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martes, 16 de diciembre de 2014

Las Nueve Posadas. 16 de Diciembre.



Todo empezó la primera noche de las posadas. Las fiestas decembrinas daban inicio este día, con una de las celebraciones tradicionales más bellas del mes. Una posada era una especie de convivencia entre vecinos, en la cual se comía, se bebía agua de diferentes frutas o ponche, y se hacían diversos rituales, entre ellos, visitar varias casas cantando las letanías, que representaban el paso de José y María en busca de posada en Belén. La gente llevaba su libro de cantos, y una vela en las manos, cantando juntos hasta llegar a la casa donde los recibirían. Ahí, se comían y luego se rompía la piñata, la cual contenía frutas y dulces. Sin duda, serían nueve noches extraordinarias, llenas de color y de celebración, antes de la Navidad.
La última posada, la del 24 de Diciembre, le tocaba a Elena Sánchez. Pero de eso no hablaremos ahora. Elena parecía estar más ocupada en los preparativos de su propia posada que en poner más atención a las de los demás. Y no porque se sintiera importante, sino porque quería que todo saliera a la perfección.
La noche del 16 de Diciembre, una noche fría y con un leve viento que hacía que la gente se tapara hasta el rostro, la primera posada se celebraría en la casa de la familia Infante. La conformaban el padre, Roberto, la madre, Isabel, y la pequeña Karla, una niña risueña e inquieta, que siempre se la pasaba haciendo travesuras. Sus papás estaban ocupados como para ponerle un poco más de atención a la niña, por lo que esta salió a la calle, una cerrada en Santa Fe que tenía fama por ser una de las calles más seguras de la colonia.
Karla no vio a nadie más en la calle, porque seguramente, todos los vecinos se estarían preparando para salir a la posada. Eso ponía más feliz a la niña, porque sabía que iba a convivir con sus pequeños vecinos, y todos tendrían turno en una de las piñatas que sus papás habían comprado. Dejó atrás el calor de su casa y el olor a tinga de pollo, y caminó por la calle, hasta llegar a un espacio vacío dónde sólo se encontraba un jardín, con un enorme árbol de hojas secas en medio y mucho pasto alrededor. Pegada a la pared del jardín, ya estaba una mesa con refrescos y desechables, y las luces que habían puesto en las paredes de las casas iluminaban todo el jardín, haciéndolo ver como otro cuarto más de una casa cualquiera.
La niña decidió esperar a todos ahí, sentada en el pasto o en una de las sillas de la mesa, las cuales aún estaban plegadas recargadas en la pared. No se atrevería a hacerlo sola, porque podría caérsele y ocurrirle un accidente. Como traía pantalón, se sentó en el pasto, sin importarle si estaba húmedo o muy frío. En sus manos tenía una hermosa muñeca, de pelo rizado y vestido rosa, a la cual empezó a peinar y a acicalar, como si fuera un bebé verdadero. Karla sonreía a su pequeña hija, y le cantaba una canción de navidad que había escuchado en la televisión.
Y aunque la muñeca no podía escucharle, y le miraba con sus inexpresivos ojos de plástico, la persona detrás del árbol sí podía escuchar su canción, y se movía lentamente hacía la pequeña. Karla no le vio, ni siquiera cuando su sombra empezó a dibujarse encima de ella. Lo último que vio la niña fue cómo la muñeca caía al pasto, y sintió el tirón que le daba alguien por detrás, sin dejarle gritar, con una enorme mano enguantada sobre la boca…

