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jueves, 28 de diciembre de 2017

#UnAñoMás: Luces de Navidad [PARTE XII] (Día de los Inocentes)



Aquel día jueves, Sonia salió de su casa con el bebé en brazos, bien cubierto con una cobija abrigadora, para evitar que se enfermara con el frío. Saldría a comprar algunas cosas en lo que Juan Diego se ponía a arreglar la cuna del bebé. No quería que durmiera con ellos, ya que podían lastimarlo.
Mientras caminaba, distraída por la acera, chocó contra un hombre. Aquel sujeto, alto, delgado, de rostro serio, le miró un tanto extrañado, y aún así, no pudo disimular una expresión de dolor en el rostro. Sonia, aferrada bien al bebé, se dio cuenta: le había derramado el café sin querer en una de las manos.
-¡Oh por Dios, lo siento, lo siento! No lo vi, oh no, cuanto lo siento… No quise…
El muchacho se sacudió la mano y sonrió levemente.
-Ah, no se preocupe, sólo es una quemadura leve. Yo lo arreglo…
-No, por favor, permítame.
De su bolso, Sonia sacó una toallita húmeda, de esas que le ayudaban a limpiar al pequeño Arturo cuando se manchaba la boca de leche o al quitarle el pañal. La quemadura se alivió un poco, aunque la pálida mano de aquel muchacho se tornó rojiza.
-Eso lo alivió un poco, señora…
-Soy Sonia. Disculpe, soy una distraída. Llevo al bebé en brazos y venía pensando en las compras y… Ay no, que tonta he sido.
El muchacho volvió a sonreír.
-No pasa nada, no se alarme. Estaré bien. En fin, tengo que ir a un lugar cerca de aquí. Vaya con cuidado, y cuide a ese bonito bebé…
Sonia sonrió al desconocido, antes de que él se diera la vuelta. Le perdió de vista, y ella siguió caminando hacía el supermercado, con cuidado a cada paso.
Compró comida y algunos pañales para el bebé, y se formó en la fila de la caja, mientras la música navideña se dejaba escuchar en los altavoces del supermercado. La gente ya llevaba sus cosas, y aunque iban lento, eso le permitió disfrutar a su bebé. Arturo dormía plácidamente en sus brazos, y aunque eso le costaba manejar las bolsas, no le importaba. Amaba a su pequeño.
Después de subir las bolsas de mercancía en un taxi, se dirigió a casa. El viaje fue tranquilo. Podía sentir al bebé retorciéndose entre sus brazos, ya despierto, abriendo sus pequeños ojitos y moviendo sus manos, como buscando algo.
El llanto de hambre de Arturo se dejó escuchar en el momento justo cuando ambos bajaban del taxi. Ella cargó las bolsas con cuidado, mientras el auto se alejaba.
-No llores bebé, ya vamos a llegar. Te voy a dar tu leche, mi chiquito. Espérame un ratito…
La puerta se abrió inmediatamente, y eso a Sonia le extrañó. Adentro de la estancia, hacía un calor agradable. Dejando las bolsas en la entrada, y cerrando como pudo la puerta tras de sí, la muchacha caminó dentro de su casa.
-Ya llegué amor. El bebé ya tiene hambre y…
Se quedó muda, con una expresión de terror en los ojos, y muda del asombro. Sólo se escuchaba el llanto de Arturo, pidiendo de comer. Pero ella no le escuchaba ya.
En la estancia, sobre la alfombra, estaba Juan Diego, desnudo, besándose con aquel desconocido del café.

lunes, 15 de mayo de 2017

#UnAñoMás: Deliciosa Asignatura (Día del Maestro)



A sus escasos 16 años, Sara era una muchacha muy linda. Sus ojos verdes, su piel apiñonada, y su cabello castaño claro, casi del color del chocolate, ondulado, que le caía por encima de los hombros. Con su uniforme de la preparatoria, cualquier muchacho podría decir que era una verdadera belleza, una chica “bien buena”, o “sabrosa”. Y lo decían, no temían que ella los escuchara, porque Sara se echaba a reír.
Los muchachos podían decir lo que fuera de ella, tratar de enamorarla, de llevarla en secreto a los árboles escondidos al otro lado de los salones, pero en específico, Juan Robles jamás podría decir algo así. Porque Juan era el profesor de historia, un hombre de edad media, que a pesar de la madurez, no perdía la complexión de un joven, con algunos músculos, el cabello negro veteado de canas bastante cuidado, y la voz experta de quien sabe más de la vida que cualquiera.
Y sí: Juan Robles estaba perdidamente enamorado de Sara.
El profesor trataba de hacerse notar, poniendo más atención en Sara que en cualquier otro alumno. Ella empezó a notar algo anormal, pero no decía nada. Simplemente se dejó llevar por las atenciones y las oportunidades que el profesor le estaba otorgando. Ella bien pudo haberse fijado en sus compañeros de clase, e incluso había empezado a andar con uno de ellos, el alto y guapo Marcos, pero la sutileza del profesor, sus ademanes, su galanura de hombre maduro… Terminó por ceder.
Aunque la muchacha le estaba poniendo mucha atención, Juan Robles también guardaba sus distancias. Era una menor de edad, eso estaba claro, y mientras menos gente se diera cuenta, más seguro sería. Tratar de ayudar a la chica con sus tareas, en alguna duda para el examen, asesorarla. Y aún así, tratar de dar la misma atención a los demás. Pero todos esos cuidados y precauciones terminaron el día que, mientras estaban en el comedor platicando del examen para finalizar el semestre, Sara le tocó la entrepierna al profesor con su propio pie. La última expresión de que ella, en su inocencia fingida, quería algo más de Juan Robles, que a nadie más podía ofrecerle. Y si alguien los vio aquella ocasión, nadie dijo nada.
Fue en una ocasión, después del examen, cuando el aula de historia se vaciaba antes del receso. Juan Robles estaba sentado tras el escritorio, tratando de acomodar sus propias ideas: entre exámenes que calificar, tareas pendientes y el hecho de ponerle gasolina al coche, la idea persistente de Sara flotaba entre todo lo demás, como un molesto mosquito al cual ha esperado con ansias. Sin duda, el hombre estaba perdiendo la concentración. Pensar siquiera en lo que la muchacha escondía bajo su falda, a lo que olía su cabello color chocolate, la sensación de sus senos entre los dedos… La erección era peor, porque le lastimaba dentro del pantalón.
La puerta se abrió, y ahí estaba ella, la pequeña muchacha de sonrisa grácil y piel suave, esperando a que el profesor le diera permiso para entrar. Ella no esperó: cerró la puerta tras de sí. El profesor sudaba frío, y se levantó de la silla, sin tratar de disimular la erección.
Fue ella la que se acercó tanto, que Juan Robles soltó un suspiro, el último que daría antes de que sus labios se tocaran. Suavemente la fue acercando a sí mismo, fue tocando sus curvas, sintiendo sus senos contra su pecho, y su erección buscando entrada bajo aquella falda. La fue colocando despacio sobre el escritorio, sintiendo que el calor entre ambos se hacía cada vez más y más fuerte, y se bajó el pantalón. Ella tampoco podía esperar más, y con ambas manos, sin dejar de besar a su profesor, se bajaba la trusa, levantando su falda…
Era como un sueño, una especie de orgasmo más mental que físico, porque Juan Robles podía escuchar, literalmente, los fuegos artificiales, las detonaciones de pasión dentro y fuera del salón, y Sara era suya, cada vez más, con sus piernas abiertas y el deseo de poseerla una y otra vez, como siempre había imaginado. El ruido de las explosiones estaba más cerca, cada vez más, y los gritos, aquellos malditos gritos…
Alguien abrió la puerta de manera estrepitosa, haciendo que el metal chocara contra la pared. Sara casi se cae del escritorio, y el profesor se dio la vuelta, con su pene al aire y los calzoncillos atorándole las piernas. No era un profesor, no era el director, o cualquier otro alumno despistado. El que los veía por el marco de la puerta era Marco, el chico guapo y alto que pudo haber sido el hombre afortunado de tener a Sara entre sus brazos. Llevaba el uniforme manchado de sangre, y en la mano una pistola. La gente gritaba allá afuera. El muchacho sonreía, como nadie más podría hacerlo, de la satisfacción que le daba encontrarlos a ambos así…
La bala le entró a Juan Robles directo en la cabeza, y aunque Sara gritó, no podía moverse, porque su amado profesor le había caído encima, manchándole las bragas y la cara de sangre. Marco se acercó a la muchacha, dando pasos lentos. Ella lloraba, tratando de levantarse, pero el miedo no la dejaba. El muchacho le acarició la mejilla, sin dejar de sonreír, mientras le ponía el cañón de la pistola directamente en la boca. La fantasía de la felación que jamás fue, antes de la detonación que le volaría los sesos.
Marco esperó sentado, frente al escritorio, mirando a los cadáveres, antes de que escuchara las sirenas de la policía, y antes, claro, de sentir una vez más los labios de Sara, de su amada muchacha de cabello chocolate. Aquellos labios impresos en la última bala de su pistola…

