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lunes, 6 de junio de 2016

Nuestros Nuevos Miedos: La Tienda. Cuento 2.

Cuento 2: Hawaii-Bombay (Mecano, 1984). https://www.youtube.com/watch?v=5WXnPV2Mze4



Pasaron tres días, y como Arturo no aparecía, Ernesto tuvo que volver a la tienda a buscarlo. La familia de su amigo había puesto sobre aviso a las autoridades de la desaparición del muchacho, después de los tres días legales en los que una persona era considerada desaparecida.
Sin embargo, algo hizo que Ernesto no se la creyera. Su amigo no pudo simplemente haber salido de la tienda y luego desaparecer así como así. Si era cierto, aquel lugar tenía influencias demasiado negativas, algo que hacía que pasaran las cosas más terribles. Se armó de valor, y decidió ir el viernes por la noche, cuando ya casi no hubiese gente.
Todo estaba en su lugar, a excepción de los peculiares adornos de temporada: la tienda parecía una playa interior, con varias palmeras de cartón adornando los diferentes departamentos, pelotas de playa en las estanterías y muchas ofertas para el verano. Ernesto entró discretamente por el lado derecho, directo hacía la farmacia. Buen lugar para una pesquisa: ahí casi nunca había gente.
Efectivamente, el departamento estaba vacío. También contaba con los adornos usuales del tema de playa, pero no había mucha gente. Al menos una pareja de ancianos comprando medicamento, atendidos por una chica menuda, de cabello rubio. Del otro lado del mostrador estaban otras dos muchachas, una de cabello negro corto y la otra morena, de tacones altos, platicando casi en secreto. El muchacho se dio cuenta de algo muy peculiar: en aquel lugar sólo había un chico atendiendo, pero estaba muy alejado de sus compañeras, recargado en la pared, con las manos pegadas a la superficie lisa.
La pareja de ancianos se dio la vuelta con su medicamento entre las manos, y Ernesto notó que la caja de pastillas casi chorreaba un líquido rojo.
-Eh, disculpe, su caja está rota o algo así…
La pareja notó que el muchacho les había dirigido la palabra, y miraron la caja con cuidado. No tenía nada. Ernesto se extrañó.
-Creo que viste mal, querido muchacho-, le dijo el anciano a Ernesto, mientras la viejita se reía, pero no burlándose, sino más bien de cariño.
Después de que la pareja salió, Ernesto se encaminó hacia la farmacia. La chica que había atendido a los ancianos ya se había ido, reuniéndose con sus amigas para platicar y sonreír. Solo quedaba el muchacho detrás del mostrador, aún recargado en la pared. Miraba a Ernesto con una seriedad muy vacua, como analizándolo, y sonriendo. Siempre sonriendo.
-¿Puedo ayudarte en algo?
Ernesto se estremeció con la voz de aquel muchacho. Era como una voz lenta, demasiado baja, aguda a veces, como de serpiente.
-Yo… Quería saber si habían visto a este muchacho. Es mi amigo y desapareció hace tres días, al salir de la tienda.
Ernesto sacó su celular del bolsillo y le mostró la foto de Arturo. El chico de la farmacia se acercó un poco por encima del mostrador, mirando la foto. Frunció un poco el ceño.
-No. Lo dudo.
-Algo le pasó, y fue aquí, en su tienda. ¿En serio no lo viste?-, repitió Ernesto, enojado y con las orejas rojas.
De repente, una mujer apareció por detrás de él. Iba bastante elegante, con una bolsa cara y un celular aún más caro en su mano derecha.
-¿Tendrás bloqueador solar? Voy a ir a la playa en unos días y necesito uno que sea bastante efectivo-, dijo la mujer al chico de la farmacia. Este sonrió aún más, mirando a la mujer primero, y a Ernesto después.
-Por supuesto. Chicas, ¿podrían ayudarme por favor?
La chica que iba vestida completamente de blanco, de cabello corto, se acercó a la mujer, y la encaminó cortésmente hasta un módulo, donde había varios productos de belleza. Hizo que la mujer se sentara en la silla que ahí tenía, y sin aviso, la chica le estrelló la cabeza a la mujer contra la pared, mientras las otras dos amigas sostenían a la mujer para que no saliera corriendo. La muchacha de blanco se acercó a la mujer, a quién le escurría sangre por la parte de atrás de la cabeza, y…
Ernesto se quedó pasmado, porque la escena había cambiado. La mujer estaba como si nada, dejando que la chica de blanco le pusiera productos para la piel en el rostro. Las otras dos amigas platicaban cerca, mientras esperaban a que los clientes se acercaran. El muchacho se vio rodeado de gente que veía las cosas en los estantes y platicaban animadamente. Nadie podía ver nada, porque no pasaba nada.
El chico de la farmacia estaba agarrado del mostrador, mirando fijamente a Ernesto con sus ojos marrones. Sostenía el borde del mueble de los medicamentos con tal fuerza que se le ponían rojos.
-¿Qué pasa aquí?-, dijo Ernesto, acomodándose las gafas en la nariz, y sudando, nervioso y asustado. El corazón parecía querer salirle por el pecho, y explotar.
-No pasa nada. Ahora ve y busca a tu amigo en otra parte. Tenemos trabajo que hacer…
Ernesto empezó a caminar hacia atrás, mientras la gente le esquivaba. Cuando estaba a punto de tropezar con uno de los muebles, el chico de la farmacia le gritó:
-¡Que tenga buena noche, caballero!
Mientras Ernesto salía corriendo de ahí, el chico de la farmacia dejó de aferrarse tan fuerte al mueble de los medicamentos, sólo dejando sus manos ahí. Las chicas ya habían acabado: el cuerpo de la mujer yacía seco en la silla, como una momia con las mejillas hundidas y sin ojos.
-Terminamos.
El chico de la farmacia estaba tranquilo. Las miró y asintió.
-Está bien. En un momento regreso. Tengo otras cosas pendientes que hacer…
El chico salió caminando pesadamente de la farmacia, tocando los muebles como si de rejas se tratasen, mientras las chicas se llevaban a la mujer hacía el cuarto especial de la farmacia. Y nadie había visto nada.
Nadie, excepto…

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