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domingo, 8 de febrero de 2015

Sadomasoquismo: Cuento 4, Capítulo 2 (+18)



4.2

Mismo día, por la noche:

El maldito seguía usando su nombre: Vlad. Pero ya no usaba los nombres seculares o completos, como Vlad III, Vlad Tepes, o Vlad Drăculea. Si han leído con cuidado mi historia de vida, sabrán a quién me refiero. Durante su vida humana, acostumbraba empalar a sus prisioneros de guerra y a todo aquel que se hubiese osado a invadir su amada Valaquia (actual sur de Rumania). Los atravesaba por el vientre, o incluso los dejaba sentar en el palo, haciendo que entrara por el ano y saliera, en pocas ocasiones, por la boca. Causaba terror, decían los que sabían, porque solía almorzar en una mesa dispuesta frente a los campos de empalamiento, disfrutando de la vista.
Los rumores aseguran que este príncipe, el cual vivió al menos 200 años antes que yo, empaló entre 40 y 100 mil personas. Es considerado un héroe nacional en Rumania, y sin embargo, fui precavida para no caer en sus encantos. Investigué más al respecto: Vlad no sólo mató, sino que extrajo la sangre de varias decenas de miles de personas para su consumo personal. Aunque se convirtió al catolicismo, el poder de la sangre atrajo a los Sabios del Infierno, quienes le ofrecieron una nueva vida, a cambio de un poder inigualable. Vlad Drăculea murió en 1476, pero la criatura que tomaría su lugar en este mundo perduró hasta entonces.
Un pequeño hecho inusual acaparó la atención del mundo hacía Vlad en el siglo XIX: habiendo quedado en el olvido después de su transformación, el príncipe decidió liberarse de las extenuantes cadenas que le ataban a su castillo. Lo que consideraron muchos como una novela de ficción y terror, es en realidad la documentación oficial de un hecho que fue transformado para no salir directamente al público. “Drácula” no es más que el diario íntimo de esta infame criatura. El hecho casi le cuesta el anonimato a Vlad, pero obtuvo los recursos necesarios para escapar de sus cazadores, y también de manipular al propio Stoker para construir una inefable coartada.
Sin embargo, Vlad Tepes y yo tenemos asuntos pendientes. El hijo de puta mandó a los Sabios del Infierno para transformarme en lo que él se había convertido. Nosotros, los vampyr, tenemos la capacidad de transformar a otros seres humanos en vulgares vampiros, seres que tienen las mismas facultades que nosotros, pero que son débiles y tienden a cometer errores más fácilmente, llevados siempre por la ignorancia o la impetuosidad. Sin embargo, tanto Vlad como yo somos seres más perfectos, transformados directamente del poder de la sangre misma de nuestros propios crímenes. No necesitábamos de ella, y ahora la pedimos a gritos. Prácticamente, lo único que podría destruirnos es alguien igual a nosotros.
Y por eso, esta noche, lo voy a encontrar…

5 de Febrero, por la mañana:

