Music

sábado, 6 de enero de 2018

#UnAñoMás: Luces de Navidad [FINAL] (Día de Reyes)



Cómo no tenía a dónde ir, Sonia dio vueltas por la tarde en un taxi, aquel día en el que había abandonado a Juan Diego, y junto al bebé, decidió quedarse al final en la casa de su vecino, sin que nadie viera que ella estaba ahí.
Isidro vivía con su madre en la esquina de la calle, cerca de la avenida que delimitaba aquel pueblo. Alguna vez, Sonia y él habían tenido algo que ver, y muy a pesar del destino, aún se hablaban bien. Aquella vez, sin embargo, necesitaba de su ayuda, y tanto Isidro como su madre no se negaron a dársela. La dejaron quedarse, y cuidaban bien al bebé, que ni con extraños parecía portarse mal.
-Gracias por todo lo que has hecho, conmigo y con el bebé. No sé cómo pagarte todo esto. Nos dejas dormir aquí, y la comida…
Isidro negó con la cabeza. Tenía cargando al pequeño Arturo en sus brazos, mientras el bebé se entretenía mordiendo un pequeño juguete de goma especial para eso. Había sido su regalo de Reyes, un pequeño detalle que Isidro le había dado, junto con un enorme paquete de pañales, cortesía de doña Mercedes, quién estaba encantada con el bebé.
-No tienes que agradecer nada. No tenían a donde ir, ¿cómo los iba a dejar en la calle o que se durmieran en cualquier hotel? No: esta es tú casa y el bebé y tú son bienvenidos.
Un momento de silencio incómodo antes de que él volviese a tomar la palabra.
-¿Qué vas a hacer con Juan Diego? ¿Vas a regresar?
La que negó con la cabeza esta vez fue Sonia.
-No: puede quedarse con aquel… Ya sabes de quién hablo. No pienso regresar, ni dejar que se salga con la suya, Isidro. Mi niño no va a vivir en un lugar así, no por ahora. Que entienda Arturo primero por qué lo hice, y luego podrá verlo. Mientras, prefiero cuidar yo sola de mi hijo. Puedo trabajar aquí en tu casa, o en alguna otra parte, pero a Arturo no le va a faltar nada y...
Aunque traía al bebé entre brazos, Isidro le dio un beso a Sandra, sujetando bien a Arturo, quién ni siquiera se inmutó. Ella sintió los labios de él contra los suyos. En secreto, lo buscaba, pero no se animaba a decirlo. Ni siquiera hablando sola, Sonia podría admitir que sentía algo por aquel muchacho. Pero ahora, solos ahí, junto a su bebé, podía sentirse más segura, y amada de alguna manera.
-Gracias por eso-, dijo Isidro. Ella se empezó a reír, sonrojada.
-La que debería dar gracias soy yo. ¿Por qué agradeces?
-Por estar aquí.
Ahora fue Sonia quién abrazó a Isidro, aplastando por poco a Arturito entre ambos. Así se quedaron los dos un buen rato, mientras la tarde se convertía en noche.
Afuera hacía frío, no tanto como hace días. La calle estaba solitaria, pues los niños ya estaban dentro, jugando con sus juguetes o disfrutando de sus celulares nuevos. La casa de Juan Diego lucía apagada, abandonada. Y en la pared de afuera, sólo podía verse la silueta de un hombre. Juan tomó de nuevo el aerosol de la pintura, y dejó una nueva letra plasmada en la pared. YO MATÉ A JUAN DIEGO. VANESSA. Sonrió, y mientras guardaba el aerosol en su mochila, entre su ropa limpia y el diario dónde escribía cada cosa, cada crimen, sonrió. La culpa no sería suya. Dejaría aquel pueblo, para moverse, para olvidar que alguna vez había matado, a la luz de una serie de navidad en un árbol hermoso y frondoso.

