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sábado, 28 de febrero de 2015

Sadomasoquismo: Cuento 4, Capítulo Final (+18)



4.7

-Ríndete Elizabeth, no podrás con todos. Estás esperando el momento, pero es inútil. Te concentras más en tus pensamientos que en tu cuerpo-, dijo Vlad, soltando la horrible cabeza cercenada, la cual dio varias vueltas antes de detenerse en la pared.
Elizabeth se vio rodeada de criaturas sedientas, manchadas de sangre y desnudas, esperando saltar sobre ella para despedazarla. Tenía que ser rápida, y más fuerte.
Ya lo eres…
Uno de los vampiros se lanzó hacía ella, pero Elizabeth fue rápida: se agachó antes de que los brazos de la criatura le tomaran por sorpresa, y con su mano derecha golpeó el costado del vampiro, el cual soltó un chillido. Fue a parar hasta la pared, dónde chocó con la cabeza, partiéndose el cuello con un potente chasquido de huesos.
-¡Puta!-, gritó una de las vampiresas, corriendo a la misma velocidad que su compañero caído. Sus pechos rebotaban con cada paso que daba, pero Elizabeth no lo notó siquiera. Trató de correr, pero dos de los esbirros de Vlad la tomaron de las piernas, haciéndole caer de bruces. La vampiresa furiosa arremetió contra Elizabeth, pero esta fue más astuta. Con una sola mano, cortó el aire y alcanzó a darle a la vampiresa en el vientre.
El cuerpo de la mujer demonio se partió a la mitad, casi exactamente por encima del ombligo, y cayó entre los demás vampiros que esperaban su turno para deshacerse de Elizabeth. La mujer logró quitarse a uno de los vampiros con una patada, y el otro parecía un molesto chicle en el zapato, que se aferraba con uñas y dientes. Con la pierna liberada, Elizabeth aplastó la cabeza de la criatura, la cual explotó y derramó su contenido podrido por todas partes.
El vampiro que se había quitado de la pierna arremetió contra ella, haciéndola caer de bruces y colgándose de su espalda como un animal salvaje. Elizabeth se dio la vuelta lo más rápido que pudo, y apretó fuerte el cuello de su atacante. Este no podía liberarse, y parecía una especie de gato queriendo escapar de la mano humana que lo maltrataba. Elizabeth se burló de él con una sonrisa de satisfacción, y le lanzó hasta una de las ventanas, la cual se quebró. La criatura cayó hasta uno de los callejones, aunque nadie pudo ver si había muerto o no.
-¿Qué esperan, miserables ratas? ¡Acaben con ella!-, gritó Vlad, apartándose de la escena de la pelea, para ver desde lejos lo que sus criaturas podían hacer.
Los vampiros no esperaron más, y se lanzaron como una jauría de perros contra una liebre casi indefensa. Elizabeth corrió hasta el centro de la oficina, donde se levantaban las estacas con cuerpos atravesados. Tomó una desde la base y la arrancó del piso de la oficina. Quitó de una patada el cuerpo, sacándolo como si fuera un pedazo de carne de una brocheta, y tomó la enorme estaca como arma. Las criaturas ni siquiera bajaron la guardia, y se lanzaron con todo lo que tenían.
Dos de ellos fueron lanzados contra las paredes y uno más también cayó a través de una ventana. Una vampiresa furiosa, con el cabello rubio lleno de sangre pegajosa se quedó clavada en la estaca, atravesada exactamente entre los dos pechos. Otro de los vampiros soltó un chillido, pero fue embestido por la estaca y el cadáver que colgaba precariamente de ella. Ambos chocaron contra una mesa abandonada en el extremo del recinto.
