Music

martes, 5 de julio de 2016

Nuestros Nuevos Miedos: La Tienda. Cuento 12.

Cuento 12: Velo de Novia (Hello Seahorse!, 2010). https://www.youtube.com/watch?v=WHeICN8Nxnk



Una semana había pasado, sin que los horrores se desataran en la tienda. Aún así, los vendedores estaban ansiosos. Nadie sabía nada de Miguel ni del monitorista de la noche. Aún así, sabiendo que algo andaba mal, nadie decía nada. Todos seguían trabajando normalmente.
Una tarde lluviosa alguien llegó al departamento de Óptica, buscando un examen de la vista, los cuales se hacían gratis, y con los aparatos más sofisticados. La responsable del departamento se llamaba Dolores, pero todos sus compañeros y amigos le decían Lola. Era una mujer de estatura media, de cabello muy largo y negro, veteado con algunas canas. Siempre iba muy elegante, con su falda, sus tacones y su bata, impecable y con el nombre de la tienda bordado a un costado.
Lola era una mujer muy amable, de voz profunda y siempre enfocada a su trabajo, no seria, pero sí muy divertida cuando se lo proponía. Aquella tarde, en la hora de la comida, Lola no tenía con quién hablar. Sin embargo, esperaba a que sus compañeros regresaran, atendiendo a todo cliente que se acercara a los departamentos más cercanos. Hasta que nadie más llegara, ella no podría ir a comer.
Los clientes se fueron, y la tienda quedó vacía, a excepción de la presencia constante de la música, y de los miembros de seguridad, vigilando todo a su alrededor.
Fue cuando entró aquella mujer a la tienda. Lola la vio acercarse hasta el mostrador de la Óptica. Nunca había visto a alguien así: vestida elegantemente con un abrigo blanco, unas zapatillas acorde al color y falda negra. Iba bien peinada, con un enorme chongo en su cabello negro, y caireles cayéndole a los hombros. Sin embargo, pese a la gallardía de la mujer y de su elegancia tanto al vestir como al caminar, aquella dama estaba triste. Y se le notaba en los ojos.
Lola era experta en miradas: podía apreciar los sentimientos de la gente con tan sólo mirarles directamente. No importaba si los ojos eran grises o azules, pequeños o grandes, rasgados o muy abiertos, ella distinguía cosas que ninguno más podría, incluyendo claro está los trastornos y enfermedades comunes. Sabía cuando una persona estaba triste por lo apagado de su iris, o cuando estaba feliz porque sus ojos brillaban, como si quisieran llorar y expresar lo mejor de sus corazones. Aún así, era demasiado discreta: jamás preguntaba. Sólo observaba, fijamente, y dentro, su corazón sonreía, o también lloraba.
La mirada de aquella mujer era de tristeza extrema, como si algo la lastimara en serio, o como si hubiese perdido a alguien recientemente.
-Buenas tardes señorita. ¿En qué puedo ayudarla?-, dijo Lola, preguntando de manera profesional, aunque imprimiendo un poco de su empatía en cada palabra. La mujer sonrió un poco, cambiando de brazo su bolso.
-Me he sentido con la vista un poco cansada, y quisiera descartar cualquier cosa. ¿Qué puedo hacer?
-No se preocupe, señorita. Le puedo hacer su examen gratis, y podemos descartar cosas. Tal vez solo sea la vista cansada, por lo que me dice. Acompáñeme.
Lola llevó a la mujer al cuarto al fondo de la Óptica, donde hacía los exámenes con una máquina extraña, la cual colgaba de un soporte, directamente sobre una silla de dentista. La mujer dejó su bolso en una silla desocupada, y sin quitarse el abrigo, se recostó en la silla. Lola manipuló el aparato, lleno de lentes de diferentes graduaciones, y lo colocó sobre el rostro de la mujer, para empezar a medir las graduaciones que necesitaba para ver las letras que estaban sobre la pared, en el clásico poster con letras mayúsculas que iban descendiendo en tamaño.
-E… C… F… M… M…-, decía la mujer, mientras Lola señalaba con una regla las letras en la pared. Después de eso, la optometrista quitó el aparato del rostro de la mujer, quién miraba aún hacía la pared, relajada, sin decir nada.
-Lo que puedo ver es que ve con naturalidad las letras, pero tarda un poco en distinguirlas, y en decírmelas también. Pienso que puede ser vista cansada solamente, y no tendríamos que hacer unos lentes tan complicados para su condi…
Lola se quedó pasmada, al ver el rostro de aquella mujer, que indudablemente estaba sufriendo. Sus ojos ahora estaban rojos, con el brillo sutil de las lágrimas a punto de caer sobre su regazo y sus mejillas.
-¿Sucede algo, señorita?
La mujer soltó a llorar. De sus ojos cayeron las lágrimas más amargas que Lola jamás había visto, ni en sus amigos ni en su familia.
-Ay Dios, permítame por favor, tranquila…
