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viernes, 18 de enero de 2013

El Último Sacrificio: Pesadillas y Cadáveres.


Luis se miró las manos, horrorizado, y creyó saber por qué, o al menos lo presentía. En ese momento, cuando se despertó de repente en la silla de su oficina, eran las 6:38 p.m. del día 1 de Noviembre, y apenas se había dado cuenta que cumplía 10 años de trabajar con el mejor detective de México.
Miró en el escritorio el montón de papeles que estaba revisando, y que se habían esfumado de su mente cuando tomó aquella siesta. Y pensar que hacía más o menos dos meses, había estado resolviendo misteriosos homicidios en una fiesta del día de la Independencia. Se estaba volviendo monótono.
Pero Luis sabía que las cosas no iban tan bien. Alguien desde las sombras de una organización gubernamental lo había solicitado para contarles acerca de su trabajo con Javier Carrillo, y de las pesquisas de un grupo criminal de muy alta peligrosidad.
El teléfono sonó de inmediato, y Luis se apresuró a contestar, aunque en su carrera por el auricular, tiró unos cuantos papeles al suelo, y el libro que descansaba en su regazo.
-¿Agencia Carrillo Casos Especiales?
La voz detrás del aparato era demasiado conocida para el muchacho, aunque la había escuchado sólo una vez. Luis se quedó boquiabierto, y un dolor punzante en el brazo dónde había recibido una bala le empezó a recorrer los huesos.
-Está bien, sí… Con gusto señor, sí. Yo me comunico con él de inmediato. ¿Podría dictármelo de nuevo, por favor?
Luis comenzó a escribir un solo nombre en una hoja de papel: Salvador Ángeles. No recordaba al momento ningún sujeto con ese nombre, hasta que la persona al teléfono le dio indicaciones de qué hacer con eso.
-Está bien, yo lo hago, perfecto… Ocho en punto, no se preocupe…
Y colgó, por que la voz del otro lado desapareció.
Miró al suelo para recoger el libro, que se había quedado abierto en la página donde iba. Era un ejemplar de un libro muy complicado: Ciencia Marginal. El avance en el estudio de las seudo ciencias.
Otra vez, a Luis le volvieron a cruzar recuerdos, de un futuro tan oscuro que ni él mismo podría imaginarse.

