y creo que me acabo de herir en la cabeza-, dijo Erzsébet, con un tono muy falso, pero creíble. La chica le miró un poco asustada, pero se acercó para revisarle la cara y la cabeza.
-Dios, que horrible. Vamos al hospital, iba para allá, me duele una de mis piernas. También escapé de ese lugar-, dijo la chica desconocida. Erzsébet notó un tono de mentira en su voz, pero no dijo nada.
-¿Cómo te llamas?-, preguntó la desconocida.
- Erzsébet, vengo de Hungría.
La muchacha le ofreció la mano.
-Alicia. Vivo aquí en la ciudad. Vamos, tenemos que encontrar un taxi.

Encontraron uno aparcado en la esquina, a dos cuadras antes de llegar a Central Park. El conductor era un joven rastafari, de rastas y barba rala, que iba escuchando música hippie. Sin pensarlo más, Erzsébet y Alicia se subieron.
-¿A dónde van?-, dijo el conductor, sin siquiera mirarles en el espejo retrovisor.
-Al hospital más cercano por favor.
El muchacho asintió, manejando derecho por la calle atestada de autos. Avanzaba algunos metros, pero volvía a detenerse. La música cambió a una tonada más lenta. White Rabbit, de Jefferson Airplane.
Erzsébet sintió su boca seca, y escuchaba atenta lo que pasaba a su alrededor. Puso atención en la música, y en un incesante retumbar que llegaba de algún lugar cerca de ella. Miró a su izquierda, y le llegó, junto con ese sonido implacable, el dulce aroma de la sangre. Alicia estaba nerviosa, lo podía oler y escuchar, porque su sangre le llamaba.
-Perdóname-, dijo Erzsébet, sintiéndose cada vez más ansiosa.
La muchacha le miró, extrañada.
-No entiendo, ¿por qué habría de perdonarte…?
Erzsébet se relamió los labios, esperando el momento justo.
-Porque tengo mucha hambre.

Nadie escuchó los gritos al interior del auto. Y el tráfico no avanzaba.



Sadomasoquismo:

Conducta sexual que implica dolor físico y juegos de dominación.

martes, 24 de febrero de 2015

Sadomasoquismo: Cuento 4, Capítulo 6 (+18)



4.6
                
Durante mi viaje de regreso a casa, me di cuenta que Vlad y yo éramos cómo arañas. Nuestra especie estaba destinada a hacerse daño o a colaborar para conquistar el mundo donde vivíamos. La hembra era más fuerte, aunque no precisamente sabía eso, y el macho era insignificante, aunque inteligente y astuto. Había dos opciones: una, el macho lograba atraer a la hembra, y fecundarla, escapando para morir en otra parte después de la cópula. O la hembra, en sus ansias de ponerle fin a todo, lo mata en el momento cumbre del sexo.
Para mí, no había salida: si dejaba que Vlad se fuera con la recompensa que buscaba, estaba condenando a la raza humana con mi progenie, engendrando monstruos insaciables de sangre, o incluso de carne también. Si lograba ponerle fin a sus planes, sería la única de mi especie, poniendo sobre mí la atención de más vampiros, con quienes no siempre he congeniado bien. Al final de cuentas, mi existencia, por más que durara, se condenaría, estuviera yo viva o muerta.
Cómo arañas. Insignificantes para todo el mundo, pero sin lugar a dudas, atados a nuestro destino natural.

Cuento con un arma específica. Así como Vlad es ágil y puede leer la mente, yo puedo ser más fuerte, y en su caso, tengo telequinesia. Ni siquiera la uso: no me parece algo justo si puedo cazar con mis propias manos y hacer varias cosas con la velocidad que poseo. Intenté mover una de las sillas de mi departamento, pero no lo he logrado del todo. El maldito mueble se la pasó temblando como si fuera una lavadora sin suficiente apoyo, y me cansé. Jamás me había cansado como tal. Tal vez la mente es la única que no cambia cuando a uno lo transforman en un ser inmortal. El cuerpo permanece, pero el alma y la razón van cambiando, envejeciendo.
Por otro lado menos favorable, Vlad tiene un encanto natural, al igual que yo y todos los vampiros del mundo. Sirve para confundir a la víctima, a través de las feromonas: las atrae, las convence de que somos buenos, que somos perfectos y alcanzables. Y entre nosotros suele funcionar, en especial en los vampyr en caso de que se desee la procreación. Es mi caso: estaba cayendo en las infames redes del encanto vampírico de Vlad, suprimiendo mi propia habilidad para que él no pudiera leer mi mente. No es correcto que lo diga así, pero por todos los cielos, estoy enamorada.
Enamorada de él, del hombre al que se supone debería destruir.

