Music

miércoles, 27 de mayo de 2015

VII: Vídeo prohibido.

Se dice de un vídeo que está maldito, en parte porque incluye toda una sesión completa de sexo de una actriz casi desconocida llamada Bianca Amore con un sujeto desconocido, sino porque entre el celuloide se esconde algo siniestro que muy pocos han podido ver hasta el final.
Uno de estos “valientes”, quién ha subido su propia experiencia con el vídeo llamado “Bianca Amore lo recibe todo” a través de una entrada a su blog, describe la experiencia como algo aterrador en verdad. Consiguió la copia del vídeo en un casete de VHS de un amigo, quién aseguraba haberlo comprado en un mercado de pulgas, tan solo con la etiqueta que figuraba en el dorso del casete. Este muchacho, al vivir solo, no tardó en poner el vídeo después de que su amigo se lo prestara. No sabemos si el amigo ya lo había visto o tan sólo se lo prestó como algo circunstancial.
Después de la acostumbrada primera sección de estática, el vídeo empieza con la escena de una cama vacía. La fecha del vídeo sólo muestra 15 de Octubre, sin especificar el año, aunque lo que deduce este chico es que podría tratarse de los 80’s o 90’s. Aparece en escena Bianca Amore, una mujer de piel blanca y cabello negro, recogido en un elaborado chongo detrás de su nuca. Junto a ella se acerca un hombre, musculoso, que lleva ropa entallada y que, por lo que se ve, ya tiene una erección muy firme entre los pliegues de su pantalón de mezclilla.
La escena cambia abruptamente, cuando ambos ya están completamente desnudos, y ella le está dando el mejor sexo oral de su vida al hombre musculoso, quien sólo está recostado en la cama, boca arriba, disfrutando el momento y soltando gemidos. La calidad de la grabación es deficiente, pero parece que alguien los está grabando, ya que la cámara se mueve conforme los deseos de quién la porta, grabando de repente a la mujer chupando y después la cara de placer de su acompañante.
Después de otro corte, y de una serie de zumbidos y rayones en la imagen, aparece una nueva escena, desde una toma diferente, donde se ve a Bianca siendo penetrada por su acompañante, de forma alternada: durante unos minutos el enorme pene del hombre musculoso entra en la vagina de la actriz, y en otra escena entra por el ano, y es cuando se escuchan los gemidos aún más y más fuertes por parte de ella. La fuerza con la que Bianca es penetrada analmente es suficiente para que ella experimente un squirt, es decir, la llamada eyaculación femenina. El hombre se deleita con lo que la actriz ha hecho, y la sigue penetrando en repetidas ocasiones, apretando sus senos con firmeza.
El muchacho que describe todo esto declara que se sintió tan bien viendo el vídeo que empezó a masturbarse, aunque la imagen empezó a fallar y se escuchaba otro audio pegado con el que originalmente mostraba la película. Al fondo había una plática entre dos hombres, y aunque no pudo escuchar bien lo que decían, distinguió palabras como “grabar”, “invisible” y “señor”. Lo que más le llamó la atención era que, a pesar de las escenas sexuales, ni Bianca ni su compañero parecían “saber” que los estaban grabando.
La escena volvió a cambiar, esta vez, grabando el rostro de Bianca, mientras estaba en la posición de perrito, siendo penetrada por detrás por su compañero, quién la sostenía de las caderas y la empujaba casi con violencia. A cada embestida, los senos de la actriz se movían hacía delante de manera rápida y muy constante. La cámara se mueve un poco hacía arriba para captar el torso y el rostro del actor, quién gemía de placer al penetrar a Bianca de aquella brutal manera. Sin embargo, se alcanza a distinguir algo detrás de él, y es precisamente ahí donde muchos no han podido ver más allá.
Nuestro amigo narra que, al enfocar la cámara en el espejo detrás del actor, se muestra la identidad del camarógrafo. Sin embargo, no es algo fácil de ver. Es como si la imagen viniera de otra grabación superpuesta, una sombra negra que se distorsiona en otras formas más. Se alcanza a ver un hombre con traje, una mujer de pantalón, otro hombre desnudo y hasta un anciano, todos ellos sosteniendo por turnos la cámara y alternando con la sombra negra. En un determinado momento, la figura ya no muestra una silueta humana, sino algo que parece más inhumano, largo, hecho de materia negra, y con ojos que pasan del blanco al rojo.
La cámara vuelve a dejar de hacer zoom, para enfocarse una vez más en la pareja, quienes han cambiado de posición, esta vez, para grabar como el actor eyacula sobre la cara y el pecho de Bianca. Después, él empieza a masturbarla, para causarle un nuevo squirt, esta vez más potente que el anterior. La cámara se aleja, saliendo del cuarto y azotando la puerta de la recámara. Desde atrás llega un grito de mujer, y la voz del hombre que grita:
-¿Qué fue eso? ¿Quién anda ahí?
Después, el vídeo termina con al menos dos minutos de estática.
Nuestro contacto en el blog aclara que, después de sentirse intrigado y hasta excitado, el miedo que le provocó ver aquello en el espejo le hizo pensar que, después de todo, ese vídeo no era la clásica escena porno de cualquier celebridad haría y que después se filtraría. Era más bien como un plan para ver si algún experimento funcionaba. Los distintos rostros en el espejo le dan a entender que tal vez muchas dimensiones se mezclaron en ese momento, o cuando eres invisible, la tela de la realidad se rompe, mostrándote con distintas facetas.
Dice que, en sus sueños, sigue viendo aquella cosa de ojos blancos y negros, que acecha detrás de todos los espejos, con una cámara que salpica semen y que tiene dientes que devoran carne. Después de ver el vídeo, le contó a su amigo el hecho, y ambos decidieron que deberían abandonar el vídeo en cualquier otra parte donde nadie más pudiera sufrir los efectos aterradores de aquellas extrañas visiones. 
Hasta la fecha, no hay copia en Internet de dicho material, y las identidades de Bianca Amore (si es que ese era su verdadero nombre) o del actor que la acompañaba siguen siendo un misterio. Tampoco se sabe quién o qué grabó aquellas imágenes.