Las noticias llegaron rápido: más de cinco muertos y diez heridos. Un maestro entre los muertos, y el asesino, un muchacho del último curso, suicidándose al final. No había más detalles en las noticias, pero, a pesar de todo, una desgracia. Me estaba aburriendo, porque eso ya lo había visto. Las noticias siempre llegan antes a mi cabeza, y verlas de nuevo cuando pasan es tedioso. Apagué la televisión, y me fui a dormir…

miércoles, 27 de mayo de 2015

VII: Vídeo prohibido.

Se dice de un vídeo que está maldito, en parte porque incluye toda una sesión completa de sexo de una actriz casi desconocida llamada Bianca Amore con un sujeto desconocido, sino porque entre el celuloide se esconde algo siniestro que muy pocos han podido ver hasta el final.
Uno de estos “valientes”, quién ha subido su propia experiencia con el vídeo llamado “Bianca Amore lo recibe todo” a través de una entrada a su blog, describe la experiencia como algo aterrador en verdad. Consiguió la copia del vídeo en un casete de VHS de un amigo, quién aseguraba haberlo comprado en un mercado de pulgas, tan solo con la etiqueta que figuraba en el dorso del casete. Este muchacho, al vivir solo, no tardó en poner el vídeo después de que su amigo se lo prestara. No sabemos si el amigo ya lo había visto o tan sólo se lo prestó como algo circunstancial.
Después de la acostumbrada primera sección de estática, el vídeo empieza con la escena de una cama vacía. La fecha del vídeo sólo muestra 15 de Octubre, sin especificar el año, aunque lo que deduce este chico es que podría tratarse de los 80’s o 90’s. Aparece en escena Bianca Amore, una mujer de piel blanca y cabello negro, recogido en un elaborado chongo detrás de su nuca. Junto a ella se acerca un hombre, musculoso, que lleva ropa entallada y que, por lo que se ve, ya tiene una erección muy firme entre los pliegues de su pantalón de mezclilla.
La escena cambia abruptamente, cuando ambos ya están completamente desnudos, y ella le está dando el mejor sexo oral de su vida al hombre musculoso, quien sólo está recostado en la cama, boca arriba, disfrutando el momento y soltando gemidos. La calidad de la grabación es deficiente, pero parece que alguien los está grabando, ya que la cámara se mueve conforme los deseos de quién la porta, grabando de repente a la mujer chupando y después la cara de placer de su acompañante.
Después de otro corte, y de una serie de zumbidos y rayones en la imagen, aparece una nueva escena, desde una toma diferente, donde se ve a Bianca siendo penetrada por su acompañante, de forma alternada: durante unos minutos el enorme pene del hombre musculoso entra en la vagina de la actriz, y en otra escena entra por el ano, y es cuando se escuchan los gemidos aún más y más fuertes por parte de ella. La fuerza con la que Bianca es penetrada analmente es suficiente para que ella experimente un squirt, es decir, la llamada eyaculación femenina. El hombre se deleita con lo que la actriz ha hecho, y la sigue penetrando en repetidas ocasiones, apretando sus senos con firmeza.
El muchacho que describe todo esto declara que se sintió tan bien viendo el vídeo que empezó a masturbarse, aunque la imagen empezó a fallar y se escuchaba otro audio pegado con el que originalmente mostraba la película. Al fondo había una plática entre dos hombres, y aunque no pudo escuchar bien lo que decían, distinguió palabras como “grabar”, “invisible” y “señor”. Lo que más le llamó la atención era que, a pesar de las escenas sexuales, ni Bianca ni su compañero parecían “saber” que los estaban grabando.
La escena volvió a cambiar, esta vez, grabando el rostro de Bianca, mientras estaba en la posición de perrito, siendo penetrada por detrás por su compañero, quién la sostenía de las caderas y la empujaba casi con violencia. A cada embestida, los senos de la actriz se movían hacía delante de manera rápida y muy constante. La cámara se mueve un poco hacía arriba para captar el torso y el rostro del actor, quién gemía de placer al penetrar a Bianca de aquella brutal manera. Sin embargo, se alcanza a distinguir algo detrás de él, y es precisamente ahí donde muchos no han podido ver más allá.
Nuestro amigo narra que, al enfocar la cámara en el espejo detrás del actor, se muestra la identidad del camarógrafo. Sin embargo, no es algo fácil de ver. Es como si la imagen viniera de otra grabación superpuesta, una sombra negra que se distorsiona en otras formas más. Se alcanza a ver un hombre con traje, una mujer de pantalón, otro hombre desnudo y hasta un anciano, todos ellos sosteniendo por turnos la cámara y alternando con la sombra negra. En un determinado momento, la figura ya no muestra una silueta humana, sino algo que parece más inhumano, largo, hecho de materia negra, y con ojos que pasan del blanco al rojo.
La cámara vuelve a dejar de hacer zoom, para enfocarse una vez más en la pareja, quienes han cambiado de posición, esta vez, para grabar como el actor eyacula sobre la cara y el pecho de Bianca. Después, él empieza a masturbarla, para causarle un nuevo squirt, esta vez más potente que el anterior. La cámara se aleja, saliendo del cuarto y azotando la puerta de la recámara. Desde atrás llega un grito de mujer, y la voz del hombre que grita:
-¿Qué fue eso? ¿Quién anda ahí?
Después, el vídeo termina con al menos dos minutos de estática.
Nuestro contacto en el blog aclara que, después de sentirse intrigado y hasta excitado, el miedo que le provocó ver aquello en el espejo le hizo pensar que, después de todo, ese vídeo no era la clásica escena porno de cualquier celebridad haría y que después se filtraría. Era más bien como un plan para ver si algún experimento funcionaba. Los distintos rostros en el espejo le dan a entender que tal vez muchas dimensiones se mezclaron en ese momento, o cuando eres invisible, la tela de la realidad se rompe, mostrándote con distintas facetas.
Dice que, en sus sueños, sigue viendo aquella cosa de ojos blancos y negros, que acecha detrás de todos los espejos, con una cámara que salpica semen y que tiene dientes que devoran carne. Después de ver el vídeo, le contó a su amigo el hecho, y ambos decidieron que deberían abandonar el vídeo en cualquier otra parte donde nadie más pudiera sufrir los efectos aterradores de aquellas extrañas visiones. 
Hasta la fecha, no hay copia en Internet de dicho material, y las identidades de Bianca Amore (si es que ese era su verdadero nombre) o del actor que la acompañaba siguen siendo un misterio. Tampoco se sabe quién o qué grabó aquellas imágenes.