No lo sabía, pero tal vez se mudaría a un nuevo lugar. A la playa, a Veracruz, a dónde fuera. No vio que arriba suyo parpadeaba, muy a lo lejos, una luz ambarina entre las nubes de invierno.

lunes, 1 de enero de 2018

#UnAñoMás: Luces de Navidad [PARTE XIV] (Año Nuevo)



Alguien llamaba a la puerta. Sonia se había ido con el bebé, y Juan Diego no sabía a dónde exactamente. Se había quedado solo, con la vergüenza de aquello. De haberse confiado, y que ella los hubiese visto así… Sólo necesitaba sentir algo, algo nuevo, después de que su esposa se aliviara, y estaba desesperado.
Atendió al llamado de la puerta. Cuando abrió, se encontró a su vecina. Vanessa traía un plato entre sus manos, y aunque se veía algo contenta, parecía también muy contrariada.
-No sé lo que pasó, y tampoco sé lo que ella te haya dicho, pero deseo que tú estés bien. ¿Puedo pasar?
Ella esperó a que Juan Diego pudiese apartarse de la puerta para entrar a la casa. Se sentó en la sala, y sobre la mesita de noche, puso el plato. Olía bien, aunque por el papel aluminio que lo cubría, ella no pudo ver nada.
-¿Aprovechaste que ella no está para venir tú a consolarme?
-No, no lo estoy haciendo por eso. Sé que cuando estábamos juntos nada fue como querías, y pues entendí todo eso. No quiero que te sientas culpable. Ahora importa que estés bien, y que no cometas una estupidez.
Juan Diego se sentó en el sillón que siempre ocupaba. Las luces del árbol no brillaban aquella noche, y a lo lejos, se escuchaban los primeros fuegos artificiales del nuevo año. La madrugada era muy fría, y con aquella soledad, se sentía aún más.
-¿Qué preparaste? Huele bien…
-Oh no, yo no lo hice. Fue parte de la cena de Año Nuevo de mi mamá. Es bacalao, y sabe muy rico. Sólo pruébalo, anda. Necesitas sentirte con ánimos, y más si alguien te hace compañía…
Juan Diego tomó el plato y le quitó la cubierta de papel aluminio. Si cubierto ya olía delicioso, ahora, con el vapor caliente, era algo suculento. Incluso a él se le hizo agua la boca. Ella solamente seguía sentada frente a él, mirándole, con aire de preocupación y ternura.
-No lo vamos a desperdiciar, ¿verdad?
Él negó con la cabeza, y con el tenedor que había dentro, empezó a comer. Era delicioso, algo salado, pero lo normal. Aquel platillo debía saber así.
Después de cinco o seis bocados, Juan Diego empezó a sentirse extraño, como satisfecho. Un momento después, hasta la respiración empezó a fallarle, y tuvo que soltar el tenedor, que rebotó en la alfombra. Nada andaba bien, y Vanessa no hacía nada más que observar, algo aterrada. El muchacho luchaba por respirar, y sentía ardor en el estómago y la boca. Unos minutos después, se desplomó, fulminado por el veneno que detuvo su corazón y su respiración.
La puerta de la casa se abrió, y Juan entró para ver cómo había terminado aquello. Vanessa se levantó del sillón, y miró el cuerpo en el suelo.
-No pensé que hiciera efecto tan rápido. Yo no quería, en serio…
-Ya está hecho, tonta. No puedes deshacer nada de esto. Sólo espero que lo demás funcione. Así que habremos de esperar, sólo esperar…
-¿A qué?
Vanessa no sabía nada. Juan casi no le contaba nada nunca. Era hermético hasta el último momento, como cuando la noche de Año Nuevo, le pidió comida de su madre para envenenarla. Juan Diego caería redondo, tal vez preso del dolor, o sólo del hambre.
-Vamos a esperar a que ella regrese. Sonia va a volver, y ver su cuerpo aquí, pudriéndose, la hará rectificar. La consolaré, y se quedará conmigo. Y todo gracias a ti, preciosa…
Juan le acarició la mejilla a Vanessa antes de salir de la casa. Mientras tanto, ella se quedó un poco más, mirando todo aquello.
Por primera vez en aquel nuevo año, sintió algo aterrador. Un año más con miedo…

domingo, 31 de diciembre de 2017

#UnAñoMás: Luces de Navidad [PARTE XIII] (Año Nuevo)