martes, 26 de mayo de 2015

VI: Ozzy

El Circo Metal Madness había llegado a la ciudad desde hacía una semana, y era la última fecha antes de moverse a otra localidad. Aquella noche habría mucha gente, todos mayores de edad que disfrutarían de un espectáculo delirante y con la música más poderosa del planeta. Entre los asistentes se encontraba Leonardo, un joven de 20 años que se había unido recientemente a una sociedad en defensa de los animales. A pesar de ello, no había sido enviado por dicha asociación, sino que había asistido por cuenta propia. Lo que nadie sabía, de entre cientos de personas en el público, era que Leonardo tenía un don especial, algo que le ayudaría con su misión personal aquella noche.
El circo, por dentro, era gigantesco. Con una enorme carpa adornada con colores oscuros, desde el negro hasta el violeta e incluso un rojo parecido al vino, el recinto contaba con tres pistas. Los asientos estaban siendo ocupados tan rápido que ya no había opción para aquellos que llegaban tarde. Sin embargo, Leonardo había reservado con muchos días su asiento en la parte más cercana a la pista principal, para así poder ver el espectáculo en todo su esplendor.
Justo después de cerrar la carpa, las luces se apagaron, para dar paso a un espectáculo de luces y pirotecnia sin precedentes. Al fondo de la pista, sobre un escenario que salía detrás de una enorme cortina de humo, ya se encontraba tocando una estridente banda de thrash metal, todos vestidos de cuero y con adornos metálicos que sobresalían amenazantes desde los hombros, rodillas y hasta de la cabeza, a modo de horrendas cabezas puntiagudas.
Desde la pista de la izquierda retozaba una línea perfecta de caballos negros, y delante de ellos, como su líder, un hermoso caballo blanco con un cuerno postizo colocado en su cabeza con un arnés. Sobre este grandioso animal se encontraba sentada, con las piernas a cada lado de los costados, una mujer de apariencia ruda, con el cabello rubio crespo y levantado por todas partes. Su maquillaje negro parecía corrido, escurriéndole por la cara y haciéndola ver más amenazante.
-¡Espero estén listos para este espectáculo! ¡PORQUE VAN A EXPLOTAR SOBRE SUS ASIENTOS!
Toda la gente se puso a aplaudir y a gritar como posesos, mientras los caballos seguían retozando, dando dos o tres vueltas más en la pista, antes de desaparecer justo a un lado de la banda. Justo debajo del escenario, apareció algo extravagante. Era una especie de carrito miniatura, como de un metro cúbico, con cabezas de muñecas adornando los costados y el cuerpo de una de ellas, decapitada, encima del capó del auto, abierta de piernas y amarrada. Sobre el cuerpo de la muñeca descansaba una enorme serpiente de piel café manchada con verde, una anaconda.
El auto se detuvo en el centro de la pista, y la puerta del piloto se abrió despacio. Del interior salió una figura aún más extraña que todas las que ya habían surgido. Era un hombre, delgado y alto, vestido de negro pero a la usanza de un cazador australiano, con un pantalón de mezclilla, botas, chaleco y sin camisa debajo, y un sombrero hecho de piel de algún animal, que por las escamas parecía de cocodrilo o de avestruz. También llevaba maquillaje, toda la cara cubierta de blanco y los labios y ojos retocados de negro. Lo único que contrastaba eran sus ojos, azules brillantes.
-Soy su anfitrión, el Hombre Cocodrilo. Esta noche verán cosas que les helarán la sangre y los dejarán atónitos de por vida-, dijo el presentador, tomando del capó del coche a la enorme anaconda, y colocándosela como una bufanda por encima de los hombros. Leonardo veía con atención, pero sin aplaudir, al hombre, quién llevaba en la mano izquierda un enorme guante que le llegaba más allá del codo, hecho de piel resistente.
-¡Ven, precioso!-, dijo levantando el brazo enguantado.
Desde uno de los extremos de la carpa, justo detrás del público en la última fila, salió volando de su jaula un enorme buitre, que se posó en el brazo del Hombre Cocodrilo. Todo el público aplaudió, mientras el ave reposaba ahí, con su apariencia jorobada y las alas extendidas, aleteando sin parar. De otra parte del escenario salieron dos asistentes, quienes se llevaron al buitre y al auto miniatura, mientras la mujer del caballo, quién salía junto a ellos, tomaba a la anaconda para enrollársela ella misma como el Hombre Cocodrilo lo había hecho antes.
-Ahora, necesito que guarden silencio. Aquí hay un enorme amigo que quiero que conozcan, una criatura traída desde los confines del mundo para atemorizar a los más valientes. Con ustedes, desde Australia, es Ozzy…
Con un ademán muy teatral, señaló justo hacía arriba, hacía la enorme cúpula que formaba la carpa levantada. Entre los andamios, sin que nadie la viera desde el principio, había una enorme jaula, más larga que ancha, y no tan alta. Dentro descansaba algo que hizo que muchos gritaran y otros miraran asombrados. Era un enorme cocodrilo, de piel verde casi negra, de unos 8 o 9 metros de largo, con el hocico abierto, mostrando su lengua plana y los enormes dientes. Sus ojos inexpresivos se mantenían medio cerrados.
La jaula fue bajada con unos andamios de cadenas hasta el centro del escenario. Cuando estuvo completamente abajo, el Hombre Cocodrilo y otros ayudantes quitaron los ganchos de las cadenas. Luego, haciendo que todos despejaran la pista, el presentador se acercó a un pestillo que la jaula tenía justo arriba, y que la hacía abrirse como el capullo de una enorme flor metálica. Alejándose después de que las puertas de la jaula cayeran al suelo, la enorme criatura salió caminando de su encierro, soltando un enorme silbido, que atrajo al público, quienes no dejaban de aplaudir.
Mientras el Hombre Cocodrilo sacaba de su cinturón un enorme látigo, Leonardo estaba más concentrado en el animal que acababa de salir de la jaula. A pesar de que sólo se encontraba a dos metros de él, Leonardo pudo sentir su piel, el tacto seco y rugoso de sus escamas y la fuerza de su cuerpo al caminar lenta y pesadamente sobre la pista del circo. Se concentró en su cabeza, en su diminuto cerebro de reptil, en el dolor físico que sentía por no estar donde debería estar. Aunque el animal no lo comprendiera, Leonardo lo entendía. Era como estar fuera de sí, en otro mundo, sufriendo.
El Hombre Cocodrilo levantó el látigo y lo soltó con la fuerza suficiente para hacer que el animal se hiciera a un lado, abriendo amenazante las mandíbulas. Con otros dos golpes del látigo, el presentador hizo que el cocodrilo completara una vuelta en la pista, mientras el público vociferaba emocionado ante la fuerza y obediencia de tan enorme criatura. La banda volvió a tocar música, y el Hombre Cocodrilo, sin perder tiempo, se dio la vuelta para agradecer al público con una reverencia un tanto ridícula.
-Vamos, hazlo, vamos, ataca, ataca, muerde, ataca, tienes hambre, ataca…-, murmuraba Leonardo, sin que nadie más se diera cuenta. Su atención se enfocaba solamente en Ozzy, quién estaba mirando hacía otra parte, menos hacía el centro de la pista. Inmediatamente, sin que nadie previera lo que iba a suceder, el animal se dio la vuelta, tan repentinamente que todos solo pudieron ver sin hacer nada más.
Con la enorme cola tiró al Hombre Cocodrilo de bruces, quién se enredó con su látigo. Sin poder levantarse rápidamente, y con la cara maquillada llena de hollín, el presentador trataba de arrastrarse hasta la jaula del animal, para aferrarse de los barrotes. Sin embargo, Ozzy fue más rápido: corrió torpemente con sus patas cortas y su enorme vientre, y alcanzó a morder las piernas del Hombre Cocodrilo, con una fuerza aplastante que incluso hizo que se escuchara como se rompían sus tibias. La gente se levantó de sus asientos, aterrada, y empezó a salir corriendo de la carpa.
Entre gritos de dolor y tratando de zafarse de los dientes de la criatura, el Hombre Cocodrilo miraba como la gente salía aterrorizada del circo, y como los ayudantes trataban de impedir que Ozzy siguiera atacando, pero sin éxito. La criatura, simplemente, obedecía a otro propósito.
Leonardo seguía ahí, mirando al animal, controlando sus movimientos. Hizo que soltara al presentador, quién al ya no sentir el lacerante dolor de los dientes en su piel, empezó de nuevo a arrastrarse, esta vez, hacía los asientos de primera fila.
-Ayúdame, por favor, ayúdame-, le decía el presentador a la única persona que se había quedado ahí, sentado, mirando todo con ojos atentos.
Leonardo, con un ligero meneo de la cabeza, le dijo que no.
De repente, Ozzy se abalanzó de nuevo hacía el Hombre Cocodrilo, pero esta vez, alcanzó a darle una dentellada mortal en el vientre. El hombre trataba de salir, pero era imposible. De su boca empezó a manar sangre, y el vientre le estalló después de que el animal, sin importar su enorme tamaño, se diera una vuelta, haciendo que el cuerpo de su carcelero se partiera por la mitad. Las vísceras salieron como serpentinas, y la sangre se mezcló con el aserrín de la pista. Sin que nadie lo detuviera, Ozzy empezó a darse un festín con las piernas de su víctima, mientras la parte de arriba aún soltaba manotazos y trataba por arrastrarse en la más lenta agonía.