Pasaron quince minutos…
-Roberto, se nos va a hacer tarde y los vecinos ya deben estar allá. ¿Podrías llevarte las papas? Yo me llevo la tinga. Pero rápido, que está caliente y me voy a quemar las manos…
Roberto miró a Isabel, quién estaba en la puerta, esperándolo con la enorme cacerola de la tinga en ambas manos. Le sonrió, mientras tomaba entre sus enormes manos el otro refractario con las papas con longaniza.
-¿Dónde se metió la niña?-, preguntó preocupado Roberto, alcanzando a su esposa en la puerta.
-Ha de estar ya en el jardín, jugando con los vecinos. No pudo haber ido más lejos, el portón está cerrado. ¡Apúrate!
Los dos caminaban en fila india directo hacía el jardín de la calle, primero ella, y detrás su marido, ambos cargando la comida. Aún faltaba traer más cosas, y por eso tendrían que dejar la comida y hacer más vueltas para no olvidar nada. Cuando iba llegando al jardín, Isabel escuchó algo. Era como una canción, una guitarra rasgando, con una tonada alegre, aunque se escuchaba como lejana.
(CANCIÓN: https://www.youtube.com/watch?v=zYrapItmPZI)
-¿Quién habrá puesto esa música? Es horrible-, dijo Isabel, soltando una carcajada. El jardín ya estaba frente a ellos, y la música se escuchaba más fuerte. En el jardín estaban la mesa y las sillas en su lugar, y los desechables aún sin usar. Y colgando del árbol, con una cuerda alrededor de su cuello, se encontraba Karla, con el rostro inexpresivo y una mueca de dolor en su boca azul, de dónde le salía la lengua…

Después del fuerte sonido de la cacerola cayendo al suelo de la banqueta, los vecinos escucharon el grito desgarrador de una mujer en la calle.

La posada había nacido muerta.

jueves, 27 de noviembre de 2014

La noche de Iván.

