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martes, 2 de agosto de 2016

Nuestros Nuevos Miedos: La Tienda. Cuento 15.

Cuento 15: King and Lionheart (Of Monsters and Men, 2011). 



Un día antes de la masacre…

-¿Podrías ayudarme por favor?
Raymundo Pérez se acercaba a la farmacia, con su andar desgarbado y su cara de amabilidad. Sin embargo, cuando el chico de la farmacia lo vio caminar hacia él, se dio cuenta de que no iba solo. Otro pupilo más había llegado a la tienda, y oficialmente, le tocaba estar en sus manos.
-¿En qué puedo ayudarle, señor?-, dijo el chico de la farmacia, poniendo las manos detrás de la espalda, balanceándose como un niño travieso que ha hecho cosas malas… durante 40 años.
Junto a Raymundo, quién no era de gran altura, iba un muchacho, alto y de cuerpo delgado, de cabello algo rizado, con cejas grandes y ojos color avellana, vestido ya de elegante ropa de vestir y una bata nueva e impecable. Le sonrió al chico de la farmacia con una cálida sonrisa, y el otro no supo cómo responder.
-Te presento a Christopher, su nuevo compañero en la farmacia. Espero puedan ayudarle en lo que puedan, como lo estás haciendo con María.
Christopher estiró su larga mano hasta alcanzar los dedos del chico de la farmacia, que se deslizaron para darle un afectuoso saludo, un tanto enérgico por los nervios del nuevo muchacho.
-Mucho gusto. Gracias por recibirme…
En los ojos de Christopher, con aquella enorme sonrisa, podía verse algo que nadie más podía ver, pero que el chico de la farmacia intuía terriblemente: el chico sabía algo.

Después de las presentaciones, Raymundo siguió su camino de regreso a la oficina principal, sin imaginarse que, dentro, ya lo estaba esperando alguien a quien no había visto entrar durante la mañana.
-Buenos días Raymundo. ¿Cómo va la tienda el día de hoy?
La enorme figura de una mujer rechoncha y alta se dibujó en los ojos de Raymundo con cierto miedo, pero haciendo frente a lo que iba a pasar. La señorita J.H. (se merece llamarla así, por lo que pasó después, para no ser recordada en el futuro) era su jefa inmediata, la supervisora de varias tiendas de la zona, y una de las mujeres más estrictas y eficaces en cuanto a su trabajo. Podía ser amable y siempre escuchar atenta las quejas y sugerencias de los vendedores y jefes de departamento, pero también podía ser despiadada, en especial con seguir las reglas, y más aún cuando las ventas no eran lo mejor. Ser “mala” en ese sentido la hacía más eficaz. Y nadie podía quejarse demasiado, sin que ella aplastara algunas cabezas a su paso.
-S-señorita, qué sorpresa, yo…
-Nada de sorpresas, Raymundo. Sabía que iba a venir, aunque no le dije a qué hora. Como bien sabe, y si no se lo imaginará, recibí informes de lo acontecido con la señorita Dolores, la encargada de Óptica, que me dejaron petrificada. ¿Qué rayos la dejó tan mal?
Raymundo tragó saliva antes de contestar.
-Bueno, ella aseguraba ver cosas. Usted sabe…
La señorita J.H. sonrió, un tanto divertida, un tanto más desgraciada.
-No te pases de listo conmigo, gerente. Dolores aseguró haber visto fantasmas, como tal, de mujeres y hombres, de niños saliendo de las paredes, llorando y suplicando. Que alguien los había matado. Mencionaba haber sido “él” y repetía muchas veces la palabra “farmacia”. Afortunadamente, Dolores recibe tratamiento, y está mejor ahora. Pero dime, ¿cuántos muchachos tienes en la farmacia?
-Dos, señorita, pero…
-Sí: uno ya estaba aquí desde antes, no me acuerdo desde cuándo, y francamente no me interesa. Tal vez Dolores vio al chico de la farmacia hacer algo, y ella se traumatizó tanto que aseguraba ver fantasmas. Tal vez fue amenazada para que no dijera la verdad. ¿Tú qué crees que haya sido? No creo que se aparezcan fantasmas por aquí.
Raymundo soltó una risita.
