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sábado, 7 de febrero de 2015

Alorgasmia: Cuento 3, Capítulo 2 (+18)



3.2

Había sido como un largo sueño, del que no quisiera despertarse jamás. Había estado en todas las posiciones posibles, y en todas ellas, Thomas Abernathy la había hecho su mujer. Sentía sus manos recorrer cada centímetro de su piel, su lengua acariciarle como su fuera la extraña yema de un nuevo dedo, y todo su cuerpo encima de ella, o ella encima de aquellos enormes músculos de piel blanca que la hacían estallar en orgasmos indescriptibles.
Y a pesar de todo, parecía haber sido un sueño. Una alucinación mental que había hecho que su vagina gozara de placer como nunca antes. Y eso no la hacía sentir sucia, ni en deuda con Marco. Melinda había sentido por primera vez la verdadera capacidad de un hombre al hacerle el amor, y no había sido su esposo…

Se encontraba recostada sobre la cama, y ya había salido el sol. Bostezó y se enderezó, recargando su espalda sobre la cabecera de madera. A través de la ventana se veía el día más claro y soleado que jamás hubiera imaginado, a pesar de que ella pensaba que eran las 9 o 10 de la mañana.
Miró el despertador en la mesita de noche: eran más de las 12. De repente, como si hubiera sido impulsada por un resorte invisible, Melinda se levantó de la cama, cogió las prendas de ropa que aún se encontraban en el suelo de la recámara, y descalza, salió de la recámara. Bajó rápidamente las escaleras que la llevaban hasta la sala, pero estaba vacía. No había nadie tampoco en el comedor, ni en la cocina. Tal vez, Marco se hubiese enojado con ella tanto que había decidido no regresar en un largo tiempo.
O peor: les había visto a ella y a Thomas Abernathy haciendo el amor, y jamás regresaría. Melinda estaba sufriendo una de sus conocidas jaquecas, que sólo le daban cuando se sentía nerviosa o presionada. Caminó hacia la puerta principal, pero la chapa ya empezaba a moverse y a girar. Ella se quedó ahí, de pie, sin moverse. Un intruso en casa sería lo último que necesitaba…
No era un desconocido: se trataba de Marco, quién se le quedó mirando extrañado, como si no la conociera.
-¿Dónde estabas?-, dijo ella con voz tranquila y preocupada.
-No, espera… ¿Tú dónde diablos estabas?-, le contestó él, aún más confundido que antes.
-P-pero… estaba dormida, ¿no me viste?
Marco cerró la puerta y se acercó hacía ella, tomándola entre sus brazos. Se fundieron en un largo abrazo, y cuando se soltaron, él volvió a hablar, con una voz téctrica y muy callada, como un susurro.
-Anoche bajé a ver la televisión y se me pasó el enojo mucho después. Cuando subí, sólo encontré la cama sin tender, tu ropa en el piso, la ventana abierta y el tocadiscos encendido. Me asomé para ver si estabas en el tejado, pero no te encontré, y decidí salir a buscarte. Regresaba cada tanto para ver si no habías regresado tú primero, pero no volviste…
Melinda no estaba entendiendo nada. Parecía como si hubiera amanecido en otro lugar, menos en su hogar, o que Marco no fuera quién decía ser.
-Estuve todo el tiempo dormida. Me desperté hace apenas diez minutos, creo. Estaba soñando con… contigo, hacíamos el amor, aunque todo estaba oscuro, pero podía verte. No duró mucho al final, y por eso me desperté. Espera…
Estaba recordando algo nuevo: una luz roja, como hecha de fuego, y unos gritos. Se lo contó, y Marco se llevó la mano a la boca.
-¿Qué sucede?-, dijo Melinda, al ver que su marido palidecía de repente.
-Ven, mira…
La llevó de la mano hasta la cocina, dónde él tenía la laptop cargando desde uno de los enchufes de la pared. La abrió y empezó a buscar en las noticias del día, cerca de dónde ellos vivían. Encontró la página que necesitaba, y Melinda vio que el enlace era de color morado, por lo que él ya lo había visitado antes.
-Mira…
Ella se acercó a la pantalla, para leer el encabezado:
-“Muere pareja en extraño accidente...” ¿Qué diablos significa esto?
Pero Melinda no necesito que Marco le dijera nada en absoluto. Al mirar la foto de la noticia, se dio cuenta de lo que estaba pasando. Esa casa se encontraba a unas cinco hectáreas de la suya. Era una residencia vieja, de color blanco rodeada de varios campos de maíz ya crecido. Sólo que, en donde debía estar la puerta, había un enorme agujero quemado que llegaba hasta el techo, y siguiendo la trayectoria, como si algo hubiera impactado ahí, varios metros de sembradío había sido chamuscado, reducido a un montón de cenizas negras que recorrían el campo en una perfecta línea recta.
-No puede ser. Es la casa de la pareja de ancianos, los Álvarez…
Melina quería echarse a llorar. Se frotó suavemente las sienes, sin dejar de ver la noticia. Marco estaba detrás de ella, y aunque ya había leído la noticia y recordaba los detalles, volvió a echarle un ojo.
-La recámara de ellos estaba justo como la de nosotros, arriba de la entrada principal. Los forenses dicen que tal vez ni siquiera se dieron cuenta cuando aquella cosa golpeó la casa. Recorrieron los sembradíos quemados, pero no hay huellas de que haya sido originado con una máquina, o que haya salido de la tierra. Solo saben que se detuvo en cuanto tocó la casa, quemándolos junto con ella…
Melinda empezó a relacionar los detalles de su sueño con la noticia de la muerte de los Álvarez, quienes eran los vecinos más cercanos que la pareja tenía. Fuego en su cabeza y fuego en la casa. Y los gritos…
-¡Dios mío, Marco, los gritos!-, dijo ella, derrumbándose al fin y echándose a sus brazos, acongojada y llorando como una niña pequeña.
-Ven, tienes que comer algo, vamos…
La llevó caminando pesadamente hasta una de las sillas del comedor. Le ayudó a sentarse y le sirvió jugo del empaque de cartón. Melinda tomó el vaso de vidrio con ambas manos, y bebió casi la mitad de un solo sorbo.
-No sé qué pasó anoche, Melinda. No sé dónde estabas, ni lo que haya pasado en casa de los Álvarez. Pero estaré cerca y no te pasará nada, ¿está bien?-, dijo Marco, mientras abrazaba por los hombros a su esposa. Ella le contestó asintiendo con la cabeza, sin pronunciar ni una sola palabra. Sentía las lágrimas correr por sus mejillas, y sabía que debía tener los ojos enrojecidos, pero no le importaba.
Tenía que averiguar lo que había pasado, de alguna forma u otra…