Hace mucho que Juan y Sonia no se veían. Desde que ella había preferido la compañía de Juan Pablo, se había mantenido apartado de la relación. Y, aún así, desde lejos planeaba regresar con ella.
Juan sabía que ella tenía un hijo, pero eso no parecía importarle demasiado. Aquella mañana, mientras aún yacía recostado en la cama, pensaba en la situación. A su lado, descansaba Vanessa, la hija de una de las vecinas de Sonia, con quién empezaba a salir (a pesar de las diferencias de edad), y quién le ayudaba, sin querer, a planear su regreso. Obviamente no le decía lo que pensaba, pero mientras la muchacha quedara satisfecha, nadie decía nada.
-Puedo adivinar lo que piensas, y tendrías que pagarme por eso…
Vanessa estaba despierta también, y Juan, ensimismado, ni lo había notado. Se removió un poco, y ella se apresuró a abrazarlo.
-En nada.
Vanessa frunció el ceño.
-No te creo. Algo no te dejó dormir. Parece como si aún pensaras en ella…
El énfasis de aquella última palabra fue lo que hizo que Juan reaccionara. La miró, con unos ojos vacíos y duros.
-No es verdad.
Ella se sonrió. Juan pudo ver, en los bordes de las sábanas, su piel tersa y limpia.
-El hecho de que ya no vivas cerca de nosotros no significa que no sigas pensando en ella. Si aún la deseas, sabes que puedo ayudarte. Me has dado suficiente como para no darte lo que quieres tú también. Déjame demostrarte que puedo hacerlo bien, sea lo que sea que vayas a hacer.
Claro que él no confiaba en ella, pero Vanessa tenía muchas ganas de demostrar sus talentos.
-Puede que me ayudes en algo. Algo nuevo. Vamos a cambiar la vida de esos dos de una vez por todas. Dime una cosa… ¿A ti te gusta Juan Diego?
Vanesa lo analizó un momento.
-No mucho. No es alguien que me atraiga tanto como tú. Tú eres fuerte, bastante viril, un hombre en toda la extensión de la palabra. ¿Ya te dije que Sonia se encontró a Juan Pablo en su propia casa con otro hombre?
Juan casi salta de la cama. Miró a su amante, sin dar crédito a lo que escuchaba.
-Con más razón. Maldito maricón resultó… Algo habrá que hacer al respecto. Si ella cree que pueda librarse de él, y yo pueda convencerla de dejarlo, será mejor para ella librarse de él. Y luego tú podrías ayudarme con él, mínimo a sentirse aún más culpable. ¿Qué podríamos hacer al respecto?
Vanessa se levantó de la cama, dejando ver, entre la penumbra de aquel cuarto de hotel por la mañana, una silueta hermosa. Era su cuerpo desnudo casi como la piel de una manzana roja, limpia y fresca. Sacó de su bolso un frasco. Un líquido transparente brillaba dentro del pequeño frasco, el cual tenía impreso una etiqueta en la superficie: VENENO.
-Siempre vengo preparada.
Juan sonrió.
-Deja esa cosa, y ven a la cama. Mañana va a cambiar nuestra vida…

jueves, 28 de diciembre de 2017

#UnAñoMás: Luces de Navidad [PARTE XII] (Día de los Inocentes)