Solo quedaban tres vampiros y una vampiresa. Los cuatro le rodeaban desde distintas direcciones, pero si no los podía ver, Elizabeth alcanzaba a escucharlos, a través de su respiración o sus pasos sobre el suelo lleno de sangre.
El primer vampiro se lanzó contra ella, pero Elizabeth blandió la estaca como si fuera una espada, y la clavó directo en la pelvis del monstruo, el cual seguía retorciéndose. Otro vampiro hizo lo mismo, sólo que este quedó clavado en el hombro derecho. La vampiresa sufrió el mismo destino, sólo que esta fue atravesada bajo el vientre, quedando parte de su aparato reproductor fuera del cuerpo.
-No lograrás escapar de mí, zorra idiota-, dijo el último vampiro de pie, quién se lanzó para atacar a Elizabeth frente a frente. La mujer se dio cuenta que su estaca no podría con otro cuerpo, así que la arrojó al suelo y esperó la embestida de su atacante. Sintió el golpe en sus hombros y sus pies se arrastraron unos cuantos metros por el impulso del impacto. La criatura acercó su hocico de dientes afilados hasta su cabeza, pero Elizabeth buscó el punto más vulnerable. Tomó con ambas manos el cuello del vampiro y lo apretó sin compasión, mientras la criatura se retorcía. De un solo mordisco, la mujer le arrancó un gran pedazo del cuello, dejando que su cabeza cayera por sí sola hasta sus pies. Arrojó el cuerpo hasta uno de los extremos de la oficina, y luego caminó hasta donde estaba la estaca con los tres vampiros clavados.
La mujer había muerto, pero los otros dos seguían con vida. Elizabeth puso la estaca verticalmente, mirando a Vlad frente a frente, como desafiando su presencia y autoridad.
-No voy a dejar que lo hagas…
-¿El qué?
La pregunta desafiante se Vlad hizo que Elizabeth tomara de uno de los tobillos del cuerpo muerto de la vampiresa, y lo extrajera de la estaca, desparramando su contenido.
-Sé que deseas aparearte conmigo. No voy a dejar que condenes a las personas a un destino peor que la muerte.
Elizabeth tomó con cuidado el cabello del vampiro que estaba clavado del hombro, y se la arrancó de tajo, dejando su cuerpo temblar con los últimos estertores de la muerte. El otro vampiro soltó un chillido de miedo.
-No lo hago por los humanos, Elizabeth. Estamos desapareciendo. Los vampiros que mataste eran unos cuantos que apenas sobreviven en todo el mundo. Son débiles, y cuando ingieren sangre enferma pueden morir. Nosotros dos no: hemos vivido más que ellos, y estamos mejor adaptados. Tienes que aceptarlo.
Elizabeth parecía no escuchar a Vlad. Metió la punta de su bota en la boca del vampiro que quedaba vivo en la estaca, y de un solo empujón le arrancó todo lo que había arriba de la mandíbula, dejando su lengua colgando de media dentadura. Dejó caer la estaca, sin más remordimiento.
-Ya no quedan más. Faltarías tú, por supuesto.
Vlad le miró desde el otro extremo de la oficina. Podía ver sus ojos llenos de furia, y su mente: estaba dispuesta a matarlo a cualquier costo. Su instinto le hubiese indicado que huyera, pero no iba a doblegarse ante una mujer.
-Te gustaba, no puedes negarlo. Te gustaba estar conmigo, sentirte bien y disfrutar de nuestros excesos. Ahora ven, y vuelve a disfrutar como antes.

