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miércoles, 1 de noviembre de 2017

#UnAñoMás: Ollin Miquiztli [PARTE II] (Día de Muertos)



Aunque había sido uno de los trabajadores de limpia quién había reportado al pobre de Sebastián al día siguiente al encontrarlo pasmado sobre el suelo del callejón, nadie se imaginaría el segundo horror de la noche. El cuerpo de un vagabundo tirado en el callejón de los libros, más allá de la Casa de los Azulejos, como un presagio de que el Día de la Muerte había llegado.
El hombre había aparecido ahí, en el suelo mugriento y frío, con las extremidades extendidas sobre el suelo, y el vientre abierto en cuatro direcciones, semejando una cruz que dejaba salir sus entrañas. La sangre ya se había secado bajo de su cuerpo, formando un enorme charco de sangre. Impresa en el suelo, se hallaba una única huella de un pie largo y huesudo, un pie izquierdo que aparecía varias veces en la sangre alrededor del cuerpo.
-Si me lo preguntan, se ve bastante extraño. Aunque lo de las huellas se explica bastante bien.
El que había levantado la voz por entre el tumulto de policías, locatarios y reporteros se llamaba Jacobo Silver, corresponsal de la nota roja, y alguien que no dudaba en dar su opinión sincera y afilada.
Uno de los policías, un tal Buendía, se le quedó viendo. El hombre era de poca paciencia, así que esperó a que la gente se calmara entre todo el barullo, para preguntarle algo al cronista.
-¿Ah, sí? ¿Cuál es su explicación?
Jacobo Silver mostró los dientes con aquella sonrisa mordaz y burlona.
-El que lo mató iba descalzo. Caminando en círculos, con el pie izquierdo siempre por dentro. Si no tenía ningún motivo para hacer algo así, tal vez se esté burlando de ustedes. Pero bueno, ustedes son los profesionales, ¿no es así? Los dejaré investigar…
Todos los policías estaban serios, y sólo Buendía soltó un gruñido. Silver se alejó un poco para tomar fotos, y aunque la escena era bastante cruda y desalmada, era su deber captar el mejor lado de todo aquello. Una foto específica, y se ganaría un buen dinero. No era sorpresa: la gente en la Ciudad de México buscaba siempre la nota de Jacobo Silver en el diario Sensacional de la Mañana, un periódico de medio pelo que, a pesar de todo, tenía fama de ser “morboso pero sabroso”, como decían por ahí.
-Oficial-, dijo el reportero cuando la gente se dispersó y sólo quedaron los policías. Buendía se acercó de mala gana.
-¿Va a hacer un circo con esto?
-La verdad, no quisiera. La ciudad muestra el peor de sus rostros durante un día tan especial. El Día de Muertos inicia con uno…
-Diario hay muertos, señor Silver.
El reportero volvió a sonreír.
-Pero este es especial. Muerto en un callejón que antaño era hermoso, cerca de edificios emblemáticos, de una manera brutal, y con la coincidencia de que se hallaba tan cerca de otra escena bastante aterradora…
Buendía sabía que Silver se refería al muchacho que habían hallado a unos metros, casi muerto de frío, asustado y traumatizado.
-Tal vez ni siquiera lo vio…
-Claro, oficial. Dígame una cosa: ¿por qué el asesino se tomaría la molestia de hacer todo eso? Ya sabe, la línea de huellas alrededor del cadáver. ¿Por qué alguien se gastaría el tiempo haciendo eso?
El policía le daba la razón al reportero esta vez. Había visto cosas muy violentas, carentes de todo escrúpulo y sin humanidad en su esencia. Pero esto se le hacía raro y obsceno, y aunque se le podía ver cierto significado, no había algo que lo respaldara inmediatamente.
-No lo sé, y preferiría que no preguntara por eso. Vamos a hacer una investigación y se les darán los detalles después.
Jacobo Silver se alejó despacio.
-Gracias por la información, oficial. Ah, y por cierto, cuando le hagan la autopsia, fíjense bien. Le falta algo a su amigo-, dijo, mientras daba vuelta a la esquina del callejón, y señalaba el cadáver.