Aquel día jueves, Sonia salió de su casa con el bebé en brazos, bien cubierto con una cobija abrigadora, para evitar que se enfermara con el frío. Saldría a comprar algunas cosas en lo que Juan Diego se ponía a arreglar la cuna del bebé. No quería que durmiera con ellos, ya que podían lastimarlo.
Mientras caminaba, distraída por la acera, chocó contra un hombre. Aquel sujeto, alto, delgado, de rostro serio, le miró un tanto extrañado, y aún así, no pudo disimular una expresión de dolor en el rostro. Sonia, aferrada bien al bebé, se dio cuenta: le había derramado el café sin querer en una de las manos.
-¡Oh por Dios, lo siento, lo siento! No lo vi, oh no, cuanto lo siento… No quise…
El muchacho se sacudió la mano y sonrió levemente.
-Ah, no se preocupe, sólo es una quemadura leve. Yo lo arreglo…
-No, por favor, permítame.
De su bolso, Sonia sacó una toallita húmeda, de esas que le ayudaban a limpiar al pequeño Arturo cuando se manchaba la boca de leche o al quitarle el pañal. La quemadura se alivió un poco, aunque la pálida mano de aquel muchacho se tornó rojiza.
-Eso lo alivió un poco, señora…
-Soy Sonia. Disculpe, soy una distraída. Llevo al bebé en brazos y venía pensando en las compras y… Ay no, que tonta he sido.
El muchacho volvió a sonreír.
-No pasa nada, no se alarme. Estaré bien. En fin, tengo que ir a un lugar cerca de aquí. Vaya con cuidado, y cuide a ese bonito bebé…
Sonia sonrió al desconocido, antes de que él se diera la vuelta. Le perdió de vista, y ella siguió caminando hacía el supermercado, con cuidado a cada paso.
Compró comida y algunos pañales para el bebé, y se formó en la fila de la caja, mientras la música navideña se dejaba escuchar en los altavoces del supermercado. La gente ya llevaba sus cosas, y aunque iban lento, eso le permitió disfrutar a su bebé. Arturo dormía plácidamente en sus brazos, y aunque eso le costaba manejar las bolsas, no le importaba. Amaba a su pequeño.
Después de subir las bolsas de mercancía en un taxi, se dirigió a casa. El viaje fue tranquilo. Podía sentir al bebé retorciéndose entre sus brazos, ya despierto, abriendo sus pequeños ojitos y moviendo sus manos, como buscando algo.
El llanto de hambre de Arturo se dejó escuchar en el momento justo cuando ambos bajaban del taxi. Ella cargó las bolsas con cuidado, mientras el auto se alejaba.
-No llores bebé, ya vamos a llegar. Te voy a dar tu leche, mi chiquito. Espérame un ratito…
La puerta se abrió inmediatamente, y eso a Sonia le extrañó. Adentro de la estancia, hacía un calor agradable. Dejando las bolsas en la entrada, y cerrando como pudo la puerta tras de sí, la muchacha caminó dentro de su casa.
-Ya llegué amor. El bebé ya tiene hambre y…
Se quedó muda, con una expresión de terror en los ojos, y muda del asombro. Sólo se escuchaba el llanto de Arturo, pidiendo de comer. Pero ella no le escuchaba ya.
En la estancia, sobre la alfombra, estaba Juan Diego, desnudo, besándose con aquel desconocido del café.

lunes, 25 de diciembre de 2017

#UnAñoMás: Luces de Navidad [PARTE XI] (Navidad)



Juan Diego se despertó de repente. Una pesadilla horrible le había hecho saltar sobre el sillón, y hasta el control de la televisión se le había caído. En la tele daban una película navideña.
Al instante, el muchacho recordó todo.
Era Navidad. Y la pesadilla no era nada más que una estupidez de una película que hace poco había ido a ver con su esposa. De repente, la muchacha cruzó el pasillo de la cocina hacia las habitaciones.
-¿Otra vez te quedaste dormido?-, dijo Sonia, acercándose hasta su marido, quién le sonrió, entrecerrando los ojos tras los anteojos.
-De repente olvidé que era Navidad, eso es todo. Y sí, me quedé dormido viendo esta tontería…
Juan Diego tomó a Sonia por la cintura, y la acercó a él, sentándola en sus piernas. Le dio un tierno beso en la nariz, y otro en la boca, el cual ella respondió, y le sonrió.
Tengo que ir a ver a ya sabes quién. Voy a traerlo, está algo inquieto.
Juan Diego asintió, y dejó que su esposa se fuera hacía la habitación. Mientras ella desaparecía en el pasillo, Juan Diego pudo mirar un rato hacía la esquina de la estancia. Ahí descansaba un hermoso árbol navideño, adornado con enormes esferas, y a sus pies, un enorme nacimiento, con todos los personajes acomodados. Pero lo que lo ensimismó fueron las luces: amarillas, rojas, azules y verdes, danzando alrededor del árbol. Era como un extraño baile entre la oscuridad y las pequeñas ramas artificiales, luces pequeñas que destellaban en la superficie de todas aquellas esferas…
Sonia regresó a la sala, esta vez con el pequeño Arturo entre sus brazos. Estaba envuelto en varias cobijas calientitas, y no lloraba, ni siquiera se movía. El calor de su cuna le había hipnotizado, y dormía tan profundamente como si nunca hubiese dormido en su corta vida.
-Mira, alguien vino a visitarte…
Ella le dejó suavemente al bebé entre los brazos, y Juan Diego se sintió aún más dichoso que el día que lo había visto por primera vez. Aquel día, mientras la enfermera se lo prestaba, no había podido evitar soltar lágrimas de felicidad. Ahora, no estaba en el hospital, y una enfermera no tenía a su bebé todo el tiempo. Era su casa, cálida, con olor a ponche y pavo de la noche anterior. Y era su propia esposa la que le daba a su bebé para que lo sostuviera en brazos todo el tiempo que quisiera, incluso una eternidad.