Usualmente salgo de noche. La luz del día nos hace daño, pero podemos resistir, aunque eso sería contraproducente para nuestro anonimato. A los demás vampiros los evaporaría al instante, pero nosotros somos fuertes.
Anoche decidí ir primero a un bar muy conocido cerca de Broadway. Quién diría que Vlad tuvo la osadía de cruzar el océano para instalarse en una de las ciudades más pobladas del mundo. Afortunadamente, continúa escondido, y no me imagino cómo es que consigue la comida. Suelo ser cuidadosa: consumo vagabundos, gente perdida, asesinos y mafiosos que se lo merezcan, e incluso enfermos terminales, enfermos de SIDA o de cáncer. Somos como buitres: digerimos sus enfermedades, pero las eliminamos. No nos quedamos con nada.
En el bar, ligué a un par de muchachos, que, según ellos, venían de Sao Paulo para divertirse en unas intensas vacaciones. Mi aspecto al morir había sido terrible, pero con el paso de los años, había recuperado la belleza de mi juventud, por lo que parecía más atractiva para ellos. Tomamos, bailamos, nos acariciamos. Logré convencerlos de llevarlos a un sitio más íntimo, y aunque a la mitad de Central Park no es algo recomendable, logré llevarlos hasta ahí.
-¿Qué quieres que hagamos contigo, nena?-, me dijo uno de ellos, moreno, alto y musculoso. Le sonreí como una tonta, y a pesar de ello, me correspondió. Ya los tenía. Tuve que golpearlos para mantenerlos a raya, no tanto para no asesinarlos. Los quería vivos, como un regalo. El lugar dónde reside Vlad está cerca de Central Park, así que no me iba a costar trabajo llevarlos sin que los viera nadie. Soy rápida, y fuerte, podía con ambos.
El escondite de Vlad era un pequeño edificio de oficinas, todo especialmente destinado para él y sus pocos vampiros sirvientes. Tuve tiempo suficiente para desnudar a mis dos muchachos, y les até cuerdas de cuero en los cuellos, obligándolos a andar a gatas como si fueran caballos, o peor aún, perros. Así los obligué a entrar, como si estuviera de caza con mis hermosos sabuesos.
En la recepción estaba un policía. Aunque sabía que era una fachada: su olor a vampiro lo delataba. Me vio con semejante cena servida caminando frente a mí, y me sonrió.
-¿A quién viene a ver?-, dijo el vampiro, con tono seco, pero sin perder la sonrisa.
-Al príncipe Vlad. Espero me reciba como lo merezco. Traigo la comida para él, no puede rechazar una invitación así…
-¿Quién le busca?-, dijo el vampiro, tragando saliva, visiblemente nervioso. Me había olido, y definitivamente sabía que no estaba de broma.
-No tiene importancia. Dime donde encontrarlo, podré llegar hasta él.
El vampiro asintió, y se quedó un momento en shock, antes de volver a hablar. Sus ojos rojos ya no se veían tan amenazantes.
-En el tercer piso, la oficina 2.
-Gracias.
Volví a jalar de las cuerdas de cuero para que mis sabuesos caminaran una vez más, esta vez hacía las escaleras. Tuve que obligarlos a subir a gatas, con las rodillas tan expuestas al suelo que empezaron a dejar un rastro de sangre en los escalones. Yo pude contenerme, ya que hace dos días que comí, pero el portero del edificio, llamado a su instinto salvaje, lamió el suelo por donde caminábamos, hasta que logré alejarlo con un potente bufido.