Leonardo se levantó, y caminó tranquilamente hasta la salida, con  satisfacción en el corazón y el sabor de la sangre entre sus encías.


lunes, 25 de mayo de 2015

V: Creepypasta.

La estación nuclear de Chernóbil y la ciudad de Pripiat a los alrededores de la misma tuvieron que ser abandonadas con premura después del accidente nuclear el 26 de Abril de 1986. Uno de los reactores explotó, liberando gran cantidad de radiación, lo que obligó al personal y al gobierno de la Unión Soviética a desalojar el área, con sus casi 116 mil habitantes y con daños ambientales en trece países de Europa Central y Oriental. La causa oficial del desastre obedeció a un fallo en el reactor 4 en el momento de un ensayo para probar la máxima capacidad del reactor en caso de un posible desastre. Lamentablemente, este hecho terminó siendo una terrible realidad que, hasta la fecha, sigue presentando secuelas, como enfermedades y contaminación en el medio ambiente del lugar.
Todo el acceso a la planta y al poblado circundante es limitado, casi prohibido. El reactor fue sellado con un sarcófago para evitar fugas masivas de material radioactivo, y oficialmente la planta cerró operaciones en el año 2000.
Sin embargo, las causas oficiales del incidente fueron investigadas por el periodista soviético Iván Korsakov, quién trabajaba como agente de la CIA para investigar más de cerca la actividad nuclear de su propio país. Intuyendo que pruebas de este tipo en reactores nucleares eran tan complejas que casi no se efectuaban, empezó a indagar meses después de ocurrido el incidente. Era obvio que el gobierno soviético no le dejaría ingresar a las facilidades de la planta nuclear, y mucho menos revisar los asuntos y papeleo de lo ocurrido. Sin embargo, investigando con algunos de los trabajadores sobrevivientes de aquel fatídico día, encontró uno de ellos (figurando como “Anónimo” en las conversaciones posteriores) que se atrevió a hablar de lo que había pasado.
Anónimo daba cuenta de un experimento soviético de alto secretismo llamado AZATHOTH, en honor a la criatura espacial que había descrito Lovecraft en varios de sus cuentos y relatos. Durante las expediciones posteriores al incidente natural conocido como Evento Tunguska en 1908 en Siberia, se había encontrado una de las posibles causas de tal explosión. Lo habían guardado celosamente para así poder hacer experimentos secretos, sin embargo, con el inicio de la era nuclear, la Unión Soviética pensó en usar esta nueva fuerza para sacar más información de “lo que habían encontrado ahí”.
Durante la prueba final en 1986, los trabajadores de la planta, aquellos elegidos para la “prueba”, observaron por fin el secreto más grande que su gobierno tenía entre manos. Anónimo lo describía como una persona, aunque su apariencia era más alargada, un humanoide alto y de piel color crema que se tambaleaba mientras los científicos lo llevaban hasta el reactor. Detrás de la comitiva, otros dos científicos llevaban envuelto un objeto similar a una lanza con extrañas letras grabadas en su cromada superficie. El extraño aparato estaba conectado a una serie de sondas especiales, que fueron a su vez conectadas a la fuente central del reactor.
Lo que vino después Anónimo lo explicaba tal como lo entendía, ya que no fue testigo presencial. Mientras él y sus compañeros manipulaban el reactor hasta su máxima capacidad, Anónimo le explicó a Korsakov que tal vez pusieron a la criatura frente al objeto que le habían quitado desde su llegada, porque “no era de este mundo, ni de ningún otro conocido”. Tal vez necesitaban la energía suficiente para encender algo en ese objeto, y sólo con el reactor hasta su máxima capacidad pudo ser posible. No sabe si atacaron a la criatura con aquel objeto, o si simplemente le pidieron que les enseñaran cómo usarlo. La energía contenida en aquel objeto era suficiente para causar todo lo que a continuación sucedió.
La explosión mató a dos de los compañeros de Anónimo aquella noche, aunque todo el personal científico que acompañaba a la criatura y al objeto se esfumó. Sin embargo, entre el caos y la destrucción, Anónimo le confió algo muy extraño a Korsakov, algo que el periodista capturó en sus sesiones de vídeo y de audio.
“Corrí hasta la salida de la planta nuclear, seguro de que ya estaba contaminado y que moriría, si no pronto, con una lenta agonía. Y detrás de nosotros también corría aquella cosa, con su cuerpo tan frágil, sus movimientos ágiles y su cabeza enorme, desproporcionada. Emanaba un resplandor terrible. Y de alguna parte de su rostro se había dibujado una boca, una mueca con dientes afilados que gritaba en constante desesperación y emitía palabras que nadie fue capaz de entender y menos de procesar en algún idioma o voz. Dio la vuelta en un pasillo, y desapareció para siempre de nuestras vidas.”
Nadie más daba cuenta de alguna presencia extraña en las afueras de Chernóbil o Pripiat aquella noche, y los que vieron aquel evento fueron silenciados con amenazas, aunque solo Anónimo, quién ya no tenía nada que perder, fue más valiente al contar todo. Se sabe que Iván Korsakov alcanzó a transcribir mucho del testimonio de su fiel confidente en papeles que escondió con el gobierno estadounidense, antes de que los soviéticos dieran al fin con él. Su desaparición sigue siendo un misterio.
Las pruebas más recientes afirman que el cierre definitivo de la central nuclear en Chernóbil sólo ha sido un pretexto para usarla más a menudo, con nuevo personal, y obviamente, nuevas credenciales. Aquellos que han sido lo suficientemente audaces de infiltrarse entre la seguridad del edificio han declarado haber visto las letras NWO en varios lugares, en documentos e incluso en banderas que adornan los pasillos del lugar. Una fuente anónima, a través de un cable en Internet, sugiere que la búsqueda de la criatura de 1986 sigue vigente, a través de códigos secretos transmitidos en una señal de radio muy difusa y extraña que nadie más ha podido descifrar. 
Sin embargo, con la caída del meteorito el Cheliábinsk en 2013, los científicos encontraron algo que pensaron perdido después de casi 30 años. Dentro había otra criatura similar a la de Chernóbil. Sin embargo, no había objeto. Aunque el objeto de aquellos años se había quedado abandonado en las entrañas del reactor, pudo ser rescatado. Afirma la misma fuente anónima del cable en Internet que la criatura ya no es igual a cómo llegó hace dos años, y que incluso su tamaño podría ser ahora un problema para contenerla más tiempo. ¿Qué pretenden hacer con semejante cosa encerrada ahí? ¿Y quiénes son las mentes detrás de todo esto?


