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martes, 20 de diciembre de 2016

Las cosas que no se dicen (Las cosas que se dicen): PARTE 2

Habían aminorado la marcha, porque los Vigilantes que ahí se encontraban estaban más tupidos, unos más cerca de otros, como un bosque de ojos y sonrisas siempre pendientes. Aunque algunos estaban secos, otros daban señales de un verde precioso, casi del color de la esmeralda. Olía a fresco, a pasto y a madreselva. El olor seco de la arena caliente había quedado atrás, y ahora los pies descalzos de los muchachos pisaban tierra húmeda, algo fría.
Sin soltarse de las manos, John Wayne y Sinner’s Prayer caminaban entre las sombras de los Vigilantes, quienes no se movían más que para verlos, y sonreír, soltando a veces discretas carcajadas y murmullos con sus compañeros. Algunos se desenterraban para buscar un nuevo lugar de reposo, y volvían a clavar sus enormes ramas y raíces en la suave tierra.
-Quiero descansar-, dijo John Wayne, quién tenía los pies adoloridos, y se sentía algo fatigado.
-Bien.
Ambos se sentaron a la sombra de un Vigilante, quién como no podía ver por debajo de sus ramas, se conformó con mirar al cielo, y dejar que sus hermanos le pasaran recuerdos de lo que veían a través de sus raíces interconectadas.
-¿Y qué te parece este lugar?-, preguntó Sinner’s Prayer, mirando a su compañero de reojo, y fingiendo que cerraba los ojos para disfrutar de la sombra. El pelirrojo no contestó al instante. Se recostó en el suelo, sintiendo el frío tacto de la tierra en su piel, a través de la ropa sucia, y en su cabello.
-Nunca había estado en otro similar. No puedo decirte como me siento aquí, porque es algo nuevo.
-Las indecisiones de la raza humana. Siempre tratando de compensar la inseguridad que tienen de sus mundos. ¿Te sientes mejor ahora?
-Tal vez-, dijo John Wayne, encogiéndose de hombros. –Podría quedarme aquí y probar suerte, ver que puedo sacar de todo esto, ¿no?
Sinner’s Prayer se recostó al lado de su compañero, y lo tomó de la blanca y suave mano. Este no dijo nada.
-Me alegra haberte encontrado en aquel lugar. Quién sabe qué hubiese pasado. Seguramente los planes se hubiesen venido abajo. Necesitaba el coraje de un muchacho como tú, y lo encontré por buena suerte.
John Wayne abrió los ojos y miró a su compañero, extrañado.
-No siento valor. Esto me aterra, porque no sé lo que va a pasar después. Ni siquiera siento que merezca estar aquí, caminando contigo a quién sabe dónde…
Sinner’s Prayer le apretó más fuerte la mano a su compañero, y John Wayne no pudo más que sonrojarse. A pesar de calor que tuvo que haber pasado en aquel paraje, su piel aún podía mostrar señales de pena, con sus mejillas rosadas y sus ojos entornados frente a los de su amigo.
-Si vamos juntos, si caminamos así como lo hemos hecho hasta ahora, llegaremos bien, y te prometo que allá te mostraré el poder
Sinner’s Prayer había dicho aquello en un susurro, como si fuese algo que debía guardar, y que ahora se le había salido sin querer.
-¿Poder?
El muchacho de la gorra asintió. John Wayne quería saber más, pero pensaba que tal vez su compañero no le diría nada.
-Un poder inimaginable. No puedo decirte lo que es hasta que hayamos llegado, porque ellos no nos van a admitir hasta haberlo demostrado. Somos dioses entre vulgares hombres y mujeres, que no te quepa duda…
Estaban más cerca, tanto que Sinner’s Prayer pudo oler el aliento dulce de John Wayne, un olor a miel combinado con leche.
-Yo… yo no tengo ningún poder…-, expresó John Wayne con preocupación, tratando de guardarse para sí la pena.
Sinner’s Prayer se acercó más, sólo un poco más…
-Lo tienes, y lo vas a ver por ti mismo…
Ambos se acercaron, y sus labios se encontraron. Fue un beso suave, con sabor a miel y amargura, piel caliente y fría, suave y áspera. Y los ojos cerrados que sólo te invitan a soñar, a imaginar lo que el otro piensa, mientras sus labios se mueven, se conocen. Un beso, con las manos entrelazadas, y a la sombra de criaturas que sólo se limitaban a sonreír, y a mirar aquella pequeña eternidad entre las eternidades.

