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domingo, 17 de diciembre de 2017

#UnAñoMás: Luces de Navidad [PARTE III] (Segunda Posada)

OVNI captado sobrevolando el Aeropuerto de Miami (2016)


Los vecinos ya se habían apartado con la letanía, tocando a la puerta de las casas que iban a representar las paradas para pedir posada. Las luces y la comida no estaban tan lejos, pero en aquel recóndito espacio, Juan y Vanessa estaban rompiendo las reglas, y su noche de paz y amor había llegado antes.
Él estaba contra ella, y ella aguantaba su peso contra la pared del pequeño jardín de la señora Mercedes, una vecina que vivía al final de la calle, y dónde se dejaba la comida para la posada. Por ahí no pasaba nadie, y nadie podía ver que Vanessa ya tenía los calzones abajo, y Juan intentaba penetrarla.
Ella podía ver por encima del hombro de su amante, pero su miedo era infundado. Ahí no había nadie. Justo donde acababa la calle, comenzaba una avenida larga, perpendicular, y del otro lado de la avenida, donde apenas pasaban dos o tres coches cada cinco minutos, había un baldío, un lugar lleno de plantas enormes y con tierra que a veces se levantaba en remolinos.
-No te pongas nerviosa, chiquita, nadie nos va a ver… Déjate querer-, dijo Juan, mientras sus manos apretaban sin disimulo los pechos de la muchacha. Vanessa le agarraba las nalgas a su compañero, para no dejarlo ir, y menos cuando estuviese dentro. Le dolió, pero aguantó.
-¡Nos van a ver, ya te dije!-, dijo Vanessa, tratando de aguantar los gemidos.
-Que no, tú disfruta… Nunca tenemos tiempo. Tu mamá te vigila siempre y yo me tengo que aguantar…
La madre de Vanessa, doña Remedios, casi nunca la dejaba salir. Y cuando conoció a Juan, un hombre un tanto mayor que ella, algo encendió dentro de sí, algo que no podía ignorar. Trataba siempre de estar lejos de su madre, y verlo a escondidas. No quería que nadie supiese que entre ella y Juan había algo.
-Pero, pero…
Aunque ella trataba de decir algo, el placer la mantenía casi sedada. Sus manos se cerraron en las anchas espaldas de su amante, y le rasguñaron a través de la camisa. Él trataba de hacerlo más rápido, aunque ella estuviese un poco tensa.
En el momento cumbre, Vanesa miró de nuevo por encima del hombro de Juan. Del otro lado de la avenida, entre las plantas del baldío, había una persona, un hombre alto que la miraba entre la maleza, mientras sus pies levantaban la tierra. El hombre levantó la mano, y señaló justo hasta donde estaban ellos, y una luz brillante les apuntó.
Vanessa soltó un grito, y se levantó las bragas lo más rápido que pudo. Juan, asustado también, empezó a vestirse también, mientras se daba la vuelta para ver quién les estaba espiando. Solamente vio cuando un auto pasaba por allí, con las luces altas encendidas, lo que hizo que sus siluetas se reflejaran en la pared de la casa de doña Mercedes cuando el auto avanzó, para perderse al final de la avenida.
-¡Alguien nos estaba viendo del otro lado, entre las plantas!
Juan, ya con el pantalón en su lugar, y un dolor de testículos horrible, avanzó un poco antes de llegar a la orilla de la avenida. Miró a través de la oscuridad, con la poca luz de las luces navideñas de su vecina. Ahí no había nadie, sólo un montón de tierra ensuciando el asfalto y las plantas, que se mecían con el viento del invierno. Vanessa sintió miedo y se cubrió con el suéter, que había dejado abandonado en el pasto.
-Ahí no hay nadie. No seas tonta. Todas son iguales, están locas…
Juan se fue caminando de ahí, murmurando y maldiciendo, mientras Vanessa se quedó agazapada en la pared, tratando de no morir de frío, acomodándose la falda y mirando hacía el otro lado de la avenida. Ahí había visto a alguien, no estaba loca…

martes, 12 de diciembre de 2017

#UnAñoMás: Luces de Navidad [PARTE I] (Día de la Virgen de Guadalupe)

Imagen de uno de los objetos luminosos fotografiados durante la oleada OVNI en Bélgica de 1989-1990.


