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martes, 14 de junio de 2016

Nuestros Nuevos Miedos: La Tienda. Cuento 6.

Cuento 6: Fashion (David Bowie, 1980). https://www.youtube.com/watch?v=aj3bkqhUQM0



Si hay que destacar un departamento de la tienda por una peculiaridad bastante explícita, es el de Perfumería. Junto al de Dulcería, es el otro departamento que llama más la atención por su aroma. Frutas, especias, aromas más duros y otros más ligeros. No hay clienta que no salga satisfecha jamás. Botellas grandes, delgadas, más pequeñas o bastante gruesas. Y todo esto acompañado de música: porque el departamento de Sonido, encargado de la musicalización de la tienda, tiene sus bocinas cerca de ahí. La gente disfruta de aromas deliciosos y música casi siembre vibrante.
La mujer responsable de Perfumería se llamaba Ximena, despampanante, exótica, casi siempre mostrando su arquetípica belleza ante todos los clientes. Perfumaba siempre el aire con una sola botella de fragancia, como para darle promoción a esa botella en especial. A Ximena la ayudaban dos mujeres más, una señora de nombre Silvia, muy amable y simpática, y otra más joven, una joven gordita y de buen corazón llamada Andrea. Ella había llegado prácticamente hacía pocos meses, y aunque aún no sabía mucho de todo, trataba de aprender bien sobre el arte de las fragancias. Ximena la orientaba, le indicaba qué notas y que aromas en especial tenía cada botella, y así, los clientes siempre se iban con la fragancia correcta.
Un día como cualquier otro, mientras caía una ligera lluvia fuera de la plaza, Andrea se encontraba sola, atendiendo el departamento lo mejor que podía, a pesar de que tenía algunos clientes. Trataba de ser rápida, de atender con prontitud. Cuando la última clienta se fue, contenta con su perfume, Andrea se recargó en uno de los mostradores, suspirando. Fue cuando vio que, junto a las bocinas de la música, y cerca del aparador donde estaba ella, había un muchacho. Casi de su edad, muy grande, de barba y cabello negro, vestido casi todo de negro. Iba un tanto empapado, pero eso no le impedía verse, según Andrea, bastante bien. En la playera negra se le marcaban los músculos rollizos de alguien que en su tiempo f¡ue gordo, pero que el ejercicio lo dejara más grueso de lo que había sido.
El muchacho, con sus gruesas botas de motociclista, se acercó a ella, sonriendo tímidamente. A pesar de su aspecto, Andrea pudo ver que era un muchacho apenas, alguien que teme relacionarse aunque sea un poco con la gente.
-Este… ¿podrías ayudarme con un perfume? Quiero regalarle algo a mi novia…
Qué lástima, pensó Andrea para sí, mientras en su pecho sentía esa sensación de cuando el corazón se te hace pequeño. No le dio importancia: de todas maneras, no hubiese pasado nada.
-Bueno, eso depende mucho. Casi siempre la forma de ser de una persona define la fragancia del perfume que usa. Una persona alegre usa un perfume más ligero y hasta provocativo, mientras una persona que tenga un carácter más fuerte, podría usar una fragancia penetrante, más agresiva. ¿Ella como es?
El muchacho sonrió, algo más confiado con Andrea.
-Bueno, ella es casi como tú. Así, alegre, como reservada. Es muy parecida a ti.
Andrea casi se sonrojó, pero no permitiría que él lo notara. Por favor, ni siquiera conocía su nombre.
-Bueno, entonces te recomiendo este… Es un aroma florar casi cítrico, muy volátil, se activa casi al salir de la botella y se queda impregnado bastante tiempo. El precio es algo elevado, porque es un perfume novedoso: basta con un ligero cambio de temperatura del cuerpo, para que cambie de notas aromáticas-, dijo Andrea, mostrando una botella muy larga, casi como el cuello de un cisne, llena de líquido que parecía estar hecho de agua transparente y algo aceitoso color ámbar.
El muchacho veía de repente la botella, y también de repente a Andrea, quién ni siquiera se fijaba en ello. Estaba solamente callada, esperando la respuesta del cliente. Pero el muchacho no dijo ni pío. Sostenía la botella entre sus gruesas y rasposas manos, pero prefería ver a la vendedora antes que dar la apariencia de querer comprar algo.
-¿Y si en vez de comprar este perfume tan caro te invito a comer cuando salgas? Digo, espero que no tengas inconvenientes…
Andrea se le quedó mirando al muchacho. No le contestó al instante. Sólo le miraba, como quien mira a alguien que hubiese dicho la peor grosería.
-¿Perdón?-, pudo articular al fin la muchacha, incrédula y casi pálida.