Un delicioso sabor a miel con especias le inundó la boca, cuando Arturo probó la salsa para marinar la carne de la cena. Su amigo, que sabía un poco más de sabores que él, le estaba ayudando, algo apartado en la cocina del departamento. Se escuchaba el golpeteo incesante del cuchillo sobre la tabla, y algunas cosas que ya hervían o se cocían en la estufa, llenando de agradables y exóticos aromas el aire que los rodeaba.
-¿Y a quienes les estamos cocinando?-, dijo su amigo, mientras Arturo revolvía bien el contenido de una enorme olla que borboteaba, con un aroma salado y picante.
-Bueno, es una pequeña comunidad de masones independientes aquí en la ciudad. Se dejan regir por las reglas del rito mundialmente aceptado, pero tienen sus propias costumbres y tradiciones. Son como una familia…
-Ya veo. ¿Y por qué a nosotros? Digo, si se puede saber…
Arturo sonrió.
-Conocí a uno de los hijos de la comunidad en circunstancias poco comunes. Le conté a lo que me dedicaba, y fue con su papá a contarle de nuestras fantásticas dotes culinarias. No son muchas personas, lo cual es bueno, pero necesito que sea una verdadera sensación de sabores, algo más complicado. Podría acceder a ellos de una manera más interesante…
Su amigo solamente asintió, sonriendo, mientras cortaba algunas acelgas para la sopa.
Después de unas dos horas, la comida ya estaba a medio terminar. Arturo llamó a su contacto, para, si era posible, ir llevando la comida ya preparada al centro donde sería la fiesta. Aunque faltaba un poco para terminar, no era demasiado comparado con lo que ya se había preparado, así que ambos amigos se sentaron en el comedor, con una taza de delicioso té de yerbabuena entre las manos.
-Ya sé que no te gusta hablar del tema, pero… ¿Cuándo vas a afianzarte? Ya sabes, a establecerte con alguien.
Arturo escuchaba a su amigo mientras tomaba un trago de té, y pasaba a través de su garganta el cálido sabor y suave sabor de la yerbabuena.
-No tengo prisa. Sabes bien que nuestro trabajo es a veces más importante, y he decidido buscar mi propio beneficio antes del de otra persona. Me pertenezco más de lo que otra persona podría serlo para mí, ¿entiendes?
Su amigo asintió, bebiendo de su taza.
-Aún así, búscate un free, alguien que no le importe que no le quieras. Hay muchos que aceptarían una relación así, y pues…
-Ya veremos, no tengas prisa. Este compromiso me tiene más ocupado que antes, y eso que llevaba planeando todo desde hace un mes. Vamos a acabar…

A la sombra de los Vigilantes, que miraban ya sin tanta atención, John Wayne yacía desnudo boca arriba en la tierra. Su cuerpo velludo estaba lleno de tierra y sudor, y a su lado, dormía Sinner’s Prayer, también desnudo, un tanto apartado, con una de sus manos sobre el pecho de su compañero.
Lo recordaba todo, a pesar de haber dormido tanto. Aquel beso, luego las caricias, y la ropa… John Wayne tenía miedo de sentir algo por aquel muchacho, y aún así lo expresaba con la mirada, y Sinner’s Prayer lo había notado: en sus profundos ojos negros, algo había notado, pero no le decía…
El otro muchacho se despertó. Aunque se había quitado la gorra, en su cabello aún había trazos de colores, que hacían que su cabello brillara como si se viera a través de un hermoso vidrio. Miró a John Wayne directamente a los ojos, y sonrió perversamente.
-Lo que pasó aquí no tiene nadie que saberlo. Los dioses no pueden hacer esto. El amor entre nosotros no está mal visto (o más bien, cariño), pero el contacto carnal no puede existir. Los Vigilantes nos vieron, pero no dirán nada. Ellos no toman partido en los asuntos de los hombres.
John Wayne se incorporó y vio el cuerpo de su compañero: piel blanca, flácido, algo gordito. Eso lo ponía en un dilema, porque no solo le gustaba su mente: también le gustaba su cuerpo.
-Pero ni siquiera soy un dios, no sé por qué insistes con eso…
Sinner’s Prayer se levantó por completo, sin pena, para buscar su ropa.