viernes, 6 de febrero de 2015

Patrilagnia: Cuento 2, Capítulo 2 (+18)



2.2

Durante casi dos años, tanto Travis como Shawn continuaron yendo a los baños del tercer piso, coincidiendo en más de una ocasión. No tenían pudor al respecto, aunque sólo se limitaban a dar y recibir sexo oral, nada más. La fascinación de probar algo nuevo era enorme, pero también lo era la culpa, de creer que estaban haciendo algo incorrecto y aberrante.
Y aunque dicen que las esposas presienten bien una infidelidad, la esposa de Travis jamás sospechó nada. A los tres años de que padre e hijo habían empezado con su aventura sexual, ella tuvo que visitar a sus padres, en un viaje que, al menos, se alargaría una semana. Travis se sentía feliz por Lynda, por verla disfrutar de la idea de ver a sus suegros tantos días. Y también porque se quedaría con su hijo siete días, en casa, completamente solos.

La semana de Lynda con sus padres inició antes, cuando tuvo que salir al aeropuerto. Travis la llevó y se despidieron en la sala de abordaje. Cuando ella desapareció por la puerta 4, él se encaminó al trabajo. Su jornada del día pasó sin pena ni gloria, y al final, no tuvo que pensar demasiado en el asunto de los baños. Podía abandonar esa idea durante los próximos días. Esa noche, llegaría temprano a cenar.
El viaje a casa se le hizo largo, pero al fin, al cruzar el umbral de la puerta, vio a su muchacho leyendo en su tableta, sentado en uno de los sillones de la estancia.
-Llegaste temprano hoy, campeón-, dijo Travis, dejando la bolsa de la laptop en la mesa del comedor. Shawn ni siquiera se alteró: continuó leyendo.
Su padre se acercó por detrás, mirando lo que su hijo veía en la pantalla. Parecía un texto, pero no podía verlo bien.
-¿De qué se trata ese texto?
-Oh, nada, papá, sólo es una historia de terror. Se trata de un asesino en una Universidad. El idiota que escribe esto lo hace por partes y ya no sé que más sigue, me quedé a la mitad, con la protagonista recibiendo una llamada extraña.
-Vaya, que historia…
Shawn dejó la tableta sobre la mesita de la estancia, y se levantó. Su padre se encaminó a la cocina, para ver que podría cocinar.
-¿Qué tal estuvo tu día?-, le preguntó el muchacho. Travis ni siquiera se volteó.
-Bien, como todos los días. Esos imbéciles de la firma creen que mi trabajo es sólo hacer contratos legales toda la tarde, pero ya encontraré una oportunidad de librarme de ellos. ¿Y tú qué tal?
Shawn se sentó en una de las sillas del pequeño comedor.
-No muy bien. El profesor de biología nos dejó un reporte para la semana próxima, y estoy seco. Su clase es aburrida, parece que la dicta a la velocidad caracol o algo así…
Travis soltó una carcajada.
-Bueno hijo, admito que la biología no es una materia fácil, pero confío en que lo harás bien. Puedo ayudarte.
-Gracias, pa… Bueno, voy a la tienda por sodas. No tardo…
El muchacho se levantó, y se acercó a Travis, soltándole una nalgada. El hombre sonrió, pero no dejó de cocinar. Estaba sonrojado.