Era muy feliz.

domingo, 24 de diciembre de 2017

#UnAñoMás: Luces de Navidad [PARTE X] (Última Posada y Nochebuena)

Die Glocke (La Campana, en alemán), un supuesto proyecto nazi de una nave que fusionaba tecnología humana y extraterrestre para ser usada tanto en armamento, como en viajes espacio-temporales.


Era ya un poco tarde cuando Isidro se despertó. Aún tenía puesto el casco, pero estaba aturdido y adolorido. El costado derecho dolía tanto como una puñalada entre las costillas, y una de sus piernas le escocía horrores. Apenas si pudo levantarse, y quitarse el casco. Sudaba demasiado, y pudo observar con más claridad aquella escena.
La calle estaba llena de cuerpos. La gente de la calle yacía en el asfalto, sin moverse. Reconoció a doña Isabel, y a doña Remedios. Ahí estaba también Vanessa, y todos los demás. Niños, adultos, todos parecían haber muerto ahí.
A lo lejos, la sirena de los bomberos se dejaba escuchar, y un frenar de coche y el choque posterior hicieron que Isidro volteara. Un auto se había estampado contra un poste, del lado opuesto de la calle al de la avenida. Al mirar hacía allá, sus ojos rápidamente miraron a todas direcciones en la colonia. Algunas casas ardían, el humo se levantaba por todas partes. Había coches abandonados a medio camino, y algunos gritos aislados se escuchaban por doquier.
Un pequeño ruido llamó su atención. Alguien tocaba por la ventana. Era Sonia, su vecina embarazada. Le miraba con premura, y tocaba de nuevo, llamándole. Como pudo, Isidro se puso en camino, cojeando un poco y agarrándose la costilla rota con un brazo. Sonia le abrió la puerta y salió para ayudarle a caminar el último tramo.
-¿Qué está pasando?-, le preguntó él.
Ella negó con la cabeza.
-Estaba viendo las noticias, pero no dicen mucho. La gente sale corriendo de sus casas, y el ejército ha salido a la calle. Hay luces por todas partes, pero a mediodía no se ven sobre el cielo. No sé qué…
En ese instante, un estruendo asoló la calle, e hizo que Sonia gritara, agachándose y cubriéndose la cabeza. Isidro no lo pensó dos veces: se asomó por la ventana, que estaba rota.
El humo de una casa que había estallado por completo no le dejaba ver, pero ahí afuera ya había gente. Al menos una docena de soldados con trajes rojos, botas negras y armas largas entre los brazos, caminaban lentamente entre los cuerpos de la gente que aún yacían en el asfalto. Uno de los soldados se agachó, y revisó a una de las mujeres de la calle.
-Todos están muertos. Busquen sobrevivientes. Sáquenlos de las casas y pónganlos en lugares seguros…
Los soldados se dispersaron, buscando a personas que aún estuvieran vivas, aunque no se dirigieron directamente a la casa de Sonia. Isidro se dio la media vuelta para percatarse de que la chica ya estaba en el suelo, resoplando, muy pálida y preocupada.
-¿Estás herida? Dime…
Se acercó a ella como pudo, y se dio cuenta que aquello no era nada comparado con una herida: Sonia estaba a punto de tener a su bebé. Las sombras dentro de la casa se hacían más notorias, por el humo y la hora. Estaba a punto de anochecer.
-Tengo que llevarte con ellos. No puedes tener al bebé aquí o…
-¡Ayúdame, ayúdame, sácalo tú! Sé que puedes, ya me está doliendo mucho…
-No puedo, no sé cómo. Ellos te llevarán a un lugar seguro, vamos…
Trató de ayudarla a levantarse, pero el dolor de las contracciones era peor, y no pudo evitar gritar. Sonia se debatía entre el miedo, y el dolor, y sus gritos atrajeron a los solados, quienes empujaron la puerta a patadas hasta que estuvieron dentro.
Isidro los vio. Eran hombres comunes y corrientes, a excepción de sus uniformes, de un color rojo intenso bastante lustroso. Sobre el pecho se podía ver un símbolo que al muchacho le dio un escalofrío. Era una esvástica negra, sobre un círculo blanco.
-¿Quiénes son ustedes?-, preguntó el muchacho, aterrado.
-No importa, los vamos a sacar de aquí. ¿Qué le pasa?
-Va a tener a su bebé. Tienen que sacarla por favor…
Otra explosión, pero esta vez, la fachada de la casa había estallado. Uno de los soldados saltó en pedazos, mientras que el otro se abalanzó contra Sonia. Mientras los restos de la casa caían por todas partes, e Isidro trataba de arrastrarse entre piedras y yeso, el soldado agarraba a Sonia por la cintura, y la llevaba hasta el otro extremo.
Afuera, todo era un caos. Los soldados disparaban a las luces, una ambarina y la otra de un azul eléctrico muy intenso, las cuales parecían lanzar sus propios pedazos de luz y materia a los soldados. Alrededor de las luces algo más volaba: era una especie de nave, una campana gigante de metal que zumbaba, y que disparaba a las luces sin éxito. Aquella extraña campana voladora también lucía la esvástica en su superficie, como si hubiese sido tallada en el metal.
Isidro alcanzó a observar al soldado, quién se había puesto de frente a Sonia, y mantenía sus piernas abiertas para recibir al bebé. Ella gritaba, y de su frente escurría sangre.
-¡Ya viene, puja, no grites, empuja…!
La muchacha trataba de empujar, mientras afuera, los disparos se hicieron más intensos. Uno de los soldados gritó algo incomprensible, y las luces empezaron una danza aún más rápida, y el mundo alrededor se iluminó en blanco. Lo último que pudo ver Isidro fue el rostro de Sonia, mientras gritaba, y el bebé que acaba de salir de su cuerpo empezaba a llorar.