Ya es de noche, y estoy lista. No tengo nada que ofrecer en este mundo. Todos mis tesoros y riquezas están bien escondidos, y soy la única que sabe dónde. Mis diarios no tienen nada escrito acerca de ello, y los más viejos están escondidos con todo lo demás. Este es lo único que preservo. Y si alguien lo encuentra, prefiero que crea que lo que dice es más que la fantasía de una mujer solitaria, buscando una oportunidad de publicar algo bueno. Los vampiros están de moda, y no los culpo.
Te veré en el infierno algún día, Vlad Tepes. Pase lo que pase, terminarás muerto, hijo de puta.

(Aquí termina el diario de Erzsébet Báthory. Lo que sigue es un relato armado de todos los rumores que se fueron dando acerca del asunto, así como varias pruebas que se tienen, como vídeos y testigos presenciales. Sírvase, pues, de eliminar este testimonio después de su lectura, y de disponer de todo el material restante en el archivo confidencial.)

Elizabeth Basare salió de su departamento alrededor de las 10 p.m. Se dirigió al edificio donde había estado tantas veces antes, disfrutando del placer que Vlad le proporcionaba. Llegando a la puerta principal, un guardia de seguridad humano le restringió la entrada, ya que la planta baja estaba siendo utilizada en su totalidad y tenían prohibido el acceso las personas no autorizadas.
Sin embargo, eso no la detuvo. Buscó acceso por otra parte, una puerta trasera que no tenía algún tipo de vigilancia, ya que esa parte del edificio no estaba siendo ocupada. Al entrar, buscó las escaleras de servicio, las cuales estaban despejadas, y se dirigió al tercer piso, entrando después a la oficina que Vlad y sus esbirros ocupaban desde hace ya varios días después de su regreso.
Ahí estaban los vampiros de todos los sexos, disfrutando de un bacanal de fornicación y sangre sin límites. Vlad se había dispuesto a empalar a varios humanos en el centro de la oficina, con sus cuerpos atravesados a la perfección justo desde el ano hasta salir por la boca. Los que no estaban disfrutando de las perversiones sexuales más aberrantes, lamían del suelo la sangre, y la sacaban directamente de los cuerpos muertos.
-¿Dónde está tu amo?-, le dijo Elizabeth a un vampiro cuando entró a la oficina, tomándolo del cuello con una sola mano, levantándolo varios centímetros del suelo. Este se echó a reír, atragantándose con la sangre en su boca.
-No te lo diré, perra asquerosa…
La mujer se enfureció, y apretando fuertemente la mano, destrozó el cuello del vampiro, haciendo que su cuerpo cayera entre estertores, y la cabeza diera varias vueltas hasta un grupo de concubinas que se masturbaban por turnos con un enorme falo de plástico.
-¡TODOS FUERA!-, bramó Elizabeth con voz potente, retumbando en las paredes de la oficina.
Nadie se movió ni dijo nada, mirándola fijamente, entre asustados y fascinados. Desde el fondo de la oficina llegó el sonido inconfundible de pasos de pies desnudos, pegajosos por la sangre regada en el suelo. Vlad salió de detrás de las estacas, completamente desnudo y con una cabeza humana colgando de los dedos de su mano derecha, agarrada firmemente de los cabellos. Los ojos rojos del vampyr brillaban de furia.
-Veo que has venido a acabar con todo esto. Muy bien, te voy a dar gusto antes de tener que matarte. Voy a obligarte, a convencerte de que es la única salida a nuestra situación, Elizabeth.
La mujer se quedó muy quieta, mirándole a los ojos, sin inmutarse. Trataba de mantenerse lejos de su influjo, de su poder mental y de su encanto. No lograría convencerla ni derrotarla.
-No puedes hacerme esto, maldito. Suficiente tengo con vivir para siempre. Acabemos con esto de una vez.
Vlad rió con rostro burlón. Sus labios llenos de sangre dibujaron una macabra sonrisa en su rostro muerto, pero más vivo que nunca.
-Muy bien. Mátenla-, dijo el vampiro, señalando a su víctima con la cabeza cercenada en su mano, como Perseo con la cabeza de Medusa.

viernes, 20 de febrero de 2015

Sadomasoquismo: Cuento 4, Capítulo 5 (+18)



4.5

Ya ni siquiera escribo el día que es. Los he dejado pasar de largo, y a pesar de todo, sigo aquí, esperando como él me dijo. Siento que el ansia de comer me atrapa. No he probado nada desde hace varios días. Y Vlad ni siquiera ha aparecido, no lo veo en la televisión, ni siquiera mencionado entre los rumores de vampiros que me dan noticias de sus movimientos. Nada.
Tengo que admitir que, antes que amor, esto se ha convertido en una obsesión para mí. Vlad no me atrae, a pesar de que la naturaleza de nuestras propias fuerzas diabólicas nos indique que estamos hechos para eso. Para amarnos, o para matarnos. Ya había dicho que no soy buena con los pensamientos de Vlad: él es quién lee la mente, una técnica natural muy buena para saber lo que una hembra de la manada quiere. Así saben si nosotras los amamos, o los odiamos.
Y sin embargo, soy buena ocultando mis propios pensamientos. Mientras su poder se incrementa, siento cómo sí una pared de concreto me aplastara por dentro. Cuando nos vemos y desbordamos placer, cuando nuestros más salvajes actos de depravación y morbo se hacen presentes, es cuando estas barreras se acaban. El placer detiene su poder, y me mantiene al margen de seguir ocultando todo lo que estoy planeando.
Está amaneciendo, y quiero descansar. Esta noche empezaré con lo que debí haber terminado hace tiempo.