Lola sacó del bolsillo de la bata un pañuelo y se lo ofreció a la mujer. Esta lo tomó con ambas manos, para secarse las lágrimas de los ojos y limpiarse el maquillaje, que se había corrido con la humedad.
-¿Puedo ayudarle señorita?
La mujer seguía sollozando, y negó con la cabeza, sin quitarse de los ojos el pañuelo.
-No puede, nadie puede. Treinta años he estado aquí… No puedo salir, ¿sabe?
Lola no entendía nada.
-Podría ayudarla si tiene problemas en su casa, o si alguien la está acosando…
La mujer se quitó el pañuelo de la cara. No había maquillaje corrido en el papel, y tampoco lágrimas. Era sangre. Sus ojos manaban sangre…
-¡Nadie puede, nadie! ¡Él me mató…!
Las luces del lugar empezaron a parpadear, y Lola perdió el equilibrio, palideciendo y aguantando el grito en su garganta. Su pie tropezó con el otro y su espalda golpeó la pared donde estaba el poster de las letras. Cuando las luces dejaron de parpadear, la mujer ya no estaba. Su bolso había desaparecido, y el aroma de su perfume tampoco podía sentirse.
De pronto, Lola sintió el aliento de alguien a su lado, como si le respirara directamente en el oído derecho. Cerró los ojos: alguien había visto a aquella cosa a través de la puerta, y estaba ahí para ayudarla.
Pero al voltear, no había más que un rostro aterrador en la pared, saliendo desde dentro, como si hubiese estado ahí todo el tiempo. Sus ojos eran negros, completamente oscuros, como si estuvieran llenos de petróleo. Distinguió aquel rostro orgulloso y hermoso que había atendido hacía apenas minutos.
-Él me mató…-, decía el rostro, como si quisiera salir de la pared, haciendo un esfuerzo incontenible. Lola estaba demasiado aterrada para moverse. Habló despacio.
-¿Quién te mató?
El rostro empezó a arrastrarse sobre la pared, guiando a la mujer hacía la salida del cuarto, hacía la tienda. Lola trataba de seguirlo, a distancia y discretamente. El rostro podía seguirse viendo incluso con la intensa luz de la tienda, a través de las vitrinas que sostenían los armazones que ella vendía. Entonces, desde el suelo, e incluso en el techo, se dejaron ver más rostros. Mujeres y hombres, algunos niños. Todos sufriendo, todos tratando de salir de ahí.
-¿Quiénes son ellos?-, decía Lola, con la voz temblorosa, y los ojos a punto de salir de sus cuencas. El rostro de la mujer le miró, y luego apuntó con sus siniestros y muertos ojos negros hacía el otro extremo de la tienda.
-Nos saca la sangre, nos deja vacíos, nos hace daño, y desaparece nuestros cuerpos marchitos. Es él, el que está en la farmacia… ¡Es él!
Lola no podía creer las palabras de aquel espectro. El chico de la farmacia siempre había sido agradable, desde que ella había entrado ahí a trabajar y…
-Jamás envejece-, dijo la optometrista, volteando de nuevo a la pared, a la espera de una revelación.
Pero los rostros desaparecieron. Todos se habían ido. De pronto, sintió un tirón de su brazo, que la hizo darse la vuelta. Ahí estaba de nuevo la mujer, con el abrigo blanco lleno de sangre, la piel seca y arrugada, y los ojos vacíos. Soltando un grito aterrador con su boca chueca y sin dientes, aquel fantasma del pasado se desvaneció en polvo, estallando en un llanto tan fuerte que nadie escuchó, más que Lola, quién se desplomó de la impresión al suelo, desmayada. Alguien la encontró después, ayudándola a levantarse, mientras ella gritaba incoherencias, sobre muertos y un monstruo, desesperada, arañándose el rostro, y llorando desconsoladamente.

Del otro lado de la tienda, en las oficinas, la secretaria de la tienda, el apoyo del gerente para varias tareas, tenía a un visitante. El chico le había mostrado sus papeles: un increíble currículum, buenos estudios, y excelentes referencias laborales.
-Bueno, me impresionaron tus referencias. Tenemos un puesto en el departamento de Farmacia. Podría interesarte, aunque tu experiencia en el ámbito no sea muy grande. ¿Tú qué dices, eh, Christopher?-, dijo la secretaria, revisando de nuevo los papeles del muchacho.
El chico, delgado, alto y de cabello rizado le miró desde la silla, esbozando una enorme sonrisa.
-Claro. Sería interesante…

0 comentarios:

Publicar un comentario

 
Licencia Creative Commons
Homicidio Mexicano por Luis Zaldivar se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 3.0 Unported.
Basada en una obra en http://letritayletrota1989.blogspot.mx/2012/09/homicidio-mexicano-luis-zaldivar-para.html.
Permisos que vayan más allá de lo cubierto por esta licencia pueden encontrarse en http://letritayletrota1989.blogspot.mx/2012/09/homicidio-mexicano-luis-zaldivar-para.html.