Buendía mostró los dientes, y no dejó que la burla del reportero le afectara más el día.
Entrada la tarde, Jacobo Silver salía de la pequeña oficina que ocupaba dentro de las oficinas del periódico. El tono de su teléfono le indicó que tenía una llamada. Se llevó el aparato al oído.
¿Cómo lo supo?-, dijo una voz conocida. Era el oficial Buendía, con un tono de voz que no dejaba lugar a dudas de su enojo y confusión.
-¿Acerca de qué, oficial?-, contestó el reportero, divertido y también intrigado.
-De que le faltaba el corazón al desdichado del callejón, Silver. Si esta es su forma de hacer noticias nuevas…
Silver soltó una carcajada.
-¡Es usted muy creativo, señor oficial! Pero créame cuando le digo que no hice eso. Sé que los reporteros de nota roja de antaño solían acomodar a los muertos y suicidas en poses para favorecer el dramatismo de sus fotografías y por ende, de sus notas. Pero sería incapaz de matar a alguien sólo por hacer noticia.
-¿Entonces cómo sabía usted que le faltaba el corazón?
-Hay que observar bien la situación, oficial, no basta sólo con ver lo que pasó. El cadáver tenía abierto el abdomen hasta el pecho, dónde se asomaban las costillas. En el hueco debajo de los dos pulmones, tras las costillas, siempre se asoma el corazón, o al menos una parte. En esta ocasión no se veía. Vamos, pensé que ya lo había visto…
-No juegue conmigo, Silver. ¿De qué está hablando?
Jacobo Silver adoptó una actitud más seria antes de hablar. Esto se estaba poniendo interesante.
-Véalo usted de este modo. Un asesino prácticamente invisible, a quién nadie vio, hasta donde sabemos y sólo hasta que el chico traumatizado recupere el habla. El cuerpo de un vagabundo a quién no fue difícil atraer y matar. Son hombres débiles, que por comida o drogas le harían caso a quién fuera. El cuerpo con el vientre abierto, sin corazón y con las extremidades estiradas a los cuatro horizontes. Y bajo él, la mancha de sangre con las huellas de un pie izquierdo marcadas alrededor, formando un círculo. ¿No lo ha visto?
Buendía suspiró, desesperado, antes de preguntar.
-No se vaya por las ramas, Silver. ¿De qué se trata?
-Es muy sencillo: el asesinato es un ritual, una especie de procesión de los muertos. ¿Qué mejor lugar que un sacrificio ritual que México Tenochtitlán? Aunque bueno, ya no es un lago ni existe el Templo Mayor. Tal vez el asesino vuelva a tomar una víctima más esta noche. Lo veré mañana, si es que pasa. Por ahora, tengo una cita y no quiero perdérmela por nada del mundo. ¿Quiere atrapar al asesino, oficial?
-Por supuesto, pero…
-No hay pero que valga. Los reporteros de nota roja sabemos que la gente así de enferma volverá a matar, porque la atención cuenta, y cada cuerpo que la gente vea en las calles es un punto extra. Si mañana hay un cuerpo más, yo invito el desayuno. Sanborns de la Casa de los Azulejos a primera hora. Buenas noches y cuidado con los muertos.
Cuando Silver colgó el teléfono, dos niños pasaron por la banqueta, corriendo. Uno de ellos vestido de vampiro, y el otro de un superhéroe que no alcanzó a distinguir. Los dos llevaban una canasta con forma de calabaza en la mano, en la cual ya llevaban algunos dulces.
Jacobo Silver siguió su camino, y después de algunas cuadras, llegó al Sanborns, a la hermosa Casa de los Azulejos. Tal vez la gente había olvidado que cerca de ahí habían matado a un hombre, porque el hermoso restaurante, que alguna vez fuese el patio interior de la casa, estaba lleno. El ambiente olía a chocolate y pan de muerto, y Jacobo pidió lo mismo. Sería una noche solitaria, aunque bastante mágica.
Frente a su mesa, una mujer de vestido rojo y largo cabello negro pasó corriendo. Alcanzó a mirarle, y en sus ojos pudo ver alegría, tal vez un gozo abrasador, como el fuego del rojo en su vestido. Brindó por ella con un sorbo de chocolate. Por ella y por los muertos.