Se cree que los vampyr no sentimos nada. Ni el frío ni el calor, ni siquiera el dolor. Esta noche ha sido una de las peores. El clima se ha vuelto tan enfermizo en la ciudad, que los humanos también han empezado a notarlo. No es algo natural, y siento que algo malo se avecina.
Cuando cayó la noche, y todos estaban más preocupados en llegar pronto a sus casas o buscar el cobijo de un teatro o un antro de mala muerte, me dediqué a buscar a uno de mis contactos. Su nombre es Samael, un vampiro que ha dado todo lo que tiene en su poder para ayudarme, desde contactar a Vlad en un principio, hasta vigilarlo, y contarme de sus aventuras.
Encontré al desgraciado de Samael bajo uno de los puentes de Central Park, bebiendo lo que quedaba de una pobre niña huérfana que había secuestrado de uno de los edificios de asistencia en el centro de la ciudad. El cuerpo de su víctima no era más que carne y piel, sin algún rastro de vida o de color. Ni siquiera llevaba ropa. El muy cerdo se deleitaba, lamiéndose lo que quedaba de sangre en sus dedos, y con la otra mano tocando el sexo de aquella pobre alma desgraciada.
-Eres un enfermo.
Hice que escuchara mi voz, costara lo que costara. Ni siquiera se inmutó: me observó con ojos de deleite, y una sonrisa perversa de dientes blancos y labios manchados de sangre.
-Miren quién ha venido a la fiesta. Lo siento preciosa, pero se acabaron los bocadillos.
Me acerqué con cuidado. A pesar de ser un vampiro común, después de una suculenta cena es preferible no molestarlos, como cualquier otro animal que monta guardia ante su presa abatida.
-No tengo hambre-; era mentira: mi nariz podía oler el interior de su boca, aún llena de sangre alrededor de la lengua y las encías. –Vengo a preguntarte algo.
-Elizabeth: no sé nada de tu querido Vlad. El hombre es una persona importante, en el mundo de los humanos y en el nuestro. Es cómo tratar de acosar a Obama, o algo por el estilo. Simplemente no se puede.
-Pero no se ha largado de la ciudad.
-Si te refieres a Nueva York: sí, se mueve constantemente, pero lo hace como cualquier mortal. Prefiere levantar sospechas por eso y no por lo que realmente es. Y si sabes lo que te conviene, no lo buscarás de nuevo. No está de humor para recibir a nadie, créeme…
Eso realmente me enfureció. Samael sintió de repente el enojo que emanaba de mí, y ni siquiera fue tan rápido. Soltó el cadáver de la niña, la cual dio unos rebotes antes de dar en una coladera debajo del puente, y sintió de repente mi mano alrededor de su cuello, mientras le estampaba contra los ladrillos de la pared curva.
-Ya no sé lo que me conviene, pero no te metas en lo que no te importa. Los planes que tengo para con Vlad son sólo míos, de nadie más. ¿Qué sabes de él? ¿Qué es lo que planea?
-Yo qué sé…
Le apreté aún más el cuello, e incluso le mostré los dientes. Para Samael, era una persona con la cual no debía meterse, y mucho menos mentir.
-¡Te diré! Vlad no escogería una ciudad tan grande como esta si no tuviera un plan. Él y tú son los últimos vampyr puros en el mundo, y él lo sabe. Sabía que lo buscarías en algún lugar muy específico de este mundo. Ya no cree en mitos y leyendas como antes, y prefiere apegarse a la realidad…
-Al grano.
Estaba impaciente, era mi naturaleza humana la que me hacía sentir tan débil y desesperada.
-Te quiere para perpetuar su especie. Se siente impotente por no poder poseerte como él quisiera, eres más fuerte de lo que esperaba. Y sin embargo, mírate: te ha domado-, dijo Samael, riéndose como un poseso. Era obvio que lo divertía. Le sonreí, justo antes de clavarle los dientes en la garganta. Lo hice con tal fuerza que, antes de que gritara, le arranqué la cabeza de su sitio, y la arrojé al suelo, junto al cadáver de aquella niña. La sangre de su víctima salía a chorros de su esófago, pero no tenía intención de alimentarme de algo así.
Dejé el cuerpo bajo el puente. La policía encontrará mañana algo aterrador, si no es que alguien lo hace primero. Regresé a casa caminando lo más rápido que podía sin llamar la atención. Tenía rabia, por saber los planes de Vlad, pero también curiosidad y miedo: no podía enfrentar esto. No sólo porque ahora sabía que era la última de mi género en el mundo, sino porque era él quién me buscaba para perpetuar una especie que estaba condenada a ser la escoria de la vida. Y eso se interponía con el deseo de acabar con él, con el hombre que, sin pedirlo yo, me había dado la vida eterna.
Tengo que pensar bien mi siguiente paso, o acabaré hundida en mi más profundo infierno por el resto de la eternidad.

lunes, 16 de febrero de 2015

Sadomasoquismo: Cuento 4, Capítulo 4 (+18)



4.4
      
16 de Febrero.