sábado, 23 de diciembre de 2017

#UnAñoMás: Luces de Navidad [PARTE IX] (Octava Posada)

Extraño objeto llamado "El Caballero Negro", fotografiado en la órbita de nuestro planeta, y que muchos aseguran es una especie de satélite artificial de origen extraterrestre.


Isidro era el hijo único de Doña Mercedes. Aunque no vivía a menudo en casa, ya que se la pasaba de viaje en viaje gracias a su trabajo, aquella vez acudió con prontitud a ver a su madre, quién convalecía en el hospital, aunque ya mejoraba. El padre de Isidro había muerto hacía unos años, por lo que era el único sustento y consuelo para su madre, a quién quería mucho.
Había pasado casi todo el día anterior con ella en el hospital, y aquella tarde se disponía a regresar a casa para descansar un poco. Al siguiente día sería Nochebuena, y con su madre ya mejor, sería mejor tener la casa un poco arreglada para su llegada. Ambos pasarían la Navidad juntos, y quería que al menos fuera algo bonito.
Regresando en su motocicleta color rojo que alguna vez se “autoregalara” en su cumpleaños, Isidro transitaba hacia la avenida que pasaba justo a un lado de su casa, y de la calle dónde a esa hora ya tendrían todo preparado para la posada de aquella noche. A pesar de traer una enorme chamarra para el frío invernal, y el caso bien puesto en la cabeza, sintió aquel escalofrío que sólo puede sentirse cuando ha tocado por error un cable eléctrico.
Su mirada pasó del camino hacia arriba, cuando un par de luces, una ambarina y la otra roja, pasaron por encima de la motocicleta, cruzando a gran velocidad las curvas de la avenida, y haciendo que los matorrales a ambos lados del camino se mecieran. Isidro no se detuvo: siguió avanzando, cada vez más aprisa, hasta que pudo ver las primeras luces de las casas. La motocicleta dio una vuelta hacia la izquierda en cuanto el muchacho vio su casa, adornada con aquellas luces de navidad.
Pero ni las pequeñitas luces se comparaban con aquellas dos que danzaban por encima de la calle, dando vueltas en zigzag, dibujando infinitos en el aire, o simplemente yendo de arriba abajo, en arcos casi hipnóticos. Una roja, como una manzana luminosa bastante suculenta, y la otra amarilla como el oro. Isidro detuvo la moto a la orilla de la calle, cerca de su casa, mientras se quitaba el casco. Aquello era maravilloso, y a la vez aterrador.
Aunque él no había visto las luces antes, su madre le había contado acerca de ellas cuando aparecieron sobre la calle el día de la misa de la Virgen. Pensaba que eran cuentos de aquella mujer a la que tanto quería, pero aún así la escuchaba con paciencia. Ahora, al ver aquel espectáculo aterrador en el cielo, creía y temía. Aunque, para su desgracia, tardó en darse cuenta de que algo iba mal.