sábado, 28 de febrero de 2015

Sadomasoquismo: Cuento 4, Capítulo Final (+18)



4.7

-Ríndete Elizabeth, no podrás con todos. Estás esperando el momento, pero es inútil. Te concentras más en tus pensamientos que en tu cuerpo-, dijo Vlad, soltando la horrible cabeza cercenada, la cual dio varias vueltas antes de detenerse en la pared.
Elizabeth se vio rodeada de criaturas sedientas, manchadas de sangre y desnudas, esperando saltar sobre ella para despedazarla. Tenía que ser rápida, y más fuerte.
Ya lo eres…
Uno de los vampiros se lanzó hacía ella, pero Elizabeth fue rápida: se agachó antes de que los brazos de la criatura le tomaran por sorpresa, y con su mano derecha golpeó el costado del vampiro, el cual soltó un chillido. Fue a parar hasta la pared, dónde chocó con la cabeza, partiéndose el cuello con un potente chasquido de huesos.
-¡Puta!-, gritó una de las vampiresas, corriendo a la misma velocidad que su compañero caído. Sus pechos rebotaban con cada paso que daba, pero Elizabeth no lo notó siquiera. Trató de correr, pero dos de los esbirros de Vlad la tomaron de las piernas, haciéndole caer de bruces. La vampiresa furiosa arremetió contra Elizabeth, pero esta fue más astuta. Con una sola mano, cortó el aire y alcanzó a darle a la vampiresa en el vientre.
El cuerpo de la mujer demonio se partió a la mitad, casi exactamente por encima del ombligo, y cayó entre los demás vampiros que esperaban su turno para deshacerse de Elizabeth. La mujer logró quitarse a uno de los vampiros con una patada, y el otro parecía un molesto chicle en el zapato, que se aferraba con uñas y dientes. Con la pierna liberada, Elizabeth aplastó la cabeza de la criatura, la cual explotó y derramó su contenido podrido por todas partes.
El vampiro que se había quitado de la pierna arremetió contra ella, haciéndola caer de bruces y colgándose de su espalda como un animal salvaje. Elizabeth se dio la vuelta lo más rápido que pudo, y apretó fuerte el cuello de su atacante. Este no podía liberarse, y parecía una especie de gato queriendo escapar de la mano humana que lo maltrataba. Elizabeth se burló de él con una sonrisa de satisfacción, y le lanzó hasta una de las ventanas, la cual se quebró. La criatura cayó hasta uno de los callejones, aunque nadie pudo ver si había muerto o no.
-¿Qué esperan, miserables ratas? ¡Acaben con ella!-, gritó Vlad, apartándose de la escena de la pelea, para ver desde lejos lo que sus criaturas podían hacer.
Los vampiros no esperaron más, y se lanzaron como una jauría de perros contra una liebre casi indefensa. Elizabeth corrió hasta el centro de la oficina, donde se levantaban las estacas con cuerpos atravesados. Tomó una desde la base y la arrancó del piso de la oficina. Quitó de una patada el cuerpo, sacándolo como si fuera un pedazo de carne de una brocheta, y tomó la enorme estaca como arma. Las criaturas ni siquiera bajaron la guardia, y se lanzaron con todo lo que tenían.
Dos de ellos fueron lanzados contra las paredes y uno más también cayó a través de una ventana. Una vampiresa furiosa, con el cabello rubio lleno de sangre pegajosa se quedó clavada en la estaca, atravesada exactamente entre los dos pechos. Otro de los vampiros soltó un chillido, pero fue embestido por la estaca y el cadáver que colgaba precariamente de ella. Ambos chocaron contra una mesa abandonada en el extremo del recinto.
Solo quedaban tres vampiros y una vampiresa. Los cuatro le rodeaban desde distintas direcciones, pero si no los podía ver, Elizabeth alcanzaba a escucharlos, a través de su respiración o sus pasos sobre el suelo lleno de sangre.
El primer vampiro se lanzó contra ella, pero Elizabeth blandió la estaca como si fuera una espada, y la clavó directo en la pelvis del monstruo, el cual seguía retorciéndose. Otro vampiro hizo lo mismo, sólo que este quedó clavado en el hombro derecho. La vampiresa sufrió el mismo destino, sólo que esta fue atravesada bajo el vientre, quedando parte de su aparato reproductor fuera del cuerpo.
-No lograrás escapar de mí, zorra idiota-, dijo el último vampiro de pie, quién se lanzó para atacar a Elizabeth frente a frente. La mujer se dio cuenta que su estaca no podría con otro cuerpo, así que la arrojó al suelo y esperó la embestida de su atacante. Sintió el golpe en sus hombros y sus pies se arrastraron unos cuantos metros por el impulso del impacto. La criatura acercó su hocico de dientes afilados hasta su cabeza, pero Elizabeth buscó el punto más vulnerable. Tomó con ambas manos el cuello del vampiro y lo apretó sin compasión, mientras la criatura se retorcía. De un solo mordisco, la mujer le arrancó un gran pedazo del cuello, dejando que su cabeza cayera por sí sola hasta sus pies. Arrojó el cuerpo hasta uno de los extremos de la oficina, y luego caminó hasta donde estaba la estaca con los tres vampiros clavados.
La mujer había muerto, pero los otros dos seguían con vida. Elizabeth puso la estaca verticalmente, mirando a Vlad frente a frente, como desafiando su presencia y autoridad.
-No voy a dejar que lo hagas…
-¿El qué?
La pregunta desafiante se Vlad hizo que Elizabeth tomara de uno de los tobillos del cuerpo muerto de la vampiresa, y lo extrajera de la estaca, desparramando su contenido.
-Sé que deseas aparearte conmigo. No voy a dejar que condenes a las personas a un destino peor que la muerte.
Elizabeth tomó con cuidado el cabello del vampiro que estaba clavado del hombro, y se la arrancó de tajo, dejando su cuerpo temblar con los últimos estertores de la muerte. El otro vampiro soltó un chillido de miedo.
-No lo hago por los humanos, Elizabeth. Estamos desapareciendo. Los vampiros que mataste eran unos cuantos que apenas sobreviven en todo el mundo. Son débiles, y cuando ingieren sangre enferma pueden morir. Nosotros dos no: hemos vivido más que ellos, y estamos mejor adaptados. Tienes que aceptarlo.
Elizabeth parecía no escuchar a Vlad. Metió la punta de su bota en la boca del vampiro que quedaba vivo en la estaca, y de un solo empujón le arrancó todo lo que había arriba de la mandíbula, dejando su lengua colgando de media dentadura. Dejó caer la estaca, sin más remordimiento.
-Ya no quedan más. Faltarías tú, por supuesto.
Vlad le miró desde el otro extremo de la oficina. Podía ver sus ojos llenos de furia, y su mente: estaba dispuesta a matarlo a cualquier costo. Su instinto le hubiese indicado que huyera, pero no iba a doblegarse ante una mujer.
-Te gustaba, no puedes negarlo. Te gustaba estar conmigo, sentirte bien y disfrutar de nuestros excesos. Ahora ven, y vuelve a disfrutar como antes.