No sé cuantas veces más regresé. Sin embargo, la fuerza de Vlad me había atraído, como un cometa al centro de un enorme planeta gaseoso. El sentido que le estaba imprimiendo a su carácter y su fina forma de tratarme me hizo sentir completamente atada a él. Y no sólo eso: me estaba mostrando cosas que ni siquiera otra persona podía permitirse ni siquiera imaginar.
No sólo era el sexo: creo que ni a él ni a mí nos satisfacía eso. Sin embargo, el jugueteo previo era una cosa sin igual. Me había permitido sobrepasarme, aunque él sabía que, sin alimento, una hembra podía ser peligrosa. Y no había comido en varios días para así disfrutarlo al máximo. Nos golpeábamos a la menos provocación, con besos que hacían que nuestros labios se destrozaran y los dientes contribuían a lacerar la piel con besos extremadamente apasionados.
Había juguetes y varias cosas que podíamos usar para hacer de las noches algo extraordinario. Mi favorito: un cinturón “strap-on”, el cual es una especie de arnés que se coloca alrededor de la cintura, y el cual tiene un consolador, con uno de los extremos en el interior para estimular la vagina. Veía disfrutar al maldito pervertido cuando me lo ponía, y por más que quisiéramos, el dolor no nos afectaba. Lo penetraba sin cesar, sin más cuidado que el de sentirme poderosa. Le tomaba del cabello y lo embestía. En varias ocasiones mi cuerpo reaccionó, soltando un chorro de líquido a través de la vulva. Eyaculaciones femeninas, creo.
El favorito de él: las bolas chinas. Era una especie de tira de bolas de plástico unidas por un cordón, con una argolla en uno de los extremos. Vlad las metía en mi ano (al parecer, su lugar preferido para hacerme sentir placer, aunque lo detestaba), una a una, dejando la argolla por fuera. En cuanto sentía que ya no podía más, y estimulando mi clítoris con sus dedos, sacaba una a una las bolas, dando un fuerte y firme tirón. Cada vez que una salía, me hacía gemir. Otra vez, eyaculación femenina.

Anoche fue distinto. No por el sexo, sino por la comida. Incluimos en el menú a una estúpida muchacha que vagaba por la calle. Al parecer, había cortado con su novio, y necesitaba consuelo. Vlad ni siquiera se dignaba a bajar por las víctimas: siempre usaba a alguien para conseguir su alimento. Y como no tenía sirvientes, esta vez lo hice yo. La muchacha estaba tan desangrada que ni siquiera se daba cuenta de lo que hacíamos, mientras nos bebíamos su sangre y la escupíamos sobre nuestros cuerpos, usándola como lubricante.
Cuando nos aseguramos de que la chica había muerto, Vlad decidió que había sido suficiente, sólo que no tenía intenciones de dejarme ir.
-Quiero contarte algo. Ponte cómoda.
Me recosté sobre el pecho de la muchacha, el cual se había puesto rígido y frío. Sin embargo, disfrutaba tanto de su piel, tan suave a pesar de la muerte, que no quería moverme de ahí.
-¿Es un cuento? ¿O es otra de tus absurdas mentiras?
Vlad guiñó el ojo, mientras se sentaba en una de las sillas de la oficina, cruzando la pierna como todo un ejecutivo.
-Es una leyenda. Se dice que Cupido, el dios romano del amor, poseía consigo dos tipos de flechas: una de bronce y oro, para aquellos que estaban destinados a encontrar el amor verdadero, y las de plomo, para destruir relaciones y hacer miserables a los hombres. El amor debe ser recíproco para todos, sin importar cómo llegue a cada quién. Se decía que, a pesar de todo, se podía convencer a Cupido para que eligiera a favor de una persona, si esta sabía la combinación perfecta.
“Había una especie de ritual. Se cumplían cuatro pruebas diferentes para atraer la atención de Cupido: matar a una mujer virgen, cometer incesto, ser adicto al sexo, y beber sangre. Aquellas cosas enfurecen al dios, quién desea por sobre todas las cosas la paz y la vida. Una vez hecho esto, se le somete pronunciando cuatro palabras.”
-¿Y cuáles son?-, le pregunté, ansiosa por saber cómo acabaría todo aquello.
-Sophista, Amphitalés, Magus y Tyrannus.
Me quedé estupefacta. Sabía mucho de latín y griego, pero no podía entender qué tenían que ver las palabras con la leyenda. Vlad pareció notar mi confusión.
-El amor es recíproco, y también tiene cualidades: es un mentiroso, es un joven en la plenitud de su vida sexual, es un mago, y es tirano también. A todos les llega, y a todos les hace daño de la misma manera, ni más, ni menos. Sin embargo, el ritual podía darle el poder a quién lo invocaba de dirigir por buen o mal camino su vida amorosa o de otra persona. Beber sangre es lo nuestro, Elizabeth. Estamos condenados a ello, y sin embargo, no podemos invocar a Cupido para pedir favores. ¿No es eso una verdadera lástima? El tiempo nos es otorgado como una maldición eterna, y aunque el amor puede viajar a través de él y de otros universos, poniendo en orden o en desorden lo que desee, nosotros no estamos atados a sus reglas. Me he convertido en el Tyrannus, querida mía, y no hay placer más valioso que este…
Vlad se levantó de la silla, serio, sin decir nada más, y se dio la vuelta, dándome la espalda, mirando hacía la ventana. La ciudad seguía su curso allá afuera, y nosotros parecíamos habernos detenido en el tiempo, más de lo que ya habíamos estado detenidos desde que nos convertimos en lo que somos. Por un instante, pretendí entender lo que estaba pensando, lo mucho que le dolía ser así.
-Lárgate. No vengas hasta que yo te llame.
Me levanté, y empecé a vestirme. Él no se había movido de su lugar, y no esperaba que se diera la vuelta para verme. Recordé la primera vez que lo vi ahí, mientras se disponía a devorar la cena. Pero ahora, todo era más lúgubre: alcancé a distinguir, entre un susurro, la última palabra que, pienso, escucharé de él.