jueves, 13 de abril de 2017

#UnAñoMás: El Asesino de Pascua (Jueves Santo)



El Asesino de Pascua había desaparecido después del asesinato de Leonora. Curiosamente, nadie había visto gran cosa. Algunos vieron como un monje se perdía entre los árboles, pero ninguno le siguió el rastro. La confusión y el miedo reinaban en el pueblo, y nadie parecía hacer nada para remediarlo.
Hasta que Eduviges Lara, una solterona del pueblo, soltó lo que había visto. Y es que era demasiado evidente que el muchacho de la hacienda, ese tal Arturo, se haya visto antes con Leonora. Hace mucho que la pretendía, pero a ella no le importaba en lo más mínimo. No tardó mucho hasta que empezaran a ver un alma oscura y retorcida detrás de aquel rostro bonito.
Mientras todos daban sus conclusiones, y mientras se celebraban los velorios, el Asesino se escondía, en un lugar apartado, más allá de los límites del pueblo. Una casucha abandonada, con nada más excepto un lugar seco donde dormir, aunque fuese en el suelo, y bastante qué comer. Planeaba algo espectacular. El Jueves Santo se celebraba la Eucaristía, el momento en que Jesús y los apóstoles comieron y bebieron, en acto simbólico, para santificar a Dios en cuerpo y alma. Carne y sangre, un sacrificio justo.
La noche ya cubría el pueblo, y la gente regresaba temprano a sus casas, a excepción de aquellos que eran lo suficientemente valientes para enfrentarse a un loco asesino. Pero ni siquiera los más valientes podían compararse con los devotos, aquellos hombres y mujeres que asistían a la misa nocturna para celebrar aquella fecha tan especial. La policía también estaba atenta, con gente rondando por el parque, alrededor de la iglesia y en las calles más importantes, algunos a pie, otros a caballo.
Uno de los hombre a caballo, el comandante Espinoza, iba hablando con uno de sus oficiales, el señor Urrieta, que iba a pie. Ambos, caminando lentamente por enfrente de la iglesia, mientras los rezos les llegaban hasta donde estaban. No había viento, y el calor parecía apagar la voz del padre Miguel. “El momento de un sacrificio llegaba, y Jesús, paciente y amoroso, entrega simbólicamente su cuerpo y su sangre a los apóstoles, en símbolo de amor y redención de los pecados del mundo…”
-¿Usted cree en las palabras de la vieja loca, Urrieta?-, dijo el jefe Espinoza. El otro hombre lo miró, algo extrañado.
-La verdad, no. ¿Usted?
-A estas alturas, ya no sé qué creer. Eduviges Lara es una mujer amargada. Yo mismo la hubiese cortejado hace años, pero era creída. No tanto como la muchachita, que Dios la tenga en su gloria. Si ese tal Arturo la mató…
-Aún no sabemos si en verdad fue él, señor. Hay que seguir buscando antes de que se nos pele…
El comandante Espinoza miró a su subordinado con aire adusto y dudoso.
-Antes me corto los huevos a que se me escape ese cabrón, Urrieta. Dudo que haga algo esta noche.
La gente empezó a salir de la iglesia cuando las campanas anunciaron las nueve de la noche. Pero nadie se quedaba demasiado tiempo, porque el miedo podía más. Se despedían, incluso algunos hablaban camino a sus casas, pero nadie se quedó. Ni siquiera Felipe, un muchacho de 23 años que había sido elegido para representar a Jesús al otro día en la procesión del Viernes Santo. Era un muchacho agradable, amable y educado, que había concluido sus estudios en la universidad, allá lejos del pueblo, y había regresado para ayudar a su comunidad. Tanto era su buen porte que representar al Salvador del mundo le había caído bien. No temía a nada, o al menos eso era lo que decían.
Después de despedirse del padre, Felipe se encaminó a casa, listo para dormir y estar preparado muy temprano al día siguiente. El padre Miguel lo veía partir, mientras el comandante Espinoza se acercaba al párroco.
-Buenas noches, padre. ¿Cómo estuvo la misa?
El padre Miguel miró al comandante desde abajo, mientras sentía el calor del caballo en su hombro y brazo.
-Todo tranquilo, hijo. La gente tiene miedo y están tristes por lo que pasó con aquella muchacha. Pensé que te vería en misa…
-Prefiero hacer mi trabajo, padre. La gente prefiere sentirse segura antes de caer en el miedo. Hemos estado vigilando bien las calles, pero no hay nadie sospechoso. Trate de descansar, mañana será otro largo día.
-Gracias hijo. La gente les debe mucho. Dios los bendiga, hasta mañana.
El padre regresó a la iglesia, cerrando las puertas. Los policías siguieron vigilando, ampliando un poco más el espacio por donde pasaban.
Eduviges Lara caminaba rápidamente por uno de los callejones que iban justo detrás de la iglesia, con el reboso entre las manos y la cabeza cubierta. Murmuraba cosas, o tal vez rezaba, pero no había nadie ahí quién la escuchara.
Justo a la mitad del callejón pudo divisar una silueta. Eran dos hombres, uno joven y el otro un poco más alto. Parecían platicar, o hasta discutir…
-¿Ya vieron qué hora es, muchachos? No es seguro andar aquí en la oscuridad. Vámonos, a sus casas…-, decía la mujer, agitando el rebozo como si espantase moscas.
El muchacho se movió, pero en vez de caminar, cayó al suelo. La luz de la Luna alumbraba un poco aquel lugar, y Eduviges abrió los ojos, aterrada. El muchacho era Felipe, con la garganta cortada, o más bien cercenada. Había un agujero ahí, de dónde brotaba sangre a chorros sobre su rostro y en el suelo. El otro hombre se fue acercando, rápidamente, con la capucha echada en la cabeza, y Eduviges alcanzó a ver que, entre los dientes, tenía carne sanguinolenta. Trató de retroceder, pero sus pies la traicionaron, cayendo de espaldas. Cuando el Asesino estaba frente a ella, Eduviges alcanzó a distinguir un rostro, el rostro de la muerte que la hizo gritar…
Uno de los que vigilaban las calles escuchó a lo lejos el grito de la mujer, y empezó a tocar un silbato, para alertar a los demás. Tardaron casi media hora en dar con los cuerpos de Felipe y Eduviges Lara, que estaba de espaldas, con la garganta cortada y varias puñaladas en el vientre. Al chico le faltaba un buen trozo de garganta, y uno que otro vomitó. Incluso el padre, vestido con un pijama bastante austero salió corriendo de su recámara en la parte trasera de la iglesia al escuchar los gritos de alarma y los caballos trotando.
El comandante Espinoza miró primero al padre, y luego a los cuerpos. Se bajó del caballo y se agachó para ver más de cerca.
-¿Qué clase de monstruo haría algo así?-, exclamó el padre, asustado y al borde de un colapso nervioso.
-No es un monstruo, padre-, dijo con calma el comandante, acomodándose el sombrero. –Y mis huevos están en peligro…