El autoservicio de la gasolinera estaba solitario, como casi todas las noches. El recinto estaba justo al lado de las seis máquinas despachadoras de gasolina, siempre con las luces encendidas. Detrás del edificio, se abría un enorme bosque, espeso y oscuro, del cual casi siempre solo se escuchaba el rumor del viento por entre los troncos y las ramas. Frente a todo el complejo, se encontraba la carretera, por la cual pasaban algunos autos, siempre a gran velocidad. Pero por la madrugada, el flujo de autos era menor, y pasaba uno cada dos horas o más. Era la típica escena de un ambiente casi abandonado.
Dentro de la tienda estaba todo más calientito, y las luces de los tubos fluorescentes alumbraban los productos, la mayoría de ellos comestibles que estaban empotrados en las estanterías. Más allá, en la pared contraria a la entrada hecha de vidrio, había una enorme máquina de café y una puerta que daba al baño del establecimiento. En la esquina cerca de la puerta estaba el mostrador de la tienda, en el cual descansaba una caja registradora y un pequeño estante con revistas y periódicos.
Detrás del mostrador estaba sentado Iván, el muchacho que trabajaba en el turno de la noche, en la única tienda que trabajaba las 24 horas a kilómetros a la redonda. No le daba miedo: al contrario, se sentía mejor estando en ese turno, específicamente en esa tienda tan alejada. La gente no le provocaba mucho gusto, y sólo soportaba a los clientes que entraban y salían rápido, o a los que pagaban por su gasolina y se despachaban por sí mismos. Y la noche era su turno favorito: casi nada de clientes, y un ambiente tranquilo y relajado. Podía leer sus pequeñas novelas o comics siempre que podía, comer algo de los estantes, o incluso escuchar música con los altavoces de la tienda.
Esa noche, Iván leía un extraño libro de cuentos, todos ellos de terror. Le entretenían ese tipo de lecturas, y siempre se sentía bien si lo acompañaba su perro Mano, un perro cruza de pastor alemán que había adoptado desde pequeño, y que todas las noches le hacía compañía en la tienda, acostado en el suelo detrás del mostrador, sin dar la lata, y levantándose sólo si tenía hambre o ganas de hacer del baño, por lo que Iván lo sacaba de la tienda para que hiciera sus necesidades cerca del bosque.
Aunque no había música en los altavoces, a Iván no le importaba demasiado el sonido ambiental. A pesar de que estaba dentro de la tienda, todo lo de afuera se escuchaba con claridad: el rumor del viento, las hojas de los árboles meciéndose, y algo aún más frágil pero constante. El canto de los grillos. Iván los detestaba, odiaba a casi todos los insectos, en especial a los más grandes o a los que parecieran más extraños. Y los grillos estaban entre esos animales.
De repente, escuchó el rumor de algo más grande, pero aún así, conocido. Un enorme camión de remolque se estaba dando la vuelta directo hacía la gasolinera, cuidando de no chocar con el enorme techo de metal que protegía las bombas. Era un tráiler rojo, con una enorme caja de carga color azul con una leyenda en el costado a letras blancas: “NWO. Movemos al Mundo.”
Sin levantarse de su silla, Iván vio como el camión maniobraba hasta estacionarse justo a un costado de las bombas de diesel, que estaban apartadas de las demás. Del enorme camión salió un hombre, un clásico camionero de estatura enorme y cuerpo fornido, vestido con unos vaqueros, botas de trabajo de punta redonda y una enorme chamarra de piel color café oscuro. A pesar de que llevaba una gorra, se podía ver su rostro, con barba y un poco severo, pero tranquilo. Se acercó a una de las bombas, jaló la manguera que despachaba el combustible y la colocó en el tanque de su camión, para abastecerlo.
Después se dirigió con paso firme hacia la tienda. Empujó la puerta, la cual hizo sonar una campanilla, y se dirigió hacia uno de los estantes, sin decir nada. Tomó un paquete de papas fritas grande, y caminó hacía el refrigerador de las cervezas. Sacó dos latas, que aún estaban unidas por el empaque de plástico, y se dirigió hacia el mostrador. Iván dejó el libro en un cajón, y se dedicó a cobrarle lo que iba a llevarse.
-Tanque lleno, por favor-, dijo el camionero, para también pagar lo que iba a gastar de gasolina. El muchacho tomó el dinero y lo guardó en la caja registradora, regresándole solo unos cuantos centavos de cambio.
-¿Dónde está el baño?
Iván levantó las cejas. No iba a dejar que usara el baño que estaba dentro de la tienda.
-Afuera, saliendo a mano izquierda, detrás de la tienda, cerca de los árboles.