-Tyrannus…

jueves, 12 de febrero de 2015

Sadomasoquismo: Cuento 4, Capítulo 3 (+18)



4.3

6 de Febrero:

Es de día y no he podido dormir. Hablar con Vlad después de tanto tiempo me dejó ensimismada. Era como reencontrarse con aquellos miedos que tenía desde niña, y que sirvieron para satisfacer mis más bajas necesidades una vez me convertí en condesa. Todo lo que hice me está llevando a la desesperación, y es imposible aplacar este miedo con la muerte. Él tendría que hacerlo conmigo, y no permitiré que suceda.
Tendré que buscar algo de comer, lo que sea y que no levante sospechas. No sé qué pasará esta noche, y necesito fuerzas para afrontarlo y plantarle cara a ese aberrante monstruo.

7 de Febrero, por la madrugada:

Tengo que aceptar que pensé que Vlad era un monstruo. Pero lo que es no se compara en nada a algo tan sobrenatural como su propia existencia.
Conseguí que una muchacha drogadicta se me acercara, y tuve que matarla debajo de un puente antes de que anocheciera. Fui lo más rápida posible, y ahogué sus gritos con mi mano. No sé si me pasé de fuerza, pero en verdad estaba hambrienta. Su sangre era una delicia, a pesar de estar tan intoxicada. Eso no me preocupaba: si me hacía efecto la droga, mejor para mí.