Terminaron de cenar, y se pusieron a ver la televisión: un ridículo concurso de preguntas y respuestas. Después, Shawn se levantó, y se despidió de su padre, para ir a dormir. El padre se quedó a solas mirando el televisor, cambiando de canal a su antojo. Nada lo entretenía.
Después de media hora de zapping, Travis apagó el televisor y las luces de la estancia. Subió con cuidado las escaleras, y de repente, sintió un escalofrío, como si alguien hubiese pasado detrás de él corriendo. Se dio la vuelta, pero no había nadie. Ni siquiera las cortinas de las ventanas se habían movido. Tal vez fuera el cansancio, nada más…
De camino a la recámara nupcial, Travis bostezó, cerrando la puerta sin mirar dónde estaba. Cuando se desperezó por completo, se dio cuenta que no estaba solo.
Sobre la cama, en calzoncillos nada más, estaba acostado Shawn. Estaba despierto y le miraba con curiosidad.
-Hola, campeón. ¿Te equivocaste de recámara?-, dijo Travis, sonriendo y aflojándose la corbata, arrojándola después al pequeño diván que estaba en la recámara.
-No, solo quería dormir aquí, si no te molesta.
Travis negó con la cabeza:
-Hemos hecho cosas que no se pueden mencionar, Shawn. Creo que no puedo impedirte que te quedes aquí, ¿o sí?
Travis se acercó a la cama, subiendo poco a poco, y colocándose por encima de Shawn. El muchacho se estremeció al sentir el cuerpo de su padre justo encima del suyo, y Travis lo notó por la carne de gallina que se dibujaba en los antebrazos de su hijo.
-¿Estás seguro?-, dijo Shawn.
-Completamente…
El muchacho tomó a su padre del cuello, y lo besó apasionadamente en los labios. Travis le correspondió con un beso apasionado, fuerte y húmedo, mientras trataba de quitarse la camisa, botón a botón. Shawn le ayudó, y dejó al descubierto el enorme pecho de su padre, peludo y ancho, de pelo rubio.
-Wow, esto es delicioso…-, dijo el muchacho, dándole un beso aún más apasionado a su padre, y bajando por la barbilla, luego por el cuello, y al final hasta el pecho, sin dejar de aferrarse fuerte a la espalda de Travis.
No tardaron cinco minutos, y ambos ya estaban desnudos, Travis encima de Shawn. Ambos se miraron a los ojos, sin dejar de acariciarse y rozando sus miembros el uno contra el otro.
-¿Lo quieres, hijo?-, dijo Travis, jadeando y con el cabello despeinado.
-Sí, no te detengas, por favor…
Y por primera vez en toda su vida, Shawn sintió el infinito placer que le producía sentir a su padre dentro de él.

En la madrugada, padre e hijo descansaban abrazados. Habían pasado tres horas haciendo el amor, turnándose para penetrarse el uno al otro, y estaban agotados. Afuera, se escuchaba un grillo solitario, pero incluso por eso, la noche estaba tranquila.
Un tintineo hizo que Travis se despertara de repente. Miró a través de la penumbra de la recámara, mientras Shawn se daba la vuelta, dándole la espalda. En el suelo estaban las llaves de su auto: estaba seguro de haberlas dejado en la cómoda. Se estiró y las volvió a poner en su lugar. Después, se recostó boca arriba, y se quedó dormido en cuestión de minutos.
No sintió la respiración en su oído, ni vio la sombra que los observaba desde la orilla de la cama…

jueves, 5 de febrero de 2015

Gregomulcia: Cuento 1, Capítulo 2 (+18)



1.2

-¿Me estás escuchando?-, dijo Irina con tono insistente.
Pero Sara no le había escuchado. Estaba perdida en mirar por la ventana de la cafetería, pensando, en aquello…
-Sara, ¿te sientes bien?
La muchacha reaccionó de repente. Sus pensamientos se desvanecieron, mientras volvía a ponerle atención a Irina, quién se veía preocupada. Era como si su amiga se hubiera perdido durante bastante tiempo en algo que ella no podía entender.
-Lo siento, Irina, perdona… Estaba pensando en… la próxima clase.
Irina abrió la boca, y sólo pudo soltar un “ah” de sorpresa.
-Bueno, te decía. Ayer mataron a una chica en las escaleras de camino a la facultad. ¿Supiste algo?
A Sara casi se le cae el bocado que estaba a punto de llevarse a la boca. Irina era aficionada a los chismes, pero esta vez parecía ir en serio.
-¿Pero cómo…?
-No sé todos los detalles, pero al parecer fue durante la noche, y la encontraron hasta la madrugada. La degollaron o algo así, fue terrible.
-Oh cielos, eso es terrible. ¿Quién era la chica?
Irina levantó los hombros.
-Ni idea. Al parecer estudiaba aquí, pero no la conocía: se llamaba Esther. Pobre chica, en serio te lo digo: los muchachos de por aquí parecen algo locos, pero no creo que ninguno de ellos fuera capaz de matarla, y menos de esa manera.
Sara masticó su bocado de albóndigas con salsa de tomate, tratando de entender lo que su amiga le estaba diciendo. ¿Un homicida en la escuela? Si es así, era algo nuevo, porque nunca se había escuchado de algún crimen parecido en el campus. Siempre se trataba de robos menores o de agresiones de alumnos idiotas contra los alumnos menos populares. En todo caso, matar nunca había sido el plan de alguno de los alumnos.
-Habrá que empezarnos a cuidar, ¿no es cierto?-, dijo Sara.
-Puede que sí, puede que no. Tal vez el maldito la mató porque ella no quiso follar con él en los jardines, o yo que sé… Oye, ¿vas a tener clase en cinco minutos?
Sara negó.
-No, la próxima que tengo es a las 12, así que me da tiempo de ir al departamento por algunas cosas que necesito, y regresar.
-¡Vaya, sí que tienes suerte! Yo tengo que irme, mi profesor de Psicoanálisis va a matarme si llego otra vez tarde.
Irina se levantó y tomó sus cosas de encima de la mesa de plástico. Miró de nuevo a su amiga, y ambas sonrieron.
-Cuídate mucho, Irina.
-Eres muy buena, Sara, pero sé arreglármelas bien. Si el asesino de chicas quiere tomarme, bueno, podré hacerle frente…
Ambas soltaron una carcajada, mientras Irina se iba caminando a la salida de la cafetería. Sara se quedó de nuevo sola, mirando por la ventana. Su mente ahora vagaba entre sus tres principales problemas: las clases, el asesino, y lo que estaba a punto de hacer camino a su departamento.
No debía perder más tiempo. Se levantó, recogió la basura de Irina y la suya, y salió casi trotando de ahí.

