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sábado, 6 de enero de 2018

#UnAñoMás: Luces de Navidad [FINAL] (Día de Reyes)



Cómo no tenía a dónde ir, Sonia dio vueltas por la tarde en un taxi, aquel día en el que había abandonado a Juan Diego, y junto al bebé, decidió quedarse al final en la casa de su vecino, sin que nadie viera que ella estaba ahí.
Isidro vivía con su madre en la esquina de la calle, cerca de la avenida que delimitaba aquel pueblo. Alguna vez, Sonia y él habían tenido algo que ver, y muy a pesar del destino, aún se hablaban bien. Aquella vez, sin embargo, necesitaba de su ayuda, y tanto Isidro como su madre no se negaron a dársela. La dejaron quedarse, y cuidaban bien al bebé, que ni con extraños parecía portarse mal.
-Gracias por todo lo que has hecho, conmigo y con el bebé. No sé cómo pagarte todo esto. Nos dejas dormir aquí, y la comida…
Isidro negó con la cabeza. Tenía cargando al pequeño Arturo en sus brazos, mientras el bebé se entretenía mordiendo un pequeño juguete de goma especial para eso. Había sido su regalo de Reyes, un pequeño detalle que Isidro le había dado, junto con un enorme paquete de pañales, cortesía de doña Mercedes, quién estaba encantada con el bebé.
-No tienes que agradecer nada. No tenían a donde ir, ¿cómo los iba a dejar en la calle o que se durmieran en cualquier hotel? No: esta es tú casa y el bebé y tú son bienvenidos.
Un momento de silencio incómodo antes de que él volviese a tomar la palabra.
-¿Qué vas a hacer con Juan Diego? ¿Vas a regresar?
La que negó con la cabeza esta vez fue Sonia.
-No: puede quedarse con aquel… Ya sabes de quién hablo. No pienso regresar, ni dejar que se salga con la suya, Isidro. Mi niño no va a vivir en un lugar así, no por ahora. Que entienda Arturo primero por qué lo hice, y luego podrá verlo. Mientras, prefiero cuidar yo sola de mi hijo. Puedo trabajar aquí en tu casa, o en alguna otra parte, pero a Arturo no le va a faltar nada y...
Aunque traía al bebé entre brazos, Isidro le dio un beso a Sandra, sujetando bien a Arturo, quién ni siquiera se inmutó. Ella sintió los labios de él contra los suyos. En secreto, lo buscaba, pero no se animaba a decirlo. Ni siquiera hablando sola, Sonia podría admitir que sentía algo por aquel muchacho. Pero ahora, solos ahí, junto a su bebé, podía sentirse más segura, y amada de alguna manera.
-Gracias por eso-, dijo Isidro. Ella se empezó a reír, sonrojada.
-La que debería dar gracias soy yo. ¿Por qué agradeces?
-Por estar aquí.
Ahora fue Sonia quién abrazó a Isidro, aplastando por poco a Arturito entre ambos. Así se quedaron los dos un buen rato, mientras la tarde se convertía en noche.
Afuera hacía frío, no tanto como hace días. La calle estaba solitaria, pues los niños ya estaban dentro, jugando con sus juguetes o disfrutando de sus celulares nuevos. La casa de Juan Diego lucía apagada, abandonada. Y en la pared de afuera, sólo podía verse la silueta de un hombre. Juan tomó de nuevo el aerosol de la pintura, y dejó una nueva letra plasmada en la pared. YO MATÉ A JUAN DIEGO. VANESSA. Sonrió, y mientras guardaba el aerosol en su mochila, entre su ropa limpia y el diario dónde escribía cada cosa, cada crimen, sonrió. La culpa no sería suya. Dejaría aquel pueblo, para moverse, para olvidar que alguna vez había matado, a la luz de una serie de navidad en un árbol hermoso y frondoso.

No lo sabía, pero tal vez se mudaría a un nuevo lugar. A la playa, a Veracruz, a dónde fuera. No vio que arriba suyo parpadeaba, muy a lo lejos, una luz ambarina entre las nubes de invierno.

lunes, 1 de enero de 2018

#UnAñoMás: Luces de Navidad [PARTE XIV] (Año Nuevo)