-Sí, es que…
-No, a ver. Creo que no entiendes. Tienes novia, ¿y me estás invitando a comer?
El muchacho notó el enojo de Andrea, quién le quitó de repente la botella de los dedos.
-Siendo franco, mi novia me aburre. Y te vi y bueno… ¿Quieres o no?
Andrea soltó una carcajada, poniendo la botella de perfume sobre el mostrador otra vez.
-A parte de cínico, exigente. Pues mira, te voy a decir una cosa: no me interesas. Tal vez me gustaste y todo, pero no hay que confundirnos, ¿está bien? Ahora, si no te importa, tengo cosas que hacer.
Era mentira: Andrea no tenía más pendientes, pero por quitarse a aquel muchacho de encima, podría fingir que limpiaba, o mejor, que cambiaba precios.
Aclarando: en la tienda, se usa un líquido muy potente conocido como heptano, para quitar las etiquetas de los productos sin maltratar los empaques y sin dejar pegamento. El líquido sale de la botella, y al instante se seca, dejando todo impecable, y la etiqueta en la basura. Su olor era como el alcohol, pero más dulzón y un poco más potente. Cada departamento tenía una botellita llena de aquel líquido. Andrea, afortunadamente, tenía la suya a la mano, y no en el cajón donde siempre la guardaban Ximena o Silvia. se acercó hasta el otro aparador, del lado contrario a donde había dejado al muchacho, mirando hacía los muebles llenos de artesanías y regalos frágiles.
Tomó la botellita de heptano, y la abrió. El olor del líquido salió inmediatamente, inundando su nariz y haciendo que su cabeza diera vueltas un momento, antes de acostumbrarse. Sin embargo, lo que sus ojos vieron después de oler aquello no eran colores ni formas borrosas. Era una sombra. El muchacho no se quería dar por vencido, y decidido a que Andrea le hiciera caso, la tomó de la muñeca, haciendo que casi tirara el líquido sobre el mostrador.
-¿Pero qué…? ¡Suéltame!-, chilló la chica, asustada y con la muñeca adolorida.
-Vamos, preciosa. Te voy a hacer ver las estrellas. Acepta que te gusté desde que me viste, no te hagas…
Ella trataba de soltarse, pero la manaza del muchacho era más fuerte, y le estaba haciendo daño. Con un último esfuerzo, Andrea se soltó de la mano fuerte de aquel tipo, y sin pensarlo, le arrojó el heptano en la cara.
El muchacho soltó un aterrador grito, una mezcla de quejido y aullido, que retumbó en la tienda entera. El hombre de seguridad que estaba más cerca, en la entrada a la tienda, corrió para ver lo que había pasado. Muchos clientes voltearon, pensando inmediatamente en un asalto. Nada de eso: Andrea vio como el muchacho se llevaba las manos hacía los ojos, los cuales habían recibido toda la carga del líquido. No así su boca, la cual había tragado algunas gotas de heptano, pero nada más. El muchacho se fue hacia atrás, tropezando con un exhibidor de regalos, y chocando al final contra una vitrina, rompiéndola con su enorme espalda. Quedó ahí en el suelo, rodeado de vidrios rotos y regalos tirados, con las manos en los ojos, aullando sin decir palabra.
Andrea ni siquiera se dio cuenta cuando la botellita de heptano se le cayó de la mano. Se llevó las manos a la boca, mientras Ximena corría desde el otro lado de la tienda para tranquilizarla. Los vigilantes de la plaza ayudaron al muchacho para cuando llegase la ambulancia, y lo que vieron todos los presentes los aterraría: sus ojos estaban grises, como si se hubiesen fundido por dentro. El heptano los había secado, marchitándolos.
La pobre muchacha renunció al día siguiente, y del acosador nada se supo. Aún así, ella no tenía la culpa: las grabaciones la ayudaban. Pero ella estaba asustada. El gerente de la tienda recordaba, una y otra vez, las palabras de Andrea cuando fue a dejar su renuncia:
-No sé por qué lo hice. Fue como si mi mano fuese impulsada por algo más. Yo no quería. Me hacía daño, pero no quería hacerle daño a él. Perdóneme…
Cuando todos vieron como Andrea se despedía de los compañeros de la tienda, con dolor y hasta lágrimas, el chico de la farmacia se metió al cuarto especial, donde guardaba secretos inconfesables. Sacó su celular, y llamó.
-¿Qué quieres?-, dijo la voz del otro lado del teléfono.
-Otra vez está pasando, David. Lo que temía desde hace años lo estoy confirmando ahora. Ven mañana en la noche: lo encontraremos entre los dos, y todo esto acabará al fin.
Después, colgó, dejando al hombre del otro lado de la bocina en silencio, atónito y temeroso.

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