Music

domingo, 19 de junio de 2016

Nuestros Nuevos Miedos: La Tienda. Cuento 7.

Cuento 7: Doctor Psiquiatra (Gloria Trevi, 1989). https://www.youtube.com/watch?v=olyyMCVJKmo



El problema con Cecilia era que pensaba que su mundo era el de todos los demás. Y no.
Aún así, ella no dejaba de ser problemática. Su carácter era demasiado voluble, y siempre había destacado por dar alguna pésima y extraña actuación casi sin querer. Como vendedora de libros era buena. Como persona, tal vez no tanto. Había hecho varios berrinches para colocarse donde estaba, y seguramente, su jefe la subiría de puesto en cualquier momento. Para los demás vendedores de la tienda, sin embargo, era casi como ese peso extra que nadie quería cargar.
¿Qué pasó entonces con ella que merece toda nuestra atención? Bueno: desde aquí empezaron los problemas reales para todos los miembros de la tienda.
Cecilia era una muchacha algo inestable, sí, y aunque ella no lo aceptaba, y era posible que hiciera cualquier cosa para remediar un problema, su cabeza aún funcionaba bien para entenderlo todo. Ni siquiera todos esos pensamientos sexuales que tenía a menudo le nublaban del verdadero objetivo: ser más que los demás, incluso si tuviese que ganarse los privilegios con acciones extremas. Insultar, sembrar chismes, hacer berrinches. Su mente siempre le jugaba chueco, pero ella se adaptaba bien.
Los fines de semana, la tienda cierra más tarde. Ya es media noche cuando la reja se cierra y los únicos dos vendedores dejan sus puestos de trabajo. Los departamentos de Libros y Farmacia se reparten la tienda completa para atender a los últimos clientes. Y aún así, no hay mucha gente a la cual atender.
Aquella noche de sábado, el aburrimiento era total. Ni un cliente a la vista, y aún faltaba una hora más de trabajo. Cecilia casi se dormía recargada en un exhibidor de revistas, mientras que la tienda casi parecía uno de esos cuartos acolchonados, donde se esconde la locura más extrema, y se le guarda del mundo exterior. Los dos vigilantes que se quedaban en la noche platicaban a la distancia, usando sus micrófonos, pero sin hablar con ella. No le importaba: ni siquiera le caían bien.
Fue cuando un libro de uno de los estantes cayó pesadamente al suelo. Cecilia lo vio y se quedó pasmada un momento, pensando que tal vez uno de los clientes lo hubiese dejado más acomodado. Pero cuando cayó otro y otro y luego otro, ya no fue gracioso. No al principio.
-Vaya…-, dijo la muchacha, fascinada por lo que estaba pasando. De los libros siguieron las cajetillas de cigarros, luego las corbatas y las camisas, y luego las bolsas. Algo los estaba tirando, como dejando un camino de migajas para que Cecilia lo siguiera. No lo pensó más, y con su mente atribulada pero sorprendida, siguió el camino que aquello, fuese lo que fuese, le estaba dejando.
En su cabeza empezó a escuchar una voz, una pequeña niña que le hablaba desde el fondo de sus recuerdos, y a la cual jamás había soltado.
-¿Ya viste esas cosas? Vamos a ver hasta dónde nos llevan…
-Muy bien-, dijo la chica para sí misma, sin darse cuenta que hablaba sola. –Tal vez haya algo al final, como en el arcoíris.
-¡Sí! Oro, dulces, un duende, lo que sea. ¿Tú qué crees?
-Mmmm, no lo sé. Tal vez sea un grande y bien grueso…
La niña en su cabeza empezó a gritar y a toser.
-¡No hables de eso ahorita! Cállate y sigue caminando, ya casi llegamos…
Cecilia llegó hasta donde estaban los juguetes. Peluches y figuras, dinosaurios de plástico y autos de colección. Todo estaba tan solitario, que a pesar de la iluminación, se veían como espectros, formas sin vida que, a pesar de todo, guardaban un alma oscura en su interior.
En la cabeza de la muchacha empezó a escucharse estática, algo incómoda, seguida de un zumbido, extraño y lacerante. Después, la niña de adentro se quedó en silencio, aunque Cecilia la escuchaba respirar.
-¿Qué te pasa?-, dijo ella, llevándose un dedo a la boca, preocupada.
-No… Nada. Ven, ven aquí. Ven y abrázame.
En la tienda había una leyenda: las muñecas que vendían ahí, hermosas figuras de porcelana con bellísimos cabellos de oro o nogal y vestidos bonitos, cobraban vida en las noches. Muchos las habían visto moverse, pero todo se trataba de una leyenda. Sin embargo, la mente de Cecilia la fascinaba con el hecho de que la niña que siempre había vivido atrapada ahí, ahora estaba en el cuerpo de una de aquellas hermosas muñecas, de vestido verde y cabello negro, lacio y largo, con ojos extrañamente amarillos.
-Dame un abrazo, Ceci. Demuestra que me quieres y que jamás me vas a dejar ir.
Si alguien hubiese visto aquello, algún cliente u otro vendedor, hubiesen creído que al fin, Cecilia había llegado al límite de su propia locura. Tomó a la muñeca y la abrazó como si se tratase de una hija. Le acarició el cabello y le dio un beso en su fría frente de porcelana.
-Jamás te dejaré ir, mi querida niña. ¿Verdad que no te irás?
La muñeca movió la cabeza, miró a Cecilia, que estaba muerta de miedo y pálida hasta el extremo, y abrió la boca, de donde salió un olor espantoso, como de cloaca.
-¡Jamás!
Algo salió de la muñeca y se metió en el cuerpo de Cecilia, quién dejó caer el juguete, que se hizo pedazos contra el suelo. La muchacha empezó a retorcerse, tratando de luchar contra aquello que la había atrapado. Al final se dejó llevar, y en un grito desesperado y un aullido de locura, echó a correr…