Alguien llamaba a la puerta. Sonia se había ido con el bebé, y Juan Diego no sabía a dónde exactamente. Se había quedado solo, con la vergüenza de aquello. De haberse confiado, y que ella los hubiese visto así… Sólo necesitaba sentir algo, algo nuevo, después de que su esposa se aliviara, y estaba desesperado.
Atendió al llamado de la puerta. Cuando abrió, se encontró a su vecina. Vanessa traía un plato entre sus manos, y aunque se veía algo contenta, parecía también muy contrariada.
-No sé lo que pasó, y tampoco sé lo que ella te haya dicho, pero deseo que tú estés bien. ¿Puedo pasar?
Ella esperó a que Juan Diego pudiese apartarse de la puerta para entrar a la casa. Se sentó en la sala, y sobre la mesita de noche, puso el plato. Olía bien, aunque por el papel aluminio que lo cubría, ella no pudo ver nada.
-¿Aprovechaste que ella no está para venir tú a consolarme?
-No, no lo estoy haciendo por eso. Sé que cuando estábamos juntos nada fue como querías, y pues entendí todo eso. No quiero que te sientas culpable. Ahora importa que estés bien, y que no cometas una estupidez.
Juan Diego se sentó en el sillón que siempre ocupaba. Las luces del árbol no brillaban aquella noche, y a lo lejos, se escuchaban los primeros fuegos artificiales del nuevo año. La madrugada era muy fría, y con aquella soledad, se sentía aún más.
-¿Qué preparaste? Huele bien…
-Oh no, yo no lo hice. Fue parte de la cena de Año Nuevo de mi mamá. Es bacalao, y sabe muy rico. Sólo pruébalo, anda. Necesitas sentirte con ánimos, y más si alguien te hace compañía…
Juan Diego tomó el plato y le quitó la cubierta de papel aluminio. Si cubierto ya olía delicioso, ahora, con el vapor caliente, era algo suculento. Incluso a él se le hizo agua la boca. Ella solamente seguía sentada frente a él, mirándole, con aire de preocupación y ternura.
-No lo vamos a desperdiciar, ¿verdad?
Él negó con la cabeza, y con el tenedor que había dentro, empezó a comer. Era delicioso, algo salado, pero lo normal. Aquel platillo debía saber así.
Después de cinco o seis bocados, Juan Diego empezó a sentirse extraño, como satisfecho. Un momento después, hasta la respiración empezó a fallarle, y tuvo que soltar el tenedor, que rebotó en la alfombra. Nada andaba bien, y Vanessa no hacía nada más que observar, algo aterrada. El muchacho luchaba por respirar, y sentía ardor en el estómago y la boca. Unos minutos después, se desplomó, fulminado por el veneno que detuvo su corazón y su respiración.
La puerta de la casa se abrió, y Juan entró para ver cómo había terminado aquello. Vanessa se levantó del sillón, y miró el cuerpo en el suelo.
-No pensé que hiciera efecto tan rápido. Yo no quería, en serio…
-Ya está hecho, tonta. No puedes deshacer nada de esto. Sólo espero que lo demás funcione. Así que habremos de esperar, sólo esperar…
-¿A qué?
Vanessa no sabía nada. Juan casi no le contaba nada nunca. Era hermético hasta el último momento, como cuando la noche de Año Nuevo, le pidió comida de su madre para envenenarla. Juan Diego caería redondo, tal vez preso del dolor, o sólo del hambre.
-Vamos a esperar a que ella regrese. Sonia va a volver, y ver su cuerpo aquí, pudriéndose, la hará rectificar. La consolaré, y se quedará conmigo. Y todo gracias a ti, preciosa…
Juan le acarició la mejilla a Vanessa antes de salir de la casa. Mientras tanto, ella se quedó un poco más, mirando todo aquello.
Por primera vez en aquel nuevo año, sintió algo aterrador. Un año más con miedo…

lunes, 25 de diciembre de 2017

#UnAñoMás: Luces de Navidad [PARTE XI] (Navidad)



Juan Diego se despertó de repente. Una pesadilla horrible le había hecho saltar sobre el sillón, y hasta el control de la televisión se le había caído. En la tele daban una película navideña.
Al instante, el muchacho recordó todo.
Era Navidad. Y la pesadilla no era nada más que una estupidez de una película que hace poco había ido a ver con su esposa. De repente, la muchacha cruzó el pasillo de la cocina hacia las habitaciones.
-¿Otra vez te quedaste dormido?-, dijo Sonia, acercándose hasta su marido, quién le sonrió, entrecerrando los ojos tras los anteojos.
-De repente olvidé que era Navidad, eso es todo. Y sí, me quedé dormido viendo esta tontería…
Juan Diego tomó a Sonia por la cintura, y la acercó a él, sentándola en sus piernas. Le dio un tierno beso en la nariz, y otro en la boca, el cual ella respondió, y le sonrió.
Tengo que ir a ver a ya sabes quién. Voy a traerlo, está algo inquieto.
Juan Diego asintió, y dejó que su esposa se fuera hacía la habitación. Mientras ella desaparecía en el pasillo, Juan Diego pudo mirar un rato hacía la esquina de la estancia. Ahí descansaba un hermoso árbol navideño, adornado con enormes esferas, y a sus pies, un enorme nacimiento, con todos los personajes acomodados. Pero lo que lo ensimismó fueron las luces: amarillas, rojas, azules y verdes, danzando alrededor del árbol. Era como un extraño baile entre la oscuridad y las pequeñas ramas artificiales, luces pequeñas que destellaban en la superficie de todas aquellas esferas…
Sonia regresó a la sala, esta vez con el pequeño Arturo entre sus brazos. Estaba envuelto en varias cobijas calientitas, y no lloraba, ni siquiera se movía. El calor de su cuna le había hipnotizado, y dormía tan profundamente como si nunca hubiese dormido en su corta vida.
-Mira, alguien vino a visitarte…
Ella le dejó suavemente al bebé entre los brazos, y Juan Diego se sintió aún más dichoso que el día que lo había visto por primera vez. Aquel día, mientras la enfermera se lo prestaba, no había podido evitar soltar lágrimas de felicidad. Ahora, no estaba en el hospital, y una enfermera no tenía a su bebé todo el tiempo. Era su casa, cálida, con olor a ponche y pavo de la noche anterior. Y era su propia esposa la que le daba a su bebé para que lo sostuviera en brazos todo el tiempo que quisiera, incluso una eternidad.