domingo, 24 de mayo de 2015

IV: El experimento.

Alicia había escuchado, entre los alumnos más avanzados, que en el gran depósito de los instrumentos musicales se aparecía un fantasma. Algunos hablaban más bien de un monstruo, algo tan aterrador que mataba con sólo ver a su víctima. Lo curioso era lo fácil que una leyenda había convencido a otros alumnos a enfrentarse a lo desconocido, siempre con consecuencias: siempre que alguna persona entrara al depósito sin el permiso necesario, firmado por uno de los maestros, podía ser suspendido.
Sin embargo, si la leyenda era cierta, de alguna manera habría que provocar al fantasma para que se apareciera. Nadie lo mencionaba jamás, y sólo quedaba en que cualquier persona que entrara al recinto podría verlo si era lo suficientemente paciente. Alicia no lo creyó así. A pesar de que sus clases de piano iban muy bien, y sus ensayos casi diarios no le quitaban tiempo en su vida social y en la escuela, la muchacha de 16 años podría ponerse a investigar un poco más al respecto. A través de varias páginas de Internet, empezó a buscar maneras de hacer que las entidades fantasmales se apareciesen a quien lo quisiera.
Descartó cosas como palabras mágicas, invocaciones con velas y otros materiales químicos, e incluso la Ouija, ya que no quería gastar demasiado, o correr un riesgo mayor de tratarse de una realidad. Sin embargo, en una página que dejó al final de sus pesquisas, encontró el mejor método para atraer a una energía oculta. Lo más asombroso es que el material que necesitaba lo podía encontrar en la escuela de música. Alicia sólo tenía que pedirlo a la persona indicada.

-Necesito tu diapasón-, le preguntó la muchacha a Tomás, su mejor amigo en la academia de música, quién estudiaba guitarra acústica. Esto días después de sus investigaciones.
-Pero si tú estudias piano, no necesitas un diapasón para afinar tu música-, le dijo el muchacho, sonriéndole a su amiga mientras se acomodaba los lentes por encima de la nariz. Ella le miró, casi rogándole.
-Vamos, lo necesito. Si funciona lo que necesito hacer, te lo contaré a ti primero. Por favor…
Tomás se le quedó viendo un momento.
-Te lo prestaré, si me enseñas lo que vas a hacer. Tengo curiosidad, y ya no puedes echarte para atrás.
Alicia tragó saliva. No quería decirle a nadie más acerca de su plan, y mucho menos llevar a un alumno inocente a un castigo severo si no podían demostrar nada. Al final, suspiró como si no tuviera más opción.
-Está bien. Voy a salir al baño del segundo piso a los 15 minutos de clase. Te veré ahí, y si no estás, regresaré al salón, ¿está claro?
Tomás asintió, satisfecho. Sus clases iniciaban a la misma hora, así que no habría problema si ambos salían, ya que estaban en salones diferentes. Se dieron la mano y se despidieron.