Caminé durante una hora hasta el edificio de Vlad. Esta vez, no me recibió el portero de aquella ocasión. El vestíbulo se veía muy silencioso y oscuro, pero desde el tercer piso me llegó la música, una tonada clásica a cuatro cuerdas, que no supe identificar.
Subí lo más rápido que mis piernas me permitían, porque había empezado a temblar de la cabeza a los pies. No me ponía nerviosa a menudo, pero esta vez parecía que mi mundo entero se desmoronaría. No estaba preparada para enfrentarme a Vlad, y era porque lo sabía de antemano: uno de los poderes especiales de un vampyr puro es el de leer la mente de otra persona. Si Vlad ya había leído mis intenciones, no estaba segura. Pero yo sí había visto los planes que él me tenía reservados.
Me miré en una de las ventanas en el pasillo. No me había dado cuenta que mi boca estaba llena de sangre coagulada. Mi hambre había sido tan voraz que no había tenido los modales para limpiarme. Así me quedé, y entré decidida a la oficina 2…
El recinto estaba suavemente iluminado, dándole a aquel sitio un aire de bodega y salón de baile. Ya no había vampiros vulgares tirados por el suelo, ni víctimas dando vueltas ofreciendo sus cuerpos. Sólo estaba él, vestido de nuevo elegantemente, de pie, con los brazos cruzados y su sonrisa, seductora pero terrible.
-Sabía que vendrías, Elizabeth.
-Lo sabías desde antes, Vlad. Ahora, terminemos con esto antes de que me arrepienta…
Traté de no cerrar los ojos. De repente, Vlad ya no estaba ahí. Había sido más rápido que yo, y se encontraba detrás de mí en menos de un segundo. Me di la vuelta y le tomé del cuello, pero él fue rápido y más fuerte. A pesar de que mi mano se aferraba fuertemente alrededor de su tráquea, Vlad me golpeó con su antebrazo en el vientre, y salí despedida hacía el suelo, arrastrándome varios metros.
No tardé en incorporarme, aunque Vlad ya había dado un salto, y cayó encima de mí, dejándome boca arriba en el suelo, con sus manos sobre mis senos.
-Esto te excita, ¿verdad perra?
Grité y traté de zafarme, pero no pude. Su peso y su fuerza me mantenían en el suelo, y escuché como el azulejo debajo de mi espalda se resquebrajaba.
-Suéltame, asqueroso hijo del demonio, suéltame-, empecé a vociferar, pero sin éxito.
-Esto te va a encantar, y querrás más para cuando termine…
Con increíble rapidez, puso mi cuerpo boca abajo. Sin dejar de aplastarme, sentí como se sentaba literalmente sobre mi espalda, pero mirando hacía mis pies, inmovilizando con sus pies mis manos. Las sentía adoloridas, algo que ningún otro vampiro común podría haberme hecho sentir. Sólo entre nosotros, los más puros, podíamos hacernos daño de verdad, como un humano contra otro.
-No te resistas preciosa. Puedo olerte, sentirte…
Con una de sus manos, arrancó de un solo tirón parte de la mezclilla de mi pantalón, dejando ver mi trasero al aire. Vlad se estremeció.
-¿Qué me vas a hacer? Maldito idiota y…
Pero no terminé de decirle sus verdades. Vlad se había abalanzado en cuanto vio la piel de mis glúteos, y de un mordisco me arrancó un pedazo de carne. La sangre no alcanza a nutrir nuestros cuerpos, y con ella en nuestros organismos, nos pudriríamos rápidamente. Por eso no sentí líquido alguno escurriendo de mi herida, y sabía que se regeneraría con el tiempo. Pero dolía como nunca antes.
-No he terminado, no te muevas, o juro que te parto en dos, hija de puta.
De un bolsillo que tenía dentro de su saco negro, extrajo una especie de macana color negro, similar a la que usan los policías en las calles. Pero esta no era tan larga, y lo compensaba siendo más gruesa, como una especie de cono: la punta redondeada y cada vez más amplio hacía abajo.
-Vas a venir cada vez que te lo pida. Si no, te buscaré y te mataré. Y si vienes, nos divertiremos como no tienes idea. Haremos lo que los mortales jamás se podrán imaginar, y nuestro amor será grande y traspasará las barreras del tiempo. Ahora relájate…
Me sentía usada y débil. Sin aviso y sin más precaución, Vlad empezó a insertar aquel aparato en mi orificio anal. Primero no sentí mucho, pero con su increíble fuerza comenzó a lastimarme. Era, como había dicho él, como partirme en dos. Hubiera preferido el sentido literal. Gritaba como loca, pero no ofrecí resistencia. No podía moverme, y cuando sentí que mi recto empezaba a abrirse más y más, había empezado a gustarme.
Cerré los ojos, e intenté, por primera vez, sentirme atraída por ese hombre al que llamaba demonio.

domingo, 8 de febrero de 2015

Sadomasoquismo: Cuento 4, Capítulo 2 (+18)



4.2

Mismo día, por la noche:

El maldito seguía usando su nombre: Vlad. Pero ya no usaba los nombres seculares o completos, como Vlad III, Vlad Tepes, o Vlad Drăculea. Si han leído con cuidado mi historia de vida, sabrán a quién me refiero. Durante su vida humana, acostumbraba empalar a sus prisioneros de guerra y a todo aquel que se hubiese osado a invadir su amada Valaquia (actual sur de Rumania). Los atravesaba por el vientre, o incluso los dejaba sentar en el palo, haciendo que entrara por el ano y saliera, en pocas ocasiones, por la boca. Causaba terror, decían los que sabían, porque solía almorzar en una mesa dispuesta frente a los campos de empalamiento, disfrutando de la vista.
Los rumores aseguran que este príncipe, el cual vivió al menos 200 años antes que yo, empaló entre 40 y 100 mil personas. Es considerado un héroe nacional en Rumania, y sin embargo, fui precavida para no caer en sus encantos. Investigué más al respecto: Vlad no sólo mató, sino que extrajo la sangre de varias decenas de miles de personas para su consumo personal. Aunque se convirtió al catolicismo, el poder de la sangre atrajo a los Sabios del Infierno, quienes le ofrecieron una nueva vida, a cambio de un poder inigualable. Vlad Drăculea murió en 1476, pero la criatura que tomaría su lugar en este mundo perduró hasta entonces.
Un pequeño hecho inusual acaparó la atención del mundo hacía Vlad en el siglo XIX: habiendo quedado en el olvido después de su transformación, el príncipe decidió liberarse de las extenuantes cadenas que le ataban a su castillo. Lo que consideraron muchos como una novela de ficción y terror, es en realidad la documentación oficial de un hecho que fue transformado para no salir directamente al público. “Drácula” no es más que el diario íntimo de esta infame criatura. El hecho casi le cuesta el anonimato a Vlad, pero obtuvo los recursos necesarios para escapar de sus cazadores, y también de manipular al propio Stoker para construir una inefable coartada.
Sin embargo, Vlad Tepes y yo tenemos asuntos pendientes. El hijo de puta mandó a los Sabios del Infierno para transformarme en lo que él se había convertido. Nosotros, los vampyr, tenemos la capacidad de transformar a otros seres humanos en vulgares vampiros, seres que tienen las mismas facultades que nosotros, pero que son débiles y tienden a cometer errores más fácilmente, llevados siempre por la ignorancia o la impetuosidad. Sin embargo, tanto Vlad como yo somos seres más perfectos, transformados directamente del poder de la sangre misma de nuestros propios crímenes. No necesitábamos de ella, y ahora la pedimos a gritos. Prácticamente, lo único que podría destruirnos es alguien igual a nosotros.
Y por eso, esta noche, lo voy a encontrar…