-Que no te hayas dado cuenta aún no significa que no lo seas. Lo que los ojos no pueden ver, el alma lo sospecha. Tienes que vestirte, tenemos que llegar a nuestro destino antes de que se oculte el sol.
Ambos empezaron a vestirse y después de un rato, siguieron caminando, tomados de la mano, como si sus vidas dependieran de eso.
-Quiero descubrir lo que llevo dentro, Sinner’s Prayer, pero… Siento que es algo peligroso. Ni siquiera sé de dónde vengo y…
-Eso no es lo importante, vaquero. De dónde vienes y lo que eras ya no es importante. Tu pasado está muerto, aunque eso te cueste creerlo. Y si te da miedo ver lo que depara el futuro, no lograrás sacar nada de lo que quiero. Necesito tu fuerza para… Ya verás, no quiero arruinarte la sorpresa.
Siguieron caminando, un poco más despacio por que los Vigilantes se espesaban más mientras caminaban, y eso les hacía ir agachados, cuidando que las ramas caprichosas de aquellos gigantes no les picaran los ojos o los rasguñaran.
De repente, entre todo el ajetreo de hojas y los pasos débiles que ellos daban en la tierra, escucharon algo. John Wayne sabía que aquellos ruidos, algo lejanos entre la espesura del bosque, sólo podían pertenecer a unas voces, tal vez de niños o de mujeres, porque se escuchaban muy alegres y bastante agudas.
Antes de que el pelirrojo pudiese gritar, Sinner’s Prayer se adelantó para taparle la boca.
-No sabemos quiénes son. Hay cosas aquí que podrían engañarte sólo para comerte…
-Pero podríamos estar cerca…-, dijo John Wayne, en un susurro. Ahora tenía miedo.
-Ya veremos… Sigue caminando, y no hagas ruido.
Ahora ambos caminaban despacio, vigilando en todas direcciones. Cuando algo crujía, se detenían, y hasta no estar seguros, seguían avanzando. John Wayne le apretaba un poco más la mano a su compañero, y éste no decía nada. También estaba asustado, aunque era más fácil acostumbrarse al miedo.
Sinner’s Prayer notó que el bosque ya no estaba tan espeso, y que una brisa ligera soplaba frente a ellos, un viento frío y fresco. Y más allá…
-¡Otra vez voces!-, exclamó John Wayne, aunque se dio cuenta de su error demasiado tarde.
Ambos escucharon pasos que provenían de afuera del bosque, y se sintieron aterrados, esperando el final…

La presentación del libro era aquella noche, y aún así, Jacobo se dio todavía un tiempo para verse con aquel enorme hombre del hotel. Esta vez, se vieron en su casa, porque así lo quiso Jacobo: quería que viera algo.
Tardó un poco en llegar, envuelto en su traje de ejecutivo bien planchado y lavado por su esposa. No tardaría en quitárselo, para darle lo que tanto venían a buscar ellos.
-¿Tan caliente estabas como para sacarme de la oficina?-, dijo aquel hombre, mirando a su presa desde donde estaba escondido: bajo las colchas de la cama.
-No te equivoques: tú viniste. Yo sólo te lo sugerí…
Jacobo ya estaba desnudo bajo todas las cobijas, y sólo tuvo que esperar a que su compañero de alcoba se quitara todo, y revelara cuán ansioso estaba por hacerle cosas perversas a su cuerpo.
Y sí: otra vez se quedaría viendo al techo, mientras su hombre le hacía todo, mientras en su silencio, en lo más recóndito de su cabeza, el miedo atenazaba sus miembros, lo dejaba frío, tieso, a la espera del dolor.
Ese dolor que viene cuando entran, cuando lo penetran, un dolor abominable y sucio. Espera, le decía una voz en su cabeza, la voz de su conciencia, de Aquel que se había ido para no volver. Espera a que acabe, a que sacie su sed, a que eyacule. Luego podrás comenzar, el plan exige pasos, pasos lentos entre un bosque donde no debe hacerse ruido. O si no, las fieras despertarán…
Jacobo se sintió más cómodo, se puso dispuesto, y dejó que el dolor se convirtiera en placer, un placer que hacía daño. El primer paso de un plan que le cambiaría la vida para siempre.