Llegado el momento, Alicia se detuvo en su práctica de una hermosa melodía, sintiendo sus dedos engarrotados, no por el cansancio, sino por los nervios. El profesor Sánchez le miró, un tanto extrañado.
-¿Sucede algo Alicia?
-Necesito ir al baño, profesor…
-Claro, no te tardes mucho por favor-, dijo Sánchez, revisando el trabajo de su otra alumna dentro de aquella enorme aula.
Alicia se levantó y salió despacio hacía el pasillo. Ya que estaba prohibido correr por ahí como si nada, caminó rápidamente hasta el final del pasillo, subiendo las escaleras de dos escalones a la vez, y cuando llegó a su destino, ya estaba Tomás esperándola.
-Tardaste demasiado.
-Te adelantaste. Además no quería correr. Tenemos que ser cautelosos. Ven.
Alicia tomó a su amigo de la mano y juntos siguieron hasta el final del pasillo del segundo piso. Se detuvieron frente a las puertas dobles del depósito de los instrumentos. La muchacha vigiló que nadie más se acercara por ahí, y empujó la puerta para entrar. Su amigo la siguió cauteloso.
-¿Qué pretendes?
-Verificar una leyenda.
Tomás la detuvo del brazo, a través de las penumbras de aquél abandonado salón que sólo tenía una pequeña ventana al fondo, que apenas iluminaba el lugar.
-Quieres ver si lo del fantasma es verdad… Es una tontería. Y si nos cachan aquí, nos van a castigar.
-No creo que sea una tontería. Por eso te pedí tu diapasón. ¿Lo trajiste?
Tomás vaciló un momento. Sacó del bolsillo de su pantalón un aparato de metal, que parecía más bien una horquilla de metal. De su propio bolsillo, Alicia sacó una varilla de metal sencilla.
-¿Qué vas a hacer?
La muchacha guiñó el ojo a su amigo.
-Ya verás…
Tomó el diapasón con la mano izquierda y lo golpeó en uno de los extremos gemelos, haciéndolo vibrar. Ella sabía que el sonido hipnótico de las barras paralelas del aparato no duraría mucho, aunque con la vara de metal que ella había traído de casa haría magia. Tocó el diapasón con la varita y empezó a frotarlo, como si estuviera prendiendo fuego con dos pedazos de metal. El sonido del diapasón, además de perpetuarse, se intensificó, haciendo que a ambos les zumbaran los oídos.
-¡Eso es molesto!-, exclamó Tomás, con la voz un poco alta para que Alicia le escuchara. Sin embargo, ella no se detuvo.
El sonido del diapasón empezó a retumbar en las paredes del salón, entre los metales de otros instrumentos, y bajo los anaqueles donde estos descansaban. De repente, uno de los platillos que usaban para la orquesta cayó de su lugar, haciendo su particular sonido estridente sobre el suelo de la estancia. Rodó unos metros y se detuvo.
Alicia dejó de frotar la vara de metal contra el diapasón, y el sonido del aparato se hizo más débil. Tomás se quedó detrás de ella, y ambos escucharon con atención. El sonido del platillo se había ido, y a pesar de que el diapasón seguía vibrando, poco a poco el silencio ocupaba todo el lugar.
-¿Qué fue eso?-, dijo Alicia, casi en un susurro.
-No lo sé…
Lo que vino fue tan repentino que hizo que los dos se quedaran petrificados, tan cerca de la puerta pero sin poder moverse ni un poco. Varios de los instrumentos cayeron estrepitosamente al suelo, haciendo mucho ruido. Sin embargo, no parecía haber nadie ahí. De repente, un gemido muy fuerte empezó a escucharse al fondo del recinto, que iba creciendo conforme parecía acercarse más y más. Alicia no lo pensó mucho y salió corriendo dejando las puertas entreabiertas.
Tomás se quedó ahí, quieto, mientras la figura al fondo de la sala se iba dibujando poco a poco contra la penumbra. Era una persona que él conocía muy bien. Se llamaba Isabel, su novia, quién llegó caminando como si nada, riéndose. Tomás la tomó de las manos y la acompañó con sus carcajadas.
-Se la creyó. Hiciste bien en decirme lo que sospechabas. Al menos le metimos un buen susto a tu amiguita-, dijo Isabel, mirando a su novio con ojos alegres y algo de maldad.
-Ya me había preguntado muchas cosas acerca de la leyenda. Qué mejor que hacerle pasar un momento como ese…
-Muy bien por ustedes-, dijo una voz detrás de ellos.
Isabel y Tomás voltearon. Por un momento, pensaron que podría ser algún profesor que los había descubierto y que ahora los castigaría. Sin embargo, lo que había detrás no era siquiera humano. Tenía la apariencia de un felino apoyado solo en sus patas traseras, con enormes manos con garras afiladas que arrastraban justo a los costados. La cabeza era felina, sin embargo, los rasgos eran como los de un reptil, con un hocico enorme y alargado del cual sobresalían un montón de dientes putrefactos. 
La criatura abrió las fauces, escurriendo saliva sanguinolenta, y los dos aterrados alumnos gritaron antes de sentir las afiladas garras en sus gargantas. Al fondo del salón, como si viniera del fondo del abismo infernal, el viejo piano de la escuela empezó a tocar sin que ninguna mano humana lo manipulara.


sábado, 23 de mayo de 2015

III: Tríptico.

Cuando tenía 12 años de edad, Jonah aprendió a pintar por sí mismo. Lo que veía lo plasmaba, e incluso lo que no. Sabía que los sentimientos no tenían una forma específica de representarse en el lienzo, y sin embargo resultaban más vívidos que nunca, incluso como una visión más clara que la que tenía en su corazón al respecto. Después, empezó a mezclar la realidad con los sentimientos y pensamientos, como un bello paisaje soleado cuando se sentía feliz o su propio rostro (no tan perfecto), es que se encontraba pensando alguna cosa. Muchas veces dibujaba criaturas, ya fueran simples animales, e incluso algunas que podía ver en las caricaturas o que había leído en algún cuento.
Sin embargo, un día justo después de su treceavo cumpleaños, empezó a dibujar algo más extravagante, movido por un sentimiento ajeno, algo que lo hacía sentir temeroso e incluso nervioso, como si supiera que algo le fuera a pasar. Después de dos o tres días mezclando colores y dibujando siluetas, la pintura estaba lista, pero para sorpresa de sus padres y conocidos, el resultado había sido algo abrumador: se trataba de una especie de pasillo, que aunque por el ancho de sus dimensiones parecía más bien un cuarto pequeño, con una mesa y una silla al centro. Sentado en la silla se encontraba un hombre, vestido de varios colores, como si su ropa estuviera hecha de tiras de los colores del arcoíris, que contrastaba demasiado con el fondo gris del cuarto.
Sin embargo, en la penumbra que Jonah pintaba en la pared detrás del hombre, había una silueta, muy difuminada, que parecía salir desde la pared. Era delgada y alta, y parecía tener una mano extendida y levantada por sobre la cabeza del hombre feliz sentado en medio de la pintura.
Los padres del muchacho exhibieron con orgullo el trabajo de su hijo, que sin duda era uno de los mejores que jamás hubiese hecho hasta ese momento. Aunque, quién veía la pintura, se sentía extrañamente invadido por un sentimiento de tremenda confusión, como si la felicidad del hombre sentado se mezclara con la agonía de algo que surgía detrás de la pared, justo hacía ellos.