Sara era una hermosa muchacha, de cabello castaño oscuro y largo, el cual siempre llevaba agarrado de una coleta. Su figura alta y esbelta era siempre admirada por los muchachos en la Universidad, aunque ella prefería otros gustos. Entre ellos, viajar en metro.
Aunque era corta la distancia desde la Universidad hasta el centro de la ciudad, ella disfrutaba viajar en el colectivo más bullicioso del lugar. Le llamaba la atención ver a las personas, tratar de adivinar el sentido de sus vidas, a qué se dedicaban, que oscuros secretos guardaban. Y cuando se daba tiempo, especialmente en las horas pico, se atrevía a viajar en el último vagón del metro, esperando encontrar suerte.
A veces no le importaba viajar de pie, rodeada de personas desconocidas, en su mayoría hombres. Había visto de todo: hombres frotando sus miembros erectos contra los traseros de mujeres y hombres por igual, masturbaciones exprés, e incluso sexo oral. Todo en el último vagón, uno de los más concurridos y también de los menos vigilados por los policías en los andenes.
La idea de viajar ahí era excitante, el motor que movía muchas veces la vida de Sara. Esta vez, se subió, internándose entre el montón de gente que viajaba hacía el centro, y se agarró fuertemente de uno de los tubos que atravesaban de arriba abajo el vagón. Esperó atentamente, observando a los hombres que la rodeaban. Un hombre maduro de traje de oficina; otro más joven, universitario, con uniforme deportivo; otro más sin distinción, más bien como un hombre de familia. Fue este al que ella eligió, porque no ofrecía el aspecto tan clásico como el de los otros dos.
Ella misma se le iba acercando, pegando su trasero poco a poco a él. Nadie más parecía ver esto: era como si no les interesara, o ya estuvieran demasiado acostumbrados a ello que ni siquiera lo veían como algo malo. Sin embargo, para Sara, era algo más que extraño que una mujer buscara el placer de una manera tan similar.
El hombre, sintiendo la presión sobre sus muslos, trató de disimular un poco, pero no podía ignorar que las nalgas de una chica de la universidad estuvieran tan a su alcance. Tal vez, como pasaba por la mente de Sara, el hombre pediría mentalmente perdón a Dios por tan infame acto, pero no le importaría si Dios no podía ver por debajo del subterráneo. Tomó a Sara por las caderas, y la acercó más a él. Ella sintió el miembro del hombre restregándose detrás de ella, y cerró un poco los ojos, sintiendo un placer que ni ella misma podía explicarse.
De repente, la mano derecha de aquel hombre le soltó la cintura, y la sintió bajar por detrás de su muslo. Estaba totalmente perdida, que cuando los dedos de aquel hombre empezaron a tocarle la vulva por encima del leggin, ella soltó un pequeño gemido, inaudible para los demás, excepto para ella. El placer era tal, que no se dio cuenta que el tren había llegado a su destino. Se sorprendió tanto que salió casi corriendo y empujando del vagón, sin darse por enterada que aquel hombre había dejado una enorme mancha de semen en su ropa interior…

Sara caminó apresuradamente desde la salida del metro hasta el departamento, que quedaba a una cuadra de ahí. Subió las escaleras del edificio, sin poner atención a los detalles. Abrió la puerta con las manos temblorosas, y cerró tras de ella con un portazo. Las cosas se le cayeron al suelo de camino a su recámara, y casi tropieza con uno de los taburetes que se encontraban en la estancia. Cruzó el pasillo, y se metió en la habitación, dejando la puerta medio abierta. Ya sobre su cama, tendida boca arriba, con las persianas abiertas, Sara empezó a tocarse, primero por encima del leggin, y luego se lo quitó, junto con las pantaletas. Su dedo tocó piel suave, y casi grita de placer. Aquel viaje había sido maravilloso. Por primera vez, había sentido algo así, algo tan poderoso y delicioso. Tan sólo la idea de hacer el viaje de vuelta a la Universidad la hizo gemir, tan fuerte que incluso el vecino podría haberla escuchado.
Y sin embargo, el vecino había escuchado todo…

miércoles, 4 de febrero de 2015

Sadomasoquismo: El arte de la sangre... (Cuento 4, Capítulo 1) +18

Cuarta Parte
Sadomasoquismo:
El arte de la sangre…



4.1

4 de Febrero:

Mi nombre real es Erzsébet. Debo recordármelo cada día de mi vida. pero cambié a Elizabeth para hacerlo más cómodo y menos relativo a cuyos eventos definieron mi vida pasada.
Erzsébet Báthory se ha convertido para mí, en un calvario constante. Aquella mujer se convirtió en uno de los personajes más peculiares de la historia antigua de Hungría. Condesa Sangrienta le llamaron después. Decían que acostumbraba asesinar a las muchachas de su corte y a las de la servidumbre, en especial a las jóvenes vírgenes, para sacar su sangre y bañarse en ella. Todo sucedió porque un día, una de sus doncellas osó atreverse a contestarle a su ama, y esta le soltó una bofetada, sacándole sangre. El líquido le había quedado impregnado en la mano, pero ahí donde salpicó, la piel se había hecho joven, sin arrugas ni imperfecciones. Erzsébet buscaba la vida eterna, a través de la sangre de inocentes.
Cuando la gente se dio cuenta lo que sucedía, Erzsébet fue más precavida. Ahora mantenía a sus sirvientas vivas, pero traía de otros pueblos jóvenes pobres para educarlas. Cuando las tenía lo suficientemente cerca, acababa con ellas de la misma manera cruel, desmembrándolas, cortándoles la garganta y los órganos genitales, y bañándose en su delicioso y fresco líquido vital. Una de ellas, sin embargo, logró escapar, casi moribunda. Las autoridades tomaron cartas en el asunto, y la Condes Sangrienta fue presa.
Como no se le podía efectuar la pena de muerte a un miembro de la realeza, Erzsébet fue condenada a pasar los últimos años de su vida recluida en los calabozos de un castillo, sin su fortuna ni nadie quién la ayudara. Un día de verano en 1614, Erzsébet mandó hacer su testamento, muriendo en Agosto del mismo año.
Y es aquí cuando comienza la verdadera historia, transformada en leyenda oscura que nadie ha podido dar por un hecho.

Todos los documentos que versan sobre el proceso de Erzsébet sobreviven, pero sus diarios personales y su retrato se hallan desaparecidos. Es un hecho que la Condesa mandó hacer su testamento, pero nadie explica el hecho de que en los últimos días de su vida, un grupo de sacerdotes la visitaban constantemente. Varios llegaron a escuchar cánticos venidos desde el mismo Infierno, alabando a Satanás y al Anticristo. No por algo, la condesa no soportó la luz del sol jamás, hasta el último momento de su vida terrenal. Su cuerpo fue sacado y enterrado en Esced, su lugar de origen. Pero no duró mucho tiempo muerta

Ni las fuerzas de la oscuridad pudieron acabar con Erzsébet Báthory. La sangre que había alimentado su cuerpo durante tanto tiempo también había sido el puente hacía la inmortalidad. Sólo necesitaba el elemento adecuado: los Sabios de Inferno, adoradores del Diablo venidos de Italia habían consentido ver a la Condesa por órdenes de un anónimo personaje, rico y poderoso miembro de la realeza, quién había ofrecido una cantidad ingente a estos hombres malditos para entrar a la fortaleza de la Condesa, y concederle algo más que su libertad. Entonaron cantos misteriosos, e invocaron al Señor de las Tinieblas una y otra vez. La vida anterior de Erzsébet se desvanecía, y su cuerpo adquiría nuevos aires, una nueva alma, y la vida eterna. Sería indestructible, sería más fuerte y más rápida, y el Sol seria su enemigo mortal. La luz de Dios no volvería a ser su compañera, pero las tinieblas de la noche le darían la fuerza. Y sobre todo la sangre: cualquier tipo de sangre, aunque ella tuviese una preferida.
Lo que fue una ventaja durante los primeros 100 o 150 años, para Erzsébet se convertiría en su perdición y en un castigo.

¿Por qué la vida de una mujer tan despreciable tiene que afectarme a mí? ¿Qué tengo en común con ese nombre tan infame en la historia del mundo? ¿Qué destino me ata con la mujer que asesinó a más de 600 personas en toda su vida?