lunes, 31 de agosto de 2015

5CREAM SIN REGLAS: Sacrificio.

Tyler Posey como Cameron.



Judy Hicks iba enfrente, corriendo lo más rápido que podía hasta el baño de las chicas, que estaba en el segundo piso. Detrás de ella iba Kirby, y Javier cerraba la fila, corriendo pesadamente y algo agotado.
Cuando llegaron a la puerta del baño, se dieron cuenta de algo horrible: por debajo de la puerta salía un enorme charco de sangre, fresca y muy roja que contrastaba con el piso color arena. Judy sacó la pistola y empujó con la pierna la puerta.
El lugar era una sucursal al manicomio: la sangre empapaba todo el sueño, y el cuerpo de Helen estaba en el suelo, boca arriba. Le habían cortado la garganta, y como si al asesino le hubiese dado más tiempo, le había sacado las tripas a través de un enorme tajo bajo el vientre. Judy abrió los ojos, muy impresionada, y Kirby se tapó la boca para no gritar. Javier se internó más en el baño, cuidando de no pisar la sangre, y alcanzó a ver algo en la pared. Eran tres palabras, escritas con sangre:
CASA DE SIDNEY.
-El maldito hizo eso-, dijo el muchacho, señalando la pared.
-Javier, ve por Cameron, está en clase de deportes abajo, en el auditorio. Adelántense y vayan a casa de Sidney Prescott. ¿Sabes dónde queda?
El muchacho asintió, y sin decir nada más salió caminando apresuradamente de regreso a las escaleras.
-¿Ahora qué hacemos?-, dijo Kirby en un susurro.
-Hay que calmarnos. Tenemos que llamar al comandante. Debe estar cerca…
Pero cuando ya estaba localizando a Emmerson a través de su radio, algo pasó.