Nadie más recordó aquella extraña imagen, ni siquiera después de que Jonah cumpliera 26 años. Después de muchos años de estudio en una de las mejores academias de arte, el joven ahora trabajaba en sus propios proyectos, la mayoría de los cuales eran exhibidos de manera profesional con el público conocedor. No sólo incluía sus trabajos más recientes, sino que también se podían admirar algunos hechos desde su infancia. Entre estos, incluía el mejor de todos: el hombre de colores sentado en aquel ambiente depresivo, con la sombra cerniéndose sobre su cabeza.
El trabajo de Jonah con la pintura cada vez era más estilizado y genial. Las figuras adquirían una apariencia más humana o animal, y hasta las criaturas que sólo existían en su imaginación estaban más cercanas a una realidad que jamás podría ser. Estos trabajos, los de corte fantástico y mitológico, le valieron ser contratado para elaborar afiches o posters de las películas de moda, e incluso para elaborar toda una tanda anual de un famoso juego de cartas, que incluía siempre criaturas extravagantes, y que sólo incluía a pintores de renombre o talentos no muy bien reconocidos.
Se había conseguido un departamento pequeño, pero muy cómodo para hacer su trabajo. Las paredes de la estancia estaban hermosamente decoradas con su propio arte, mostrando siempre escenas de la realidad mezcladas con una fantasía impresionante. Un enorme pulpo atacando un barco antiguo abarcaba toda la pared del fondo, si se veía desde la puerta de entrada, la cual era una enorme boca con dientes, como la de un tiburón. En las otras paredes se observaban elfos, hadas, aves gigantescas y hasta una especie de animal de cuatro patas que recordaba a un dinosaurio. Todos los que visitaban a Jonah se quedaban asombrados ante el colorido de la estancia, que le daba un aire más alegre a todo el lugar, aunque en ninguna otra parte de la casa hubiese tal despliegue de grandeza.
Una noche, llegando a su departamento después de comprar material, Jonah vislumbró algo que, él pensó en ese momento, le daría un impulso más grande a su trabajo. Puso el caballete ahí mismo, cerca de la puerta de entrada, casi sin perder tiempo en lo que tenía que hacer. Mezclando colores, se quedó toda la noche hasta que terminó, cansado y absorto, la segunda parte de aquella pintura que le valdría el reconocimiento cuando niño.
Esta vez, se había basado en la estancia para dibujar con mejor proporción el cuarto, que ya no parecía un pasillo. Descartó los muebles, pero reprodujo casi con extrema exactitud las pinturas de las tres paredes que veía. En el centro estaban de nuevo la mesa y la silla, y el hombre sentado en ella que ahora se veía más serio, vestido con traje y corbata. De la pared, justo donde estaba el pulpo y el barco, sobresalía una vez más la sombra, esta vez como si una persona en realidad estuviera ahí reflejada en la pared de colores. Otra vez el brazo extendido de la sombra se cernía sobre la cabeza del hombre serio, esta vez aferrando algo, que no pudo determinar bien, a pesar de que él la había pintado y dispuesto así.
Tardó unos días en mostrar su trabajo a una galería de arte, y fue por todos aclamado como uno de sus mejores cuadros. Junto a él, Jonah exhibía el cuadro de su infancia, como esperando formar una historia, de un hombre que, después de vivir feliz rodeado de la depresión, ahora toda esa felicidad lo hiciese sentir abrumado. Quién podría imaginar siquiera que ese cuadro sería uno de los últimos que le darían a Jonah un reconocimiento especial en el arte.

Ya no era de sorprender que, a los 39 años (una edad demasiado corta para vivir así), Jonah se encontrara sumido en la depresión que su propio cuadro le había dejado. Sus trabajos ya no fueron los mismos desde entonces, y la calidad de cada uno mostraba algo que dejaba mucho qué desear. La mayoría exploraba el lado oscuro de las personas, la muerte, la violencia, la depresión, el suicidio. Empezó a alejarse de los círculos que frecuentaba, y poco a poco, también dejó de exhibir el arte que otrora le había dado todo. Al final, refugiado en su departamento, con apenas qué comer, pintó su casa una vez más, esta vez, de un gris uniforme, sin que pudieran verse las antiguas representaciones fantásticas de sus sueños y anhelos.
Justo a mediados de Diciembre, sin calefacción y con los pensamientos abatidos por la tristeza y la agonía de no volver a pintar, Jonah se sentó en lo que quedaba de sus muebles, justo al centro de la estancia: una silla y una mesa, simples recuerdos de una época pasada. Observó el entorno que solía ser su vida, cómo el primer cuadro donde la felicidad se encontraba en él a pesar de la mala suerte, y cómo la alegría había salido para llenar un espacio que ahora no podía más que contener sufrimiento.
Sobre la mesa, dispuestos para trabajar una última vez con su dueño, ya se encontraban el lienzo, los pinceles y el óleo. Volvió a plasmar, sin querer pero con todo el deseo de su corazón, el cuarto. Esta vez, sin que nadie lo pudiera creer tiempo después, más que una pintura de un niño aficionado o que un trabajo profesional, ahora estaba plasmando una fotografía, tan real como lo que lo rodeaba. Su rostro era tan tangible que ni siquiera pensaba que podría ser una pintura como cualquier otra que hubiera hecho. Este sería, quizá, la obra maestra de su carrera, y de su vida…
Sin embargo, a punto de culminar, la puerta del departamento se abrió, dejando pasar a un visitante que ni siquiera él esperaba. De pie en la puerta, mirando con su rostro absorto, se encontraba Jonah de niño, a sus 13 años, pero no parecía real. Parecía sacado de una imagen de televisión, hecho con interferencias o resonancias. Se quedó ahí, mirándole como si estuviera estudiando la situación. Después, así como llegó, desapareció en el aire. Jonah, de 39 años, mirando sorprendido hacia la puerta, volvió a pintar…
Cuando las autoridades le encontraron días después, estaba sentado, con la cabeza hacia atrás. Concluyeron que había sido un paro cardiaco. En la mesa encontraron su material y la pintura más real que jamás nadie hubiese visto. Completado el tríptico, la imagen mostraba un hombre que de la felicidad pasaba a la depresión eterna. Y la última pintura era la más aterradora. El cuarto era completamente blanco, sin las líneas donde empezaban o terminaban las paredes. La mesa y la silla esta vez eran negras, sin detalles, como si estuvieran hechas de oscuridad absoluta. El hombre de la silla ahora estaba desnudo, y su cara reflejaba un grito de miedo y locura, con los ojos completamente abiertos, como si algo en la cuarta pared le hubiese asustado.

La sombra detrás de él ya no era lo que solía ser. Con una túnica café, se encontraba un esqueleto, de pie, justo con la mano por encima de la cabeza del hombre que ahora gritaba. Y en su huesuda mano sostenía una soga que rodeaba el cuello del desdichado, lista para jalar…


viernes, 22 de mayo de 2015

II: La Virgen Oscura.