Las palabras le llegaban como de otra dimensión. El mundo de Elizabeth empezó a distorsionarse. La voz de Vlad era encantadora, y no había duda de que la estaba orillando a sentirse excitada. Sin pensarlo dos veces, la mujer empezó a desprenderse de la ropa, hasta que quedó desnuda. Soltaba pequeños gemidos de placer, y no podía siquiera moverse.
Vlad se colocó al instante detrás de ella, y pasó sus dedos por su espalda, acariciándola a todo lo largo y ancho. Ella no podía impedirlo. Estaba atada a su poder, y se dejaría llevar hasta las últimas consecuencias.
-Eres mía, siempre lo fuiste, para esto te hice lo que eres. Que belleza…
El placer que sentía Vlad por Elizabeth en ese momento le hizo sentir una erección potente. Ese único momento fue clave para que Elizabeth volviera a tomar el control. Sabía lo que iba a pasar a continuación: el vampyr macho le daría una mordida a su hembra en la columna vertebral, inyectado una hormona especial que la dejaría a merced de él, para que no le atacara mientras copulaban. Sintió el aliento cálido de Vlad en su cuello, cerca de la base del cuello, pero fue rápida. No tenía que dudar, o no resultaría.

Vlad se detuvo repentinamente, sintiendo que su cuerpo no le reaccionaba. Una fuerza más allá de sus instintos le detenía. Con una mano, Elizabeth podía controlarlo, pero sin tocarlo. Su poder había vuelto, esta vez, potenciado por el propio poder mental de él.
-Suéltame…-, dijo Vlad, antes de que su boca se trabara. Ella se dio la vuelta, y le miró de frente, sin soltar el “puente” de poder entre ella y su quijada.
-Podría matarte en este instante. Arrancarte la lengua y luego sacarte el cerebro, y sin tocarte siquiera. Dame una buena razón para no hacerlo.
Vlad sintió la fuerza mental de Elizabeth en su cuello, la cual le apretaba sin hacerle mucho daño. Le quería vivo.
-Quieres tenerme. No puedes vivir sin mí, y mi fuerza. Me amas
Elizabeth se acercó, sin dejar de apretar. Le miró directamente a los ojos, y le acarició una mejilla. Él ni siquiera sonrió.
-No te amo, Vlad. Y ya me cansé de que me llames Elizabeth. Soy Erzsébet Báthory, y no por nada me decían la Condesa Sangrienta.
Vlad sintió miedo de verdad esta vez. Erzsébet empleó su fuerza con ambas manos, y pudo sentir el interior del vampyr. Vlad se retorcía de dolor, y su cuerpo parecía expandirse, como si cuatro caballos invisibles le jalaran en todas direcciones. Con un último estallido de fuerza, Erzsébet destrozó a Vlad, haciendo que su vientre explotara y sus miembros saltaran por los aires. La cabeza, con aquel rictus de dolor inexpresivo, salió rodando hacía sus pies.
Con el rostro manchado de sangre, Erzsébet ni siquiera vio el desastre que había causado. Tomó su ropa, y se vistió de nuevo, entre el silencio más solemne que escucharía aquel día.

Salió por las escaleras de servicio, pero al llegar hasta el primer piso, algo le impidió continuar. Toda la estancia estaba cubierta en llamas. Al parecer, todo el piso había sufrido un incendio, y las pocas personas que aún quedaban dentro trataban de salir corriendo por la puerta de servicio. Uno de ellos, incluso, llevaba entre sus manos una enorme cabeza de extraterrestre falsa.
Erzsébet los siguió, sin llamar demasiado la atención. Cuando estuvo a salvo en el frío callejón a un lado del edificio, salió corriendo hacía el otro lado, para rodear el recinto y salir por el otro lado de la avenida, camuflándose con la gente que ya había llegado hasta ahí para ver el desastre. Tal vez el edificio colapsaría, y si no, pronto encontrarían una verdadera masacre en el tercer piso. Las llamas lamían cada vez más alto el edificio, haciendo reventar las ventanas y emanando un calor infernal incomparable.
Erzsébet tenía que salir de ahí. Justo del otro lado de la calle, en la esquina, salió una chica, bonita y con un vestido muy elegante, confundida por lo que estaba pasando, o tal vez ebria. Se acercó a ella lentamente, sin disimular que tenía sangre en la cara.
-Disculpa, ¿podrías ayudarme? Estaba en el edificio y creo que me acabo de herir en la cabeza-, dijo Erzsébet, con un tono muy falso, pero creíble. La chica le miró un poco asustada, pero se acercó para revisarle la cara y la cabeza.
-Dios, que horrible. Vamos al hospital, iba para allá, me duele una de mis piernas. También escapé de ese lugar-, dijo la chica desconocida. Erzsébet notó un tono de mentira en su voz, pero no dijo nada.
-¿Cómo te llamas?-, preguntó la desconocida.
- Erzsébet, vengo de Hungría.
La muchacha le ofreció la mano.
-Alicia. Vivo aquí en la ciudad. Vamos, tenemos que encontrar un taxi.

Encontraron uno aparcado en la esquina, a dos cuadras antes de llegar a Central Park. El conductor era un joven rastafari, de rastas y barba rala, que iba escuchando música hippie. Sin pensarlo más, Erzsébet y Alicia se subieron.
-¿A dónde van?-, dijo el conductor, sin siquiera mirarles en el espejo retrovisor.
-Al hospital más cercano por favor.
El muchacho asintió, manejando derecho por la calle atestada de autos. Avanzaba algunos metros, pero volvía a detenerse. La música cambió a una tonada más lenta. White Rabbit, de Jefferson Airplane.
Erzsébet sintió su boca seca, y escuchaba atenta lo que pasaba a su alrededor. Puso atención en la música, y en un incesante retumbar que llegaba de algún lugar cerca de ella. Miró a su izquierda, y le llegó, junto con ese sonido implacable, el dulce aroma de la sangre. Alicia estaba nerviosa, lo podía oler y escuchar, porque su sangre le llamaba.
-Perdóname-, dijo Erzsébet, sintiéndose cada vez más ansiosa.
La muchacha le miró, extrañada.
-No entiendo, ¿por qué habría de perdonarte…?
Erzsébet se relamió los labios, esperando el momento justo.
-Porque tengo mucha hambre.

Nadie escuchó los gritos al interior del auto. Y el tráfico no avanzaba.