Ya no me llamo Erzsébet: soy Elizabeth Basare, y voy a encontrarme con el hombre que me dio la vida eterna…

martes, 3 de febrero de 2015

Alorgasmia: Besos ajenos... (Cuento 3, Capítulo 1) +18

Tercera Parte
Alorgasmia:
Besos ajenos…



3.1

Estaban haciendo el amor como nunca antes. En la habitación sonaba Del Shannon, en el viejo tocadiscos que los padres de ella le habían heredado. La canción era Runaway, con su estilo de rock and roll, aunque fuera de los 60’s.
Él boca arriba, con las manos en sus caderas. Ella, sobre él como si montara en un enorme caballo, cabalgando sin cesar sobre su pelvis. Lo sentía profundamente, mientras sus enormes senos subían y bajaban al compás del vaivén. Él también cooperaba, subiendo y bajando su cuerpo, haciendo rechinar el colchón y las juntas de la cama de madera. La música no era para callar los gemidos: era un simple gusto y hasta podría decirse que una costumbre a la hora del sexo. Y es que la casa de Marco y Melinda estaba en uno de aquellos hermosos parajes naturales del país, rodeado de pequeños pedazos de bosque y varias hectáreas de sembradíos, en su mayoría maíz.
Cansada de no soportar ya su peso, Melinda se dio la libertad de poner sus manos en los pectorales de Marco. Su marido hacía mucho ejercicio, por lo que ella podía sentir sus enormes y bien torneados músculos entre sus dedos, bajo las yemas. Tenía ansias de rasguñarle la piel, de estrujar su cuerpo, de hacerlo trizas. Y es que estaba sintiendo un placer sin igual, y era algo indescriptible para ella.
-¿Te gusta esto? ¿Verdad que te encanta?-, decía Marco, entre jadeos y quejidos. Ella no podía hablar, simplemente cerró los ojos y gimió una vez más, fuerte y claro, sin que nadie pudiera escucharla. No tenían hijos, y habían cuidado que aquello no les preocupara por el momento. Si podían disfrutar a menudo de semejantes faenas sexuales, ninguno se quejaría.
-Más rápido, Thomas, más rápido…
Marco le imprimió más energía a sus embestidas, sin darse cuenta de aquel pequeño detalle. No hasta que se dio cuenta.
Melinda no había cometido un error: le había dicho Thomas. Y no fuera que lo engañara: Thomas Abernathy era el actor preferido de Melinda, un hombre rubio y de ojos verdes que salía en varias de las películas románticas que solían ver en la televisión los sábados a la medianoche.
Él se sintió ofendido, y casi al instante dejó de moverse. Con sus manos apretó fuerte las muñecas de su mujer, y la apartó con un fuerte jalón hacía el otro lado de la cama. Ella se separó de él y por su expresión en el rostro había sido doloroso. Desnuda y cansada, Melinda tomó la sábana y se cubrió el cuerpo, todo excepto la cabeza y un seno, el derecho. Marco se incorporó y se levantó de la cama, dándole la espalda, con aquellas firmes nalgas que tenía apuntándole hacía ella.
-¿Qué te pasa? No puedes dejarme así-, le reclamó ella, con un rostro dolido y confundido. Parecía en verdad no haber caído en la cuenta de su error, pero él esperaba hacerle entender. Así sin vestirse, caminó hacia la puerta, y volteó a verla a los ojos. Su pene se había quedado fláccido.
-Pídeselo a tu amado Thomas, a ver si viene a cogerte de una vez…
Después, salió hecho una furia, cerrando la puerta jalándola fuertemente. En el tocadiscos ya sonaba “La Hiedra Venenosa” de Johnny Laboriel. Melinda se quedó ahí, sentada en la cama, con un seno al aire, y totalmente confundida.

Aquella noche durmió sola, así desnuda. Ni siquiera se había puesto sus pantaletas y la blusa con las que acostumbraba dormir. Estaba tapada sólo con la sábana, porque hacía bastante calor. Y afuera llovía, con unos cuantos rayos dibujando caprichosas formas en la ventana.
La música del tocadiscos también había cesado… aunque no por siempre. Exactamente a medianoche, las canciones volvieron a escucharse. Era “Blue Velvet” de Bobby Vinton. Melinda se retorció un poco, incómoda por el calor y por el sonido. Pensó que tal vez Marco había vuelto para dormir con ella, y que accidentalmente había puesto el tocadiscos a funcionar.
-Apaga eso, Marco, por favor…-, dijo Melinda, levantando un poco la cabeza para ver hacía el tocador.
Sus ojos la engañaban: la ventana estaba abierta, y la lluvia se colaba por el alféizar y empapaba las cortinas. Y enfrente del tocador, estaba la figura musculosa y definida de Thomas Abernathy. Melinda sintió algo en el fondo de su vientre, y soltó un pequeño gemido. Alrededor de Thomas, se dibujaban sombras caprichosas, como si no hubiera venido solo.
-Melinda, esta noche serás mía…
La mujer cerró los puños apretando con fuerza la sábana. Sintió como la seda de la misma le recorría las piernas, y de repente, un calor le recorrió todo el cuerpo.
-Thomas, oh Thomas, hazme tuya. Házmelo ahora…