Era muy feliz.

sábado, 23 de diciembre de 2017

#UnAñoMás: Luces de Navidad [PARTE IX] (Octava Posada)

Extraño objeto llamado "El Caballero Negro", fotografiado en la órbita de nuestro planeta, y que muchos aseguran es una especie de satélite artificial de origen extraterrestre.


Isidro era el hijo único de Doña Mercedes. Aunque no vivía a menudo en casa, ya que se la pasaba de viaje en viaje gracias a su trabajo, aquella vez acudió con prontitud a ver a su madre, quién convalecía en el hospital, aunque ya mejoraba. El padre de Isidro había muerto hacía unos años, por lo que era el único sustento y consuelo para su madre, a quién quería mucho.
Había pasado casi todo el día anterior con ella en el hospital, y aquella tarde se disponía a regresar a casa para descansar un poco. Al siguiente día sería Nochebuena, y con su madre ya mejor, sería mejor tener la casa un poco arreglada para su llegada. Ambos pasarían la Navidad juntos, y quería que al menos fuera algo bonito.
Regresando en su motocicleta color rojo que alguna vez se “autoregalara” en su cumpleaños, Isidro transitaba hacia la avenida que pasaba justo a un lado de su casa, y de la calle dónde a esa hora ya tendrían todo preparado para la posada de aquella noche. A pesar de traer una enorme chamarra para el frío invernal, y el caso bien puesto en la cabeza, sintió aquel escalofrío que sólo puede sentirse cuando ha tocado por error un cable eléctrico.
Su mirada pasó del camino hacia arriba, cuando un par de luces, una ambarina y la otra roja, pasaron por encima de la motocicleta, cruzando a gran velocidad las curvas de la avenida, y haciendo que los matorrales a ambos lados del camino se mecieran. Isidro no se detuvo: siguió avanzando, cada vez más aprisa, hasta que pudo ver las primeras luces de las casas. La motocicleta dio una vuelta hacia la izquierda en cuanto el muchacho vio su casa, adornada con aquellas luces de navidad.
Pero ni las pequeñitas luces se comparaban con aquellas dos que danzaban por encima de la calle, dando vueltas en zigzag, dibujando infinitos en el aire, o simplemente yendo de arriba abajo, en arcos casi hipnóticos. Una roja, como una manzana luminosa bastante suculenta, y la otra amarilla como el oro. Isidro detuvo la moto a la orilla de la calle, cerca de su casa, mientras se quitaba el casco. Aquello era maravilloso, y a la vez aterrador.
Aunque él no había visto las luces antes, su madre le había contado acerca de ellas cuando aparecieron sobre la calle el día de la misa de la Virgen. Pensaba que eran cuentos de aquella mujer a la que tanto quería, pero aún así la escuchaba con paciencia. Ahora, al ver aquel espectáculo aterrador en el cielo, creía y temía. Aunque, para su desgracia, tardó en darse cuenta de que algo iba mal.
La calle estaba en completo silencio, a excepción de la música repetitiva de las luces que adornaban su casa. La comida de la posada estaba ahí. Olía a huevos cocidos, a frijoles refritos, a salchichas con chile y tomate. Pero no se escuchaba música, ni la letanía de la posada, o la canción de la piñata. Isidro miró bajo las luces, que seguían con su danza lenta y repetitiva, sin hacer ruido alguno. Bajo las luces estaban los vecinos de la calle. Mujeres, hombres y niños, ahí de pie, contemplando desde abajo las luces, con los rostros iluminados de rojo y amarillo, con los ojos y la boca bien abiertos.
De repente, las luces se detuvieron, y empezaron a parpadear, haciendo que los rostros de los vecinos se difuminaran en la oscuridad. Cuando todos bajaron la mirada, Isidro sintió aún más miedo que el que sentía. Todos los presentes tenían los ojos de un negro intenso, y sus expresiones eran de seriedad, de indiferencia.
Las luces dejaron de parpadear, y brillaron de un blanco intenso, tanto que parecía que todas las casas, arbustos y objetos de la calle fueran tan sólo siluetas negras dibujadas sobre un fondo blanco. Los vecinos empezaron a caminar directamente hacia él, y el primer reflejo del muchacho fue ponerse el casco, y subir de nuevo a la motocicleta. Sólo alcanzó a hacer lo primero, antes de que todas las personas de la calle se le abalanzaran, gritando y golpeándolo con todas sus fuerzas. No sólo sintió manos y pies golpeando su cuerpo, sino también piedras, unas cucharas y hasta el palo de la piñata, el cual afortunadamente le dio primero en el casco, y luego entre el pecho, rompiéndole una costilla.
Isidro se arrastró por el suelo, mientras la gente lo rodeaba para golpearlo, y alcanzó a ver a través de la mirilla del casco ya quebrado a Sonia, quién a través de la ventana de su casa alejada de la muchedumbre, miraba al muchacho tratando de salir de ahí. Ella no decía nada: sólo miraba, imperturbable. Después, ella cerró la cortina de su ventana, e Isidro, adolorido y casi a punto de desfallecer, avanzó unos cuantos metros sobre el asfalto, antes de desmayarse. Las luces volvieron a ser rojas y ambarinas, a danzar lentamente, y cuando por fin se apagaron, desapareciendo del cielo nocturno, los vecinos de la calle cayeron igual desmayados. Las luces del alumbrado público se apagaron cuando los focos estallaron uno por uno, y todo quedó a oscuras.

