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domingo, 1 de febrero de 2015

Gregomulcia: Mi amado asesino... (Cuento 1, Capítulo 1) +18

Primera Parte
Gregomulcia:
Mi amado asesino…


1.1

La muchacha que vemos aquí se llama Esther. Alta, de figura esbelta y cabello negro largo, lacio y sedoso. Sus hermosos ojos azules escudriñan a través de la oscuridad, pero parece estar completamente sola. ¿Por qué? El misterioso muchacho que la ha invitado a salir le ha citado aquí mismo, el cruce de las escaleras que llevan al edificio principal de la universidad. Esther no tiene miedo, ya que el campus es uno de los lugares más seguros dónde ha estado: incluso pasan un par de chicas caminando, con libros en las manos y las mochilas colgando en la espalda.
Sólo está nerviosa, eso es todo.
Haber dado con este muchacho a través del chat de la Universidad, y sobre todo, concretar una cita a ciegas, eran dos de las ideas más estúpidas que Esther tenía de ella misma en ese momento. Había tenido dos novios, todos ellos patanes que sólo querían conseguir de ella una noche de placer, y a pesar de todo, no desistía en encontrar al chico especial algún día. Pero hacerlo de esta manera la hacía sentir fácil e idiota, como una niña caprichosa que desea algo tan ansiosamente que no se detiene a pensarlo siquiera.
-Disculpa, ¿tú eres Esther?-, dijo de repente una voz detrás de ella. Se escuchaba infantil, como la de un puberto. Pero definitivamente ella sabía que había llegado.
Cerró los ojos, sin estremecerse ni alterarse, sonriendo sólo para sí misma. Volteó rápidamente, pero antes de contestar con un “Sí” alegre y nervioso, se detuvo, componiendo un rostro de confusión y miedo. Estaba segura de que alguien había preguntado por su nombre, pero ese alguien ya no estaba ahí. Miró hacía los costados, pero no había nadie, ni en las escaleras que subían ni en las que bajaban a los jardines.
-¿Hola?-, dijo ella en voz baja y trémula, como si el mismo viento fuera a contestarle. Un sonido le hizo saltar. En uno de los postes de alumbrado, estaba empotrada una bocina, la cual se encontraba conectada a la radio de la Universidad, donde se transmitía música durante la noche. En esta ocasión, sonaba The Flower Duet, de Delibes. A esas horas de la noche, y con semejante música, a Esther le dio miedo. Sentía que había algo detrás de ella, algo que no lograba comprender. Si no había escuchado su nombre, ¿por qué se lo había imaginado? Tal vez su imaginación le había jugado una mala pasada, pero no estaba segura. Había sido tan real
-Aquí-, dijo la voz, esta vez más clara que antes, detrás de ella. La muchacha dio la vuelta, sólo para sentir la fuerte bofetada sobre su mejilla derecha. Del impacto, Esther cayó al suelo empedrado de las escaleras, raspándose una rodilla y empapando de sangre sus medias. La minifalda se le levantó un poco, dejando ver su ropa interior. Pudo incorporarse como pudo, con la mano cubriendo su mejilla y con los ojos abiertos de miedo.
Frente a ella estaba alguien, vestido con una sotana negra con rayas rojas alrededor del vuelo, como una especie de carpa de circo tétrica. Sobre la cabeza se levantaba una capucha, y en la cara llevaba una máscara, completamente pintada de rojo carmín brillante. Las manos iban enguantadas, y una de ellas, la izquierda, llevaba un enorme cuchillo serrado. Aquella persona disfrazada se acercó a Esther, y aunque ella quería impedirlo a toda costa, soltando patadas con sus zapatillas negras y dando manotazos al aire, la tomó de una muñeca, se la torció un poco, y movió la mano que tenía el cuchillo.
Esther sintió los cortes en su palma libre, sus brazos y en sus piernas, incluso uno que le dejó un feo corte en la mejilla rosada por la bofetada. El cuchillo se movió una vez más, y esta vez, se clavó en el cuello de la muchacha. Esther no pudo gritar, y si lo logró, las voces de las sopranos de Delibes callaron su último aliento. Se estaba ahogando con su sangre, y sentía el filo de aquella arma rasgándole de extremo a extremo la garganta. Aquella persona era fuerte, y no le costó trabajo cortar de tajo todo el cuello de la chica, antes de dejarla caer boca arriba, con su propia sangre salpicándole la ropa, entrando en su escote, manchando sus piernas descubiertas y la braga blanca.
La miró durante un momento, mientras se le iba  la vida y se formaba un enorme charco de sangre caliente a su alrededor. Se fue sin decir palabra, caminando rápida y silenciosamente entre los árboles de los jardines.

Si al menos estuviera viva en ese momento, Esther lo hubiera comprendido al instante: esa había sido, sin duda, la situación más jodida de su vida…

3 comentarios:

Azahena dijo...

Qué bonito !, me gustó amigo, es lindo empezar el mes del desamor con rojo escarlata

Unknown dijo...

Woow pobre chica!! Como que tachare la cita a ciegas de mi lista de cosas que me faltan por hacer!!😲😲

Luis Zaldivar dijo...

Gracias por el comentario de apoyo Azahena, siempre dispuestos a hacerlo bien. Sharon, no es malo una cita a ciegas, solo hay que tener precaución. Lo demás será diversión y podrás conocer gente muy linda, te lo aseguro.

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