Sadomasoquismo:

Conducta sexual que implica dolor físico y juegos de dominación.

viernes, 27 de febrero de 2015

Alorgasmia: Cuento 3, Capítulo Final (+18)



3.7

-¡Corte! Se queda…
Todos aplaudieron al final de la escena, incluso Alicia Grant, la actriz principal quién interpretaba a Melinda y a Lynda en esta película de misterio. Las grabaciones de “Besos Ajenos” habían comenzado apenas hacía unos dos meses, y con tan poco presupuesto, había sido una de las mejores decisiones en la carrera de Thomas Abernathy, quien fungía como director y actor ocasional en su propia opera prima.
Aquella noche se grababa una de las escenas más complejas, dónde Alicia, junto con el actor que interpretaba a Marco, estaba rodeada de criaturas del espacio, y le mostraban a su bebés, un híbrido de verdad feo que había sido generado por computadora para darle más realismo. Las pantallas verdes rodeaban a todo el elenco aquella noche, y lo hacían en una espectacular bodega del primer piso de un edificio en Nueva York, el cual había sido cerrado por el dueño para darles privacidad absoluta. Una mujer quiso entrar por la puerta principal, pero obviamente los de seguridad tenían prohibido dar acceso a personas desconocidas.
Thomas no se había aparecido, y había dejado al director adjunto, Martin Shuester, a cargo de todo. Alicia se acercó a él, mientras sus compañeros de grabación salían a refrescarse un poco al pasillo.
-¿Dónde está Thomas? Creo que no lo hice tan bien, parecía falso. Ni siquiera me la creí que esa cosa estuviera dentro de la caja.
Martin la miró extrañado y sonriendo al mismo tiempo. Sabía que Alicia era buena en lo que hacía, pero definitivamente nunca creyó que su primera oportunidad en el cine sería con una película muy rara en verdad.
-Todo va a estar bien, ya verás. Lo haces de maravilla, yo siempre me lo creo cuando Thomas me enseña las ediciones finales. Ve y descansa un poco. Haremos la escena del trato en media hora, ¿está bien?
Martin le dio un beso en la mejilla y se alejó, regañando a los maquillistas para que no maltrataran demasiado uno de los trajes de látex de las criaturas espaciales.
-¿El trato?-, se dijo a sí misma Alicia, como si de repente hubiese olvidado el guión. La escena versaba que, si Melinda hacía un trato con los extraterrestres, la dejarían ir con sus recuerdos intactos y su vida pasada. Cerró los ojos un momento, sintiéndose cansada y un poco mareada, y caminó directo hasta su camerino.
En realidad, era una oficina pequeña que habían acondicionado para que la joven actriz pudiera cambiarse y tomarse una que otra siesta. Entró en ella, y la suave iluminación ayudó para que se sintiera más tranquila. Se sentó en un pequeño sofá al otro extremo, y se dio cuenta que había dejado la puerta abierta. Se levantó para cerrarla, pero esta empezó a hacerlo por sí misma. Detrás de ella estaba Thomas, escondido y con una sonrisa amplia y muy agradable. En sus manos sostenía un pequeño ramo de rosas rojas.
-Sorpresa, mi hermosa protagonista-, dijo él, acercándose a Alicia, y entregándole el ramo. La joven actriz abrió la boca, sorprendida y halagada.
-¡Vaya, Thomas, muchas gracias! Siéntate por favor.
Mientras ella buscaba dónde poner su ramo de rosas, él se sentó en el sillón donde ella estaba a punto de descansar. Alicia encontró la jarra de la cafetera en el suelo, llena de agua, y puso las flores ahí, mientras pudiera conseguirse un florero decente. Colocó la cafetera en el tocador, junto a los productos de belleza.
-¿Te molesta?-, dijo Thomas, mientras sacaba su celular y ponía una canción. Era extraña, le daba un aire a las canciones viejas de los años 50’s, pero con un tono más moderno. La voz era de un hombre, distorsionada con la ayuda de algún sintetizador.
-¿De quién es la canción?-, preguntó Alicia. La voz del cantante le daba escalofríos.
-Se llama Bad the John Boy, de David Lynch. Inspiradora yo creo…
Y era verdad: Thomas había retomado mucho del trabajo de Lynch, como director, para hacer su propia película de misterio.
-Quisiera usarla en los créditos finales. Sólo habría que conseguir el permiso.
Alicia asintió, mirando a Thomas mientras éste ponía su celular junto a la cafetera con las flores. La música inundó el lugar, con una cadencia lenta, pero muy poco romántica. Daba miedo.
-Te extrañé en toda la grabación. Dice Martin que salió excelente, pero lo dudo.
-Fui por tus flores y a arreglar algunos asuntos antes de continuar. Prefiero no dejar nada pendiente, querida. Quería preguntarte algo, si no veo inconveniente en hacerlo.
-Para nada, Thomas. ¿Qué pasa?
El enorme actor se levantó del sillón, y se acercó poco a poco a Alicia, quién se dejó llevar por sus enormes manos cuando la acercó a él, aunque Thomas sintió algo de resistencia de su parte.
-Recuerdas que, cuando viniste a verme para lo del casting, me dijiste que harías cualquier cosa por obtener el papel. A pesar de todo, te dejé ser la protagonista, sin más que tus referencias y tu talento. ¿Aún estás dispuesta a hacer lo que sea?
Alicia percibió dos cosas de Thomas Abernathy en ese momento: su ligero aliento alcohólico cerca de su boca, y una erección enorme entre sus pantalones.
-No… no sé a qué te refieres…
Thomas acercó su boca al oído derecho de la actriz, y le susurró dulcemente:
-Recuerda quién eres, Melinda…
La voz masculina de Thomas hizo que Alicia se sintiera excitada, y sin embargo, el tener tan cerca al actor con quién compartía el set sin ningún afán profesional le hacía sentir temerosa e incómoda. Empezó a empujar a Thomas, pero este no deseaba soltarla.
-Basta, Thomas, por favor.
-No, Melinda. Sé lo que sientes cuando estamos grabando y te llamo así. Te excita sentirte como ella. Vamos, Mel, no te resistas…
-¡Thomas, basta!
Alicia empujó más fuerte a Thomas, quién la soltó de repente, dando traspiés hacía atrás. El hombre empujó son su enorme espalda la cafetera con las flores, derramando el agua hasta la toma de corriente de la oficina. Thomas sintió el agua a través de sus mocasines de piel, pero no venía sola: la potente corriente eléctrica lo hizo saltar hacía delante, cayendo al suelo retorciéndose. Alicia soltó un grito y retrocedió, subiéndose al sillón de la estancia. La luz del techo soltó un estallido, y todo el lugar se quedó en la penumbra. La chispa del foco saltó hasta dónde estaba el biombo de papel y madera que la muchacha usaba para sus cambios de vestuario, y este se incendió al instante.
El fuego continuó hasta la alfombra y el mueble de la muchacha, y con el resplandor mortal Alicia pudo ver el cuerpo de Thomas ahí en el suelo, con las venas negras surcándole el rostro y los ojos rojos, humeantes.
-Dios, lo maté…
Reaccionó antes de que el fuego alcanzara el sofá. Saltó más allá del cadáver de Thomas Abernathy, y sin tomar nada, salió corriendo de la oficina. En el pasillo no había nadie, afortunadamente para ella, por lo que caminó despacio hacía el final, dónde la esperaba una puerta solitaria. Era la puerta de servicio, la que daba a un callejón justo detrás del edificio. Estaba medio abierta, aunque recordaba que Thomas había dicho que todo debía de estar cerrado, para guardar mejor el secreto de su trabajo.
Caminó como si nada hasta la puerta, verificando que no viniera nadie, ni desde el pasillo adjunto ni desde las escaleras. Cuando abrió la puerta del todo, entró un frío aire que le hizo cerrar los ojos. Tenía la piel congelada de repente, pero no quería estar ahí dentro para cuando encontraran el cuerpo de Thomas. Ella lo había matado, y la culparían por eso. Ahora, más que nunca, Alicia estaba en problemas.