Javier iba bajando las escaleras, cuando escuchó algo familiar. Una chicharra empezó a sonar en todo el recinto, y pensó que la clase había terminado. Sin embargo, ese sonido era de la alarma contra incendios. O algo se estaba quemando, o a alguien le pareció buena idea aquella broma.
En un instante, profesores y maestros empezaron a salir de los salones, en dirección a la puerta principal. Javier se apresuró a bajar las escaleras y buscar el camino hacía el auditorio. De repente, los alumnos de deportes, vistiendo bermudas y playeras sin mangas, formaron una fila para salir, pero era imposible distinguir a Cameron de entre toda la gente.
-¡Javier, aquí!-, gritó Cameron, quién estaba tratando de regresar adentro, pero la mole de personas se lo impedía. Brincaba y trataba de empujar, pero fue inútil. Javier alcanzó a ver cómo salía, como empujado por una corriente.
-¡Maldita sea!-, dijo Javier, tratando de avanzar más rápido.
De repente, alguien le empujó contra los casilleros del pasillo. Aunque Javier le veía claramente, nadie se había dado cuenta que Ghostface estaba ahí, acorralándole.
-¿No querrás que nadie más muera, o sí?-, dijo el asesino con su casual estilo de voz.
Javier le tomó del disfraz y lo empujó contra la pared contraria, cuando dejaron de pasar los alumnos. Después, sin perder tiempo, corrió hasta llegar a la puerta. Cuando volteó, ya no había nadie más dentro.
El enorme muchacho salió jadeando de la escuela, mientras buscaba a Cameron entre el mar de alumnos que se mezclaban en los jardines de la preparatoria. De repente, un tropel de policías, con el comandante Emmerson al frente, entró corriendo en el edificio.
-¿Por qué no salías?
Javier pegó un salto. Cameron le había saltado por sorpresa justo a su lado. Tenía el pelo empapado en sudor y la cara preocupada.
-Vi a Ghostface en el pasillo. Mató a Helen en el baño de las chicas. Tenemos que irnos…
Cameron se le quedó viendo, como si no hubiese entendido nada de lo que Javier dijo. Empezaron a caminar por entre la multitud.
-¿Y a dónde se supone que vamos?
-A la casa de Sidney Prescott…
Cameron se detuvo, y se puso frente al enorme muchacho, quién sólo se detuvo para ver qué tenía que decir.
-No, ni lo pienses. Puede ser una trampa, una emboscada.
-Fue lo que pensé. Pero Judy nos alcanzará allá, y no nos pasará nada. Te lo prometo.

Judy y Kirby seguían viendo la escena del homicidio en el baño, cuando Emmerson y su personal llegaron.
-Vine en cuanto recibí su llamada, agente Hicks…-, dijo Emmerson al llegar, pero las palabras no le salieron de la boca después. La escena sangrienta le conmocionaba.
-Creo que entró y la mató, y después activó la alarma. Tal vez quería que todos salieran, para que nadie más pudiera interrumpir…-, le explicó Judy.
-O para que todos lo vieran-, dijo Kirby.
-¿Cómo supo que había pasado esto?-, preguntó Emmerson. Los policías ya estaban preparando todo para levantar el cordón policiaco alrededor del pasillo.
-El asesino mandó mensaje a través del celular de Helen. Nos decía que sabía dónde estaba Sidney. Vinimos a buscarla, y nos encontramos esto.
-¿Y los otros dos muchachos?
Judy sabía que la respuesta no le iba a agradar nada al comandante.

