-¿Quieres
ver algo interesante?
Iván
salió de su ensimismamiento, y Sergio, su mejor amigo, le picaba las costillas.
Miró una vez más la orilla del pequeño lago donde se encontraban, y luego a su
amigo, extrañado.
-¿Qué?
Sergio
se carcajeó. Miró a su amigo: era un enorme chico, de pecho amplio y músculos
bien marcados, pero con el rostro de un niño, ojos verdes y cabello alborotado.
-Ya
sé que no estás poniendo atención. Te decía que si querías ver algo… Bueno,
digamos que te gustaría verlo.
Iván
puso más atención.
-¿Qué
es?
-Son
unos vídeos. Me los hizo llegar un conocido. Una caja enorme con un montón de
vídeos VHS viejos. Películas piratas, vídeos familiares, cosas de ese tipo que
estuvo juntando durante un tiempo pero que no ha podido ver. Si te gusta todo
ese tipo de cosas, podrías usar el material que encuentres interesante para los
cortometrajes.
Iván
era director aficionado, grabando algunos cortometrajes en ocasiones y
escribiendo nuevas historias y guiones que esperaba algún día realizar de
manera más profesional. Se quedó un momento pensativo.
-Podría
usarlos. Tengo ganas de grabar algo más experimental, que tenga varias escenas.
Si quieres paso por ellas al rato y me pongo a revisarlas…
Se
levantaron del césped, mirando al lago, y caminando por la orilla, siguieron
platicando de otras cosas. Iván quedó con Sergio para ir a su casa por los
vídeos a las 7, y cómo vivían cerca, no habría problema de regresar con la caja
cargando hasta la casa.
A
la hora acordada, ya de noche y con algo de frío, Iván se despidió de su amigo,
mientras iba regreso a casa con la enorme caja de cartón. Dentro traqueteaban
los vídeos, un sonido plástico que parecía el de piedras rodando dentro.
Cuando
llegó a su casa, y después de meter la caja a su recámara con algo de dificultad, Iván revisó su contenido.
Dentro
había una maraña de vídeos VHS, algunos de colores, pero la mayoría de color negro.
Algunos llevaban una etiqueta blanca con el título que indicaba su contenido.
-A
ver…
Metió
la mano entre los vídeos, e iba sacando cada una de las cintas para revisar el
título.
-“Graduación
de Isaac”, “Pesadilla en Navidad”, “Vacaciones”. Qué raros están…
Iván
sacaba uno a uno los vídeos de la caja, y aunque tenía preparada ya la
videocasetera y la televisión, no se animaba a poner ninguno. Todos parecían
cosas cotidianas o aburridas, películas que no podría usar. Hasta que sus dedos
tomaron un vídeo del fondo, uno de color rojo.
En
la superficie no tenía nada, y parecía un poco deteriorado, con los restos de
la etiqueta vieja arrancada, como si alguien hubiese usado una cinta original
para grabar algo encima. Estaba maltratada, pero sólo en la superficie, como si
alguien le hubiese pasado una lima.
Iván
la miró más detenidamente. Levantó la pequeña tapa que recubre la cinta, y no
vio nada extraño. Todo estaba en orden, a excepción, claro, del polvo que se
había acumulado dentro, pero nada más.
-Ok,
serás la primera…
Metió
el video en la videocasetera y apretó el botón de PLAY. La pantalla parpadeó un
poco, y al instante apareció una pantalla negra, un par de rayas blancas de
interferencia y el sonido hueco que precede a las imágenes de los antiguos videos
VHS.
La
primera imagen del vídeo apareció. Una calle larga, solitaria, por la tarde,
tal vez en otoño, ya que había un montón de hojas secas en el suelo y el cielo
lucía un color gris acerado. Quien llevaba la cámara caminaba despacio, y sus
zapatos aplastaban las hojas, que se rompían con crujidos sonoros bajo sus
pies. El viento movía las ramas de los árboles, y unos pájaros salieron
volando. De repente, de la siguiente esquina, salió una chica. Parecía
desorientada, e Iván pensó que tal vez todo eso estaba actuado, ya que el que
grababa se acercó a ella, y la chica no pareció sorprenderse.
-Hola.
¿Te perdiste?-, dijo el de la cámara. Iván ya presentía que era un hombre, y
sólo lo confirmó con aquella voz, una voz de hombre maduro.
La
chica miró directamente a la cámara primero, volteando un tanto asustada, y
luego al rostro del muchacho. Todo estaba muy actuado, pero ella seguía
“desconcertada” por aquel desconocido con una cámara en la calle.
-No,
no pasa nada, solo que buscaba la entrada al parque. Tengo que ver a alguien
del otro lado del lago-, dijo la muchacha. Iván identificó aquel lugar: era una
de las calles que rodeaban el parque del lago, el lugar donde él y Sergio
siempre frecuentaban para platicar. Efectivamente, la entrada al lago era del
otro lado, al menos a unos 500 metros de ahí.
-Oh,
ya veo. Si quieres puedo acompañarte y de…
La
película se cortaba, y se podía ver la escena de otra película debajo: una
película animada, de animales del bosque, que aunque Iván podía ver bien, era difícil
identificar. Luego, la película volvió, y esta vez, ambos ya iban caminando por
la calle, dando la vuelta a la valla que separaba el parque de la calle.
-¿Y
te gusta grabar todo lo que haces o cómo?-, decía la chica, tratando de hablar
y respirar al mismo tiempo. Sonaba como cansada.