-No, eso no, aunque con lo que se dice de la tienda en estos días, francamente…
-Nada, Raymundo. Por lo que sé, dos vendedores se ausentaron hoy, la chica de Tabacos y el chico de Sonido. La ayudante de Caja General tampoco ha aparecido en todo el día, y tu vendedor de Relojería no ha aparecido en más de una semana, además del monitorista que reportó a un intruso y ahora no está tampoco. No quiero creer nada de nadie. No me gusta suponer ni tampoco inventar chismes de personas a quienes ni siquiera conozco. Pero si lo que Dolores dice es verdad, y ese muchacho hizo algo malo…
Raymundo entendió las indirectas de su jefa. Se acomodó incómodo la corbata en el cuello.
-¿Llamará a las autoridades?
La señorita J.H. se levantó de la silla donde estaba sentada, elegantemente a pesar de su enorme tamaño, y acomodándose el cabello, sonrió:
-No. Lo voy a arreglar por mí misma.

Selene era la vendedora de la Dulcería. Era amable y sonriente, siempre dispuesta a ayudar y también un tanto dulce, irónicamente. Sin embargo, su secreto sólo lo reservaba para tres personas: ella misma, y sus amigas, Juno, la otra chica que ayudaba en su departamento, y Alicia, la chica del departamento de Bolsas. Las tres se llevaban muy bien, en especial porque ambos departamentos estaban lo bastante cerca como para platicar cuando los clientes escaseaban. Sin embargo, aquel día, con la Distrital rondando por la tienda, no había otra cosa mejor que limpiar. Dejar más o menos impecable el lugar, y que nada estuviese fuera de su lugar. Sin embargo, cuando la señorita J.H. pasó por ahí, acompañada de Raymundo, no dijo gran cosa. Saludó a las tres vendedoras, revisó los estantes y las vitrinas, los dulces y las bolsas, juguetes y joyería, y se retiró a otro departamento. Las tres amigas suspiraron, reuniéndose poco después para platicar.
-Vi a la señora muy nerviosa, como seria. ¿Lo notaron?-, dijo Alicia, con un tono de secretismo bastante bien abordado, con aquella vocecilla que solo utilizaba para momentos tensos que merecían más diversión.
-No lo sé. Si te refieres a gritarnos y volverse cruel con nosotros, tal vez hoy se levantó de malas y decidió no hacerlo-, dijo Selene, riéndose y haciendo que sus amigas se tranquilizaran un poco. Juno se sentó en un banquito, detrás del mostrador de la Dulcería, para descansar. Sus ya avanzados siete meses de embarazo no la dejaban estar mucho tiempo de pie, y menos riéndose como una tonta.
-Creo que esa horrible mujer no debería tratarnos así. Vamos Selene: tú podrías darle un sustito a esa cabrona…
Selene la chistó para que se callara, mirando a su alrededor por si alguien la estaba escuchando. No había nadie.
-No digas eso. Lo que me pasa no es justificación para hacerlo con alguien que no tiene la culpa de nada. Ella sólo hace su trabajo, aunque sea una maldita a veces, pero así debe hacerlo.
Alicia sonrió.
-No te hagas, Selene. ¿Quién no quisiera darle una lección a la Cosa del Otro Mundo? Hasta Raymundo a veces se siente intimidado por ella, y tal vez ya está imaginando como aventarla de las escaleras o qué se yo. Tú la tienes más fácil…
-Sí amiga. Si tan sólo no fuese tan secreto lo que, bueno, ya sabes, sería genial que la vieja odiosa no fuese tan horrible con todos, ¿no?
Detrás de Selene, una voz socarrona se dejó escuchar.
-¿De qué secreto hablan?
La muchacha soltó un grito y volteó para ver quien las estaba escuchando. Era un muchacho, de cabello negro, vestido de traje del mismo color, una corbata amarilla, y una mirada lasciva y pícara. Jaime era, para muchos, un muchacho cualquiera, pero para algunos de los vendedores, era “El Guapo”, como le habían apodado sus compañeros del restaurante. Él se dedicaba a lo más fácil y absurdo del lugar: recibir a los clientes con las cartas en el brazo, para que pidieran su orden con la mesera. Luego, se retiraba a esperar, detrás de la caja, para cobrar. Nada de esfuerzo. Eso lo hacía un completo gañán.