El camionero se echó las monedas a la bolsa de los vaqueros, y salió de la tienda, dando la vuelta al establecimiento hacía donde Iván le había indicado. El muchacho se sentó de nuevo, tomando el libro entre sus manos, y enfrascándose de nuevo en la historia que estaba leyendo. Logró escuchar como el hombre abría el pequeño baño afuera de la tienda, un crujido de metal y como azotaba la puerta.
Pasó un minuto, antes de que Mano levantara la cabeza, escuchando algo fuera de la tienda, justo detrás. Parecía alarmado, y soltó un potente ladrido, como aquellos perros que cuidan las casas y ven a alguien acercarse. Se escuchó un sonido, como el de un rumor, y después, el de algo que hacía un sonido similar a la madera chocando contra más madera, pero incesante, como pasos en la azotea. Mano soltó otros dos ladridos, antes de salir corriendo de la tienda, directo hacía el bosque. Iván, más preocupado por su perro que por cualquier otra cosa, salió caminando rápido de la tienda, sin soltar el libro y sin importarle el frío que estaba haciendo.
Desde la esquina de la tienda, podía verse la sombra del perro en el suelo y su silueta dibujada en el fondo oscuro del bosque. Las hojas se habían dejado de mover, a pesar que el leve viento soplaba alrededor. El perro ladraba, y ponía la cola enhiesta y erizada, como listo para atacar. De repente, el animal desapareció. Su sombra se desvaneció y su silueta se difuminó entre las sombras, y se escuchó un chillido extraño, como el de un animal herido.
Iván estaba paralizado, ahí, en medio de la noche y con el frío calándole hasta los huesos. Algo se había llevado a Mano y también había atacado al camionero. Aunque no se veía nada en aquella profunda oscuridad, se podía escuchar otra vez ese incesante susurro de pasos, como si fueran varios pies que corrieran en un sentido diferente. Tal vez una pandilla de drogadictos, pensó el muchacho, pero no parecía eso. No eran pasos humanos, sino como de animal, de un animal muy grande.
Temeroso, regresó a la tienda, y sus pies trastabillaron un poco, haciendo que el libro se le cayera al suelo. No pensaba regresar por él, si es que aquella cosa lo estaba persiguiendo. Los pasos se escuchaban cada vez más cerca, y no lo pensó dos veces. Se lanzó hacía la puerta de la tienda, y esta se abrió, haciendo que Iván cayera al suelo dentro del establecimiento. Con las piernas, cerró la puerta, se levantó rápido y cerró con la llave que traía en el bolsillo, temblando y respirando como loco.
Los pasos se habían calmado. En la noche no se veía nada, ni animal ni persona alguna. En el enorme ventanal de la tienda, en la esquina, había una enorme hoja seca, pegada a la superficie lisa y transparente. Iván respiró profundamente y cerró los ojos. No vio cómo la hoja parecía moverse por la superficie de la ventana, y otra más aparecía del otro lado. Varias hojas secas se pegaron en la ventana, e Iván las miraba conforme aparecían. Contó seis, cuando se dio cuenta de que no eran hojas, sino patas…
En la ventana de la tienda estaba posado un enorme saltamontes, casi del tamaño de un pequeño burro o caballo, con cuatro patas pequeñas por delante y dos enormes atrás, las cuales apuntaban hacia arriba y hacia afuera. El abdomen era rígido y esbelto, adornado con dos alas enormes plegadas al cuerpo. La cabeza se meneaba como temblando, de un lado a otro, buscando un lugar donde entrar. El muchacho saltó hacía atrás cuando el animal saltó hacía la puerta, haciendo temblar el vidrio, y chocó contra una de las estanterías, de la cual cayeron unos paquetes de galletas.
Con un golpe de las patas traseras, el saltamontes gigante rompió el vidrio de la puerta, haciendo que la criatura pudiera entrar a la tienda, primero aún pegado al vidrio, y luego por el suelo. Iván recordó que los saltamontes no podían pegarse a las paredes como las moscas, pero esto no era un saltamontes ordinario. Aquella cosa, sin dejar de mover la cabeza, fijó sus extraños ojos negros en el muchacho, caminando con aquellas seis patas largas y llenas de estrías. La cabeza remataba con dos enormes antenas, que se movían como extraños brazos hacía él. Los sintió de repente en su rostro, mientras se recargaba más en el estante. Reaccionando después del miedo intenso, se dio la vuelta, y empezó a correr, pero ya era tarde.
El enorme animal saltó todos los metros que Iván pudo correr antes de que pudiera alcanzar la puerta del baño, lo hizo caer de bruces, poniendo sus patas delanteras en su espalda. Después, el muchacho sintió como la baba del animal empezaba a empaparle la nuca, y el chasquido de las tenazas de la boca detrás de él. Gritó, pero nadie iba a poder hacer nada por él.