La única luz que alumbraba aquella calle solitaria era la de los foquitos navideños, y el único sonido era el de la música monótona de “Villancico de las Campanas”.

viernes, 22 de diciembre de 2017

#UnAñoMás: Luces de Navidad [PARTE VIII] (Séptima Posada)

Extraños símbolos que pudieron ser vistos sobre la superficie de un OVNI en el famoso avistamiento en Rendlesham Forest, Reino Unido (1980)


22 de Diciembre.
Diario:
Las cosas en la calle están muy raras. Un muerto, dos desaparecidos, y una mujer en el hospital por congestión de alimentos… Tratando de definir todo este asunto, ha sido una de las épocas navideñas más raras que he vivido.
Sin embargo, dentro de todo cabe destacar que hay esperanza. Sonia, la vecina de enfrente, va a tener un bebé, y eso significa mucho. Pero no se compara al hecho de que, desde el 12 de Diciembre, se vieron luces en toda la colonia, y en especial, en nuestra calle.
¿Qué significa todo esto? Me he puesto a investigar, y no encontré absolutamente nada fehaciente. Todo apunta a que una flotilla de OVNIs se ha dejado observar desde entonces, y que rondan la calle de forma arbitraria. Tal vez las dos desapariciones (Juan, esposo de Sonia, y nuestro amigo el borracho Silvestre) y la caída de Doña Mercedes en el hospital tengan algo que ver.
Tanto pensar en ese asunto me ha dado algo en qué pensar. Las luces misteriosas aparecen de repente, pero nadie las ve venir desde arriba. Todos los “expertos” opinan que son entidades extraterrestres, naves muy avanzadas que transportarían a sus tripulantes desde otras galaxias a velocidades impensables. Pero, si nadie ha visto como llegan, ¿no es raro pensar que son en realidad extraterrestres? Tal vez haya dos explicaciones posibles.
Son entidades de otra dimensión, la cual atraviesan para llegar a la nuestra. Siempre están ahí, viendo, pero no siempre se dejan ver.
O simplemente son una especie aún desconocida para la humanidad, animales que siempre han existido en nuestro mundo, pero que están hechos de otra materia, de alguna sustancia luminosa.
No es de extrañar que mi mente divague en cualquier tontería. Pero así soy, una persona inteligente, capaz de hacer cualquier cosa.
Por ello he tratado de seguirle la pista a las luces, y si lo compruebo físicamente, a los tripulantes de estas extrañas naves luminosas. Tal vez esta capacidad tan especial en mi ha hecho que nadie se haya dado cuenta aún que Juan desapareció de una manera tan repentina, que estoy seguro de que Sonia tuvo algo que ver. Si lo echó de casa, no tiene nada de especial. Pero si lo asesinó, bueno, ahí será interesante ver lo que pasará después.
Que conste una sola cosa mientras escribo estas líneas. Afuera ya anocheció, y los vecinos están cantando la letanía. Huele a ponche y a buñuelos. Hace frío, y mis manos están algo entumidas. No quiero saber que va a pasar cuando alguien lea el mensaje que dejé en la pared.
No quiero saber lo que va a pasar cuando alguien se entere que yo maté a Juan Diego, y que volveré a hacerlo, si se interponen entre mis planes…

miércoles, 20 de diciembre de 2017

#UnAñoMás: Luces de Navidad [PARTE VI] (Quinta Posada)

Representación artística del encuentro con un supuesto ser extraterrestre en el pueblo de Varginha, Brasil (1996)