Pasaron al menos dos horas cuando el incendio se había extendido por todo el primer piso. Los bomberos habían llegado en vano, porque el fuego no podía extinguirse tan fácil. Pero Alicia no se había quedado para ver la desgracia. Había corrido hasta llegar a otro callejón, más apartado del edificio, y se había escondido entre los contenedores de basura verdes que había en casi todas partes.
Ahí no la encontraría nadie. Tampoco le achacarían el homicidio de alguien. Tal vez el cuerpo de Thomas sería irreconocible, si es que sus dientes tampoco se hubiesen salvado al desastre. Podrían creer que ella estaba muerta, y cómo él había desaparecido, sería el perfecto homicida de su estrella principal.
Sin esperar a confirmar si esto podía darse o no, Alicia se sentó sobre el frío suelo del callejón. Estaba asustada, y debía relajarse. Sintió sus dedos en el borde de su bikini, debajo de su falda. Empezó a masturbarse, creyendo poder ver a Thomas frente a frente, como si fuera él quien la penetraba.
Tenías razón, amor, se dijo a sí misma, mientras tenía un orgasmo espectacular. Soy Melinda.
Siempre he sido Melinda.



Alorgasmia:
Parafilia sexual que lleva a una persona a pensar en otra diferente con la que está compartiendo un coito.

jueves, 26 de febrero de 2015

Patrilagnia: Cuento 2, Capítulo Final (+18)



2.7

Una de las características propias de los seres alados es que pueden aparecer en varios lugares al mismo tiempo. La carga de sus trabajos se hace más ligera gracias a esta grandiosa habilidad, que aunque no les permite estar en todas partes al mismo tiempo, pueden bien dividirse en varios sitios, y cumplir sus propósitos lo más rápido posible.
Travis Ileman no podía creer lo que pasaba. Le había golpeado un ser alado con su enorme arco de madera, y amenazaba matar a su hijo. Estaba completamente seguro de haber escuchado pasos en el piso de arriba, lo que quería decir que Shawn estaba en peligro. Y su único pecado había sido amar a su propia sangre.
-No le hagas daño…
La criatura sonrió, moviendo las alas en señal de indignación. No iba a dejar que una simple súplica como esa le hiciera cambiar de opinión.
-Vamos, sabes que es imposible detenerme. Eres un simple mortal, y si algo puedo hacer bien es matarte si lo deseo. No te interpongas en mis planes…

-No te interpongas en mis planes.
La criatura alada no había dejado la flecha en ningún momento. Seguía apuntando directamente al corazón de Shawn, quién no podía moverse, y contemplaba a aquella cosa con ojos llorosos y el esfuerzo de querer hacer algo en su estado tan deplorable.
-¿Por qué? No quiero morir-, decía el muchacho con los ojos repletos de lágrimas y un dolor lacerante en las costillas.
-Tu padre y tú han tenido la osadía de enfrentarse a mis propios designios, muchacho. Hubieran tenido la consideración de mantener sus relaciones apartadas. Pero tenían que involucrarse más y más. Eso no puedo permitirlo.
La furia de la criatura hacía que los aparatos de la casa se encendieran y apagaran, al igual que las luces. En la tableta de Shawn podía escucharse Führe Mich de Rammstein en intervalos, como si la señal llegara desde un radio viejo.
Un silbido agudo y constante se dejó escuchar por toda la casa, colándose entre los muebles e incluso entre los poros de las paredes. Las ventanas empezaron a romperse, quebrándose tan fácil como hojas en otoño bajo los pies de las personas. Shawn intentó moverse, pero las punzadas en los costados no lo dejaban ir más allá de la orilla de la cama. Hizo un último esfuerzo, sintiendo el sudor recorrer su rostro lacerado, y sintió que la gravedad actuaba sobre su cuerpo, haciéndolo caer al suelo. Cayó boca abajo, y eso permitió que el dolor no fuera tan potente. Trató de arrastrarse lo más que pudo hasta la pared, moviendo los pies desnudos y las manos sudorosas que se le resbalaban al contacto con el suelo.
La criatura se elevó de un salto hasta la cama, posándose suavemente y sin dejar de batir sus enormes alas, las cuales movían el aire de la habitación como si se tratara de un huracán pequeño dentro de una casa. Las cosas empezaron a salir volando por todas partes, y uno de los cuadros de la pared, donde aparecía toda la familia Ileman sonriendo, cayó sobre la cabeza de Shawn, aunque no le hizo daño.
-Si te mueves, será difícil disparar, pero aún así…