Y afuera, mientras los grillos cantaban, el diesel del camión empezaba a derramarse en el suelo.


miércoles, 12 de noviembre de 2014

Reseña Evento Premios Fraternidad CEAPRAJ – Énfasis Comunicaciones.CORTESÍA

Por Luis Zaldivar.
Noviembre 6, 2014. 05:40 p.m.

El ambiente que genera siempre una entrega de premios conlleva un sentido de hermandad, felicidad y armonía entre sus invitados. Y aquí, este espíritu de conciencia colectiva positiva no podía quedar atrás.
Me refiero al trabajo altruista y humanitario que la Fraternidad CEAPRAJ Nacional, precedida por Alfredo Flores, y apoyada por el constante trabajo del abogado Gerardo Manjarrez, que cada temporada saben sorprendernos con un espectacular despliegue de celebridades y personalidades que, en sus distintos ámbitos, han sabido apoyar a la sociedad mexicana.
Conocí al licenciado Manjarrez apenas hace un año, mediante la locutora y fotógrafa Guadalupe Chávez, entrañable amiga que me apoyó en la presentación de uno de mis primeros proyectos literarios online. La entrevista con el licenciado había sido programada para presentar el libro y hablar sobre mi trabajo, además de que Gerardo sería uno de los ponentes el día de la presentación, la cual se llevó a cabo el 7 de Noviembre en la Casa de la Cultura de San Rafael, en la Ciudad de México.
No había duda de que Gerardo Manjarrez había despertado en mí una simpatía nunca antes vista con otra persona en particular. Una persona inteligente, responsable y audaz, cualidades que admiro en alguien, aunque yo no las tenga. Durante la presentación del libro, se me informó que era un candidato a ganar el premio de Líderes de la Fraternidad, evento que se celebró a inicios de este año, y donde fui reconocido por mi trabajo como escritor, premio que recibí con la alegría más grande del mundo, ya que al fin una sociedad organizada reconocía mi trabajo como tal.
La relación que inició hace casi un año (mientras escribo esto faltan 24 horas para el aniversario de la presentación de mi libro), tuvo sus frutos. No solo conocí a la Fraternidad desde dentro, a algunos de sus miembros más activos e importantes, sino también a algunas celebridades: luchadores de la AAA, escritores y abogados, cantantes, actores y artistas plásticos de todos los tipos que engalanaban una lista tan importante como esa. Pero fue sin duda la parte de los filántropos la cual admiré más: gente que ha gastado cada centavo de su trabajo y cada gota de sudor de su esfuerzo para ayudar a quienes más lo necesitan: personas con escasos recursos, asociaciones sin fines de lucro, centros de educación, de adicciones… En fin, varios ejemplos que ejemplifican el espíritu de ayuda y de colaboración entre hermanos (esperamos, claro, el pronto apoyo a otras comunidades, como la LGBT).

Por otra parte, Énfasis Comunicaciones se ha dedicado a ser una de las principales radiodifusoras por Internet más amplias y más reconocidas en Cuautitlán Izcalli, mi hogar desde hace 25 años. Es, sin duda, la estación de radio online con más contenido en el municipio, siendo, literalmente, una revista amplia y muy bien organizada de temas varios, desde las noticias, el tráfico, los temas musicales, deportivos, de contenido social y hasta esotéricos.
El sueño del director general Omar Chavarría Fonseca y de la directora editorial Adriana Córdoba Guerrero ha visto la luz en un ambiente de eterna cordialidad y de superación constante. Considero a las personas que laboran en la pequeña estación de radio como mis amigos, compañeros de sueño que se han sabido merecedores de su amplia trayectoria y reconocimiento, no sólo con el trabajo radiofónico, sino también con la edición periódica de una revista, la cual es de gran contenido y de distribución gratuita.

Dos sueños que se unen en uno solo esta noche. Primero, el del apoyo social y altruista, y por otro, el de la información veraz y dinámica. La Fraternidad CEAPRAJ y Énfasis Comunicaciones sirven a un solo propósito: encomendar en ambas organizaciones el espíritu humano en sus diversas ramas, y hacer de la sociedad una organización más humanizada, por decirlo de alguna forma.
Por un lado, el trabajo humanista de la Fraternidad es siempre noticia para los miembros de la estación de radio, y Énfasis, por su parte, ha recibido el amplio apoyo de la rama filantrópica para expandir sus horizontes hacía otras ciudades y municipios, para continuar con el trabajo informático.
No hay duda de que esta nueva amalgama ha resultado un verdadero éxito en el trabajo de poner en pie al ser humano como ser, no sólo como entidad biológica.