Fue más un reflejo que un acto tonto. Fue más el hecho de que la persona a la que empezaba a querer estaba en peligro, lo que hizo que John Wayne se atravesara y se pusiera enfrente de Sinner’s Prayer, como tratando de protegerlo de las pisadas que ya se encontraban cerca. El muchacho del gorro multicolor sólo alcanzó a poner sus manos en los hombros de aquel protector ocasional.
-Yo… yo te protegeré-, dijo John Wayne, un tanto asustado, pero firme, inmóvil.
-No tienes que hacerlo, yo no tengo miedo, es algo que no debería temer. Mira…
Pero John Wayne cerró los ojos, esperando el inminente golpe que, tal vez, acabaría con sus vidas.
El golpe no llegó, y los pasos se detuvieron muy cerca de ellos. El muchacho pelirrojo abrió poco a poco los ojos, y Sinner’s Prayer incluso se asomó por encima de su hombro para ver lo que estaba pasando.
Frente a ellos había gente. Eran adultos, una versión adulta de una especie que jamás creció, porque les llegaban a la cintura, y se podrían confundir con niños. Pero en realidad eran adultos, versiones más pequeñas, más frágiles, de piel morena y cabello oscuro, que se movían ágilmente y con total libertad. Iban vestidos con ropa muy ligera, hecha tal vez de alguna fibra vegetal, e iban descalzos. Miraban con felicidad a los dos muchachos, quienes se relajaron y decidieron mirar con curiosidad a tan peculiares personajes.
-¿Qué son?
Sinner’s Prayer se puso al lado de John Wayne, y trató de contestar a su pregunta:
-Preferirían que preguntaras quiénes son. Son personas a final de cuentas. No sabemos quiénes vinieron primero, si ellos o nosotros. O incluso si ellos son de tamaño normal o son más pequeños que nosotros. Lo que sí sé es que creen que tú y yo somos sus dioses perdidos, que somos los que los vamos a salvar cuando vengan desgracias, o a complacer en sus mejores momentos.
Los pequeños humanos se acercaron a los dos amigos, quienes volvieron a agarrarse de la mano, y se dejaban explorar. Aquellas personas les tocaban la ropa, los examinaban e incluso cuchicheaban para dar sus opiniones. Uno de ellos empezó a hablar.
-Laŭdis esti, grandaj sinjoroj, kiuj venis por savi la tempo kaj liaj hororoj!-, dijo el hombrecillo.
John Wayne estaba confundido.
-¿Qué?
Sinner’s Prayer soltó una risita ligera.
-Alabados sean, grandes señores, que han venido a salvarnos del Tiempo y sus horrores. Es un idioma viejo, perdido ya en las piedras y el polvo, pero que ellos aún usan constantemente. Permíteme…
Sinner’s Prayer se soltó de la mano suave de su compañero, y se agachó a la altura del hombre que había declamado aquello.
-Ilia pledoj estis aŭditaj, sed ni venis elĉerpita kaj bezonas ripozon. Povus porti nin al sia vilaĝo? (Sus súplicas han sido escuchadas, pero venimos agotados y necesitamos descansar. ¿Podrían llevarnos a su aldea?)
Tal vez fuese una especie de magia de aquel lugar, pero John Wayne empezaba a entender poco a poco lo que querían decir en aquella lengua. O tal vez, en algún momento de aquel pasado que no podía recordar, también había conocido ese lenguaje.
-Jes, venu kun ni, ni jam havas ĉiu preta por vi. Sorto pretigis regi niajn terojn, sinjoroj kaj mastroj. (Sí, sí, vengan con nosotros, que ya tenemos listo todo para ustedes. El destino los ha preparado para gobernar en nuestras tierras, amos y señores.)-, dijo el pequeño hombre, jalando a Sinner’s Prayer del dedo, mientras los otros dirigían a John Wayne hacía la salida de aquel bosque, donde los Vigilantes miraban ansiosos lo que pasaba.
Todo aquel curioso grupo caminó hacia el borde del bosque, y cuando la luz del sol volvió a iluminar el camino, ya estaban en una enorme pradera, con Vigilantes desperdigados por aquí y por allá, y con varias casitas humildes que tenían un tamaño modesto. Otras personas ya estaban ahí, ocupándose de sus asuntos diarios, como arar sus parcelas, o cuidar de sus animales, muchos de ellos igual de pequeños que los dueños.