-A
veces… Es algo que tengo que hacer, un favor para alguien. Tal vez te gustaría
salir en alguno de mis cortos alguna vez. La persona para quien los hago me ha
pedido que haga algo nuevo y pues... ¿Te gustaría salir?
-Por
supuesto, se escucha interesante. Sólo que ahora no puedo, debo llegar a
tiempo…
Los
jadeos del muchacho se escuchaban en la cámara, mientras esta apuntaba
directamente al frente, a la calle aún vacía y cada vez más fría.
-Sí,
no te preocupes, yo… Yo podría llamarte para después. Si quieres déjame tu
número y…
Otra
vez se cortó la película, y esta vez, en vez de animales de caricatura,
apareció una pantalla negra, con un letrero muy básico, hecho con letras verdes
parecidas a las de un cronómetro: MIÉRCOLES DE CENIZA (SAN VALENTÍN).
Iván
recordaban aquello: hace un año, el día de San Valentín y Miércoles de Ceniza
coincidieron en la misma fecha, y fue algo que desató varios chistes y memes en
las redes sociales. Después de que el letrero flotara en la pantalla durante un
minuto, la imagen regresó.
Esta
vez, Iván tuvo que enfocar bien su mirada, ya que el cuarto era oscuro, y la
pantalla no se veía tan bien como la vez anterior. Tal vez el aficionado no se
había dado cuenta que su cámara vieja no podría grabar nada nítidamente en
aquella profunda oscuridad. De repente, la oscuridad se transformó en luz:
primero el resquicio de una puerta entreabierta, y luego todo un cuarto
iluminado por una lámpara en el techo.
El
cuarto estaba completamente pintado de un color arena muy tenue, casi blanco, y
en medio del cuarto había una mesa, en la cual se había adaptado una especie de
colchoneta. Sobre la mesa ya esperaba una chica sentada mirando a la puerta.
Era la chica del anterior segmento, pero esta vez estaba desnuda, con el pecho
descubierto y el cabello cayendo detrás de su nuca. Miraba lascivamente al
hombre de la cámara, y cuando este se acercó, no dejó de grabar. Ella le
sonrió.
-Te
ves mejor sin ropa. Tienes un cuerpo perfecto. Ven y acaríciame, y suelta eso…
La
voz de la chica era suave, como un susurro. El hombre de la cámara
definitivamente debía ser alguien bastante apuesto, y a soltar eso se refería obviamente a la cámara.
La imagen se movió un poco, mientras el hombre se acercaba a la muchacha, y
esta, dejando ver su cuerpo completo, empezaba a acariciar el cuerpo de su
acompañante. Parecía que ambos se besaban, pero él no soltó la cámara en ningún
momento. Hubo mucho movimiento, donde la cámara no enfocaba en ningún lugar en
específico, e incluso, se escuchó un golpe.
De
nuevo, la imagen se estabilizó, e Iván tuvo que enfocar bien su mirada después
del jaleo. De nuevo la chica, desnuda, completamente acostada en aquel colchón
improvisado, y encima de ella el hombre, quien la grababa desde arriba. Fue cuando
algo pasó, y hasta Iván palideció, cuando la mano de aquel sujeto se cerró
alrededor del cuello de la muchacha, quién parecía bastante asustada. Todo pasó
tan rápido: aunque la chica manoteaba para soltarse, la mano del hombre fue aún
más letal, y le rompió el cuello con una fuerza que parecía sobrenatural. En
aquel brazo aparecía dibujado un enorme tatuaje de colores difuminados sobre la
piel blanca y llena de cicatrices de aquel hombre.
La
mano desapareció, y volvió a salir a cuadro, con un cuchillo. Empuñó el arma y
le abrió la garganta a la muchacha de extremo a extremo, y luego comenzó a
apuñalarla en el pecho, mientras la sangre salpicaba su cuerpo y el lente de la
cámara. Después, todo fue silencio, y el hombre empezó a jadear.
La
cámara iba dando la vuelta, mientras Iván observaba, asustado y absorto. Se
tocó el brazo derecho, dónde tenía su tatuaje de colores difuminados. La cámara
enfocó el rostro del hombre de la cámara, y fue cuando el chico soltó un grito
ahogado: era él, un Iván más avejentado, con una enorme cicatriz en su antaño
rostro de niño, que cruzaba de arriba abajo, mirándole con un ojo verde y otro
ciego de color blanco lechoso. Estaba salpicado de sangre y en su frente
aparecía dibujada una cruz negra, hecha de ceniza. El vídeo parecía
distorsionarse, mostrando rayas blancas a intervalos, y combinándose con la
vieja cinta de animación debajo.
-No
dejes que nadie la vea. No te conviertas en esto, no sigas grabando, no
sigas…-, decía el Iván de la grabación. Fue cuando la imagen se apagó, y la
videocasetera se abrió de repente, sacando el vídeo de su interior.
El
muchacho ni siquiera reaccionó: se quedó ahí, sentado, mirando a la pantalla,
angustiado y desesperado por saber más. Después se asomó dentro de la caja de
los vídeos restantes, esperando que algo, tal vez una mano poderosa le
arrancara la garganta desde dentro.
Pero no pasó nada:
sólo se escuchaba algo dentro, como una respiración, y el crujir de un vídeo
que esperaba a ser visto. Iván se abalanzó en la caja y rebuscó desesperado.
Ahí estaba: otro cartucho, uno negro e igual de maltratado que el anterior.
Este sí tenía etiqueta: CHAPULTEPEC. Lo puso en el aparato y apretó el botón de
PLAY, esperando a una nueva sorpresa en la pantalla.
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