Javier manejaba la moto lo más rápido que podía. Cameron iba detrás de él, con el casco.
La zona por donde viajaban estaba repleta de casas grandes, separadas hasta por un kilómetro de distancia. Había algunas que tenían sus propios campos de maíz. Eran casas más lujosas y grandes que las de los suburbios, al otro lado de Woodsboro.
La motocicleta dio vuelta en una especialmente bonita, aunque un tanto descuidada por el abandono. En su tiempo era blanca, y aunque ya no lucía tan hermosa, aún se podía apreciar bastante bien, ahí sobre la pequeña colina. La calle justo al lado se inclinaba hacía otras tres casas más abajo.
Javier detuvo la motocicleta cerca de un árbol alejado de la casa. Cameron se bajó de la motocicleta, con las piernas temblando como gelatina.
-Eres un salvaje manejando esa cosa, ¿ya te lo han dicho?
-Kirby no se quejó anoche, te lo aseguro. Vamos.
Caminaron despacio hasta el costado de la casa de Sidney, que estaba oscura y se veía tétrica, como si de repente fuera a caerse sobre sus cimientos. Javier iba al frente y Cameron tuvo que alcanzarlo con grandes zancadas.
-¿Quién crees que esté detrás de todo esto?-, dijo Cameron, jadeando a causa del cansancio.
-No lo sé. Ya escuchaste a Kirby aquella vez: ninguno de nosotros será el sospechoso, si el asesino ha decidido acabar con la saga de una manera espectacular.
Dieron la vuelta hacía el patio trasero, que estaba algo más elevado que el resto del jardín que rodeaba la casa.
-Eres muy listo. No te lo había dicho porque cualquiera podría pensar que estaba coqueteando contigo. Me gustas, pero no estoy desesperado de amor-, dijo Cameron, con las orejas y las mejillas coloradas.
Javier se detuvo y se puso cara a cara con el muchacho. Le llevaba más de una cabeza de altura, pero a Cameron no le asustó.
-Que nadie te intimide, amigo. Yo tuve que dejar la escuela para poder trabajar cuando mis padres murieron. Me convertí en un ermitaño y mis compañeros dejaron de hablarme. Que no te pase a ti. No dejes que sus comentarios te hieran jamás. Eres una buena persona.
Javier le dedicó una sonrisa algo forzada, pero sincera, y siguieron caminando, despacio para no llamar la atención.
-O sea que no podríamos ser novios…
-No. Camina.
Ahora Cameron sonreía, más que nunca.