Subimos hasta el tercer piso, donde sólo había dos enormes oficinas. Di la vuelta en el pasillo hacía la derecha, entrando en la puerta marcada con un número 2 de color negro.
Ahí dentro era una verdadera orgía de animales. Había al menos diez vampiros inferiores de ambos sexos sobre el suelo, acariciándose o incluso mordiéndose entre sí, sin hacerse daño. Alrededor de ellos paseaban muchachitas, la mayoría de ellas menores de edad, con las manos atadas a la espalda. Muchas de ellas ya tenían heridas de mordidas en la piel, como si hubieran sido usadas de copas ambulantes de sangre. Si algún vampiro apetecía un sorbo, las detenían con fuerza y les atestaban una mordida, sacando poca sangre, para no acabárselas tan pronto.
Todos ellos se detuvieron en cuanto me vieron entrar. Era como una jauría de leones, cuando el macho se acerca a sus consortes, estas retroceden, se alejan sin presentar batalla. Así, estos consortes del príncipe Vlad se arrastraban hacía las paredes, rugiendo algunos, otros sorprendidos, oliendo a la persona que acababa de entrar.
Al fondo del recinto estaba una figura aparentemente solitaria. El hombre vestía de traje Armani negro, y tenía los pantalones a la mitad de las nalgas. Delante de él, pero tapada por su espalda y esbelta figura, estaba una muchachita puesta a cuatro patas sobre una mesa pequeña. Era obvio que Vlad estaba ocupado con su propia fuente de alimento, aunque le apetecía disfrutarla antes de otra manera, “marcar su territorio”.
-Gusto en verte de nuevo, Erzsébet-, me contestó el descarado, sin dejar de darle embestidas a su presa.
-Ni siquiera me has visto. Sigues siendo el mismo hipócrita que me ofreció su ayuda durante mis primeros años de transformada…
Vlad se detuvo de repente, dejando a la muchachita sobre la mesa, como si ya no la necesitara. Se metió el miembro en los pantalones, y se dio la vuelta para recibirme. Era el mismo monstruo: cabello negro, largo y sedoso hasta los hombros, los ojos que brillaban entre cafés y rojos, nariz aguileña y un pequeño bigote bien recortado, con las patillas hasta las mejillas. Evidentemente se veía tan joven como recordaba, a pesar de, prácticamente, tener casi 200 años más que yo. A pesar de ello, era más bajo de estatura: los machos en nuestra infame especie son pequeños, pero ágiles y rápidos.
-Vaya, vaya… Eres la misma Erzsébet que recuerdo, bella, radiante, y salvaje-, dijo mientras se me acercaba. Hasta donde estaba podía oler su podrido aroma que salía de su boca, el aroma de la muerte, de sangre putrefacta.
-También te ves igual, eso no me afecta, te lo aseguro.
Vlad sonrió, mostrándome sus dientes blancos y las puntas de aquellos pequeños colmillos que se clavaban sin querer en sus labios.
Estaba tan nerviosa por ver a Vlad, que ni siquiera me había percatado de la música al fondo: una hermosa balada antigua, al estilo griego o de aquellos bacanales romanos de los que había leído alguna vez. Era como estar en un mundo muy aparte, donde un incienso invisible flotaba entre todos los presentes. Vlad miró los obsequios que le había traído: ambos muchachos seguían de rodillas, sin poder levantar la cabeza a causa del dolor en sus cuerpos. Estaban atados irremediablemente al peor de los destinos.
-¿A qué viniste?-, me preguntó Vlad, sin dejar de mirarme a los ojos. Se acercó a uno de los muchachos, y le acarició el cabello empapado en sangre, como si se tratara de un animal manso.
-Vengo a dejarte estos regalos. Y quisiera volver a hablar contigo otra noche, si es posible…
Él soltó una carcajada corta, pero incisiva.
-Lo lamento, Erzsébet…
-Prefiero Elizabeth, si no te importa.
-Como quieras, Elizabeth, pero casi no tengo tiempo. Mi vida entre las personas allá afuera tiene un sentido, uno más del tipo económico, y no quiero descuidar mi capital.
Ahora yo fui la que solté la carcajada.
-¡Por favor! Eres extraoficialmente el hombre más rico de este mundo, no debería preocuparte tu dinero.
Vlad parecía divertirse. Me hizo un ademán para que le entregara las correas, como si fuera él el verdadero dueño de los sabuesos, y cedí.
-Está bien, condesa. Te permitiré venir una vez más, el 6 de Febrero. Quiero mostrarte ciertas cosas que, como bien dices, no tengo la menor intención para estar preocupado por ellas. Y en cuanto a nuestra especie, son asuntos que te conciernen en gran medida. Vete…
Me sentía enojada. No pensé que en la primera noche fuera a ser rechazada. Tenía planes para acercarme más a Vlad desde el principio, y él parecía tener siempre un paso delante de mis planes. Un pie al frente, y el otro sobre mi cabeza.
Me alejé de la oficina, cerrando la puerta tras de mí. Alcancé a escuchar cómo Vlad le gritaba a sus esbirros algo en rumano: Cina este servită!
Luego, empezaron los gritos…

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