Cuando pasaron por entre las casas de aquel pueblo pintoresco, muchos de los pobladores empezaron a alegrarse, brincando y entonando alabanzas a los Dioses que habían llegado a sus tierras para permanecer ahí y protegerlos siempre. Los niños dejaron de jugar con una pelota, y danzaron felices alrededor de los grandes señores, aunque ellos apenas les llegaban a la rodilla.
-Esto es fantástico-, dijo John Wayne, mirando a su compañero, quién se reía y se alegraba con las voces de los niños, que también cantaban canciones alegres de dicha y de amor.
-Son sólo personas que viven sus vidas a costa de la nuestra. Harían lo que fuera que les pidiéramos, y morirían por nosotros si así se diera el caso. No te pido que los entiendas, porque ni yo los entiendo aún, y llevo más tiempo entre ellos que tú. ¡Sólo déjate llevar!
Siguieron caminando, hasta que las casas se hicieron más grandes, y divisaron el centro de una ciudad, tan elaborada y magnífica, aunque fuera de un tamaño mucho menos. La única excepción se encontraba al centro: una enorme torre negra, de una piedra que brillaba intensamente al sol, hecha especialmente para gente del tamaño de alguien como John Wayne, que miraba boquiabierto aquel enorme monolito, una estructura que dominaba a todas las demás.
La gente salía de sus casas y negocios, y celebraban la llegada de sus señores, ofreciéndoles todo lo que tenían: telas maravillosas de colores inimaginables, comida y bebida que olía bastante bien, productos para embellecer la piel y cuidar del cabello, animales vivos tan exóticos, con muchas alas y varias patas, y hasta abrazos y besos de los que eran más osados, y no temían al poder de estos grandes seres.
John Wayne advirtió que el enorme edificio negro era para ellos, era un palacio para los dioses, hecho a la medida de gente tan grande. En la entrada ya estaba alguien esperándolos. Se trataba de otro hombre pequeño, ataviado de una forma tal que todos los demás palidecían con razón. Llevaba una llamativa túnica amarilla, y sus pies calzaban unas botas rojas bastante coloridas. Sobre la cabeza, como para representar su poder, llevaba una elaborada corona de hojas. A su lado, estaba un Vigilante, con una sonrisa aún más amplia y aterradora, pero que llevaba entre sus adornos algunas flores, parecidas a rosas, y dentro de sus ramas varios frutos que brillaban, y se retorcían.
La comitiva se detuvo, y los pequeños hombres y mujeres de la ciudad se arrodillaron frente al rey del lugar. Sin embargo, el rey también se postró frente a Sinner’s Prayer y John Wayne, como en señal de respeto. El único que no se movió fue el Vigilante, siempre observando, con ojos orgullosos.
-Él es el Rey Compasión, un noble y justo monarca en esta ciudad perdida entre el bosque. Y su Vigilante, Etz Chaim, el Árbol de la Vida. Sus frutos sólo puede comerlos quien esté preparado para vivir por siempre…
Etz Chaim se acercó, moviendo sus ramas.
-Frutos que usted no podrá probar, señor. Ni su amigo, por lo que veo. El mundo aún no está listo para eso…
El Rey Compasión se levantó, y abriendo los brazos, exclamó al pueblo:
-Niaj dioj kaj alporti al ni pacon! Lasu niajn korojn inunditaj kun feliĉo partio. Prepari ĉion por bongustan manĝaĵon kaj trinkaĵon, pli malgrandajn kaj pli bonaj ŝtofoj. Ni preparos niajn sinjoroj por la granda spektaklo. (¡Nuestros Dioses han venido y nos traen la paz! Dejemos que nuestros corazones se inunden con la felicidad de la fiesta. Preparen todo para una deliciosa comida y bebida, sus mejores rebaños y sus más finas telas. Prepararemos a nuestros señores para la Gran Demostración.)
Todo el mundo saltó y gritó de alegría, y empezaron a preparar todo para una fiesta espectacular. Sinner’s Prayer sonreía animado por la revelación, y John Wayne, en sus adentros, trataba de entender lo que iba a pasar.
-¿Gran Demostración?-, preguntó algo confundido.
-Sí: tendremos que demostrar que somos Dioses, tendrás que sacar tu poder escondido. Confía en mí-, dijo Sinner’s Prayer, algo ausente por la felicidad que sentía.
John Wayne pasó saliva, porque eso ya no lo hacía sentir tan feliz después de todo.

(PARTE 3)

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