-No te importa, ¿o sí? Es una plática privada-, dijo Selene, cruzando los brazos, ceñuda y enojada.
Jaime no dijo nada por un rato, sonriendo, levantando la ceja.
-Vamos nena, dímelo.
-No es algo que te importe, tarado. ¿Por qué no te vas con tus amigos de la cocina? Deben tener más importantes cosas que contarte.
Selene se dio la vuelta para hablar con sus amigas de nuevo, cuando sintió que Jaime le jalaba el brazo. El muchacho la atrajo hacía él, y ella no podía soltarse, porque las dos manos de él la aprisionaban, como trampas.
-Suéltame patán, o te vas a…
-¿A qué, preciosa? No puedes hacerme nada. Y bien sabes que tengo más influencia que tú aquí…
Selene sólo veía los ojos del muchacho clavarse en los suyos, antes de que Jaime la besara a la fuerza.
-¡Oye no, suéltala!-, gritó Juno, levantándose del banquito y pegándole al muchacho en la espalda. Este reaccionó, y sin importarle, le pegó a la chica, haciéndole caer al suelo, con la cara roja de coraje.
Alicia corrió hasta donde estaba su amiga para ayudarla a levantarse, Jaime las vio, mientras entre las manos aún aferraba de los brazos a Selene, quién sólo podía ver sin hacer nada.
-¡Eres un maldito!-, le escupió la muchacha, haciendo que Jaime se diera la vuelta para volver a encararla.
-No. Tú eres una maldita. Mira que tenerme con las ganas tanto tiempo, estando tan sabrosa… Vamos, no digas que no te gusto. ¿Quién crees que te va a defender?-, dijo Jaime, viendo que Selene intentaba soltarse, y también que estaba buscando con la mirada a alguien.
Un ligero “pop” se escuchó cerca de ahí, y justo al lado de un aparador, aparecieron dos personas. Un hombre canoso y otro más joven, con el uniforme de vendedor de la tienda.
Miguel miró a Selene, quién trataba de soltarse de las manos de Jaime, quién a pesar de ver como los dos hombres se aparecían, no dejó de retener a su presa.
-Suéltala-, dijo Miguel, mientras David miraba lo que estaba pasando sin decir nada.
-¿Y tú quien eres?-, dijo Jaime, burlón.
Selene vio a Miguel, sonriendo. Ambos habían sido buenos amigos durante las horas de trabajo que compartían, y ambos estaban más que acostumbrados uno del otro. Iban a pasear a veces, y otras a comer. Jamás ninguno había dicho algo bonito del otro, porque ambos tenían pena de demostrar lo que sentían.
-Es mi novia, idiota…
La chica sonrió, sin poder soltarse de las manos de Jaime, que la apretaban más y más, dejándole la piel del brazo muy lastimada.
-Y si no la sueltas…
-¡Vaya, que amenazador! ¿Tú crees que la voy a soltar? ¿Dónde has estado todo este tiempo de todas maneras? Ahora es mía, toda mía…
Selene tomó de los brazos a su acosador, y ella era la que apretaba ahora con fuerza. Los dedos de la chica empezaron a sentirse calientes, conforme más y más apretaban.
-No soy tuya. ¿Quién dijo eso?
La piel de Jaime empezó a calentarse tanto, que sentía como si se inflara. Miró sus brazos, y estaban llenos de pústulas y pedazos de carne chamuscada. Trató de soltarse, pero era doloroso jalarse.
-Te dije que la soltaras-, dijo Miguel, burlón y bastante precavido, haciéndose para atrás.
El grito que soltó Jaime fue suficiente para que los clientes y hasta la señorita J.H. corrieran hasta la dulcería a ver lo que estaba pasando. Raymundo iba detrás de su jefa, mientras los gritos de dolor del muchacho se intensificaban.
El calor que despedía el cuerpo de Selene se intensificó, no sólo en el cuerpo de Jaime, el cual ya sentía que la carne se le caía de los huesos de la mano, sino en todo el lugar. Alicia jaló a Juno para esconderse detrás de una de las vitrinas de chocolates, y David sólo se hizo para atrás, mientras veía cómo Miguel se acercaba un poco más para tranquilizar a la muchacha, fuese lo que fuese que estaba haciendo.