lunes, 2 de febrero de 2015

Patrilagnia: Amor sobrenatural... (Cuento 2, Capítulo 1) +18

Segunda Parte
Patrilagnia:
Amor sobrenatural…



2.1

Era imposible pensar en una cosa así.
Fue hace ya cinco años, cuando Travis Ileman decidió probar suerte. Trabajaba en una oficina en un reconocido edificio jurídico en el centro de la ciudad, y si los rumores y pintas sobre las paredes eran ciertos, en el baño del tercer piso, los que se encontraban detrás de las oficinas sin ocupar, sucedían encuentros fortuitos.
Los interesados, hombres con segundas vidas, curiosidades insatisfechas y preferencias sexuales alternativas, siempre visitaban esos baños, con la más absoluta discreción y sin llamar demasiado la atención. Fuera, era como cualquier otro recinto para depositar las necesidades biológicas, pero era dentro donde ocurría la magia. Ahí dentro había una decena de cubículos, cinco de cada lado, además de seis mingitorios, tres en cada pared, y cerca de la puerta los lavabos. Los cubículos del fondo tenían en sus paredes una especie de agujeros llamados gloryholes, por donde los invitados a la fiesta introducían sus miembros para que los hombres del otro lado pudieran saborear. En ocasiones, y sólo si no había algún elemento de seguridad del tercer piso en los pasillos, se podían tener relaciones sexuales rápidas, sin saludos, sin besos ni caricias, sin cigarrillo al final. Otros más sólo iban a mirar, extasiados por lo que se podía ahí encontrar. Los que iban eran pocos, menos de diez personas, y todos ellos se conocían perfectamente, al menos solo de rostro (y de pene).
Travis se atrevió a ir, sin importarle su trabajo, su reputación varonil, su esposa y Shawn, su hijo adolescente. Fue durante la noche, acabando su turno en la oficina. Bajó directamente por las escaleras de servicio, y se escabulló hasta los baños del tercer piso, los cuales lucían más abandonados y oscuros que de costumbre. Dio unos pasos vacilantes antes de cruzar la puerta de los baños, e incluso se golpeó el muslo con uno de los lavabos, pero no sintió dolor. Porque, al fondo de aquel recinto, en el pequeño pasillo que separaba a los cubículos, se encontraban ya dos hombres, uno de traje y otro de pants y sudadera, besándose y tocándose.
El hombre avanzó con cuidado, tocándose el bulto que crecía bajo su pantalón, sonriendo porque, al final, se había atrevido a ir. A su derecha, en uno de los cubículos con gloryhole, alguien susurró:
-Hey, aquí.
Travis escuchó la llamada, y detectó en la voz de aquella persona algo parecido a la excitación, pero más profunda y poderosa, como si… No, desechó la idea de su cabeza, y la olvidó en segundos.
Entró al cubículo, y vio que la boca de alguien ya le esperaba del otro lado, en el otro cubículo. Aquel muchacho, porque Travis sabía que había sido alguien de menor edad, estaba hincado, y su boca estaba abierta, esperando su miembro detrás de la pared de lámina. Travis se bajó la cremallera, y sacó su enorme miembro, como desplegándolo frente al muchacho. Parecía, según él, una extraña combinación de película pornográfica y confesión de los pecados en la iglesia.
El muchacho trataba de meter todo el miembro de Travis en su boca, pero no alcanzaba a tanto. Se limitó a saborear en la punta y en los costados, como quién saborea por primera vez un dulce nuevo. Como en todos los baños del edificio, había unas pequeñas bocinas empotradas en el techo, donde se escuchaba música de todo tipo. Esta vez, Travis no sabía si gemir de placer, o tararear los coros de Those Good Old Dreams de Carpenters.
Algo en la boca del muchacho lo llenaba de deseo de saber de quién se trataba, aunque no lo conociera. Lo hacía tan bien, tan delicioso, que simplemente se dejó llevar, empujando su cuerpo contra el panel de metal, haciendo que su miembro entrara y saliera. La boca del muchacho lo hacía tan bien, que Travis cerró los ojos, como quién disfruta del sol de la playa en vacaciones. Sintió correr el sudor en su frente, y también sintió que el orgasmo final ya venía. Pero no quería desperdiciar su semen en algo así. Sacó su miembro rápidamente, sin meterlo de nuevo al pantalón, y salió de su cubículo.
Se acercó rápidamente al cubículo de al lado, el cual no tenía el seguro puesto. Iba decidido a ver el rostro de aquel joven que le había dado el mejor sexo oral de toda su vida. Abrió la puerta, y vio al muchacho aún hincado en el suelo, pero que ahora miraba hacía la puerta abierta. A Travis le costó darse cuenta durante unos segundos, pero cuando se tranquilizo, y el furor sexual se le fue pasando, cayó en la cuenta.
Ante sus ojos, mirándole con aquellos ojos verdes que le había heredado, Travis Ileman tenía de rodillas a Shawn, su propio hijo.
-Papá… No… no le diré mamá, lo juro.
Travis puso el dedo en sus labios, para que nadie más pudiera escucharlo. Su hijo parecía nervioso y asustado, casi a punto de llorar.
-Yo tampoco le diré nada. Creo que vas a tener que irte primero a casa, para no levantar sospechas. Vete…
Shawn se levantó, y caminó torpemente hacía la puerta que su padre mantenía cerrada. Salió caminando como si nada, pero Travis sabía, percibía más bien, que su vástago estaba asustado, sin salida ni solución.