Los niños gritaban mientras corrían por la calle. La imagen de la Virgen de Guadalupe ya estaba adornada con escarcha, esferas y pequeñas luces de colores. Hacía frío, y la tarde se convertía en noche rápidamente, por lo que las luces de la Virgen lucían tan bonitas y relucientes.
Juan Diego iba caminando por ahí, mientras los vecinos ayudaban a sacar y acomodar sillas alrededor del nicho de la Virgen para la misa que se celebraría en media hora. Acababa de salir del trabajo, y estaba cansado. Ni siquiera se fijó cuando un pequeño niño se le atravesó y estuvo a punto de tirarlo.
Llegó a casa, abrió la puerta y la cerró tras de sí. Las risas de los niños sonaban como lejanas, pero el frío no se iba. Vivía solo en aquella pequeña casa, y el silencio y la oscuridad reinaban en todo el lugar. Los pocos muebles que tenían crujían por el frío. Iba a prepararse un buen café, a escuchar música y a no dejar que nada lo molestara aquella noche.
Había pasado casi una hora, y aunque los niños ya no gritaban, se escuchaba la letanía del sacerdote que los vecinos habían traído para la misa. A pesar de la música, Juan Diego escuchaba lo que el sacerdote decía, pero no prestaba atención. La taza con café que sostenía entre sus manos le calentaba la garganta, y la música lo relajaba un poco más. Aunque la casa era fría, eso no le preocupaba.
Lo había pensado detenidamente durante semanas. Aquella vida, solo siempre, en esa casa fría y aburrida… No parecía una buena vida para él. Menos después de enterarse de que la mujer que quería había tomado una decisión. Aún escuchaba bien claras las palabras de ella en su mente, de hacía ya un mes, como si hubiesen pasado horas apenas. Yo voy a quedarme con él… Te quiero, pero necesito estar con él.
El café tenía un sabor raro. En la mesita de la sala descansaba un frasco, un diminuto frasco que antes contenía un polvo blanco, un veneno para rata. Tal vez dolía, pero Juan Diego no lo sentía. Había tomado un calmante, y aunque hacía frío, y su piel se erizaba, el dolor en el estómago era imperceptible. ¿Qué caso tenía estar vivo viéndola con otro? La decisión hubiese parecido algo precipitada, un sinsentido. Y sin embargo, la razón por la que lo hacía era poderosa. Aquella mujer lo había enamorado, le había entregado todo, a pesar de que estuviese comprometida. Y después, sin más, se iba con aquel que no la hacía feliz.
Su mente divagaba ya, entre la conciencia de sus pensamientos, en los recuerdos dolorosos, y en la pérdida gradual de la conciencia. Los secretos que se irían con él a la tumba cruzaban por su mente como pedazos de tela rasgada que se levantaba con el viento frío de afuera. La misa y los cantos se estaban perdiendo en la inmensidad, y sólo escuchaba ecos de la música que llenaba su casa fría y solitaria. Dos pensamientos solitarios rondaron por su cabeza.
Aquella mujer, la mujer a la que amaba con locura y desesperación, era vecina suya, una de las mujeres que estaba allá afuera, en misa.
Y…
La muerte no avisa. La música siguió tocando, aún cuando la taza de café cayó al suelo, rompiéndose. El frío no dejó de llenar cada rincón de la casa. Nadie afuera escuchó nada, ni la taza, ni el café derramándose en el piso, ni el último aliento de Juan Diego. Pero todos miraban hacia arriba. En el cielo nocturno, durante la misa de la Virgen de Guadalupe de aquella calle, los vecinos vieron las luces, volando sobre sus casas, silenciosas, sigilosas, como una advertencia…
 
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