-¡Ya suéltalo, Selene! ¡No vale la pena!-, decía el muchacho, sintiendo que su piel ardía, mientras los juguetes de los anaqueles de alrededor empezaban a arder. Muñecas con el cabello encendido, dinosaurios con los rostros desfigurados. Una de las vitrinas con bolsas estalló por el fuego, y los productos empezaron a arder entre pedazos de vidrios derretido.
Selene ni siquiera escuchaba. Lo estaba disfrutando. Jaime ya no tenía brazos, y ella jaló de las muñecas ennegrecidas para arrancarle los huesos quemados. El muchacho se quedó pasmado del shock, del dolor, y empezó a arder, primero su ropa, y de nuevo su carne, poniéndose roja y en un tono morado, escurriendo jugo. Sus ojos estallaron y su cabello desapareció en una voluta de humo apestoso. Pronto, el cuerpo ya no era más que cenizas y huesos que se desmoronaban entre pedazos de carne que se quemaba lentamente…
-¡Ya nadie puede ayudarme, ni siquiera tú!-, gritó la muchacha, soltando lágrimas que se secaban al escurrir por las mejillas.
-Yo puedo ayudarte. Sólo para ya-, dijo David, con voz potente, mientras el fuego chisporroteaba y acababa con todo lo que tocaba.
La muchacha se relajó, y el calor que emanaba su cuerpo se detuvo. El fuego, sin embargo, no se detenía. David corrió hasta una de las paredes de la tienda para quitar el extintor de su soporte, apagando el fuego con descargas grandes y directas. Miguel corrió hasta su querida Selene y la abrazó: ella seguía ardiendo, como si tuviese fiebre, pero ahora podía llorar sin que nadie la detuviera, mientras él, todo sucio, le acariciaba el cabello, sin decirle nada.
La señorita J.H. había visto todo, con ojos desorbitados, mientras los clientes se iban retirando, algunos gritando, y otros en silencio, sin decir nada.
-He escuchado de fantasmas, de desaparecidos, de visiones, y de fuego… ¿Podría decirme alguien que está pasando aquí?
La señorita J.H. pedía respuestas, pero nadie hablaba. Alicia y Juno salieron de su escondite, con la cara llena de cenizas, y respirando entrecortadamente. Miguel y Selene sólo pudieron mirarla sin hablar. David se acercó, aún con el extintor entre las manos, y dijo:
-Hay mucho de qué hablar. Y necesitamos ayuda. Todo esto es culpa de una sola persona.
Mientras el hombre hablaba, Christopher miraba desde lejos, escuchando atento, con la boca abierta, y los ojos llenos de lágrimas.

Al caer la noche, la tienda ya estaba solitaria de nuevo. Solamente María y el chico de la farmacia permanecían en la oscuridad, mirando al vacío.
-Hoy vino, ¿verdad? ¿Por qué no me lo dijiste?-, preguntó ella.
El chico de la farmacia se removió en su asiento, una de las vitrinas de la tienda.
-No era necesario. Llegó de su viaje, y no necesitaba verte aún. Lo entenderás cuando todo esto termine. Por ahora, necesito que estés tranquila, porque tú tienes algo que necesito, para que todo esto termine.
María volteó a ver al muchacho, y este también la miró, serio, como nunca.
-¿De qué estás hablando? No puede tener una mujer muerta algo para ti.
-Claro que sí. Pero ahora no es el momento. Sólo quiero que…
De repente, el chico de la farmacia escuchó pasos, pasos de alguien en la oscuridad. Se levantó de la vitrina y le hizo señas a María para que se escondiera. La muchacha obedeció.
Doblando la esquina en uno de los anaqueles, Chris salió de su escondite. Miró al muchacho y se le encaró, tan alto que era, esperando así intimidar al chico de la farmacia.
-¡Ya lo sé todo! Sospechaba cosas, cuentos de la gente que había escuchado, rumores. Todo es verdad. Eres un monstruo…
El chico de la farmacia agarró a Chris del brazo, justo antes de que el muchacho le soltara un golpe.
-No sabes lo mucho que he tenido que escuchar eso. Que te consideren un monstruo. No lo soy, y si lo fuera, ya estuvieras muerto. Si quiero enfrentar al mal, debo ser tan malo como él. Déjame mostrarte, y convencerte de que lo que digo es verdad.