-S-sí, lo haré…
Silvestre miraba a Sonia, y de nuevo al suelo de la cocina, dónde ella tenía el cuerpo de Juan. Lo había arrastrado hasta ahí con dificultad, y aunque empezaba a oler mal después de un día muerto, tenía que apresurarse. Silvestre era la única opción: un borracho que podía ser muy manipulable, y que además, se creyera sus mentiras.
-Cuando tuvo el accidente no lo podía creer. Fue muy repentino, y no pude hacer nada. Sólo queda sacarlo de aquí, sin que nadie se entere. Si me ayudas bien, te daré dinero, y puedes gastarlo en unas cervezas o lo que quieras, ¿te parece?
Silvestre asintió.
-Pero… ¿Usted no mató al otro, a Juan Diego?
Sonia frunció el entrecejo.
-No, no… Tampoco maté a mi marido, ya te dije que fue un accidente. Sólo necesito sacarlo de aquí, y en mi coche sería la mejor opción. Sólo necesito que me ayudes a sacarlo, y yo haré lo demás. Te lo agradeceré siempre, y más porque sé que sabes guardar secretos. Por favor…
La súplica de Sonia era muy convincente, y Silvestre no dejaba de asentir.
-No se preocupe, bella damita, yo le ayudo en lo que sea, y no diré nada. Por usted, por Juan Diego, y por el amigo de las luces…
-¿Amigo de las luces?-, preguntó Sonia, bastante desconcertada. Ella también había visto las luces aquel día, después de la misa.
-Uno que a veces veo por aquí. Es algo raro, no habla mucho. Espero presentárselo algún día. Bueno… ¿cómo le vamos a hacer?
Ella le contó todo a detalle: mientras hicieran la letanía de la posada, cuando nadie se diera cuenta, subirían el cuerpo de Juan al coche, y ella misma se iría manejando para poder “arreglar ese asunto”. Lo que Silvestre no sabía era que la muchacha tiraría el cuerpo con todo y el auto en algún barranco. Eso la haría menos sospechosa.
-Pero nadie puede vernos, nadie. ¿Está claro? Ni siquiera tu amigo ese el de las luces…
Silvestre asentía sin decir palabra.
Pasaron las horas, y cuando la letanía de la posada estaba en casa de doña Mercedes, la más apartada de la casa de Sonia, junto a Silvestre puso manos a la obra. Cómo pudieron, entre los dos levantaron el cuerpo, envuelto en una cortina de color azul oscuro, mientras la gente, lejos de ahí, cantaba pidiendo posada, y entonando alabanzas a los santos. Ella trataba de cargar con el muerto, pero su abdomen se lo impedía un poco. Al fin, el cuerpo quedó dentro del coche, en el asiento trasero. Con mucho cuidado, Sonia cerró la puerta del coche y luego se metió en el asiento del conductor. La puerta de al lado también se abrió, y Silvestre se subió.
-¿Pero qué haces? Ya te dije que me encargaría yo sola de esto.
Silvestre le sonrió.
-No me voy hasta que me des el dinero. Después, te dejaré en paz y no lo contaré a nadie. Iré contigo a solucionar tus problemas, muchacha…
Sonia frunció el ceño.
-Está bien, está bien…
El auto salió de la calle, en dirección contraria a donde estaba la gente de la posada, y Sonia aceleró para perderse en una avenida que daba hacía los parajes vacíos que rodeaban el pueblo. Afuera, el viento soplaba y el frío calaba como cuchillos en la piel. Los matorrales secos se movían y crujían, y ni siquiera había aves en el cielo. Después de un largo rato sin decir nada, Silvestre habló.
-Mi amigo de las luces sabe…
El auto frenó repentinamente, y Sonia casi se golpea la cabeza con el volante.
-¿Pero qué dices? ¡Te pedí que no le dijeras a nadie!
Silvestre negó, sonriendo.
-No le dije. Él sabía. Dijo que te vio matando a tu esposo. Y también vio quién había matado al pobrecito de Juan Diego. Dijo que vendría con nosotros y que nos encontraría pronto…
Las palabras del borracho hicieron que Sonia sintiera miles de escalofríos recorriendo su espalda. Era el miedo a ser descubierta, al hecho de que su crimen no había pasado desapercibido.
-Por eso quiero más dinero. Así no diré que tú lo mataste-, dijo el borracho, guardando silencio y extendiendo la mano hacía la muchacha. Esta no se inmutó.
-Tu amigo y tú pueden irse al carajo, borracho de mierda…
-Eso díselo tú misma. Ya llegó…
Silvestre señaló hacía afuera, justo frente al coche, arriba. En el cielo oscuro, estaban las luces que ella y muchos otros habían visto aquel día. Sonia se quedó pasmada, se quitó el cinturón de seguridad, y abriendo con cuidado la puerta, salió del coche, impactada. La luz era potente, pero se mantenía quieta en el cielo, pasando de un color ambarino a uno verde bastante fluorescente. No hacía ruido.
Silvestre también se salió del coche, pero caminó en dirección a Sonia, rodeando el auto. La tomó del brazo, y aunque forcejeaba para soltarse, le hacía daño.
-¡Dame el dinero, tonta, o le voy a decir a todos que eres una asesina!
-¡Ya suéltame, estúpido borracho!
Aunque el forcejeo seguía, la luz no se inmutó. Seguía ahí, en el cielo, cada vez más cerca del auto.
-O me das el dinero, o te voy a…
Fue en ese momento cuando unas largas manos negras jalaron a Silvestre hacía atrás, una desde el vientre, y otra apretando su rostro. Empezó a gritar desesperadamente, pero aquel ser ya lo jalaba en dirección hacia la luz, y aunque pataleaba, se lo estaba llevando. Sonia retrocedió, y cayó de espaldas en el borde de la carretera, entre un arbusto seco.
Otro de esos seres iba caminando directamente hacía ella. Estaba enfundado en ese traje negro parecido a una malla, y sólo podía ver su rostro inexpresivo y grandes ojos. Cuando estuvo frente a ella, una de sus manos se estiró, y le acarició el vientre con aquellos enormes dedos.
-¿Qué me vas a hacer?-, preguntó ella, aterrada, casi sin aliento.
La voz de aquel ser era como un zumbido eléctrico, agudo y rasposo, pero ella pudo entenderlo todo:
-Tú serás la madre de todos nosotros. Danos al niño cuando salga, y todos se salvarán. Yo te vi matando a tu esposo, y vi quién mató al muchacho solitario y acongojado. Vete a casa, y no volverás a pensar en nosotros…
La luz empezó a parpadear, y se llevó consigo a los seres y a Silvestre, quién gritaba con todas sus fuerzas. El auto de Sonia, incluyendo el cadáver de su esposo, se fue arrastrando por el asfalto, y justo cuando aquella fuerza invisible lo tenía bajo la luz, se elevó en un chirrido, desapareciendo junto con un destello que hizo todo blanco un segundo, antes de sumirlo todo en la oscuridad.