Y mirando desde uno de los cubículos detrás de Travis, había un voyerista, sentado en la taza, sonriendo. Le gustaba ir ahí y ver de lo que eran capaces los hombres cuando nadie más los veía. Y esta vez era una situación complicada, pero por lo demás agradable. Sin decir más, y sin que nadie más lo viera (nadie más podía verlo en realidad), desapareció en el aire…

domingo, 1 de febrero de 2015

Gregomulcia: Mi amado asesino... (Cuento 1, Capítulo 1) +18

Primera Parte
Gregomulcia:
Mi amado asesino…


1.1

La muchacha que vemos aquí se llama Esther. Alta, de figura esbelta y cabello negro largo, lacio y sedoso. Sus hermosos ojos azules escudriñan a través de la oscuridad, pero parece estar completamente sola. ¿Por qué? El misterioso muchacho que la ha invitado a salir le ha citado aquí mismo, el cruce de las escaleras que llevan al edificio principal de la universidad. Esther no tiene miedo, ya que el campus es uno de los lugares más seguros dónde ha estado: incluso pasan un par de chicas caminando, con libros en las manos y las mochilas colgando en la espalda.
Sólo está nerviosa, eso es todo.
Haber dado con este muchacho a través del chat de la Universidad, y sobre todo, concretar una cita a ciegas, eran dos de las ideas más estúpidas que Esther tenía de ella misma en ese momento. Había tenido dos novios, todos ellos patanes que sólo querían conseguir de ella una noche de placer, y a pesar de todo, no desistía en encontrar al chico especial algún día. Pero hacerlo de esta manera la hacía sentir fácil e idiota, como una niña caprichosa que desea algo tan ansiosamente que no se detiene a pensarlo siquiera.
-Disculpa, ¿tú eres Esther?-, dijo de repente una voz detrás de ella. Se escuchaba infantil, como la de un puberto. Pero definitivamente ella sabía que había llegado.
Cerró los ojos, sin estremecerse ni alterarse, sonriendo sólo para sí misma. Volteó rápidamente, pero antes de contestar con un “Sí” alegre y nervioso, se detuvo, componiendo un rostro de confusión y miedo. Estaba segura de que alguien había preguntado por su nombre, pero ese alguien ya no estaba ahí. Miró hacía los costados, pero no había nadie, ni en las escaleras que subían ni en las que bajaban a los jardines.
-¿Hola?-, dijo ella en voz baja y trémula, como si el mismo viento fuera a contestarle. Un sonido le hizo saltar. En uno de los postes de alumbrado, estaba empotrada una bocina, la cual se encontraba conectada a la radio de la Universidad, donde se transmitía música durante la noche. En esta ocasión, sonaba The Flower Duet, de Delibes. A esas horas de la noche, y con semejante música, a Esther le dio miedo. Sentía que había algo detrás de ella, algo que no lograba comprender. Si no había escuchado su nombre, ¿por qué se lo había imaginado? Tal vez su imaginación le había jugado una mala pasada, pero no estaba segura. Había sido tan real
-Aquí-, dijo la voz, esta vez más clara que antes, detrás de ella. La muchacha dio la vuelta, sólo para sentir la fuerte bofetada sobre su mejilla derecha. Del impacto, Esther cayó al suelo empedrado de las escaleras, raspándose una rodilla y empapando de sangre sus medias. La minifalda se le levantó un poco, dejando ver su ropa interior. Pudo incorporarse como pudo, con la mano cubriendo su mejilla y con los ojos abiertos de miedo.
Frente a ella estaba alguien, vestido con una sotana negra con rayas rojas alrededor del vuelo, como una especie de carpa de circo tétrica. Sobre la cabeza se levantaba una capucha, y en la cara llevaba una máscara, completamente pintada de rojo carmín brillante. Las manos iban enguantadas, y una de ellas, la izquierda, llevaba un enorme cuchillo serrado. Aquella persona disfrazada se acercó a Esther, y aunque ella quería impedirlo a toda costa, soltando patadas con sus zapatillas negras y dando manotazos al aire, la tomó de una muñeca, se la torció un poco, y movió la mano que tenía el cuchillo.
Esther sintió los cortes en su palma libre, sus brazos y en sus piernas, incluso uno que le dejó un feo corte en la mejilla rosada por la bofetada. El cuchillo se movió una vez más, y esta vez, se clavó en el cuello de la muchacha. Esther no pudo gritar, y si lo logró, las voces de las sopranos de Delibes callaron su último aliento. Se estaba ahogando con su sangre, y sentía el filo de aquella arma rasgándole de extremo a extremo la garganta. Aquella persona era fuerte, y no le costó trabajo cortar de tajo todo el cuello de la chica, antes de dejarla caer boca arriba, con su propia sangre salpicándole la ropa, entrando en su escote, manchando sus piernas descubiertas y la braga blanca.
La miró durante un momento, mientras se le iba  la vida y se formaba un enorme charco de sangre caliente a su alrededor. Se fue sin decir palabra, caminando rápida y silenciosamente entre los árboles de los jardines.

Si al menos estuviera viva en ese momento, Esther lo hubiera comprendido al instante: esa había sido, sin duda, la situación más jodida de su vida…
 
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