5 de Febrero, por la mañana:

Usualmente salgo de noche. La luz del día nos hace daño, pero podemos resistir, aunque eso sería contraproducente para nuestro anonimato. A los demás vampiros los evaporaría al instante, pero nosotros somos fuertes.
Anoche decidí ir primero a un bar muy conocido cerca de Broadway. Quién diría que Vlad tuvo la osadía de cruzar el océano para instalarse en una de las ciudades más pobladas del mundo. Afortunadamente, continúa escondido, y no me imagino cómo es que consigue la comida. Suelo ser cuidadosa: consumo vagabundos, gente perdida, asesinos y mafiosos que se lo merezcan, e incluso enfermos terminales, enfermos de SIDA o de cáncer. Somos como buitres: digerimos sus enfermedades, pero las eliminamos. No nos quedamos con nada.
En el bar, ligué a un par de muchachos, que, según ellos, venían de Sao Paulo para divertirse en unas intensas vacaciones. Mi aspecto al morir había sido terrible, pero con el paso de los años, había recuperado la belleza de mi juventud, por lo que parecía más atractiva para ellos. Tomamos, bailamos, nos acariciamos. Logré convencerlos de llevarlos a un sitio más íntimo, y aunque a la mitad de Central Park no es algo recomendable, logré llevarlos hasta ahí.
-¿Qué quieres que hagamos contigo, nena?-, me dijo uno de ellos, moreno, alto y musculoso. Le sonreí como una tonta, y a pesar de ello, me correspondió. Ya los tenía. Tuve que golpearlos para mantenerlos a raya, no tanto para no asesinarlos. Los quería vivos, como un regalo. El lugar dónde reside Vlad está cerca de Central Park, así que no me iba a costar trabajo llevarlos sin que los viera nadie. Soy rápida, y fuerte, podía con ambos.
El escondite de Vlad era un pequeño edificio de oficinas, todo especialmente destinado para él y sus pocos vampiros sirvientes. Tuve tiempo suficiente para desnudar a mis dos muchachos, y les até cuerdas de cuero en los cuellos, obligándolos a andar a gatas como si fueran caballos, o peor aún, perros. Así los obligué a entrar, como si estuviera de caza con mis hermosos sabuesos.
En la recepción estaba un policía. Aunque sabía que era una fachada: su olor a vampiro lo delataba. Me vio con semejante cena servida caminando frente a mí, y me sonrió.
-¿A quién viene a ver?-, dijo el vampiro, con tono seco, pero sin perder la sonrisa.
-Al príncipe Vlad. Espero me reciba como lo merezco. Traigo la comida para él, no puede rechazar una invitación así…
-¿Quién le busca?-, dijo el vampiro, tragando saliva, visiblemente nervioso. Me había olido, y definitivamente sabía que no estaba de broma.
-No tiene importancia. Dime donde encontrarlo, podré llegar hasta él.
El vampiro asintió, y se quedó un momento en shock, antes de volver a hablar. Sus ojos rojos ya no se veían tan amenazantes.
-En el tercer piso, la oficina 2.
-Gracias.
Volví a jalar de las cuerdas de cuero para que mis sabuesos caminaran una vez más, esta vez hacía las escaleras. Tuve que obligarlos a subir a gatas, con las rodillas tan expuestas al suelo que empezaron a dejar un rastro de sangre en los escalones. Yo pude contenerme, ya que hace dos días que comí, pero el portero del edificio, llamado a su instinto salvaje, lamió el suelo por donde caminábamos, hasta que logré alejarlo con un potente bufido.