Sonia, impactada y aterrada, temblando y sin poder respirar bien, se desmayó.

domingo, 17 de diciembre de 2017

#UnAñoMás: Luces de Navidad [PARTE III] (Segunda Posada)

OVNI captado sobrevolando el Aeropuerto de Miami (2016)


Los vecinos ya se habían apartado con la letanía, tocando a la puerta de las casas que iban a representar las paradas para pedir posada. Las luces y la comida no estaban tan lejos, pero en aquel recóndito espacio, Juan y Vanessa estaban rompiendo las reglas, y su noche de paz y amor había llegado antes.
Él estaba contra ella, y ella aguantaba su peso contra la pared del pequeño jardín de la señora Mercedes, una vecina que vivía al final de la calle, y dónde se dejaba la comida para la posada. Por ahí no pasaba nadie, y nadie podía ver que Vanessa ya tenía los calzones abajo, y Juan intentaba penetrarla.
Ella podía ver por encima del hombro de su amante, pero su miedo era infundado. Ahí no había nadie. Justo donde acababa la calle, comenzaba una avenida larga, perpendicular, y del otro lado de la avenida, donde apenas pasaban dos o tres coches cada cinco minutos, había un baldío, un lugar lleno de plantas enormes y con tierra que a veces se levantaba en remolinos.
-No te pongas nerviosa, chiquita, nadie nos va a ver… Déjate querer-, dijo Juan, mientras sus manos apretaban sin disimulo los pechos de la muchacha. Vanessa le agarraba las nalgas a su compañero, para no dejarlo ir, y menos cuando estuviese dentro. Le dolió, pero aguantó.
-¡Nos van a ver, ya te dije!-, dijo Vanessa, tratando de aguantar los gemidos.
-Que no, tú disfruta… Nunca tenemos tiempo. Tu mamá te vigila siempre y yo me tengo que aguantar…
La madre de Vanessa, doña Remedios, casi nunca la dejaba salir. Y cuando conoció a Juan, un hombre un tanto mayor que ella, algo encendió dentro de sí, algo que no podía ignorar. Trataba siempre de estar lejos de su madre, y verlo a escondidas. No quería que nadie supiese que entre ella y Juan había algo.
-Pero, pero…
Aunque ella trataba de decir algo, el placer la mantenía casi sedada. Sus manos se cerraron en las anchas espaldas de su amante, y le rasguñaron a través de la camisa. Él trataba de hacerlo más rápido, aunque ella estuviese un poco tensa.
En el momento cumbre, Vanesa miró de nuevo por encima del hombro de Juan. Del otro lado de la avenida, entre las plantas del baldío, había una persona, un hombre alto que la miraba entre la maleza, mientras sus pies levantaban la tierra. El hombre levantó la mano, y señaló justo hasta donde estaban ellos, y una luz brillante les apuntó.
Vanessa soltó un grito, y se levantó las bragas lo más rápido que pudo. Juan, asustado también, empezó a vestirse también, mientras se daba la vuelta para ver quién les estaba espiando. Solamente vio cuando un auto pasaba por allí, con las luces altas encendidas, lo que hizo que sus siluetas se reflejaran en la pared de la casa de doña Mercedes cuando el auto avanzó, para perderse al final de la avenida.
-¡Alguien nos estaba viendo del otro lado, entre las plantas!
Juan, ya con el pantalón en su lugar, y un dolor de testículos horrible, avanzó un poco antes de llegar a la orilla de la avenida. Miró a través de la oscuridad, con la poca luz de las luces navideñas de su vecina. Ahí no había nadie, sólo un montón de tierra ensuciando el asfalto y las plantas, que se mecían con el viento del invierno. Vanessa sintió miedo y se cubrió con el suéter, que había dejado abandonado en el pasto.
-Ahí no hay nadie. No seas tonta. Todas son iguales, están locas…
Juan se fue caminando de ahí, murmurando y maldiciendo, mientras Vanessa se quedó agazapada en la pared, tratando de no morir de frío, acomodándose la falda y mirando hacía el otro lado de la avenida. Ahí había visto a alguien, no estaba loca…

sábado, 16 de diciembre de 2017

#UnAñoMás: Luces de Navidad [PARTE II] (Primera Posada)

Luces en formación vistas sobre las ciudad de Phoenix, Arizona, en Mayo de 1997.