Las palabras le llegaban como de otra dimensión. El mundo de Elizabeth empezó a distorsionarse. La voz de Vlad era encantadora, y no había duda de que la estaba orillando a sentirse excitada. Sin pensarlo dos veces, la mujer empezó a desprenderse de la ropa, hasta que quedó desnuda. Soltaba pequeños gemidos de placer, y no podía siquiera moverse.
Vlad se colocó al instante detrás de ella, y pasó sus dedos por su espalda, acariciándola a todo lo largo y ancho. Ella no podía impedirlo. Estaba atada a su poder, y se dejaría llevar hasta las últimas consecuencias.
-Eres mía, siempre lo fuiste, para esto te hice lo que eres. Que belleza…
El placer que sentía Vlad por Elizabeth en ese momento le hizo sentir una erección potente. Ese único momento fue clave para que Elizabeth volviera a tomar el control. Sabía lo que iba a pasar a continuación: el vampyr macho le daría una mordida a su hembra en la columna vertebral, inyectado una hormona especial que la dejaría a merced de él, para que no le atacara mientras copulaban. Sintió el aliento cálido de Vlad en su cuello, cerca de la base del cuello, pero fue rápida. No tenía que dudar, o no resultaría.

Vlad se detuvo repentinamente, sintiendo que su cuerpo no le reaccionaba. Una fuerza más allá de sus instintos le detenía. Con una mano, Elizabeth podía controlarlo, pero sin tocarlo. Su poder había vuelto, esta vez, potenciado por el propio poder mental de él.
-Suéltame…-, dijo Vlad, antes de que su boca se trabara. Ella se dio la vuelta, y le miró de frente, sin soltar el “puente” de poder entre ella y su quijada.
-Podría matarte en este instante. Arrancarte la lengua y luego sacarte el cerebro, y sin tocarte siquiera. Dame una buena razón para no hacerlo.
Vlad sintió la fuerza mental de Elizabeth en su cuello, la cual le apretaba sin hacerle mucho daño. Le quería vivo.
-Quieres tenerme. No puedes vivir sin mí, y mi fuerza. Me amas
Elizabeth se acercó, sin dejar de apretar. Le miró directamente a los ojos, y le acarició una mejilla. Él ni siquiera sonrió.
-No te amo, Vlad. Y ya me cansé de que me llames Elizabeth. Soy Erzsébet Báthory, y no por nada me decían la Condesa Sangrienta.
Vlad sintió miedo de verdad esta vez. Erzsébet empleó su fuerza con ambas manos, y pudo sentir el interior del vampyr. Vlad se retorcía de dolor, y su cuerpo parecía expandirse, como si cuatro caballos invisibles le jalaran en todas direcciones. Con un último estallido de fuerza, Erzsébet destrozó a Vlad, haciendo que su vientre explotara y sus miembros saltaran por los aires. La cabeza, con aquel rictus de dolor inexpresivo, salió rodando hacía sus pies.
Con el rostro manchado de sangre, Erzsébet ni siquiera vio el desastre que había causado. Tomó su ropa, y se vistió de nuevo, entre el silencio más solemne que escucharía aquel día.

Salió por las escaleras de servicio, pero al llegar hasta el primer piso, algo le impidió continuar. Toda la estancia estaba cubierta en llamas. Al parecer, todo el piso había sufrido un incendio, y las pocas personas que aún quedaban dentro trataban de salir corriendo por la puerta de servicio. Uno de ellos, incluso, llevaba entre sus manos una enorme cabeza de extraterrestre falsa.
Erzsébet los siguió, sin llamar demasiado la atención. Cuando estuvo a salvo en el frío callejón a un lado del edificio, salió corriendo hacía el otro lado, para rodear el recinto y salir por el otro lado de la avenida, camuflándose con la gente que ya había llegado hasta ahí para ver el desastre. Tal vez el edificio colapsaría, y si no, pronto encontrarían una verdadera masacre en el tercer piso. Las llamas lamían cada vez más alto el edificio, haciendo reventar las ventanas y emanando un calor infernal incomparable.
Erzsébet tenía que salir de ahí. Justo del otro lado de la calle, en la esquina, salió una chica, bonita y con un vestido muy elegante, confundida por lo que estaba pasando, o tal vez ebria. Se acercó a ella lentamente, sin disimular que tenía sangre en la cara.
-Disculpa, ¿podrías ayudarme? Estaba en el edificio y creo que me acabo de herir en la cabeza-, dijo Erzsébet, con un tono muy falso, pero creíble. La chica le miró un poco asustada, pero se acercó para revisarle la cara y la cabeza.
-Dios, que horrible. Vamos al hospital, iba para allá, me duele una de mis piernas. También escapé de ese lugar-, dijo la chica desconocida. Erzsébet notó un tono de mentira en su voz, pero no dijo nada.
-¿Cómo te llamas?-, preguntó la desconocida.
- Erzsébet, vengo de Hungría.
La muchacha le ofreció la mano.
-Alicia. Vivo aquí en la ciudad. Vamos, tenemos que encontrar un taxi.

Encontraron uno aparcado en la esquina, a dos cuadras antes de llegar a Central Park. El conductor era un joven rastafari, de rastas y barba rala, que iba escuchando música hippie. Sin pensarlo más, Erzsébet y Alicia se subieron.
-¿A dónde van?-, dijo el conductor, sin siquiera mirarles en el espejo retrovisor.
-Al hospital más cercano por favor.
El muchacho asintió, manejando derecho por la calle atestada de autos. Avanzaba algunos metros, pero volvía a detenerse. La música cambió a una tonada más lenta. White Rabbit, de Jefferson Airplane.
Erzsébet sintió su boca seca, y escuchaba atenta lo que pasaba a su alrededor. Puso atención en la música, y en un incesante retumbar que llegaba de algún lugar cerca de ella. Miró a su izquierda, y le llegó, junto con ese sonido implacable, el dulce aroma de la sangre. Alicia estaba nerviosa, lo podía oler y escuchar, porque su sangre le llamaba.
-Perdóname-, dijo Erzsébet, sintiéndose cada vez más ansiosa.
La muchacha le miró, extrañada.
-No entiendo, ¿por qué habría de perdonarte…?
Erzsébet se relamió los labios, esperando el momento justo.
-Porque tengo mucha hambre.

Nadie escuchó los gritos al interior del auto. Y el tráfico no avanzaba.



Sadomasoquismo:

Conducta sexual que implica dolor físico y juegos de dominación.

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