Juan era el encargado de cuidar la iglesia del pueblo durante las noches, además de arreglar los desperfectos que pudieran surgir. Durante el día hacía el aseo y le ayudaba al padre Antonio con las misas. Por la noche, cerraba las puertas de la iglesia, y apagaba las luces. Cerca de la puerta trasera estaba su habitación, un lugar muy sencillo, con estufa, su televisión y un baño. Casi siempre se ponía a leer antes de dormir, o veía un poco las noticias, sin desvelarse demasiado. El trabajo en la iglesia jamás terminaba.
Aquel domingo, después de la misa de las 6 p.m., Juan y el padre Antonio terminaron de recoger las cosas que se necesitaban para la ceremonia, y después de despedirse, el sacerdote dejó a su joven ayudante a cargo de la iglesia, confiándole como siempre todo lo que representaba para el pueblo. Cerró con cuidado las puertas, con aquellas enormes llaves de cobre y se encaminó hasta el Santísimo, donde estaban los interruptores de la luz. La iglesia se sumió en la oscuridad de la noche, mientras las enormes lámparas en el techo se iban apagando poco a poco.
Juan estaba acostumbrado al sonido nocturno de aquel enorme lugar, incluso cuando sus pasos retumbaron en los pasillos, entre las bancas de madera con los respaldos acojinados levantados. Miró hacía las paredes, pintadas de blanco, para irse guiando con el pequeño resplandor de los adornos en los altares y las pequeñas capillas. Al final del pasillo, justo antes de dar la vuelta hacía su recámara, se encontró con el altar más pequeño del recinto. Estaba dedicado a una misteriosa figura que, en la oscuridad del recinto, parecía más bien la puerta abierta a un inmenso abismo.
Era una virgen hecha de madera negra, tan bellamente tallada que, a la luz del día o de las lámparas, tenía unos rasgos tan finos y bien delineados como cualquiera de las otras estatuas de yeso. Llevaba una túnica de color claro, como beige, que contrastaba inmensamente con la piel de madera, que parecía hecha más bien de carbón. Sus ojos, hechos de gemas preciosas, tenían un tono azulado y gris muy misteriosa. Nadie sabía quién la había llevado, y algunos estudios tampoco dejaban ver claro quién había sido el artífice de tal obra de arte tan extraña. Sin embargo, a pesar de su asombrosa apariencia, era tal vez la figura más adorada entre el pueblo, con un espacio especial para poner varias flores y peticiones escritas en papeles. Los milagros de la llamada Virgen Oscura habían pasado a la historia a través de varias generaciones.
Juan miró a la estatua a través de las penumbras de la iglesia, como si esperara alguna señal o palabra de la Virgen, tan real, y tan etérea también.
-¿Hola?-, dijo hacia la imagen, más como si se lo dijera a sí mismo. Su voz retumbó en las paredes, y llegó hasta el techo, desapareciendo en la cúpula adornada con hermosos frescos de ángeles y santos.
La Virgen estaba ahí, sin moverse, solo mirando piadosamente hacía el cielo.
-No respondes, ¿verdad? Creo que jamás lo hacen.
Juan se quedó a escasos metros de la imagen, mirándola como a una amiga que hace tiempo no se encontraba.
-Eres muy callada y solitaria. Aún así todos te adoran. Te buscan y te piden ayuda. Yo estoy más solo. No tengo familia. Trabajo aquí desde muy joven, sin recibir mucho. Quisiera ser como tú.
Le sonrió a través de las penumbras, sin importarle que la imagen estuviera ahí, sin moverse. Juan pensó en ese instante en su vida, en todo aquello que pareciera ir bien, y que en realidad no estaba yendo como debería. Se estaba aburriendo de la vida en la iglesia, de su trabajo y de todo lo que cada día tenía que hacer…
Caminó despacio hasta su habitación, cerrando la puerta tras de sí. No se dio el ánimo de leer, ni siquiera de ver que había en la televisión. Se cambió, con su pijama de siempre, y se metió a la cama. Estaba quedándose dormido cuando escuchó algo que, normalmente, le tranquilizaría en un horario más temprano.
Alguien tocaba la puerta.
Abrió los ojos, incorporándose rápidamente en el colchón. Miró alrededor, pensando que algo se había caído de su lugar. Pero su recámara lucía tan plácida como cada noche. De nuevo aquel sonido de nudillos sobre la superficie de la puerta de madera le hizo sentirse intranquilo. Sabía que el padre Antonio tenía copias de las llaves de la iglesia, de ambas puertas, pero no sabía por qué habría regresado y por qué razón. Se levantó de la cama, descalzo, estremeciéndose con el frío del suelo.
-Padre, no sé que pase, pero creo que es muy tarde para tocar. Aún así lo voy a atender…-, se dijo Juan a sí mismo, en un susurro que sólo él pudo disfrutar. Sonrió para sus adentros. Tomó el pomo de la puerta, y la abrió despacio, dejando entrar la brisa fría del interior de la iglesia.
A pesar de la oscuridad, alcanzó a divisar la figura de una persona conocida. Le sorprendió tanto que hizo que diera unos pasos hacia atrás y cayera sobre el suelo, lastimándose las nalgas al caer. La figura se movía, sin siquiera moverse, con la misma apariencia de siempre. Flotaba a escasos centímetros del suelo, y una voz más allá del espacio conocido murmuraba la misma palabra una y otra vez. “Cree, cree…”
-No, no puede…-, balbuceó Juan, tratando de esconder su miedo, queriendo correr, pero sin poder mover ni un solo músculo. Estaba paralizado del miedo. Vio en el rostro de aquella imagen la cara piadosa de madera negra, y los ojos que hipnotizaban a quien la viera. Sin embargo, a escasos centímetros de su rostro, el cuidador de la iglesia se dio cuenta de su error. El miedo a la Virgen Oscura no era lo que él creía: pero el padre Antonio, una criatura indómita que, en secreto, tenía hambre, con aquellos ojos grises-azules que se tornaron rojos como la sangre que buscaba con tanto ahínco.


Y fuera, en la iglesia, mientras los gritos de agonía de un hombre resonaban en los pasillos vacíos, entre las bancas solitarias, la Virgen Oscura miraba hacía el techo, piadosa, y tal vez, con miedo a la criatura que acechaba en la Casa de Dios.


jueves, 21 de mayo de 2015

I: La Casa Torcida.