La calle estaba en completo silencio, a excepción de la música repetitiva de las luces que adornaban su casa. La comida de la posada estaba ahí. Olía a huevos cocidos, a frijoles refritos, a salchichas con chile y tomate. Pero no se escuchaba música, ni la letanía de la posada, o la canción de la piñata. Isidro miró bajo las luces, que seguían con su danza lenta y repetitiva, sin hacer ruido alguno. Bajo las luces estaban los vecinos de la calle. Mujeres, hombres y niños, ahí de pie, contemplando desde abajo las luces, con los rostros iluminados de rojo y amarillo, con los ojos y la boca bien abiertos.
De repente, las luces se detuvieron, y empezaron a parpadear, haciendo que los rostros de los vecinos se difuminaran en la oscuridad. Cuando todos bajaron la mirada, Isidro sintió aún más miedo que el que sentía. Todos los presentes tenían los ojos de un negro intenso, y sus expresiones eran de seriedad, de indiferencia.
Las luces dejaron de parpadear, y brillaron de un blanco intenso, tanto que parecía que todas las casas, arbustos y objetos de la calle fueran tan sólo siluetas negras dibujadas sobre un fondo blanco. Los vecinos empezaron a caminar directamente hacia él, y el primer reflejo del muchacho fue ponerse el casco, y subir de nuevo a la motocicleta. Sólo alcanzó a hacer lo primero, antes de que todas las personas de la calle se le abalanzaran, gritando y golpeándolo con todas sus fuerzas. No sólo sintió manos y pies golpeando su cuerpo, sino también piedras, unas cucharas y hasta el palo de la piñata, el cual afortunadamente le dio primero en el casco, y luego entre el pecho, rompiéndole una costilla.
Isidro se arrastró por el suelo, mientras la gente lo rodeaba para golpearlo, y alcanzó a ver a través de la mirilla del casco ya quebrado a Sonia, quién a través de la ventana de su casa alejada de la muchedumbre, miraba al muchacho tratando de salir de ahí. Ella no decía nada: sólo miraba, imperturbable. Después, ella cerró la cortina de su ventana, e Isidro, adolorido y casi a punto de desfallecer, avanzó unos cuantos metros sobre el asfalto, antes de desmayarse. Las luces volvieron a ser rojas y ambarinas, a danzar lentamente, y cuando por fin se apagaron, desapareciendo del cielo nocturno, los vecinos de la calle cayeron igual desmayados. Las luces del alumbrado público se apagaron cuando los focos estallaron uno por uno, y todo quedó a oscuras.

La única luz que alumbraba aquella calle solitaria era la de los foquitos navideños, y el único sonido era el de la música monótona de “Villancico de las Campanas”.
 
Licencia Creative Commons
Homicidio Mexicano por Luis Zaldivar se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 3.0 Unported.
Basada en una obra en http://letritayletrota1989.blogspot.mx/2012/09/homicidio-mexicano-luis-zaldivar-para.html.
Permisos que vayan más allá de lo cubierto por esta licencia pueden encontrarse en http://letritayletrota1989.blogspot.mx/2012/09/homicidio-mexicano-luis-zaldivar-para.html.