El pollo se estaba asando en el sartén, y doña Remedios recordaba aquella noche mientras ponía otra cacerola en la estufa, para hervir agua para la sopa. La noche de las luces, la llamaron todos…
-¿…no es así?-, dijo su amiga, la señora Isabel. Remedios no había puesto tanta atención, mientras empezaba a poner la sopa en el agua hirviendo.
-¿Qué dijo, doña Isabel?
-Oh nada, nada… Hablaba de la pobre Eva, muchacha que vive en el 19. La noche de las luces se puso muy nerviosa. ¿Será el embarazo?
Remedios revolvía la mezcla de tomate con caldo de pollo que había molido en la licuadora.
-Tal vez. La pobrecita, tan joven, y tan asustada por esas cosas. Usted vio qué cerca estaban de nosotros, ¿no? Uno podría decir que hasta se podían tocar. ¿Qué serían?
Doña Isabel miró a su amiga mientras preparaba su comida.
-No lo sé, doña Reme. Las cosas así no deben cuestionarse, si nos vienen de Dios. Tal vez era una manifestación de la Virgen, algo así. Por cierto, ¿va a ir a la posada?
-No lo creo. Mis hijos quieren que vayamos al cine, y pues ni modo de decirles que no.
A través de la pared de la cocina se escuchaba la música del vecino, un muchacho que no tenía mucho que se había cambiado, y que casi siempre tenía un escándalo. La música seguía tocando, desde hacía ya cuatro días.
-¿Y dice que no ha visto al muchacho salir a trabajar?-, le había preguntado la señora Isabel a su amiga, mientras doña Remedios dejaba que la sopa se cociera a fuego lento.
-Pues no. Casi siempre sale a la misma hora y regresa por la tarde haciendo su escándalo. Tal vez esté deprimido, o solamente no quiere salir a trabajar. Uno nunca sabe lo que pasa por la cabeza de esas personas. Van varios días que voy por mi lavadero, cerca de su patio trasero, y huele horrible. Tal vez no limpia su casa, pero el olor es horrible. Mire…
Ambas mujeres salieron de la cocina, y salieron al patio trasero. Cerca del lavadero, justo detrás de la pared que separaba ambas casas, el olor ya era insoportable. Era como si la basura de varios días se estuviese pudriendo y fermentando al aire libre.
-Dios, es asqueroso. Es como si no tirara la basura. ¿Va a llamar a alguien para que lo solucione o…?
-Tal vez-, dijo la señora Remedios, alejándose un poco de la barda. –Es horrible que viva así. Yo podría ir a limpiar su casa, en serio que sí, pero es un asco…
-¿Ya le preguntó?
-Le fui a tocar anoche, pero no me abre. O no me quiere abrir, o está que se ahoga en alcohol. No tuve más remedio que llamar a la policía. Me dijeron que iban a estar aquí por la tarde, así que más vale esperar.
Las dos señoras regresaron a la casa, y sólo volvieron a salir hasta que la policía llegó. El oficial, un hombre gordo y de cara malhumorada, llamó a la puerta del muchacho, pero sin que este le abriera. Doña Remedios no tuvo otra opción: dejó que el oficial pasara por encima de la pared del patio de atrás para acceder a la casa del vecino. El hombre tomó una escalera de metal que doña Remedios le había prestado, y con algo de torpeza saltó justo del otro lado.
Ahí no había basura, ni nada que indicara que ese asqueroso hedor venía del patio de atrás. Todo estaba solitario, ordenado, pero sin atender. La tierra se acumulaba en las esquinas, y el ambiente se sentía frío. Pareciese que ahí no vivía nadie. A través de las pequeñas ventanas de la puerta trasera, se podía ver la luz aún encendida de la cocina, y se escuchaba la música.
-Buenas tardes. ¿Hay alguien aquí?-, dijo el policía, tocando con su mano en la puerta, la cual se movió unos centímetros y rechinó. El olor de la podredumbre venía de dentro, y se intensificó cuando la puerta se abrió por completo. Las dos mujeres, del otro lado de la pared, no decían nada, esperando poder escuchar lo que pasaba en casa del vecino.
El policía se internó en la casa, dando pasos pequeños, cauteloso. El olor era insoportable. La música ahora era lenta, una balada de Roy Orbison. In dreams, I walk with you… In dreams, I talk to you… In dreams, you’re mine…
Cruzando la cocina estaba la sala, el único lugar de la casa iluminado. Aunque el policía mantenía su nariz cubierta con la manga de su uniforme, el olor era bastante insoportable. Se detuvo para ver en la sala, al final del pasillo.
Todo estaba en orden. El muchacho aún estaba sentado en el sillón, con la cabeza de lado, los ojos abiertos y la boca con una mueca de horror, la piel húmeda y de un color verdoso bastante desagradable. El olor que desprendía venía desde el estómago, como si este hubiese estallado. La música ahora se escuchaba apagada, porque las arcadas del policía retumbaban en las paredes. Tuvo que retroceder lo más rápido posible, antes de vomitar en la cocina. Aquello era demasiado…
La policía tardó en llegar, y una ambulancia iba cerrando la comitiva fúnebre. Prepararon todo para llevarse el cuerpo, y los policías hacían preguntas a los vecinos, tanto a doña Remedios como a su amiga Isabel, y al huraño señor Ernesto, quién vivía en la casa del otro lado. Desde el otro lado de la acera, a dos casas de distancia, una chica vio todo. Sacaron el cuerpo del muchacho envuelto en una bolsa de plástico negra, y lo subieron a la ambulancia del servicio forense sin más ceremonias. Ella soltó un gemido, y sintió que el estómago se le congelaba.
Juan Diego, ¿qué hiciste?
A lo lejos, en la esquina de la calle, los vecinos que ya preparaban todo para la posada de aquella noche, miraban curiosos, pero sin decir nada. Sólo la chica solitaria, mirando por la ventana, soltó una lágrima de dolor.