Llegando a la puerta trasera de la casa de Sidney, Javier se asomó por uno de los cristales. No parecía haber nadie. Forzó un poco la manija de la puerta. Nada. Cerrada con llave.
-Diablos.
-¿Esperabas que se abriera? Claro que no. Se ve que la casa ha estado abandonada mucho tiempo.
Javier puso cara de confusión.
-¿Entonces para qué querían que viniéramos?
-Recuerda, grandote: te dije que podía ser una trampa. Tal vez el asesino esté espiándonos o acechando por ahí…
El celular de Javier empezó a sonar y ambos se miraron asustados. Lo sacó del bolsillo y respondió a la llamada.
-¿Quién…?
-Javier, ¿ya están en casa de Sidney?
Era Judy. Cameron alcanzaba a escuchar su preocupada voz a través del auricular.
-Sí, todo bien. Cameron sigue aquí conmigo. La casa está cerrada y abandonada. No pudimos entrar.
-No se muevan, y esperen cerca de la motocicleta si tienen que escapar. Estaremos ahí en unos minutos. Llevamos al comandante Emmerson. Cualquier cosa llama a mi celular o al de Kirby, ¿entendiste?
Javier terminó la llamada con un seco “Ok”, y colgó.
-Habrá que esperar entonces-, dijo Cameron, momentos antes de que su celular sonara también.
-¿Otra vez Judy?-, preguntó Javier, mientras su amigo revisaba la llamada.
-No sé, no conozco el número. Debe ser mamá desde la oficina… ¿Diga?
Por el auricular se escuchó la voz espectral y metálica de Ghostface.
-Bienvenido Cameron, al siguiente capítulo de nuestra trepidante historia de terror…
El muchacho abrió los ojos de la sorpresa, y puso el altavoz para que Javier escuchara. Este último apretó los puños, asustado y enojado.
-No nos asustas, imbécil-, le espetó Cameron con voz amarga.
-Deberías tener mucho miedo, amigo. Puedo verte, estoy en todas partes. Soy un Ghostface más sobrenatural. Podría aparecer donde menos te lo esperas.
-¿Y qué piensas hacer? Demuéstrame tu grandioso poder…
-No tientes a la suerte Cameron. El penúltimo capítulo da pauta para el grandioso final, así que empecemos. Cameron y Javier, fuera de la casa de Sidney Prescott, esperaban el desenlace. Porque, como había dicho Ghostface en una visión sobrenatural, sólo uno de ellos llegaría vivo a Halloween…
Javier y Cameron se miraron, y después empezaron a buscar a su alrededor. A través de la penumbra cada vez más pesada de la noche, no parecía moverse algo, ni detrás de los árboles ni lejos, en el espacio abierto entre la casa y la calle.
-Los muchachos saben que están perdidos. Ponen sus últimas esperanzas en la policía y en Kirby, que parece tener más vidas que un gato. ¿Qué horror sobrenatural encontrarán nuestros protagonistas en su camino? Dime, Cameron, ¿crees que Sidney Prescott esté dentro de la casa?
Cameron se asomó a la puerta una vez más. La oscuridad era más profunda, y se veía cada vez menos.
-Eres un mentiroso. No hay nadie…
-Vuelve a ver, genio…
El muchacho se asomó una vez más, esta vez con más precaución. Al fondo de la cocina, en el recodo del pasillo hacía la estancia, se veía una sombra pasar, despacio. Fue cuando, de repente, la luz de la puerta trasera se encendió.
-Sidney, ¡Sidney!-, gritó Cameron, para hacerse notar. Javier estaba muy tenso, vigilando hacía el patio trasero.
De repente, apareció alguien tras los cristales de la puerta. Era una mujer, de mediana edad y cabello negro, algo despeinado. Tenía ojeras y la piel muy pálida. Miró a Cameron con sorpresa y asombro y decidió abrir la puerta, que estaba cerrada por dentro.
Javier reconoció al instante a la figura que antes había sido la joven protagonista de la masacre original de Woodsboro, pero que ahora parecía una mujer consumida por el miedo.
-¿Quién eres tú?-, dijo Sidney Prescott, sin abrir la puerta completamente.
-Me llamo Cameron, y él es Javier. Venimos a… ¿Estás bien?
A través del teléfono, volvió a escucharse la voz de Ghostface, y Sidney se asustó tanto, que soltó un grito.
-Mala idea. Cameron nunca debió llamar la atención de la pobre Sidney, quien se ha convertido en la esclava del despiadado asesino fantasma. Solo hay dos opciones: quedarse y morir; o correr…
El asesino colgó.
-Vamos, tenemos que llevárnosla de aquí antes de que…
Pero Javier no terminó su frase, porque de repente se escuchó un silbido muy cerca de ellos. Cerca de la puerta trasera, había ahora una flecha clavada, muy cerca de la cara de Cameron. Sidney cerró de nuevo la puerta con seguro y los dos muchachos, dejados a su suerte fuera de la casa, salieron corriendo de regreso al camino donde habían dejado la motocicleta.
-¡Corre, no mires atrás!-, gritó Javier a Cameron, quien ahora iba al frente.
Se escuchaban silbidos de flechas que caían a su alrededor, unas mucho más cerca que las otras. Javier levantó la mano justo al escuchar uno muy cerca de su cabeza, y la flecha se clavó en el casco que aún llevaba en la mano. Ninguno dejó de correr, y cuando ya estaba cerca el camino, Cameron sintió un horrible escozor en la pierna derecha. Una flecha le había dado en el muslo.
El grito de Cameron hizo que Javier se detuviera, para ayudarlo. Lo arrastraría si fuera necesario. Cuando estuvo cerca de él, trató de levantarlo, pero Cameron no podía. El dolor le había hecho hincarse en el césped, mientras su pierna sangraba.
-Vamos, vamos, levántate-, decía Javier, jadeando y jalando a su amigo para que se levantara. Los dos voltearon instintivamente, y vieron que en un árbol algo apartado, estaba Ghostface, encaramado en una de las ramas más bajas, con una ballesta entre las manos.
El asesino volvió a apuntar, esta vez, justo al pecho de Javier.
La flecha salió zumbando hacía su objetivo. Sin embargo, Javier sintió que perdía el equilibrio. Cayó de espaldas, y pudo ver, antes de cerrar los ojos, como una sombra se cernía sobre él, cubriéndolo.
El sonido de la flecha cesó, y un quejido de dolor se escuchó en todo el lugar. Javier abrió los ojos y vio a Cameron, de pie frente a él, sonriendo y sufriendo, con el rostro pálido. La flecha se le había clavado en el costado izquierdo, por debajo de la clavícula. Javier podía ver las plumas de la flecha moviéndose cada vez que Cameron respiraba.
-Perdóname…-, dijo Cameron, antes de desplomarse sobre Javier. El enorme muchacho trató de levantarse y mover a su amigo boca arriba, pero pensó rápido antes de cometer un error. No debía moverlo más, o lo mataría. Lo dejó boca abajo en el suelo, y se quedó a su lado, sin soltarle la mano.
-Vas a estar bien. Voy a llamar a Judy, te llevaremos al hospital.
Javier miró por encima de la colina, pero Ghostface ya no estaba en el árbol. Sacó su celular, y con las manos temblándole, marcó el número de la agente Hicks.