-Pero escuché a ese hombre decirle a la Distrital todo lo que habías hecho…
-La gran mayoría de las cosas que he hecho son para ayudar. David sólo se ha beneficiado del miedo de la gente. Acompáñame…
El chico soltó a Chris del brazo, y caminó lentamente hacia la salida de la tienda. Con fuera, arrancó de su soporte la reja, y juntos entraron al pasillo, justo al lado de una puerta sencilla.
-¿Qué es esto?-, preguntó Chris, intimidado, muerto de miedo.
-Es la bodega de cartón. Aquí paso la noche. Entra-, dijo el chico de la farmacia, abriendo la puerta de un empujón y encendiendo las luces. Era una larga escalera, directamente hacía un segundo piso, donde había montones de cajas y exhibidores viejos.
Christopher dudaba de si subir o no, pero al final, y viendo que el chico no hacía nada para detenerlo, subió escalón por escalón.
Ambos llegaron hasta la bodega, donde más cajas y fierros se amontonaban en el fondo. El olor a humedad y a polvo inundaba el lugar.
-Lo que intento mostrarte está ahí, detrás de esas cajas-, señaló el chico de la farmacia, apuntando directamente a varias cajas largas de pantallas. Chris se acercó y empezó a quitarlas, sin importarle que su bata se ensuciara de polvo.
Cuando terminó, quedó impresionado. Como empotrado en la pared, brillando ligeramente, había un enorme tanque vertical, un tubo de vidrio donde algo flotaba. Era un cuerpo, un enorme hombre que flotaba en líquido amarillento, y cuya piel blanca se desgarraba en algunas partes por el paso del tiempo. Lo más impresionante era que aquel cuerpo llevaba cola, una cola anillada de pelo muy espeso, y orejas.
-¿Qué es…?
-Mi hermano, Chris. Vinimos a este mundo a buscar una fuerza maligna, y cuando estuvimos a punto de ganarle, esa cosa lo mató. Nunca antes había sentido nada: ni amor, ni sufrimiento, mucho menos dolor. Ese día, al ver el cuerpo de mi hermano Mapache ahí tirado, sin vida, pude sentir todo eso. Entendí que todo había sido mi culpa y que debía matar a lo que había acabado con mi vida. Prometí encontrar otro hermano, uno digno de destruir al dragón. El rey y el caballero juntos para hacerle frente a la amenaza. Fallé con David, y no voy a fallar contigo…
Chris estaba llorando. Volteó a ver al chico de la farmacia, sin dar crédito a lo que escuchaba. El otro muchacho se le acercó y le puso la mano en los ojos. Al instante, le mostró todo lo que había pasado en los últimos cuarenta años, y lo que estaba a punto de pasar si no detenían al monstruo.
Christopher casi se cae, llorando y con dolor en el corazón. Incluso el chico de la farmacia se compadeció de él, y le ayudó a levantarse, soltando una lágrima solitaria, y reprimiendo los sentimientos de su cuerpo humano.
-¿Y por qué yo y no otro?
-Cuando llegaste aquí, y cuando te vi, comprendí que tu corazón era más noble que el de otros. Pude haber escogido a cualquiera de los vendedores de esta tienda, y ninguno de ellos hubiese enfrentado la situación. Todos tienen miedo, y eso está bien. Pero tú no tienes miedo. Sólo lloras porque has visto una vida llena de muerte y destrucción, algo que empezó mal y terminará mal. Ayúdame a acabar con esto. Ayúdame a proteger a la gente que aún vive, y a la que quiere vivir. Tu espíritu es joven y tu corazón es puro y sincero. Ayúdame, hermanito…
Chris agachó la mirada, mientras sollozaba, y sin pensarlo, abrazó al chico de la farmacia tan fuerte, que parecía querer desaparecer en su pecho.
-Yo… yo te quiero… Y te ayudaré…
El chico de la farmacia correspondió el abrazo, y suspiró, sonriendo.
-Cuando tenía miedo en mi nuevo cuerpo, cuando llegamos aquí buscando al monstruo, mi hermano Mapache me cantaba una canción, una dulce canción para no temer nunca más. Escúchala...
Los dos se separaron, y sentándose en el suelo polvoriento, se miraron uno al otro. Y el chico de la farmacia empezó a cantar, con Chris poniendo atención…

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