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martes, 24 de febrero de 2015

Sadomasoquismo: Cuento 4, Capítulo 6 (+18)



4.6
                
Durante mi viaje de regreso a casa, me di cuenta que Vlad y yo éramos cómo arañas. Nuestra especie estaba destinada a hacerse daño o a colaborar para conquistar el mundo donde vivíamos. La hembra era más fuerte, aunque no precisamente sabía eso, y el macho era insignificante, aunque inteligente y astuto. Había dos opciones: una, el macho lograba atraer a la hembra, y fecundarla, escapando para morir en otra parte después de la cópula. O la hembra, en sus ansias de ponerle fin a todo, lo mata en el momento cumbre del sexo.
Para mí, no había salida: si dejaba que Vlad se fuera con la recompensa que buscaba, estaba condenando a la raza humana con mi progenie, engendrando monstruos insaciables de sangre, o incluso de carne también. Si lograba ponerle fin a sus planes, sería la única de mi especie, poniendo sobre mí la atención de más vampiros, con quienes no siempre he congeniado bien. Al final de cuentas, mi existencia, por más que durara, se condenaría, estuviera yo viva o muerta.
Cómo arañas. Insignificantes para todo el mundo, pero sin lugar a dudas, atados a nuestro destino natural.

Cuento con un arma específica. Así como Vlad es ágil y puede leer la mente, yo puedo ser más fuerte, y en su caso, tengo telequinesia. Ni siquiera la uso: no me parece algo justo si puedo cazar con mis propias manos y hacer varias cosas con la velocidad que poseo. Intenté mover una de las sillas de mi departamento, pero no lo he logrado del todo. El maldito mueble se la pasó temblando como si fuera una lavadora sin suficiente apoyo, y me cansé. Jamás me había cansado como tal. Tal vez la mente es la única que no cambia cuando a uno lo transforman en un ser inmortal. El cuerpo permanece, pero el alma y la razón van cambiando, envejeciendo.
Por otro lado menos favorable, Vlad tiene un encanto natural, al igual que yo y todos los vampiros del mundo. Sirve para confundir a la víctima, a través de las feromonas: las atrae, las convence de que somos buenos, que somos perfectos y alcanzables. Y entre nosotros suele funcionar, en especial en los vampyr en caso de que se desee la procreación. Es mi caso: estaba cayendo en las infames redes del encanto vampírico de Vlad, suprimiendo mi propia habilidad para que él no pudiera leer mi mente. No es correcto que lo diga así, pero por todos los cielos, estoy enamorada.
Enamorada de él, del hombre al que se supone debería destruir.

Ya es de noche, y estoy lista. No tengo nada que ofrecer en este mundo. Todos mis tesoros y riquezas están bien escondidos, y soy la única que sabe dónde. Mis diarios no tienen nada escrito acerca de ello, y los más viejos están escondidos con todo lo demás. Este es lo único que preservo. Y si alguien lo encuentra, prefiero que crea que lo que dice es más que la fantasía de una mujer solitaria, buscando una oportunidad de publicar algo bueno. Los vampiros están de moda, y no los culpo.
Te veré en el infierno algún día, Vlad Tepes. Pase lo que pase, terminarás muerto, hijo de puta.

(Aquí termina el diario de Erzsébet Báthory. Lo que sigue es un relato armado de todos los rumores que se fueron dando acerca del asunto, así como varias pruebas que se tienen, como vídeos y testigos presenciales. Sírvase, pues, de eliminar este testimonio después de su lectura, y de disponer de todo el material restante en el archivo confidencial.)

Elizabeth Basare salió de su departamento alrededor de las 10 p.m. Se dirigió al edificio donde había estado tantas veces antes, disfrutando del placer que Vlad le proporcionaba. Llegando a la puerta principal, un guardia de seguridad humano le restringió la entrada, ya que la planta baja estaba siendo utilizada en su totalidad y tenían prohibido el acceso las personas no autorizadas.
Sin embargo, eso no la detuvo. Buscó acceso por otra parte, una puerta trasera que no tenía algún tipo de vigilancia, ya que esa parte del edificio no estaba siendo ocupada. Al entrar, buscó las escaleras de servicio, las cuales estaban despejadas, y se dirigió al tercer piso, entrando después a la oficina que Vlad y sus esbirros ocupaban desde hace ya varios días después de su regreso.
Ahí estaban los vampiros de todos los sexos, disfrutando de un bacanal de fornicación y sangre sin límites. Vlad se había dispuesto a empalar a varios humanos en el centro de la oficina, con sus cuerpos atravesados a la perfección justo desde el ano hasta salir por la boca. Los que no estaban disfrutando de las perversiones sexuales más aberrantes, lamían del suelo la sangre, y la sacaban directamente de los cuerpos muertos.
-¿Dónde está tu amo?-, le dijo Elizabeth a un vampiro cuando entró a la oficina, tomándolo del cuello con una sola mano, levantándolo varios centímetros del suelo. Este se echó a reír, atragantándose con la sangre en su boca.
-No te lo diré, perra asquerosa…
La mujer se enfureció, y apretando fuertemente la mano, destrozó el cuello del vampiro, haciendo que su cuerpo cayera entre estertores, y la cabeza diera varias vueltas hasta un grupo de concubinas que se masturbaban por turnos con un enorme falo de plástico.
-¡TODOS FUERA!-, bramó Elizabeth con voz potente, retumbando en las paredes de la oficina.
Nadie se movió ni dijo nada, mirándola fijamente, entre asustados y fascinados. Desde el fondo de la oficina llegó el sonido inconfundible de pasos de pies desnudos, pegajosos por la sangre regada en el suelo. Vlad salió de detrás de las estacas, completamente desnudo y con una cabeza humana colgando de los dedos de su mano derecha, agarrada firmemente de los cabellos. Los ojos rojos del vampyr brillaban de furia.
-Veo que has venido a acabar con todo esto. Muy bien, te voy a dar gusto antes de tener que matarte. Voy a obligarte, a convencerte de que es la única salida a nuestra situación, Elizabeth.
La mujer se quedó muy quieta, mirándole a los ojos, sin inmutarse. Trataba de mantenerse lejos de su influjo, de su poder mental y de su encanto. No lograría convencerla ni derrotarla.
-No puedes hacerme esto, maldito. Suficiente tengo con vivir para siempre. Acabemos con esto de una vez.
Vlad rió con rostro burlón. Sus labios llenos de sangre dibujaron una macabra sonrisa en su rostro muerto, pero más vivo que nunca.
-Muy bien. Mátenla-, dijo el vampiro, señalando a su víctima con la cabeza cercenada en su mano, como Perseo con la cabeza de Medusa.

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