Cuenta la leyenda que había cierta casa en las afueras de la ciudad, que más que un elemento histórico del mundo antiguo, era un punto de encuentro para los aficionados de lo paranormal. Es común ver que hay atracciones en las ferias donde uno puede entrar a una casa construida específicamente para que el público se sienta confundido por su estructura interna. Sentir que uno va bajando cuando en realidad sube, sostenerse de un barandal porque el piso está demasiado inclinado, o incluso ver como una bola de billar baja por una pendiente inclinada hacia arriba.
La casa de este relato es igual, aunque con una sencilla diferencia: el acceso al público está restringido del todo. Nadie puede entrar ahí, a excepción de un grupo especializado que el gobierno de la ciudad eligió para cuidar la fachada y los alrededores. La casa, una bonita estructura de estilo victoriano, por fuera tiene toda la apariencia normal, aunque los que han entrado han dicho que la casa comienza siendo normal, con un vestíbulo completamente recto. Hasta ahí es donde la gente del gobierno ha podido acceder, ya que al cruzar cualquiera de las tres puertas (dos en los costados y una al fondo), la casa se transforma en un sinfín de laberintos y pasillos que no tienen pies ni cabeza.
Es común oír historias de gente, como Archibaldo Sanders, que cruzó la puerta al fondo en 1940, tratando de averiguar más acerca de la historia de la casa. Cuando abrió la puerta, la gravedad de la casa cambió, haciendo que el techo esta vez fuera el suelo. Archibaldo corrió con mucha suerte, ya que sólo tuvo que cruzar la puerta de nuevo, y resistir el golpe, para caer sano y salvo en el vestíbulo y regresar por sus propios pasos.
En 1958, Sonia James, una investigadora paranormal de renombre, se aventuró a ir más allá de lo que Archibaldo había podido. Sabiendo que la puerta del fondo sólo accedía a un pasillo que cambiaba la gravedad, se aventuró a cruzar la puerta. El golpe hacía el techo la desorientó un poco, pero pudo seguir caminando. Sonia llevaba una cuerda atada a la cintura, mientras afuera de la casa la cuerda se mantenía atada a una camioneta, la cual la jalaría ante cualquier eventualidad. Sonia caminó más allá en aquel pasillo, abriendo las puertas sin cruzar los umbrales. Una de las recámaras estaba colocada de manera horizontal, con la cama en la pared. En otra de las puertas, el baño estaba hacía el fondo, como si la puerta estuviera en el techo de la habitación.
La habitación al final del pasillo, justo antes de subir las escaleras, sería llamada con el tiempo “La Habitación James”, en honor a Sonia. Ahí la mujer encontró algo que la marcaría de por vida. La puerta de la habitación estaba en lo que sería el piso, como una trampilla o un sótano. La habitación está completamente oscura, y aunque ella encontró el interruptor de la luz, no encendió ningún foco. En el centro sólo había una mesa y una silla, llenas de polvo. En la silla se encontraba un cuerpo, un cadáver presumiblemente de hombre, aunque la ropa no permitía saber ni su sexo ni su procedencia.
-Le vi ahí, medio sentado y acostado sobre la mesa. Su ropa era extraña, una mezcla de una capa larga hasta el suelo, con pantalón muy amplio de la parte de abajo y una especie de blusa de colores que, por la oscuridad, no llegué a distinguir-, dijo Sonia en una entrevista varios años después.
-Debajo del cuerpo había papeles, hechos de un material similar al caucho de las llantas, pero más delgados. Las letras eran comprensibles, aunque estaban escritas en una caligrafía muy extraña, casi mecánica. Eran las escrituras de la casa, sólo que esperé a salir al pasillo iluminado para seguir leyendo.
Lo que había en esos papeles dejó a Sonia perpleja. La casa era propiedad de un hombre llamado Hister, construida como un regalo a su esposa Brontia, con elementos que unían dos épocas: la suya, y la de la antigüedad, época que a la mujer le apasionaba en gran medida. Las escrituras fueron firmadas por autoridades y selladas por el gobierno de Salamar, un país que, con posteriores investigaciones, no existía en el mapa. Lo más chocante fue cuando Sonia leyó la fecha en la que los papeles estaban firmados: 10429. Era imposible que algo estuviera firmado con esa fecha.
Sin embargo, y para sorpresa de Sonia, junto a los papeles oficiales firmados en Salamar más de 8400 años a partir de ahí, había una especie de carta, una misiva o última voluntad. La hoja era similar que las otras, solo que la caligrafía esta vez era de puño y letra de una persona, con un color de tinta tan brillante y cambiante que era difícil saber de qué color era. El contenido era demasiado sobrecogedor:
“La estructura de esta casa tiene conciencia propia. Los arquitectos que la edificaron incluyeron en sus paredes, bajo el suelo y sobre el techo varias especificaciones electrónicas que, sin lugar a dudas, le dieron una mente a la casa. No podíamos quedarnos sin hacer nada. Hicimos que se destruyera, que al final cambiara a su forma original, pero ni el fuego ni las bombas nucleares a pequeña escala mejoraron el asunto. Ahora la casa ha viajado, no sé a qué tiempo. Se adaptó, cambió por fuera, pero por tiempo sigue siendo la misma pesadilla. Somos uno mismo ahora, y moriremos aquí, sin que nadie nos encuentre. Escuchamos gente que entra, y grita porque no vuelve a salir. Las puertas a los costados del pasillo son el horror: una lleva al infinito absoluto, y la otra es un laberinto interminable. El único lugar seguro es al fondo, donde estamos nosotros. Y aquí moriremos, juntos…”
Sonia regresó a verificar que en la habitación hubiese dos cuerpos. Pero sólo estaba el de la persona acostada en la mesa. Sin embargo, al ver más de cerca, se quedó pasmada. El cuerpo era una mezcla de órganos, con un solo seno femenino, y dos cráneos que parecían haberse fusionado por la mitad, con lo que parecía un pedazo de ojo a la mitad de la frente.
Sin perder tiempo, y esperando no dejar su cordura en aquel lugar, Sonia regresó rápidamente sobre sus pasos, agarrándose de la cuerda. Al salir del pasillo que cambiaba la gravedad, miró hacía el fondo, hacía la puerta abierta de la entrada. No podía irse sin verificar dos cosas. Se dirigió con cuidado hacía la puerta que tenía a su izquierda, en el vestíbulo, a pesar de las advertencias de la carta que llevaba en las manos, junto a los papeles de la casa. Abriendo con cuidado la puerta, se percató de que más allá, en aquella habitación, había un enorme laberinto, hecho de paredes metálicas, como si estuvieran vivas, cubos gigantes que se movían en todas direcciones. Sonia juraba, años después, que había alcanzado a ver una figura humana, y otra más grande y ominosa, hecha de algo que no parecía carne.
La otra puerta debía ser la del infinito insondable de la que hablaba la carta. Cerrando la puerta del laberinto, se acercó a la otra, pero sólo para escuchar, poniendo la oreja en la superficie de la madera. Un grito ensordecedor rompió el ambiente silencioso al otro lado de la puerta, una voz que clamaba ayuda en diferentes idiomas, con una voz que ya se encontraba más allá de la comprensión.
Sonia soltó un grito y salió corriendo hacía el patio de la casa, relatando entre sollozos lo que había visto y encontrado. Los papeles que ella extrajo desde el corazón de la casa están escondidos, y ella misma fue una de las que promovieron la prohibición de acceso a la casa en años posteriores. La edificación ha sido objeto de debate, si dejarla en pie para futuras investigaciones, o incluso para demolerla, aunque todos los intentos han sido infructuosos. Ni la dinamita ni siquiera las máquinas han servido para tal efecto. Y ahí sigue, de pie, mirando hacia la calle vacía que da hacía la ciudad.
¿Qué hubiese encontrado Sonia de haber subido las escaleras de aquella casa sin principio ni final? ¿Dónde quedaba Salamar y quiénes habían sido en realidad Hister y Brontia? Ninguna de estas preguntas tenía respuesta. Y peor: varios decían que la casa parecía susurrar en las noches, esperando despertar, y devorar lo que se le pusiera enfrente. Ahora, rezamos porque ese día jamás llegue…


 
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