David entró a la tienda media hora antes de cerrar. Se acercó hasta la farmacia. El chico que atendía ahí le miró, sentado en la silla donde se hacían las pruebas de los cosméticos.
El hombre se detuvo al ver al chico. Parecía asustado, y aunque eso le alegraba, también era preocupante.
-¿Dónde está?
El chico de la farmacia tardó en contestar.
-Ha tomado control de un cuerpo humano. No es igual de peligroso, pero puedo verlo mejor, sentirlo más que antes. Está cerca…
David miró a su alrededor, pero la tienda vacía no mostraba a nadie, ni a nada.
Fue cuando escucharon un grito de mujer, un berrido salvaje, seguido de forcejeos. Cecilia se había lanzado contra uno de los vigilantes, lo había tirado al suelo, y lo estaba arañando y mordiendo, como un animal.
David echó a correr hasta donde estaba la pelea, mientras el otro vigilante trataba de quitar de encima a la muchacha, para evitar algo peor que rasguños y mordidas. El hombre llegó jadeando e hizo algo que el otro vigilante hubiese evitado: golpeó a la muchacha en la cara, haciendo que su nariz se rompiera, y empezara a sangrar. Al menos eso hizo que retrocediera, y que le otro vigilante saliera casi arrastrándose. La muchacha vio al desconocido y se rió, con sangre saliéndole de la nariz y escurriendo saliva.
-¡Tú…!-, dijo con una voz inhumana, como la de un animal que aprendió palabras.
David no dijo nada. Se quedó ahí, inmóvil y asustado, mientras la chica se acercaba, a cuatro patas como un perro salvaje. Una voz se dejó escuchar en la cabeza del hombre, quién reaccionó casi al instante.
-Mátala…
Cecilia se puso de pie y arremetió de nuevo, esta vez contra David. Sin pensarlo dos veces, el hombre sacó de su chaqueta un cuchillo, grande y serrado, y lo atravesó en el vientre de la muchacha cuando esta ya estaba a treinta centímetros de su presa. Cecilia se detuvo, sintiendo el dolor y aullando más fuerte. David sacó el cuchillo, y lo encajó en la garganta de aquella muchacha, de donde brotó tanta sangre que el suelo se llenó casi al instante de un enorme charco de líquido rojo brillante. Los vigilantes se quedaron pasmados, pero al instante, sus cuerpos cayeron al suelo, como dormidos.
El chico de la farmacia se acercaba poco a poco, mirando el panorama. La chica yacía ya en el suelo, aún retorciéndose, con la garganta abierta y sangre aún brotando de su interior. David estaba de pie frente a ella, con el cuchillo en la mano, tan aferrado que la mano estaba blanca.
-Matar el cuerpo no detuvo al espíritu que se encerraba en ella. Sigue aquí, pero ya no puedo verle. Hicimos mal.
David escuchaba al chico de la farmacia sin verle, sin un gesto en su rostro que demostrase lo mucho que lo odiaba.
-¿Maté a esta loca para nada?
-No. Ahora ves lo que esa cosa puede hacer. Lo que está haciendo con todos los que trabajan aquí. Viste hace años lo que hizo contigo y con los demás que te siguieron para atraparlo. Cree lo que has visto hoy. Vete a casa, tengo mucho que limpiar.
David se fue alejando, y miró al chico de la farmacia ahí, de pie en la entrada de la tienda. No volteó a verle, pero siguió ahí, de pie entre dos cuerpos dormidos y uno muerto, y sangre manchando sus zapatos.
Mientras, el chico de la farmacia se limpiaba el sudor de la frente… por primera vez en cuarenta años.

2 comentarios:

Ana Previgliano dijo...

Hola Luis: ¡Sorprendente !

Luis Zaldivar dijo...

Gracias Anita hermosa. Y créeme: se van a poner mejor.

Publicar un comentario

 
Licencia Creative Commons
Homicidio Mexicano por Luis Zaldivar se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 3.0 Unported.
Basada en una obra en http://letritayletrota1989.blogspot.mx/2012/09/homicidio-mexicano-luis-zaldivar-para.html.
Permisos que vayan más allá de lo cubierto por esta licencia pueden encontrarse en http://letritayletrota1989.blogspot.mx/2012/09/homicidio-mexicano-luis-zaldivar-para.html.