Ya habían pasado al menos cinco días, y Javier Carrillo seguía notificado en el SEMEFO, para hacer autopsias que no parecían nada de lo normal. Un escrito gubernamental le indicaba que debía de investigar una serie de homicidios, y que en los días subsiguientes podrían aumentar. Y fuera amenaza o no, así pasó.
¿Qué tenían los cadáveres de similar entre sí? Violencia extrema, graves traumatismos, rostros de terror, cómo si hubieran sido mutilados cuando aún vivían, y un tatuaje en diferentes partes del cuerpo, dependiendo de cada cadáver. A veces en la espalda, en el antebrazo, en una pantorrilla o en el cuello, grandes o pequeños, los tatuajes eran todos iguales: Dos líneas horizontales y sobre ellas descansaban tres puntos.
Doce cuerpos en cinco días, y Javier no daba crédito a ninguno de ellos.
 -Sigo sin entenderlo, doctor Carrillo. Todos ellos con el mismo perfil, algunas mutilaciones parecidas, y el tatuaje. ¿Es un asesino o una pelea de bandas?
Ese mismo día, junto a Javier, se encontraba un joven médico, venido desde Houston después de un diplomado de medicina forense, y el cual apoyaba a Javier en todo el proceso de investigación. El detective negó con la cabeza, intentando solucionar ese misterio, que ya le había hecho mella con un dolor en la sien.
-Hace 10 años investigué algo similar, pero se me ordenó guardar silencio, cuando estaba a punto de preguntar lo mismo que tu, amigo. Con el cadáver de aquel entonces, esto ya es demasiada coincidencia. Tenía los mismos signos que estos, y luego me enteré de qué era lo que había pasado, bueno, al menos en parte…
-¿El incidente del museo?-, contestó el ayudante.
-Sí, ese mismo. Supe que era el miembro de un grupo de personas que querían cambiar las cosas, pero al menos que fuera con violencia, no me imagino cómo. El primer cuerpo era de un desertor, pero estos no sé. No le veo ningún sentido…
Volvió a examinar el cuerpo de la plancha, un hombre maduro, de cuerpo esbelto, desfigurado con muchas heridas y fracturas. Su ayudante se acercó, también tratando de mirar algo que no pudieran haber visto antes.
-¿Qué es eso?
El joven médico señaló hacía el cuero cabelludo, que estaba completamente tupido por el cabello alborotado. Javier, se acomodó los guantes de látex y revisó poco a poco con las yemas de sus enormes dedos.
Había una especie de cortadura, algo que no habían visto en el cadáver. Tenía cortes de forma diagonal, pero todos rectos.
-Dame la rasuradota, por favor.
El joven asistente le dio el aparato a Javier, quien se puso a quitar el cabello de raíz, cuidando no hacer daño con las cuchillas a la piel. Cuando retiró el exceso de pelo, observó con cuidado a la luz de la linterna. Era una letra, grabada con una especie de arma cortante.
-La hicieron después de que este sujeto muriera. Por eso hay sangre coagulada en los bordes, casi nada, por eso no se veía…
-Es la letra “I”, Javier. Yo no vi más letras en su cuerpo, es lo más raro que le hemos encontrado, además del tatuaje…
La explicación de su compañero le dio una nueva idea a Javier, quién empezó a barajar una posibilidad que no estaba contemplada.
-Muy bien, colega. Si creo que lo que pienso es verdad, necesito que rasures a los demás cadáveres que han llegado con las mismas características, y si hay más letras, escríbelas y tráemelas. Si, puedes, anótalas en el orden como llegaron los cadáveres, ¿está bien?
El asistente asintió, tomó la rasuradota y corrió a los depósitos en el otro lado del edificio. Javier empezó a imaginar cosas en su cabeza, acerca de un mensaje oculto en los cadáveres. ¿Qué le querían decir aquellas despiadadas personas?
De repente, su celular vibró, y lo revisó para contestar.
-¿Qué pasa, chaparro? Tengo un poco de trabajo y…
La voz de Luis sonaba confundida, y Javier se dio cuenta que su amigo tenía algo importante que decirle.
-Tienes que venir, es urgente. Alguien me pidió verte, y estará a las 8 p.m. en punto, y te necesita a ti. Me dijo que tal vez conocías a un tal Salvador Ángeles…
Javier casi tira el teléfono. Revisó su reloj, y aunque la mano no dejaba de temblarle, se dio cuenta que faltaba una hora para encontrarse con esa persona.
-Está bien, sí lo conozco, pero necesito un poco de tiempo, creo que llegaré justo a tiempo para ver a esa persona, sea quien sea. Hay algo interesante que debes saber, pero mejor me lo llevo…
-Perfecto, pero tienes que darte prisa, por favor.
Cuando su amigo colgó, el asistente llegó con la máquina en una mano y un bloc de notas en la otra.
-Anoté todas las letras que salieron, y me quedé impresionado. Tenías razón, Javier, si haces coincidir las letras con la fecha en la que llegó el cadáver, forman una palabra, aunque… Bueno, míralo por ti mismo.
Javier leyó las palabras ya ordenadas, y se dio cuenta del mensaje, aunque al parecer, no estaba terminado, pues le faltaba una letra, la última letra.
-Tenemos que irnos, necesito que recojas tus cosas, vas a ayudarme en algo-, dijo Javier. El asistente frunció el ceño, y soltó una carcajada.
-Pero Javier, es día de Muertos, al menos déjame salir hoy con Yoselín…
-Tu novia puede esperar, Salvador. Te necesito, y es urgente.

El hombre de la llamada misteriosa ya se encontraba en la oficina 10 minutos antes de que llegara Javier. Se sentó en una silla a esperar, mientras Luis le preparaba un café muy cargado, y aunque había pan de muerto, el hombre desistió.
-¿Cree que el señor Carrillo me reconozca? Creo que sería lo más conveniente prepararlo para unas cuantas confesiones, señor Zaldívar. Nos ha ayudado mucho a mandarnos información de él, y ahora más que nunca confiamos en que podrá hacer el trabajo que muchos antes que él no han podido.
Luis temblaba con una taza de café en ambas manos, y puso cara de tristeza, preocupación y miedo.
-Lo sé, señor. No hay nadie cómo Javier para este trabajo. ¿Quién es ese tal Salvador Ángeles?
El hombre sorbió un poco de café, y siguió moviendo a la cuchara.
-Un compañero de Javier. Necesitamos toda la ayuda posible, entre más gente colaborando, mejor para la operación. Espero haya encontrado algún patrón en los cuerpos que le he mandado revisar. Lo que se avecina es algo con lo que debemos lidiar, con fuerza, inteligencia, y mucha precaución…
La puerta de la oficina se abrió, y Javier entró con cuidado por ella, después de hacer pasar a Salvador, quién se acomodó los lentes para observar mejor. Vieron a Luis, que se levantaba, dejando la taza en el escritorio, y a un hombre elegante, de aspecto rudo, pero con un aire de respeto y de miedo.
-Ya llegué, amigo. ¿Con quién tengo el gusto…?
Pero Javier se detuvo. Antes de darle la mano al hombre que ya se había puesto de pie frente a él, lo reconoció. Ya lo había visto, una sola vez en su vida, hacía diez años, en una conferencia privada a través de una cámara web.
-Usted…
El hombre asintió, tocándose ambas manos sobre su regazo, impedido para poder intentar saludar de nuevo a Javier.
-Señor Carrillo, necesitamos hablar con usted. Es hora de que sepa algunas verdades que no queríamos decirle. Y traigo una noticia: Flor Chávez desapareció.
Luis y Javier se miraron, y ambos palidecieron.


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