-… lo haré.
La criatura parecía hablar consigo misma, con la mirada en el techo, mientras la casa empezaba a temblar desde sus cimientos. Travis se levantó como pudo, aunque sus piernas temblaban y no lograba mantener bien el equilibro. Con una mano en el estómago, observó a la criatura, con las alas extendidas y distraída. Sin pensarlo dos veces, corrió lo más rápido que pudo, directo hasta esa cosa. Cuando estuvo a unos centímetros, Travis soltó un grito.
Chocó contra la criatura, y aunque le derribó, había sido como querer tirar un árbol de un solo golpe. Le dolía todo el costado, y la cabeza le daba vueltas, pero logró enfocarse. Tenía a aquel monstruo en el suelo, con las enormes alas dobladas hacía arriba formando un arco, como cuando un cazador derriba a una hermosa ave en pleno vuelo. La criatura soltó un aullido de enojo y frustración, soltando el arco y la flecha. Levantó a Travis de los hombros, inmovilizándolo por completo, mientras este pataleaba para soltarse.
-¡Nadie puede matarme, maldito!-, gritó la criatura, con aquellos ojos rosas encendidos, casi rojos de furia. Lanzó el cuerpo de Travis al único lugar dónde le dio oportunidad. El padre de Shawn cayó de espaldas en los primeros peldaños de la escalera, aún manchados de sangre. No podía perder tiempo. El hombre se levantó y echó a correr hacia arriba, aunque el ser fue más rápido. Remontó el vuelo, y alcanzó a llegar hasta la cima de las escaleras, derribando con su velocidad a Travis, que cayó de bruces. Arrodillado, miró a su verdugo, formando una barrera con sus enormes alas. Pudo ver en su mente a Shawn, cerrando los ojos, acorralado por aquella cosa que estaría a punto de traspasar su cuerpo con aquella flecha.
-¡Por favor, no lo mates! ¡Mátame a mí, a mi hijo déjalo en paz!-, dijo Travis, con lágrimas en los ojos y el cabello volando en todas direcciones por el viento mordaz de las alas de aquella criatura.
La criatura le miró ahí, sumiso y desesperado. Veía en su corazón que decía la verdad, que, a pesar de todo lo que habían hecho, Travis sí amaba a Shawn como a él le gustaba que pasaran las cosas. Pero sobre todo ese amor, nublado entre las tinieblas del deseo y la desesperación de más placer, había una luz mucho más fuerte.
-Sacrificio. Travis Ileman, te sacrificas para salvar la vida de tu hijo.
No había amor más grande que el de alguien que da su vida para salvar a otra persona. Travis asintió, sin decir palabra alguna. La criatura le miró a los ojos.
-Muy bien-, y desapareció.
La casa dejó de temblar, y el viento sobrenatural amainó de repente. Las pocas cosas que se tambaleaban en las paredes o en los muebles cayeron antes de que la casa quedara de nuevo en el silencio sepulcral de antes.
Travis miró a su alrededor. En las escaleras no había nadie. Se había ido. Echó a correr de nuevo hasta la recámara dónde estaba su hijo, a pesar de que le dolía la espalda y las rodillas. Cuando llegó, encontró la recámara tan derruida y desordenada como toda la casa. Shawn estaba en el suelo, recargado precariamente en la pared, y cubriéndose los ojos.
Se acercó ante él, y le zarandeó. El muchacho soltó golpes y un grito de susto, pero al ver los hermosos ojos de su padre, se soltó a llorar, abrazándolo al instante. Travis tardó un momento en reaccionar, hasta que sintió el cálido abrazo de su hijo alrededor de su espalda. Lo tomó con cuidado, y lo levantó hasta la cama.
-Estás a salvo, campeón. Todo terminó, esa cosa se fue. Estaremos bien. Tenemos que salir de aquí…
Shawn asintió con rostro de miedo, tratando de contener el llanto y el dolor de las costillas rotas. Travis le dedicó su mejor sonrisa, a pesar de que tenía el rostro demacrado y algo golpeado. Se levantó de la cama como pudo y le revolvió el cabello a Shawn, haciéndolo sentir más tranquilo. Al darse la vuelta, una fuerza impresionante le empujó unos pasos hacia atrás. El dolor se hizo insoportable, y sintió que algo le atravesaba el cuerpo. Travis Ileman tocó con sus dedos la flecha de plomo que le había atravesado el pecho, saliendo por el otro lado, escurriendo sangre caliente de la punta.
-¡NO!-, gritó Shawn, viendo como su padre retrocedía y caía casi justo a su lado, con la flecha en su cuerpo, y la sangre manando de la herida. La criatura alada bajó el arco mirando la escena desde la puerta de la recámara. Sus alas volvían a ser hermosas y su rostro era triste, pero sereno.
-Tu padre se sacrificó por ti. Si no fuera por él, estarías muerto, y seguramente él también por desafiar el poder de la naturaleza. Lo lamento mucho. Estas cosas no deberían pasar.
Sin más, como un suspiro, aquel ser desapareció, dejando plumas de colores en el suelo.
Las sábanas de la cama estaban llenas de sangre, y las manos de Shawn impedían que saliera más, pero no podía. Sus lágrimas caían desde sus mejillas hasta el rostro de su padre, el cual estaba pálido.
-Lo siento Shawn… Yo te orillé a esto…
El muchacho negaba desesperado.
-No, los dos tuvimos la culpa. Lo siento mucho también, pa…
Travis Ileman tosió gotas de sangre fresca, y su último suspiro salió de su pecho, hasta que su cuerpo quedó inerte sobre el de su hijo, quién no podía moverse.
-No, no por favor, ¡no, no te vayas…!
Shawn soltó a llorar, y abrazó el cuerpo de su padre, quién ahora miraba con ojos inexpresivos el techo de la habitación. Su mejilla izquierda se manchó de sangre, pero no le importaba. Su padre había muerto, y era culpa suya.
Solos en la noche, rodeados de sus recuerdos rotos, Travis y Shawn no se dijeron una palabra más. El muchacho se soltó a gritar, pidiendo ayuda, hasta que los vecinos acudieron a su ayuda.
El amor podía ser un maldito desgraciado, pero siempre terminaba siendo justo…



Patrilagnia:
Contacto, en busca del placer genital, entre un padre y su hijo o hija.

miércoles, 25 de febrero de 2015

Gregomulcia: Cuento 1, Capítulo Final (+18)



1.7

¿Por qué?
Era la pregunta que se ahogaba en la garganta de Sara mientras permanecía junto a Javier, quién se desangraba a cada segundo que pasaba. Irina le apuntaba con el revólver, mirándole fijamente con una sonrisa enloquecida en su rostro.
-Tal vez te preguntes por qué lo hice. Bueno, mira, la chica de aquella noche ni siquiera es la primera. Tengo un largo historial de mis travesuras en otras ciudades, y aquí necesitaba el impulso necesario. Esa motivación me la diste tú, Sara…
La muchacha no podía creer lo que veía, y mucho menos lo que Irina estaba diciendo.
-¿Qué tratas de decir?
-Conozco tu aberrante gusto por entrar al metro y hacer que los hombres te toquen. Te he seguido en algunas ocasiones, segura de que no me ibas a ver. Eres un caso extraordinario, Sara. Eres una mujer que busca el placer entre la multitud y no lo escondes en lo más mínimo. Por eso decidí cazarte, para ver como reaccionabas.
“Con Esther sólo llamé tu atención, nada más. En realidad te quería a ti para mis planes: tenerte temerosa, acechada. Influir en tu mente con miedo y desesperación, y ver cómo tu deseo carnal se comportaba respecto a ello. ¿No es genial? Espero que en este momento te sientas lo más excitada posible. Quisieras que una mano masculina te dé el placer que necesitas. No puedes esconderlo más…”
Las palabras de Irina hicieron que Sara se sintiera culpable de sí misma, pero a la vez, deseaba con toda el alma estar rodeada de gente, hombres que en sus más lúbricos pensamientos la tuvieran a ella penetrándola por todos sus agujeros, mientras le tocaban el clítoris o le metían dos dedos en la vulva.
-No voy a permitir que me engañes de nuevo. Déjame salir con Javier de aquí, te lo suplico.
Irina soltó una fuerte carcajada que retumbó en la catedral abandonada.
-¡No te voy a permitir que supliques, por el amor de Dios! Eres una perfecta idiota, Sara. Por si no lo sabes, un ratón en un experimento psicológico no ruega al hombre que le suelte o que deje de usarlo para sus oscuros fines. Tú eres mi ratón, Sara. Si los animales ruegan que no los usemos, creo que no los entendemos, por eso lo seguimos haciendo. Tus súplicas no significan nada para mí. Te tengo donde quería, y mientras sigan creyendo que el asesino sigue suelto, podré matarte para iniciar con mis propias investigaciones.
-No le hagas caso, Sara…-, dijo Javier, con dificultad y quejándose del dolor. La mano de Irina tembló con el revólver entre sus dedos, apuntándole a ambos por turnos.
-¡Cállate, cállate! Los dos no entienden nada. No lo hago por satisfacción personal, ni por una venganza. Lo hago por el amor que le tengo a mi profesión. Voy a graduarme con honores haciendo un trabajo monumental de tu trágica vida sexual y de cómo acabó repentinamente gracias a un asesino que logró escapar. No hay pruebas que me inculpen. Nada me detendrá para hacer lo que es debido. Y ustedes dos van a morir…