CORTESÍA: Carmen Vargas,


Los Premios.

Esta vez, la entrega de galardones vuelve a reconocer el trabajo de diversas entidades, personalidades y asociaciones que han dado lo mejor de sí mismos en sus diversas áreas: las artes, el entretenimiento, la abogacía y las leyes, la filantropía y la ayuda social, siempre dispuestas a brindar lo mejor de lo mejor para contribuir con la cultura de nuestro país.
No es sorpresa que conozca a varios de los presentes en esta noche tan especial: los compañeros de Énfasis: Adriana, Elizabeth, Omar, David, Rubén… Amigos de la Fraternidad, como Gerardo, Alfredo, Raco, Carmen… Y también muchos otros, de los cuales conozco su trabajo: Tía Panqués, con quién he tenido conversaciones interesantes en las redes sociales, y cuya cabellera azul chicle siempre me ha fascinado. Los amigos reporteros de la revista digital Tiempo Futuro, quienes me han hecho reír y reflexionar con sus publicaciones. Andrés Stroobants, un excelente cantautor y locutor de radio. Miembros de la Cruz Roja de Cuautitlán Izcalli, de quienes conozco a Alberto (hijo de una de mis vecinas), y quienes siempre están al pendiente de los accidentes en nuestro querido hogar entre los árboles.
Otras personalidades más reconocidas de otros medios también han llegado para recibir premios especiales: el escritor de thriller Leopoldo Mendívil López (cuyos libros recomiendo bastante), el periodista Rafael Lorert de Mola (quién ofrecería unas sentidas y emotivas palabras acerca de la situación tan ruin del país), e incluso miembros de la banda El Haragán, una de las bandas de rock en México más importantes del medio, y Franco, el cantante que popularizaría el tema “Toda la Vida” en los años 80’s. No hay duda de que este evento ha reunido a grandes entre los grandes: escritores, periodistas, cantantes, pilares de la sociedad que han demostrado ser lo mejor de lo mejor.
El evento se llenó de gala con la voz de la presentadora Liza Franco, mujer admirable y hermosa que estuvo al frente de toda la ceremonia, presentando los premios correspondientes y a los invitados musicales que pusieron el toque artístico a la noche. Después de la presentación, vino el baile y la comida, además de que muchos de los presentes, desinteresados en su ayuda, recaudaron despensas y ropa para la gente que más lo necesita, como parte de la tradición de la Fraternidad en cada presentación especial que hace.
Al final, no aparecí en las fotos oficiales, y tampoco pude platicar con todos, pero me llevé un buen sabor de boca: ver al licenciado Manjarrez, a Alfredo y a todos los compañeros de la Fraternidad, poder hablar con mis amigos de Énfasis, y con Elizabeth, con quién hasta nos reímos e hicimos bromas. Conocer por primera vez a la famosa Tía Panqués, quién sigue alabando mis cuidados y mi cariño hacia Lichi (mi gatito), aunque ya no alcancé uno de sus deliciosos panqués. Y platicar con Leopoldo Mendívil y su esposa, quiénes llevaron al hermoso bebé a la fiesta. Hicimos buenas migas, porque ambos tratamos los mismos temas en nuestras obras, y se ofreció a apoyarme en mi primer libro.
No hay duda de que Fraternidad CEAPRAJ y Énfasis Comunicaciones (ambas casas de este desgraciado escritor), se vistieron de manteles largos para recibir a las personalidades más importantes de la filantropía y la cultura mexicana. Punto a favor de lo que todos nosotros queremos para nuestro país: más seres humanos que se preocupen por otros seres humanos, y no solo por los aspectos económicos y la política. Cuando el hombre aprenda a amar a su prójimo, podremos dejar que asociaciones como CEAPRAJ o Énfasis descansen, viendo que su trabajo, al fin, ha dado frutos.


Luis Zaldivar (6-12 Noviembre, 2014.)

CORTESÍA: Carmen Vargas.

 
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