Pasaron quince minutos antes de que Judy, Kirby y Emmerson llegaran en la patrulla, seguidos por una ambulancia. Los paramédicos levantaron a Cameron, extrayendo las flechas de su cuerpo y haciendo lo posible porque no perdiera sangre. Lo subieron a la ambulancia, mientras platicaban con Javier acerca de lo sucedido. El muchacho se veía alterado y muy nervioso.
Mientras tanto, Judy y Emmerson salieron en busca de Sidney Prescott, y la encontraron llorando en su recámara, donde había podido atrancar la puerta con la puerta del clóset. Después de convencerla de que no pasaría nada, la sacaron de la casa, para que también pudieran atenderla. Estaba muerta de miedo, y parecía no haber comido nada en varios días.
-Dios mío, Sidney, ¿estás bien?-, dijo Kirby, acercándose a su vieja amiga para abrazarla, sin importarle que los paramédicos hicieran su trabajo.
-Vamos Kirby, no es momento. Ella responderá cuando esté mejor-, dijo Judy, llevándose a la muchacha junto a Javier y el comandante Emmerson.
-¿Cómo está Cameron?-, dijo Javier, mirando hacía la ambulancia abierta, camino debajo de la calle lateral de la casa.
-Estará bien, según los paramédicos. Las heridas no son de gravedad, pero pierde sangre y eso puede ser peligroso. ¿Tú estás bien muchacho?
Javier asintió, pero un sonido le hizo poner atención cuesta arriba.
Un auto se acercaba, y las luces encendidas alumbraban cada vez más el camino. El comandante Emmerson se acercó un poco más a la orilla para ver mejor. No era una de sus unidades. Y no parecía tener conductor…
-¡A un lado!-, gritó el hombre al ver el auto bajando el camino sin detenerse. Los paramédicos y Sidney corrieron de regreso al césped y los demás se alejaron del camino. Kirby sintió cuando Javier la abrazó y la arrojó al suelo, cubriéndola. El auto avanzó directamente en picada hacía la ambulancia. Judy alcanzó a ver que el auto estaba repleto de unos contenedores de gasolina, antes de arrojarse también al suelo.
Cameron no pudo levantarse rápido. Estaba demasiado sedado. Pero pudo ver como el auto se dirigía hasta él…
La ambulancia y el auto chocaron y hubo una enorme explosión, que se levantó como un hongo atómico en miniatura. Los restos de la ambulancia se levantaron y fueron a caer en la casa de Sidney, atravesando la pared y rompiendo los cristales. En la casa explotó el gas de la cocina, lo que hizo que media estructura saltara por los aires y se derrumbara.
Mientras el fuego consumía la casa, Javier trataba de alcanzar lo que quedaba de la ambulancia, llorando por su amigo, a quién aún deseaba salvar por imposible que fuera. Kirby y el comandante Emmerson se lo impedían, pero no había nada que hacer.
Y Judy, mirando por encima del alboroto, se encontraba con la mirada perdida de Sidney Prescott, rodeada de paramédicos confundidos. Sidney no tuvo que hablar para que, en sus ojos, reflejara algo que estaba tan claro como el agua.
Ha sido mi culpa, otra vez…
 
Licencia Creative Commons
Homicidio Mexicano por Luis Zaldivar se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 3.0 Unported.
Basada en una obra en http://letritayletrota1989.blogspot.mx/2012/09/homicidio-mexicano-luis-zaldivar-para.html.
Permisos que vayan más allá de lo cubierto por esta licencia pueden encontrarse en http://letritayletrota1989.blogspot.mx/2012/09/homicidio-mexicano-luis-zaldivar-para.html.