Mientras Irina amenazaba a Sara y a Javier, de la puerta al costado del atrio principal salió Isaac, empuñando con fuerza una tabla de madera que había encontrado entre los desechos de la remodelación de la oficina del sacerdote. Con pasos ligeros y silenciosos se fue acercando a Irina, colocándose justo detrás de ella para que no la viera. No podía ver bien a causa de la luz de las velas, pero tampoco estaba ciego.
-Despídanse de sus vidas.
Irina no vio cómo se acercaba Isaac, pero Sara sí, aunque no dijo nada, actuando como hasta ese momento lo estaba haciendo. Isaac levantó el pedazo de madera, mientras sus dedos se ponían rojos por la fuerza que hacía para no soltar su arma improvisada. Sara cerró los ojos…
El golpe llegó. Isaac empujó a Irina hacía un costado, haciendo que el revólver se le disparara por error, sin darle a nadie. Después con el trozo de madera, le golpeó de lleno a Sara en la cabeza, haciéndola caer de costado sobre Javier, quién no pudo hacer nada para impedirlo.
-Maldito… ¿Sara…?-, dijo Javier, tratando de reanimar a la muchacha. Ella no reaccionó.
Isaac arrojó el pedazo de madera cerca de la cabeza de Sara, la cual había golpeado el suelo, con el rostro cubierto por el pelo. Irina se levantó, con el revólver apuntando al suelo.
-¿Qué se supone que haces, Isaac?
El muchacho le sonrió, tratando de aguantar las ganas de salir corriendo o de hacer una tontería más.
-Tú sabes lo que quiero, Irina. Eres la mejor amiga de Sara, y sabes muy bien que la deseo desde hace mucho. No me vas a quitar la oportunidad de tenerla.
Irina sonrió, como si reconsiderara la oferta de Isaac. Se acercó a él, y puso su mano izquierda en su bulto, tocando su pene y acariciando sus testículos por encima del short.
-Eres un hombre de verdad. Bajo esta ropa hay un macho alfa. Testosterona pura. Cualquier mujer querría estar contigo, incluso yo. Sé como miras a Sara, y sé que la deseas más que a nadie en este mundo. ¿En verdad la quieres?
Isaac asintió, notando como su miembro crecía entre los dedos de Irina, quién no dejaba de apretar.
-Voy a hacerla mía por todas partes, Irina. Luego podrás hacer lo que quieras con ella, te lo prometo.
-Eres un amor, pero no estoy interesada…
Irina levantó la mano con el revólver, y colocó el cañón bajo la garganta del muchacho. Antes de que Isaac reaccionara, disparó. Los sesos del joven saltaron por todas partes, estallando entre materia gris y sangre. El cuerpo de Isaac cayó hacia atrás, haciendo que su cabeza perforada rebotara contra el suelo, antes de derramarse.
Irina tenía el rostro lleno de sangre, gotas que le escurrían desde varias partes, haciendo de su rostro algo macabro a la luz de las velas. Ni siquiera le interesó. Se acercó cautelosa al cuerpo de Isaac, el cual yacía con la boca abierta en un ángulo irregular y con los ojos abiertos, casi blancos. Mientras le pateaba una de las piernas, para cerciorarse que estaba muerto, Sara se fue arrastrando por el suelo, con la sien sangrando y aturdida. Encontró el pedazo de madera y se aferró a él cómo pudo.
-Sara es mía, pedazo de mierda…
Irina escupió en el cuerpo de Isaac, y entonces Sara se levantó. Con un fuerte impulso de sus brazos, golpeó a Irina en una de sus piernas, haciendo que esta soltara un alarido de dolor, y cayera de espaldas después de rodar un poco. Levantó la pistola, pero Sara se le adelantó:
-¡No más, perra!
Con el pedazo de madera, golpeó la mano de Irina, haciendo que se le fracturara la muñeca y dos dedos. Soltó la pistola, entre gritos y maldiciones.
-¡Te voy a matar, maldita, juro que lo haré!
Sara veía cómo Irina se retorcía de dolor en el suelo. Soltó el pedazo de madera, el cual retumbó en el suelo y las columnas del edificio con un sonido casi hueco.
-Estás loca, amiga… Te mereces eso y más.
Sin embargo, en un instante de rabia contenida, Irina se levantó como pudo, soltando un chillido terrible, y se lanzó contra Sara. Esta trató de forcejear, aunque sabía que Irina no podía usar una mano, pero con la otra era igual de peligrosa. Irina le jaló del cabello, y la hizo darse la vuelta, para caer de espaldas contra el suelo, muy cerca del cadáver de Isaac. Irina le clavó las rodillas en el pecho, y con la mano sana, le rodeó el cuello, apretándolo con todas sus fuerzas. Sara no podía respirar, y se estaba ahogando con su garganta obstruida. Sólo podía manotear, buscando la pistola, pero sin éxito. Irina la miraba con aquellos ojos enloquecidos, furiosa.
-Ya muérete, estúpida-, decía la muchacha, soltando saliva cada vez que hablaba.
De repente, un estruendo enorme se escuchó en el lugar. El eco de un disparo. Sara pudo respirar al fin, tosiendo un poco. El cuerpo de Irina cayó sin vida justo a su lado, boca abajo. El disparo le había entrado justo en la nuca. Detrás de ella estaba Javier, de pie con las pocas fuerzas que le quedaban, y con el revólver en la mano. Después del disparo, volvió a desplomarse, esta vez cayendo de costado.
Sara se levantó rápidamente y corrió a su auxilio. Javier estaba muy pálido y débil.
-Te vas a poner bien, por favor, resiste.
Javier le sonrió, asintiendo. Ya ni siquiera le quedaban fuerzas para hablar. La tomó de la mano, y ella también se aferró de él, como si fuera su apoyo, o el oxígeno que necesitaba. Estaban juntos en eso, y él no la dejaría sola.

Cuando Sara llamó a la policía y a los paramédicos con su celular, encontraron un verdadero caos. Velas medio consumidas, un muñeco falso amarrado a una silla, un herido de gravedad que, a pesar de todo, saldría con vida, y una muchacha asustada, con un golpe en la cabeza, pero bien en lo que cabía.
En el suelo había dos cadáveres. Uno de un muchacho musculoso, y el de la presunta asesina de una alumna de la Universidad. Hasta para los peritos fue curioso encontrarlos así: él, con una mancha de semen en su short. Y ella, con la cara desencajada sobre su pene muerto.
Toda una escena.

Dentro de la ambulancia estaba Sara, sentada, junto a Javier, quién llevaba un tubo en la boca, mientras los paramédicos controlaban la hemorragia y le administraban tanto sangre como medicamentos. Ella le sonreía, con algunas lágrimas en los ojos, y él, a pesar de sentirse sedado, pudo sostener sus ojos con los de ella durante el trayecto al hospital.
En la cabina del conductor se alcanzaba a escuchar una canción, que a la pareja le parecía muy lejana: sonaba como un vals, una cadencia tan sensual que no podía adecuarse a un momento así. Era el Jazz Suite No. 2 de Dmitri Shostakovich…



Gregomulcia:
Excitación por ser manoseado por una persona desconocida en una multitud.
 
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