Subimos hasta el tercer piso, donde sólo había dos enormes oficinas. Di la vuelta en el pasillo hacía la derecha, entrando en la puerta marcada con un número 2 de color negro.
Ahí dentro era una verdadera orgía de animales. Había al menos diez vampiros inferiores de ambos sexos sobre el suelo, acariciándose o incluso mordiéndose entre sí, sin hacerse daño. Alrededor de ellos paseaban muchachitas, la mayoría de ellas menores de edad, con las manos atadas a la espalda. Muchas de ellas ya tenían heridas de mordidas en la piel, como si hubieran sido usadas de copas ambulantes de sangre. Si algún vampiro apetecía un sorbo, las detenían con fuerza y les atestaban una mordida, sacando poca sangre, para no acabárselas tan pronto.
Todos ellos se detuvieron en cuanto me vieron entrar. Era como una jauría de leones, cuando el macho se acerca a sus consortes, estas retroceden, se alejan sin presentar batalla. Así, estos consortes del príncipe Vlad se arrastraban hacía las paredes, rugiendo algunos, otros sorprendidos, oliendo a la persona que acababa de entrar.
Al fondo del recinto estaba una figura aparentemente solitaria. El hombre vestía de traje Armani negro, y tenía los pantalones a la mitad de las nalgas. Delante de él, pero tapada por su espalda y esbelta figura, estaba una muchachita puesta a cuatro patas sobre una mesa pequeña. Era obvio que Vlad estaba ocupado con su propia fuente de alimento, aunque le apetecía disfrutarla antes de otra manera, “marcar su territorio”.
-Gusto en verte de nuevo, Erzsébet-, me contestó el descarado, sin dejar de darle embestidas a su presa.
-Ni siquiera me has visto. Sigues siendo el mismo hipócrita que me ofreció su ayuda durante mis primeros años de transformada…
Vlad se detuvo de repente, dejando a la muchachita sobre la mesa, como si ya no la necesitara. Se metió el miembro en los pantalones, y se dio la vuelta para recibirme. Era el mismo monstruo: cabello negro, largo y sedoso hasta los hombros, los ojos que brillaban entre cafés y rojos, nariz aguileña y un pequeño bigote bien recortado, con las patillas hasta las mejillas. Evidentemente se veía tan joven como recordaba, a pesar de, prácticamente, tener casi 200 años más que yo. A pesar de ello, era más bajo de estatura: los machos en nuestra infame especie son pequeños, pero ágiles y rápidos.
-Vaya, vaya… Eres la misma Erzsébet que recuerdo, bella, radiante, y salvaje-, dijo mientras se me acercaba. Hasta donde estaba podía oler su podrido aroma que salía de su boca, el aroma de la muerte, de sangre putrefacta.
-También te ves igual, eso no me afecta, te lo aseguro.
Vlad sonrió, mostrándome sus dientes blancos y las puntas de aquellos pequeños colmillos que se clavaban sin querer en sus labios.
Estaba tan nerviosa por ver a Vlad, que ni siquiera me había percatado de la música al fondo: una hermosa balada antigua, al estilo griego o de aquellos bacanales romanos de los que había leído alguna vez. Era como estar en un mundo muy aparte, donde un incienso invisible flotaba entre todos los presentes. Vlad miró los obsequios que le había traído: ambos muchachos seguían de rodillas, sin poder levantar la cabeza a causa del dolor en sus cuerpos. Estaban atados irremediablemente al peor de los destinos.
-¿A qué viniste?-, me preguntó Vlad, sin dejar de mirarme a los ojos. Se acercó a uno de los muchachos, y le acarició el cabello empapado en sangre, como si se tratara de un animal manso.
-Vengo a dejarte estos regalos. Y quisiera volver a hablar contigo otra noche, si es posible…
Él soltó una carcajada corta, pero incisiva.
-Lo lamento, Erzsébet…
-Prefiero Elizabeth, si no te importa.
-Como quieras, Elizabeth, pero casi no tengo tiempo. Mi vida entre las personas allá afuera tiene un sentido, uno más del tipo económico, y no quiero descuidar mi capital.
Ahora yo fui la que solté la carcajada.
-¡Por favor! Eres extraoficialmente el hombre más rico de este mundo, no debería preocuparte tu dinero.
Vlad parecía divertirse. Me hizo un ademán para que le entregara las correas, como si fuera él el verdadero dueño de los sabuesos, y cedí.
-Está bien, condesa. Te permitiré venir una vez más, el 6 de Febrero. Quiero mostrarte ciertas cosas que, como bien dices, no tengo la menor intención para estar preocupado por ellas. Y en cuanto a nuestra especie, son asuntos que te conciernen en gran medida. Vete…
Me sentía enojada. No pensé que en la primera noche fuera a ser rechazada. Tenía planes para acercarme más a Vlad desde el principio, y él parecía tener siempre un paso delante de mis planes. Un pie al frente, y el otro sobre mi cabeza.
Me alejé de la oficina, cerrando la puerta tras de mí. Alcancé a escuchar cómo Vlad le gritaba a sus esbirros algo en rumano: Cina este servită!
Luego, empezaron los gritos…
 
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