martes, 12 de diciembre de 2017

#UnAñoMás: Luces de Navidad [PARTE I] (Día de la Virgen de Guadalupe)

Imagen de uno de los objetos luminosos fotografiados durante la oleada OVNI en Bélgica de 1989-1990.


Los niños gritaban mientras corrían por la calle. La imagen de la Virgen de Guadalupe ya estaba adornada con escarcha, esferas y pequeñas luces de colores. Hacía frío, y la tarde se convertía en noche rápidamente, por lo que las luces de la Virgen lucían tan bonitas y relucientes.
Juan Diego iba caminando por ahí, mientras los vecinos ayudaban a sacar y acomodar sillas alrededor del nicho de la Virgen para la misa que se celebraría en media hora. Acababa de salir del trabajo, y estaba cansado. Ni siquiera se fijó cuando un pequeño niño se le atravesó y estuvo a punto de tirarlo.
Llegó a casa, abrió la puerta y la cerró tras de sí. Las risas de los niños sonaban como lejanas, pero el frío no se iba. Vivía solo en aquella pequeña casa, y el silencio y la oscuridad reinaban en todo el lugar. Los pocos muebles que tenían crujían por el frío. Iba a prepararse un buen café, a escuchar música y a no dejar que nada lo molestara aquella noche.
Había pasado casi una hora, y aunque los niños ya no gritaban, se escuchaba la letanía del sacerdote que los vecinos habían traído para la misa. A pesar de la música, Juan Diego escuchaba lo que el sacerdote decía, pero no prestaba atención. La taza con café que sostenía entre sus manos le calentaba la garganta, y la música lo relajaba un poco más. Aunque la casa era fría, eso no le preocupaba.
Lo había pensado detenidamente durante semanas. Aquella vida, solo siempre, en esa casa fría y aburrida… No parecía una buena vida para él. Menos después de enterarse de que la mujer que quería había tomado una decisión. Aún escuchaba bien claras las palabras de ella en su mente, de hacía ya un mes, como si hubiesen pasado horas apenas. Yo voy a quedarme con él… Te quiero, pero necesito estar con él.
El café tenía un sabor raro. En la mesita de la sala descansaba un frasco, un diminuto frasco que antes contenía un polvo blanco, un veneno para rata. Tal vez dolía, pero Juan Diego no lo sentía. Había tomado un calmante, y aunque hacía frío, y su piel se erizaba, el dolor en el estómago era imperceptible. ¿Qué caso tenía estar vivo viéndola con otro? La decisión hubiese parecido algo precipitada, un sinsentido. Y sin embargo, la razón por la que lo hacía era poderosa. Aquella mujer lo había enamorado, le había entregado todo, a pesar de que estuviese comprometida. Y después, sin más, se iba con aquel que no la hacía feliz.
Su mente divagaba ya, entre la conciencia de sus pensamientos, en los recuerdos dolorosos, y en la pérdida gradual de la conciencia. Los secretos que se irían con él a la tumba cruzaban por su mente como pedazos de tela rasgada que se levantaba con el viento frío de afuera. La misa y los cantos se estaban perdiendo en la inmensidad, y sólo escuchaba ecos de la música que llenaba su casa fría y solitaria. Dos pensamientos solitarios rondaron por su cabeza.
Aquella mujer, la mujer a la que amaba con locura y desesperación, era vecina suya, una de las mujeres que estaba allá afuera, en misa.
Y…
La muerte no avisa. La música siguió tocando, aún cuando la taza de café cayó al suelo, rompiéndose. El frío no dejó de llenar cada rincón de la casa. Nadie afuera escuchó nada, ni la taza, ni el café derramándose en el piso, ni el último aliento de Juan Diego. Pero todos miraban hacia arriba. En el cielo nocturno, durante la misa de la Virgen de Guadalupe de aquella calle, los vecinos vieron las luces, volando sobre sus casas, silenciosas, sigilosas, como una advertencia…
 
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